AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Sembrando las semillas de una nueva amistad (Kyros Kierkegaard)
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Sembrando las semillas de una nueva amistad (Kyros Kierkegaard)
En aquellos momentos no sabía que hacer; si marcharme de París para siempre, esperar a ver el amanecer, o estrangular a Erlend con mis propias manos. Tenía una mezcla de dolor, rabia y odio en mi interior impropios de mí.
Cuando llegamos a la puerta del Herbolario, bajé de un salto del caballo, impaciente, nerviosa.. andando con indecisión frente a la puerta del mismo de un lado para otro. No había nadie visible por la ciudad, parecía estar abandonada. La calle estaba mojada, seguramente por alguna pequeña llovizna acaecida durante nuestra aventura en el bosque. Resoplé todavía enojada. Entonces fui consciente de que no estaba sola.
El inmortal que me había llevado hasta allí seguía subido en su caballo, mirándome asombrado, seguramente preguntándose que demonios había pasado, y si yo era una loca escapada del sanatorio.
Me fijé en su rostro, un rostro que inspiraba confianza, un rostro cincelado y casi perfecto. Pero, ¿desde cuándo yo confiaba en desconocidos? ¿Es que no iba a aprender nunca?, me reñí a mí misma.
Lo miré de nuevo de reojo. No se parecía en nada a otros vampiros que había visto antes; había algo distinto en su mirada, algo que no conseguía vislumbrar. ¿Temor? ¿dolor? Quizás un poco de ambas; aunque si estuviese en su lugar a mí también me asustaría ver a un ser como yo actuar como lo estaba haciendo.
- Disculpe por todo lo acaecido en el bosque, señor.- dije mientras me relajaba y me acercaba a su caballo.- Mi nombre es Moira, y por si tiene sus dudas, no estoy loca, solo tengo una mala noche.
El frío se estaba haciendo patente aquella noche, en la que apenas quedaban unas horas de oscuridad. Me estremecí por el helor, y me abracé con mis propias manos para recomponerme. Entrar en el inmueble sería lo más lógico para resguardarnos del frío, aunque...
- ¿Quiere pasar al Herbolario?. El local es de mi propiedad, y podremos tomar algo caliente.- dije al desconocido pensando que había perdido el juicio al invitar a alguien que no conocía a pasar estando sola.- Si le gusta el té, claro...
Tenía claro que no volvería a la cabaña aquella noche, y quizás tampoco la siguiente...me había sentido traicionada por Erlend, y hasta que se me pasase el enfado, sería mejor no volver. Me quedaría en la trastienda durante el día, y por la noche me ocuparía de mis quehaceres laborales.
Estaba decidida a encerrarme de nuevo en mí misma y vivir entre las sombras, como lo había hecho hasta ahora.
Cuando llegamos a la puerta del Herbolario, bajé de un salto del caballo, impaciente, nerviosa.. andando con indecisión frente a la puerta del mismo de un lado para otro. No había nadie visible por la ciudad, parecía estar abandonada. La calle estaba mojada, seguramente por alguna pequeña llovizna acaecida durante nuestra aventura en el bosque. Resoplé todavía enojada. Entonces fui consciente de que no estaba sola.
El inmortal que me había llevado hasta allí seguía subido en su caballo, mirándome asombrado, seguramente preguntándose que demonios había pasado, y si yo era una loca escapada del sanatorio.
Me fijé en su rostro, un rostro que inspiraba confianza, un rostro cincelado y casi perfecto. Pero, ¿desde cuándo yo confiaba en desconocidos? ¿Es que no iba a aprender nunca?, me reñí a mí misma.
Lo miré de nuevo de reojo. No se parecía en nada a otros vampiros que había visto antes; había algo distinto en su mirada, algo que no conseguía vislumbrar. ¿Temor? ¿dolor? Quizás un poco de ambas; aunque si estuviese en su lugar a mí también me asustaría ver a un ser como yo actuar como lo estaba haciendo.
- Disculpe por todo lo acaecido en el bosque, señor.- dije mientras me relajaba y me acercaba a su caballo.- Mi nombre es Moira, y por si tiene sus dudas, no estoy loca, solo tengo una mala noche.
El frío se estaba haciendo patente aquella noche, en la que apenas quedaban unas horas de oscuridad. Me estremecí por el helor, y me abracé con mis propias manos para recomponerme. Entrar en el inmueble sería lo más lógico para resguardarnos del frío, aunque...
- ¿Quiere pasar al Herbolario?. El local es de mi propiedad, y podremos tomar algo caliente.- dije al desconocido pensando que había perdido el juicio al invitar a alguien que no conocía a pasar estando sola.- Si le gusta el té, claro...
Tenía claro que no volvería a la cabaña aquella noche, y quizás tampoco la siguiente...me había sentido traicionada por Erlend, y hasta que se me pasase el enfado, sería mejor no volver. Me quedaría en la trastienda durante el día, y por la noche me ocuparía de mis quehaceres laborales.
Estaba decidida a encerrarme de nuevo en mí misma y vivir entre las sombras, como lo había hecho hasta ahora.
Moira Landvik- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 17/05/2016
Localización : Paris
Re: Sembrando las semillas de una nueva amistad (Kyros Kierkegaard)
Sanya mantenía un paso elegante; sus cascos besaban suavemente los adoquines de la calle y su pelaje dorado emanaba más luz que los propios faroles. En su camino, el jinete evitaba los grandes charcos de agua que había dejado una llovizna durante el día. Se sentía fatigado con todo el alboroto del bosque, pero a la vez aquel pseudo-sentimiento de poder brindar su servicio de ayuda esa noche permitió que su día terminara siendo provechoso. Por supuesto, no hay que omitir el impredecible hecho de que alguien más cabalgaba en su montura: una vampiresa castaña con fuego por sus venas e incertidumbre en su mirada.
Lo lograba sentir: esa ira mezclada con tristeza. Realmente inconfundible a ojos de un buen observador: movimientos bruscos, apresurados; pensamientos dispersos y cada uno tintado de una emoción distinta. Y claro, el sonoro resoplido que dio. Kyros no le pediría que mantuviese la compostura, era una dama, sí, pero estaba en todo su derecho de enojarse; aunque no negará que le asombró mucho cómo el sentimiento se podía apoderar de ella.
—No os preocupéis por aquello, madame—comentó, y sus labios se alzaron en una tenue sonrisa. Con delicadeza, se inclinó aún en su montura y tomó suavemente la mano de la vampiresa—. Mucho gusto, Moira—dijo, depositando un beso en el dorso, mientras seguía con la mirada fija en los ojos de ella—Mi distinguida dama, Kyros Kierkegaard a vuestro servicio—murmuró rápidamente, reverenciando la cabeza de forma sutil. A veces por su mente cruzaba la idea de que no debía de poseer tantas maneras y protocolos, pero la verdad innegable es que estaban adheridos a su personalidad y no podía evitarlo.
Sintió falsamente la caricia del viento; era seguro de que la brisa gélida estaba siendo entrometida en aquel ambiente, aunque el jinete la recibió como si fuera su propia piel. Además, la americana estaba recubierta de algodón en su interior y daba un aspecto muy acogedor a la prenda, aunque realmente no la necesitara.
—Por supuesto—respondió en el acto a la invitación, casi interrumpiéndola, con total seguridad. Su rostro estaba completamente imperturbable y la seriedad se recostaba en su mirada. La causa era más por el agotamiento emocional y la persecución que había acontecido en el bosque, además de que era propio de su inmortalidad permanecer como agua calma.
Descendió de su yegua con cuidado y sostuvo las riendas entre sus manos: observó más debajo de la calle, en busca de alguna caballeriza o cuidador. Sanya estaba más que agotada y el vampiro deseaba que descansara un poco, y le proporcionaran agua y heno. La calle estaba desierta, así que sólo acarició el hocico del animal y le susurró algo. La yegua dio un relincho y se encaminó calle arriba, para luego encontrar una salida a algún parque o bosquecillo.
Lo lograba sentir: esa ira mezclada con tristeza. Realmente inconfundible a ojos de un buen observador: movimientos bruscos, apresurados; pensamientos dispersos y cada uno tintado de una emoción distinta. Y claro, el sonoro resoplido que dio. Kyros no le pediría que mantuviese la compostura, era una dama, sí, pero estaba en todo su derecho de enojarse; aunque no negará que le asombró mucho cómo el sentimiento se podía apoderar de ella.
—No os preocupéis por aquello, madame—comentó, y sus labios se alzaron en una tenue sonrisa. Con delicadeza, se inclinó aún en su montura y tomó suavemente la mano de la vampiresa—. Mucho gusto, Moira—dijo, depositando un beso en el dorso, mientras seguía con la mirada fija en los ojos de ella—Mi distinguida dama, Kyros Kierkegaard a vuestro servicio—murmuró rápidamente, reverenciando la cabeza de forma sutil. A veces por su mente cruzaba la idea de que no debía de poseer tantas maneras y protocolos, pero la verdad innegable es que estaban adheridos a su personalidad y no podía evitarlo.
Sintió falsamente la caricia del viento; era seguro de que la brisa gélida estaba siendo entrometida en aquel ambiente, aunque el jinete la recibió como si fuera su propia piel. Además, la americana estaba recubierta de algodón en su interior y daba un aspecto muy acogedor a la prenda, aunque realmente no la necesitara.
—Por supuesto—respondió en el acto a la invitación, casi interrumpiéndola, con total seguridad. Su rostro estaba completamente imperturbable y la seriedad se recostaba en su mirada. La causa era más por el agotamiento emocional y la persecución que había acontecido en el bosque, además de que era propio de su inmortalidad permanecer como agua calma.
Descendió de su yegua con cuidado y sostuvo las riendas entre sus manos: observó más debajo de la calle, en busca de alguna caballeriza o cuidador. Sanya estaba más que agotada y el vampiro deseaba que descansara un poco, y le proporcionaran agua y heno. La calle estaba desierta, así que sólo acarició el hocico del animal y le susurró algo. La yegua dio un relincho y se encaminó calle arriba, para luego encontrar una salida a algún parque o bosquecillo.
Kyros Kierkegaard- Vampiro Clase Alta
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Re: Sembrando las semillas de una nueva amistad (Kyros Kierkegaard)
Sonreí con dulzura ante el gesto cortés del inmortal de besarme el dorso de la mano tras su presentación. Estaba claro que pocos inmortales mantenían esas costumbres, que a mi me parecían hermosas. Con su contacto llegó a mí una imagen del vampiro. Soledad, era todo lo que podía atisbar con aquella.
"Kyros" dijo que se llamaba mientras sus ojos se clavaban en los míos mientras una sensación de calidez y tranquilidad se instauraban en mi interior. Sin duda, su visible aura era peculiar. Más parecida a la mía de lo que imaginé en un principio. No era un hombre de guerra ni violencia, y aquello me hizo sonreir de nuevo.
Bajó de su montura tras aceptar mi invitación a pasar al interior del herbolario. Por lo general me sentía incómoda con la presencia de un inmortal si estaba yo sola en esos momentos, pero Kyros conseguía infundar en mí el sentimiento contrario. Con él me sentía segura y cómoda a su lado.
Tras unos segundos buscando donde dejar a su corcel, optó por soltarlo y dejarlo campar libremente por un bosque cercano al herbolario, donde yo muchas veces también dejaba al mío.
Entramos pues al local, cuando una pequeña campanilla que había colocado días antes para la anunciación de un nuevo cliente, repiqueteó con suavidad mientras cruzábamos el umbral de la puerta. Sentí el dulce olor a canela, producido por el incienso que había colocado antes de marcharme y que se había consumido en su totalidad.
La oscuridad reinaba en el herbolario, y encendí un quinqué cercano para conseguir esa leve luminosidad que nos permitiría tener luz sin llamar la atención desde fuera.
Estaba contenta de como había quedado decorado todo, en color madera de nogal, con plantas y velas colocadas estratégicamente daban la sensación de un lugar cálido y tranquilo en el que relajarse.Dos expositores se encontraban a ambos lados del local, , con sus cajas de cristal llenas de todo tipo de hierbas medicinales, y delante de los mismos, dos mostradores también de madera y cristal, con pequeñas muestras de esencias aromáticas y algunas velas. Una alfombra cubría el suelo central de la tienda, aportando calidez, y a uno de lo lados, un sofá aterciopelado servía de asiento para pequeñas visitas de cortesía, como era el caso.
- ¿Queréis tomar algo?-pregunté con voz dulce en un susurro mientras le mostraba el sofá por si quería tomar asiento.- Un té, algún licor..¿sangre?
No podía apartar la mirada de aquel inmortal que había entrado en mi vida como un ángel caído del cielo; un ser que me había calmado solo con su presencia de la rabia que sentía hacia Erlend por haberme mentido.
Un ser que me llamaba la atención sobremanera, aunque todavía no sabía el por qué.
"Kyros" dijo que se llamaba mientras sus ojos se clavaban en los míos mientras una sensación de calidez y tranquilidad se instauraban en mi interior. Sin duda, su visible aura era peculiar. Más parecida a la mía de lo que imaginé en un principio. No era un hombre de guerra ni violencia, y aquello me hizo sonreir de nuevo.
Bajó de su montura tras aceptar mi invitación a pasar al interior del herbolario. Por lo general me sentía incómoda con la presencia de un inmortal si estaba yo sola en esos momentos, pero Kyros conseguía infundar en mí el sentimiento contrario. Con él me sentía segura y cómoda a su lado.
Tras unos segundos buscando donde dejar a su corcel, optó por soltarlo y dejarlo campar libremente por un bosque cercano al herbolario, donde yo muchas veces también dejaba al mío.
Entramos pues al local, cuando una pequeña campanilla que había colocado días antes para la anunciación de un nuevo cliente, repiqueteó con suavidad mientras cruzábamos el umbral de la puerta. Sentí el dulce olor a canela, producido por el incienso que había colocado antes de marcharme y que se había consumido en su totalidad.
La oscuridad reinaba en el herbolario, y encendí un quinqué cercano para conseguir esa leve luminosidad que nos permitiría tener luz sin llamar la atención desde fuera.
Estaba contenta de como había quedado decorado todo, en color madera de nogal, con plantas y velas colocadas estratégicamente daban la sensación de un lugar cálido y tranquilo en el que relajarse.Dos expositores se encontraban a ambos lados del local, , con sus cajas de cristal llenas de todo tipo de hierbas medicinales, y delante de los mismos, dos mostradores también de madera y cristal, con pequeñas muestras de esencias aromáticas y algunas velas. Una alfombra cubría el suelo central de la tienda, aportando calidez, y a uno de lo lados, un sofá aterciopelado servía de asiento para pequeñas visitas de cortesía, como era el caso.
- ¿Queréis tomar algo?-pregunté con voz dulce en un susurro mientras le mostraba el sofá por si quería tomar asiento.- Un té, algún licor..¿sangre?
No podía apartar la mirada de aquel inmortal que había entrado en mi vida como un ángel caído del cielo; un ser que me había calmado solo con su presencia de la rabia que sentía hacia Erlend por haberme mentido.
Un ser que me llamaba la atención sobremanera, aunque todavía no sabía el por qué.
Moira Landvik- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 17/05/2016
Localización : Paris
Re: Sembrando las semillas de una nueva amistad (Kyros Kierkegaard)
El olor del ambiente flotó suavemente hasta él. Penetrante y dulce: canela. Fue lo primero que el inmortal notó, más que el sonido de aquella campanilla acompañando su entrada. La oscuridad se disipó casi al instante cuando la vampiresa encendió aquel quinqué y el herbolario en sí fue desvelado: muestras de especias a ambos lados, en expositores y mostradores; helechos y velas colgando del techo de manera armoniosa; una alfombra central de aspecto hogareño y un canapé de velluto.
Kyros se acomodó en el sofá segundos después de que la vampiresa lo señaló, un poco desorientado por la asimilación del lugar. El sillón le resultó sorprendentemente reconfortante, y se hundió un poco más de él, descansando su espalda de toda aquella hazaña que había sufrido horas atrás. De nuevo, recorrió la vista por el lugar, escrutando entre los cristales de todas esas hierbas, condimentos y esencias, rigurosamente ordenadas. Los colores y texturas eran muy diversos y, si agudizaba el olfato, de seguro que se hubiera envuelto en mil olores nuevos. Sonrió. Era un buen lugar.
—Té, por favor—dijo, volteando a verla. Recordó sus costumbres inglesas y pensó que ya no las practicaba en absoluto. El té ya no era más que para tener algo en la garganta. Su sed sólo se saciaba con sangre y aunque deseaba un poco de ella, no iba a pedirla. Tenía sus formas de conseguirla—. Uhm—soltó, dubitativo—. ¿Tendrá algunas hierbas vigorizantes?—preguntó indeciso, sonriendo por su atrevimiento—. Permítame reformular la pregunta: ¿Existen hierbas o insumos que, dado nuestra condición, puedan mejorar nuestro estado o simplemente darnos la sensación de vitalidad?—interrogó amablemente. Sentía curiosidad por conocer las propiedades de algunas hierbas y vio perfecta la ocasión.
Kyros se acomodó en el sofá segundos después de que la vampiresa lo señaló, un poco desorientado por la asimilación del lugar. El sillón le resultó sorprendentemente reconfortante, y se hundió un poco más de él, descansando su espalda de toda aquella hazaña que había sufrido horas atrás. De nuevo, recorrió la vista por el lugar, escrutando entre los cristales de todas esas hierbas, condimentos y esencias, rigurosamente ordenadas. Los colores y texturas eran muy diversos y, si agudizaba el olfato, de seguro que se hubiera envuelto en mil olores nuevos. Sonrió. Era un buen lugar.
—Té, por favor—dijo, volteando a verla. Recordó sus costumbres inglesas y pensó que ya no las practicaba en absoluto. El té ya no era más que para tener algo en la garganta. Su sed sólo se saciaba con sangre y aunque deseaba un poco de ella, no iba a pedirla. Tenía sus formas de conseguirla—. Uhm—soltó, dubitativo—. ¿Tendrá algunas hierbas vigorizantes?—preguntó indeciso, sonriendo por su atrevimiento—. Permítame reformular la pregunta: ¿Existen hierbas o insumos que, dado nuestra condición, puedan mejorar nuestro estado o simplemente darnos la sensación de vitalidad?—interrogó amablemente. Sentía curiosidad por conocer las propiedades de algunas hierbas y vio perfecta la ocasión.
Kyros Kierkegaard- Vampiro Clase Alta
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Re: Sembrando las semillas de una nueva amistad (Kyros Kierkegaard)
El inmortal pareció relajarse en el sofá y aceptó con cortesía un té. Aquello me hizo sonreír, no muchos vampiros solían aceptarlo; al fin y al cabo, no había nada más que la sangre y algún que otra bebida alcohólica lo que nos calmaba la sed, pero a mí me gustaba seguir manteniendo ciertas costumbres que me hacían recordar mi parte humana. Toqué la cruz celta de madera que llevaba al cuello sin darme cuenta, mientras me dispuse a preparar el té en la trastienda.
Cuando iba a darme la vuelta, Kyros me sorprendió con una pregunta, que en ese momento me hizo ruborizar. Su interés por hierbas o algún remedio vigorizante me hizo sonreír divertida. ¿A qué clase de vigor se refería?; incliné ligeramente la cabeza hacia un lado, dudosa, mientras a mí venían imágenes un tanto comprometidas y que rápidamente traté sacar de mi mente, pues notaba que mi rubor se hacía notorio por segundos. Me reproché a mi misma ser tan mal pensada, aunque me costó horrores no reírme a carcajadas. Había estado sometida a mucha tensión aquella noche, y aquel soplo de aire fresco con nombre de vampiro me hizo relajarme; y una vez reformulada su pregunta, y entendiendo a que se refería, acepté gustosa a resolver sus dudas.
Recorrí la distancia que nos separaba, y me senté a su lado en el sofá, tratando de dejar una distancia prudencial para no incomodarlo.
- Hay varias hierbas que pueden alterar nuestro estado eufórico.- le sonreí con dulzura mientras miraba fijamente a sus ojos.- El beleño negro y la belladona han sido utilizadas a menudo por guerreros de antaño antes de entregarse a la batalla, para incrementar su valor y perderle el miedo a la muerte; también la mandrágora, dependiendo de la cantidad puede actuar como calmante o como estupefaciente dependiendo de la dosis y del tiempo de curación...o también podría mataros.
Me pregunté si debía comentarle que alguno de los efectos secundarios de aquellos remedios era afrodisíaco, pero se me antojó un dato complicado de mencionar en esos momentos sin pasar por un apuro, y lo pasé por alto.
- Voy a poner el agua a hervir para el té en la trastienda y vuelvo enseguida.- dije mientras inconscientemente le tocaba con la mano su hombro. Abrí los ojos sorprendida de mi acción, era incorregible. ¿Por qué tenía que ser tan afectiva si ni siquiera lo conocía?
Me levanté un tanto sobresaltada y anduve hasta la trastienda sin mirar atrás; encendí el hornillo y dejando la tetera de metal con agua para preparar dicha infusión, me asomé a través de la cortina tratando de no ser vista, para observar con curiosidad al inmortal que continuaba sentado tranquilamente esperando mi regreso.
Cuando iba a darme la vuelta, Kyros me sorprendió con una pregunta, que en ese momento me hizo ruborizar. Su interés por hierbas o algún remedio vigorizante me hizo sonreír divertida. ¿A qué clase de vigor se refería?; incliné ligeramente la cabeza hacia un lado, dudosa, mientras a mí venían imágenes un tanto comprometidas y que rápidamente traté sacar de mi mente, pues notaba que mi rubor se hacía notorio por segundos. Me reproché a mi misma ser tan mal pensada, aunque me costó horrores no reírme a carcajadas. Había estado sometida a mucha tensión aquella noche, y aquel soplo de aire fresco con nombre de vampiro me hizo relajarme; y una vez reformulada su pregunta, y entendiendo a que se refería, acepté gustosa a resolver sus dudas.
Recorrí la distancia que nos separaba, y me senté a su lado en el sofá, tratando de dejar una distancia prudencial para no incomodarlo.
- Hay varias hierbas que pueden alterar nuestro estado eufórico.- le sonreí con dulzura mientras miraba fijamente a sus ojos.- El beleño negro y la belladona han sido utilizadas a menudo por guerreros de antaño antes de entregarse a la batalla, para incrementar su valor y perderle el miedo a la muerte; también la mandrágora, dependiendo de la cantidad puede actuar como calmante o como estupefaciente dependiendo de la dosis y del tiempo de curación...o también podría mataros.
Me pregunté si debía comentarle que alguno de los efectos secundarios de aquellos remedios era afrodisíaco, pero se me antojó un dato complicado de mencionar en esos momentos sin pasar por un apuro, y lo pasé por alto.
- Voy a poner el agua a hervir para el té en la trastienda y vuelvo enseguida.- dije mientras inconscientemente le tocaba con la mano su hombro. Abrí los ojos sorprendida de mi acción, era incorregible. ¿Por qué tenía que ser tan afectiva si ni siquiera lo conocía?
Me levanté un tanto sobresaltada y anduve hasta la trastienda sin mirar atrás; encendí el hornillo y dejando la tetera de metal con agua para preparar dicha infusión, me asomé a través de la cortina tratando de no ser vista, para observar con curiosidad al inmortal que continuaba sentado tranquilamente esperando mi regreso.
Moira Landvik- Vampiro Clase Baja
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Re: Sembrando las semillas de una nueva amistad (Kyros Kierkegaard)
Sentado en ese sofá, frente a tantas especias y hierbas, se sentía igual que niño en feria. Le agradaba curiosear, aunque no era precisamente una característica relevante de su personalidad. Disfrutaba del conocimiento fresco y gratuito, además que toda aquella indagación sería provechosa en alguna que otra ocasión. Por último, era una escena particular: el vampiro escuchaba atento, memorizando el nombre de aquellas plantas, aprisionado totalmente por la pequeña lección herbolaria que le daba Moira. Hallaba encantador el hecho de que la vampiresa le comentaba todo aquello en un tono dulce, cómo si le explicara a un crío con paciencia que el sol aparece por el este y se oculta por el oeste. Sus ojos seguían el movimiento de sus labios y avanzaban un poco más para encontrarse con su mirada, donde no se podía ocultar el evidente humor que asomaba travieso. Asintió a todo aquello, y como sus dudas estaban saldadas, prefirió guarda silencio y regalarle una sonrisa en respuesta.
—Eh. Por supuesto. Aquí le espero—dijo cortésmente asintiendo, sin mostrar molestia alguna por el leve contacto en su hombro. Persiguió unos segundos su figura, hasta que esta se ocultó en la trastienda. Segundos después, él le estaba dando una segunda barrida al lugar. Y fue cuando sus ojos hallaron aquel color tan llamativo para él. Se levantó inconscientemente, para ir hacia el expositor ubicado a su izquierda.
«Lavanda.»
La reconocería en cualquier lugar. Su aroma inconfundible es totalmente delicioso y penetrante. Además que adoraba el tono de aquella planta. Sabía bien qué propiedad medicinal poseía: calmante. Así como antiséptico y antiinflamatorio. Y por supuesto, como aromático. A veces solía guardar una ramita o dos tras uno de sus bolsillos, sólo para envolverse en su fragancia. Involuntariamente, sus dedos estaban rozando el cristal. Un recuerdo irrumpió agresivamente sus pensamientos: paredes húmedas, revestidas de papel tapiz; una habitación pequeña pero lujosa; ninguna ventana donde la luz solar pueda colarse; una puerta caoba siempre cerrada y el aroma de lavanda endulzando el aire. De niño no conocía ni su forma ni su color, pero su aroma era tan dulce que escapaba de los jardines para intoxicar con ternura la amarga estancia de Kyros. Fueron años después en los que pudo conocer a la propietaria que le había llevado un poco de esencia dulce a su vida en encierro.
«No es tu culpa, pequeño. Sólo quiere protegerte. Sólo protegerte, querido.» Esas eran las palabras de su institutriz, Lady Margaret. Ese era su consuelo. Bajo la vista mientras volvía a guardar el recuerdo de su infancia en lo más recóndito de su memoria.
—Eh. Por supuesto. Aquí le espero—dijo cortésmente asintiendo, sin mostrar molestia alguna por el leve contacto en su hombro. Persiguió unos segundos su figura, hasta que esta se ocultó en la trastienda. Segundos después, él le estaba dando una segunda barrida al lugar. Y fue cuando sus ojos hallaron aquel color tan llamativo para él. Se levantó inconscientemente, para ir hacia el expositor ubicado a su izquierda.
«Lavanda.»
La reconocería en cualquier lugar. Su aroma inconfundible es totalmente delicioso y penetrante. Además que adoraba el tono de aquella planta. Sabía bien qué propiedad medicinal poseía: calmante. Así como antiséptico y antiinflamatorio. Y por supuesto, como aromático. A veces solía guardar una ramita o dos tras uno de sus bolsillos, sólo para envolverse en su fragancia. Involuntariamente, sus dedos estaban rozando el cristal. Un recuerdo irrumpió agresivamente sus pensamientos: paredes húmedas, revestidas de papel tapiz; una habitación pequeña pero lujosa; ninguna ventana donde la luz solar pueda colarse; una puerta caoba siempre cerrada y el aroma de lavanda endulzando el aire. De niño no conocía ni su forma ni su color, pero su aroma era tan dulce que escapaba de los jardines para intoxicar con ternura la amarga estancia de Kyros. Fueron años después en los que pudo conocer a la propietaria que le había llevado un poco de esencia dulce a su vida en encierro.
«No es tu culpa, pequeño. Sólo quiere protegerte. Sólo protegerte, querido.» Esas eran las palabras de su institutriz, Lady Margaret. Ese era su consuelo. Bajo la vista mientras volvía a guardar el recuerdo de su infancia en lo más recóndito de su memoria.
Kyros Kierkegaard- Vampiro Clase Alta
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Re: Sembrando las semillas de una nueva amistad (Kyros Kierkegaard)
Seguía preparando el té oculta en la trastienda cuando Kyros se levantó tranquilamente del sofá donde habíamos estado hablando minutos antes.
Observé con atención sus gráciles movimientos al caminar, mientras se acercaba a uno de los expositores donde se encontraban la mayoría de las plantas que poseían en sí olores fuertes y llamativos.
Reconocía que para un vampiro, con la habilidad de tener los sentidos desarrollados, aquel lugar era como mínimo una explosión de olores y sensaciones sin igual.
Sonreí ante la imagen del inmortal, que parecía sentir curiosidad por todas aquellas plantas, que para mí significaban toda mi vida. No se parecía en nada a ningún otro vampiro que hubiese conocido antes. Sus correctos modales me decían que había recibido una buena educación, seguramente pertenecería a la clase noble; más su aura... su aura era muy desconcertante.
Todavía seguía observándole cuando la tetera silbó, dándome la señal de que el agua estaba lista. Preparé con cuidado el té, como llevaba siglos haciendo, añadiendo un par de hojas de menta para darle frescor, y preparando una bandeja con dos tazas y el azucarero, caminé hasta el mostrador situado al lado de donde se encontraba Kyros.
- Si estáis interesado en alguna planta, os puedo preparar un saquito con ella.- susurré tras él tratando de no sobresaltarle mientras dejaba la bandeja en el mostrador.- Será un obsequio por haberme ayudado en el bosque. La verdad es que he tenido suerte de toparme con vos allí.
Mis palabras encerraban pena y rabia al mismo tiempo por lo sucedido; y tenía que reconocer que si no hubiese sido por Kyros no sabía cual hubiese sido mi destino aquella noche. Pero su voz y su presencia conseguían tranquilizarme y pensar con claridad. Comencé a servir el té en sendas tazas, y le acerqué una al inmortal que tenía su mirada clavada en mí.
- ¿Azúcar?.- ofrecí con dulzura mientras le tendía su bebida, rozando minimamente mis dedos con los suyos. Me mordí el labio contrariada.
No tenía muy claro si es que estaba despistada de más aquella noche, o es que mi ser tenía la necesidad de tocar a aquel inmortal, pero era la segunda vez en poco tiempo que mi mano lo buscaba.
- Y por simple curiosidad, ¿qué hace un inmortal como vos en un lugar como éste?.- sonreí divertida mientras cogía mi taza de té para llevármela a los labios.
Quizás me equivocase, pero algo me decía que Kyros y yo teníamos más en común que el placer por mantener costumbres mundanas como tomar un té, y es que ninguno de los dos era de aquella ciudad que había decidido unir nuestros caminos en un momento y lugar extraños como mínimo.
Observé con atención sus gráciles movimientos al caminar, mientras se acercaba a uno de los expositores donde se encontraban la mayoría de las plantas que poseían en sí olores fuertes y llamativos.
Reconocía que para un vampiro, con la habilidad de tener los sentidos desarrollados, aquel lugar era como mínimo una explosión de olores y sensaciones sin igual.
Sonreí ante la imagen del inmortal, que parecía sentir curiosidad por todas aquellas plantas, que para mí significaban toda mi vida. No se parecía en nada a ningún otro vampiro que hubiese conocido antes. Sus correctos modales me decían que había recibido una buena educación, seguramente pertenecería a la clase noble; más su aura... su aura era muy desconcertante.
Todavía seguía observándole cuando la tetera silbó, dándome la señal de que el agua estaba lista. Preparé con cuidado el té, como llevaba siglos haciendo, añadiendo un par de hojas de menta para darle frescor, y preparando una bandeja con dos tazas y el azucarero, caminé hasta el mostrador situado al lado de donde se encontraba Kyros.
- Si estáis interesado en alguna planta, os puedo preparar un saquito con ella.- susurré tras él tratando de no sobresaltarle mientras dejaba la bandeja en el mostrador.- Será un obsequio por haberme ayudado en el bosque. La verdad es que he tenido suerte de toparme con vos allí.
Mis palabras encerraban pena y rabia al mismo tiempo por lo sucedido; y tenía que reconocer que si no hubiese sido por Kyros no sabía cual hubiese sido mi destino aquella noche. Pero su voz y su presencia conseguían tranquilizarme y pensar con claridad. Comencé a servir el té en sendas tazas, y le acerqué una al inmortal que tenía su mirada clavada en mí.
- ¿Azúcar?.- ofrecí con dulzura mientras le tendía su bebida, rozando minimamente mis dedos con los suyos. Me mordí el labio contrariada.
No tenía muy claro si es que estaba despistada de más aquella noche, o es que mi ser tenía la necesidad de tocar a aquel inmortal, pero era la segunda vez en poco tiempo que mi mano lo buscaba.
- Y por simple curiosidad, ¿qué hace un inmortal como vos en un lugar como éste?.- sonreí divertida mientras cogía mi taza de té para llevármela a los labios.
Quizás me equivocase, pero algo me decía que Kyros y yo teníamos más en común que el placer por mantener costumbres mundanas como tomar un té, y es que ninguno de los dos era de aquella ciudad que había decidido unir nuestros caminos en un momento y lugar extraños como mínimo.
Moira Landvik- Vampiro Clase Baja
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Re: Sembrando las semillas de una nueva amistad (Kyros Kierkegaard)
Entre el pensamiento tan difuso de la mente del vampiro, así como surgían aquellos lúgubres recuerdos que oscurecían su ánimo— mellándolo hasta fragilizarlo brutalmente—, había algunos muy valiosos que podían reanimar a cualquier hombre moribundo y desgraciado. Eran luces diáfanas, cálidas, centellantes. Poderosas; que su única cualidad verdaderamente importante era conceder vida. Aquella que en un aliento se escapaba rauda y en un respiro volvía súbitamente. Y fue entonces donde tuvo suerte, aún cuando pueda contarlas con los dedos de una mano, porque reconfortaba su existencia. Sus pequeñas luces que podían provocar que vuelva a mirar con esperanza. Como luces de velas.
Incluso cuando había captado sin esfuerzo el agudo pitido de la tetera y la frescura de la menta haya irrumpido oportunamente sus ensoñaciones, no eran suficientes sensaciones para que lo arrancaran del todo de sus evocaciones. Sólo la voz y presencia de Moira lo hicieron girar bruscamente.
—No es necesario ningún obsequio, madame, fue un deber—respondió suavemente, una sonrisa modesta apareció radiante en sus labios. Su mirada endurecida fácilmente se amansó. Pudo notar su pesar rasgando su voz. Se posicionó frente a ella, con el mostrador entre ambos y una pequeña nubecilla de vapor emanando de los pocillos, servidos ya por la vampiresa—. Huele exquisito. Muchas gracias—comentó al instante, buscando la forma de desviar cualquier asunto respecto a lo sucedido en el bosque, tratando de buscar la mirada de la vampiresa para que sintiera su sinceridad.
Sintió un pequeño roce. Bajó la vista hacia el pequeño objeto que Moira deslizaba por el mostrador—. Por supuesto—, aceptó, tomando torpemente dos de ellos. Ni siquiera recordaba cuantos solían utilizar para endulzar la bebida. Empezó a mover suavemente la cuchara para disolver el azúcar, arremolinando en cada vuelta el oscuro líquido, cerniéndose sobre ellos el sonido tan común y familiar del tintineo del metal sobre la losa.
—Resulta que me encontré a una valiente y hermosa dama en el bosque…—respondió, también divertido, aun con la vista en el remolino de té. Sabía a qué se refería pero quería que Moira se aliviara y sonriera un poco. Levanto la mirada para encontrarse con la de ella—. ¿Os es tan evidente que mi acento, desgraciadamente, suena como si fuera una mezcla extraña entre un pobre francés y llamativo inglés?—planteó, muy serio. Ese gesto se desvaneció al instante. Una sonrisa apareció en sus labios y aprovechó ese momento de respuesta para probar aquel té.
Incluso cuando había captado sin esfuerzo el agudo pitido de la tetera y la frescura de la menta haya irrumpido oportunamente sus ensoñaciones, no eran suficientes sensaciones para que lo arrancaran del todo de sus evocaciones. Sólo la voz y presencia de Moira lo hicieron girar bruscamente.
—No es necesario ningún obsequio, madame, fue un deber—respondió suavemente, una sonrisa modesta apareció radiante en sus labios. Su mirada endurecida fácilmente se amansó. Pudo notar su pesar rasgando su voz. Se posicionó frente a ella, con el mostrador entre ambos y una pequeña nubecilla de vapor emanando de los pocillos, servidos ya por la vampiresa—. Huele exquisito. Muchas gracias—comentó al instante, buscando la forma de desviar cualquier asunto respecto a lo sucedido en el bosque, tratando de buscar la mirada de la vampiresa para que sintiera su sinceridad.
Sintió un pequeño roce. Bajó la vista hacia el pequeño objeto que Moira deslizaba por el mostrador—. Por supuesto—, aceptó, tomando torpemente dos de ellos. Ni siquiera recordaba cuantos solían utilizar para endulzar la bebida. Empezó a mover suavemente la cuchara para disolver el azúcar, arremolinando en cada vuelta el oscuro líquido, cerniéndose sobre ellos el sonido tan común y familiar del tintineo del metal sobre la losa.
—Resulta que me encontré a una valiente y hermosa dama en el bosque…—respondió, también divertido, aun con la vista en el remolino de té. Sabía a qué se refería pero quería que Moira se aliviara y sonriera un poco. Levanto la mirada para encontrarse con la de ella—. ¿Os es tan evidente que mi acento, desgraciadamente, suena como si fuera una mezcla extraña entre un pobre francés y llamativo inglés?—planteó, muy serio. Ese gesto se desvaneció al instante. Una sonrisa apareció en sus labios y aprovechó ese momento de respuesta para probar aquel té.
Kyros Kierkegaard- Vampiro Clase Alta
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Re: Sembrando las semillas de una nueva amistad (Kyros Kierkegaard)
Escuché como Kyros le quitaba importancia al asunto acaecido en el bosque horas antes cruzando nuestras miradas, transmitiendome de nuevo la templanza de la que todo su ser hacía gala, como si fuese lo más normal del mundo involucrarse en una pequeña batalla por alguien a quien no conocías en absoluto. Una lucha en la que cualquiera podría haber salido dañado por las fauces de los licántropos, y por experiencia sabía, que aquellas no eran fáciles de cicatrizar.
- No debería rechazar los presentes de una dama, ¿no cree? Además, así tendrá el recuerdo de esa ocasión en la que le salvó la vida a una damisela en apuros.- sonreí con picardia bebiendo con delicadeza de la porcelana que portaba entre mis manos. En realidad los que hubiesen estado en apuros hubiesen sido los lobos si Erlend no se hubiese deshecho de mí lanzándome a los brazos del caballero que ante mí estaba tomaba dos terrones para endulzar su bebida.
Observé con atención cada uno de sus gráciles movimientos al preparar su té, el gesto de su mano al deshacer el azúcar en su interior, esos gestos tan cotidianos pero que para nosotros los inmortales habían quedado relegados a meros recuerdos de nuestra vida humana. Contestó a mi pregunta todavía con los ojos distraídos en su taza, produciendo un ligero rubor en mis mejillas, junto a una sonrisa infantil que traté de disimular tras mi taza. Cuando hablaba de la dama en el bosque..¿se refería a mí? Nuestras miradas se cruzaron de nuevo al levantar él la vista de su bebida, miradas que se comunicaban entre ellas y daban más información que nuestras bocas al hablar.
- Yo...no...quería decir eso.- conseguí decir dejando la taza sobre el mostrador y tratando de disculparme ante el severo gesto de Kyros, que parecía haberse tomado mi broma como una ofensa por su pronunciación.- Es por sus impolutos modales por lo que...
Entonces vislumbré una preciosa sonrisa dibujada en su rostro con la que hacía gala de su buen humor, pillándome desprevenida en el intento de una explicación de mi fastuoso comentario. Reí divertida mientras negaba con la cabeza, agradeciendo que con su broma hubiese sido capaz de alejar a mis fantasmas por unos segundos.
-Si fuese por el idioma y su pronunciación , creo que yo saldría peor parada que vos. La mayoría de las veces entremezclo idiomas, y solo me doy cuenta cuando mi interlocutor me mira como si le estuviese hablando en hebreo.- sonreí por poder compartir esa anécdota con él; no sabía como lo conseguía, como aquel inmortal al que conocía desde hacia unas horas provocaba en mí esa sensación de confianza en él, esa sensación de conocerlo desde hacía más tiempo.
- No debería rechazar los presentes de una dama, ¿no cree? Además, así tendrá el recuerdo de esa ocasión en la que le salvó la vida a una damisela en apuros.- sonreí con picardia bebiendo con delicadeza de la porcelana que portaba entre mis manos. En realidad los que hubiesen estado en apuros hubiesen sido los lobos si Erlend no se hubiese deshecho de mí lanzándome a los brazos del caballero que ante mí estaba tomaba dos terrones para endulzar su bebida.
Observé con atención cada uno de sus gráciles movimientos al preparar su té, el gesto de su mano al deshacer el azúcar en su interior, esos gestos tan cotidianos pero que para nosotros los inmortales habían quedado relegados a meros recuerdos de nuestra vida humana. Contestó a mi pregunta todavía con los ojos distraídos en su taza, produciendo un ligero rubor en mis mejillas, junto a una sonrisa infantil que traté de disimular tras mi taza. Cuando hablaba de la dama en el bosque..¿se refería a mí? Nuestras miradas se cruzaron de nuevo al levantar él la vista de su bebida, miradas que se comunicaban entre ellas y daban más información que nuestras bocas al hablar.
- Yo...no...quería decir eso.- conseguí decir dejando la taza sobre el mostrador y tratando de disculparme ante el severo gesto de Kyros, que parecía haberse tomado mi broma como una ofensa por su pronunciación.- Es por sus impolutos modales por lo que...
Entonces vislumbré una preciosa sonrisa dibujada en su rostro con la que hacía gala de su buen humor, pillándome desprevenida en el intento de una explicación de mi fastuoso comentario. Reí divertida mientras negaba con la cabeza, agradeciendo que con su broma hubiese sido capaz de alejar a mis fantasmas por unos segundos.
-Si fuese por el idioma y su pronunciación , creo que yo saldría peor parada que vos. La mayoría de las veces entremezclo idiomas, y solo me doy cuenta cuando mi interlocutor me mira como si le estuviese hablando en hebreo.- sonreí por poder compartir esa anécdota con él; no sabía como lo conseguía, como aquel inmortal al que conocía desde hacia unas horas provocaba en mí esa sensación de confianza en él, esa sensación de conocerlo desde hacía más tiempo.
Moira Landvik- Vampiro Clase Baja
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Re: Sembrando las semillas de una nueva amistad (Kyros Kierkegaard)
La risa del vampiro se fundió con el ambiente, cálida y pacífica; un sonido suave pero con el tinte profundo y grave de un ser madurado por el tiempo. Saltaba a la vista el hecho de que la vampiresa no era perteneciente a estas tierras: el color de su voz y el rezago de costumbres antiguas, y por supuesto, el hecho de que como inmortal tenía el tiempo suficiente como para mezclarse con tantas diferentes culturas. La mayoría de inmortales eran criaturas errantes, nómadas; azotadas por el viento de la inestabilidad y volcados en un remolino de circunstancias históricas. Lo único que podían hacer era mirar y acoplarse; los más osados intervenían en el curso de la historia y trascendían por sobre su inmortalidad ya edificada.
—Sería incomprensible como alguien podría llegar a ignorarlo—respondió, con el fantasma de una sonrisa fugándose de sus labios. El esmeralda de su mirada brillaba con una peculiaridad imposible de descifrar y una pregunta escondida entre sus pestañas amenazaba con formularse, inquieta—. Es decir, nosotros solemos notar esas diferencias—sujetó la taza con ambas manos: era incapaz de sentir la tibieza de la losa, aunque lo deseara, ni siquiera se percibía el contraste de temperaturas. Suspiró—. Usualmente permanecemos donde no pertenecemos y…de dónde pertenecemos, huimos—. El vampiro había bajado la vista, recordando que tuvo que abandonar su tierra natal para evitar ser asesinado, antes de perder su humanidad. Era posible que no sea el caso de todas las criaturas de la noche, pero tampoco era completamente falso el pensamiento que había compartido con Moira. Alzó la mirada, despreocupado, disipando esos recuerdos punzantes—. Diferimos en causas, pero nos encontramos en casi las mismas consecuencias, ¿no le parece cierto, madame?—una sonrisa ladina apareció apagada en sus labios.
El vampiro había notado algo diferente en el ambiente. Había más luz…Sólo le hizo falta un segundo para descubrir que los rayos del sol asomaban por la ventana de la tienda. Tuvo la extraña sensación de estar olvidando algo importante. Y fue cuando el gesto de sorpresa y riña consigo mismo apareció en su rostro: debía volver cuanto antes posible a la mansión. Aún había sombras por las cuales se podía deslizar por las calles. Frunció el ceño ante la dificultad para trazar una ruta confiable y el tiempo en que se tardaría en llegar.
—Mademoiselle, ruego que me disculpe, pero debo retirarme—su preocupación era notoria, pero trato de esconderla con una sonrisa serena.
—Sería incomprensible como alguien podría llegar a ignorarlo—respondió, con el fantasma de una sonrisa fugándose de sus labios. El esmeralda de su mirada brillaba con una peculiaridad imposible de descifrar y una pregunta escondida entre sus pestañas amenazaba con formularse, inquieta—. Es decir, nosotros solemos notar esas diferencias—sujetó la taza con ambas manos: era incapaz de sentir la tibieza de la losa, aunque lo deseara, ni siquiera se percibía el contraste de temperaturas. Suspiró—. Usualmente permanecemos donde no pertenecemos y…de dónde pertenecemos, huimos—. El vampiro había bajado la vista, recordando que tuvo que abandonar su tierra natal para evitar ser asesinado, antes de perder su humanidad. Era posible que no sea el caso de todas las criaturas de la noche, pero tampoco era completamente falso el pensamiento que había compartido con Moira. Alzó la mirada, despreocupado, disipando esos recuerdos punzantes—. Diferimos en causas, pero nos encontramos en casi las mismas consecuencias, ¿no le parece cierto, madame?—una sonrisa ladina apareció apagada en sus labios.
El vampiro había notado algo diferente en el ambiente. Había más luz…Sólo le hizo falta un segundo para descubrir que los rayos del sol asomaban por la ventana de la tienda. Tuvo la extraña sensación de estar olvidando algo importante. Y fue cuando el gesto de sorpresa y riña consigo mismo apareció en su rostro: debía volver cuanto antes posible a la mansión. Aún había sombras por las cuales se podía deslizar por las calles. Frunció el ceño ante la dificultad para trazar una ruta confiable y el tiempo en que se tardaría en llegar.
—Mademoiselle, ruego que me disculpe, pero debo retirarme—su preocupación era notoria, pero trato de esconderla con una sonrisa serena.
Kyros Kierkegaard- Vampiro Clase Alta
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Re: Sembrando las semillas de una nueva amistad (Kyros Kierkegaard)
A su lado los minutos se convertían en segundos, las palabras en cálidas sonrisas, y sin apenas darnos cuenta la noche fue dando paso al día; un día que separaría nuestros caminos, sin saber a ciencia cierta si se volverían a cruzar. Nuestra conversación fue discurriendo entre verdades ocultas y bromas sutiles que dibujaban en nuestros rostros risas y relajados gestos de complicidad; como si en lugar de unas horas llevásemos más días conociéndonos, al tiempo que el té de nuestras tazas se iba terminando y con éste nuestra velada.
Escuché atenta sus palabras, esas que sabían que provenían de la experiencia vivida, más si no fuese porque sabía que no podía leer mi mente, hubiese jurado que se estaba refiriendo a mi persona. Recordé la razón por la que había huido de mi hogar después de que me convirtiesen en el monstruo que soy ahora, en como juré que jamás volvería allí, y como a pesar de llevar más de dos milenios recorriendo el mundo, había sido incapaz de volver a pisar aquellas tierras que me vieron nacer. Quizás tenía más en común con aquel inmortal que lo que había imaginado en un principio; tal vez había sido el destino el que había cruzado nuestros caminos en el bosque por algún motivo que no llegaba a vislumbrar, más ahora allí los dos charlando amenamente, se me antojaba que el tiempo que nos había sido concedido sería demasiado efímero para descubrir más coincidencias entre nosotros.
-Es curioso como el tiempo y el azar juntan en el mismo camino a dos seres tan diferentes y parecidos a la vez. – contesté sonriendo con melancolía al recordar parte de mi pasado; ese que pensaba que había dejado atrás pero que sin duda volvía una y otra vez para recordarme que nunca podría vivir en paz. Nuestras miradas se cruzaron de nuevo, y comprendí que ambos siempre huiríamos de un pasado que quizás esta noche no compartiésemos, pero que con el tiempo y el asentamiento de nuestra amistad, acabaría saliendo a la luz.- Comparto la idea de que permanecemos en los lugares más insospechados, quizás los que no evocan en nosotros recuerdos dolorosos de un pasado que nunca volverá. Buscamos una nueva vida cada vez, localizaciones en los que seamos capaces de sentirnos libres de nuestros demonios; lugares en los que podamos tener una nueva oportunidad de enmendar el daño causado y empezar de cero.
Sentí un ligero picor en la nuca, señal de que el amanecer se aproximaba y que nuestra velada llegaba a su fin. Kyros también debió sentir la luz de aparición del astro rey, que inminente iluminaría las calles de la ciudad, pues tensándose ligeramente se disculpó con su marcha. Quise decirle que se quedase, que en la trastienda habría sitio para los dos y que estaríamos a salvo de la luz del sol, pero quizás alguien le estuviese esperando en su casa, y me sentía lo suficientemente cohibida como para no atreverme a preguntar.
Saqué una pequeña bolsita de tul de debajo del mostrador preparada para envolver pedidos, y acercándome a la vitrina donde minutos antes Kyros se había dejado llevar por el ambiente envolvente de las plantas aromáticas, tomé un poco de lavanda y la introduje en el saquito ante la mirada atenta del vampiro.
-Espero volver a verle pronto y conoceros un poco más.- sonreí tomando su mano entre las mías y dándole la bolsita preparada para él.- Acepte mi obsequio, y si por cosas del destino no volvemos a encontrarnos, siempre tendrá un recuerdo mío; el recuerdo de una extraña e inmejorable noche.
Sonreí con dulzura sabiendo que ese era nuestro adiós, que por mucho que me costase debía dejarlo marchar, y tras darle un fugaz beso en la mejilla, solté su mano sintiendo ahora las mías vacías.
-Vaya con cuidado y no se demore demasiado.- susurré antes de despedirme definitivamente del inmortal que me había salvado aquella noche, y no solo de las dentelladas lupinas, sino de un hondo pozo en el que habría caído después de haber tenido aquella discusión con Erlend, en la que me había sentido traicionada.
Escuché atenta sus palabras, esas que sabían que provenían de la experiencia vivida, más si no fuese porque sabía que no podía leer mi mente, hubiese jurado que se estaba refiriendo a mi persona. Recordé la razón por la que había huido de mi hogar después de que me convirtiesen en el monstruo que soy ahora, en como juré que jamás volvería allí, y como a pesar de llevar más de dos milenios recorriendo el mundo, había sido incapaz de volver a pisar aquellas tierras que me vieron nacer. Quizás tenía más en común con aquel inmortal que lo que había imaginado en un principio; tal vez había sido el destino el que había cruzado nuestros caminos en el bosque por algún motivo que no llegaba a vislumbrar, más ahora allí los dos charlando amenamente, se me antojaba que el tiempo que nos había sido concedido sería demasiado efímero para descubrir más coincidencias entre nosotros.
-Es curioso como el tiempo y el azar juntan en el mismo camino a dos seres tan diferentes y parecidos a la vez. – contesté sonriendo con melancolía al recordar parte de mi pasado; ese que pensaba que había dejado atrás pero que sin duda volvía una y otra vez para recordarme que nunca podría vivir en paz. Nuestras miradas se cruzaron de nuevo, y comprendí que ambos siempre huiríamos de un pasado que quizás esta noche no compartiésemos, pero que con el tiempo y el asentamiento de nuestra amistad, acabaría saliendo a la luz.- Comparto la idea de que permanecemos en los lugares más insospechados, quizás los que no evocan en nosotros recuerdos dolorosos de un pasado que nunca volverá. Buscamos una nueva vida cada vez, localizaciones en los que seamos capaces de sentirnos libres de nuestros demonios; lugares en los que podamos tener una nueva oportunidad de enmendar el daño causado y empezar de cero.
Sentí un ligero picor en la nuca, señal de que el amanecer se aproximaba y que nuestra velada llegaba a su fin. Kyros también debió sentir la luz de aparición del astro rey, que inminente iluminaría las calles de la ciudad, pues tensándose ligeramente se disculpó con su marcha. Quise decirle que se quedase, que en la trastienda habría sitio para los dos y que estaríamos a salvo de la luz del sol, pero quizás alguien le estuviese esperando en su casa, y me sentía lo suficientemente cohibida como para no atreverme a preguntar.
Saqué una pequeña bolsita de tul de debajo del mostrador preparada para envolver pedidos, y acercándome a la vitrina donde minutos antes Kyros se había dejado llevar por el ambiente envolvente de las plantas aromáticas, tomé un poco de lavanda y la introduje en el saquito ante la mirada atenta del vampiro.
-Espero volver a verle pronto y conoceros un poco más.- sonreí tomando su mano entre las mías y dándole la bolsita preparada para él.- Acepte mi obsequio, y si por cosas del destino no volvemos a encontrarnos, siempre tendrá un recuerdo mío; el recuerdo de una extraña e inmejorable noche.
Sonreí con dulzura sabiendo que ese era nuestro adiós, que por mucho que me costase debía dejarlo marchar, y tras darle un fugaz beso en la mejilla, solté su mano sintiendo ahora las mías vacías.
-Vaya con cuidado y no se demore demasiado.- susurré antes de despedirme definitivamente del inmortal que me había salvado aquella noche, y no solo de las dentelladas lupinas, sino de un hondo pozo en el que habría caído después de haber tenido aquella discusión con Erlend, en la que me había sentido traicionada.
Moira Landvik- Vampiro Clase Baja
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