Odio Paris ¿me muestras por que estoy equivocado? [Arabella]

París me estaba volviendo loco, pese a su grandeza me sentía claustrofóbico, creo que nada de esta ciudad se parecía al norte. Aquí hasta sus gentes eran diferente de allí, como si vinieran de otro mundo.
Y que el terco de mi hermano, no pareciera implicarse en mi causa  y la apresurada llegada de mi hermana que aun estaba recuperándose de las heridas causadas por aquel nosferatu que la seguía, nos imposibilitaba el viaje de regreso a nuestro hogar. Eso me tenia apresado en esa ciudad infernal de la que según todos me enamoraría y yo por el contrario empezaba a detestar.

Aquel día me levante pronto, incapaz de permanecer por mas tiempo en aquel lecho que se pegaba a mi como sanguijuelas, apenas había dormido aquella noche, y la verdad, la cercanía de la luna llena que en dos noches coronaria el firmamento  me tenia preocupado y revuelto a partes iguales.
Aun no había buscado lugar para encerrarme, y aunque Damon si estaba dispuesto a dar cobijo a nuestra hermana por esa noche, parecía reticente a meter otro alfa dentro de su misma mazmorra.
Una parte de mi lo entendía, si pasaba algo, si nuestras cadenas flojeaban, ambos lucharíamos a muerte, pues cuando la bestia llama, dos alfas no pueden poseer el mismo territorio.

El destino nos había situado en una cruel posición, pues dos hermanos alfa estábamos mas que abocados a la autodestrucción mutua. No sabia como solucionar aquello, mas si sabia que necesitaba a mi hermano para ayudar a mi manada con el mal que la acechaba.
Ensimismado en mis propios pensamientos tome la montura que me esperaba en las cuadras del afamado Hostal y empecé a cabalgar sin rumbo por aquella ciudad a la que no le encontraba nada de especial.

Supongo que como buen lobo, mis pasos fueron guiados hacia la espesura del bosque donde sin duda y por primera vez desde mi llegada a París respire libertad. Era agradable sentir como el viento azuzaba mi rostro y movía mi pelo, golpeando con fuerza sobre el galope incesante de mi montura, que al igual que yo parecía ahora si, disfrutar de esa experiencia.
Sus músculos se tensaban bajo mis piernas, podía sentir su poder y apreté con fuerza las mías enredando los dedos en sus crines para tomar un rumbo frenético hacia ninguna parte.

Aquel galope solo se vio coartado cuando llegamos al filo de un precipicio, que con su sonido invitaba a un salto de gran envergadura hacia las aguas bravas del mar.
Necesitaba descargar adrenalina y francamente fue lo mejor que se me ocurrió en ese preciso instante en el que casi sin pensar empece a quitarme las botas para dejarlas en las alforjas de mi corcel bayo.
Hice lo propio con la camisola, los pantalones y lo mire divertido -Nos vemos bajo, en la playa -apunté sin pensármelo dos veces y salir corriendo hacia el filo del acantilado.

Pronto mis pies se encontraron flotando en el vació, cayendo inexorablemente en picado hacia las bravas aguas del mar, que bajo parecían dispuestas a cogerme con su espuma blanca ocasionada por el choque contra las rocas.
Mi cuerpo se hundió en ellas golpeándose por la sacudida al tiempo que mis manos pugnaban en nadar hacia fuera para salir a flote.
No tarde en sacar la cabeza del agua, con aquel subidon de adrenalina que necesitaba y con la respiración entrecortada por el esfuerzo.
Así lentamente fui nadando hacia la costa, dejándome envolver por aquel agua salada y fría que sin duda habían conseguido despejar mi mente y sanar mi espíritu.

Pronto me percate que una figura paseaba tranquila por esa playa desierta por las tempranas horas de la mañana, donde el amanecer parecía ganarle la partida al firmamento estrellado coronando así el firmamento paras darnos un nuevo día.

No tarde en ver una pequeña esbelta figura femenina en la orilla del mar, que parecía mirar en mi dirección, seguramente sorprendida por que a esas horas y sin haberme visto entrar, apareciera un hombre desnudo de las bravas aguas saladas.
No pude evitar que una sonrisa picara se dibujara en mis labios cuando esta me tendió la mano con generosidad, y no el filo de una espada, como hubiera echo cualquier mujer norteña.

Si algo había descubierto en París, es que las mujeres distaban mucho de las de mi tierra, aquí, tendían a ser amables, me atrevería incluso a decir que demasiado directas, unas depredadoras en muchos casos. Y no es que me quejara de que me pusieran las cosas fáciles, mas estaba mas acostumbrado a ser depredador que presa.

Tome su mano con suavidad, no porque la necesitara para salir de las frías aguas, si no porque supongo era lo correcto, y no dejarla con el brazo extendido como a una tonta.
No me costo en absoluta apreciar una belleza pocas veces vista por mis ojos, ademas de aquel aura sobrenatural que distaba de la mía y que pocas veces había apreciado en Noruega. Mas si no me equivocaba era la de una cambiante.
He de confesar que eso y su mirada capto mi curiosidad de sobremanera, y tras deslizar mis ojos por su cuerpo, digamos que no fue lo único que me llamo la atención de ella.
Aun con su mano aferrada a la mía me presente, depositando un beso en su dorso.
-Reidar Landvik -susurré contra su piel -encantado madam -musité con un francés bastante pobre y con acento norteño.

En ese instante vi a mi caballo bayo acercarse a nuestra posición, sin duda su trayecto había sido mas largo que el mío, de ahí su tardanza.
-Siento haberla asustado, pero...he llegado a París hace escasos días, y me sentía hoy especialmente enclaustrado, así que aun de noche tome mi montura y me dispuse a cabalgar sin rumbo por esta desconocida ciudad.
Señale con mi dedo hacia el acantilado que había encontrado por suerte en el bosque y que su salto moria en el mar.
-Necesitaba soltar adrenalina y no se me ocurrió mejor modo -bromeé con picardia hundiendo mis ojos en los ajenos.

Hice una pausa, pronto me di cuenta que mi desnudez, era motivo mas que de sobra para incomodarla, así que solté su mano y con una gesto indicándole que iba hacia las alforjas, camine sereno frente a mi corcel.
Tome las ropas, y tras quitarme los calzoncillos mojados, deslice el pantalón por mis piernas, haciendo lo propio después con la camisola.
-mucho mejor -bromeé volviendo a acercarme a la dama -lamento haberla asustado o preocupado. Déjeme resarcirla de algún modo ¿quizás pueda invitarla a desayunar? -pregunté con una sonrisa ladina ladeando ligeramente la cabeza.

Mi bayo se acerco a nosotros hundiendo su cabeza en mi cuello, relincho frente a mi dándome ligeros golpes con su morro, creo que en un intento de decirme que quería seguir cabalgando y para que mentir, aquella playa tenia una pinta para hacerlo envidiable.
-¿Damos antes un paseo a caballo? No conozco la ciudad y seguro que vos podéis enseñarme un buen lugar para tomar algo. Estoy hambriento. -Confesé guiñándole un ojo.