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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Klaus McQuoid Vie Jul 15, 2016 11:57 pm

Sólo soy una sombra de mi verdadera conciencia



Había tenido otra mala noche, otra que se sumaba a su larga lista de desvelos. Por más que intentó conciliar el sueño, no lo logró. Apenas cerraba los ojos, aquellas imágenes acudían a su mente, atormentándolo una vez más; y por más que se esforzó en ignorarlas, éstas parecían muy reales, tanto, que despertaba sobresaltado. Klaus, ya cansado de lo mismo, se llevó las manos a la cabeza y se quedó observando el techo, que estaba ligeramente iluminado por la luz nocturna que entraba por la ventana abierta. Hizo ejercicios de respiración, hasta que ésta retomó su ritmo normal, al igual que su pulso. La frente la tenía cubierta de sudor, al que quitó con su antebrazo, segundos antes de abandonar el lecho. Volvió a refrescar su rostro y se tentó en acudir a Zlatan para que lo ayudara con lo ocurrido, pero pensó que era mucho fastidiarlo; además, el pobre ya tenía suficiente con sus propios tormentos.

Klaus se sentó al borde de la cama y se quedó pensando en lo que había soñado esta vez. Sabía que había algo nuevo, pero su memoria no era lo suficientemente buena en ese momento como para recordarlo. Se palpó las ligeras marcas que quedaron en su costado por haberse enfrentado a un cambiante y exhaló con frustración. Se puso de pie y fue hacia a ventana. Desde ahí podía visualizar las torres de Notre Dame, pues vivía bastante cerca. Pensó en que la catedral lucía tan imponente en un siglo común como aquel, y justo ese pensamiento despertó algo en su interior; algo que le hizo recordar lo que minutos atrás había olvivado.

Vistió lo más rápido posible y salió a toda marcha de la modesta residencia en donde se hospedaba. Con la brisa fresca golpeándole el rostro y armando poco a poco todo cuanto pudo ver en el universo onírico, se dirigió campante hacia Notre Dame, importándole poco la hora. Él tenía su modo de entrar sin causar sospechas; además, suponía que el templo debía estar solo a altas horas de la noche y eso ero lo que más deseaba. De un momento a otro, y mientras iba acercándose, una extraña ira, o quizá indignación, iba apoderándose de él. Pero no fue hasta que logró profanar la soledad de la catedral, que dejó que todo aquel sentimiento se dejara ir en un arrebato.

Fue directamente hacia el altar. Creyó ver velas encendidas en los altos candelabros, pero estaba tan sumergido en su propia pena, que no detalló mucho. Podía respirar un ambiente diferente al de antes, es más, ni siquiera se sentía él. Algo empezaba a cambiar, empezando por sí mismo. El pecho se le contrajo y se dejó caer de rodillas al suelo.

—¡¿Acaso te complace verme así?! ¡Dime! Porque yo no entiendo nada. Me has arruinado desde el primer momento en que me abandonaste en  este mundo —gritó indignado, observando fijamente al Cristo en la cruz, que parecía dedicarle una mirada de compasión, como si de verdad pudiera escucharlo—. Estoy harto... —Golpeó el suelo con el puño cerrado—. Estoy cansado de todo esto. ¡Acaba conmigo de una vez!

Y fue entonces cuando sintió una brisa helada traspasándole el cuerpo. Se quedó pasmado y se dio cuenta de todo lo que había hecho. Se llevó las manos a la cabeza volviendo la mirada al suelo.

—¡Dios mío! ¿Qué está pasando conmigo? Esto comienza a quebrarme la cordura —murmuró, intentándose ponerse de pie, percatándose en ese instante, que no estaba solo—. ¿Quién anda ahí?



Última edición por Klaus McQuoid el Dom Ene 15, 2017 11:38 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Willow Osborne Vie Ago 12, 2016 10:55 pm

La catedral no debía ser el lugar más apto para visitar dada la historia que Willow cargaba a cuestas, sin embargo, aquel era un continente diferente, un lugar donde la bruja tenía oportunidad de reinventarse y ser alguien nuevo; sin mencionar que la idea de visitar aquel lugar ya llevaba rondándole la mente quizás demasiado tiempo, después de todo, Notre Dame no era simplemente un lugar de atractivo religioso sino que la imponente construcción atraía a cualquier humano o sobre natural que pasara cerca de ella, o esa se decía la bruja, que realmente no tenía ni la menor idea de que era lo que la atraía tanto de aquel sitio, aún así, aquella noche ya había tenido demasiado de aquella misteriosa atracción y decidida a descubrir los secretos de Notre Dame, se encamino con paso calmo entre las calles de París con dirección a la catedral.

Cubriendo su cuerpo con una túnica larga color negro y usando debajo de la misma un vestido del mismo color, Willow avanzaba como si fuera parte de la noche. La hechicera no temía a lo desconocido pues cosas peores de las que creía podía encontrar en las calles ya habían sido presenciadas por sus ojos y aún así, existía tanto que le faltaba comprender y conocer que la americana no tenía ni la menor idea de que se acercaba a un lugar donde el destino le cambiaría por completo la existencia.

Conforme se acercaba a Notre Dame, una opresión en el pecho le dificultaba la respiración, misma que justifico diciendo debía ser la oscuridad de su alma indicándole que aquel lugar que planeaba visitar no sería uno donde se sentiría del todo cómoda, con todo y su dificultad respiratoria, la bruja continuo con su andanza siendo el momento en que atravesaba el umbral de la Catedral cuando una voz masculina reclamando a quien se decía ser el creador resonaba por todo la construcción. Si bien lo más acertado para cualquiera hubiera sido alejarse al escuchar lo que ella, la bruja, al no deber su vida a aquel Dios al que el hombre exigía respuestas, más bien sintió curiosidad por descubrir la identidad de quien se encontraba al igual que ella en la Catedral a aquellas horas.

Willow camino con cuidado, trataba de hacer el menor ruido posible buscando no llamar la atención del hombre que pudo observar frente al altar. Dispuesta estaba a tomar asiento para disfrutar del espectáculo ofrecido por el caballero cuando su identidad fue cuestionada y un suspiro salió de sus labios. Su intento por pasar desapercibida no fue suficiente, era descubierta como una intrusa en un momento demasiado intimo quizás y aunque bien hubiera podido huir, ese no era su estilo, mucho menos cuando su intención era permanecer y recorrer todo Notre Dame una vez que el hombre se fuera.
Solo una mujer que ha venido a buscar respuestas a sus problemas de la vida – respondió, acercándose un poco más en dirección al altar – No era mi intensión interrumpir tu conversación con… – señalo el altar – con él, pero no pensé que nadie pudiera visitar la Catedral a estas horas, bueno, nadie más que yo – sonrió de manera ligera, acercándose mucho más – por cierto, ¿Hay algo en lo que pueda ayudarte? Creo que seré de mucha más ayuda que aquel a quien has venido a pedir respuestas.
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Mensaje por Klaus McQuoid Jue Sep 15, 2016 11:29 pm

Sí, todo apuntaba a que estaba volviéndose loco. Su situación era aún más tensa, y lo peor, mientras indagaba entre los secretos del Santo Oficio, su cabeza era asaltada por más dudas. Era como si estuviera caminando en un laberinto sin salida. No estaba orgulloso de su linaje, en lo absoluto, eso era algo que consideraba una verdadera maldición; una maldición que había tenido que cargar en sus espaldas durante varias vidas. Desde que dejó las montañas irlandesas y se adentró en la búsqueda extenuante de las respuestas de todo lo que lo atormentaba, Klaus se encontró con un gran abismo. Su mente empezaba a quebrarse lentamente. Las memorias de sus vidas pasadas estaban acumulándose hasta el punto de arrebatarle el descanso. Por unas partes deseaba que todo aquello nunca hubiera pasado, pero por otras, se sentía comprometido con su sentencia. Ese era su destino, y huir no estaba en sus planes. Él no era un cobarde.

Descargó su frustración ante la imagen del Cristo, como si la figura fuera capaz de escuchar sus blasfemias. Estaba cansado, abatido, y por supuesto, confundido. No era él, era alguien más. Sencillamente no podía controlarlo, y mucho menos, comprenderlo. Estaba lejos de su familia; no sabía ni siquiera en dónde se encontraban sus hermanos, lo que dificultaba más todo. ¿Qué podía hacer? ¿Acaso tendría el mismo destino de Sigmund o estaba destinado a algo más? ¡Oh, sí! Cómo olvidar al famoso Grial. Recordarlo sólo aumentaba su malestar. Su existencia era cada vez más patética, o eso se empeñaba en creer. No era fácil pensar cuando la razón no alcanzaba siquiera para identificarse a sí mismo.

¡Y qué decir cuando apareció aquella mujer en Notre Dame! Se sintió como un demente, y quizás sí, lo estaba un poco. Pero, antes de continuar avergonzándose de su insano comportamiento, hubo algo que no hizo contacto en su cabeza: ¿qué hacía esa mujer desconocida a esa hora en la catedral? En él no era extraño, pues, siendo inquisidor, podría tratarse de una especie de privilegio o permiso especial. De en cambio, a ella nunca la había visto dentro de las filas inquisitoriales.

—¿En la madrugada? Que interesante momento para que los devotos vengan a pedir lo que sea que pidan —respondió con sarcasmo, exhalando con evidente molestia—. No conversaba, sólo... —Se frotó el rostro—. Es complicado.

Se sintió derrotado, vacío. Tal vez debería fingir demencia para que la mujer huyera, pero, ella no aparentaba ser alguien que pudiera ser engañada con facilidad.

—Es bastante común que los inquisidores visitemos este lugar, sigue siendo la arquidiócesis de París después de todo. —Se encogió de hombros, restándole importancia a lo que decía. Pero no fue dicho por simple azar, sólo lanzó una indirecta sutil para conocer las reacciones de la dama—. No creo que puedas ayudarme —espetó, para luego sonreír con cierta suspicacia—, o tal vez. ¿Sabes cómo? Diciéndome quien eres, porque tu respuesta no me dejó satisfecho.

Se giró y pudo contemplar, con horror, aquel rostro tan familiar, como el de sus pesadillas. Klaus tambaleó por unos segundos, sin saber exactamente qué decir, o siquiera, cómo podría actuar. Algo estaba fuera de lugar, y ese algo era su cabeza.

—¡Jesús! ¿Qué demonios haces tú aquí? Debiste haber muerto hace cinco siglos.

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Mensaje por Willow Osborne Miér Oct 12, 2016 10:35 pm

El momento en que se ponía el sol era algo que a Willow le gustaba llamar “el despertar de las brujas”. Las personas comunes podían oír en aquello algo malvado y retorcido, los servidores de Dios verían algo estúpido, pero las personas con habilidades mágicas como ella comprenderían perfectamente a que se refería. Si bien la magia era algo que los hechiceros podían utilizar a cualquier hora, era sabido desde tiempos inmemoriales que la magia se volvía más poderosa en las noches. La madre bendecía a sus hijos e hijas con su presencia y acompañamiento, otorgándoles no solo poder sino además protección.

La hechicera americana solía pasear de día por París, sin embargo, eran las horas nocturnas sus preferidas para recorrer las calles, por eso fue que el llegar a Notre Dame a esas horas le resultaba perfectamente normal para ella, pero extraño para los otros. Una sonrisa apareció en sus labios y se encogió de hombros de manera desinteresada.
- No sabía que existía un horario de visita adecuado para venir de visita – soltó aquellas palabras como si realmente fuera una mujer sumamente creyente – y discúlpeme si piensa que las peticiones de los creyentes no son tan importantes como las suyas – fingió ofenderse y dirigió su mirada a la imagen que se encontraba frente a ella, imagen que no le significaba nada más que dolor y sufrimiento, porque por aquella imagen los suyos siempre serian vistos como algo malvado – Puedo darme cuenta que es algo complicado, sus palabras eran bastante audibles – aseguró, cerrando los ojos como si realmente estuviera pidiendo por algo.

La calma se desvaneció en el instante que el hombre se llamó a si mismo inquisidor. Los ojos de Willow se abrieron lentamente, su rostro giro a donde se encontraba el hombre y una sonrisa burlona apareció en sus labios.
Inquisidor – le miró – y es una pena que no pueda ayudarlo, pero es una pena aún mayor ver como un inquisidor ha perdido el camino – sus palabras salieron cargadas de veneno, mientras que le llamaba inquisidor en una manera también de dañarle – Y mi nombre es Willow, inquisidor – respondió a la pregunta omitiendo su apellido maldito y manteniendo toda la calma de la que era capaz. No podía permitirse salirse de sus casillas y volverse un blanco, no ahora que tenía la posibilidad de una nueva vida frente a ella.

Cuando de un momento a otro el inquisidor sobre reacciono, la hechicera dio un par de pasos en retroceso, sin dejar de mirarlo.
¿Qué estas diciendo? ¿Te encuentras bien? – cuestionó, girando el rostro de un lado a otro, buscando a alguien más dentro de Notre Dame, solo para darse cuenta de que se hallaban solos y que tanto su libertad como su vida nueva, no eran más que una mera ilusión.
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Mensaje por Klaus McQuoid Dom Dic 04, 2016 12:37 am

Su cabeza era una suerte de papel viejo, derruido por la humedad, abatido por el tiempo, con la tinta de sus letras desgatadas. Aquellas mismas frases que completaban sus memorias, y que ahora sólo eran fragmentos de algo lejano, quebradizo y dañino. Era la locura que se asomaba entre sueños vívidos y espectros corpóreos; la misma que surgió de lo más remoto cuando su hermano murió frente a sus ojos y su familia se desvanecía en la miseria. ¿Acaso ese era su destino? ¿Así de atormentada sería su existencia en el mundo? Era como si el mismo Jesús le hubiera puesto una corona de espinas en su cabeza. Y cómo no, si después de todo él descendía de aquellos que protegían el linaje sagrado, a quienes se les perseguiría hasta el fin de los días. Klaus detestaba esa idea, porque quería una vida corriente, con la monotonía que muchas veces envidiaba de algunas personas. Sin embargo, nunca sería así, eso sólo era un deseo mundano de quien no acepta su realidad. Realidad misma que le golpeó en la mejilla cuando reconoció el rostro de aquella mujer.

¿Y cómo explicar lo que sintió en ese instante? Era confuso, extraño... Y hasta parecía un sueño cualquiera. Lo que veía no podía ser cierto, pero, ¿tenía cómo negarlo cuando él mismo había podido reencarnar suficientes veces? ¡Claro que no! Todo era posible, y que ella estuviera ahí, también lo era. No obstante, sólo él pareció reconocer la triste verdad; ella simplemente actuó como lo haría alguien con la mente vacía de recuerdos.

Klaus se quedó pasmado, sin saber qué otra cosa decir. Muchas cosas se pasaron por su cabeza en ese momento, sintió impulsos necesarios, pero los evitó. Su parte racional le pedía mantener la calma, que estudiara atentamente los movimientos de la mujer, para luego irse como un depredador al ataque. No lo haría por el simple hecho de ser inquisidor, sino, de probar algo; de querer hallar una prueba a lo que había intuido y visto. Reconocía su aura, era la de alguien con magia; pero no con magia cualquiera. Eso puso en alerta a Klaus, a pesar de saber que aquello sólo lo acercaba más a lo que temía.

—¿Willow? —dijo finalmente—. No viniste aquí por casualidad, ¿o sí? —Dio un par de pasos hacia adelante—. Y no me llames de ese modo, por favor. Sólo soy Klaus; aquí ya no tengo relación con el Santo Oficio —aclaró—. Pero hay algo... ¿No recuerdas nada?

Y con determinación avanzó hacia ella. Lo hizo casi a zancadas, abalanzándosele encima y sujetándola por los hombros. Su rostro empalideció al verla fijamente a los ojos. ¡No podía ser coincidencia! Sólo que, tal vez, sus memorias estaban sumergidas en lo más profundo de su psiquis.

—Habla —murmuró—. ¡Habla ya! —Sus dedos se hundieron más en los hombros de la hechicera. La miraba fijamente, como queriendo arrancarle las respuestas de los ojos—. Por favor... esto no puede ser un error.

Su voz se quebró en el silencio. Sólo quería escuchar un , un simple y sincero sí; pero eso sería esperar mucho. Sabía que era capaz de arrastrar consigo la vida de otras personas, a que lo acompañaran en su desventura por cargar con un secreto que pondría en riesgo a la religión actual.

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Mensaje por Willow Osborne Vie Ene 27, 2017 12:17 am

Quien le hubiera dicho que su excursión nocturna iba a llevarla a encontrarse con algo inesperado. Una parte de un pasado lejano que no había sido capaz de dejar en Salem por el simple hecho de que ese pasado estaba presente no solo en la sangre que corría en sus venas y sino en el alma que habitaba su cuerpo.

Escuchaba con atención las palabras del inquisidor que se topaba en Notre Dame, palabras que provocaban que su corazón se acelerase en su pecho. Se hallaba nerviosa de encontrarse con un servidor de Dios, un soldado que seguramente no dudaría en aniquilarla en el momento en que se diera cuenta de su identidad; pero no sentía nerviosismo por eso. Cada vez que los ojos del inquisidor se encontraban con los suyos, Willow experimentaba familiaridad, misma que llevaba a su corazón a latir mucho más veloz en su pecho. ¿Qué era esa extraña sensación que cosquilleaba en su cuerpo? ¿Sería un indicador de que la muerte la acechaba o de que el hombre frente a ella no era un hombre cualquiera?.

La americana experimento desconcierto y temor cuando la distancia que ella había puesto entre ambos, como una barrera, era traspasada por el hombre que mencionaba su nombre como si de un hechizo antiguo se tratase.
Claro que no vine por casualidad, vine porque deseaba hacerlo – respondió, dándose cuenta entonces de que sus piernas no respondían más y era incapaz de poner nuevamente distancia entre ambos. Klaus, ese era el nombre con el que el inquisidor se presentaba antes de pedirle a la hechicera recuerdos de los que ella no tenía idea.

Osborne quiso decirle que no sabía a que se refería, únicamente para después salir de Notre Dame, más antes de ser capaz de decir cualquier cosa la distancia entre ambos se redujo aún más y los ojos llenos de dudas de Willow se posaron en los ajenos. El inquisidor exhibió repentinamente una palidez que alertó a la hechicera, quien en un acto inconsciente le sujeto por los brazos para de esa manera tratar de impedir que algo le sucediera.

La cercanía de sus cuerpos, las miradas y la repentina calma de su alma y corazón hicieron que la americana se percatará entonces de algo. Se conocían. No sabía cómo, por qué, dónde o cuándo, pero la certeza de ese hecho la golpeaba casi de la misma manera en que lo hicieron las palabras desesperadas de Klaus.
No sé que quieres que recuerde o te diga – confesó mientras que miraba de un lado a otro – Y tampoco sé que decirte. Yo… yo solo sentí la necesidad de venir aquí hoy– enfocó entonces sus orbes en el rostro del inquisidor – Entonces apareciste tú para confundirme – una risa nerviosa fluyo de sus labios – Tu presencia me cofunde, me hace creer que te conozco – la seriedad entonces se apodero de su rostro – ¿Nos conocemos, verdad?.
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Mensaje por Klaus McQuoid Miér Abr 19, 2017 1:01 am

Aquello tenía que ser una pésima broma, una horrible; una broma que nunca hubiera tolerado. Sin embargo, estando sumergido en semejante situación, no concebía, ni en sus más remotos pensamientos, una salida sensata a lo que le ocurría. Se sentía confundido, y un arrebato de emociones surgieron desde lo más profundo de su ser. ¡Recordar, sólo recordar! Pero, ¿qué? Sus vidas anteriores, a las que siempre estaría atado irremediablemente, arrastraban consigo un mar de ambiguas emociones, que, apenas, pudo controlar. Klaus se lanzó al vacío, actuando como un desquiciado; fue impulsivo y estúpido, aun así, sólo, obrando de manera tan irreverente, podría intentar hundirse en las remembranzas ajenas para desenterrarlas de las oscuras aguas de su memoria, en caso que estuviera en lo cierto. Aunque él si estaba bastante seguro que debía tratarse de ella, la mujer que quiso en su anterior vida cuando era miembro del Temple. ¡Estaba ahí! Aunque... no existía ninguna señal de que ella pudiera percatarse de la realidad.

«Y sí...». Aquella posibilidad se paseó por su cabeza, como un visitante sin ser invitado, guiándole por una posibilidad que despertó la esperanza desde lo más profundo. Y Klaus obedeció, se aferró a su fe, a esa necesidad de no estar nuevamente solo en su lucha. ¡Dios no podía abandonarlo esta vez! Rogó, con su corazón en mano, que la coincidencia no amenazara con derrumbar su ilusión infantil.

—¡No lo deseabas, maldición! ¡Tenías que hacerlo! Algo te llamó aquí, y me importa un franco que te dediques a la magia negra, porque, créeme, eso no es obstáculo para Él —farfulló, bajando la cabeza, sin la intención de apartar las manos de los hombros de la joven. No la quería dejar escapar, no de nuevo—. Creerías que estoy loco, pero, ¿sabes qué? Ya me hice esa idea hace mucho, y entre tanta cosa que he visto, soy bastante cuerdo. Irónico, ¿no? —habló  sin cuidar sus palabras, quizá se trataba de cualquier cosa, porque le era imposible organizar sus ideas en ese momento—. ¿No has escuchado que los locos suelen tener la razón algunas veces? —Alzó la mirada, confrontándola—, ¿Y sí esta es una de ese veces?

Aquello le impulsó a sujetar el rostro de la muchacha con ambas manos, aún repitiendo su nombre en la mente, como deseando grabarlo a fuego. Aunque eso era absolutamente innecesario, el transcurrir de las encarnaciones siempre acabaría con los nombres, sólo dejaría recuerdos a la deriva, que no todos lograban recuperar en el proceso de transicción.

—Entonces... no siempre estuve tan equivocado —susurró, mientras acariciaba el pómulo de su mejilla con el pulgar—. Y sí, claro que nos conocemos, pero no de esta vida, sino de otra. —Hizo una breve pausa, siendo más que obvio que él era el único en recordarlo todo. Siendo el portador de la divina misión, no podía esperarse otra cosa—. Claro, tú no lo puedes rememorar tan fácilmente, a diferencia mía. Aun así, me alegra saber que no estoy errado en mis deducciones. Algo me ha llamado aquí, no para orar como cualquier otro mortal, sino para reencontrarme con un fragmento importante de mi pasado.


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Mensaje por Willow Osborne Jue Jun 22, 2017 11:57 pm

Existían pasados de los cuales las personas se podían desprender de maneras simples. Willow lo había hecho. Dejó todo lo conocido en Salem para iniciar una vida nueva en París, una vida donde no sería juzgada o temida, donde sus poderes se desbordarían, llevándola a ser finalmente la hechicera oscura que ella siempre soñó con ser. Sin embargo, de la misma manera en que existían pasados que dejar era fácil, existían otros que se aferraban a cada fragmento del alma y eran esos, a los pasados que más había que temer pues cuando te alcanzaban se convertían en destino y ninguna criatura natural o sobre natural podía escapar a él.

Durante años, la americana había creído que si se libraba del pasado de su vida actual todo lo demás estaría arreglado, pero se equivoco. Willow había dejado todo solamente para terminar topándose de frente con su destino, ese que sacudía cada una de las fibras de su ser. Temerosa de lo que pudiera traer entonces ese pasado, sin saberlo, ponía una barrera a los recuerdos de su alma y era esa barrera la que le llevaba a asegurar al inquisidor frente a ella que no le conocía y que su llegada a Notre Dame no era nada más que una casualidad, algo imposible de creer para quienes poseían magia en sus venas.

Los hechiceros por naturaleza sabían que existían más vidas, que sus almas retornaban una y otra vez a la tierra, que sus almas tenían una misión pero así como sabían eso, existía dentro de sus corazones la certeza de que nada sucedía por azar, todo se encontraba perfectamente planeado por una fuerza superior y el encuentro de Willow con el inquisidor, no era más que una parte del plan de aquella fuerza.

Las palabras desesperadas del hechicero frente a ella la hicieron estremecer. ¿Cómo era posible que aquella alma estuviera tan entregada a la suya aún cuando no lo podía recordar?, ¿Cómo es que alguien podía aceptarla aún con toda la oscuridad que existía en su alma?.
No he dicho que crea que estas loco y de hecho, creo que como has dicho, esta es una de esas veces en las que aquellos que actúan como locos en realidad tienen toda la razón – respondió antes de expresar que era verdad que algo le había llamado aquella noche a la Catedral, que sintió la necesidad de estar ahí ese día, todo para después decir que creía que de verdad se conocían pero creencia, necesitaba confirmación.

Con alivio, el inquisidor sujeto el rostro de Willow entre sus manos y en los ojos ajenos ella pudo encontrar la paz. La mirada de Klaus le llevaba a sentir que todo estaría bien, que no importaba que en ese momento no le recordara del todo porque algún día lo haría.
Nunca espere que mi alma estuviera ligada de esta manera a nadie. Es increíble pero a la vez algo aterrador – aseguró perdida en los ojos del inquisidor – Si eres capaz de recordar toda nuestra historia, ¿Me ayudaras a poder recordarte tan bien como tu me recuerdas a mi? – preguntó, levantando su mano derecha hasta sujetar la de Klaus que se encontraba aún en su mejilla y tras suspirar, cerró los ojos – Sé que me sigues mirando igual que cuando nuestras almas se encontraron por primera vez, también sé que cuando me tocas siento como su el tiempo no hubiera pasado – la hechicera abrió entonces los ojos – Esto es tan extraño pero reconfortante – hizo una pausa – Cuéntame de ti y de nosotros – su alma le exigía recordar todo porque no quería que Klaus se sintiera solo, no cuando ella estaba a su lado.
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