La crónica del reo (Gideon y Aramis)

por **Neil Constantine** Lun Jun 20, 2016 2:09 pm

Después de que to había terminado las cosas para el hechicero seguían igual que antes, era el mismo vagabundo cínico que intentaba verle la cara a diablo pese a que más de unas vez eso le costará casi la vida.

Por eso no dudo cuando una carta escrita bajo el puño y letra de Solomon Vasari apareció en el hotel donde se alojaba, recordaba que ese día había arrojado el puro encendido a la alfombra y antes de que se incendiara por completo pronunció un hechizo práctico que extingue el fuego al primer llamado. Con aquel andar despreocupado y mientras se quitaba la chaqueta sin despegarse de la nota, se dirigió a la ventana donde la luna irradiaba con su luz pálida las manos temblorosas de emoción al sospechar de que iba aquella nota.

No muy lejos de su último encuentro, decidieron que en caso de ser necesario los Caídos sobrevivientes podían formar parte de una nueva Orden que sustituyera la que junto con el mayor de los Vasari había caído y que jamás se levantaría. El sincretismo formaría parte de la nueva era donde una Orden del Signo de los doce olvidada hasta por el mismo Solomon regresaría a la vida.

La nota rezaba sobre un suceso que de pronto comenzó a causar ruido dentro de los miembros de la Orden y sobre todo al inteligente y sagaz Vasari que, era el único que al parecer seguía al pendiente de los diarios matutinos, vespertinos y nocturnos << Mucha ceniza >> <> venia marcado con otro tipo de caligrafía y que por si fuera poco también los siniestros habían alcanzado a devorar a personas inocentes, mortales cualquiera.

<< Debes ir a los calabozos y sacar al reo de bronce >> sentenciaba Solomon antes de despedirse << Ten enviaré refuerzos. No entres sin ellos >> y las letras se cortaron entonces.

Ahora allí estaba, una noche cualquiera a media noche frente al olor a podredumbre de las zonas más olvidadas de la ciudad de la Luz, esperando a los “refuerzos” que Solomon le había prometido y que el consideraba innecesarios. Podía desobedecer pero, sin embargo esperaría para evitar problemas con el viejo cazador.

El humo de su cigarro dejo divisar a dos personas que se dirigían hacia él, desde la lejanía de la noche -Un niño y un adulto— masculló arrojando el cigarrillo a la tierra suelta con desprecio —Fabuloso-. susurró con ironía.

por **Gideon Stark** Lun Jun 20, 2016 2:32 pm

El vampiro trataba de redimir todas sus culpas, una más se sumó a lista de flagelaciones mentales que tenía que cargar desde hace siglos. Esa fatídica noche perdió a alguien que para él a pesar de todos sus errores era el mejor de los inquisidores que jamás había conocido, aún no entendía y quizás no era el único que pensaba dentro de si acerca de que todo aquel poder que poseían como oscuras criaturas no podían ponerle un alto a la muerte.

A veces pensaba que quien tenía que morir era él, era mucha la tortura que sufría desde hacia siglos y tal parecía que el Señor tenía voluntad de llevárselos a todos menos a él, ese vampiro que ya no hallaba el modo de que sus plegarias fueran escuchadas y sufrir de una muerte segura y justa.

Ya ni siquiera estaba convencido de que en realidad todavía su ángel de la guarda por muy bondadoso que fuera siguiese a su lado, ni siquiera ese ser lleno de luz que contrastaba con la oscuridad quería ayudarlo, quizás necesitaba más indulgencias y aunque él mismo se lo había prometido lo cierto era que decidió entrar a la nueva Orden que Solomon Vasari había fundado, por si algún día llegaba una nueva catástrofe en París. Incrédulo de que eso volviese a ocurrir aceptó, entendiendo que jamás lo llamarían.

Quizás se equivoco o juro demasiado rápido cosas que no se iban a cumplir, Gideon era inquisidor, era inmortal más no un adivino y contra todo pronóstico, el pequeño Aramis, el hijo adoptivo de Montserrat y Darkness Severaux, fue a buscarlo en el campanario, una madrugada cualquiera con una nota en la mano que contenía la primera consigna de su misión y las sospechas de un cazador que con mucha experiencia parecía descubrir el lenguaje encubierto detrás de una serie de siniestros aparentemente independientes uno del otro, pero que incluso para Gideon aquello salía fuera del común.

Partió con el niño rumbo a las prisiones esa misma noche, sin antes llevar entre sus manos ese extraño crucifijo de plata, que simbolizaba su esperanza y su desgracia, el arma y unas cuantas provisiones para defensa de algún ataque inesperado.

Caminaron largo tiempo puesto que las prisiones se hallaban en los limites de la ciudad, el pequeño Aramis le relataba como era la vida con los dos vampiros y con su abuelo, de como estaba siendo entrenado por un hechicero perteneciente a la Orden que por obvias razones no era Constantine, algo que el vampiro agradeció en e fondo sin hacer alarde.

El hechicero estaba allí esperándolos, con su característico cigarrillo infestando de olor a tabaco todo el lugar -Admiro tu discreción, casi no nos pones al descubierto por esa basura que aventaste al piso— el rubio no respondió y por en cambio se quedo viendo al niño al lado del inquisidor —Viene conmigo, su abuelo lo envió porque esta en entrenamiento, además me confió que por su condición es más que un niño cualquiera con un poder cualquiera, es lo más poderoso y pequeño que tienen para rescatar al reo-. advirtió profiriendo un gruñido de disgusto.

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