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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Franka Kovačević Sáb Jul 16, 2016 5:47 pm

"That deep torture may be called a hell,
When more is felt than one hath power to tell.
"
William Shakespeare


El mismo sonido molesto rompiendo el silencio. El goteo insoportable que la acompañaba desde hacía dos años, desde que vivía encerrada y encadenada en aquel calabozo asqueroso, oscuro. Estaba demasiado débil, habían logrado someterla y humillarla hasta el punto de desear el calor del Sol matándola. La habían condenado a una muerte lenta, y si bien al principio resistía las torturas, después de tanto tiempo, se había entregado al dolor. Hacía meses que no sentía las manos, se encontraba colgada de ellas, e imaginaba que debía tener ambas muñecas rotas por la posición. Sabía que continuaba en el mundo de los vivos, porque cuando llegaban sus verdugos, su cuerpo temblaba y gritaba ante los suplicios a los que la exponían, mas no habían logrado sonsacarle una sola palabra sobre su pasado o sobre sus amigos. Franka seguía siendo leal, a pesar de que sabía que unas pocas frases de confesión la salvarían. Moriría o la obligarían a trabajar para la Inquisición; cualquiera de las dos perspectivas era atractiva ante las torturas, pero era demasiado orgullosa y no sería capaz de traicionar a los suyos.

Oyó los pasos acercándose, y supo que su mente estaba jugándole una mala pasada. Sus sentidos estaban engañándola. La vampiresa habría reconocido el sonido de aquel andar y el aroma de ese cuerpo, entre miles. Pero supo que era imposible, no podía ser real. No sería la primera vez que las alucinaciones la asaltaban, aquello ocurría cada tanto, cuando decidían experimentar con ella metiéndole en el cuerpo sustancias de lo más extrañas, que provocaban en ella diversos efectos. Y a pesar de esas drogas, jamás le habían arrancado una historia. En su mundo interno, en ese que ya se encontraba completamente desmoronado, Franka estaba contenta consigo misma, por mantenerse incólume ante la violencia. Había sido diseñada para la guerra, su espíritu era el de una luchadora, había estado en el campo de batalla y había dirigido ejércitos. Había pasado milenios forjando un carácter férreo, y le habían arrebatado su dignidad. Pero, si de algo estaba segura, era de que perecería sin haberles dado el gusto de brindarles lo que ellos querían.

Cómo me gustaría que fueras tu… —susurró, y aquel simple acto, le provocó un dolor profundo en la garganta. Sentía la boca pastosa.

La noche anterior la habían vejado, le había provocado diversas lesiones y hacía días que no le daban la sangre de algún animal para alimentarse, por lo que su cuerpo, completamente desnudo, no se recuperaba con la rapidez de su condición. Había aprendido a aceptar el sufrimiento casi humano, pues un simple mortal no habría soportado todo lo que ella sí. Solía evocar la imagen de sus hijos, de sus soldados, de sus amantes y de, especialmente, Zlatan. A él lo había amado de verdad, al único, y lo había destruido. Desde aquel sitio, solía recordar los momentos felices junto a él, y añoraba su voz y su contacto más que nunca. La puerta se abrió, y la tenue luz de las farolas del pasillo, ingresó, lastimándole los ojos. Apretó los párpados, hasta que escucho el sonido de la puerta cerrándose.

Regularmente, enviaban un médico para que la revisase y la ayudase a sanar. De esa manera, se aseguraban que no muriera. En más de una ocasión había luchado contra los matasanos, y en esos dos años, se había cobrado la vida de cuatro, por ello, había dejado de ser atendida por humanos a los cuales le sería fácil asesinar, y sólo enviaban inmortales. Contra ellos no hacía nada, Franka sabía que sería en vano, y prefería guardar energías para soportar las sesiones de tortura. Entreabrió los ojos, sólo la luz de una vela en un rincón delineaba la figura del extraño, que se mantenía silencioso. Todo su cuerpo delataba quien era, ella lo conocía de memoria, y las lágrimas comenzaron a caer antes de, siquiera, tomar real consciencia de quién era.

No es posible… —murmuró, y dejó caer su cabeza y el gusto salobre de su llanto silencioso, le pareció miel.


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Mensaje por Zlatan Hadžić Vie Jul 29, 2016 7:16 pm


“People go
but how
they left
always stays.”
— Rupi Kaur, Milk & Honey


«Quiero dormir todo el día y toda la noche (es decir, no vivir, pero tampoco morir)» era un pensamiento recurrente. Incluso antes de que el dulce, dulcísimo beso de la muerte lo arrebatara del mundo terrenal para transportarlo a es en el que ahora se desenvolvía, tras bastidores, lejos de ojos curiosos, aquella máxima ya ocupaba su mente. La idea fue más poderosa al levantar la vista y ver al hombre que le estaba dando aquella orden mientras le proporcionaba una damajuana con un líquido espeso y que, debido a la escasa luz, parecía negro. Sin embargo, él que estaba condenado a la eternidad, supo de inmediato de qué se trataba.

¿Me escuchaste, Hadžić? —Preguntó el alto mando de la Inquisición—. Te mandamos traer porque se supone que eres el mejor —Zlatan había escuchado muchas veces eso, pero desde que había muerto su hermana, no se lo creía, ¿quizá eso había sido? Un castigo a su arrogancia.

El vampiro-médico asintió y tomó la redoma, sosteniéndola de la base con su mano abierta.

Ten cuidado, ya nos ha costado cuatro doctores. Aunque por eso ahora mandamos a inmortales como tú —soltó el otro sujeto. Pudo notar la aspereza en sus palabras. Despreciaba a los suyos, adivinó, y si acudía a él, era porque enviar a otros era una condena de muerte.

Zlatan tensó las mandíbulas. Si hubiera querido decir algo, no hubiera podido pues el otro ya había dado media vuelta y se alejaba por el largo pasillo donde las bóvedas de crucería se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Las antorchas flanqueaban todo el camino y de ese modo, los ojos del bosnio lucieron más oscuros de lo que en realidad eran. Alas de cuervo. Carbón en las manos.

Hizo lo mismo, se retiró del lugar en dirección contraria al otro, hacia los calabozos. No le habían dado detalles, pero nunca se los daban. Lo mandaban a sanar presos y víctimas por igual. Y él lo hacía, porque antes que vampiro e inquisidor, era médico y un juramento le impedía alejarse del camino que había elegido. En todo caso, era eso lo que lo mantenía cuerdo en un mundo que cada vez le parecía más carente de sentido. Un mundo que jamás lo había entendido.

Aquel sitio era más oscuro todavía. Las antorchas y los faros estaban más espaciados. Olía espantoso, a podredumbre y olvido. Se escuchaban quejidos aquí y allá y a su paso, más de uno desde su celda le imploró piedad. Se detuvo en una ocasión cuando el espectáculo fue demasiado como para soportarlo y se sintió a morir con la batalla interna que tuvo. Tragó grueso y siguió su camino, no podía abrir esas puertas y liberarlos a todos. No conocía sus delitos, si es que los había. Y no podía traicionar a la organización en su propio terreno.

Al fin llegó a la puerta indicada. Le habían dado la llave, y sólo esa, la de esa celda. Creyó que era más bien significativo y una prueba. Él podía romper los cerrojos, candados y goznes de las puertas si se lo proponía.

Cuando abrió, una imagen escurrió de las cadenas a sus ojos como oro fundido. Se quedó pasmado y la garrafa de sangre que llevaba en la mano cayó al suelo, haciendo un estrépito que pronto quedó en el pretérito inmediato. Un eco y un recuerdo del colisión de realidades. La blancura había sido mancillada con saña. Pero ni los golpes ni la ofensa habían mermado en la belleza que él tan bien conocía. Una que, en ese estado, parecía que estaba a punto de extinguirse. Su mente en ese instante se llenó con imágenes que como oxidadas ensoñaciones venían a él a atacarlo, un buitre que baja en picada a sacarle los ojos a su juicio.

Y todo lo que pensó antes se vino abajo como un castillo de naipes. Al escucharla dio un súbito suspiro y avanzó rápido, en dos zancadas estuvo junto a ella. Ella. De entre todas las criaturas, era ella. Sin meditarlo, rompió las cadenas que la ataban y la recibió en sus brazos. Se hincó con en el mugriento y húmedo suelo. Su capa de viaje quedó extendida a su alrededor, negra como la insondable noche. De ese modo era un escudero, recibiendo el cuerpo de su campeador muerto en batalla. Tenía tantas cosas que decir que las palabras simplemente brillaron por su ausencia.

Soy yo —al fin contestó con un hilo de voz. Sonó agotado, triste y lejano—. Eres tú, también. ¿Qué te han hecho? —El dolor, añejo de una relación rota se sintió como nuevo en su corazón muerto, y aún así, bajo esas circunstancias, fue incapaz de comenzar con los reclamos. Su voz sonó estrangulada, aprehensiva.

Recorrió el cuerpo de la que fuera su amante; la más victoriosa. Pudo ver sus heridas, su hambre, su espíritu inquebrantable a punto de flaquear. La tocó suavemente con la yema de los dedos, los pómulos y los labios, como para comprobar que no era una visión. Acomodó su cabello, otrora áureo, hoy demasiado sucio como para distinguir un color. Y se dio cuenta de algo. Cualquier cosa que fuera a suceder a partir de ese momento, no iba a pasar, si no actuaba rápido.

Bebe —ofreció su propia sangre, ya que había derramado la que llevaba para ella. Franka le había dado la suya como voto entre ambos. En ese instante, Zlatan hacía lo mismo. «Quiero dormir todo el día y toda la noche (es decir, no vivir, pero tampoco morir)», pensó y ese mantra que le trepanaba la cabeza se hizo tan fuerte en su interior, que finalmente dejó de escucharlo.


Última edición por Zlatan Hadžić el Dom Ago 28, 2016 1:02 am, editado 1 vez


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Mensaje por Franka Kovačević Lun Ago 15, 2016 6:36 pm

"There is no witness so dreadful, no accuser so terrible as the conscience that dwells in the heart of every man."
Polybius

Era una buena manera de morir. Sí que lo era. En los brazos de su antiguo amor, escuchándolo, sintiéndolo por última vez. Había caído con todo su peso, y él la había sostenido. Ella no esperaba menos. La calidez de sus ropas, a pesar del frío de su cuerpo, la sorprendió. Casi no le quedaban recuerdos buenos a los que aferrarse para no flaquear, y allí estaba recuperando uno. Su alma viajó a aquellos años juntos, a las caricias que se prodigaron, a la danza de sus cuerpos desnudos, a sus charlas interminables, a las risas, a los llantos. Se habían acompañado, Franka le había prometido una eternidad juntos, pero no había logrado satisfacer su juramento. Nunca había podido cumplir con su palabra. Lo había abandonado, incapaz de aceptar la felicidad. Los seres como ella no la merecían. Le había parecido demasiado bueno, demasiado utópico; no era digna de un hombre como él. Hubiera sido hermoso conocerlo cuando era humana, cuando aún tenía pureza en el corazón y las heridas no la habían destrozado lo suficiente. Había intentado quedarse, pero no lo había logrado. Demasiado voluble, demasiado errante, demasiado oscura. Había traicionado su confianza y había faltado al pacto sellado, ¿cómo el destino los había llevado a reencontrarse?

Zlatan le ofrecía vida. Le entregaba lo único que podía salvarla del calvario, de la debilidad de su cuerpo maltrecho. Apoyó el rostro en su pecho, allí no había latidos que escuchar, pero era un refugio, su refugio. No pudo evitar que las lágrimas corrieran por sus mejillas. Una criatura milenaria, de su estirpe, rindiéndose a un impulso tan humano, tan irracional. Pero Franka nunca se había sentido una vampiresa por completo, siempre había estado aferrada a un hilo emocional, uno que se suponía debía soltar. Todos los que eran como ella lo hacían. Ella, sin embargo, recordaba su humanidad como la gloria; las batallas, las lealtades, su ejército, las intrigas, los hijos que había parido, los laureles que la habían coronado, el cariño y el respeto de sus subordinados. Había sido temeraria. Luego, al recibir el abrazo, había visto la decadencia de su imperio, lo había visto diluirse, y nada había vuelto a tener sentido. Al menos, hasta que conoció a Zlatan. Él le había dado un rumbo, pero ella se había perdido hacía demasiado tiempo. No podía aceptar su ofrecimiento; era muy egoísta de su parte si lo tomaba.

No… —su voz salió débil y ronca. El ardor en la garganta la obligó a apretar los párpados. —No lo merezco —continuó. —No te merezco. Nunca te merecí —sinceridad. Necesitaba decírselo, tras tantos años de haberse convertido en un recuerdo. No entendía qué extraña jugada del destino los había puesto frente a frente, una vez más. Ella, en aquellas condiciones, en aquel círculo de oscuridad y muerte; él, erigiéndose como un salvador. Zlatan se convertía en una esperanza que jamás debería haber aparecido. Franka se había resignado a morir allí, a someterse el tiempo suficiente hasta que su cuerpo se cansase de resistir y, finalmente, expirase. Había planeado no aceptar la sangre que le hubieran ofrecido, demasiado cansada, demasiado harta de estar allí. Esperaba que ellos se fastidiasen de su presencia y de su mutismo, y le entregasen el don de la muerte. Ese momento llegaría. Tarde o temprano lo haría. Pero, en lugar de eso, Zlatan ingresaba de nuevo a su órbita, haciéndole tambalear su decisión de partir a un Infierno que, comparado con su presente, sería el Paraíso. Quizá también formaba parte de su tortura y de los pecados que, todavía, debía expiar. Él era un buen elemento para quebrarla por completo. Si hubiera tenido fuerza, los habría felicitado.

Es bueno verte una vez más —admitió. A pesar de todo, lo era. No eran las condiciones óptimas, ni siquiera estaba segura de que eso no fuese un sueño. Pero siempre era bueno verlo. Franka no temía a demasiadas cosas, pero sí a olvidar su rostro, que había ido disgregándose en el tiempo y que, la oscuridad, le negaba observar por completo.

Hizo acopio de una fuerza que ya no tenía, giró su propio rostro y apoyó la nariz en las prendas de Zlatan. Inspiró hondo, muy hondo, llenándose de su aroma. Cuánto lo había extrañado… Él no había cambiado nada, seguía provocándole lo mismo. En aquellos años compartidos, cuando estaban juntos, ella se diluía en sus brazos; su cuerpo dejaba de pertenecerle. El vampiro había sido su fortaleza y su debilidad. Al perderlo, había terminado de derrumbarse. Junto a él, se había sentido capaz de reconstruir su imperio, se había dado cuenta que no necesitaba nada más. Eso la había aterrado. Y cobarde como era, porque no encajaba ningún otro calificativo para su accionar, había huido. No había sido capaz de mediar palabras; simplemente, había borrado todo rastro de su existencia. No le había dado la posibilidad de que intentase convencerla. Es que, de haberlo permitido, Franka se hubiera quedado. Y no quería, ni podía, quedarse.

Espero, alguna vez, puedas perdonarme —susurró. Lejos, se escuchaban pasos. ¿El estrepitoso sonido habría alarmado a los guardias? No quería que la volviesen a encadenar. Quería quedarse allí, con él, hasta que el fin llegase. Y no faltaba demasiado para ello.


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Mensaje por Zlatan Hadžić Dom Ago 28, 2016 1:40 am


“The trouble with forgiveness is that some people don’t want to be forgiven.”
— Graham Joyce, How to Make Friends with Demons


Las palabras como lluvia, y la lluvia como astillas; se clavaban en su piel, le provocaban un dolor real, que se palpa y que entumece, que te deja paralizado. Quería decirle que se callara, y que lo dejara salvarla, pero fue incapaz de abrir la boca. Jamás había sido un líder, y era frente a las mujeres que perdía la poca fuerza y el poco valor que tenía. Acarició su rostro y negó con la cabeza como si no quisiera escucharla. A punto del llanto también. Y es que las lágrimas ajenas lo dejaban totalmente desarmado.

Shhh —le pidió silencio con ternura. Quiso consolarla y se sintió tan inútil en ese momento que no era justo, simplemente no lo era. Quizá en algún punto pudieran volver a hablar de eso que dejaron inconcluso, pero no ahora. La estrechó, y no respondió a su plegaria por un indulto. No se lo iba a dar, no en ese instante, porque se iba a asegurar que se pusiera bien, y entonces sí, iban a poder hablar.

Despacio, sacó una daga pequeña del interior de su capa de viaje. El arma destelló con la poca luz que se colaba ahí. Escuchó pasos acercarse, guardias seguramente que habían escuchado el romper de las cadenas, debía actuar rápido. Arrulló a Franka en sus brazos al tiempo que acercaba el filo del cuchillo a su muñeca. ¿Cuántas veces no deseó hacer eso en vida? Dejar que sus suspiros y aliento se escaparan de ese modo, a través de una herida, desaparecer, dejar atrás el mundo que siempre lo vio como a un extraño, y al que él vio como un extraño también. Y ahora, lo hacía, pero no para renunciar. Cortó rápido, ardió y la sangre, maldita de un inmortal como él, brotó y con la poca luz del lugar, pareció negra. Acercó la mano, apretando el puño, a la boca de la mujer que tenía entre sus brazos. Para cuando las gotas carmesí tocaron los labios ajenos, ella ya tenía los ojos cerrados.

Se quitó la capa y la envolvió en ella. Los guardias lo encontraron en medio de la celda, de pie con Franka en brazos, encarando la puerta. Eran cuatro, y se detuvieron ante la imagen, como de un santo que ha bajado del cielo. Zlatan los miró con ese par de ojos oscuros como tizones aún ardiendo. Solía creer que no era un hombre que impusiera mucho, pero en ese instante, el ruido y la furia se reflejaban en su semblante. Los escoltas se hicieron a un lado, y él pasó entre ellos, sin mirar a ninguno, y sin volver el rostro hacia atrás.

***

Era una de esas incómodas habitaciones que usaban los clérigos que hacían algún tipo de voto absurdo. Apenas una camita incómoda, una silla, una mesa de madera y una vela pegada directamente sobre la superficie sin tallar de la mesa, sólo sostenida por la cera derretida. La flama danzaba y hacía que la sombra de Zlatan, proyectada en el muro se hiciera más grande o más pequeña. Estuvo seguro que, de estar vivo, aquel frío que se sentía le estaría calando los huesos. Sentado en la incómoda silla, aguardaba paciente. Sobre la cama, Franka descansaba, aunque un rictus de dolor no se apartaba de su perfecto rostro.

¿Y si había actuado demasiado tarde? Como era su costumbre, Zlatan comenzó a culparse. A autoflagelarse como si eso sirviera de algo. Tal vez la historia de ambos había tenido un desenlace abrupto, que lo dejó terriblemente mal herido, pero no podía simplemente suprimir el hecho de que había amado a esa mujer, y que tal vez todavía lo hacía.

Los últimos años los había pasado estudiando las propiedades de la sangre de vampiro, usando la propia para dicho fin, y sabía que tenía fuertes poderes curativos, aunado con la naturaleza de Franka, quiso tener un buen pronóstico de todo aquello. Pero es que ella estaba tan débil, tan frágil… y ser optimista no era uno de sus fuertes.

Se puso de pie, decidiendo que no podía más. Quiso ir a buscar algo de agua. Aún tenía que hablar con algunas autoridades para que le permitieran llevarse a Franka a París, con el pretexto de que sería allá, en su propia casa, que continuaría con cualquier aberración que le hubieran estado infringiendo. Sin embargo, lo urgente ahora mismo era que se recuperara, pues no podía someterla a un viaje como ese en su estado. Se encaminó a la puerta, pero entonces escuchó movimiento en la cama. Se giró de inmediato y regresó a ella. Se hincó a un costado y tomó una de sus manos.

Tranquila —le dijo—, aquí estoy —apretó la mano que sostenía y en ese instante pareció que había olvidado toda la amargura del fin de su relación—. Con calma, no te asustes. Estarás bien —continuó hablándole, en parte para provocar que reaccionara, para que regresara por completo. Si lo hacía, sería una victoria en esa batalla que, de pronto, estaba lidiando a su lado—. Te perdono, Franka, te perdono —entonces respondió a eso que fue lo último que le dijo antes de perder el conocimiento. Y se dio cuenta que, a pesar del daño y de cómo sucedieron las cosas, hace mucho que la había perdonado.


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Mensaje por Franka Kovačević Lun Oct 10, 2016 11:56 am

It was once said that love is giving someone the ability to destroy you, but trusting them not to.
Unknown

No hubo pesadillas, ni sueños confusos. Estuvo sumida en la más absoluta oscuridad, durante un tiempo que no podía precisar. Sentía el cuerpo entumecido pero cálido, como si la cubrieran los suaves cuerpos de los hijos que había parido y había asesinado. Pero no eran ellos, de los cuales nunca había olvidado el rostro. Los había soñado durante el primer tiempo de los tormentos, buscando en sus memorias un refugio a tanta desidia; pero le habían arrebatado aquello también, la frescura de las risas que habían bailoteado en sus oídos, aún después de tantos años sin ellos. Le había costado entender que sería madre siempre, a pesar de su inmortalidad y sus pecados; por eso había tomado la drástica decisión de no beber la sangre de niños. Franka jamás había sido una depredadora, no había habido intereses morbosos en su vampirismo, y se distanciaba de aquellas figuras que hacían arte con la muerte. Siempre se había sentido muy por encima de nimiedades como aquellas, quizá porque aún llevaba a cuestas la capa de las glorias de antaño, con orgullo y pasión, enarbolada en su pasado triunfante. Continuaba atada a aquellos lazos de su pueblo, por el que tanto amor había sentido, sentimiento que continuaba vigente.

Primero intentó moverse, pero sus extremidades le parecieron demasiado pesadas. Intentó abrir los ojos, pero la luz de una vela le provocó quemazón. ¿Dónde estaba? ¿Qué había ocurrido? Un temor demasiado humano se apoderó de ella y la obligó a removerse, pero el dolor continuaba surcándole el cuerpo de palmo a palmo, y lanzó un suave quejido, como el de un gatito herido y hambriento. Las visiones la asaltaron, los recuerdos de horas anteriores que habían estado a punto de quebrarle la voluntad. Se preguntó qué clase de castigo era aquel, por qué le brindaban una cama y unas colchas. Quiso abrir los ojos nuevamente, y a pesar de que tomó la precaución de hacerlo con lentitud, sintió el mismo ardor. La oscuridad había hecho mella en su visión. El aroma de Zlatan la invadió, la rodeó y le dio paz; él había sido real, y la certeza de que se encontraban juntos, la obligó a virar el rostro, justo antes de que el vampiro la tomara de la mano. Se sentía tan a gusto… Su voz le dio paz y ya no tuvo miedo de alzar suavemente los párpados para descubrirlo. Allí estaba su rostro sereno.

Zlatan… —necesitaba pronunciar su nombre. ¿Y si se desvanecía, como tantas otras veces? Las palabras que volaron por sus labios, le arrancaron lágrimas silenciosas, que no tardaron en empaparle el rostro. No era un llanto desesperado; brotaba de ella con la parsimonia de un río en la primavera. Que él la perdonara le daba sentido a las torturas. Entendió que podría someterse una y otra vez, si al final de aquel camino negro se encontraba nuevamente con él. No comprendía qué había hecho para que Zlatan decidiera otorgarle aquel don, quizá el verla tan vulnerable y al borde de la muerte le había cicatrizado las heridas, quizá sólo lo decía para tranquilizarla y que no comenzara a rogar una vez más. Era consciente del patetismo de su situación, y del corazón noble del que había sido su gran amor. Pero había logrado conocerlo, y entendió que si el vampiro pronunciaba aquellas palabras, era porque las sentía verdaderamente, que no había mentira ni hipocresía en su accionar. Se atrevió a apretar su mano, y entendió que la fuerza volvía a ella con lentitud.

¿Por qué? —la garganta le dolía, pero tenía necesidad de preguntar. — ¿Por qué me perdonas? ¿Por qué me trajiste hasta aquí? ¿Por qué me salvaste? No tenías que hacerlo… —la voz le salía rasposa y entrecortada. Era una mujer inteligente y no le había llevado demasiado tiempo comprender que Zlatan se había unido a las filas de la Inquisición, y que estaba arriesgándose demasiado por ella. No quería que tuviera un problema por su culpa, ya lo había reducido a cenizas, no podía volver a hacerlo. ¡Pero lo había añorado tanto! Sabía que iba a destruirlo una vez más, que podían condenarlo a muerte por haberla sacado del calabozo y llevarla hasta sus aposentos. Era el ser más noble que había conocido, el único que había valido de la pena de todos sus amantes, el amor verdadero y también, el mayor dolor. Ajustó un poco más el amarre, deseando que él se acurrucara junto a ella. Lo ansiaba a su lado nuevamente, sentir su piel, su aliento, sus caricias. La marea bravía de su vida juntos había despertado con las renovadas energías que cada segundo regresaban. Pero continuaba débil, en cuerpo y espíritu. —No debías arriesgarte tanto —tragó con dificultad. —Aún estás a tiempo, Zlatan. Llévame de nuevo al calabozo, sálvate —y aquella petición encerraba demasiadas aristas. Que se salvara del yugo de la Iglesia, y también de ella.


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Mensaje por Zlatan Hadžić Miér Nov 02, 2016 10:39 pm


“Devotion, devotion,
I'm a slave onto the mercy of your love,
for so long I've been so wrong,
I could never live without you.”
— Hurts, Devotion


A las criaturas como ellos no se les solía dar la oportunidad de redimirse. Eran vistos como monstruos, y el mismo Zlatan se veía como uno. El problema llegaba cuando, aparte de ello, no se les permitía ser otra cosa. Como si se tratara de seres de una sola dimensión. Por eso costaba trabajo asimilar la imagen de ambos en ese cuartucho, mostrándose vulnerables. Lo podía entender, podía comprender de qué lugar en el imaginario colectivo surgía la idea de ellos, inmortales, como quimeras sin corazón. Otros como ellos se habían encargado de reafirmar esa imagen. Entonces estaban ellos, ahí, mostrando la complejidad real de la eternidad como maldición y regalo.

Acercó la mano ajena y la besó en cuanto las lágrimas corrieron por ese hermoso, demacrado rostro. Negó con la cabeza, y lucho contra el deseo de llorar también. Sus ojos oscuros brillaron como obsidiana bien pulida. Creyó, hace tiempo, que si el destino volvía a ponerla en su camino, podría luchar contra sus sentimientos, que exigiría las explicaciones que sabía, merecía, y que no volvería a cometer los mismos errores. Sin embargo, no contó con que su reencuentro sería así, en estas circunstancias, eso cambiaba todo. De todos modos, era frente a las mujeres, y a Franka en específico, que más débil era.

Yo me encargaré de eso, tranquila. Nadie te volverá a hacer daño —aún no sabía cómo. No tenía ningún tipo de privilegio dentro de la inquisición como para que le permitieran llevársela. Pero se las arreglaría. Siempre lo hacía. Era un sobreviviente después de todo. Peinó el cabello rubio y le besó la frente, sin soltar la mano. Hizo promesas que no supo si podía cumplir, pero ahí, con ella de nuevo a su lado, se sintió capaz de eso y más.

Sin desearlo realmente, la soltó y se puso de pie. Pero no se alejó, se quedó ahí, contemplándola aún tratando de hacerse a la idea de que era ella y no alguien más. Que su mente, acuchillada hasta el cansancio por la tristeza, el abandono y el olvido, no le estaba jugando bromas crueles.

Franka, tenemos que hablar. Pero no aquí, y no ahora. No podría someterte a eso cuando estás tan débil —pronunció su nombre con una cadencia casi irreal. Como si se derramaran las estrellas del cielo. Un susurro a una amante o un grito a la guerra que ha de terminar con todas las guerras. Metió las manos a los bolsillos del pantalón y se quedó ahí, con la mustia luz de la vela perfilando sus rasgos adustos—. Te diré todo lo que quieras saber. Te hablaré con la verdad aunque nos hiera a los dos. Lo prometo. Sólo que este no es el momento —y esa era una promesa que sí podía cumplir—, por ahora descansa. Tengo que ir a arreglar todo para tu traslado. He estado viviendo en Francia, ahí tengo una casa, ahí te llevaré —si es que lo dejaban, claro. Quiso preguntarle si conocía París, y si no, hablarle de lo hermoso que era. En cambio, dio media vuelta y se encaminó a la puerta.

¿Necesitas algo? —Preguntó el momento previo a tomar la perilla para abrir e irse. Se detuvo, dándole la espalda y luego se giró lentamente. Algo en su rostro indicaba la realidad, que no quería irse y dejarla, aunque fueran sólo unos minutos. Se recargó en la puerta y volvió a contemplarla con sutil interés. Como siempre la había visto. Aunque antaño también hubo miedo y asombro, sin embargo, la devoción que siempre había estado presente, no había cambiado un ápice, seguía ahí, como un monumento a su propia melancolía.


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Mensaje por Franka Kovačević Vie Dic 02, 2016 10:13 pm

"Since love grows within you, so beauty grows. For love is the beauty of the soul."
San Agustín

Se había resignado a morir. Durante aquellos años de confinamiento, incluso, lo había deseado. Y ese era el verdadero triunfo de la Inquisición. Habían logrado domar el espíritu de una guerrera, que había preferido sacrificarse por la gloria de su pueblo que salvarse a sí misma. Ella jamás había huido, se había quedado a defender lo que era suyo por derecho y, también, por opción. Se había quedado para enfrentar a los enemigos del Imperio Aqueménida, había hecho todo lo posible para que la escucharan, pero al momento de tomar las decisiones, quienes debían hacerlo, la enmudecieron. Claro, ¿cómo había sido capaz de pensar que escucharían los consejos militares de una mujer, por más que ésta fuera una respetable guerrera? Aún le dolía aquella traición. Habían pasado miles de años, pero el sabor amargo de la bilis de la derrota, cada tanto, acudía a ella y le socavaba el ánimo. Se decía que podría haber hecho más, mucho más, pero con el tiempo, había terminado entendiendo la posición de debilidad e inferioridad que tenía, y que había sido el arrojo de la juventud lo que había provocado aquel sentimiento de furia consigo misma.

No podía imaginar qué estaba cruzándose por cabeza de Zlatan en aquel momento. Ella había visto la pureza de su alma cuando lo conoció, pero había hecho lo suficiente para que la odiara. Quizá lo hacía, pero creyó distinguir, aún entre las capas de rencor que podría albergar, el amor que sentía por ella. Quería creer eso; que el único hombre que realmente importaba, seguía pensándola de manera especial, a pesar de su abandono. Con la poca fuerza que había recuperado, Franka se secó las mejillas, empapadas de lágrimas ante lo sublime de sus palabras. Hasta parecían dos humanos… ¿Quién podía creer, ante aquella muestra de afecto y lealtad, que eran dos bestias que el Santo Oficio quería destruir? Quiso decirle algo que estuviera a la altura de sus promesas, pero todo le sabía insuficiente. Llevarla a su casa en París, ¿eso significaba que la aceptaba de vuelta? ¿Qué tendría que darle a cambio, a la Inquisición, para que accedieran a su pedido? Temió por la integridad de Zlatan. La vampiresa no quería que él se sacrificara, no era justo, tampoco lo merecía.

Lo único que necesito es que te quedes conmigo —se sinceró. Era real, no quería otra cosa. Había fantaseado con la idea de morir ese día, ¿qué mejor si era tomada de la mano de Zlatan? Igualmente, había un temor implícito: le aterraba quedarse sola. Si él no estaba y los guardias aparecían, no volvería a verlo, tampoco a sentirlo, mucho menos a escucharlo. No quería morir sin haberlo besado una vez más. Entendió la magnitud y la imposibilidad de su deseo. Que él la hubiera rescatado, enfundado en su traje de ángel oscuro, no significaba nada más que piedad. —No te vayas, por favor. No todavía —se sintió lo suficientemente fuerte como para incorporarse en la cama y apoyarse sobre sus codos.

Despidámonos y vete a Francia, Zlatan. No quiero que sacrifiques nada por mí. Ambos sabemos que sacarme de aquí no será gratuito —la vigorosidad regresaba con lentitud, se sentía cada segundo más vital. Le urgía alimentarse, pero aún la idea del suicidio le parecía atractiva. —Déjame, morir, por favor. Vive como hasta hoy y déjame morir. Aún puedes, no es tarde. Yo…he vivido mucho tiempo, tengo lo que merece un ser ruin y despreciable como yo. Ellos…ellos ya me han roto —la voz se le quebró cuando las vejaciones y torturas acudieron a su memoria— y no quiero cargar con eso por el resto de la eternidad —cansada por el esfuerzo de sostenerse, se dejó caer. Clavó la vista en el techo, con las lágrimas acariciándole las sienes y el cabello.


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Mensaje por Zlatan Hadžić Lun Ene 23, 2017 4:57 pm


“We die a little every day and by degrees we’re reborn into different men, older men in the same clothes, with the same scars.”
― Mark Lawrence, King of Thorns


Las palabras lo atravesaron con una crueldad que no esperaba. No de ella, a pesar de todo, sino de la situación que los tenía ahí confinados, en la eternidad y en esa sencilla habitación. Dio un respingo y no supo qué hacer, qué decir, qué pensar si quiera. No quería ceder a sus propios impulsos, pero cómo, si estaba frente a la mujer que había hecho de él lo que era hoy, para bien o para mal. Y para más inri de sus angustias, la tenía en aquel estado, frágil como jamás la había visto, ni imaginado. Franka, en su mente, en su imaginario personal, era una diosa vindicadora, invencible, no cabía en su cabeza la imagen de ella como la tenía ahora frente a sus ojos. Era como Tomás, que incluso viendo a Jesús que ha regresado de la muerte, duda, y tiene que meter los dedos en las heridas.

Entonces, en automático, casi como un impulso se movió de su lugar al ver su intento por incorporarse. No podía luchar contra algo tan básico como su deseo imperante de ayudarla. De verla bien. Se detuvo, sin embargo, a la mitad cuando la escuchó hablar. Abrió ligeramente más los ojos, la flama de las velas danzó en la oscuridad de ellos. Entonces, más sereno y cuando ella estuvo acostada de nuevo, se acercó. Se hincó en su rodilla de recha al borde de la cama y buscó la mano ajena, la tomó y con la otra mano libre, peinó el cabello rubio y sucio.

Déjamelo a mí, ¿de acuerdo? —Le pidió. La veía y era una contradicción en su interior que le arañaba el corazón con zarpas afiladas. Le dolía la ambigüedad, porque por un lado deseaba poder cumplir su voluntad, dejarla morir, terminar esa historia que desde el principio estaba destinada a fracasar; pero por el otro, simplemente era incapaz de hacerlo. Tragó saliva.

Ya no puedo retomar mi existencia como era hace tan sólo unas horas antes de encontrarte ahí, en esa celda. Ya no puedo. No me lo pidas, por favor —endureció la voz, pero no los ademanes, continuó asido de la mano ajena y acariciando su frente—. ¿Es muy cruel y egoísta de mi parte? Me estás pidiendo dejar de existir, pero no puedo permitirlo… —fue a agregar algo más, pero no lo hizo. No pasó por alto la ironía que ello significaba, él mismo, que siendo mortal y aún ahora, buscó con ahínco la muerte, el eterno descanso a un sopor inhumano que lo dejaba incapacitado para todo lo demás. Paralizado como a un pobre zorro en el invierno, congelado, incapaz de si quiera, hacer algo por sí mismo.

Su pregunta no carecía de sustento. ¿Era cruel y egoísta? Porque le quería quitar a Franka la oportunidad que a él también le habían quitado tantas veces. Pero sabía algo, que de no estar en esta deplorable situación, ella jamás consideraría tal cosa. Iba a luchar por ella, aunque no pudiera luchar por sí mismo. Cerró los ojos, aguantando las lágrimas, nada ganaba si él lloraba también. La soltó, aunque no se movió y llevó esa mano al bolsillo, de donde sacó una brillante daga.

Necesitas comer, y si salgo ahora para buscarte sangre, quizá tarde demasiado —además de que ella misma le había pedido que no se fuera, y ya que no podía dejarla morir, le cumpliría eso—. Bebe —le dijo y por segunda vez esa noche, entregó su propia sangre de manera voluntaria, hizo un corte profundo en la muñeca, un movimiento que había hecho tantas, tantas veces en el pasado al grado que aquella nueva herida estuvo encima de una ya cicatrizada. Era una ofrenda a una diosa casi desvanecida, para evitar que cayera en el olvido. Confió que no se negara, que el instinto de supervivencia le hiciera obedecer.

Come, descansa. Yo me encargo del resto —le dijo muy bajito, como un arrullo.


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Mensaje por Franka Kovačević Sáb Mar 25, 2017 10:01 pm

Y cedió. No porque deseara vivir, sino porque no soportaba la expresión de tristeza en los ojos de Zlatan, que siempre habían estado plagados de nostalgia, pero había en ellos, cuando la miraban, un dolor tan hondo que la traspasaba. Tomó con delicadeza la muñeca sangrante de quien fuera su verdadero amor, primero lamió con sutileza, llenándose la boca del sabor metálico del elixir que emanaba de las venas. Había aprendido a controlar el instinto, pero el tiempo había cavado profusamente su capacidad para contenerse. Sus colmillos brillaron a la luz de las velas y se clavaron en la profundidad de la herida. La succión comenzó lenta, sin pausa… Sin embargo, a medida que su cuerpo respondía al poder de la sangre de Zlatan, fue tomando fuerza, hasta tornarse violenta. Allí estaba emergiendo la bestia que creía muerta. Franka continuó, se alimentó durante largos minutos, con las pupilas encendidas, y atenta a cada uno de sus músculos, a cada una de sus articulaciones. Estaba regresando…

Se detuvo a tiempo, porque incluso para una criatura poderosa como el vampiro, era demasiado. Aún continuaba siendo dueña de sí, eso todavía no se lo habían arrebatado. Terminó agitada, se lamió y relamió, degustando el manjar de la sangre de Zlatan. Ninguna tenía el maravilloso sabor que la suya. Lo había añorado, aún en eso. Alzó el rostro y lo miró directamente, ya sin la debilidad de hacía unos instantes. Le sonrió, repleta de agradecimiento. Él había sacrificado su propio dolor, ese que ella había provocado, sólo para verla recuperar su gloria. Jamás entendería qué había hecho de bueno a lo largo de sus años, para merecer la gentileza y el amor de alguien como él. Franka se negó a pensar en la lástima que él podía llegar a sentir hacia su ya denigrada figura. Prefirió quedarse con la sensación de que Zlatan la había ayudado en un gesto que rememoraba el amor de antaño.

Siempre quisiste arreglarlo todo —se incorporó, bajó sus piernas y acarició la cabellera del inmortal. No en vano había elegido ejercer la medicina. Una de las cosas que había visto en él cuando lo conoció fue, justamente, esa necesidad de intentar solucionar los problemas de los demás. —A mí me encontraste rota pero, de cierta forma, me sanaste —aseguró. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan bien, y el instinto cazador comenzaba a hacer mella. Estaba encerrada, quería huir lo más pronto de ahí. Llegaban a encontrarlos y no tardarían en reducirla y regresarla a las mazmorras. Si de algo estaba segura, era que nunca más volvería a ese infierno. La gran Dripetis no volvería a ser encarcelada como un animal.

A cambio, fui yo quien te quebró —sonó sombría. Se odiaba por haberlo abandonado. Se puso de pie. Necesitaba sentir sus piernas fuertes, sus rodillas firmes. Temía no recordar cómo caminar. Comenzó a recorrer la habitación, ansiosa; parecía un león enjaulado. —Zlatan, moriré antes de regresar a ese lugar —se detuvo en el medio de la estancia, asaltada por un mareo. Tal había sido el estado de su cuerpo, que a pesar de haber bebido de la sangre de un vampiro, no lograba reponerse por completo. Se llevó la mano a la frente, cerró los ojos, y regresó a la cama de la que nunca tendría que haberse levantado. Pero no se acostó. Se quedó sentada, con los puños cerrados y el mentón sobre el pecho. —Debemos irnos. Lo sabes… ¿Cuánto tardarán en encontrarnos y encarcelarnos? Sólo por ti volvería a ese sitio, sólo para salvarte —pronunció con vehemencia, aunque se sentía incapaz de reafirmar su frase con gestos.


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Mensaje por Zlatan Hadžić Mar Abr 18, 2017 9:16 pm


“I want you to be weak. As weak as I am.”
― Milan Kundera, The Unbearable Lightness of Being


A partir de ese día, de ese momento, la incertidumbre se ciñó a Zlatan como una segunda piel. No sabía, no tenía ni la más remota idea, de qué pasaría ahora, de cómo continuarían ambos. Sin embargo, si algo lo había llevado a su perdición, era su necedad, y ahora una idea muy clara se había instalado en su cabeza con inusitada fuerza. Cerró los ojos mientras la sangre brotaba de su muñeca, una flor carmesí que le dolía por el recuerdo, no por el presente. Conceptos como esos eran relativos para un hombre de su condición, sin embargo, a pesar de los siglos, no había conseguido olvidar la sensación del frío beso del metal sobre su carne, abriéndose paso para terminar con su miseria. No lo había olvidado porque era difícil, porque era algo que no podía equiparar a nada, pero también, porque así lo quiso.

Luego se asió con fuerza al borde de la cama, frunció el ceño también, cuando Franka poco a poco recuperó sus energías y se prendó de él, de la sangre que tanto necesitaba. No la detuvo, aguantó con ese estoicismo inútil que lo caracterizaba. Dolía muy dulcemente, así siempre había sido con ella. Dio un suspiro cuando al fin lo soltó y se hizo a un lado. Con un pañuelo de inmediato cubrió la herida, no tardaría en sanar.

Sí, siempre ha sido mi defecto, ¿no? —Rio con amargura y se puso de pie. Giró el rostro para verla—. Ya tendremos tiempo de hablar… —dejó inconclusa la frase. ¿De hablar? ¿De qué exactamente? Parecía una dolida ex pareja de la mujer que, sin embargo, siempre supo que no sería suya. Y eso era, en resumidas cuentas.

La observó andar por la habitación, con un desespero que supo reconocer e hizo amago de alcanzarla cuando ella pareció perder el equilibrio. No la alcanzó, ella se sentó antes de que pudiera hacerlo. La observó y la escuchó con atención mientras las heridas en su muñeca le daban comezón, pues estaban sanando. Dejó el pañuelo manchado de sangre a un lado y se acercó de nuevo a ella. Se acuclilló para buscarle el rostro y la tomó por el mentón para encontrarse con esos ojos claros, diáfanos como canciones de desierto.

Nadie va a hacerte regresar, ¿de acuerdo? Yo… yo me encargaré —promesas. Promesas. Promesas. Zlatan no había aprendido nada de sus errores del pasado. Tragó saliva—. Lo sé muy bien. Debemos irnos, pero aquí la pregunta es otra, Franka —acarició el rostro de la mujer para luego bajar las manos y sostener las ajenas. Concentró su atención en ese lugar, ese sitio donde estaban unidos—. ¿Te irás conmigo? —Qué fuerza y qué poder tan extraños lo condujeron a soltar esa invitación. Sabiendo que quizá, y como siempre, sería su perdición. Pero no iba a dejarla ahí nada más.

Huyamos ahora. De todos modos, me van a buscar, te van a rastrear a través de mí. Es más fácil mantenernos juntos y decirles que yo te estoy vigilando. O dejar las filas de esta institución. Lo que tenga que suceder, que suceda —asintió, no muy seguro y se puso de pie de un solo movimiento raudo.

¿Cómo te sientes? ¿Cómo para hacer el viaje hasta París? —Y le sonrió con tristeza a la vez que le ofrecía su mano, porque la estaba invitando a una travesía insegura que no podían hacer solos—. Franka, tenemos muchos asuntos que resolver, pero aquí y ahora no es el lugar ni el momento. Y no tenemos mucho tiempo antes de que vengan a por ti, y quieran regresarte a esa celda, o una peor —porque sí, con todo y sus golpes de pecho, la Inquisición tenía sitios peores.

Me volví loco cuando nos separamos, por eso caí en este horrible lugar. Espero no me juzgues —tuvo necesidad de explicar, aunque no venía al caso. Y es que la culpa, una día sí y el otro también, lo atormentaba. Un corazón roto lo había orillado a enlistarse en esa institución que perseguía eso mismo que él era. Qué terrible y qué real.


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Mensaje por Franka Kovačević Mar Abr 25, 2017 11:34 pm

Estaba dispuesta a sacrificar su libertad, sólo si él se salvaba. Había vivido más de dos mil años, eso era demasiado, incluso para ella. Quizá había sido suficiente; tal vez, había llegado el momento de abandonar el mundo de los vivos y partir junto a aquellos que había dejado ir hacía tanto tiempo. Seguramente sería lo mejor para Zlatan. Lo condenaba a huir o, al menos, a estar en continua sospecha. Quedar asociado a una figura como ella, una vampiresa milenaria que cazaron desde el inicio, que fue sometida a toda clase de torturas y que, a pesar de ello, había logrado librarse de ellos, sería un estigma suficiente para hacer de la existencia de Zlatan un infierno, uno real, uno como nunca había imaginado. Franka no podía asegurarle su lealtad, y a pesar de que le hubiera gustado tener la convicción de que el sacrificio de su amado sería retribuido, no sabía si podría hacerlo. Mucho menos ahora, que estaba más rota, más quebrada y más oscura que nunca.

Si bien había recuperado sus poderes, de lo que no había logrado abstraerse, era del extensísimo tiempo que estuvo a merced de los torturadores, que bajo el nombre de Dios, mancillaron su cuerpo de todas las formas que cruzaron por sus perversas mentes. Ni ella, que era una criatura rechazada y condenada, era tan execrable como los seres que la habían vejado y convertido en ese despojo, en el que no se hallaba. Y conforme pasaran los días, la vampiresa sabía que iría tomando real dimensión de todo lo que le había ocurrido, y no quería cargar a Zlatan con ello, no lo merecía. Pero algo muy profundo, muy interno, con lo que no podía luchar, le dictaba que aceptara la propuesta, que importaba salir de ese lugar, no importaba cómo ni quién tuviera que morir. Se odió a sí misma por su egoísmo, él no lo merecía.

Te arrepentirás de tu decisión. Lo sabes, lo sé. Lo sabemos —dijo casi en un susurro, con los ojos cerrados, intentando ordenar la horda de pensamientos que se arremolinaban en su cabeza. No podía darles un orden, una prioridad. Todos concurrían en forma de cascada, aturdiéndola. —Siempre he sido tu maldición, ¿por qué habría de cambiar ahora? No soy la misma de antes, Zlatan. Soy aún peor… Tú estás aquí, sabes en lo que nos convierten —tenía la voz quebrada y, por su estado, no sonaba lo suficientemente desesperada, que era como se sentía.

No te creerán — sentenció. Resultaba insoportable su negatividad. Echó la cabeza hacia atrás, y el cabello rubio, largo y eterno como su vida, se apoltronó en el colchón, que comenzaba a llamarla con énfasis. Sin embargo, a pesar de sentirse un ser sin voluntad, estiró la mano y tomó la del vampiro. Inmediatamente, se arrepintió. No porque no quisiera salir de allí, sino porque no quería verlo pagar las consecuencias de su egocentrismo y su distracción. Pero, al mismo tiempo, le daba miedo volver a las mazmorras, y algo que la gran Dipetris nunca había sentido, era miedo.

¿Quién soy para juzgarte? —preguntó, una vez que se encontró de pie, frente a él. El cansancio estaba allí, pero no le impidió apretar suavemente la extremidad del vampiro. Con la mano libre, le acarició el cabello. Observó todo su rostro, pudo ver el amor que no había muerto, a pesar de todo lo que había tenido que atravesar. No era digna de eso, estaba convencida. —Iré a donde tú me digas, Zlatan. Haré lo que me pidas —apoyó la palma en su mejilla y con el pulgar lo acarició. —Pero debes ser consciente de mis limitaciones. No sé…no sé si podré quedarme a tu lado para siempre, y no te imaginas cuánto me duele eso —tragó saliva, porque no quería seguir llorando. —Pero intentaré, de todas las formas posibles, no ser la bestia que te envenenó el corazón —se puso en puntas de pie y apoyó los agrietados labios, en los suaves de Zlatan.


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Mensaje por Zlatan Hadžić Sáb Jun 17, 2017 11:06 pm


Asintió con resignación ante las palabras de Franka. Tenía razón, como siempre. Y como siempre, también, él cometería su imprudencia con arrojo. Salvar una vida, aunque eso le costara la propia. En ese instante pareció que Zlatan siempre había sido así, jamás un niño, jamás un humano, siempre así, un vampiro purgando un pecado que no conocía, condenado a la eternidad y a la melancolía. Eso era más horrible aún que el destino que les deparaba.

No respondió. Si no le creían, lo cual era una posibilidad, no le interesaba. En ese momento, no le importaba nada, excepto una cosa, o una persona mejor dicho: Franka. Sacarla de ese infierno instalado en el corazón de un sitio sagrado. De ese Hades inicuo que había opacado el oro que siempre la cubría. ¿Para qué necesitaba sol, si ella era la única luz que necesitaba y quería?

Ahí estaba, de nuevo, cayendo. Toda su existencia era esa. Caía y caía, y no dejaba de hacerlo. Arriba y abajo se volvían conceptos abstractos, no existían, y jamás llegaba al otro lado. Sólo seguía cayendo.

Eres quien me hizo lo que soy. Eso eres Franka —respondió envarándose en su lugar y, sin querer casi, moviendo la mano cuando ella quiso alcanzarlo, para dejar que lo hiciera. Otro en su lugar estaría furioso, demasiado dolido. La hubiera dejado morir de inanición, como hubiera sucedido si no hubiera llegado a tiempo; otro en su lugar, desde luego, pero Zlatan era tan peculiar, tan único en ese sentido. Imposibilitado para ver el sufrimiento ajeno, para guardar incluso rencores, nacido para la tristeza y el desasosiego.

Frunció el ceño, y la dejó terminar. Cuando abrió la boca para responder, ella juntó sus labios con los suyos, saboreó su propia sangre en esa boca herida y rota. Cerró los ojos y se quedó inmóvil por un momento. El tiempo, ese aliado poco fiable, se detuvo por un segundo y una eternidad. Aún después de que ella se hubo separado, Zlatan continuó con los ojos cerrados. Poco a poco los abrió de nuevo. Ahí seguía, no había sido un maldito sueño.

Lo sé —al fin respondió—. ¿Crees que no lo sé? Franka… no me hagas promesas, no las necesito. No me interesa lo que va a pasar mañana, ni siquiera me interesa lo que va a pasar en el siguiente minuto. Me importa el ahora —y la miró con tal intensidad que ese «ahora» se traducía en ella. Tomaba forma en ella—. Hablaremos, pero no ahora. ¿de acuerdo? —Y se movió. Alzó una mano para tocar el rostro de la mujer áurea. Ese resplandor que ajaron en ese lugar, él se encargaría de pulirlo de nuevo.

Si se iba después, ahora no quería pensar en ello. Su prioridad era sacarla de ahí. En verdad, lo que trajera el mañana era un problema para el Zlatan del mañana, el de hoy ya tenía suficientes. Respiró profundamente un par de veces, la soltó. Le sonrió.

Apresúrate —y diciendo aquello, fue como si accionaran algo dentro de él. Comenzó a moverse—. Mi cochero está listo para partir todas las noches, le dije que así fuera, así vámonos antes de que vengan a buscarte, eso nos dará una ventaja. Una vez allá, confía en mí, creerán mi mentira —regó todo ese discurso mientras guardaba ropa en un morral. Un libro también y un par de manzanas. La verdad era que estaba tomando cosas casi al azar. Se giró ligeramente para verla por sobre su hombro. Dentro, muy dentro, sabía que era un pésimo mentiroso, sin embargo, ya encontraría el cómo librarse de aquella. O huir eternamente a su lado, hasta que volviera a hartarse de él.

Franka no era una mujer que pudiera atarse. Y Zlatan admiraba eso de ella, aunque eso mismo significara su congoja.

¿Lista? ¿Puedes correr? —Una vez que creyó tener todo, la volvió a encarar, y le preguntó con seriedad.


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Mensaje por Franka Kovačević Dom Nov 19, 2017 10:18 pm

Y corrió. Corrió por su vida, pero más corrió por la de Zlatan, porque él necesitaba que lo hiciera, que no frenara, que no se detuviera un instante, que las piernas no le flaquearan –aunque amenazaron con hacerlo todo el largo trayecto-, que la fuerza se mantuviera incólume, sosteniéndola sobre el piso. Necesitaba que de sus pies crecieran alas y así trasladarse hacia donde él la guiaba. Zlatan era su brújula, iba frente a ella, y Franka lo seguía, ciega, porque no tenía a dónde ir, y porque confiaba en el vampiro más que en ella misma. Sí, eso era: confianza. En esa palabra, simple y simbólica, redundaba la cuestión. La otrora princesa persa, devenida en conejillo de indias que la Inquisición, depositaba toda su fe –o la poca que le quedaba- en alguien a quien había herido enormemente, a quien había abandonado como si no hubiera significado nada en su vida, porque sabía que él no necesitaba vengarse, conocía el corazón de su creación, por eso había querido corromperlo, porque no había tolerado tanta pureza, tanta luz… Egoísta, lo había hecho propio para sumirlo en la ruina, pero quien terminó de esa forma, fue ella misma.

El camino se hizo eterno, sortearon los pasillos, esquivaron los guardias y pasaron desapercibidos a ojos humanos, demasiado ensimismados para notar que estaban huyendo. ¿Y si los atrapaban? La piedad no existiría para ellos. Franka ya no podría resistir otra sesión de tortura, por más que estuviera recomponiéndose gracias a la sangre de Zlatan. En ella ya no quedaba ni un atisbo de la guerrera que una vez fue. Si se esforzaba de aquella manera, era para no decepcionar a su adorado, que había puesto en riesgo su propia cabeza para devolverle un poco de la dignidad perdida. Pero casi toda había quedado en aquel calabozo húmedo, oscuro y repugnante, que la había cobijado con su brazo de muerte durante más tiempo del que cualquiera hubiera podido soportar. Los retazos de dignidad se los dio Zlatan con su compasión, pues la hizo creer merecedora de su bondad, y para alguien en las circunstancias de Franka, eso era más de lo que esperaba y de lo que merecía.

Salieron al exterior y el aire fresco le recompuso el ánimo. ¿Cuánto hacía que no lo sentía? Ya ni lo recordaba. Pero la noche la abrazaba, eterna, las estrellas refulgían dándole nuevamente la bienvenida. La vampiresa se detuvo un instante y miró hacia el Cielo. Una sonrisa le pespuntó los labios y dejó entrever aquellos dientes blancos, esos colmillos filosos que comenzaban a brillar de nuevo. La noche le insuflaba vida. Regresó los ojos hacia Zlatan, que ya la esperaba para subir al carruaje. Ella le lanzó un último vistazo al firmamento y se encaramó en el coche. Cuando este arrancó, el silencio se cernió sobre ellos como el adalid de su relación. Ya no necesitaban demasiadas palabras. O sí, había una que había que pronunciar… Franka se sintió muy cansada, abandonó su sitio para ponerse junto a Zlatan. Le besó la mejilla con suavidad, un roce escaso y suave.

Gracias —le susurró, antes de alzar las piernas y depositar la cabeza en el regazo del médico. La vampiresa se durmió, segura de que estaba en el lugar correcto, con la persona indicada. No importaba a dónde fueran, siempre que lo hicieran juntos.
TEMA FINALIZADO


Live and let die | Privado Uz171Pl
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Franka Kovačević
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