AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Black Seas Collide — Privado
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Black Seas Collide — Privado
"Lo que pasó es que estos inútiles no se deshicieron del cadáver. Hay que deshacerse del cadáver, ¿entiendes? Tú puedes hallarlo. Lo sé. Tú puedes".
Claro, claro que puedo. Había asentido convencido. Pero, ¿cómo se decían asesinos a sueldo y no completaban pulcramente su trabajo? Hasta un novato lo sabría, por favor. Aunque, ahora que lo pensaba mejor, era mucho mejor para él que fuera de ese modo. Oh sí, por supuesto que lo era, porque significaba una buena paga, y él solía ser un tanto ambicioso cuando se trataba de dinero. Porque tengo a una hija a quien mantener, eso es. Y también tenía que encontrar a alguien. Entonces vino la cuestión maligna de alguna parte de sus pensamientos: si podía hallar cadáveres en medio de la nada gracias a su extraordinaria habilidad, ¿por qué no a Katya? Artyom sintió la punzada fatal de la culpabilidad atravesándole el corazón.
La ignoró. Siempre la ignoraba.
Continuó su camino a través de la nada misma de París, en donde, se suponía, había sido asesinado el tipo. Sentía el peso de la muerte sobre los hombros, burlándose de él, y no sabía exactamente por qué. Ese no era el día en el que moriría. Ya estaba acostumbrado a esa clase de cosas. Desde que era chico había visto cosas, muchas cosas extrañas, en la mansión de los Berdiáyev en Rusia. Y algunas de esas cosas no eran fantasmas; desgraciadamente no. Pero el buen Aleksei le enseñó a convivir con todo eso y a manejarlo mediante sus poderes. Sus poderes de brujo espiritista, recalcaba una y otra vez el viejo. Gracias, anciano.
Siguió por el trecho medio oscuro, ayudándose por un farol. Y mientras recordaba esas cosas con fastidio, arribó otro recuerdo que sí le erizó el lomo como si fuera un animal asustado. Lo escuchó de labios de su salvadora. Helga le habló de un monstruo de mar, y ese monstruo no era como los de la mitología. Es uno que devora almas de verdad. Magia negra que ha tomado la forma de un demonio; un demonio barco, se repitió a sí mismo, como si estuviera contándose el relato de nuevo. Entonces observó los navíos que reposaban de manera perezosa en el agua. Ninguno era ese demonio del que le habló Helga. Y daba gracias por eso.
Y él estaba buscando un maldito muerto al cual hacer desaparecer en alguna parte...
Pero entonces la certeza de que no lo hallaría nunca le hizo cosquillas, y eso no le gustó. No le gustó para nada. Así que apresuró el paso, y lo hizo con tanta prisa, que sus piernas le reclamaron luego. Ciertamente no había ningún cuerpo muerto, sólo un muerto que ya no estaba en ningún recipiente. ¿Lo bueno? Le señaló el camino que debía seguir, ese mismo por el que se habían llevado al cadáver. ¿Y quién en su sano juicio querría algo así? El tiempo iba contra suya, por lo que, luego de recuperar las energías, fue hacia donde se supone iba ese asunto que debía terminar de una vez por todas, sin pensarse mucho el porqué.
Rogaba al dios de su esperanza que lo encontrara, que lo... ¡Y lo vio! Vio al ladronzuelo llevándose al muerto con toda la audacia que su profesión, la que fuese, requería. Pero también notó que no era un sobrenatural, pero sí alguien que podía defenderse bastante bien. Bueno, él también lo sabía. Sin embargo, ¿era necesario? Bien, la ventaja es que él seguía teniendo habilidades extras, aunque fuera en el terreno de lo psíquico. Siempre podía llegar a un acuerdo, sobre todo por Helga... ¡Un momento! ¿Por qué pensó en ella? ¿Qué diablos tenía que ver esa bruja en todo ese asunto? Oh, pero las voz no paró en su cabeza. ¿Podría usar esa carta a su favor? Al menos lo intentaría, a pesar de tener una idea muy clara de que a ella no le haría tanta gracia. Jo, pero si nada le hace gracia. Una cosa más, una cosa menos.
¿Y si lo atacaba? Estaría preparado; sin embargo, no consideraba al tipo como alguien tremendamente agresivo e impulsivo, así que al menos podría sacar alguna ventaja. Al menos eso esperaba. Al menos eso era lo que creía mientras llegaba hasta donde se encontraba el sujeto. Se detuvo a una distancia prudencial, y ahí lo abordó.
—Han de pagarte bien por un muerto tan fresco. Pero, ¿por qué por un muerto que ni siquiera estaba en una tumba? Digo, es lo que se suponen hacen ustedes, ¿no? —habló, aclarándose la garganta—. Mira, ese muerto, bueno, ese muerto le pertenece a alguien más. No a mí, pero sí a mi contratista... Y ella es muy estricta con esas cosas. —¿Ella? Pero, ¿en qué demonios pensaba?—. Helga tiene un genio de perros y no tengo intenciones de buscar problemas, eh.
¿Helga? Oh, se estaba volviendo loco. Sí, eso era...
Claro, claro que puedo. Había asentido convencido. Pero, ¿cómo se decían asesinos a sueldo y no completaban pulcramente su trabajo? Hasta un novato lo sabría, por favor. Aunque, ahora que lo pensaba mejor, era mucho mejor para él que fuera de ese modo. Oh sí, por supuesto que lo era, porque significaba una buena paga, y él solía ser un tanto ambicioso cuando se trataba de dinero. Porque tengo a una hija a quien mantener, eso es. Y también tenía que encontrar a alguien. Entonces vino la cuestión maligna de alguna parte de sus pensamientos: si podía hallar cadáveres en medio de la nada gracias a su extraordinaria habilidad, ¿por qué no a Katya? Artyom sintió la punzada fatal de la culpabilidad atravesándole el corazón.
La ignoró. Siempre la ignoraba.
Continuó su camino a través de la nada misma de París, en donde, se suponía, había sido asesinado el tipo. Sentía el peso de la muerte sobre los hombros, burlándose de él, y no sabía exactamente por qué. Ese no era el día en el que moriría. Ya estaba acostumbrado a esa clase de cosas. Desde que era chico había visto cosas, muchas cosas extrañas, en la mansión de los Berdiáyev en Rusia. Y algunas de esas cosas no eran fantasmas; desgraciadamente no. Pero el buen Aleksei le enseñó a convivir con todo eso y a manejarlo mediante sus poderes. Sus poderes de brujo espiritista, recalcaba una y otra vez el viejo. Gracias, anciano.
Siguió por el trecho medio oscuro, ayudándose por un farol. Y mientras recordaba esas cosas con fastidio, arribó otro recuerdo que sí le erizó el lomo como si fuera un animal asustado. Lo escuchó de labios de su salvadora. Helga le habló de un monstruo de mar, y ese monstruo no era como los de la mitología. Es uno que devora almas de verdad. Magia negra que ha tomado la forma de un demonio; un demonio barco, se repitió a sí mismo, como si estuviera contándose el relato de nuevo. Entonces observó los navíos que reposaban de manera perezosa en el agua. Ninguno era ese demonio del que le habló Helga. Y daba gracias por eso.
Y él estaba buscando un maldito muerto al cual hacer desaparecer en alguna parte...
Pero entonces la certeza de que no lo hallaría nunca le hizo cosquillas, y eso no le gustó. No le gustó para nada. Así que apresuró el paso, y lo hizo con tanta prisa, que sus piernas le reclamaron luego. Ciertamente no había ningún cuerpo muerto, sólo un muerto que ya no estaba en ningún recipiente. ¿Lo bueno? Le señaló el camino que debía seguir, ese mismo por el que se habían llevado al cadáver. ¿Y quién en su sano juicio querría algo así? El tiempo iba contra suya, por lo que, luego de recuperar las energías, fue hacia donde se supone iba ese asunto que debía terminar de una vez por todas, sin pensarse mucho el porqué.
Rogaba al dios de su esperanza que lo encontrara, que lo... ¡Y lo vio! Vio al ladronzuelo llevándose al muerto con toda la audacia que su profesión, la que fuese, requería. Pero también notó que no era un sobrenatural, pero sí alguien que podía defenderse bastante bien. Bueno, él también lo sabía. Sin embargo, ¿era necesario? Bien, la ventaja es que él seguía teniendo habilidades extras, aunque fuera en el terreno de lo psíquico. Siempre podía llegar a un acuerdo, sobre todo por Helga... ¡Un momento! ¿Por qué pensó en ella? ¿Qué diablos tenía que ver esa bruja en todo ese asunto? Oh, pero las voz no paró en su cabeza. ¿Podría usar esa carta a su favor? Al menos lo intentaría, a pesar de tener una idea muy clara de que a ella no le haría tanta gracia. Jo, pero si nada le hace gracia. Una cosa más, una cosa menos.
¿Y si lo atacaba? Estaría preparado; sin embargo, no consideraba al tipo como alguien tremendamente agresivo e impulsivo, así que al menos podría sacar alguna ventaja. Al menos eso esperaba. Al menos eso era lo que creía mientras llegaba hasta donde se encontraba el sujeto. Se detuvo a una distancia prudencial, y ahí lo abordó.
—Han de pagarte bien por un muerto tan fresco. Pero, ¿por qué por un muerto que ni siquiera estaba en una tumba? Digo, es lo que se suponen hacen ustedes, ¿no? —habló, aclarándose la garganta—. Mira, ese muerto, bueno, ese muerto le pertenece a alguien más. No a mí, pero sí a mi contratista... Y ella es muy estricta con esas cosas. —¿Ella? Pero, ¿en qué demonios pensaba?—. Helga tiene un genio de perros y no tengo intenciones de buscar problemas, eh.
¿Helga? Oh, se estaba volviendo loco. Sí, eso era...
Artyom Berdiáyev- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 26/12/2017
Re: Black Seas Collide — Privado
Gaspard no tenía poderes sobrenaturales, aunque por antecedentes familiares o por juntarse con criaturas sobrehumanas no era, y aun así había algo que siempre había poseído y que no era del todo natural: una intuición bastante acertada. Si bien no era capaz de decir cuándo iba a suceder algo ni las circunstancias exactas en las que eso tendría lugar (¿qué sería entonces, adivino? No, Gaspard estaba demasiado anclado a su presente para pensar en ese tipo de tonterías), sí que sabía, a veces, que las cosas iban a ir o a no ir bien... Y aquella noche, en concreto, no podía quitarse la sensación de que nada iba a ir como él lo había previsto.
Esa posible eventualidad no le quitaba el sueño: su mente, rápida, siempre se había encargado (a veces hasta sin que él se diera cuenta conscientemente de que lo hacía) de darle alternativas para cualquier problema en el que pudiera verse envuelto. Bueno, casi cualquiera, lo importante era la intención; a fin de cuentas, Gaspard de Grailly era el hiperactivo hombre con un plan, e incluso cuando se dedicaba a su ocupación más cadavérica, la que no implicaba convertir a sobrenaturales en eso, tenía opciones de sobra para que nadie le atrapara. No tenía la menor intención de convertirse en cebo inquisitorial, muchísimas gracias.
Aun así, la intuición lo persiguió desde que salió de su casa, cerca del cementerio, hasta que llegó al puerto, una persistente compañera de viaje de la que no se libró y que le fue pesando cada vez más, hasta el punto de que se llegó a sentir como hormigón armado sobre sus hombros al ver el cadáver fresco que tenía delante. Gaspard era demasiado desconfiado para pensar que era un milagro o para agradecer su suerte; de hecho, el aquitano se imaginó que tener algo tan fresquito ahí, a falta de un lazo para ser un regalo, no podía ser buena señal. ¿Significaba eso que le importaba? No, en absoluto.
Una de las desventajas de no ser cierto tipo de sobrenatural (el de los colmillitos, esos que a él le gustaban tanto) era que, como humano, tenía ciertas necesidades, como la de comer. Y para comer, por desgracia, hacían falta monedas, francos que él podía conseguir vendiendo cadáveres, con lo cual se evitaba meterse en peleas con seres que podían hacerle mucho daño de forma muy definitiva. Que no se le malinterprete, ¿eh?, a Gaspard le gustaba cazar, pero a veces había días en los que no le apetecía, y por eso aquella noche se encontraba robando un cadáver. En buena hora...
Resultó, por supuesto, que su mal presentimiento era cierto y que le apareció delante un tipo, eslavo por el acento, que le quería robar el cadáver que él había agarrado antes, y que mantenía sujeto con fuerza y solidez. Alguien debería mantener con él la conversación que le recordaba que los cien años de perdón del ladrón que roba a otro ladrón era una patraña y una engañifa, y Gaspard habría estado dispuesto si no hubiera sido por dos cosas: la primera, implicaba hablar mucho, y eso al aquitano le daba alergia; la segunda, se distrajo por un comentario que hizo el otro, pero que no mencionó todavía. Defenderse siempre iba por delante de casi todo.
– ¿No te quitarías tú trabajo, de poder? Excavar una tumba es un esfuerzo grande, pero ¿qué va a saber un tipo como tú, que parece no llevar muy bien el trabajo físico? – espetó, el veneno resbalándole por los labios en forma de palabras, con una hostilidad natural que le era tan propia como el amor por el vino bordelés pero que, por una vez, no fue tan intensa como de costumbre. Otro comentario del otro se le había clavado en la psique, esa mención a una Helga que podría ser cualquiera de las ochocientas mil (cifra aproximada) que vivían en Francia, pero que su intuición le decía que era importante... Y su intuición, como todos sabemos, solía tener bastante razón.
– Si tu empleadora lo quiere, yo mismo se lo llevaré. Tiene dinero para pagar, ¿no? – inquirió. Por supuesto, el hecho de que hubiera empleado a alguien más ya daba por supuesto que tenía medios para pagar, de modo que había sido una pregunta retórica que le sirvió al aquitano para dejar claras sus intenciones, por un lado, y adoptar una postura defensiva, aún con el muerto encima, por el otro. – Llévame hasta esa tal Helga. Me muero por conocerla. – añadió. Medio sonrió, incluso, con un humor un tanto negro, pero ¿qué se puede esperar de alguien que lleva un maldito cadáver en los hombros...?
Esa posible eventualidad no le quitaba el sueño: su mente, rápida, siempre se había encargado (a veces hasta sin que él se diera cuenta conscientemente de que lo hacía) de darle alternativas para cualquier problema en el que pudiera verse envuelto. Bueno, casi cualquiera, lo importante era la intención; a fin de cuentas, Gaspard de Grailly era el hiperactivo hombre con un plan, e incluso cuando se dedicaba a su ocupación más cadavérica, la que no implicaba convertir a sobrenaturales en eso, tenía opciones de sobra para que nadie le atrapara. No tenía la menor intención de convertirse en cebo inquisitorial, muchísimas gracias.
Aun así, la intuición lo persiguió desde que salió de su casa, cerca del cementerio, hasta que llegó al puerto, una persistente compañera de viaje de la que no se libró y que le fue pesando cada vez más, hasta el punto de que se llegó a sentir como hormigón armado sobre sus hombros al ver el cadáver fresco que tenía delante. Gaspard era demasiado desconfiado para pensar que era un milagro o para agradecer su suerte; de hecho, el aquitano se imaginó que tener algo tan fresquito ahí, a falta de un lazo para ser un regalo, no podía ser buena señal. ¿Significaba eso que le importaba? No, en absoluto.
Una de las desventajas de no ser cierto tipo de sobrenatural (el de los colmillitos, esos que a él le gustaban tanto) era que, como humano, tenía ciertas necesidades, como la de comer. Y para comer, por desgracia, hacían falta monedas, francos que él podía conseguir vendiendo cadáveres, con lo cual se evitaba meterse en peleas con seres que podían hacerle mucho daño de forma muy definitiva. Que no se le malinterprete, ¿eh?, a Gaspard le gustaba cazar, pero a veces había días en los que no le apetecía, y por eso aquella noche se encontraba robando un cadáver. En buena hora...
Resultó, por supuesto, que su mal presentimiento era cierto y que le apareció delante un tipo, eslavo por el acento, que le quería robar el cadáver que él había agarrado antes, y que mantenía sujeto con fuerza y solidez. Alguien debería mantener con él la conversación que le recordaba que los cien años de perdón del ladrón que roba a otro ladrón era una patraña y una engañifa, y Gaspard habría estado dispuesto si no hubiera sido por dos cosas: la primera, implicaba hablar mucho, y eso al aquitano le daba alergia; la segunda, se distrajo por un comentario que hizo el otro, pero que no mencionó todavía. Defenderse siempre iba por delante de casi todo.
– ¿No te quitarías tú trabajo, de poder? Excavar una tumba es un esfuerzo grande, pero ¿qué va a saber un tipo como tú, que parece no llevar muy bien el trabajo físico? – espetó, el veneno resbalándole por los labios en forma de palabras, con una hostilidad natural que le era tan propia como el amor por el vino bordelés pero que, por una vez, no fue tan intensa como de costumbre. Otro comentario del otro se le había clavado en la psique, esa mención a una Helga que podría ser cualquiera de las ochocientas mil (cifra aproximada) que vivían en Francia, pero que su intuición le decía que era importante... Y su intuición, como todos sabemos, solía tener bastante razón.
– Si tu empleadora lo quiere, yo mismo se lo llevaré. Tiene dinero para pagar, ¿no? – inquirió. Por supuesto, el hecho de que hubiera empleado a alguien más ya daba por supuesto que tenía medios para pagar, de modo que había sido una pregunta retórica que le sirvió al aquitano para dejar claras sus intenciones, por un lado, y adoptar una postura defensiva, aún con el muerto encima, por el otro. – Llévame hasta esa tal Helga. Me muero por conocerla. – añadió. Medio sonrió, incluso, con un humor un tanto negro, pero ¿qué se puede esperar de alguien que lleva un maldito cadáver en los hombros...?
Invitado- Invitado
Re: Black Seas Collide — Privado
¿Helga? ¿Lo había dicho en serio? Ni siquiera ella sabía en lo que estaba metido esa noche, y de saberlo, lo habría ignorado por completo; después de todo, no era una santa de la más digna devoción. ¿Y cómo serlo si se la pasaba con bucaneros de un lado a otro? Bueno, él tampoco era quien para refutar su oficio, así que aquello fue lo que ignoró de inmediato, sin embargo, lo que no pudo pasar por alto fue el hecho, tan simple pero a la vez tan molesto, de haber mencionado ese nombre ante un completo desconocido, como si se le fuera a hacer el milagro de que le regresaría el cadáver. ¡Bah! Artyom estaba seguro de que eso no ocurriría. Aquel tipo no se veía tan estúpido, ni física ni intelectualmente hablando. Aun así, como buen hechicero que era, descendiente, además, de uno de los linajes más notables del imperio ruso, tuvo la ligera certeza de que hablar sobre Helga, al menos en ese caso, podría resultar interesante.
A la mujer la había conocido poco después de su huida, antes de que Clava terminara asesinándolos a él y a su hija. Katya, su esposa, quizá no corrió con tanta suerte, pero confiaba plenamente en que el destino le hubiera dado una segunda oportunidad. Lo cierto es que Helga prácticamente le salvó la vida en un momento en el que las tinieblas deseaban consumirlo, por eso, se atrevió a mencionarla, porque ya en el poco tiempo que había tratado con ella, sabía que no era mujer de una única encarnación, que su pasado llevaba tiempo perseguiéndola, y aunque poco hablaba de ello, Artyom ya conservaba muchas sospechas al respecto. Él, como buen Berdiáyev que era, confiaba en su intuición, en esas cosquillas que sentía su mente en determinadas ocasiones. Como aquella, por ejemplo.
No obstante, tampoco podía ser tan poco juicioso, y ya teniendo ciertas experiencias, tendría que irse con cuidado con aquel tipo, que, como había esperado, reaccionó interesado ante la mención de la osada mujer, no sin antes negociar. Aquello le sacó una sonrisa a Artyom. No lo negaba, llegó a sentirse acorralado por un breve instante, porque, a ver, eso de que le robaran el maldito cadáver no se lo esperaba, y su cliente era un viejo mafioso de lo más impertinente. Pero él llevaba sangre de impertinentes con honores, así que podría hallar soluciones, ¿no era así?
Desde luego, el recelo del otro no le gustó para nada, a pesar de la afirmación sobre la curiosidad, suponía, llegó a picarle cuando le mencionó a Helga. Pero hubo otra cosa que logró captar mejor su atención, y era la parte de que, como ya había dejado claro el ladronzuelo, le resultaba beneficioso que se llevara al muerto. ¿El problema? Que si se lo vendía a cualquiera que pudiera reconocerlo, de acuerdo, eso no iba a estar bien, y Artyom necesitaba con urgencia que el fallecido desapareciera por completo. No le quedaba, pues, que llegar a un acuerdo mutuo con el resurreccionista. ¿El otro problema? Que había mentido con el nombre de su empleador, y ya Helga estaba metida en aquel lío sin siquiera saberlo. Va a querer arrancarme la cabeza. Pero, ¿qué pierdo con intentarlo?
—Uh, ¡qué detallista! La verdad es que sí, me la paso todo el día echado en un sillón leyendo los chismes de la alta sociedad en el periódico. Luego me dedico a reclamar muertos como rutina, ya sabes, para encontrar un poco de diversión en mi trabajo no físico —respondió, sarcástico, cruzándose de brazos, sin intenciones de marcharse—. Quizá hasta salgas muerto en serio si la conoces. Los que se han ganado la vida como piratas no se llevan bien con el resto de los mortales, y menos cuando hacen abracadabra como entretenimiento extra.
¿Estaba advirtiendo? No. En realidad tenía la sospecha de que eso iba a levantar más dudas sobre la identidad de la mujer. ¿Y en qué le beneficiaba? Ya se había trazado un plan en torno a todo eso. Hasta se sorprendió de lo rápido, y fácil, que resultó pensar en ello.
—A ver, hablando en serio, y ya que entramos en el margen de los negocios, te haré una oferta —propuso, y lo hizo con absoluta seriedad, aún sin moverse de su lugar—. Primero, mi empleadora no es Helga. Segundo, la verdad es que sí, me urge que ese cadáver desaparezca, ¿entiendes? Bien, supongo que lo has hecho. Y te preguntarás a qué viene mi maldita cháchara, ¿no? —Esbozó una sonrisa ladina, alzando el dedo índice y ambas cejas—. Pues bien, podríamos llegar a un acuerdo. Como noté, el nombre de esa mujer llegó a causarte curiosidad, porque de seguro hay alguna Helga por ahí rondándote la cabeza, y al mencionar que es bruja y medio pirata, alimenté más esas dudas, ¿cierto? Bien, mi propuesta es que si me ayudas con el muerto, te llevaré con ella. Es más, se me ocurre que le demos el muerto para que haga sus rituales, yo qué sé, y la persuado para que te pague. A mí con que desaparezca me basta. ¿Qué dices?
Se estaba metiendo en aguas oscuras, como solía hacerlo. Ya luego de que sobrevivió a una criatura como Klavdiya, lo demás le resultaba pan comido.
A la mujer la había conocido poco después de su huida, antes de que Clava terminara asesinándolos a él y a su hija. Katya, su esposa, quizá no corrió con tanta suerte, pero confiaba plenamente en que el destino le hubiera dado una segunda oportunidad. Lo cierto es que Helga prácticamente le salvó la vida en un momento en el que las tinieblas deseaban consumirlo, por eso, se atrevió a mencionarla, porque ya en el poco tiempo que había tratado con ella, sabía que no era mujer de una única encarnación, que su pasado llevaba tiempo perseguiéndola, y aunque poco hablaba de ello, Artyom ya conservaba muchas sospechas al respecto. Él, como buen Berdiáyev que era, confiaba en su intuición, en esas cosquillas que sentía su mente en determinadas ocasiones. Como aquella, por ejemplo.
No obstante, tampoco podía ser tan poco juicioso, y ya teniendo ciertas experiencias, tendría que irse con cuidado con aquel tipo, que, como había esperado, reaccionó interesado ante la mención de la osada mujer, no sin antes negociar. Aquello le sacó una sonrisa a Artyom. No lo negaba, llegó a sentirse acorralado por un breve instante, porque, a ver, eso de que le robaran el maldito cadáver no se lo esperaba, y su cliente era un viejo mafioso de lo más impertinente. Pero él llevaba sangre de impertinentes con honores, así que podría hallar soluciones, ¿no era así?
Desde luego, el recelo del otro no le gustó para nada, a pesar de la afirmación sobre la curiosidad, suponía, llegó a picarle cuando le mencionó a Helga. Pero hubo otra cosa que logró captar mejor su atención, y era la parte de que, como ya había dejado claro el ladronzuelo, le resultaba beneficioso que se llevara al muerto. ¿El problema? Que si se lo vendía a cualquiera que pudiera reconocerlo, de acuerdo, eso no iba a estar bien, y Artyom necesitaba con urgencia que el fallecido desapareciera por completo. No le quedaba, pues, que llegar a un acuerdo mutuo con el resurreccionista. ¿El otro problema? Que había mentido con el nombre de su empleador, y ya Helga estaba metida en aquel lío sin siquiera saberlo. Va a querer arrancarme la cabeza. Pero, ¿qué pierdo con intentarlo?
—Uh, ¡qué detallista! La verdad es que sí, me la paso todo el día echado en un sillón leyendo los chismes de la alta sociedad en el periódico. Luego me dedico a reclamar muertos como rutina, ya sabes, para encontrar un poco de diversión en mi trabajo no físico —respondió, sarcástico, cruzándose de brazos, sin intenciones de marcharse—. Quizá hasta salgas muerto en serio si la conoces. Los que se han ganado la vida como piratas no se llevan bien con el resto de los mortales, y menos cuando hacen abracadabra como entretenimiento extra.
¿Estaba advirtiendo? No. En realidad tenía la sospecha de que eso iba a levantar más dudas sobre la identidad de la mujer. ¿Y en qué le beneficiaba? Ya se había trazado un plan en torno a todo eso. Hasta se sorprendió de lo rápido, y fácil, que resultó pensar en ello.
—A ver, hablando en serio, y ya que entramos en el margen de los negocios, te haré una oferta —propuso, y lo hizo con absoluta seriedad, aún sin moverse de su lugar—. Primero, mi empleadora no es Helga. Segundo, la verdad es que sí, me urge que ese cadáver desaparezca, ¿entiendes? Bien, supongo que lo has hecho. Y te preguntarás a qué viene mi maldita cháchara, ¿no? —Esbozó una sonrisa ladina, alzando el dedo índice y ambas cejas—. Pues bien, podríamos llegar a un acuerdo. Como noté, el nombre de esa mujer llegó a causarte curiosidad, porque de seguro hay alguna Helga por ahí rondándote la cabeza, y al mencionar que es bruja y medio pirata, alimenté más esas dudas, ¿cierto? Bien, mi propuesta es que si me ayudas con el muerto, te llevaré con ella. Es más, se me ocurre que le demos el muerto para que haga sus rituales, yo qué sé, y la persuado para que te pague. A mí con que desaparezca me basta. ¿Qué dices?
Se estaba metiendo en aguas oscuras, como solía hacerlo. Ya luego de que sobrevivió a una criatura como Klavdiya, lo demás le resultaba pan comido.
Artyom Berdiáyev- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 26/12/2017
Re: Black Seas Collide — Privado
Gaspard de Grailly no sólo odiaba hablar cuando no era necesario, en su opinión la mayor parte del tiempo, sino que también despreciaba a las personas que sentían ese deseo de llenar el silencio con el ruido horrible de las palabras. Qué pesadilla, por favor, ¿para qué seguía hablando? De haber sabido coser, Gaspard habría sentido deseos de hacer puntadas juntando los labios del otro para evitar que los abriera, de forma semejante a como los de la morgue juntaban los miembros de las víctimas de ataques de bestias como las que él cazaba; ah, qué talento más potencialmente malgastado era ese de Gaspard uniendo cosas...
¿De qué hablaban? Ah, sí, de un posible trato. Al aquitano le empezaba a tocar las narices el hecho de que todo el mundo con el que se encontraba en la maldita París quisiera obtener algo de él, no porque creyera que era mejor que eso (lo hacía, pero no venía al caso), sino porque estaba harto de acuerdos que nunca se solidificaban lo suficientemente pronto. Él, hiperactivo por naturaleza, era demasiado impaciente para lo que le convenía, y necesitaba hacer las cosas rápido, pronto, para hace cinco minutos en vez de para ya mismo, y planear tan a largo plazo no siempre le convenía. A veces sí, claro, y lo hacía, pero ¿siempre? No.
Mucho menos estaba dispuesto a llegar a eso cuando tenía un cadáver sobre los hombros, ¡hola! Cada miembro del cuerpo se le estaba clavando con saña, maldito fuera el rigor mortis del que hacía gala el antaño ser vivo que tenía encima, y aunque era un tipo fuerte cuyos músculos, tan marcados como tensos, podían con eso y más, se le empezaban a acabar las ganas de aguantar tonterías, la verdad fuera dicha. Dado que el otro parecía ser sólo capaz de soltar estupideces y de dar rodeos con ese pesado acento que le hacía aún más dura la labor de tener la paciencia suficiente de escucharlo, Gaspard decidió que ya estaba bien y eligió intervenir.
Con la velocidad que lo caracterizaba, fruto de ese talento innato suyo para no saber ni siquiera él qué iba a hacer al momento siguiente, se giró apenas un cuarto de círculo, lo suficiente para no dejar de estar encarando al ruso y para que las piernas de su cadáver lo golpearan en la cara. Eso, gracias a todos los malditos vampiros y viñedos del mundo (las cosas que a él más le gustaban en el mundo), consiguió callarlo un momento, y eso le permitió a Gaspard poner su rápida mente a funcionar para plantearse las ventajas y desventajas de un potencial trato con aquel desconocido.
– Cierra la boca de una maldita vez, me estás dando dolor de cabeza y de todas maneras me importa de poco a nada lo que hagas en tu tiempo libre. – espetó, los ojos claros clavados con saña en los del otro, entrecerrados, mientras las manos aferraban con más fuerza al muerto. Aún no sentía la descomposición de la carne del fiambre, menos mal, y la dureza evitaba que los dedos se le hundieran en la carne como si ésta estuviera hecha de cera y que los fluidos corporales pudriéndose del muerto se le cayeran encima. Eso sí que habría sido desagradable... Y más si estaba a punto, hasta si él no lo sabía, de conocer a su suegra. O algo así.
– Tampoco me interesa quién sea tu jefe, si es la bruja y pirata llamada Helga o no. Tengo mis motivos para que me interese esa información, pero no te incumben. – respondió. Además, también sabía que si realmente se producía un encuentro, y no dudaba a aquellas alturas de que su intuición había sido la correcta, él no sería el más interesado de los dos en conocer al otro. Si, realmente, Helga era la misma Helga que Eloise estaba buscando con cierta desesperación, Gaspard encontrándola podía colocar las cosas de un modo bien interesante para ambos. Imprevisible ante todo, pero todo lo que llevaba la firma de Gaspard solía ser así.
– Bien, hagámoslo. Me importa poco lo que haga con el muerto, a mí con tal de que me pague me da igual lo demás. – aceptó, finalmente. No había sido sincero porque, aparte del pago, también le interesaba que ella fuera quien él creía, pero ¿era eso, acaso, asunto del ruso? No, ¿verdad? Pues no se lo diría. En lugar de eso, Gaspard afianzó al muerto, le hizo una señal al otro para recordarle que, ¡hola!, no tenía toda la vida para perderla en ese asuntillo en concreto y empezaron a andar en dirección a donde el otro le estuviera llevando.
¿De qué hablaban? Ah, sí, de un posible trato. Al aquitano le empezaba a tocar las narices el hecho de que todo el mundo con el que se encontraba en la maldita París quisiera obtener algo de él, no porque creyera que era mejor que eso (lo hacía, pero no venía al caso), sino porque estaba harto de acuerdos que nunca se solidificaban lo suficientemente pronto. Él, hiperactivo por naturaleza, era demasiado impaciente para lo que le convenía, y necesitaba hacer las cosas rápido, pronto, para hace cinco minutos en vez de para ya mismo, y planear tan a largo plazo no siempre le convenía. A veces sí, claro, y lo hacía, pero ¿siempre? No.
Mucho menos estaba dispuesto a llegar a eso cuando tenía un cadáver sobre los hombros, ¡hola! Cada miembro del cuerpo se le estaba clavando con saña, maldito fuera el rigor mortis del que hacía gala el antaño ser vivo que tenía encima, y aunque era un tipo fuerte cuyos músculos, tan marcados como tensos, podían con eso y más, se le empezaban a acabar las ganas de aguantar tonterías, la verdad fuera dicha. Dado que el otro parecía ser sólo capaz de soltar estupideces y de dar rodeos con ese pesado acento que le hacía aún más dura la labor de tener la paciencia suficiente de escucharlo, Gaspard decidió que ya estaba bien y eligió intervenir.
Con la velocidad que lo caracterizaba, fruto de ese talento innato suyo para no saber ni siquiera él qué iba a hacer al momento siguiente, se giró apenas un cuarto de círculo, lo suficiente para no dejar de estar encarando al ruso y para que las piernas de su cadáver lo golpearan en la cara. Eso, gracias a todos los malditos vampiros y viñedos del mundo (las cosas que a él más le gustaban en el mundo), consiguió callarlo un momento, y eso le permitió a Gaspard poner su rápida mente a funcionar para plantearse las ventajas y desventajas de un potencial trato con aquel desconocido.
– Cierra la boca de una maldita vez, me estás dando dolor de cabeza y de todas maneras me importa de poco a nada lo que hagas en tu tiempo libre. – espetó, los ojos claros clavados con saña en los del otro, entrecerrados, mientras las manos aferraban con más fuerza al muerto. Aún no sentía la descomposición de la carne del fiambre, menos mal, y la dureza evitaba que los dedos se le hundieran en la carne como si ésta estuviera hecha de cera y que los fluidos corporales pudriéndose del muerto se le cayeran encima. Eso sí que habría sido desagradable... Y más si estaba a punto, hasta si él no lo sabía, de conocer a su suegra. O algo así.
– Tampoco me interesa quién sea tu jefe, si es la bruja y pirata llamada Helga o no. Tengo mis motivos para que me interese esa información, pero no te incumben. – respondió. Además, también sabía que si realmente se producía un encuentro, y no dudaba a aquellas alturas de que su intuición había sido la correcta, él no sería el más interesado de los dos en conocer al otro. Si, realmente, Helga era la misma Helga que Eloise estaba buscando con cierta desesperación, Gaspard encontrándola podía colocar las cosas de un modo bien interesante para ambos. Imprevisible ante todo, pero todo lo que llevaba la firma de Gaspard solía ser así.
– Bien, hagámoslo. Me importa poco lo que haga con el muerto, a mí con tal de que me pague me da igual lo demás. – aceptó, finalmente. No había sido sincero porque, aparte del pago, también le interesaba que ella fuera quien él creía, pero ¿era eso, acaso, asunto del ruso? No, ¿verdad? Pues no se lo diría. En lugar de eso, Gaspard afianzó al muerto, le hizo una señal al otro para recordarle que, ¡hola!, no tenía toda la vida para perderla en ese asuntillo en concreto y empezaron a andar en dirección a donde el otro le estuviera llevando.
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