Or le poids de votre épée (Erlend Cannif)>>privado

Noche fría en aquella plaza desierta, acomode las pieles de lobo sobre mis hombros con total indiferencia mientras mi aliento se funde en forma de humo con el ambiente.
Las calles reinaban vacías en aquella noche donde la dama blanca quedaba eclipsada por nubes recias que en el firmamento ejecutaban batalla con los mismos dioses.
No vislumbraba el trueno de Thor, así que a la lluvia aun le quedaba un paso, sonreí de medio lado cuando el ruido de las ruedas de una carro que venia inexorable hacia mi posición golpeaba contra el empedrado suelo raudo como el viento.
Al menos aquel hombre tenia palabra y era puntual, odiaba que de algún modo me hicieran esperar, todos eramos hombres ocupados, y aunque de normal los trabajos no me llevaban demasiado tiempo, a veces me gustaba deleitarme en mis quehaceres.

El carro se detuvo tirado por unos caballos ardientes en brío guiados por un cochero completamente engalanado, y de la ventana trasera de aquel esplendido carruaje negro surgió una mano tan firme como inmortal que me tendió una nota con un nombre escrito a sangre en ella.
No necesite mas que esa mano para darme cuenta que no había enviado lacayo alguno a entregármela, había venido personalmente a conocerme, la verdad tenia cojones aquel tipo, eso o una gran falta de cordura.
No logre ver su rostro y para no mentir tampoco era que me importase, con que al final de la noche, el saco de monedas acordado acabara en mi cinto, suficiente.
Cuando me encargo aquella matanza sentí como si su voz disfrutara al hacerlo, aunque dudaba que tanto como yo disfrutaría ejecutándola.

Fui informado del lugar donde aquel desgraciado, que ya podía darse por muerto, se encontraba. Aquel noble me había facilitado el trabajo de campo, algo que no todos hacían, así que en cuanto el carro volvió a ponerse en marcha salte sobre mi montura para ir al lugar acordado, la taberna.
Mi sorpresa fue mayúscula cuando aquel carruaje se detuvo unas cuadras mas abajo, aminore el raudo galope de mi corcel, tan negro como la noche, para mirar así de reojo y por encima del hombro al hombre que me pagaría aquella noche y que sin duda estaba dispuesto ha hacer de voyeur conmigo.
Se apeo un inmortal de buen porte, con traje negro y capa a juego, reposaba su mano sobre un bastón tallado con todo lujo de detalle en cuyo pomo figuraba la cabeza de un dragón.

No necesitaba ver mas, así que con mis manos enredadas en las crines volví a tomar el paso raudo hacia la taberna donde esta vez si me detuve y bajando de un salto me aproxime a sus puertas dispuesto a cruzar su umbral.
Un ultimo vistazo al nombre que figuraba en aquel papel arrugado “Alzierd Cavil", sentencia de muerte firmada por un desconocido, procedi a llevarla a cabo espada en mano.
Abri la puerta de un golpe seco, el silencio pronto irrumpio en un lugar lleno de vocas festibas y los ojos aterrados de mas de uno se centraron en mi persona, otros simplemente finjian no estar y los mas cobardes corrieron en busca de puertas traseras por donde escapar de la matanza.
Me encantaban las entradas triunfales.
-Alzierd Cavil, ¿quien porta este nombre de los aquí presentes? -pregunté con  voz firme mientras repasaba los rostros uno a uno deteniéndome en uno que alzo el sombrero de copa al escuchar mis palabras.
Sonrisa sádica en mi rostro al encontrar a mi pertrechada victima, rodeado de escoltas inquisidores como él.  Vestidos por el santo atuendo de la inquisición y con rosarios que prendidos al cuello ostentaban.
Espadas largas desenvainaron a una ligera señal del hombre que aun sentado en su silla y apurando un buen vino esperaba divertido como aquellos inútiles acabarían conmigo.
Siete inquisidores corrieron hacia mi posición, pobres ilusos si aspiraban tan solo en rozarme.
Guarde la espada frente a sus ojos, pude en ese momento leer el miedo al enfrentarse a un loco que lejos de armarse hacia lo contrario.
Sonreí de medio lado frente a la llegada del primero, que esquive una , dos y hasta tres veces con ligeros movimientos de cuerpo y manos a la espalda.
El hombre que me pagaba quería espectáculo y eso le daría aquella fría noche de invierno.
Hice tiempo para que apareciera el segundo a bailar conmigo, y del mismo modo y sin borrar el gesto esquive sus duchos ataques con la facilidad de un niño y como no, no hay dos sin tres, así que allí estaban mis tres amigos dispuestos a jugar conmigo.
Fue entonces cuando saque mis dagas de las botas, vire sobre mi pie izquierdo y me agache lo suficiente como para sajar los tendones de atrás de las rodillas del primero, que cayo al suelo entre gritos de dolor incapaz de ponerse en pie..una lastima, este ya no bailaría mas conmigo.
Pero otro osado se unió al juego al que de un golpe seco le arranque el corazón hundiendo mano y daga en su pecho.
Corazón palpitante que le lance a un tercero que con cara de pánico salia corriendo por la puerta liberada por mi cuerpo.
Ya no hacían inquisidores como los de antes, pensé molesto, así que paré el avance del cobarde lanzandole mi daga contra su cuello y hundiéndola en su yugular formando así un charco de sangre en el suelo casi antes de que su cuerpo inerte lo acompañase para siempre.

Mi mirada se centro unos segundos en aquel misterioso hombre del bastón, nuestros ojos oscurecidos y brillantes por la sed de sangre eran una invitación explicita a nuestros deseos mas ocultos.
Mas la batalla continuaba, aun quedaban cuatro en pie con los que pasar un entretenido rato.
Cuatro espadas contra un inmortal, pobres necios.
Deje caer una de las dagas al suelo, esta vez si desenfundando mi espada, que de un seco movimiento sajo de cuajo la cabeza de uno de ellos haciéndola rodar por el suelo hacia los pies del inquisidor sentado que ahora con una cara menos segura parecía planear su forma de salir con vida de esta.
Al segundo lo partí por la mitad mientras me abría paso hacia el poseedor del nombre que el papel me había señalado con sangre, los otros dos atacaron en un vano intento de proteger la vida de su penoso jefe que por lo que desde allí olía parecía haberse cagado a estas alturas ya en los pantalones.
Tome la espada en una mano y atrape el cuello de uno de ellos entre mis garras, apreté hasta que le reverente la carótida y mis dedos se hundieron en su carne como si de una fruta madura se tratase.
Nuevo cuerpo inerte contra el ensangrentado suelo, demasiado que limpiar para las pobres doncellas que miraban la escena con pavor.
Último enemigo antes de alcanzar a mi objetivo, alzo la espada para asestarme un golpe que el creía mortal, sonrisa ladina cuando hundí mi bastarda en su vientre y de una patada lo separe del filo lanzandolo contra el inquisidor que ahora suplicante me admiraba desde la silla.
No hubieron suplicas que me valieran ni a mi ni al parecer a su dios pues por mucho que entre sus manos aferrara aquel rosario y contara las bolas emitiendo rezos  su cabeza de un tajo seco quedo separada de su cuerpo cayendo con un ligero chapoteo de sangre al suelo.
Encamine ahora si, mis pasos hacia una de las doncellas enfundando nuevamente mi espada a la espalda y sobre su mano temblorosa deposité unos francos que de sobra cubrirán la limpieza y desperfecto del local.
En sus ojos brillaba una mezcla de terror y de pasión casi a partes iguales, mas lo que me alerto no fue el constante picar de su corazón si no el silbido de una saeta, que tras el clic de una ballesta volaba hacia nosotros.
Tome a la dama con mi brazo haciéndola a un lado pegándola así contra mi para facilitar la maniobrabilidad y con la mano vacía atrape la saeta en el aire devolviéndosela con un fuerte impulso a su dueño que obteniendo la punta entre sus ojos cayo desde el balcón del piso de arriba al de abajo rompiendo así una de las mesas de roble.
-Quizás necesitéis alguna moneda mas -sugerí con una picara sonrisa al ver el nuevo destrozo ocasionado.
-Libro en unos minutos -susurro casi frente a mis labios.
No diré que su propuesta no me resulto tentadora, mas ahora, prometido, intuía que para apagar mi sed y liberar mis demonios solo podría hacerlo en un único cuerpo.
Deje escapar el aire ligeramente frustrado y apacigüé mis ganas con un buen trago antes de salir por la misma puerta por donde entre en busca del dinero prometido.

Con un perfecto francés con acento irlandés y perfectamente apoyado en su baston me ofrecio trabajo, o al menos asi me sonaron sus palabras tras entregarme la bolsa de monedas acordada.
Medite durante un tiempo sus palabras, mientras este se tomaba la delicadeza de mirar un fino reloj de mano.
Su carruaje no se hizo esperar, podia escuchar el repiqueteo de sus ruedas contra el pedregoso suelo varias cuadras mas alla.
-Messie, estoy seguro de que estos temas se tratan mejor con algo de alcohol en el cuerpo. Mas no quiero entretenerlo en demasía.
Miré hacia el burdel que había justo enfrente, intuía que ahí podríamos tomarnos unas copas y posiblemente algo mas que eso.
En otras condiciones de mi vida hubiera rehusado aquella particular forma de trabajo, no porque no hubiera estado antes al servicio de reyes, condes, duques...al final todos eran lo mismo, y en un palacio tendía a sentirme francamente enclaustrado. Proteger sus vidas era demasiado aburrido para un inmortal como yo.
Por el contrario, estos trabajos eran mucho mas amenos, y me permitían ganar lo suficiente para mantener una vida sin ataduras.
Supongo que por eso abandoné la última corte en la que estuve, muy a pesar del rey al que sin duda servia con lealtad, no solo porque me pagaba muy bien, y no había nada que necesitase que no quedase cubierto por este, si no porque a lo largo de los años tejimos una honorable amistad.
Mientras su reino estuvo en guerra y mi espada se teñía de carmesí cada noche, nuestro acuerdo perduro en firmeza, comandar su tropas se me daba relativamente bien y aplastamos a los enemigos en un corto periodo de tiempo.
Así llego el esplendor del reino, y con el, mi aburrimiento, sin guerras que librar, y solo pequeñas redecillas que atajar, cada vez mi sed de sangre aumentaba y mis inquietos demonios se impacientaban.
Así que muy a mi pesar, decidí concluir con nuestro contrato y me fui poniendo rumbo a nuevas tierras llenas de aventuras.
De eso hace ya mas de cincuenta años, lo ultimo que supe es que su nieta, hija de su primogénito había subido al trono, si tenia la mitad de valor que aquel niño de dorados cabellos y fuerte tenacidad que entreno conmigo infinidad de veces en el patio de armas de palacio, seria sin duda una gran reina.
Ahora mi situación había cambiado, tras encontrar a la única mujer que había amado desde hacia un milenio, en Ariyne y tras esta aceptar mi promesa de matrimonio, asentarme en algún lugar empezaba a configurarse como una prioridad para mi.
Mi Prometida no estaba acostumbrada a vagar por el mundo, ella era una dama de alta alcurnia, portaba un distinguido apellido, y presentarme frente a su hermana a solicitar su mano con las manos vacías y solo una promesa de amor eterno, se me antojaba tan vació, como la cama de una puta barata.
Así que, hasta que lograse conquistar un condado, un ducado o algo por el estilo para mi dama, lo que este hombre me ofrecía podía resultar una salida para su bienestar, algo que ahora anteponía sobre el mio.
Por otro lado, estaba aquella vampiresa caza ardillas, con la que vivía en la playa...aun no sabia como decirle que cuando tomara en sagrado matrimonio a mi loba, tendría que abandonar su hogar y de nuevo quedaría sola.
Las ideas se me amontonaban en la cabeza, demasiado que pensar y demasiado sobrio para hacerlo en condiciones.
Alce la mirada y la hundí en el inmortal del bastón, esperando que tomara una decisión u otra, mis demonios se impacientaban sedientos de mas.

Aquel hombre del bastón estaba lleno de sorpresas, no contento con la matanza que acabábamos, mejor dicho, acababa de protagonizar ya me estaba ofreciendo otra. Sonreí de medio lado cuando me abrió la puerta del carro como si de una simple fulana me tratase, y casi dejo que una carcajada escape de mis labios cuando se mantuvo ahí frente a mi esperando caballeroso que introdujera mi culo en su interior.

-Tranquilo, tengo mi propia montura -aseguré para que mi cliente pudiera relajar así su gesto.

Viajar en carruaje lo veía demasiado enclaustrarte, nada como notar el viento en la cara cuando galopas cortando el viento, libertad, si algo era lo que me caracterizaba es que ansiaba mi libertad por encima de todas las cosas.
Pocas veces me asentaba en un mismo lugar, y para que mentir, la idea de tener que hacerlo por amor, me aturdía ligeramente.
De un silbido llame a mi corcel que apareció sin mas dilación haciendo una entrada triunfal, salvaje, golpeando con sus cascos el suelo, y ondeando sus oscuras crines bajo aquel firmamento estrellado, sin silla ,ni riendas, libre e indómito como su compañero de fechorías.
Escuche al inmortal decir el nombre de nuestra próxima victima, así como cada uno de sus planes para que nos permitieran entrar a por aquella rata escurridiza.
Sonreí de medio lado frente a su maquiavelica mente, acaso no sabia que nos lo permitieran o no entraríamos de todos modos.
No me temblaba el pulso en cuanto a matar inquisidores se tratase, y me era indiferente el numero, el rango o la forma, tanto si desenfundaba la espada como si no, aquella noche se había firmado una nueva sentencia de muerte, y estaba mas que decidido por una bolsa repleta de monedas a ejecutarla.
De un salto subí sobre mi demonio negro enredando los dedos en sus crines mientras mis piernas apretaban su lomo indicándole que empezara la marcha.

-Le sigo, messie -añadí antes de que mi caballo se encabritara nervioso por mis ganas, unas vueltas sobre si mismo, esperando que aquel cochero pusiera de una vez en marcha sus corceles.
Mis demonios gritaban dentro de mi ansiosos, sedientos, y pronto les daría lo que pedían de un modo u otro.

El golpeo incesante de aquellas ruedas del elegante carruaje contra el empedrado de las calles apagaban mas que de sobra el galope vivo de mi caballo tras el. Sin duda nuestra entrada no seria silenciosa, ni mucho menos pasada por alto por los habitantes del lugar a donde sin duda nos dirigíamos, la corte de los milagros. Sinceramente, a mi siempre me gusto hacerme de notar, las entradas triunfales eran mi especialidad y que aquel a quien buscábamos se percatara antes o después de nuestra presencia no hacia mas que sumarle interés al juego.

Solo un loco entraba en ese lugar indómito, quebrado por la muerta, la corrupción y la pobreza, sin duda era la parte de la ciudad mas peligrosa, donde se congregaban los seres mas viles y mas ruines, la inmundicia de la ciudad se agolpaba en sus calles entremezclada con putrefacción, orín y enfermedad.
Que ese fuera el lugar elegido por aquel hombre al que apenas conocía me ponía alerta no solo  sobre la misión de aquel momento, que al parecer nada tenia que ver con lo acontecido horas antes en aquella taberna en la que apenas tuve que mancharme las ropas. Si no también sobre mi propia seguridad, mi milenaria vida me había enseñado a desconfiar del prójimo y sin duda muchos me querían muerto, quizás todo ese enredo solo era una trampa camuflada con dinero para quebrar mi no vida, mas la verdad, tenia la fea costumbre de sobrevivir y mandar al infierno a los que me la jugaban. Si aquel hombre pretendía mantener su cabeza sobre los hombros mas le valía no hacerlo.

Sonreí de medio lado apeándome de un salto del corcel cuando el señor Clapton hizo lo mismo de su carro.
Vaya, ahora si parecía dignarse a mancharse las ropas, algo que me agrado de sobremanera pues con sinceridad esperaba que desde el carro me diera las indicaciones y me hiciera adentrarme en soledad a aquel barrio de mala muerte.
Apoyándose en un bastón que no necesitaba sorteo los obstáculos que se anteponían en nuestro camino, al parecer muy inteligentemente los habitantes de aquel barrio no deseaban ser molestados y en medio de la calle habían colocado dos viejos carros, pertrechados de trastos que imposibilitaban de cierto modo el avance si este no era a pie.
Aparte con mi bota uno de los trastos que frente a mi esperaba ser sorteado y seguí de cerca al hombre que me pagaría, no deseaba que su muerte terminara con tan grato negocio.

-No haréis nada hasta que os ordene, aunque nuestras vidas parezcan peligrar... -apuntó con esa sobrebia que le caracterizaba.

No se si esperaba una respuesta y la verdad tampoco me importaba, me limite a mostrarle una sonrisa de medio lado que de sobra garantizaba mis intenciones, nada haría a no ser que nuestras vidas se hallaran en peligro..la mía porque la ansiaba vivir junto a mi loba y la suya porque al final de la noche pagaría mi trabajo.

Caminamos por las calles manchadas de orin, donde la tos de los enfermos el olor a putrefaccion, mierda y desconsuelo se entremezclaba con los jadeos y alaridos de las putas folladas a nuestro paso.
Paso que fue interrumpido en varias ocasiones por fulanas medio desnudas que nos garantizaban una noche de placer sin limites a cambio de unas miseras monedas y porque no una enfermedad venérea de paso.
Solo desvié mi atención un segundo, cuando un niño descalzo y abandonado salia de un callejón lloroso, sucio y desaliñado, su temprana edad me llevo a épocas pasadas y mi gesto se tenso de tal modo que dudaba aquel inmortal no se hubiera percatado de ello.
Aun así pase de largo, a fin de cuentas ¿cuantos como ese pequeño habrían por esas calles? posiblemente la mayoría no llegarían a edad adulta.

Nos detuvimos en una puerta donde al parecer un hombre sentado sobre otro lleno de cadenas y semidesnudo nos esperaba.
Aquel tipo también sabia dar recibimientos triunfales, pues mientras se la mamaban dos putas conversaba con nosotros saboreando un asqueroso pollo que olía a podrido.
Al parecer esperaba obtener una reverencia de mi acompañante algo que sin poder evitar hizo escapar una carcajada en mi, si ya me decía que también la esperaba de mi persona hubiera asegurado que era un buen contador de chistes y a su vez un necio.

Los ojos del señor Clapton me buscaron por unos instantes antes de sacar aquel ensangrentado rosario que habíamos conseguido amablemente en la taberna horas antes y yo no pude evitar que una sonrisa sádica se perfilara en mis labios cuando los guardias de aquel tipo nos hostigaban temerosos.

-Déjese de juegos -añadí mirando al tipo con la polla fuera -y dígale a esos hombres que tiene como seguro de vida que no me toquen los cojones pues tardare menos de lo que vos en correrse en desmembrarlos como a ese pollo.
Mire a Clapton y sonreí con ironía, sabia que me había indicado que estuviera quieto, mas nadie había dicho que también en callado.

Las palabras de aquel gordo seboso llamándome perro sentenciaron su muerte antes incluso de haberlas finalizado, una sonrisa macabra escapo de mis labios esperando impaciente lo que de sobra sabia que iba a llegar.
Los guardias seguían soplando nuestras nucas como los maricones que eran, algo que para que mentir empezaba a colmar la poca paciencia que tenia.
Deje escapar el aire llevando a mi pelo la mano para rascarlo revolviendolo ligeramente con total indiferencia y firme convicción de que la muerte de aquellos tipos estaba ya cerca.
Deje que el señor Clapton jugara con la mente de aquel tipo que al parecer molesto lanzo el pollo a un lado y detuvo a las pobres putas que estoy mas que seguro que se lo agradecieron porque su polla ademas de fea era pequeña.
Una mueca de asco se asomo en mi cara al ver tal adefesio y para que mentir compadecí a aquellas damas.
Un gesto y la rata de la que hablaban se presento frente a nosotros, un tipo escuálido que parecía entender la situación tan poco como yo y por el que al parecer querían comercializar. Menuda perdida de tiempo ¿porque no me dejaba ya acabar con todos ellos y así se ahorraba la palabrería y el hedor insufrible que aquel gordo desprendía.
Al parecer nuevamente el señor que me acompañaba otorgo su jaque mate, pues sin mayor intención de negociar dejo al desventurado a su suerte.
Cuando encamino sus pasos hacia la puerta mi gesto se torció ¿en serio tenia que dejarlos con vida? ¿para eso me había traído hasta allí?
Desvié por un instante mis ojos hacia el seboso hombre que complacido me miraba desde el asiento, ese hombre dijera lo que dijera Kenner no iba a vivir una noche mas, así que saque uno de los cuchillos haciéndolo bailar entre mis dedos mientras acompañaba tranquilo a mi señor hacia la puerta, una sonrisa sádica fue lo que obtuvo cuando sus palabras acompañaron mis intenciones, y sin dilación gire sobre mis talones lanzando la daga contra el cuello del cambiante que hundiéndose en su cuello lo dejo clavado al trono rompiendo su yugular derramando sangre sobre las dos putas que habían empezado con su arduo trabajo.
El silencio fue la respuesta de mi acto mientras el seboso se ahogaba en su propia sangre.
-No soy el perro de nadie -apunté esta vez si encaminado mis pasos hacia le interior y haciendo bailar mi espada bastarda tras ser desenfundada muerta de sed.
Los cambiantes me atacaron acobardados para que mentir desmembrada la cabeza de su líder la cola siempre perdía poder y uno a uno fueron cayendo a mis pies, sin brazos, sin piernas, todos ellos cambiando de forma para tratar sin éxito de alcanzar aunque fuera de soslayo mi piel.
Sonreí con picarda cuando el ultimo hombre, la rata delgada imploraba en un charco que no le matara, intuí que el señor Clapton lo quería para mas bien poco, así que arranque su cabeza de cuajo con mis propias manos caminando sin vacilar hacia una de las putas.
Una rubia de cabellos rizados y ojos azules que lloraba en la esquina de la habitación.
La tome por el brazo alzándola con suavidad y la mire ladeando ligeramente mi rostro encaminándome hacia el señor Clapton que desde fuera admiraba nuevamente la masacre.
-¿Te sirve esta o prefieres la morena? -pregunté divertido mirando de soslayo a la otra mujer que se escondía tras del trono.
-¿Puede acercarse señorita? -le pedí con amabilidad, esta vez era yo el sediento y pensaba como Kenner darme un banquete y acallar así los demonios que ahora gritaban en mis cabeza muertos de sed.