Agudizando la puntería, a la pesquisa de sobrenaturales - Flasback - Privado

Aburrida, ese era el sentimiento que embargaba a Giulia, aquel día, estaba harta de ver como los días pasaban sin que en su vida encontrara algo que hiciera surgir en ella esa chispa que antes, en su añorada tierra, la hacía dejar la seguridad de la mansión y cabalgar millas, internarse en los bosques o nadar en el lago bajo una hermosa luna llena.

Dio un pequeño bufido de hartazgo – por favor, destino, has que encuentre un poco de diversión – pensó mientras elevaba sus ojos la cielo e inspiraba profundamente. Continuó su caminata, pudo apreciar que desde donde ella se encontraba se divisaba la plaza, ella ya la conocía, había estado en ese lugar hacía unos días atrás y le pareció muy bonita, aunque los bosques, pantanos, campos que existían cerca de Paris, ellos eran sus sitios favoritos.

Le encantaba esa adrenalina que surgía al montar a “Demonio” y llegar hasta algún claro del bosque, practicar su lucha, como si en verdad se estuviera enfrentando a un vampiro o un licántropo, sonrió complacida – sería una buena diversión practicar con alguno de verdad – las manos querían realizar algunos de los movimientos de ataque o defensa y sus piernas poder estirarlas en una fuerte patada al estómago. Una sonrisa ladina y divertida se dibujaba en su rostro, en el momento en que cruzaba la calle para llegar a la plaza.

Apenas poner el pie en aquel sito observó a las personas que pasaban a su lado, tratando de buscar alguna característica que las delatara y le permitirá juzgar rápidamente que tipo de seres eran. Aunque apenas pasaban de la media tarde y quedaban unas pocas horas de sol, ningún vampiro podría estar en ese lugar todavía, - en cambio, algún cambiaforma, un brujo, o un lycán no tendrían ningún problema – pensó mientras avanzaba a un sector de la plaza donde veía bancas vacías o por quedar libres. Algunas parejitas que cuando creían no ser observadas, se prodigaban besos y caricias provocadoras, se encontraban ocupando los asientos más escondidos y apartados – mis favoritos – se dijo desilusionada de no poder ocultarse de la gente, rodó sus ojos, odiaba la cursilería, los litros de melosidad que emanaban de esos seres, como ella lo describía. Si hasta en su propia familia podía contemplar esa forma acaramelada y dulce de prodigarse amor.

Frunció el entrecejo, Chiara, ella era así, dulce aun con sus enemigos, volvió a bufar de fastidio, no era que no la quisiera, pero todos estos años pensó que ella era la persona dulce y comprensiva y de pronto encontraba que apenas llegaba a ser un remedo en comparación con - Santa Chiara Di Moncalieri – dijo en voz baja mordiendo cada palabra. Sabía, que sus sentimientos eran de celos, porque su hermana había tenido el amor de sus dos padre, de sus hermanos y la adoración de Girolamo y no conforme con eso ahora vivía un idilio de novela, - mientras a mí, ¿Qué me dio la vida? – caviló – una madre que me abandono al nacer, un padre que no conozco… a si mucho dinero - concluyó, pero ella sabía que poco valor tenía, si no podía disfrutarlo con nadie,  ¿o acaso sus dos únicos hermanos no vivían sus vidas y lejos de Giulia?

Movió su cabeza tratando que esos pensamientos se esfumaran de su mente y pronto se dio cuenta que estaba muy cerca de unas bancas, se sentaría un momento en una y pensaría cuál debería ser su destino de entrenamiento esa noche – si tal parece que solo el entrenar ocupa mi vida – volvió a reflexionar mientras se dirigía a una banca vacía, pero justo un joven se apresuraba a tomar el lugar y su novia la miraba con aires de arrogancia mientras pasaba por delante de ella casi empujándola, para sentarse entre ricitas estúpidas y nuevamente esa melaza que embarga a los enamorados – Por Dios, no pienso enamorarme nunca, no deseo ser una boba como esas – se dijo mientras giraba sobre si misma buscando un lugar para sentarse.

Solo había un posible lugar, pero  debía apresurarse pues un hombre, se dirigía a tomar asiento, podía ocurrir, que fuera uranio y no deseara compañía alguna, ya que la forma que miraba a todos los que pasaban cerca era de indiferencia o de amenaza, sonrió divertida, eso era lo que buscaba, un poco de enfrentamiento - ¿y si decide no sentarse en la banca? – Pensó un instante – pues me quedaré con ella, así que ganaré con cualquiera de las opciones, o se sienta y le caigo de improviso, o se va y me quedo con el lugar – rió feliz mientras se dirigía a hacia el mismo sitio donde también se dirigía el extraño.

Dos semanas a caballo era todo lo que había tardado en alcanzar mi destino, París. Dos semanas en las cuales apenas me había detenido a descansar y donde mi montura y yo estábamos más que exhaustos por el esfuerzo. Pero mi misión era importante, encontrar a mi alfa cuanto antes era mi principal objetivo, y después de esto podría descansar. Desconocía cuales podían ser las causas por las que había decidido quedarse en aquella ciudad, pero debía ser algo de suma importancia para no regresar junto a los nuestros después de haber encontrado a su prometida.

Comprobé la dirección de la última misiva que habíamos recibido de nuestro alfa hacía aproximadamente tres semanas. Ésta tenía el membrete de una familia reconocida de la ciudad francesa. Tras una breve pausa y guardando la nota de nuevo, me puse en marcha sobre mi corcel, teniendo que preguntar tan solo a un par de caballeros que encontré por el camino la ubicación exacta de la mansión, a la que conseguí llegar sin mucha más complicación. Allí, el mayordomo personal de la anfitriona me recibió cordialmente, informándome que tanto mi alfa como su beta habían dejado la mansión hacía unos días, alojándose en otra propiedad que mi alfa había adquirido en otra parte de la ciudad. El pobre hombre, que parecía interesado en darme las indicaciones adecuadas (como si no desease que volviese a preguntar) trazó en un mapa el lugar más o menos aproximado donde creía que se habían mudado, tras lo cual, y acompañado por dos doncellas del servicio, volví a ponerme en marcha, de nuevo con la incertidumbre de lo que estaba sucediendo en París, y que orillaba a mi alfa a tomar decisiones tan extrañas.

Más fueron los comentarios que me hicieron las gentiles doncellas acerca de todo lo ocurrido semanas antes, lo que me dejó totalmente desconcertado. Sin duda lo que había sucedido debía haber sido traumático para mi alfa, y debería encontrarlo cuanto antes. No solo su prometida lo había abandonado a su suerte, sino que su beta, estaba embarazada de él. Negué con la cabeza, todavía incrédulo por todos los descubrimientos conseguidos hasta ahora, mientras caminaba totalmente perdido en mis pensamientos. Y así, distraído como iba, llegue hasta una preciosa plaza en el centro de París, donde numerosas parejas disfrutaban de sus vespertinos paseos y de furtivas caricias profesadas cuando se creían no ser vistos por el resto de viandantes.

Debía descansar y pensar cual sería mi siguiente movimiento respecto a lo que me habían informado, aunque lo primero era encontrar a los dos miembros de mi manada. Compré en uno de los kioskos de la plaza un mapa de la ciudad, y junto al elaborado por el amable mayordomo, decidí buscar un lugar donde sentarme y comparar sendos mapas hasta dar con el lugar donde debía dirigirme. Localicé un banco vacío a escasos metros de donde me encontraba, y sin dilación ninguna, caminé hasta él tomando asiento en uno de los extremos de éste, extendiendo después ambos mapas en el resto vacío del banco dispuesto a aprovechar esa luz anaranjada que en pocas horas daría paso a la noche.

Estaba ensimismado en mis propios pensamientos que durante unos minutos no fui consciente de lo que ocurría a mi alrededor. Aquella plaza no se me antojaba un lugar peligroso como para tener todos mis sentidos alerta, de modo que concentraba mi atención  en aquellos mapas donde esperaba encontrar el lugar adecuado que mi alfa habría elegido para comprar su casa. Conocía lo suficientemente bien a mi alfa como para saber que habría escogido un lugar apartado y al mismo tiempo dentro de los lindes de la ciudad, donde podría disfrutar de la naturaleza pero sin correr el riesgo de una encerrona por parte de otra manada.

Sentí de pronto el aura de una joven dama que se aproximaba hacía mí con premura, como si algo importante la llevase hasta mi posición, más se frenó en seco mirándome desconcertada. La observé detenidamente por el rabillo del ojo, tratando de ignorarla por el momento. Lo cierto es que era una dama hermosa, que parecía ofuscada por algo que escapaba de mi entendimiento. ¿Habría ido a decirme algo y se lo había pensado mejor? Las mujeres eran muy extrañas de por sí, nunca sabía uno lo que querían realmente.

Un chasqueo de lengua y su posterior cambio en la tonalidad de su aura me indicó que algo había hecho que la había molestado; y aunque no sabía muy bien el qué, no pude evitar sonreír de medio lado cuando se giró sobre sus talones y me dio la espalda. Incliné la cabeza observando el cuerpo de aquella dama que parecía enfadada con el mundo, reconociendo que había pasado demasiado tiempo de viaje, dedicándole pocas horas al ocio con alguna mujer.

Y a sabiendas que era muy posible que terminase arrepintiéndome por aquello, doblé de nuevo mis mapas para guardarlos dentro de mi chaqueta, y con sigilo me puse de pie a su lado.

- Si lo desea podemos sentarnos en el mismo asiento, mi señora.- apunté junto a su oído tras rozarle suavemente el brazo para llamar su atención, sonriendo cuando su mirada se clavó en la mía. Había escuchado lo que decía, no solo por nuestra proximidad, sino por los sentidos tan desarrollados que solemos tener.- Si gusta puede ayudarme a mí..

Coloqué mi mano frente a ella en petición de la suya con la intención de presentarme como el caballero que era, al menos algunas veces.- Mi nombre es Branco Cafiero, y es un honor conocerla.- susurré frente a sus nudillos antes de besarlos con dedicación. Sin duda las mujeres de París olían muy bien, tremendamente bien.

No reírme en ese momento fue la mayor de las hazañas que había realizado en toda mi vida, y eso que luchar contra otras manadas no era precisamente sencillo. La joven dama que parecía molesta por algún gesto mío que se me escapaba, no parecía después de sorprenderla con mi saludo mucho más entusiasmada. Unos preciosos ojos claros se clavaron en los míos de forma reprobatoria mientras retiraba su mano, esa que yo me había tomado la libertad de coger para besar cortésmente.- No tema, no voy a morderle.- o tal vez sí, pensé para mis adentros. Negué con la cabeza divertido cuando marcó las distancias con un ligero paso atrás; distancia que respeté esta vez.

-Che sorpresa, una signora italiana!- pronuncié en un refinado italiano tras quedar sorprendido por lo pequeño que podía ser el mundo. Con todas las nacionalidades existentes, y había dado la casualidad que ambos compartiamos nacionalidad. Una genuina sonrisa apareció en mi rostro, puesto que nada más empezar ya mostraba ese férreo caractar propio de las mujeres italianas.- Si lo que desea es distenderse de responsabilidades, sin duda, es mejor obviar el apellido.  - tenía que reconocer que este punto de rebeldía al no querer revelarme parte de su identidad se convirtió en ese mismo instante en un claro objetivo para mí,

Nuestras miradas quedaron prendidas una de la otra, ambos retándonos con ellas; ninguno de los dos dispuestos a ceder y mostrar una debilidad o sumisión que desde luego no poseíamos. Con aquel encuentro fortuito, acababa de transformar una tarde de lo más tediosa en una velada más que interesante.

-Eso dicen que tengo unos sentidos muy agudos.- sonreí con picardía, observando con atención cada uno de sus gestos con los que confesaba sin palabras sentirse un tanto nerviosa por mi cercanía.- Fue más bien su chasquido lo que llamó mi atención, pero no se preocupe, no me sentí ofendido en ningún momento.- traté de mantener las formas mientras buscaba la forma de encontrar de nuevo la mirada de esa fierecilla domada.

Me hice a un lado, extendiendo la mano en dirección al banco que había sido el comienzo de todo.- ¿Me permite que le invite a compartir un breve descanso, mientras le explico en que podría ayudarme? Si lo desea, por supuesto.- Esperé atento a su reacción, pues de poco me servía explicarle en que consistía lo que necesitaba si no aceptaba pasar lo que quedaba de tarde a mi lado.- Le prometo que el resto de la tarde será de lo más entretenida.

Inevitablemente mi mirada se perdió entre esos elegantes y sensuales movimientos que podía adivinar debajo del vestido que portaba la signorina Giulia. Una singular forma de caminar que clamaría la atención de cualquier hombre cuerdo, y de la que por su puesto ella era más que consciente. Con suaves y estudiados gestos, la joven italiana tomó asiento en el banco donde minutos antes yo lidiaba con un mapa tratando de dar con el paradero de mi alfa; y que sin embargo ahora con su sola presencia se había vuelto mucho más interesante.

Sin dejar de mirarla a los ojos ni un momento, cubrí sus pasos para ocupar el lugar que se había quedado libre a su lado, sonriendo con picardía cuando la descubrí observando esta vez mis movimientos  sin ningún tipo de disimulo.- Lo cierto es que he llegado hace apenas unas horas a la ciudad, de ahí que me encuentre un tanto perdido.- sopesé si tal vez su pregunta escondía otro interés distinto al saber cuánto llevaba alejado de nuestro país natal. Cuando en alguna ocasión me había tenido que ausentar durante meses de Italia, y me encontraba con algún compatriota, mi curiosidad por saber cómo marchaba todo por allí no tenía límites. Así que supuse que a Giulia le sucedía lo mismo.

-Nací en una pequeña aldea cercana a Nápoles. ¿Conocéis la Toscana Italiana? Vengo de uno de esos poblados que no pertenece a ninguna parte, perdido en los frondosos bosques de la zona.- respondí tratando de ser franco, pero sin revelarle la verdad sobre mi naturaleza. ¿Cómo explicarle que pertenecía a una manada y no a una ciudad en sí, sin levantar sospechas sobre mi condición lupina?

-¿Y vos, madame? Si no es mucha indiscreción por mi parte ¿De dónde procedéis?- apoyé el antebrazo sobre el respaldo del banco, girándome levemente para poder admirar ese precioso rostro con el que se me había premiado tan largo viaje. Admiraba la determinación de la joven, que a pesar de su corta edad comparada con la mía parecía resuelta y bastante más inteligente que el resto de nobles que hasta entonces había conocido.