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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Julianne MacFarlane Vie Jun 03, 2016 11:35 pm

Mihai correteaba como un niño feliz. Mihai era un niño feliz. A pesar del rechazo de su padre, a pesar de la violencia en la que vivía, nada lograba acabar con su alegría, y eso era lo único que a Julianne le daba un poco de paz. Ella, por su parte, transitaba por un sinuoso camino de mentiras, y el único momento de libertad que se permitía era cuando se enfundaba en la piel de Justice, y le daba rienda suelta a sus ideas. Era una idealista, no iba a negarlo, y escribir para el periódico feminista, se había convertido en su único salvavidas. Allí no era una Basarab, ni siquiera una Macfarlane, tampoco era Julianne. Cuando la pluma se plasmaba en el papel, se convertía en su verdadera esencia, en su verdadera alma, y podía desplegar sus alas y volar. Criticaba al patriarcado, a la monarquía, al machismo, a la corrupción, a la incipiente y egoísta burguesía, a la nobleza, y a todos aquellos cómplices de la violencia que incrementaba en las calles parisinas. No faltaba, por supuesto, los ataques contra todos aquellos que agredían a las compañeras de lucha, y denunciaba los asesinatos políticos que ocurrían tanto en Inglaterra como en Francia.

Estaba conectada con otras mujeres europeas, que también bregaban por un futuro mejor para ellas y sus hijos. Y si bien, tanto ellas como Julianne sabían que era imposible que lo vieran, eran conscientes de que estaban plantando las semillas para que, aquellas que continuasen su lucha, pudieran recoger los frutos. No importaban las dificultades, tampoco la adversidad ni el peligro, se jugaban el pescuezo y la reputación, y tomaban su labor con seriedad. Al principio, no incomodaban a nadie, pues creían que se trataba de un grupo de locas que pronto se calmaría, sin embargo, cada vez interpelaban más a los dueños del poder, y el movimiento feminista, lentamente, comenzaba a instalarse, de un modo silencioso. En los círculos de importancia, se hablaba de ellas entre susurros, pues no querían darles entidad, pero ellas estaban en todos lados, y daban muestras del creciente renombre que iban adquiriendo. Provocarles un mínimo malestar, era más de lo que muchas habían logrado.

Alzó a Mihai y lo sentó sobre sus piernas. Disfrutaba de esos momentos con él, los dos solos. El sol primaveral les hacía bien a ambos, los renovaba. Jugó con su hijo al caballito, arrancándole suaves carcajadas, hasta que éste apoyó una mejilla regordeta en su pecho y se quedó dormido. Julianne apoyó las manos en su espalda y las respiraciones de ambos adquirieron el mismo compás. La inglesa comenzó a reflexionar sobre su próximo escrito, en el que apuntaría directamente a los asesinos de sus padres. Era lo más arriesgado que había hecho en todos esos años, pero era lo más importante. Debía ensuciar el nombre de quienes le habían arruinado la vida, de quienes habían ejecutado a los Macfarlane con total impunidad y los había dejado tirados como animales, a la vera del camino.

Esto también lo hago por ti, mi amor —susurró, mirando a su pequeño, que estaba profundamente dormido.
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Mensaje por Invitado Sáb Jul 02, 2016 4:51 am

Para cualquiera de los muchos académicos que poblaban la ciudad de París, especialmente en el Collège de France, Miklós era un auténtico ignorante que desconocía por completo la Historia de Francia, las operaciones aritméticas más básicas, o incluso la manera correcta de escribir ciertos verbos, que se le resistían un tanto también cuando hablaba en ese idioma que no era el suyo. Su conocimiento, absolutamente no académico, era extraño e irregular, y si bien ante muchos podía parecer simplemente estúpido, no lo era en absoluto, y en medicina y herbolaria sus talentos sobrepasaban a los de muchos doctores que él había conocido en su vida. Ay, si tan sólo hubiera sido más hábil en su día y se hubiera metido a doctor, cuán distintas serían las cosas en su vida... Seguramente no se encontraría cubierto aún por algunas heridas de la noche anterior, buscando caléndulas en el jardín botánico para aplicárselas en las quemaduras que tenía en los brazos, apenas cubiertos por una camisa blanca remangada. Lo que sí habría continuado siendo igual era su animadversión por la lavanda, cosas de gatos, pues bufó cuando pasó al lado de esas flores y se apartó casi de un salto, con el lomo algo erizado incluso. Miklós no podía dejar de lado esa parte de su naturaleza que gustaba de maullar en ocasiones, incluso si se trataba de un felino de grandes dimensiones en todas sus transformaciones; por eso se alejó de las plantas que repelían a los mininos, como él (no era), y se dirigió hacia la caléndula para acariciarla con los dedos curtidos y, a continuación, arrancar unas cuantas flores que estrujó contra sus brazos quemados.

Se mordió los labios, de por sí un tanto resecos, y no suspiró ante las propiedades calmantes de la planta porque él no era de esos, ni siquiera en sus momentos de mayor placer. Con su naturaleza de cambiante, la velocidad con la que sanaba sus heridas era mayor que la de un humano normal, pero con ayuda de la planta el proceso se aceleraba considerablemente, tanto que podía ver cómo se iban haciendo más pequeñas ante su vista hasta el punto de que casi desaparecieron. Cuando se consideró satisfecho, dejó caer las flores aplastadas a la jardinera y metió las manos en los bolsillos, con la mente ya centrada en otros temas que nada tenían que ver con las plantas o los jardines. En sus puños, apretados, se almacenaba la tensión de su próximo encargo, un ser despreciable que sabía que comerciaba con niños y los vendía al mejor postor, no sin antes haberlos catado de las formas más desagradables posibles, y eso que él tenía mucha imaginación y aún más estómago, así que no se escandalizaba pronto. En casos como ese, Miklós no lamentaba el rumbo que había dado su vida, y si bien estaba lejos de considerarse un justiciero o un hombre que buscara hacer del mundo un lugar mejor para todos (si acaso, únicamente para sí mismo), hasta a él le enervaban ciertos actos salvajes de seres aún más bestiales que él. Por ello, rebosaba ganas de violencia y de aplicarla contra otro ser, y con esa energía su paso se volvió audaz y rápido a través de las jardineras, al menos hasta que se cruzó de frente con una mujer y con su hijo y se vio obligado a detenerse para no golpearlos a su paso. Ni siquiera se planteó por qué no los había percibido: lo había hecho, con su olfato de felino, pero no había prestado atención, y sólo sus reflejos le habían impedido chocarse con ambos. Sin embargo, el niño captó la situación mejor que él, y sin que Miklós tuviera tiempo de decir nada que pudiera justificar la reacción, se despertó y rompió a llorar, por su culpa seguramente. – Lo siento, supongo.
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Mensaje por Julianne MacFarlane Miér Jul 13, 2016 9:42 pm

El pequeño Mihai era un niño tranquilo. Julianne adoraba observarlo dormir, con sus cachetes regordetes levemente sonrojados y sus pequeños labios entreabiertos. Sus pestañas oscuras y tupidas le adornaban el rostro pacífico, y un mechoncito de su suave y oscuro cabello caía sobre su frente ocultando la pequeña cicatriz que tenía cerca del cuero cabelludo, memoria de una caída de su cuna, cuando aún era demasiado pequeño para recordarlo. Había llorado hasta el hartazgo, y cuando el impacto pasó, el vestigio de la sutura se había terminado convirtiendo en su obsesión durante largas semanas. A todos les mostraba el pequeñísimo corte, y también lo buscaba en su reflejo. El amor que la invadía cuando lo miraba, era tan profundo que la asustaba, y perdía la noción del tiempo. Con él, las manecillas del reloj parecían acelerarse. Cuando buscó el Sol, éste se había trasladado lo suficiente para decirle que era hora de emprender el regreso. Mihai continuaba durmiendo, y no se despertó cuando ella se puso de pie y lo acomodó.

No le importaban las miradas que le dirigían. Una madre con su hijo, de aquel modo, era fácil de condenar, pues podía pasar como una muchacha soltera que se había entregado al pecado. Algunas ancianas reparaban en su anillo de casada, que lanzaba suaves destellos gracias a los rayos del astro rey, y la aprobaban. No había alcanzado a avanzar, cuando fue incapaz de esquivar a un caballero, que parecía tampoco haber reparado en su presencia. El sacudón provocó un pequeño ataque de nervios de un asustado Mihai, que se escondió en su cuello y se aferró a su ropa. Julianne le canturreó al niño, que inmediatamente reaccionó a su voz. No era un chiquillo histérico, y no tardó en calmarse. Nerviosa, la escritora alzó la vista hacia el que había provocado aquello, demasiado alto, demasiado imponente, al menos para ella, que veía el mundo desde su pequeña estatura. Compensaba los pocos dones de la naturaleza, con una mente amplia y un espíritu rebelde.

No se preocupe, Monsieur. Ha sido un accidente —se apresuró a responder la inglesa. Reparó en el extraño, en sus ropas y en su actitud. No era alguien pudiente, eso se notaba a leguas, pero había en su mirada la sabiduría del sufrimiento. Julianne, inmediatamente, sintió tristeza por él, pero se cuidó de no expresarla en ninguno de sus gestos. Había sido bendecida o maldecida con la empatía, y su alma sensible era proclive a aquellos arrebatos de compasión, que se traducía a su propia vida con la pena que le provocaba su suerte. Pensó en que si su esposo continuaba jugando el poco patrimonio que les quedaba, no tardaría en andar como aquel hombre. La arrastraría a su desgracia, pero ella no permitiría que a su hijo también. Tenía perfectamente calculado entregarle la custodia de Mihai a Vladimir, si algo llegase a ocurrirle o si su situación económica se agravaba demasiado como para saciar las comodidades del nene.

¿Usted se encuentra bien? ¿No le hemos hecho daño? —bromeó, aunque no notó en él una actitud que se orillase hacia el juego. Parecía perdido, pero no en aquel lugar, sino en el rumbo de su vida. Ella, que trataba con toda clase de personas, sintió una profunda curiosidad por ese desconocido que se había topado en su camino, alterando los ánimos de Mihai, que también parecía atraído por su figura, pues sus enormes ojos no paraban de estudiarlo, ya no con el recelo inicial, sino con suspicacia. Era un niño sumamente avispado, que gozaba de descubrir cosas nuevas, y ese caballero parecía ser su nueva obsesión. Aquella actitud inocente, incomodaba a Julianne, pues no todo el mundo aceptaba a los nenes y sus inquisitivas miradas, que rebelaban demasiado y que exponían aún más.
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Mensaje por Invitado Miér Jul 27, 2016 4:52 pm

Tal vez a Miklós se le hubiera borrado todo rastro de las heridas que, hasta hacía unos momentos, habían mancillado su cuerpo, en pura convivencia con sus abundantísimas cicatrices, pero el aspecto de desharrapado no se lo podía quitar tan fácilmente, y era plenamente consciente de ello. Tampoco le importaba mucho, en realidad; se encontraba frente a una mujer que no pertenecía a los bajos fondos, pero a la que tampoco invitaban a las cortes extranjeras por su título nobiliario, no como a él, antaño... Ella era un término medio que lucía una alianza fina, pero evidente, en sus dedos, revelando al mundo que se encontraba presa en un matrimonio que seguramente no sería feliz, porque ¿cuánto lo eran? Amén de observador, Miklós podía ser un cínico de cuidado cuando le apetecía, y tal parecía que había decidido serlo en aquel instante, al menos hasta que el maldito niño lo miró con los ojos enormes y le borró el comentario mordaz de la punta de la lengua. Al momento, su actitud se suavizó un tanto, motivada por la presencia de la criatura en los brazos de su madre; de forma increíble para aquellos que lo conocieran, e incluso para la mujer que lo acababa de ver con total descaro y desfachatez, incluso, Miklós esbozó una sonrisa que no era una mueca, y le hizo una carantoña al niño en la nariz con la que el infante se echó a reír, encantado por la atención. Lejos habían quedado las lágrimas derramadas en el momento del choque, o más bien del casi choque; el niño estaba cautivado por el húngaro, por el rostro de facciones marcadas en demasía y pómulos tan afilados que cortaban, y sólo entonces elevó él la mirada hacia la mujer, un mudo testigo del inusual encuentro que acababa de tener lugar en el jardín botánico.

– Oh, estoy bien, sí. Únicamente un poco contrariado aquí por el llanto. – bromeó Miklós (¡sí, y sin particular maldad!), y se señaló uno de los oídos, con la mirada lejos del niño y clavada, fija e inusual, en su madre. – Pero no es nada que no se me pase enseguida, ¿señorita...? – preguntó, y antes siquiera de darse él mismo cuenta se descubrió volviendo a las andadas, al Miklós que había dejado abandonado en el Sacro Imperio, a aquel hombre capaz de encantar a cualquiera con una de sus miradas o de sus sonrisas, y que al mismo tiempo que era un vividor era el mejor padre posible para alguien que, en realidad, ni siquiera era hija suya. Si no fuera porque la criatura que sostenía la mujer no era otra fémina, tal vez el paralelismo al completo lo habría desconcertado, pero por suerte pudo reaccionar a tiempo de volver a hacer reír al niño y de, quizá, intrigar aún más a su madre, cuyo nombre todavía ignoraba. – Mi nombre es Miklós, por cierto. – se presentó, cordial y con la musicalidad de su acento húngaro reinando en cada una de las palabras que habían salido de sus labios, pero especialmente en su nombre, que parecía la promesa de algo tan exótico como adictivo. Había tenido muchos años para perfeccionar aquel tono y que le saliera tan natural que ni siquiera tenía que pensar en ello; su pasado de casanova se había encargado de curtirlo en artes que le estaban volviendo a la luz en aquel instante, como demostró al besar la mano de la mujer e impregnarla, así, del aroma de la caléndula con la que había curado antes sus heridas.

Honestamente, había peores aromas de los que impregnarse que del cambiante húngaro y la caléndula; el peor, sin duda, era precisamente la ausencia de dicho olor, pero ni siquiera Miklós era tan cruel para negárselo...
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Mensaje por Julianne MacFarlane Lun Ene 16, 2017 10:08 pm

No recordaba la última vez que había sido tratada de aquella manera, como si se tratase de una mujer, de una dama, de una persona… Quizá fue antes de su matrimonio, incluso antes de la propia muerte de sus padres, cuando aún la sociedad británica la consideraba respetable y la integraba a su círculo más íntimo, y si bien su vida social no era demasiado activa, cuando los MacFarlane recibían una visita, los hombres se inclinaban ante ella y le besaban la mano de la misma forma que ese caballero lo estaba haciendo. Tuvo una remembranza alegre y dolorosa, agridulce, debió contener la emoción. De pronto se sintió Julianne, y no la esposa de Luca, ese borracho violento, escoria de los Basarab. Algo tan simple, le devolvió la identidad por unos momentos, y vio la ironía de su situación. Ella, que desde el anonimato buscaba cuestionar el yugo que los hombres ejercían sobre las mujeres, se desarmaba ante una actitud del sexo opuesto. Justice, seguramente, reprobaría su reacción. Pero en ese momento, simplemente, era Julianne, la madre de Mihai, y sintió libertad en su propia vida, no en la de su otra identidad.


Julianne. Mucho gusto. Y él es Mihai, mi hijo —pasó por alto el detalle de ser denominada “señorita” y con una sonrisa tímida curvándole los labios, retiró suavemente su mano. Se percató de que tenía las mejillas acaloradas y en un intento por disimular su vergüenza, extraída de su personalidad devastada por el constante maltrato, cambió al niño de posición, apoyándolo en su cadera. Mihai, por su parte, se encontraba fascinado con Miklós, sus ojos grandes y dulces no paraban de observarlo, al tiempo que intentaba pronunciar correctamente su nombre. Era un nene curioso y sumamente inteligente, y también muy sensible. En ocasiones, Julianne creía que su hijo podía ver su alma, palpar su tristeza y sentir su alegría. No se trataba de haberlo parido, realmente era un pequeño muy especial, que parecía equilibrar el mundo que lo rodeaba. Cualquiera que se acercase a Mihai, luego se sentía reconfortado, como si la calidez de su alma le llevase paz a las de los demás. Estaba segura que a su hijo lo esperaba un gran futuro, y ese era su motor para soportar y continuar.

Creo que le debemos una disculpa —continuó. — ¿No le gustaría sentarse con nosotros? Tenemos algunas frutas. Es lo mínimo que podemos hacer por usted luego del contratiempo al que lo hemos sometido —hizo un paso hacia atrás y le echó un vistazo al banco que se encontraba a su lado. —Además…algo me dice que tiene hambre —bromeó y sonrió con franqueza, como no lo hacía en demasiadas ocasiones. No porque se tratase de una mujer triste, sino porque no había muchos motivos para hacerlo. Sólo Mihai era capaz de arrancarle momentos de alegría, pero mayormente sus días eran grises. Si no eran las discusiones con su esposo, le llegaban noticias sobre los fracasos –cada vez más frecuentes- de las acciones que sus amigas feministas llevaban adelante. La impotencia se apoderaba de ella y le aguijoneaba el humor, completamente aprisionada en esa vida que no quería, que la limitaba y la obligaba a ser alguien que, sabía, no era. Era en esos momentos cuando maldecía a su hermano, por haberla obligado a casarse para salvar su pellejo, y se odiaba a sí misma por haber aceptado eso, permitiéndole a Boy seguir despilfarrando la fortuna de los MacFarlane y a la que ella había perdido, prácticamente, todo el acceso. Estúpidamente, pensó que su hermano sentaría cabeza y que su sacrificio no sería en vano.
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