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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Ignatius Ferneyhough Sáb Jul 23, 2016 6:00 pm


“Killing must feel good to God, too. He does it all the time, and are we not created in his image?”


Había decidido no abrir esa noche su negocio. Anubis se sumió en un silencio siniestro que era sólo comparable con su dueño. De ojos como dagas y boca ensangrentada. Un jinete del Apocalipsis montado en su caballo famélico. Pero como era costumbre con Egaeus, aristócrata incluso ahora que el esplendor de su apellido había quedado atrás, todo era premeditado. Había recibido una misiva noches atrás, sobre una posible visita y no quería interrupciones. Odiaba las interrupciones.

Se sentó en la trastienda, donde el olor a formol y metal era casi aturdidor. Frente a él, en la cama de acero, estaba una liebre belga, con su característico pelaje pelirrojo y orejas grandes. Estaba inconsciente, pero todavía respiraba. Estiró una mano y acarició al animal. Junto estaban un escalpelo y uno guantes hechos con intestino de cabra. Pero el vampiro se mantenía inmóvil y meditabundo hasta que escuchó que tocaban a la puerta. La única entrada al edificio era la de su negocio, de ahí subías las escaleras a la casa, ibas detrás al laboratorio, o bajabas al sótano.

Se puso de pie con parsimonia y fue a abrir. Frente a él estaba este hombre entrado en años. Quizá poco menos de 50. Egaeus, con toda esa educación antaña, hizo una reverencia educada y sonrió. Pero las sonrisas del taxidermista eran algo inquietantes, como el filo de un cuchillo o una vela prendida cerca de un montón de pólvora.

Usted debe ser el enviado de la Inquisición —habló con tono neutral, con una voz profunda de bajo barítono—. Me pregunto qué asuntos tiene su organización conmigo. Pero supongo que muy pronto aclaremos esas dudas, ¿no es así? Pase —al fin se quitó del camino y con un ademán de la mano, le indicó que avanzara.

Detrás de él se develó Anubis, el peculiar negocio que tenía. Linces de Norteamérica congelados en ataque perpetuo, enseñando los dientes y las garras. Cabezas de venados de cola blanca encrestados colgaban de las paredes, junto con osos negros de las tundras rusas y leones completos, rampantes, arrancados del Norte de África.

¿Quiere conversar aquí? ¿O prefiere hacerlo en la trastienda? —Ofreció como si ese otro sitio fuera más tranquilizador. Era al contrario, allá atrás tenía incluso animales vivos, aunque por ahora, sólo poseía un par de guacamayos sudamericanos de plumaje brillante y una pequeña marta cazada por él mismo en el bosque de las cercanías. Además de la liebre agonizante.

No obstante, sin esperar una respuesta, avanzó y se metió detrás del mostrador, donde un canario reposaba eternamente en una rama falsa. Ojos muertos de animales con mala suerte observaron a los dos hombres y parecían juzgarlos. Parecían también testigos incapaces de declarar delitos demasiado horribles.

En el umbral de puerta que dividía el negocio de la trastienda, donde llevaba a cabo las disecciones, Egaeus se paró como un guardián milenario y miró a su acompañante. Ni siquiera había preguntado su nombre, pero el antiguo ser no conocía lo que era el miedo.

Por aquí —insistió y pareció calmado. Demasiado calmado. Estaba seguro de él, y sus capacidades. No había dejado rastro en ninguno de sus asesinatos, seguramente la visitación se debía a otra cosa.


***

Tenía varias semanas, ¿quizá meses? De trabajar con de Rochefort. Era extraño y deleitoso ver como un espectador ajeno, sus horribles obras de muerte. Disimulaba su orgullo, lo disfrazaba de sorpresa.

Creo que nuestro amigo ha regresado —anunció. Adrede había dejado de asesinar por un tiempo, para despistar a su acompañante y a la inquisición en general. Pero las ansías, y las ganas de seguir jugando con ellos, le ganaron.

Y ahí estaban. Frente a un cuerpo abierto desde la garganta hasta la zona genital con una limpieza que daba miedo. El asesino había visto cómo cada uno de los órganos del hombre colapsaban y había disfrutado cada momento de ello. Lo había matado, como lo había hecho con aquella pobre liebre belga en su mesa de operaciones, frente al mismo Armand.


Última edición por Egaeus el Lun Oct 17, 2016 8:45 pm, editado 2 veces
Ignatius Ferneyhough
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Mensaje por Armand de Rochefort Miér Ago 24, 2016 8:53 am



Los aires de cambio que se sucedían de la mano del tiempo ya no acompañaban a lo sacro. La iglesia, aunque férrea en la posición que había conseguido alcanzar, comenzaba a palidecer frente a la revolución herética reinante: brujas, vampiros… seres que sí, siempre habían estado ahí, armas en mano –y boca-, pero cuya presencia y la de su amenaza eran más que palpables en los tiempos que corrían y, en este caso en particular, hasta hedían. Hedían como el cadáver que monseigneur Charpentier había descubierto a primera hora de la mañana.

- Charpentier está en el hospital –advirtió un prelado-. Su corazón no ha podido soportarlo.
- ¿Qué me puede decir del cadáver? –interrogó Rochefort.
- No lo han movido. No se han atrevido.

Armand se detuvo frente a la iglesia. Su pensamiento también. Accedió al recinto con paciencia y apreció, a lo lejos, lo que comprendía era el causante de todo.
El obispo no se desmayó. Ni siquiera sacó su pañuelo, bordado en las iniciales A.R., para impedir que el amargo olor de la muerte conquistara sus cavidades nasales. Se plantó frente al cuerpo, serio, altanero, incluso molesto. Tan interesado como molesto. Miró en derredor y advirtió que la soledad era su única compañera. Permanecía quieto, inmóvil, sus ojos parecían recorrer una y otra vez el cuerpo sin vida de aquel hombre, rebuscando acá y allá, contemplando el precio de la existencia en lo que quedaba de él. Titubeó a la hora de acercarse pero finalmente lo hizo. Lo que no llegó a intuir en ningún momento es que aquel acercamiento sería el primero. El primero de muchos otros que le llevarían a un lugar donde nunca esperó encontrarse

- Creo que le han informado mal –sonrió, a la par que se adentraba en aquel lugar-. No vengo en nombre de la Inquisición. De lo único que la Inquisición se preocupa es la profanación del sacro templo a que dedican su existencia y a toda habladuría que pueda damnificarles. Mis intereses responden a un Dios que se preocupa por toda vida humana, incluidas las vidas de todo aquel que decide abandonar el rebaño. Pero basta de palabrería. Es curioso que fuera consciente de mi inminente llegada, pero no sepa nada de los motivos que me han traído hasta aquí.

No importaba si la conversación se sucedía en aquel lugar o su marcha les llevaba hasta la trastienda. Anubis ya había captado la atención del obispo y sus ojos no podían advertirle si pisaba donde debía pisar o no, pues se perdían entre los animales que daban su peculiar y personal toque al sitio en cuestión. Magníficamente fieros, cargados de la misma esencia que parecía desprender su dueño.

- Un trabajo un tanto peculiar, ¿no le parece? Porque, desde luego, a mi sí que me lo parece –advirtió mientras su interés le llevaba directo a una mesa donde desde luego no había velas o tapetes- He de decirle que es por él que estoy aquí –alzó su diestra con intención de tocar, pero se reprendió a si mismo por falta de modales-. Ignoro si es conocedor de los acontecimientos recientes que han vapuleado una de nuestras iglesias en los últimos días. Dígame, ¿sabe de que le estoy hablando?

Rochefort avistaba a su anfitrión con suspicacia y morboso interés. Ignorante de su posición, la de un diminuto roedor que había dado de bruces con la guarida del astuto felino, se adentró en un juego que le costaría más de lo que nunca pudo llegar a imaginar.


▪ † ▪


El cinismo había cobrado por fin vida humana y su nombre era difícil de olvidar: Egaeus.
Muchas fueron las noches que Rochefort pasó codo con codo con su amigo, investigando todo caos y perfección dentro de los rituales que El Papa –así fue llamado el asesino por la prensa del momento, a modo de burla- se molestaba por presentar a aquellos humildes siervos de Dios, riéndose en sus caras y más si cabe en la del propio obispo, que removía cielo y tierra en busca de respuestas y culpables.

- Tal vez nunca se haya ido.

Armand despertó al día en más de una ocasión, velando por la seguridad de recintos, estudiando similitudes en la procedencia de las víctimas y dejándose guiar de la mano de Egaeus en cuanto a técnica y estudio de la mente. Una mano firme, pero descuidada –tal vez a posta incluso- que había olvidado anudar bien la venda que ennegrecía la vista del francés y que ahora parecía cegarle peligrosamente.

- Dijiste que se había terminado. Hemos estado dando palos de ciego y revoloteando entre las margaritas del jardín mientras él ha estado jugando con nosotros una vez más. Tal vez sea más listo que tú –advirtió apartando la vista del cadáver y fijándola en Egaeus-. ¿Eso no te enfada, qué pueda haber alguien más listo que tú? –al instante quedaron frente a frente-Alguien que seguramente esté al tanto de nuestros pasos y eso le haga ir un paso por delante. ¿Quién crees que puede ser? ¿En quién se puede confiar hoy en día, Egaeus?
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Mensaje por Ignatius Ferneyhough Lun Oct 17, 2016 9:24 pm


“Have you seen blood in the moonlight? It appears quite black.”


Clavó los ojos en la liebre que respiraba acompasadamente, como un arrullo cruel. Tocó el cuello que se inflaba a cada respiración. Concentró su atención en el animal, pero levantó el rostro cuando su visitante continuó hablando.

Quizá entonces, usted pueda aclararme a qué se debe el motivo de esta visita, Monsieur… —hizo esa pausa adrede, como si le dijera:
«necesito un nombre»—. Le soy sincero, fui avisado de su visita, pero no de sus motivos —con lentitud, con movimientos marcados y elegantes, comenzó a ponerse los guantes, y apoyó ambas manos en el filo de la mesa metálica donde el animal descansaba y daba su última exhalación.

¿Le parece? Para mí, es un trabajo más. Algo excéntrico, quizá, pero alguien debe hacerlo, ¿no lo cree? Es un arte casi extinto, yo sólo lo mantengo vivo —Sonrió, pero las sombras de lugar no permitieron que el gesto se apreciara del todo. Fue una elección peculiar de palabras, sin embargo, no fueron al azar. Tomó entonces el bisturí.

Algo he leído en los periódicos. Lamento mucho la situación —no lo miraba—, supongo que usted tendrá una mejor noción de esto —parecía medir a la liebre con los ojos y las manos. Volvió a mirar a su visitante—. Lo que no entiendo, es qué pinto yo en todo esto —la mentira brotó de su boca con una facilidad que daba miedo. Nada en su gesto lo delató. Un segundo más tarde, sin mirar al espécimen, hizo un corte certero en el tórax.

No hubo un chillido, ni nada parecido, sólo una cansada exhalación casi humana y la sangre comenzó a escurrir por los bordes de la mesa y hasta una coladera debajo de ella. Sin luz, la sangre parecía negra.


***

Estudió la escena, casi dejando en segundo plano a Rochefort. Avanzó por el lugar, apreciando su gran obra, con ojo curioso y no era una actuación. Le gustaba regresar a la escena del crimen y ver su legado como alguien ajeno. Un espectador que igual se sorprende o se horroriza. No obstante, no pudo continuar. Las palabras de su amigo golpearon muy cerca de casa. Se giró y lo miró sin decir nada. Estaban de frente, a un palmo.

A estas alturas, creo que no se puede confiar en nadie —¿entonces eso era? ¿Ese era su último enemigo? ¿Él mismo?—. Por algo tu camino te llevó hasta mí, ¿no es verdad? —Pareció que iba a decir algo más, sin embargo, decidió girarse de nuevo y acercarse al cadáver.

Te había dicho que El Papa era un psicópata, pero empiezo a creer que es un sociópata —lo miró sobre su hombro—. Verás, el psicópata es metódico, el sociópata es entropía. Caos. Quiere desestabilizarlos. Y no se lo vamos a permitir —volvió a encarar a Armand—, sugiero carnadas, no despreciará una víctima fácil. Cabría aclarar que los cebos correrían gran peligro —anunció. ¿A qué juego iba a jugar ahora? ¿Pedía con ese descaro más víctimas? ¿En verdad iba a caer en la propia trampa que él estaba tendiendo?

Pero en sus ojos y en su porte no hubo otra cosa más que seguridad. Ni un titubeo, ni duda, ni miedo.


Última edición por Egaeus el Mar Feb 21, 2017 10:54 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Armand de Rochefort Mar Dic 13, 2016 4:25 am



Soy lo que soy, alguien debe serlo, pensó Armand en referencia a las palabras de su compañero.

- Cuanta ironía hay en sus palabras. Yo sólo lo mantengo vivo, cuando precisamente a lo que se dedica es a preservar, pero no la vida, sino la muerte -y como vampiro, así hacía también-.

A Armand parecía haberle caído en gracia Egaeus. Su natural elegancia, sus palabras espontáneas y a la vez meticulosamente escogidas. Un humor difícil de atisbar.

Aquel Diablo no era el único que parecía observar al animal agonizante que sobre la mesa luchaba por respirar. Rochefort tampoco le quitaba el ojo y cuando la sangre por fin brotó, el francés no pudo sino admirar sus andanzas por la mesa con lo que él mismo hubiera denominado como un sensual baile que incitaba a detenerla como a cualquier mujer: con dos dedos o con su propia lengua.

- Obsérvese. Lo que acaba de hacer... -advirtió obnubilado, antes de despertar espasmódicamente de su ensoñación- El motivo por el que estoy aquí es porque necesito su ayuda. Supongo que los periódicos estarán llenos de sensacionalismos con respecto a la Iglesia, a los propios sucesos y a la figura de El Papa. Pero si me ayuda, yo le contaré todo lo que quiera saber sobre el caso. Hechos fehacientes y no vaga palabrería ignorante. Necesitamos a alguien como usted, con sus... -apreció de nuevo el trabajo que el tal Egaeus acababa de realizar en su presencia- habilidades y conocimientos. Y desde luego, la Iglesia se lo agradecería con algo más que oraciones.

Esta vez sí. Los dedos del prelado se adelantaron y jugaron a dejar una huella entre tanta sangre, bañando así sus yemas y agitando el latido de su corazón.


▪ † ▪


El arte del teatro, la interpretación y la pantomima jamás habían llamado la atención de Armand de Rochefort, ni siquiera cuando todavía vestía pantalones de niño y escondía su cabellera en una vieja gorra. Se sorprendió amargamente de hasta donde podía llegar el ser humano interpretando su papel en la vida. Admiraba a Egaeus desde la lejanía. Incluso el propio chupasangre había descubierto y potenciado en él sensaciones que no esperaba. Desde luego, la peculiaridad de su empleo y hobbie habían ayudado a todo ello. Pues Armand siempre había sentido un curioso y morboso interés por lo que conforma al ser humano, y tras estudiar y leer de cabo a rabo su propia anatomía y lo referente a toda la filosofía ligada al propio ser humano, se encontraba desde hacía tiempo en un punto en el que tras adquirir tantos conocimientos intangibles, precisaba de algo físico. Y Egaeus había sabido acrecentar ese interés, permitiendo al obispo presenciar sus trabajos, incluso participar. Armand había logrado compartir con alguien excentricidad tal que a otros ojos hubiera resultado vergonzoso en extremo. Sin embargo, con Egaeus resultaba natural y ello hacía que le fuera increíblemente fácil sentirse cómodo cerca del hombre.

- En algo te equivocas. Y es que en ti sí que puedo confiar, ¿no, Egaeus? Al menos eso me has demostrado durante todo este tiempo.

Tristemente, Armand había comenzado a desconfiar de su estimado amigo y todas las pistas apuntaban a que no resultaba ninguna barbaridad pensar que él mismo podía ser el orquestador de los crímenes. Hasta su forma de vivir resultaba irónica, trabajando para resolver sus propios crímenes.

- ¿Sabes? Lo haré yo. ¿Quién mejor para ser el cebo, no te parece? Alguien lo suficientemente avispado como para no dejarse cazar. No queremos que mueran más víctimas inocentes, ¿verdad?

¿Una sentencia de muerte o un reto lanzado al propio Diablo en aras de propiciar que dejara de ocultar su rostro y pudiera terminar por fin la función?

- Dime, de todos los sitios que frecuenta El Papa a la hora de conseguir víctimas, ¿cuál crees que será el siguiente?

Y sin dudarlo, allí se presentó.
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