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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Guillaume de Beaune Lun Jul 11, 2016 11:06 pm

«La locura sólo es otro punto de vista acerca de la vida. Aunque, podría ser más terrible y menos sano que el pensar colectivo y eso es lo que verdaderamente me angustia. O quizá esté yo muy loco para pensar así...»



La mañana apenas empezaba; afuera podía escuchar el trinar de un par de aves, que se mostraban alegres por la llegada de la primavera. El sol se escurría entre las pesadas cortinas que cubrían los ventanales de marco desgastado, dándoles calidez y una claridad tenue a las paredes de la habitación en la que solía descansar. Intenté abrir los ojos, pero mis párpados no respondían; mi cuerpo tampoco lo hacía. Simplemente me hice ovillo entre las mantas y quise continuar con mi placentero sueño, aprovecharlo mientras toda la residencia estaba en completo silencio. Ni siquiera podía escuchar los pasos de mi padre por los extensos corredores, amenazando con despertar a todo aquel que quisiera continuar atado a su cama. Supongo que él tampoco se animaba a abandonar el lecho, y menos cuando su cuerpo no estaba en las mejores condiciones. A pesar de ser un licántropo bastante añejo, el plenilunio no dejaba de marcarlo cada mes, algo que a veces me preocupaba un poco. Intentaba, al menos con mis conocimientos de herbolería, aprendidos de aquella mujer griega llamada Minerva, calmar la angustia que vivían, tanto mi padre como Zéphyr. Al menos así lograba hacer algo por ellos durante esas fechas terribles.

Suponiendo que ese día no se iba a abrir la tienda de antigüedades (y oficina también), pensé en que podía destinar mi tiempo para actividades de mi completo interés. La noche anterior había despertado en mí recuerdos de conversaciones pasadas; relatos que muchas veces oí por parte de Friedrich, quien había abandonado la milicia germana hacía años, sólo para evitar recluirse en las filas inquisitoriales. Una decisión que lo había cambiado por completo, según contaba.

Recuerdo que cierta vez, mientras yo arreglaba unos estantes de la tienda, él empezó a hablarme de un suceso que había presenciado en la ciudad de Hamburgo hace unos años. Sabiendo que aquello podía ayudarme a mis relatos, empezó a contarme los hechos. Recordaba que los vecinos de un pequeño barrio se alarmaron al encontrar a dos niñas de terrible aspecto en el sótano de su casa, estando su padre muerto cerca de ellas. Nadie hizo comentario alguno sobre la causa de la muerte del hombre, pero según algunos rumores, fue el espíritu iracundo de su esposa fallecida, vengándose de él por haberla entregado a la Inquisición. La escena me erizó la piel, y siendo yo un hechicero, la sensación no fue la más agradable. No obstante, no dejé de interesarme, y mucho menos cuando Friedrich me confirmó del destino de las niñas, sabiendo que una estaba justo en la ciudad y ya debía ser una mujer hecha y derecha.

Vi en esa historia una oportunidad para poder publicar algo extraordinario en el diario local (ya que llevaba un tiempo sin enviar nada). Mi mente empezó a atar cabos sueltos; escribía algunas ideas que surgían con respecto al tema y supe que me hacía falta algo más, algo que me fue dado por el mismísimo Friedrich. Aquel hombre sabio siempre conocía más de lo que yo llegaba a suponer. Me proporcionó lo justo y necesario y justo ese día, en que todo estaba en paz, decidí que era el correcto para visitar el lugar, en donde, suponía yo, que debía de encontrarse aquella muchacha.

Al llegar a la entrada del Sanatorio Mental, no pude sentirme menos tranquilo, aunque me emocionaba lo que tenía entre manos, no dejaba de lamentarme por incurrir en lugares tan poco agradables. Siendo yo un brujo, era más sensible a ciertas energías que pululaban en aquel ambiente inhóspito, que se hallaba bastante retirado de la ciudad. Tomé todo el aire que mis pulmones fueron capaces de soportar y exhalé con calma, decidiéndome por tocar aquella puerta amplia, forjada en hierro. La mujer que apareció tras ésta tenía un aspecto menos agradable, aunque me atendió con tanta amabilidad, que olvidé su vestimentas y físico. Me presenté y tras intercambiar un par de palabras con ella, llamó a un joven para que me acompañara a la planta superior. A mis espaldas escuchaba los lamentos de los enfermos recluidos y no podía dejar de sentir que la espalda se me erizaba.

Cuando estuvimos en el segundo piso, fuimos directo a una pequeña habitación que usaban como oficina. Había papeles y libros por aquí y por allá; el escritorio también estaba a reventar. El muchacho me indicó que tomara asiento en una pequeña silla de madera y se marchó, no sin antes decirme que esperara un momento.

—Gracias —respondí amablemente, esperando que aquella joven llamada Rem pudiera atenderme; de verdad esperaba que no fuera a rehusarse a que le hiciera la entrevista. Así que sólo me tocó esperar.


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Mensaje por Rem Lehnert Vie Jul 29, 2016 3:37 am



El cambio de aire al atravesar el umbral del sanatorio era imposible de ignorar. Cualquiera podía percibir auras negativas, provenientes de energías no corpóreas, abrazar el lugar, aún sin tener la habilidad de verlas. ¿Qué historia guardaban los “avances” psiquiátricos, y quiénes habían sido los mártires de tan horridos actos? Ella, la ayudante muda, sabía que los pacientes del hoy serían los fantasmas del mañana, condenados a vagar eternamente por su última morada. La mayoría compartían su destino, y esas almas tristes, iracundas, incomprendida el abandono de sus seres queridos en semejante sitio.

Aquella tarde no se diferenciaba a las del resto. Tras sus paredes, la casa del delirio albergaba a todo tipo de persona; desde aquellas cuya serenidad ansiaba al resto de los internos, hasta las más incontrolables, presas de su esquizofrenia. Rem se encontraba en una de las habitaciones del fondo, siendo partícipe de una trepanación a una mujer de no más de treinta años. La bruja se limitaba, una vez más, a observar en silencio, y a seguir las órdenes del médico a cargo. La trepanación como psicocirugía era uno de los métodos de intervención más antiguos registrados, y a pesar que en sus inicios habría tenido fines supersticiosos, dicha técnica se seguía utilizando con finalidad terapéutica. De por sí consideraba estas operaciones como una guía para luego poder desempeñarse de manera autónoma en su vida privada, de modo que su mirada atendía absorta a las manos del hombre, quien buscaba entonces tratar un caso de epilepsia. La mujer había sido sometida al dieléter, el cual tenía una función anestésica, y aparentemente respondía bien a este; la primera incisión para desprender el cuero cabelludo se había realizado de manera práctica y rápida. Los minutos posteriores, sin embargo, comenzaban a pasar más lentos; en especial cuando se pasó a utilizar el trépano sobre la paciente.
Se había trabajado ya en los primeros centímetros del cráneo cuando, ante una falla de sensibilidad en la anestesia, esta despertó.

Un dolor indescriptible comenzó a torturar cada fibra de su cuerpo, exponiéndolo a gritos azorados, que resonarían en todas las salas del sanatorio. Incluso, en aquella que se utilizaba para recibir a las visitas, donde el señor Maschwitz, uno de los encargados, se encontraba atendiendo a un joven que al parecer solicitaba la presencia de la hechicera. Maschwitz, luego de intercambiar algunas palabras, se giró para salir en su búsqueda cuando el grito resonó en sus oídos. A pesar de estar acostumbrado en aquel ambiente, el muchacho paralizó su cuerpo, y sólo luego de persignarse a espaldas del hombre, continuó su camino. El disturbio causado en la sala operatoria se volvía cada vez más incontrolable. Cabe mencionar que de no existir un espejo en dicho recinto el final, tal vez, hubiese sido distinto, puesto que la paciente, horrorizada al verse a sí misma con el cuero cabelludo desprendido y el trépano incrustado, comenzó a sufrir convulsiones, siendo finalmente víctima de una muerte súbita durante estas. Para suerte de la ayudante, el ruido ensordecedor había cesado. No mentía al asegurar que los pocos años invertidos allí la habían ayudado a controlar sus impulsos agresivos. El revuelo había provocado entonces un derramamiento de sangre sobre el piso y por encima del nuevo cadáver, y era su tarea limpiar el desastre.

Ya había iniciado el trabajo de aseo y desinfección, manchando sus manos y rodillas de los fluidos ajenos, cuando escuchó su nombre por fuera de la habitación; era el joven Maschwitz, y se le ordenaba presencia en la otra sala. Al encontrarse sola — pues el médico en medio de la frustración se había retirado — se levantó, dejando el cuerpo, y se dirigió hasta el otro extremo del sanatorio. Su apariencia no era algo que le preocupase en demasía.
—Descuide, no demorará —se apresuró el encargado a avisar al hombre—. ¿Es pariente?
»Porque debo advertir que no debería sorprenderle su escasez de palabras, es… tímida. Es la primera vez que recibe visitas.

Al llegar, Rem se detuvo en seco ante la otra presencia y, sin siquiera presentarse, se mantuvo de pie observándolo. Se preguntaba, si tal vez lo conocía de algún lado, puesto que nunca nadie preguntó por ella luego de su huida. Por su parte, el muchacho no hizo más que palidecer al ver su aspecto.
—Dios mío —susurró, buscando de manera inmediata un trapo húmedo con que limpiarla. Al acercarse, comenzó a adecentarla un poco, y se arrimó hasta su oído.
—Wünsch noch er hier zu arbeiten?... Benehmen Sie!1amenazó en voz muy baja, pues sabía que le entendería perfectamente al compartir con ella la nacionalidad alemana. Ella bajó su cabeza sin musitar, mientras sus ojos volvían a elevarse hasta quien tenía enfrente.
Antes de retirarse y cerrar la puerta, el encargado le dedicó una última mirada, un tanto nerviosa, al caballero.

1Traducción: ¿Aún desea trabajar aquí?... ¡Compórtese!


Última edición por Rem el Jue Mar 02, 2017 1:37 am, editado 6 veces


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Mensaje por Guillaume de Beaune Dom Sep 11, 2016 9:21 pm

No sé cuánto tiempo me quedé absorto en mis pensamientos. No conté los minutos que transcurrían mientras hallaban a la persona por la que había ido a ese lugar. Tenía que admitirlo, estar ahí me causaba ansiedad; jamás había experimentado de manera tan intensa aquella sensación. Lo asocié al hecho de estar ahí; de saber que, entre las habitaciones dentro del inhóspito edificio, se encontraban personas sentenciadas a la soledad. Unas por la maldad de sus familiares, otras, por su propia maldad, porque sus mentes se encontraban tan desordenadas como la habitación en la que estaba. Aunque, de algo estaba consciente, el simple hecho de que ese sanatorio existiera, y yo pudiera estar ahí, despertaba las ideas más ingeniosas que jamás hubiera tenido. Tal vez era ese tipo de inspiración la que necesitaba; o simplemente me empezaba a aburrir de las cosas que hacían los sicarios. ¡Vamos! Teníamos clientes extraños, otros con un profundo odio, pero nada se comparaba a ser declarado un enfermo mental; alguien incapaz de controlar su propia naturaleza, y, además, poder cometer actos rarísimos sin la menor conciencia. Es que en definitiva, la mente humana es, y seguirá siendo, motivo principal de muchísimas leyendas. Unas buenas, otras malas, y por supuesto, unas excelentes.

Empecé a divagar, hasta que fue arrastrado a la superficie de la realidad. La voz del hombre, que me había guiado con anterioridad, llamó mi atención; simplemente lo observé e intenté hallar una respuesta aceptable.

—No, soy periodista. Tengo mi propia columna en el diario local —dije, con tanta seguridad, que parecía creíble—. Es que me gustaría entrevistarla. Y por las escasas palabras, no se preocupe; he lidiado con personas así. No será tan complicado como cree. —Sí, eso definitivamente sería un verdadero problema. Pero ya con mi padre tenía suficiente, podía con esto.

El hombre pareció un tanto convencido. Yo solamente bajé la mirada y me distraje entrelazando mis dedos; no quería que mi respuesta fuera motivo de un inminente despido. Pero siendo la época como era, de seguro encontraban atractivo hablar sobre las tragedias humanas en un relato publicado en un periódico. Y lo digo con toda seguridad, pues antes, ya había escrito de lo mismo, y sí, fue un éxito. El mismo que me empezaba a apartar de mis faenas junto con mi padre.

Escuché pasos y, finalmente, ella había hecho acto de aparición. Aunque, no esperaba que fuera tan... ¿impresionante? Bueno, no sería la palabra adecuada. El hecho es que, tanto sus manos, como sus rodillas, estaban llenas de sangre. El olor era fuerte, como si hubiera estado expuesta a una masacre. Simplemente la observé en silencio, intentando, con gran esfuerzo, no salir con un comentario sin humor, mientras el encargado me dirigía una mirada nerviosa. ¡Ah! Si él supiera a lo que yo me dedicaba en realidad, no me hubiera observado de esa manera. Así que, sin perder más tiempo, me puse de pie y me presenté. Después de todo, debía ser caballeroso, ¿no?

—¿Señorita Rem? No vaya a tomar a mal mi visita. Yo... —Tragué saliva. No esperaba que fuera a ser tan complicado—. Ahm, soy periodista, bueno, no; soy escritor, y a veces hago de periodista —me sentía un verdadero idiota hablando de ese modo—, y me gustaría hacerle una pequeña entrevista, si no es molestia. No se preocupe, no tocaré temas demasiado personales; tampoco ésta saldrá en el diario. Sólo me servirá para una historia en la que estoy trabajando, y bueno, entre tantas búsquedas, di con usted.



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Mensaje por Rem Lehnert Dom Sep 25, 2016 4:01 pm



Al cerrarse aquella puerta, el silencio los acogió a ambos; las miradas eran, por lo pronto, el único lenguaje aceptado por ambos. Azulados y mortecinos, los ojos de la mujer cuestionaban la presencia del hombre desconocido. Nerviosamente sondeaba su memoria, en busca de algún recuerdo donde se presentara figura semejante, y éxito no tenía. Mas de su abstracción desistió al instante, al notar cierta particularidad en el sujeto. Una particularidad, que la hizo interesarse en él de otra manera. No, no podía estar equivocada. Rem contaba con el conocimiento básico para interpretar la sensación que experimentaba. Sus pupilas se habían dilatado. ¡Era este un hechicero! Y era, precisamente, primera vez que daba con alguien de su misma estirpe. Tan exquisita resultaba ahora esta oportunidad. Y más dada la circunstancia, pues él la había buscado. ¿Sería que era consciente también de sus dones? Sea como fuera no podía dejarlo ir. Sería capaz al fin de callar sus interrogantes. No obstante, al ponerse el hombre de pie, bajó su mirada, retrocediendo un paso. No sólo aquello la había sacado de sus pensamientos, tomándola por sorpresa, sino que el contacto visual o físico, si no era dado bajo sus propias condiciones, era algo que rechazaba, y que quizá en el fondo temía.

—No recuerdo haberlo visto… —musitó apagada, sin planear devolverle la vista. Se sentía incómoda, aún analizaba el verdadero porqué de su visita, y es que nunca nadie la había buscado por tal asunto. Buscó entonces la manera de esquivar su figura, pasando por su costado sin prestarle atención, logrando darle la espalda —¿Cómo supo de mí? ¿Es por mi familia? —¡Los Charpentier! No podía, ni quería, concebir la idea de volver a verlos; significaría la muerte para ella. Pero luego recordó, que no existía la posibilidad de que contrataran a alguien para dar con su paradero. Había planeado bien su escape, y al recapitular el estado en que dejó a sus padres adoptivos, no estaba segura que en verdad quisieran volver a dar con ella—. No, ¿cierto? No, no podrían ser ellos.

Se detuvo contra la biblioteca de aquel living, dando siempre la espalda a su espectador. Seguía hurgando en las hipótesis más improbables, tal vez para quedarse tranquila, puesto que de principio parecía que sus palabras iban dirigidas tan sólo a ella misma. No podía permitir que la expulsaran, mucho trabajo le había costado. ¿Es que había dejado evidencia con su último mártir? No, tampoco. Se aseguraba siempre de no dejar sus pertenencias a la vista. Había utilizado en aquel entonces instrumental quirúrgico del mismo sanatorio, con el cual terminó por desfigurar el rostro de un anciano vagabundo, vaya a saberse cuál fue el propósito. No había sido una sesión de mucha utilidad, pero la había disfrutado. Luego de su acto limpiaría cuidadosamente el material de metal, de modo que aquello no pudo haber sido la razón. Aquel procesamiento mental no le impedía, sin embargo, atender a las palabras del joven que se presentaba. ¿Pero en qué clase de búsqueda podría aparecer ella? Ciertamente, su cerebro se obligaba a bloquear los sucesos de su infancia.

Temas demasiado personalesrepitió un poco impaciente, abismada en sus propias conclusiones, alzando su derecha para repasar con la yema de los dedos el lomo de los tomos que se encontraban frente suyo—. ¿Qué quiere saber?
Pero entonces, volteó su cuerpo de manera repentina, anticipándose a una respuesta al replicar sus propias palabras:
—¿Qué obtendría a cambio? —Y en su rostro se trazaría una extraña sonrisa, un tanto dubitativa, pues la curvatura de sus labios apenas podían notarse, como si fuese un error hacerlo, como si la intriga le jugara en contra. Dispuso de unos segundos más antes de esclarecer el porqué de su cambio. Sin advertir, dio vuelta el asunto. Su voz sonaba un tanto torpe—Su magia. Necesito aprender a controlar la mía.


Última edición por Rem el Jue Mar 02, 2017 1:40 am, editado 1 vez


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Mensaje por Guillaume de Beaune Mar Oct 11, 2016 12:28 am

No sabía en qué clase de lío me había metido. Usualmente tiendo a meterme en problemas, pero este sobrepasaba los límites, y la verdad, sentí la ligera necesidad de arrepentirme. Sí, yo, un sicario, intentando huir de la hostilidad del mundo; de lo confusa que puede llegar a ser la mente humana. Es que no me cabía en la cabeza porque decidí ir a ese lugar a intentar contactar a aquella persona. Quizá la historia de Friedrich logró envolverme en un mundo ficticio y fantástico; sin embargo, la verdad estaba muy distante de todo eso. Y lo estaba descubriendo. Confieso, a duras penas, que los lugares en donde se encontraban enfermos mentales, nunca fueron de mi agrado. Prefería mantenerme lejos de todo lo que implicara relacionarse con esos sitios. Esta vez hice caso omiso a mi sensatez y me dejé llevar por un simple deseo de adolescente caprichoso. Ahora, aunque deseaba hacerlo, ya no podía dar marcha atrás. Si quería mi historia, debía fortalecer mi espíritu; después de todo, yo había visto cosas bastante desagradables, muy cercanas a lo que se vivía a diario en ese sanatorio.

Con la resignación latente en mis sentidos, presté atención a todos los detalles que me rodeaban. Desde los objetos que se encontraban dispersos en la pequeña habitación, como en la indumentaria de la chica; también me fijé en sus gestos, en lo distante que sonaban sus palabras. Quería estar al tanto de todo, no deseaba perder nada. No sólo por la historia, sino, por la necedad de pensar en que tuviera que defenderme en algún momento. ¡Gracias a Dios era yo un hechicero! Y lo sé, estaba siendo un paranoico; pero mi cerebro no lograba cooperar y simplemente se dedicó a enviarme alertas.

Estuve en silencio, quizás más de lo esperado. Quise pensar en mis próximas palabras; evitar sonar demasiado idiota. Después de haber estado pensando tonterías, y al saber que no podía escapar de ahí como si nada, sólo me centré en continuar con la búsqueda de las ideas para mi escrito. Debía conseguir una entrevista pulcra; no para el periódico, sino para mí. No era tan complicado, simplemente tenía que ser ambicioso, como siempre.

—No, no es por su familia —respondí finalmente—. Supe de usted por otros medios; los escritores suelen hallar inspiración de la situación más osada, contada por alguna persona que se encontraba en el lugar de los hechos. —Hice un ademán, restándole importancia al asunto—. No deseo molestarla con ello. Ya le dije, sólo necesito ciertas... uhm, saber pequeños detalles. —Y ahí estaba de nuevo, balbuceando cualquier tontería—. Mire, sólo deseo escribir la historia, ese es mi trabajo. La entrevista es necesaria; su nombre real no será revelado, nada de eso.

¡Jesús! Por algo me costaba socializar a menudo. Comprender a las personas era una odisea; apenas podía con querer comprender mi idiotez. Y sí, también imaginaba que me pediría algo. Los entrevistados, más allá de sentirse halagados, siempre piden algo más. ¿Es qué no es suficiente con ser motivo de la creación de una historia? Oh, cierto. Mis relatos tampoco son los más comunes; yo no trataba con personas comunes. Un detalle que siempre olvido. Lo único diferente esta vez, era la magia. Exacto, la magia. ¡Ella quería controlar su magia! Pero, ¿cómo podía ser? Definitivamente las cosas se estaban poniendo más tensas.

—¿Su magia? —Repetí, todavía incrédulo de lo que había oído—. Oh, veo que... Un momento, ¿cómo supo eso? —Me puse alerta. Nombrar la magia con tanta naturalidad tenía consecuencias. Los inquisidores estaban a la vuelta de la esquina—. Por favor, sea cautelosa. La magia es motivo de prejuicios en esta época; muchas personas son perseguidas, acusadas y asesinadas por haber nacido con alguna habilidad. Usted siendo una bruja natural, debe cuidarse, y ser prudente. Por suerte, yo no pertenezco a la Inquisición, así que está segura conmigo —claro, tenía que recalcarlo, o podría levantar sospecha—; puede confiar en mi silencio. Pero, hay otra cosa... Yo nunca he ayudado a nadie con esto de la magia; yo simplemente aprendí de otra persona. No sabría por dónde empezar.



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Mensaje por Rem Lehnert Miér Nov 16, 2016 3:03 am



¿Por qué una entrevista podría ser necesaria? Los sutiles tropiezos en el habla no hacían más que alertarla sobre el estado en el que se hallaba la visita. Pese a su firmeza de carácter, el desconocido evidenciaba cierta duda sobre su demanda. ¿Un temerario? Sin duda alguna, a Rem le gustaban los temerarios. Al oírle comprendió, que así como él no planeaba marcharse sin su testimonio, ella no planeaba tampoco dejarlo ir del sanatorio, no sin una resolución convincente. De principio debía sonsacar su propósito. Mucho más importante, debía saber cómo saldría beneficiada de todo ello. Había entonces resquicios oscuros y borrosos en su discurso.

—Pero… La inquisición condena la herejía. Usted es hereje. Usted… no podría ser inquisidor —replicó con total seguridad. Como si fuese él quien no entendiera cómo funcionaba la persecución eclesiástica. En efecto, desconocía acerca de los «condenados». Criaturas de su misma estirpe, asignados a la caza de sus pares. Algunos infestados por la injuria de una traición, motivados por el deseo ígneo del resarcimiento. Otros, por un equívoco juicio hacia su propia naturaleza, por la búsqueda de misericordia beata.
¿Pero qué tan abierta podía ser con él? ¿Conocería el señor de Beaune el frenesí del homicidio? ¿Podía contarle de ellos? Con la mirada baja, sonrió tímida al recordarlos. Jamás los cuerpos fueron hallados. Jamás se habló de los desaparecidos que habían caído en sus manos. Ya no existían, ellos nunca existieron.
—No existen —se repitió a sí misma con notoria dicha, omitiendo por un instante la presencia masculina.
Entusiasmada ponderaba sus logros. En su nulo entendimiento, sus artimañas suponían ser hallazgos fascinantes, difícilmente replicables. Así, dominada por el ardor que causaban las imágenes mentales, se acercó todavía más al joven. Le habría tendido la mano, como señal para que volviera a tomar asiento. La inesperada cortesía era razonada por lo que su mente tejía conforme el tiempo transcurría. Lo consideraba el devenir una nueva esperanza, que significaba poder, que significada libertad de coacción. Aún más representativo, significaba respuestas. Respuestas sobre su propio mecanismo de acción, el cual nunca alcanzaba a comprender. Sabría también de su madre, pues así llamaba a la figura femenina que acosaba su sueño. Necesitaba saber quién era, y preguntarle por qué sentía lo que sentía. Luego de tantas represalias y castigos, había llegado a enamorarse de la violencia que invadía su deteriorado cuerpo.

—No, usted sabe —insistiría la bruja, en lo que tomaba asiento en la silla antepuesta al hombre—. Sabrá ayudarme.
»¿Qué quiere saber?... ¿Señor? Puede preguntarme lo que necesite. Así podrá decirme cómo manejar eso. Es nuestro acuerdo. ¿Cierto? Debe estar aquí por mi desempeño en el sanatorio.

Por supuesto que creía en la pulcritud de su trabajo. En su función como ayudante, ignoraba que su labor en ocasiones resultara mediocre. Desdeñaba asimismo el desprecio que los demás internos pudieran insinuarle. Se limitaba entonces a seguir el dictado de una inútil reflexión. Era un vislumbrar etéreo, súbito, pero significativo. Por primera vez luego de tantos años sus prioridades estaban claras; el hombre era el primer paso. Con las últimas palabras dirigidas había buscado nuevamente sus ojos. De tanto observar al resto, Rem sugeriría que las personas que pendían de alguna clase de aprobación tendían a dirigirse hacia el resto con amabilidad, sonrientes. Incluso cuando veía innecesario semejante comportamiento se forzó a devolverle una sonrisa ensanchada, apretando ligeramente los dientes. Esta no duraría más de unos segundos, los cuales terminaron deformándole la curvatura, hasta volverla casi putrefacta, lo suficiente para que sus labios volvieran a contraerse en su expresión, por excelencia, mortecina, meditabunda. Creyó que con eso sería suficiente.


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Mensaje por Guillaume de Beaune Lun Abr 24, 2017 10:14 pm

Si pudiera describir algún sonido en mi cabeza, de tener alguno, ese sería el de las agujas de un reloj, fastidiándome con su eterno tic tac. ¡Argh! Lo odiaba tanto; pero, es mi culpa, yo mismo me encaminé hasta ese situación, prácticamente me abalancé hacia lo desconocido como si fuera un león hambriento. Sin embargo, he de admitir que, seguramente, valdrá la pena. Los escritores, en muchas ocasiones, debemos exponernos a todo cuando de conseguir una historia buena se trata. ¿Cómo no arriesgarse en pro de lo extraordinario? ¡Por favor! Luego de que Friedrich me contara con tanta fascinación sobre ese evento, en donde estaba implicada la muchacha del sanatorio, no podía sencillamente dejar que las aguas siguieran su curso. Mi mente me gritaba, con aberrante desesperación, que fuera por aquella presa y la convirtiera en una fastuosa narrativa, como sólo mi pluma podía hacerlo.

Y heme aquí, balbuceando incoherencias como el estúpido que soy. ¿Esto no era lo que quería y me motiva? Además, suficientes horrores he tenido que contemplar en mi vida como para abrumarme por un lugar de enfermos mentales. Sin embargo, lo que me hizo colapsar un poco, ya no era aquel hecho, sino, pretender pensar con sensatez por la petición infundada por la joven. ¿Y sí ignoraba el hecho, retirándome para siempre, olvidando lo ocurrido? ¡No! Eso era de cobardes. Tenía que hallar alguna solución, pero antes... antes estaba mi entrevista, obviamente. Sólo era cuestión de saber negociar.

—¿Perdone? —pregunté al momento en que fui arrancado de mi aparente letargo. ¿Quiénes no existen? Esto se volvía cada vez más curioso—. ¡Ah, la Inquisición! Bueno, ehm, veo que no tiene mayor información al respecto, pero ellos tienen grupos que —bajé la mirada, la pausa fue breve, aunque a mí me pareció eterna—, son de personas como nosotros, ya sabe, con alguna habilidad. —Me iría a la hoguera por si quiera haber mencionado eso. Alguna vez lo oí de los dominicos, también de mi padre, quien era uno de ellos—. Eso será complicado...

Apenas alcé la voz ante la insistencia de ella. Yo apenas conocía mis poderes, ¿cómo iba a poder guiar a otro en semejante odisea? Guardé silencio, quizá lo prolongué demasiado. Hasta hice caso omiso a su presencia, como si me hubieran arrastrado a otra dimensión, pero no, en realidad estaba pensando en una solución. Y fue entonces cuando me di cuenta de algo, era un detalle sustancial para poder iniciar. ¡Toda la historia de esa chica se relacionaba implícitamente con la magia! De ahí su necesidad de poder controlarla. Las ideas iban y venían, aun así, traté de concentrarme en lo necesario.

—Mire, he de confesar que yo no soy el indicado para ayudarla, pero, puedo encontrar a alguien que sí. Será mi compensación por haberla incordiado, ¿le parece? Es un trato justo, al menos eso creo —agregué—. ¿Su desempeño? —Sí, era un tonto, lo evidente nunca se hace esperar—. ¡Ah sí! ¡Desde luego! Y ya que hace mención a ese detalle, ¿podría contarme cómo llegó aquí?

Fue una pregunta absurda, poco emocionante, ciertamente. Pero no debía ser tan imprudente esta vez, ya mucho lo fui al encontrarme en ese lugar. Y sí, seguiré insistiendo en lo mismo hasta que la distracción en otra cosa me haga olvidarlo.



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Guillaume de Beaune
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