La persecución del dragón {Flashback— Kaden A. Mazzantini}

por **Ginevra di Visconti** Lun Jul 04, 2016 5:01 pm

El retirarse no es huir, ni el esperar es
cordura cuando el peligro sobrepuja a la esperanza.
—Miguel de Cervantes Saavedra.

Más acelerados que tranquilos, los caballos avanzaban con prisa y elegancia por el camino de tierra, rodeados de un espeso bosque que los rodeaba hace horas. Llevaban ocho horas de camino desde la partida de Ginevra; la última primogénita de los di Visconti, del escondite en donde había morado desde los doce años hasta la actualidad, sus diecinueve. El reclutamiento de la pequeña fue necesario y de vital importancia para su familia. Tras la muerte de su madre y los muchos pesares del pueblo italiano entre guerras y complots de la propia realeza contra la misma, su padre se había visto obligado a apartarla de la primera línea de fuego enemigo y resguardarla a salvo de todos aquellos usurpadores que no dudarían en matar ni siquiera a sus propias familias para acumular más poder. No eran tiempos felices para las tierras italianas y sus gentes y tampoco lo había sido para las familias más importantes de la zona; Los di Visconti entre otros. Y como otras tantas familias el patriarca de la familia había decidido el destino de sus miembros, recluyendo por ello a la pequeña en una escuela de alto standing, alejándola de todo cuanto ella amaba únicamente por su afán de querer verla como un hijo. Dándose cuenta tarde de que esta no podía ser el hijo que él siempre había esperado tener. La lucha y la muerte no era el lugar idóneo para criar a una hija. Precisamente, fue la ceguera de su padre a quererla como lo que era; una niña, lo que llevó a Ginevra a estar fuera de su hogar por siete años. Por suerte, para la joven aquellos años de reclutamiento dentro de aquella gran institución se habían terminado y en apenas dos horas más, llegarían sanos y salvos a su último destino. Su tan querida y extrañada Italia; A casa.

Llevaba años, casi toda su juventud entera, soñando con el preciado instante en que por fin regresaría a casa y sus ojos como si vieran aquel paisaje por primera vez, observaban todo con vilo, con ansía. Ahora, tras siete años, Ginevra no era la misma infante que había dejado atrás su país, sino que distinta, con una mirada radiante y viva, del color de las bravas aguas del mar, la jovencita había crecido sin parangón, volviéndose en una preciosa dama. Su cuerpo ataviado de los más caros vestidos se había alargado y moldeando dejando tras de sí el resultado de unas piernas largas y una figura esbelta, delgada, muy diferente al cuerpo infantil de antaño.

Aquella misma mañana eufórica por su regreso no había parado de ver todo lo que había podido y más. Su dama de compañía, su protectora junto a los demás guardias que la custodiaban durante el viaje asegurando así su llegada, en muchas ocasiones le habían tenido que prohibir tajantemente que saliese a dar una vuelta para mover las piernas o airearse. Ninguna excusa parecía lo suficientemente convincente para que le dejasen salir del carruaje, donde cada hora se hacía una hora interminable allí en aquel lugar encerrada. Con la mano apoyada en la ventana del carruaje, la joven acariciaba con sus dedos el viento y hastiada de aquel viaje tras tantas horas allí recluida sin poder moverse, al ser consciente de reojo como su acompañante se dormía muy lentamente cayendo en un sueño profundo, decidió aprovechar para salir quisieran o no de aquel pequeño habitáculo donde la transportaban en secreto. Su aguda mente enseguida planeó un plan para llevar a cabo su deseo, y asegurándose de que su dama seguía dormitando, abriendo la portezuela como pudo logró escaquearse subiéndose a lomos de uno de los caballos de reserva, que yacía atado junto a su ventana, de donde deshizo su agarre para así tomar las riendas de la montura personalmente.

—No me digáis nada, Catrice, Ya no soy una niña a la que debáis de reñir y hace años espero el momento de volver a montar, por lo que no oséis os pido, arrebatarme el placer de montar tras tanto tiempo. — se pronunció en cuanto solo tomar posición en el lomo del animal, los gritos de su dama le hicieron ver que esta se había despertado y que poco congraciada se encontraba con que se sentara sobre el lomo de aquel animal. —Estaremos bien, solo serán unas pocas horas de viaje y prometo no fatigarme mucho, si os preocupa mi salud para mi reencuentro con padre.

A regañadientes su dama volvió a sentarse, y con una sonrisa de oreja a oreja alentó al caballo a acelerar el paso, dejando así su dama atrás. Hacia años le habían prohibido montar, sin embargo, la pericia y el tacto con aquellos animales tan nobles no la había perdido y dando gracias a su dios, se encontró de nuevo feliz y dichosa de sentirse libre, evocando los momentos en que con su caballo galopaba montañas enteras junto a su padre. Las horas así fueron pasando, hasta que al solo faltar una mísera media hora para llegar a buen recaudo, un grupo numeroso de soldados a caballo aparecieron de entre el bosque, rodeándolos. Enseguida estos aparecieron hubo revuelo entre unos y otros soldados, y mientras unos protegían a Ginevra aun siendo menos numerosos, los demás parecían tener muy claras sus intenciones y estas, poco cariñosas y benevolentes parecían ser… aún más cuando la insignia enemiga de su familia relució en una de las espadas que los forajidos desconocidos portaban.

Enseguida Ginevra los reconoció, las muertes fueron sucediéndose y aprovechando una ligera confusión de los que la buscaban muerta, al no reconocerla desde un buen principio y tomarla como a una simple dama de compañía de la que se atrincheraba y resguardaba dentro el carruaje, en un despiste y antes de que descubrieran que la joven de dentro el carruaje no era a la que buscaban, espoleó con todas sus energías a su montura y salió encabritada huyendo de allí bosque a través. Aún se acordaba de cómo llegar a casa. Su padre le había enseñado desde bien pequeña todos los caminos que la llevarían de regreso a su familia y de las rutas de escape más rápidas para llegar. Ahora era momento de usar aquellas enseñanzas que creyó que jamás necesitaría poner en marcha y en lo que dejaba atrás a todos aquellos soldados y a su dama en su compañía, un grupo de cuatro soldados empezaron a perseguirla. Estaba en serios problemas y la única forma de deshacerse de ellos era despistándolos hasta llegar a la frontera de las tierras de su familia, donde allí con suerte habría alguien esperándola. De no ser así, ya podrían darla por muerta, pensó oyendo de fondo el último grito de su dama y de aquellos que la acompañaban. No quedaba mucho para que fueran todos tras sus pasos.