AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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A la deriva {Lenore Bradbury}
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A la deriva {Lenore Bradbury}
Habían pasado semanas desde el ataque de los jenízaros al campamento gitano en el que Kala salió herida de un navajazo en el costado. La herida había cicatrizado y le habían quitado los puntos, pero aún estaba sensible al tacto y le dolía en ocasiones. El campamento entero había vuelto a la normalidad, todos habían recuperado sus vidas y quehaceres. Todos salvo Kala. Las pesadillas eran recurrentes y rara era la noche en la que conseguía dormir sin despertarse. Cuando abría los ojos en la oscuridad, el frío de la cama le recordaba todo lo que perdió en aquella fatídica noche. Además, la gente del campamento no ayudaba a olvidar; casi todos querían acompañarla a todas partes, cargar los bultos que tenía que llevar o hacerle los recados que bien podía seguir haciendo ella. La gitana se lo agradecía profundamente, pero llegaba un momento en el que quería hacer cosas sola, sin ayuda. No era una niña indefensa.
Esa tarde era la primera en la que acudía al circo gitano tras el ataque. Diana, la mujer que le había curado la herida, le había asegurado que estaba perfectamente, pero que no debía realizar ejercicios que le supusieran mucho esfuerzo físico. La carpa llevaba tanto tiempo sin ser visitada que lo más probable fuera que necesitara una severa limpieza antes de volver a recibir clientes, así que decidió empezar por ahí.
La carpa la recibió en una semipenumbra rota tan sólo por unos finos rayos de luz que atravesaban las costuras laterales. Miró a su alrededor: todo estaba cubierto de tierra y polvo y había un ligero olor a orina de animal. Los cojines que utilizaba para sentarse estaban cubiertos de manchas oscuras impregnadas en el tejido, y la tetera y las tazas estaban esparcidas por el suelo. Aquel rinconcito del circo, siempre tan bien cuidado y exquisitamente decorado, estaba hecho una verdadera pocilga. Nunca, en todos los años que llevaba trabajando de vidente, había descuidado tanto su carpa. Una oleada de lágrimas la asaltó, humedeciéndole los ojos y obligándola a respirar profundamente. Se acercó a la tetera y la recogió con cuidado, seguida de las tazas y la caja donde guardaba el té. Había hojas mordisqueadas por el suelo en lo que parecía un festín de algún roedor. No se atrevió a oler el interior de la tetera; debería limpiarla a fondo antes de volver a utilizarla.
Siguió ordenando las cosas que tenía allí con un nudo en la garganta que se hacía cada vez más grande. Aquel sitio le traía tantísimos recuerdos que cada pequeña cosa rota o fuera de su lugar la entristecía más y más. De rodillas sobre el duro suelo y con un trapo en la mano, comenzó a limpiar la mesita de madera que separaba a los visitantes de ella. De todo lo que había allí, era lo único que no había sufrido grandes daños. Repasó los dibujos tallados en la superficie con el dedo índice, las letras en tamil que se escondían entre los tallos y las hojas de las flores. Le asaltó el recuerdo de unas manos sobre aquella misma mesa en una noche extraña, como ninguna otra. Levantó la mirada para pararse en el hueco vacío frente a ella donde, por unos segundos, vio al dueño de aquellas manos que la miraba de esa manera tan única que sólo él tenía. Fue demasiado.
Se levantó y salió de la carpa a trompicones. Fuera, el aire era fresco pero no frío. Kala puso las manos en jarras y paseó frente a la entrada con la vista clavada en el suelo. Unos gritos a su espalda hicieron que se diera la vuelta con el ceño fruncido.
—¡Al ladrón! —gritó alguien.
Un crío de no más de trece años salió corriendo de entre la gente sin encontrar demasiada resistencia. Todos estaban tan confusos que apenas se interpusieron en el camino del joven. Más gente se acercó a mirar y empujaron a Kala sin querer hasta la trayectoria del ladronzuelo. Éste, al encontrársela de frente, intentó esquivarla, pero terminó chocándose contra ella y cayeron los dos al suelo. Toda la gente alrededor se entretuvo intentando dar caza al chico, olvidándose de la gitana. Kala sintió un dolor agudo en el costado junto con el dolor del golpe en la cabeza. Se giró para quedar de lado e incorporó el torso, dejando ambas piernas dobladas hacia el mismo lado. Nadie parecía haberse dado cuenta de que estaba allí, puesto que todos habían desaparecido. Suspiró largo y tendido y fue a incorporarse cuando vio una mano amiga tendida frente a ella, esperando para ayudarla a levantarse.
Esa tarde era la primera en la que acudía al circo gitano tras el ataque. Diana, la mujer que le había curado la herida, le había asegurado que estaba perfectamente, pero que no debía realizar ejercicios que le supusieran mucho esfuerzo físico. La carpa llevaba tanto tiempo sin ser visitada que lo más probable fuera que necesitara una severa limpieza antes de volver a recibir clientes, así que decidió empezar por ahí.
La carpa la recibió en una semipenumbra rota tan sólo por unos finos rayos de luz que atravesaban las costuras laterales. Miró a su alrededor: todo estaba cubierto de tierra y polvo y había un ligero olor a orina de animal. Los cojines que utilizaba para sentarse estaban cubiertos de manchas oscuras impregnadas en el tejido, y la tetera y las tazas estaban esparcidas por el suelo. Aquel rinconcito del circo, siempre tan bien cuidado y exquisitamente decorado, estaba hecho una verdadera pocilga. Nunca, en todos los años que llevaba trabajando de vidente, había descuidado tanto su carpa. Una oleada de lágrimas la asaltó, humedeciéndole los ojos y obligándola a respirar profundamente. Se acercó a la tetera y la recogió con cuidado, seguida de las tazas y la caja donde guardaba el té. Había hojas mordisqueadas por el suelo en lo que parecía un festín de algún roedor. No se atrevió a oler el interior de la tetera; debería limpiarla a fondo antes de volver a utilizarla.
Siguió ordenando las cosas que tenía allí con un nudo en la garganta que se hacía cada vez más grande. Aquel sitio le traía tantísimos recuerdos que cada pequeña cosa rota o fuera de su lugar la entristecía más y más. De rodillas sobre el duro suelo y con un trapo en la mano, comenzó a limpiar la mesita de madera que separaba a los visitantes de ella. De todo lo que había allí, era lo único que no había sufrido grandes daños. Repasó los dibujos tallados en la superficie con el dedo índice, las letras en tamil que se escondían entre los tallos y las hojas de las flores. Le asaltó el recuerdo de unas manos sobre aquella misma mesa en una noche extraña, como ninguna otra. Levantó la mirada para pararse en el hueco vacío frente a ella donde, por unos segundos, vio al dueño de aquellas manos que la miraba de esa manera tan única que sólo él tenía. Fue demasiado.
Se levantó y salió de la carpa a trompicones. Fuera, el aire era fresco pero no frío. Kala puso las manos en jarras y paseó frente a la entrada con la vista clavada en el suelo. Unos gritos a su espalda hicieron que se diera la vuelta con el ceño fruncido.
—¡Al ladrón! —gritó alguien.
Un crío de no más de trece años salió corriendo de entre la gente sin encontrar demasiada resistencia. Todos estaban tan confusos que apenas se interpusieron en el camino del joven. Más gente se acercó a mirar y empujaron a Kala sin querer hasta la trayectoria del ladronzuelo. Éste, al encontrársela de frente, intentó esquivarla, pero terminó chocándose contra ella y cayeron los dos al suelo. Toda la gente alrededor se entretuvo intentando dar caza al chico, olvidándose de la gitana. Kala sintió un dolor agudo en el costado junto con el dolor del golpe en la cabeza. Se giró para quedar de lado e incorporó el torso, dejando ambas piernas dobladas hacia el mismo lado. Nadie parecía haberse dado cuenta de que estaba allí, puesto que todos habían desaparecido. Suspiró largo y tendido y fue a incorporarse cuando vio una mano amiga tendida frente a ella, esperando para ayudarla a levantarse.
Última edición por Kala Bhansali el Sáb Jul 16, 2016 5:13 am, editado 1 vez
Kala Bhansali- Gitano
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Re: A la deriva {Lenore Bradbury}
“The things you do for yourself
are gone when you are gone,
but the things you do for others
remain as your legacy.”
― Kalu Ndukwe Kalu
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but the things you do for others
remain as your legacy.”
― Kalu Ndukwe Kalu
Los últimos meses habían sido mas que caóticos para Lenore, la libertad que le entregó Thibault era ahora una carga en su ausencia, no podía regresar a pasar sus ratos libres a casa puesto que desde hacía medio año que dejó de hacerlo, pero tampoco podía estar fuera sin un lugar a donde ir. Él la dejó, sin decir palabra o dejar rastro, simplemente le dio la espalda, bloqueando su mente y con ello, la capacidad de rastrearlo, un vacío enorme fue todo le que le dejó en vez de alma y corazón.
El recuerdo de los gemelos huyendo de casa, el rostro inocente de Cecile, inerte y sin vida, los labios azules a causa del agua ocupando el lugar del aire dentro de ellos, las fechas no ayudaban, y los recuerdos abrumaban su mente ¿dónde estaba Milo cuando mas lo necesitaba?
Ese fue el motivo por el cual aún no regresaba a casa desde la noche previa, pasó toda la noche sobrevolando la ciudad parisina, y ahora, cansada y con hambre, recorría las calles como humana, rebuscando entre los rostros, intentando encontrarse uno lo suficientemente familiar como para correr al refugio de sus brazos.
¿Aquella búsqueda incluía el circo gitano? Realmente no se dio cuenta del momento exacto en el que sus pies tomaron ese rumbo, quizá fue su subconsciente pidiendo a gritos un rayo de color y alegría en medio de todos los días nublados que ahora vivía.
El aroma a comida y tabaco, a incienso y sudor, se mezclaban para otorgar una combinación un tanto atosigante. Su mirada curiosa brincaba de un lado a otro, sus oídos apabullados por la diversidad de sonidos, todo comenzó a girar para ella, tuvo que detenerse del poste de la carpa cercana para no caer, necesitaba algo en que concentrarse… y que comer, definitivamente todo iría mejor si comía.
Aquel grito de advertencia fue lo que necesito, la rubia melena se agitó a la par que su cabeza giraba para buscar el origen del mismo, sus ojos verdosos no tardaron en encontrarlo, un chico menor que ella, corriendo y brincando, surcando el mar de gente que comenzaba a congregarse, lo siguió con la mirada, dispuesta a tomar cartas en el asunto aunque ¿qué exactamente?. Los pequeños pasos pronto se convirtieron en agiles zancadas, el faldón ondeaba ante la premura de sus pasos, estiró la mano y lo único que logró fue sentir el borde del chaleco de aquel chico, después, paró en seco.
Aquella carrera no duró demasiado, ante ella, aquel niño de tez morena cayó de espaldas dando tiempo al resto de los persecutores de llegar a él, pero ¿y el muro con el que chocó? Lenore dirigió su mirada y se topó con un espacio vacío, nada mas que el paisaje se levantaba frente a ella, sus ojos se deslizaron con suavidad sobre la imagen hasta llegar a la tierra, donde una mujer con facies dolorosa estaba apunto de ser aplastada por los mirones que llegaban a ver y escuchar la reprimenda y golpes que le daban al joven ladrón.
Sin pensarlo realmente, alargó una mano hacia la mujer, tomándola por la muñeca y jalándola con suavidad para ayudarle a incorporarse ―¿Esta bien? - la quitó del paso de la estampida que llegaba, era sorprendente la cantidad de gente que podía reunirse en ese lugar ―Venga, vamos a que se siente - se posó con cuidado debajo de su brazo, una imagen maternal a ojos ajenos, y con cuidado, la ayudó a sentarse en un tronco cercano
El recuerdo de los gemelos huyendo de casa, el rostro inocente de Cecile, inerte y sin vida, los labios azules a causa del agua ocupando el lugar del aire dentro de ellos, las fechas no ayudaban, y los recuerdos abrumaban su mente ¿dónde estaba Milo cuando mas lo necesitaba?
Ese fue el motivo por el cual aún no regresaba a casa desde la noche previa, pasó toda la noche sobrevolando la ciudad parisina, y ahora, cansada y con hambre, recorría las calles como humana, rebuscando entre los rostros, intentando encontrarse uno lo suficientemente familiar como para correr al refugio de sus brazos.
¿Aquella búsqueda incluía el circo gitano? Realmente no se dio cuenta del momento exacto en el que sus pies tomaron ese rumbo, quizá fue su subconsciente pidiendo a gritos un rayo de color y alegría en medio de todos los días nublados que ahora vivía.
El aroma a comida y tabaco, a incienso y sudor, se mezclaban para otorgar una combinación un tanto atosigante. Su mirada curiosa brincaba de un lado a otro, sus oídos apabullados por la diversidad de sonidos, todo comenzó a girar para ella, tuvo que detenerse del poste de la carpa cercana para no caer, necesitaba algo en que concentrarse… y que comer, definitivamente todo iría mejor si comía.
Aquel grito de advertencia fue lo que necesito, la rubia melena se agitó a la par que su cabeza giraba para buscar el origen del mismo, sus ojos verdosos no tardaron en encontrarlo, un chico menor que ella, corriendo y brincando, surcando el mar de gente que comenzaba a congregarse, lo siguió con la mirada, dispuesta a tomar cartas en el asunto aunque ¿qué exactamente?. Los pequeños pasos pronto se convirtieron en agiles zancadas, el faldón ondeaba ante la premura de sus pasos, estiró la mano y lo único que logró fue sentir el borde del chaleco de aquel chico, después, paró en seco.
Aquella carrera no duró demasiado, ante ella, aquel niño de tez morena cayó de espaldas dando tiempo al resto de los persecutores de llegar a él, pero ¿y el muro con el que chocó? Lenore dirigió su mirada y se topó con un espacio vacío, nada mas que el paisaje se levantaba frente a ella, sus ojos se deslizaron con suavidad sobre la imagen hasta llegar a la tierra, donde una mujer con facies dolorosa estaba apunto de ser aplastada por los mirones que llegaban a ver y escuchar la reprimenda y golpes que le daban al joven ladrón.
Sin pensarlo realmente, alargó una mano hacia la mujer, tomándola por la muñeca y jalándola con suavidad para ayudarle a incorporarse ―¿Esta bien? - la quitó del paso de la estampida que llegaba, era sorprendente la cantidad de gente que podía reunirse en ese lugar ―Venga, vamos a que se siente - se posó con cuidado debajo de su brazo, una imagen maternal a ojos ajenos, y con cuidado, la ayudó a sentarse en un tronco cercano
Lenore Bradbury- Cambiante Clase Media
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Re: A la deriva {Lenore Bradbury}
Después de la caída le costó unos pocos segundos centrarse en lo que estaba pasando. Se llevó la mano primero al costado y se palpó la cicatriz; no parecía que se hubiera abierto de nuevo. Suspiró más tranquila y después se llevó esa misma mano a la cabeza. Por suerte, no había sido un golpe demasiado fuerte, pero la confusión sobre lo que estaba pasando seguía rondándola. La muchedumbre se agolpó sobre el joven ladrón dispuestos a darle su merecido, todo ello sin percatarse de que la gitana estaba allí. En cuanto vio la mano que le tendía aquella chica la agarró sin dudarlo y se incorporó.
—Sí —contestó más por inercia que porque fuera cierto.
Sujeta por la joven rubia, Kala salió de la calle principal del circo y se apartaron quedándose entre dos carpas. Un tronco viejo les sirvió de asiento, cosa que agradeció profundamente. Se sentó cargando el peso sobre las manos, apoyadas en el borde, y tomó aire profundamente. La pelea con el chico seguía frente a ellas, pero Kala intentó olvidarla para poder así relajarse. Cuando se hubo calmado, se levantó la camisa y miró la cicatriz, que se había abierto un poco. Una pequeña gotita de sangre, como la cabeza de un alfiler, asomaba tímida en uno de los bordes. Dejó caer la prenda y suspiró. Al menos, no era nada grave.
Levantó la mirada y la dirigió hasta su salvadora. Parecía una niña a sus ojos, pero había algo en ella que le decía que había vivido más años de los que aparentaba. De cuerpo menudo, parecía mentira que se hubiera atrevido a meterse en la pelea para sacarla a ella, una persona que no conocía de nada. Desde luego, no cualquiera lo hubiera hecho, y menos por alguien del campamento gitano. Le sonrió ampliamente.
—Gracias por sacarme de ahí —dijo, irguiendo la espalda—. Creía que no iba a contarlo.
La tranquilidad que le proporcionaba estar alejada del ajetreo le hizo darse cuenta de que tenía más magulladuras en sitios que no había notado antes. Los codos estaban raspados y comenzaron a escocerle, al igual que la palma de la mano derecha. Limpió la tierra de las heridas con la falda y las examinó una a una. Con el movimiento, cambió las piernas de posición y sintió un agudo dolor en el trasero. En la caída debió haberse clavado alguna piedra, con lo que aquel golpe terminaría convirtiéndose en un doloroso cardenal. Alzó las cejas en un gesto de resignación.
—No estoy siendo muy afortunada últimamente —comentó soltando una risa suave—. La última vez intentaron incendiar la carpa donde trabajo. —Volvió a sonreírle y desvió la mirada hacia la muchedumbre—. No suelen ocurrir peleas por aquí, pero siempre hay excepciones, supongo. Es una lástima que no hayas visto la cara más amable de este lugar.
Parecía que habían dejado de azotar al ladrón, pero ahora éste tenía que defenderse ante el hombre que lo acusaba. El niño aseguraba que no había robado, sino que lo había encontrado en el suelo; el hombre, al contrario, estaba convencido de que lo llevaba en el bolsillo y de que había sentido una mano dentro. El eterno tira y afloja, la palabra de uno contra la del otro.
—Me llamo Kala —se presentó, levantándose del tronco y olvidándose de los demás—. ¿Qué puedo hacer para agradecerte que me ayudaras? Te invitaría a beber un té, pero mi carpa está hecha un desastre. —Su cara mostró una sonrisa que intentaba ser amable, pero denotaba la tristeza que le produjo recordar.
—Sí —contestó más por inercia que porque fuera cierto.
Sujeta por la joven rubia, Kala salió de la calle principal del circo y se apartaron quedándose entre dos carpas. Un tronco viejo les sirvió de asiento, cosa que agradeció profundamente. Se sentó cargando el peso sobre las manos, apoyadas en el borde, y tomó aire profundamente. La pelea con el chico seguía frente a ellas, pero Kala intentó olvidarla para poder así relajarse. Cuando se hubo calmado, se levantó la camisa y miró la cicatriz, que se había abierto un poco. Una pequeña gotita de sangre, como la cabeza de un alfiler, asomaba tímida en uno de los bordes. Dejó caer la prenda y suspiró. Al menos, no era nada grave.
Levantó la mirada y la dirigió hasta su salvadora. Parecía una niña a sus ojos, pero había algo en ella que le decía que había vivido más años de los que aparentaba. De cuerpo menudo, parecía mentira que se hubiera atrevido a meterse en la pelea para sacarla a ella, una persona que no conocía de nada. Desde luego, no cualquiera lo hubiera hecho, y menos por alguien del campamento gitano. Le sonrió ampliamente.
—Gracias por sacarme de ahí —dijo, irguiendo la espalda—. Creía que no iba a contarlo.
La tranquilidad que le proporcionaba estar alejada del ajetreo le hizo darse cuenta de que tenía más magulladuras en sitios que no había notado antes. Los codos estaban raspados y comenzaron a escocerle, al igual que la palma de la mano derecha. Limpió la tierra de las heridas con la falda y las examinó una a una. Con el movimiento, cambió las piernas de posición y sintió un agudo dolor en el trasero. En la caída debió haberse clavado alguna piedra, con lo que aquel golpe terminaría convirtiéndose en un doloroso cardenal. Alzó las cejas en un gesto de resignación.
—No estoy siendo muy afortunada últimamente —comentó soltando una risa suave—. La última vez intentaron incendiar la carpa donde trabajo. —Volvió a sonreírle y desvió la mirada hacia la muchedumbre—. No suelen ocurrir peleas por aquí, pero siempre hay excepciones, supongo. Es una lástima que no hayas visto la cara más amable de este lugar.
Parecía que habían dejado de azotar al ladrón, pero ahora éste tenía que defenderse ante el hombre que lo acusaba. El niño aseguraba que no había robado, sino que lo había encontrado en el suelo; el hombre, al contrario, estaba convencido de que lo llevaba en el bolsillo y de que había sentido una mano dentro. El eterno tira y afloja, la palabra de uno contra la del otro.
—Me llamo Kala —se presentó, levantándose del tronco y olvidándose de los demás—. ¿Qué puedo hacer para agradecerte que me ayudaras? Te invitaría a beber un té, pero mi carpa está hecha un desastre. —Su cara mostró una sonrisa que intentaba ser amable, pero denotaba la tristeza que le produjo recordar.
Kala Bhansali- Gitano
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Re: A la deriva {Lenore Bradbury}
“When everything has gone down,
God wants you
to look up”
― Richmond Akhigbe
God wants you
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― Richmond Akhigbe
Bajó con lentitud el brazo de la mujer cuando por fin la hubo sentado, se irguió despacio, el alboroto seguía a sus espaldas, pero Lenore tenía su atención en la mujer de tez morena, realmente estaba preocupada puesto que la confusión era clara en su mirada. ―N-no, no hay de que - que la mujer le dirigiera la palabra agradeciendo en lugar de proferir alguna queja en cuanto al dolor sorprendió a Lenore.
La rubia entreabrió los labios, el dolor físico era algo que a ella ya no le afectaba, pero no dejaba de sentir una ligera opresión en el pecho al ver el dolor ajeno, así no conociera a la persona en cuestión. Una media sonrisa apareció en sus labios, tenía el ceño fruncido de preocupación así que aquel gesto fue mas forzado que cercano a sincero.
No supo como reaccionar, si su carpa había sido quemada y llevada a la nada ¿donde vivía? ¿que hacía? agachó la mirada llena de tristeza, aquella situación no le era desconocida, su hogar fue llevado hasta las cenizas, no físicamente, pero s asemejaba bastante, o al menos así lo vio la cambiante. La anotación sobre el comportamiento ajeno y lo que ocurría en el campamento la hizo salir de su ensimismamiento.
Levantó la vista y giró la cabeza para ver sobre su hombro a la muchedumbre que gritaba y manoteaba en el aire, gritaban palabras en un lenguaje que hasta la fecha, solo sabía que lo hablaban entre ellos ―No suelo venir por aquí- -de hecho era la primera vez que iba- ―Solía ir a un campamento mucho mas pequeño en Marsella, mis herma... - aquello le dolió, le costó trabajo completar la palabra ―Supongo que siempre hay momentos para cada situación - prefirió cambiar el rumbo.
Su vista nuevamente se dirigió al tumulto, sintió lástima por aquel pobre chico que estaba siendo zarandeado por los adultos, algunos aventaban palos en su dirección, otros mas cobardes, arrojaban piedras y escondían la mano. Lenore tenía la mandíbula tensa y el ceño fruncido, le desagradaban ese tipo de situaciones.
La presentación de la mujer llamó nuevamente su atención y esta vez, una sonrisa amplia, inocente y sincera apareció en su rostro ―Lenore Bradbury - estiró la diestra en dirección a quien llevaba por nombre Kala para después negar apenada ―No, no hay necesidad, lo hice porque pues... no podía dejarle allí, y...- sintió lástima al escuchar lo de su carpa, Kala estaba herida y su tienda destrozada, pero aun así pensaba en remunerarle de alguna manera; quizás ella podría decirle donde estaban sus hermanos, a donde había ido Milo... que había sido de Thibault, no, aquello era tomar ventaja de una situación lastimera ―¿Q-quiere que le ayude en cu carpa? o al menos ir a que le revisen los raspones - la mirada inocente de la rubia no escondía malas intenciones.
La rubia entreabrió los labios, el dolor físico era algo que a ella ya no le afectaba, pero no dejaba de sentir una ligera opresión en el pecho al ver el dolor ajeno, así no conociera a la persona en cuestión. Una media sonrisa apareció en sus labios, tenía el ceño fruncido de preocupación así que aquel gesto fue mas forzado que cercano a sincero.
No supo como reaccionar, si su carpa había sido quemada y llevada a la nada ¿donde vivía? ¿que hacía? agachó la mirada llena de tristeza, aquella situación no le era desconocida, su hogar fue llevado hasta las cenizas, no físicamente, pero s asemejaba bastante, o al menos así lo vio la cambiante. La anotación sobre el comportamiento ajeno y lo que ocurría en el campamento la hizo salir de su ensimismamiento.
Levantó la vista y giró la cabeza para ver sobre su hombro a la muchedumbre que gritaba y manoteaba en el aire, gritaban palabras en un lenguaje que hasta la fecha, solo sabía que lo hablaban entre ellos ―No suelo venir por aquí- -de hecho era la primera vez que iba- ―Solía ir a un campamento mucho mas pequeño en Marsella, mis herma... - aquello le dolió, le costó trabajo completar la palabra ―Supongo que siempre hay momentos para cada situación - prefirió cambiar el rumbo.
Su vista nuevamente se dirigió al tumulto, sintió lástima por aquel pobre chico que estaba siendo zarandeado por los adultos, algunos aventaban palos en su dirección, otros mas cobardes, arrojaban piedras y escondían la mano. Lenore tenía la mandíbula tensa y el ceño fruncido, le desagradaban ese tipo de situaciones.
La presentación de la mujer llamó nuevamente su atención y esta vez, una sonrisa amplia, inocente y sincera apareció en su rostro ―Lenore Bradbury - estiró la diestra en dirección a quien llevaba por nombre Kala para después negar apenada ―No, no hay necesidad, lo hice porque pues... no podía dejarle allí, y...- sintió lástima al escuchar lo de su carpa, Kala estaba herida y su tienda destrozada, pero aun así pensaba en remunerarle de alguna manera; quizás ella podría decirle donde estaban sus hermanos, a donde había ido Milo... que había sido de Thibault, no, aquello era tomar ventaja de una situación lastimera ―¿Q-quiere que le ayude en cu carpa? o al menos ir a que le revisen los raspones - la mirada inocente de la rubia no escondía malas intenciones.
Lenore Bradbury- Cambiante Clase Media
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Re: A la deriva {Lenore Bradbury}
El efecto de la trifulca ya había pasado en Kala, pero no así en Lenore. No la quiso mirar directamente para no asustarla más de lo que ya estaba, pero pudo apreciar la preocupación en sus ojos y en la postura de su cuerpo. Lo que no tenía claro era si lo que la afligía era la pelea del circo o el estado físico de ella. Había sido un golpe fuerte y doloroso, pero la gitana se encontraba bien, dentro de las circunstancias. Los raspones sanarían sin mayor dificultad, y lo más probable era que no le quedara ninguna marca. Siempre había sido una niña cuya piel se regeneraba sin dar mayores problemas, por lo que apenas tenía cicatrices físicas de su niñez. Las del corazón, sin embargo, siempre eran más difíciles de curar, y Kala guardaba muchas que seguían abiertas a pesar de los años.
Cuando se sintió algo más recuperada decidió levantarse del tronco. A pesar del cuerpo dolorido, no quería que la joven se inquietara porque no podía andar. La pelea seguía, pero la vidente prefirió no seguir mirando. Poco era lo que ella o la joven a su lado podían hacer. Había visto muchas de esas y sabía que parecían más feroces de lo que realmente eran. El joven no saldría muy malherido, pero si con un gran escarmiento. Aún así, si le pareció que la gente se estaba ensañando más de lo normal, probablemente por culpa de gente que estaba de paso y buscaba pelea. La gran sonrisa de Lenore la trajo de nuevo a su realidad. Kala se la devolvió gustosa y alargó la mano para estrechar la ajena.
—Gracias igualmente, Lenore. No son muchos los que se meterían a sacar a alguien de una pelea así —comentó. Realmente admiraba la bravura de la muchacha y la rapidez con la que había actuado bajo presión—. Te agradezco la ayuda, pero no quiero molestarte con la carpa. Volveré otro día a arreglarla, espero tener más suerte.
Cuando la cambiante mencionó los arañazos, volvió a mirarlos. Aunque podía dejarlos así, no era mala idea limpiarlos con un poco de agua. Así aprovecharían para salir de aquella zona, emponzoñada por la pelea. Miró a su alrededor y vio la carpa de un viejo amigo no muy lejos de allí. Podrían esperar allí dentro a que se pasara todo aquello sin mayor problema.
—Vayamos a esa carpa de allí, conozco al dueño. Podremos descansar, y aprovecharé también para limpiarme los raspones —sugirió—. Además, el hombre que trabaja ahí puede echarle una mano al muchacho —dijo, refiriéndose al joven ladronzuelo—. Creo que ya ha aprendido la lección.
Con un gesto de la mano, invitó a que la joven la siguiera. Su destino no estaba lejos, pero rodeó el tumulto de gente para evitar volver a sufrir un accidente. Al llegar a la carpa comprobó que la tela que hacía las veces de puerta estaba entreabierta, lo que significaba que no había ningún cliente en ese momento. Kala la abrió con una mano y se asomó al interior. El hombre, de nombre Gabriel, la recibió con una sonrisa y enseguida la invitó a entrar. Aquella carpa era muy distinta a la suya, pero tenía ese espíritu tan único que situaba al dueño dentro de ella. Gabriel era un tipo peculiar y no mucha gente se atrevía a entrar en aquel lugar. Siempre solía llevar la cara empolvada de un sutil tono blanquecino y los ojos delineados con kohl. Muchos decían de él que se vestía como una mujer por los placeres carnales de los que éstas disfrutaban, y él no les sacaba de su error. Kala sabía que, en realidad, se pintaba los ojos porque solía padecer conjuntivitis con frecuencia, y el kohl ayudaba a evitarlo. El empolvado era, simplemente, puro dramatismo, al igual que su vestimenta.
—Gracias por dejarnos pasar, Gabriel. Hoy vengo acompañada —saludó mientras posaba una mano en la espalda de Lenore, invitándola a pasar—. Se ha armado una buena ahí fuera. —En pocas palabras resumió el origen de la pelea y de sus heridas. El hombre, siempre dispuesto a ayudar, le tendió un pequeño vaso de agua y un trapo suave para que las limpiara. Después salió de la carpa, dejando a las dos jóvenes a solas—. Sé que tiene un aspecto extraño, pero es buena persona. Seguro que ha salido a buscar ayuda para el chico.
Empapó el trapo en el vaso y, con suavidad, empezó a limpiar las heridas todavía frescas.
Cuando se sintió algo más recuperada decidió levantarse del tronco. A pesar del cuerpo dolorido, no quería que la joven se inquietara porque no podía andar. La pelea seguía, pero la vidente prefirió no seguir mirando. Poco era lo que ella o la joven a su lado podían hacer. Había visto muchas de esas y sabía que parecían más feroces de lo que realmente eran. El joven no saldría muy malherido, pero si con un gran escarmiento. Aún así, si le pareció que la gente se estaba ensañando más de lo normal, probablemente por culpa de gente que estaba de paso y buscaba pelea. La gran sonrisa de Lenore la trajo de nuevo a su realidad. Kala se la devolvió gustosa y alargó la mano para estrechar la ajena.
—Gracias igualmente, Lenore. No son muchos los que se meterían a sacar a alguien de una pelea así —comentó. Realmente admiraba la bravura de la muchacha y la rapidez con la que había actuado bajo presión—. Te agradezco la ayuda, pero no quiero molestarte con la carpa. Volveré otro día a arreglarla, espero tener más suerte.
Cuando la cambiante mencionó los arañazos, volvió a mirarlos. Aunque podía dejarlos así, no era mala idea limpiarlos con un poco de agua. Así aprovecharían para salir de aquella zona, emponzoñada por la pelea. Miró a su alrededor y vio la carpa de un viejo amigo no muy lejos de allí. Podrían esperar allí dentro a que se pasara todo aquello sin mayor problema.
—Vayamos a esa carpa de allí, conozco al dueño. Podremos descansar, y aprovecharé también para limpiarme los raspones —sugirió—. Además, el hombre que trabaja ahí puede echarle una mano al muchacho —dijo, refiriéndose al joven ladronzuelo—. Creo que ya ha aprendido la lección.
Con un gesto de la mano, invitó a que la joven la siguiera. Su destino no estaba lejos, pero rodeó el tumulto de gente para evitar volver a sufrir un accidente. Al llegar a la carpa comprobó que la tela que hacía las veces de puerta estaba entreabierta, lo que significaba que no había ningún cliente en ese momento. Kala la abrió con una mano y se asomó al interior. El hombre, de nombre Gabriel, la recibió con una sonrisa y enseguida la invitó a entrar. Aquella carpa era muy distinta a la suya, pero tenía ese espíritu tan único que situaba al dueño dentro de ella. Gabriel era un tipo peculiar y no mucha gente se atrevía a entrar en aquel lugar. Siempre solía llevar la cara empolvada de un sutil tono blanquecino y los ojos delineados con kohl. Muchos decían de él que se vestía como una mujer por los placeres carnales de los que éstas disfrutaban, y él no les sacaba de su error. Kala sabía que, en realidad, se pintaba los ojos porque solía padecer conjuntivitis con frecuencia, y el kohl ayudaba a evitarlo. El empolvado era, simplemente, puro dramatismo, al igual que su vestimenta.
—Gracias por dejarnos pasar, Gabriel. Hoy vengo acompañada —saludó mientras posaba una mano en la espalda de Lenore, invitándola a pasar—. Se ha armado una buena ahí fuera. —En pocas palabras resumió el origen de la pelea y de sus heridas. El hombre, siempre dispuesto a ayudar, le tendió un pequeño vaso de agua y un trapo suave para que las limpiara. Después salió de la carpa, dejando a las dos jóvenes a solas—. Sé que tiene un aspecto extraño, pero es buena persona. Seguro que ha salido a buscar ayuda para el chico.
Empapó el trapo en el vaso y, con suavidad, empezó a limpiar las heridas todavía frescas.
Kala Bhansali- Gitano
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Re: A la deriva {Lenore Bradbury}
“I'll rise and fall, let me take credit for both.”
― Pearl Jam, Vitalogy Letras
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Sabía que no había mucho que pudiera hacer, sabía que aquello tarde o temprano se calmaría, pero no pudo evitar que su mente se dividiera en dos y que una volara lejos, a los recuerdo de su infancia donde el único refugio que tenía eran los brazos de su hermano. La joven nunca se había considerado como alguien valiente y su madre solía recordarle como tenía la facilidad para huir de los problemas, por mas que fuera ella por años quien los había soportado.
La voz de Kala le pareció algo similar a un bálsamo, a pesar de que ella misma estaba destrozada, física y emocionalmente, el tono en su voz no era otro mas que calmo, maternal, algo a lo que la cambiante decidió aferrarse.
―No lo es... - aquella respuesta fue mas un susurro, no quería obligarla a hacer algo que podría resultarle mas doloroso que las magulladuras en el cuerpo, Lenore sabía de ello, por lo que no insitió mas, simplemente dejó que la voz queda se perdiera entre el bullicio del ambiente y afirmó son suavidad. Su mirada iba de las pequeñas heridas al rostro de la gitana, hasta que ésta mencionó la carpa ajena que podría servirles de base para calmar los nervios y la inminente molestia física que probablemente la gitana escondía.
El corazón de Lenore encontró alivio con aquella promesa de un salvador para el chico que sin duda, habría aprendido su lección. La siguió en silencio, caminando detrás de ella, pero cercana a su costado por si necesitaba un apoyo ¿era por eso? o era mas bien porque en medio de un mar de gente encontró alguien que no la vio con desprecio. Tragó saliva y entró en el recinto folkloricamente adornado pero extrañamente, ordenado.
El hombre llamado Gabriel se acercó a ella con ademanes exagerados de caballería y galantería, haciendo una reverencia por lo mas actuada pero sincera, extendiendo su mano para tomar la ajena y depositar un beso en el dorso, Lenore sonrió divertida e infantil, inocente como hasta ahora se mantenía. Le miró retirarse y regresó su atención a Kala cuando esta excusó a su amigo ―He conocido personas con aspecto terrorífico sin necesidad de maquillaje, él por otro lado, me parece lo mas normal y agradable posible - lo decía con conocimiento de causa Thibault no utilizaba ningún tipo de ropa exótica o máscara y provocaba que los vellos se erizaran.
La mirada curiosa de la joven comenzó a indagar en el interior de la carpa mientras sus pies, con cautela, la guiaban hasta donde sus ojos querían mirar sin alejarse tanto de la gitana ―¿Que le pasó a su carpa? - aquella pregunta salió de sus labios sin que su cerebro realmente la registrara, y cuando lo hizó, se giró sobre sus talones y se cubrió la boca apenada ―L-lo lamento, no, no quiero ser entrometida, es algo que no me importa yo...- tenía un gran defecto, cuando estaba nerviosa, s notaba de aquí a mil leguas.
La voz de Kala le pareció algo similar a un bálsamo, a pesar de que ella misma estaba destrozada, física y emocionalmente, el tono en su voz no era otro mas que calmo, maternal, algo a lo que la cambiante decidió aferrarse.
―No lo es... - aquella respuesta fue mas un susurro, no quería obligarla a hacer algo que podría resultarle mas doloroso que las magulladuras en el cuerpo, Lenore sabía de ello, por lo que no insitió mas, simplemente dejó que la voz queda se perdiera entre el bullicio del ambiente y afirmó son suavidad. Su mirada iba de las pequeñas heridas al rostro de la gitana, hasta que ésta mencionó la carpa ajena que podría servirles de base para calmar los nervios y la inminente molestia física que probablemente la gitana escondía.
El corazón de Lenore encontró alivio con aquella promesa de un salvador para el chico que sin duda, habría aprendido su lección. La siguió en silencio, caminando detrás de ella, pero cercana a su costado por si necesitaba un apoyo ¿era por eso? o era mas bien porque en medio de un mar de gente encontró alguien que no la vio con desprecio. Tragó saliva y entró en el recinto folkloricamente adornado pero extrañamente, ordenado.
El hombre llamado Gabriel se acercó a ella con ademanes exagerados de caballería y galantería, haciendo una reverencia por lo mas actuada pero sincera, extendiendo su mano para tomar la ajena y depositar un beso en el dorso, Lenore sonrió divertida e infantil, inocente como hasta ahora se mantenía. Le miró retirarse y regresó su atención a Kala cuando esta excusó a su amigo ―He conocido personas con aspecto terrorífico sin necesidad de maquillaje, él por otro lado, me parece lo mas normal y agradable posible - lo decía con conocimiento de causa Thibault no utilizaba ningún tipo de ropa exótica o máscara y provocaba que los vellos se erizaran.
La mirada curiosa de la joven comenzó a indagar en el interior de la carpa mientras sus pies, con cautela, la guiaban hasta donde sus ojos querían mirar sin alejarse tanto de la gitana ―¿Que le pasó a su carpa? - aquella pregunta salió de sus labios sin que su cerebro realmente la registrara, y cuando lo hizó, se giró sobre sus talones y se cubrió la boca apenada ―L-lo lamento, no, no quiero ser entrometida, es algo que no me importa yo...- tenía un gran defecto, cuando estaba nerviosa, s notaba de aquí a mil leguas.
Lenore Bradbury- Cambiante Clase Media
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Re: A la deriva {Lenore Bradbury}
Cuando entró en la tienda de Gabriel se aseguró de que Lenore no se quedaba fuera. Allí dentro estaban seguras las dos, lejos de los gritos y la muchedumbre. Si, por algún motivo, la pelea volvía a empezar, Kala sabía que no les afectaría más allá del susto inicial por el alboroto. La gitana tomó asiento allí donde los clientes se sentaban y miró de reojo las maneras del hombre. Siempre tan pomposo y encantador. Había conseguido sacarle una sonrisa a Lenore, que en aquel momento le pareció más niña todavía. De pronto sintió curiosidad por saber qué hacía allí, sola en el circo, pero se guardó sus preguntas y continuó limpiando las heridas.
De vez en cuando su cara mostraba una mueca de dolor ante el escozor del agua sobre los raspones. Ahora que estaba más tranquila, había descubierto que tenía más de los que pensaba. Levantó la camisa ligeramente para comprobar la herida del costado. Esa sí le preocupaba, más que cualquier otra. Había llegado a ser muy grave, y Kala sabía bien que, de no haber sido por la magia, lo más probable es que no estuviera entre los vivos. Pasó el trapo con suavidad limpiando el pequeño punto de sangre que había expulsado la cicatriz. La primera impresión no le había fallado; la herida se había abierto, pero era tan poco que no necesitaría más puntos. Escuchó las palabras de Diana en su cabeza, el aviso de que no hiciera grandes esfuerzos. Sonrió para sí, triste. A ella, volver a la normalidad le iba a costar mucho más que al resto.
Los movimientos mecánicos de limpieza habían hecho que su mente saliera de la carpa de Gabriel para irse a cualquier otra parte. Pensó en la suya, tan sucia que necesitaría más de una jornada para limpiarla. Quería haberlo hecho sola, pero ahora se daba cuenta de que necesitaría la ayuda de alguien para dejarla como antes. Su mente siguió volando, hasta que llegó a él. Paró el movimiento que realizaba su brazo insconscientemente y sus ojos miraron a un punto fijo indefinido. Estaba a punto de entrar en una espiral de angustia y congoja cuando la voz de Lenore la sacó de su ensoñación, salvándola otra vez.
Juntó las manos frente a ella y la miró. Se la veía nerviosa, igual que a un niño que se mete en una habitación cuya entrada tiene prohibida. A la gitana le invadió una sensación de ternura por la joven rubia. La veía tan pura e inocente… Era como un soplo de aire fresco en aquella ciudad en la que todos miraban por sus propios intereses.
—No eres entrometida —le dijo, acompañando sus palabras con una sonrisa—. No es algo que tenga que ocultar, todos aquí saben lo que le ha pasado.
El asalto de los jenízaros había sido el único tema de conversación durante días. En el campamento apenas ocurrían cosas de ese tipo, ser una sociedad marginada por el resto tenía ciertas ventajas, si es que se les podía llamar así. Aunque todos callaran cuando la veían pasar, ella sabía que seguían sus pasos de cerca, a dónde iba y de dónde venía, qué compraba, con quién salía… Volverse el centro de atención empezaba a agobiarla. Algunos lo hacían para ayudarla de verdad, otros, simplemente, lo hacían por el morbo que les causaba.
—Tuve un accidente en el que terminé con una herida grave —resumió, llevándose la mano al costado. No podía contarle todos los detalles de la historia, principalmente porque no la incluían sólo a ella—. No tan grave como para morir, pero sí tuve que guardar reposo mientras se cicatrizaba. Durante ese tiempo no pude venir a la carpa que tengo aquí, en el circo —continuó hablando mientras retomaba los trabajos de limpieza. Las heridas estaban limpias, simplemente se limitaba a quitar los restos de barro de la piel y la ropa—. Y, como ves, no se cierran de manera que nada ni nadie pueda entrar. La mía, al estar mucho tiempo sin visitarla, se ha convertido en el hogar de algún animalillo del bosque. Apesta —arrugó la nariz— y está llena de barro, huellas y restos de hojas por todas partes, así que me tocará limpiarla y lavarlo todo dos veces, al menos.
Suspiró. La próxima vez que algo le pasara, fuera grave o no, se encargaría de buscar a alguien que se encargara de su lugar de trabajo. No quería volver a perderlo todo de aquella manera tan tonta. Dejó el trapo sobre la mesita, junto al vaso, y se dirigió a Lenore.
—¿Has venido sola? —preguntó de pronto. Con todo el ajetreo no se le había ocurrido pensar que alguien podría estar buscándola en el tumulto. De ser así, estaría preocupado al no verla por allí, y con razón. En una pelea de ese tipo era fácil salir herido.
De vez en cuando su cara mostraba una mueca de dolor ante el escozor del agua sobre los raspones. Ahora que estaba más tranquila, había descubierto que tenía más de los que pensaba. Levantó la camisa ligeramente para comprobar la herida del costado. Esa sí le preocupaba, más que cualquier otra. Había llegado a ser muy grave, y Kala sabía bien que, de no haber sido por la magia, lo más probable es que no estuviera entre los vivos. Pasó el trapo con suavidad limpiando el pequeño punto de sangre que había expulsado la cicatriz. La primera impresión no le había fallado; la herida se había abierto, pero era tan poco que no necesitaría más puntos. Escuchó las palabras de Diana en su cabeza, el aviso de que no hiciera grandes esfuerzos. Sonrió para sí, triste. A ella, volver a la normalidad le iba a costar mucho más que al resto.
Los movimientos mecánicos de limpieza habían hecho que su mente saliera de la carpa de Gabriel para irse a cualquier otra parte. Pensó en la suya, tan sucia que necesitaría más de una jornada para limpiarla. Quería haberlo hecho sola, pero ahora se daba cuenta de que necesitaría la ayuda de alguien para dejarla como antes. Su mente siguió volando, hasta que llegó a él. Paró el movimiento que realizaba su brazo insconscientemente y sus ojos miraron a un punto fijo indefinido. Estaba a punto de entrar en una espiral de angustia y congoja cuando la voz de Lenore la sacó de su ensoñación, salvándola otra vez.
Juntó las manos frente a ella y la miró. Se la veía nerviosa, igual que a un niño que se mete en una habitación cuya entrada tiene prohibida. A la gitana le invadió una sensación de ternura por la joven rubia. La veía tan pura e inocente… Era como un soplo de aire fresco en aquella ciudad en la que todos miraban por sus propios intereses.
—No eres entrometida —le dijo, acompañando sus palabras con una sonrisa—. No es algo que tenga que ocultar, todos aquí saben lo que le ha pasado.
El asalto de los jenízaros había sido el único tema de conversación durante días. En el campamento apenas ocurrían cosas de ese tipo, ser una sociedad marginada por el resto tenía ciertas ventajas, si es que se les podía llamar así. Aunque todos callaran cuando la veían pasar, ella sabía que seguían sus pasos de cerca, a dónde iba y de dónde venía, qué compraba, con quién salía… Volverse el centro de atención empezaba a agobiarla. Algunos lo hacían para ayudarla de verdad, otros, simplemente, lo hacían por el morbo que les causaba.
—Tuve un accidente en el que terminé con una herida grave —resumió, llevándose la mano al costado. No podía contarle todos los detalles de la historia, principalmente porque no la incluían sólo a ella—. No tan grave como para morir, pero sí tuve que guardar reposo mientras se cicatrizaba. Durante ese tiempo no pude venir a la carpa que tengo aquí, en el circo —continuó hablando mientras retomaba los trabajos de limpieza. Las heridas estaban limpias, simplemente se limitaba a quitar los restos de barro de la piel y la ropa—. Y, como ves, no se cierran de manera que nada ni nadie pueda entrar. La mía, al estar mucho tiempo sin visitarla, se ha convertido en el hogar de algún animalillo del bosque. Apesta —arrugó la nariz— y está llena de barro, huellas y restos de hojas por todas partes, así que me tocará limpiarla y lavarlo todo dos veces, al menos.
Suspiró. La próxima vez que algo le pasara, fuera grave o no, se encargaría de buscar a alguien que se encargara de su lugar de trabajo. No quería volver a perderlo todo de aquella manera tan tonta. Dejó el trapo sobre la mesita, junto al vaso, y se dirigió a Lenore.
—¿Has venido sola? —preguntó de pronto. Con todo el ajetreo no se le había ocurrido pensar que alguien podría estar buscándola en el tumulto. De ser así, estaría preocupado al no verla por allí, y con razón. En una pelea de ese tipo era fácil salir herido.
Kala Bhansali- Gitano
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