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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Ghenadie Monette Mar Ago 23, 2016 9:01 pm



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una vez redactados, los versos sólo pueden ser recitados
«Teme a la noche, cariño; porque es cuando el mundo se sume en la oscuridad que afloran los exiliados de la luz.»
Resultaba curioso el modo en que aquel consejo resonaba en los confines de su mente; lo recordaba casi como una canción, al son de la dulzura en los vocablos de una madre, oídos infantiles a espera del deseo de bienestar.
Ghenadie sólo podía atribuirse una única desobediencia a los vestigios de lucidez de su tutora ―que yacerían por la eternidad en la bóveda de sus recuerdos― y era que no podía temerle a la noche.
La caída del sol cada atardecer impulsaba en su pecho la excitación del niño que se sabe en falta, adoraba contemplar con descaro las estrellas, procurar recordar su locación y la intensidad de su fulgor; se regocijaba con las lascivas caricias del viento y danzaba envuelto en los misteriosos sonidos que emitía lo desconocido. Pero más aún, era el firmamento en tinieblas el legítimo reinado de la Luna, la eterna soberana de los excluidos, patrona de los pecadores. Era por las noches, sumido en el más profundo de los sueños, que al joven gitano se le revelaban los indicios del porvenir con los que el destino deseaba jugarle una pasada; ¿existe, acaso, un estímulo más perturbador que el de saber qué debe suceder y sólo poder sentarse a aguardarlo? Y es que el chico defendía a la ignorancia como fuente de virtud plena: quien no sabe, no padece.

La velada previa a los corrientes acontecimientos había tenido un sueño, precisamente, y uno muy curioso a decir verdad. Recordaba a la perfección la mayor parte de los detalles, pues luego de cuantiosos años de revelaciones, se había visto en necesidad de aprender a memorizar cada nimio fragmento de los presagios.
Se encontraba de rodillas en un extenso páramo, el viento soplaba con furia, arremetiendo gélido contra sus entumecidas mejillas; nevaba y el suelo ostentaba una densa cobertura blanquecina que dificultaba atrozmente el avance. Ghenadie se abrazaba a sí mismo en sus nefastos intentos por conservar el calor de su cuerpo; pronto dio inicio a una caminata que prolongó hasta el agotamiento sin saber hacia dónde o con qué motivo. Al cabo de un tiempo indefinido ―y es que en los sueños la medida de la temporalidad carece de lógica―, se desplomó exhausto, dispuesto a abandonarse a la aterida acogida del manto níveo. Sin embargo, fue desmesurada su sorpresa al notar la tibieza de otra complexión completamente enterrada bajo aquel sofocante relieve. Un instinto involuntario le impulsó a hundir las manos en la nieve y escarbar poseso de la desesperación hasta dar con la irrefutable forma de un rostro, un joven sumamente bello, de tez tan incolora como el lecho bajo el que yacía, abandonado al imperturbable letargo. Clamó con insistencia, pero su voz parecía reclusa en su garganta, factor que le imposibilitaba articular palabra alguna, excelentísimo cautivo de la voluntad del destino.
En las proximidades una esencia se dejó percibir de improviso y el joven gitano, aún de rodillas y velando por el desconocido, contempló la magna silueta de un felino de gran tamaño; su pelaje apenas contrastaba con el escenario que les acogía y hubiese sido imposible divisarlo de no ser por las oscuras motas que le dotaban. Ghenadie supuso que se trataba de un lince, pero poco sabía de variedades de especie como para cumplir el rol de buen juez. A pesar de la atención que dedicaba al animal, éste parecía concentrado en un punto visual ajeno, elevado; bastó con seguir el curso de su mirada para dar con la silueta de un árbol fallecido, su corteza oscura y complexión en pie, porque así es como mueren los árboles. No, no era el inválido tronco lo que llamaba la atención del espécimen, era el cuervo que, inmóvil, admiraba al joven postrado y su durmiente acompañante. El ave de mala alcurnia trinó aturdiendo los oídos y batió sus alas para dar indicio de un despegue que Ghenadie no presenció, pues el sol que penetraba su ventana y jugaba a escurrirse por entre las raídas cortinas de su habitación, dio de lleno sobre sus ojos exclusivamente para traerle de regreso al mundo de los conscientes.


La jornada completa la había ocupado merodeando la región sureña de la gran París, pugnando por hallar alguna suerte de empleo ilegítimo que le concediera el privilegio de invertir unas monedas propias en una cena de mayor calidad o algunos ingredientes de reserva para las medicinas de su madre. Sin embargo, y como sucedía con frecuencia, no había contado con la suerte y nuevamente ocupaba un asiento en la escalinata que precedía un pórtico secundario. Nadie se aventuraba por aquel recoveco entre las edificaciones, lo que le brindaba la oportunidad de gozar de unos instantes a solas antes de que la Luna se consagrara reina de la bóveda azul. Extrajo un cuaderno maltratado y un fragmento de carbón de su morral hilado y comenzó a trazar las curvas de un rostro. Cada rayón carecía de significado individual, pero en la composición colectiva se alcanzaban a vislumbrar las facciones del joven concubino de la nieve.
Ghenadie exhaló una profunda bocanada de aire al presenciar su obra acabada y sonrió a la Luna que desde el cielo ya le reclamaba. Un repiqueteo sistemático comenzó a dejarse oír gradualmente proceder desde una calle perpendicular a su locación y el joven gitano, en un acto de precaución, resguardó los materiales de regreso en su bolso. Ahora que la ciudad se veía embebida en las tinieblas, podía exponer completa certeza de que quienquiera que se aproximase por el adoquinado pasaje oscilaba ser uno de los exiliados de la luz.
Aprovechándose de la oscuridad como método de camuflaje, aguardó inmóvil y expectante a que el intruso prosiguiera su travesía.

No, no era un único individuo el que se aventuraba por la callejuela y tampoco era el primero otra cosa que una inminente víctima del segundo.
El agonizante destello de una farola iluminó el rostro del caminante desprevenido y Ghenadie no se detuvo a meditarlo dos veces antes de abalanzarse en su dirección, coger su mano y jalarle en el comienzo de una carrera sin rumbo previsto. Sus dedos ardían en contacto con un aura poderosa e inhumana, pero no en la medida que sus pies se desarmaban en pos de la huida cuando quien les perseguía era, no solo un exiliado de la luz, sino que un devoto de la oscuridad.
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Mensaje por Lyosha Lun Sep 05, 2016 12:36 am

-Señor ¿no desea comprar una caja de fósforos?- la vocecilla del niño se alzó tímida sobre el ruido que se escapaba por las puertas semi abiertas del burdel. Yo me encontraba apoyado en la pared, a la expectativa de que permitieran mi entrada o que alguien decidiera esa noche ahogar conmigo sus más depravados secretos ¿Debería tener vergüenza? La ignominia es solo una construcción de los hombres para extender sus maquiavélicas formas de manipulación. No, la vergüenza ya no tenía cabida en mis pesares, a decir verdad, es para mí una vieja amiga que me gustaría volver ver. Pero la voz del niñito me arrancó de mis vacilaciones. Era pequeño, unos siete años como mucho. Sostenía con sus bracitos desnutridos un viejo cajón agarrado con tiras de cuero por sobre su cuello, lleno de húmedas cajas de fósforos y cigarros rancios. La mugre le cubría todo el cuerpo, incluso los pies descalzos expuestos al frío y al inmundo suelo. Más no fue su indigencia lo que me conmovió. Su cabello rubio, opacado por la mugre, y sus ojos claros, tan parecidos a los míos,  refulgían bajo la mala iluminación de la callejuela.

Carraspeé antes de hablar -¿A cuánto los vendes, niño? – Murmuré casi sin voz, agachándome hasta quedar a su altura. Una corriente fría me heló la espina. Todo en ese chiquillo miserable evocaba en mí una fuerte conmoción.
-Tres céntimos los fósforos, y cinco los cigarros señor- señaló su caduca mercancía con sus pequeños deditos- ¿Quiere alg...- No pudo terminar de hablar porque su débil contextura se vio atacada por un acceso de tos feroz, demoniaco inclusive como para arremeter con tal brutalidad a una criatura tan pequeña. En la pelea que libraba por obligar a sus pulmones a ingresar algo de aire, solo atiné a sostenerlo antes de que se cayera al suelo y limpiarle la boca con un pañuelo. Sangre. La tuberculosis atacaba sin piedad su cuerpito de infante. Yo trataba fútilmente de calmar su ataque en pos de evitar el escándalo que a los matones del burdel les encantaría acabar a patadas si nos descubrían. Pero no lo lograba, el niño se ahogaba en su propia sangre y descubrí que por mis mejillas rodaban dos lágrimas calientes mientras le golpeaba suavemente la espalda para ayudarlo a  respirar.

No lloraba por aquel chiquillo moribundo sin nombre, lloraba porque era mi hermano Vadim el que agonizaba entre mis brazos. Después de veinte años, volvía a verlo morir frente mío sin poder hacer nada para evitarlo ¿Cuándo me liberaría de este castigo maldito? Mi condena se extendía a encontrarlo en cada rostro que pasaba en el mercado, en cada pórtico, en cada parque. A veces eran niños aristocráticos con sus niñeras, otras eran niños como este pequeño, desvalidos y errantes en una ciudad sin misericordia.
Lentamente, la tos comenzó cesar, y entre espasmos pude oír como el aire se hacía paso entre la flema. Con ayuda del pañuelo lo limpié – Dime - le dije ayudándolo a ponerse de pie- ¿Cómo te llamas? ¿Dónde está tu madre?- Pregunté corriéndole el cabello de la frente sudorosa. Ardía de fiebre. Deseché el pañuelo y tomé el de emergencia con la intención de alivianar un poco su rostro hirviente.
-Alain señor- me respondió muy suave, casi imperceptible – No tengo madre. Murió la semana pasada, solo tengo a mi hermano menor-
Por dentro sabía que no sobreviviría mucho tiempo. La enfermedad se lo llevaría esa noche incluso, la mancha sanguinolenta y espesa en mi pañuelo así lo indicaba ¿por qué entonces, me martirizaba con la idea de ayudarlo? Nada podía hacer yo para sanar sus pulmones, o salvar a su hermano menor, de seguro igual de enfermo. Quizás la promesa de una redención que jamás tendría me impulsaba a disfrazar de compasión mi gran complejo de culpa. Acabé de limpiarle la cara, y realmente no se parecía a Vadim en absoluto. Ninguno de ellos era Vadim, y sin embargo…

Me quité la bufanda del cuello y lo envolví con ella- Alain- le dije buscando en mi monedero una moneda de cinco francos- Te daré esto si me dejas llevarte a tu hogar ¿lo harás? – Y sin embargo no dejaría que muriera en las calles, como una rata vieja. Aunque en el fondo solo fuese una excusa para no saberme el verdugo de esa pobre alma -¿Lo harás?- volví a preguntar agitando la moneda frente a sus ojitos, abiertos como platos. Deposité el dinero en su mano y lo cargué en brazos. Era ligero como una pluma, la caja que llevaba a cuestas era más pesada que su cuerpo entero –Indícame el camino-

Me llevó entonces por una serie de intrincadas calles laterales, una más oscura que la otra. Casi no había ventanas iluminadas y la única luz que aclarecía ese tumulto de sombras eran las mortecinas farolas de las veredas. Varias veces me frené aterrorizado, porque dejaba de sentir el rítmico subir y bajar de su pecho cansado, solo para verlo alzar su mano en dirección a otra esquina lóbrega en la cual adentrarme.
Después de mucho caminar, me detuve en una calle que sentía conocida. Se me heló la sangre ¿esto no era Les Halles? En ese preciso momento se escuchó un petirrojo cantando y el niño saltó como pudo de mis brazos, haciéndome trastabillar y cayéndose  violentamente al suelo -¿Alain? – le recriminé confuso mientras lo veía alejarse corriendo con mi bufanda puesta. No sé dio vuelta ni cuando dobló en la esquina siguiente ¿y yo? Me había quedado de piedra viéndolo escapar, embaucarme. Claro estaba que el petirrojo no cantaba de noche. La presencia a mis espaldas era consciente de esto, pues fue ella quien imitó tan bien el canto del pájaro diurno ¿Mi pequeño hermano me había traicionado? Forcé una sonrisa  al descubrir a la bestia observarme torvamente. Su espantosa aura  fluctuaba entre el odio y el hambre. Ambos estábamos inmóviles ante la delicada tensión que el depredador establece  con su presa, listo para dar el golpe final. No me atrevía a mirarlo, porque esa sería la señal para cazarme.

No había forma animal que me salvara de mi perseguidor, no cuando su velocidad inhumana era capaz de alcanzarme en cuestión de segundos. Por eso, casi que corría sin mirar atrás cuando de pronto una figura incandescente me tomó desprevenido y los músculos de mi cuerpo estallaron en una huida errática, desesperada, de la mano de ese ente blanco cuya existencia no era capaz ni de cuestionarme ante mi estado de aturdimiento ¿Por qué no pude salvarlo? ¿Por qué corrió? ¿Por qué escapas Vadim, si solo quiero ayudarte? ¿Es que jamás me perdonarás?



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Mensaje por Ghenadie Monette Sáb Sep 17, 2016 7:51 pm



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el ojo de la bestia solo puede ver la silueta de su inminente presa
Los cuerpos en fuga apuñalaban a su paso el manto de bruma que sumergía a la ciudad en un océano de desolación; el precursor de la carrera había perdido la noción del tiempo transcurrido, eran sus piernas entumecidas y sometidas a una voluntad de inercia las que le recordaban que yacía sobre el suelo y que en su avance dejaba olvidado un paisaje de estrechas callejuelas y corroídas residencias. Resultaba curioso que en todo el trayecto hubiese ignorado la presencia de otros vivos, quizá en determinada instancia hubiese profanado el límite del espacio y el tiempo para pasar a alojarse en una dimensión ajena al mundo terrenal.
En todo caso, su cuerpo ya no aguantaría ni un solo paso más.

Ghenadie se detuvo para recargarse con violencia contra la pared de un edificio. La gélida humedad del rocío impulsó un convulso escalofrío que recorrió su complexión entera en contraste con el ardor de su sudor. Inspiraba el aire como quien acaba de emerger a la superficie luego de excederse indagando en las profundidades, recordó entonces que no había sido dotado con habilidades inherentes a la destreza física y se interrogó a sí mismo sobre el motivo que le había conducido a acabar en tal condición. Reparó en que su mano sostenía la del joven transeúnte y de inmediato le soltó, a consciencia de su falta de delicadeza para mantenerlo aferrado.
Vislumbró embelesado el contraste que ofrecía aquel muchacho pálido inserto en el oscuro callejón que constituía su fondo; a diferencia del sueño, en donde la nieve hacía las veces de cobija y lecho, contemplarle en tales circunstancias le atribuía una cálida y desgarradora cualidad de pureza. Se preguntó, el albino, si era aquello una facultad particular de su acompañante o un simple fenómeno aplicable al común de los individuos.

El silencio era abrumador, apenas llegaban a los oídos los sonidos propios de una avenida lejana arrastrados por la brisa entre las callejuelas. En aquel descampado de almas existían solo ellos dos. Ellos dos y un ente errante.
Ghenadie no dispuso del tiempo para entablar conversación con su acompañante, la bestia aún les rastreaba en algún sitio en las proximidades y el aroma de dos cuerpos mortales extenuados era más dulce e intenso que el del chiquero de cría.
El gitano comenzó a avanzar ayudándose del muro para alivianar el peso sobre sus piernas, gesticuló con la mano al joven para que le siguiera en la aventura sin darle siquiera tiempo a replicar o a exigir explicaciones. El avance supuso una tortura pero su gratificante resultado lo dio por justificado. Ghenadie contempló cómo se erigía, al otro lado de la estrecha calle interpuesta, la fachada de un monasterio en penumbras. No estaba seguro de que se encontrara habitado por clérigos o devotos, pero no resultaba sorprendente que en medio de la Corte de los milagros existiera un monumento a la misericordia humana promovida por los fieles del Dios pobre.
Daba lo mismo qué tan santa resultara aquella sede, pues en el catálogo de herejes, los gitanos se encontraban a la cabeza ―precedidos por los exterminadores de corderos del Pastor―; el joven había echado el ojo al conjunto de aberturas enrejadas que poblaban la base del edificio: un sistema precario de alcantarillado.

Se desprendió del muro que le brindaba soporte para surcar con torpeza el sendero de adoquines hasta el monasterio; el calor de las almas no muy lejos congregadas ―provistas de cuerpo y salud, de cuerpo simplemente e incluso las ajenas al plano terrenal― le abofeteó una vez alojado en la vereda opuesta, brindándole el coraje para volver a hacer pleno uso de sus entumecidas extremidades. Recorrió el exterior de la fachada en búsqueda de un orificio penetrable, pues por muy delgados que fuesen su acompañante y él, colarse por entre los barrotes resultaba inconcebible.
El mal augurio de un escalofrío le recordó que el tiempo le escaseaba y que su perseguidor yacía en algún sitio aledaño. De inmediato atestó una serie de patadas al barral de hierro que más inestable juzgó, logrando desprender la piedra de soporte y curvar los barrotes hacia el interior. Tomó asiento y se introdujo en la alcantarilla, humedeciéndose los zapatos al posarse sobre el canal de aguas residuales que surcaba el estrecho túnel, provisto de una altura que apenas superaría el metro. El aire era sumamente espeso y el aroma que emanaba del caudal era repulsivo, sin embargo, su indiscutible intensidad disimularía su propio aroma y el del otro joven, proporcionándoles la cualidad de prófugos.
Tan pronto como halló la comodidad en su posición de cuclillas, se asomó por el orificio, en busca de su camarada. Chistó con objeto de llamarle la atención, si no se apresuraba, la carrera entera habría sido una pérdida de tiempo y la noche se volvería nuevamente testigo del banquete de la bestia.
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Mensaje por Lyosha Sáb Sep 24, 2016 1:45 pm

En mi alocada fuga llegué a pensar, con desesperadas ansias, que el joven que me arrastraba consigo era un ángel enviado a terminar con mi tormento. Que todo esto era un ilusión, un producto de mi mente moribunda bajo los colmillos del monstruo ¿quién diría que un Dios al que renegué tanto por fin me había probado su existencia a través de la piedad de la muerte? Y me sentí feliz, genuinamente feliz de abandonar esta tierra yerma. Pero cuando soltó mi mano y pude sentir su corazón desbocado, su olor a mortal, lo entendí con profunda decepción. O traté de entenderlo, porque los recuerdos del niño corriendo callejón abajo eran tan similares a los de mi hermano jugueteando en el bosque que ver ahora la línea entre realidad y mentira era tan difícil…

Me apenó verlo al límite de sus fuerzas cuando yo apenas me sentía agitado. Nos miramos unos segundos antes de emprender de nuevo nuestra huida. Tácitamente, sabíamos que aquella criatura demoníaca estaba dispuesta a cazarnos, aunque le costara volverse cenizas a la salida del sol. Me condujo a una vieja iglesia en ruinas. Me pregunté, mientras lo observaba buscar con desenfreno un escondite, por qué siempre eran Iglesias las que me salvaban la vida si su Dios prefería perpetuar mi sufrimiento ¿era esto, acaso, el núcleo de la fe?  Quizás no me había equivocado al pensar que mi joven amigo blanco como la nieve era un enviado para anunciar mi muerte ¿Por qué no? ¿Por qué no podía permitirle a la bestia acabar lo que tantas veces empecé y nunca llegué a concretar porque mi naturaleza o mi miedo me detenían a medio camino? Estaba cerca, lo podía sentir claramente.  Bastaría con esperarlo unos minutos, y todos los recuerdos dolorosos quedarían sepultados bajo tierra. Morir lleno de arrepentimiento era inevitable. Y estaba decidido a quedarme allí, aturdido entre mis fantasmas que escuché un silbido y vi la figura blanquecina de mi enviado emerger de un agujero en el suelo.  Me llamada para esconderme con él, en la alcantarilla. Se veía tan  resuelto a salvarme que no ayudó nada a mi lucha interna ¿Eres o no un ángel de la muerte? ¡No te entiendo!

De pronto sentí una oleada de miedo recorrerme entero. Más cerca de lo que habría querido, escuché – o sentí- el paso inconfundible de un no-muerto. Con un pie en el averno y otro en París, se acercaba inexorablemente a cumplir su cometido. Mi cuerpo reaccionó por sí solo, sin que pudiera evitarlo y se metió rápidamente por el hueco de la alcantarilla.
El olor a podredumbre y desechos me revolvió el estómago.  Tapé mi boca y mi nariz tratando de contener los deseos de vomitar. A esto olía  la cobardía. No pude quedarme, no pude esperar mi fin como un hombre íntegro. Mi escondite no podía sentirse más adecuado. Pero era ingenuo pensar que el horrible olor nos escondería del vampiro. Ellos eran más listos, no inteligentes, pero listos como lo es un predador. Podían sentir el palpitar de un corazón, o hasta la respiración más mínima, y aunque su idea había sido lógica, no nos salvaría del hambre de nuestro cazador. Me apreté lo más que pude para alejarme del hueco de entrada, de forma que la escasa luz del exterior que pudiera llegar a proyectarse no nos descubriera. Estábamos ambos de agachados, incómodos y asqueados, y pese a que el aire me hacía entrecerrar los ojos del asco, me arregle para buscar su mano y llamarle la atención. El mismo silencio del callejón se cernía entre ambos pero de todas formas me lleve el índice a los labios pidiéndole silencio. Era esencial que no se moviera, o produjera algún sonido. No sé qué enfermo sentido de supervivencia me empujaba a intentarlo, pero debía hacerlo si pretendía sobrevivir. Lo cubrí con ambos brazos en una especie de abrazo protector por encima de sus hombros. Lo escondí en mi pecho. Todavía respiraba agitado ¡Mal signo! Su presencia era tan obvia como la del vampiro rondando. Nunca lo había intentado con otra persona que no fuera yo, pero perdido por perdido,  me concentré en vaciar mi cabeza. Pensé en el agua sucia mojándonos los pies, en el olor a podrido, en el chillido de alguna rata nadando a su nido. Para pasar desapercibido, debía ser uno con el resto. Lentamente, sentí como mi mente se inundaba de estas imágenes y desplazaba a las que me atormentaban. Pensé en la suave corriente, en la quietud del estrecho tubo. Si quería pasar desapercibido, debía ser uno con el resto. El techo húmedo, el goteo distante, y por alguna razón, la luna…


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Mensaje por Ghenadie Monette Vie Oct 07, 2016 10:32 pm



Par de insomnes
del polvo vienes y en polvo te convertirás
Sentíase huésped en las tinieblas, con los pies inundados en desechos y el techo de piedra sudorosa cosquilleándole el cuero cabelludo. Más allá de sí, existía sola y exclusivamente la negrura, eran sus ojos, ventanas de humano, limitadas por su naturaleza de especie creativa; carecía de consuelo ajeno a la esperanza de salvación, pues su situación poco distaba de la del roedor que en su madriguera aguarda a que el felino agote su voluntad de buscarle para, así, poder regresar a la superficie minada.
El roce de una mano contra el dorso de la suya resultó ser todo cuanto necesitaba, apenas volteó en dirección de su prófugo acompañante cuando se vio sumido en un envolvente abrazo. Casi por instinto, correspondió tal gesto, rodeando la espalda del joven con sus propios brazos; en medio de tan devastadora ocasión, aquel nimio tope de esencias regresó el calor al cuerpo del gitano, que embelesado, recargó su rostro sobre el hombro del muchacho.

De improviso, su complexión comenzó a desenvolverse de forma incómoda, fue capaz de deducir que aquel que le estrechaba estaba infundiéndole alguna suerte de energía desconocida, una que su propia anatomía dudaba en reconocer. Fue sumamente consciente de su entorno, compréndase que todo individuo jamás conoce en plenitud el escenario que le sostiene, pues siempre ha de ser transitorio en vida y la inteligencia ―que pauta las prioridades― prefiere centrarse en asuntos de otra índole, aquella que no tiende a variar, llámese un desenlace, una reflexión, un acuerdo, una desbordante sensación, cualquier cosa es más importante que un efímero contexto. Y fue por ello que resultó tan desconcertante este nuevo descubrimiento: el de estar. Cerró los ojos, pues, con intención de abandonarse a la facultad desconocida; en ningún momento se detuvo a meditar si aquello era lo correcto, si era, efectivamente, una decisión acertada, dispuesta para prolongar su supervivencia y no acortarla definitivamente. Ghenadie confiaba plenamente en aquel individuo que ocupaba con él la alcantarilla, ¿que por qué?, era indescriptible, una corazonada, un acto de inconsciente descuido.
Las plantas de sus pies se convirtieron en agua, un agua turbia y repleta de residuos, agua que se extendió hasta alojarse en la totalidad de sus piernas; sus brazos se hicieron de adoquines y pasaron a formar parte de la pared curvada que sostenía el edificio superior; su rostro: aire, un aire de esencia pútrida y repulsiva, indeciso por escaparse de su agujero y hacerse uno con el viento puro de los valles alpinos.

Pero, a pesar de ser agua, de ser piedra y aire, su alma se negaba a adquirir el color de lo que no podía ser; como si despertara de una pesadilla, regresó abruptamente a la realidad, en el exterior, un aura oscura merodeaba en su búsqueda y le encontraría, tarde o temprano, llegaría a su paradero. Se apartó del joven al que había rescatado, sorprendiéndose al no vislumbrar su silueta siquiera, pues la alcantarilla le había tomado, o no, o él había tomado a la alcantarilla y dejado de ser un hombre, para ser agua, piedra, aire.
La luz de la Luna penetraba por entre los torcidos barrotes, como intentando alcanzar a su hijo, sin saber que, de esa manera, estaba revelando su ubicación. Y fue repentino, casi instantáneo, que el vampiro introdujo sus garras por el orificio en la pared y con ellas alcanzó las vestiduras del gitano, el distraído empedernido. La fuerza de la bestia le llevó contra el muro e hizo que se estrellara contra él; su camisa se rasgó y Ghenadie intentó escapar, con la torpeza y el letargo que le caracterizaban y que, como en tantas ocasiones, brindó ventaja al cazador, quien le aferró, esta vez, por el cabello.
El joven debió sostenerse de la muñeca de su captor para no ser despojado de su cuero cabelludo, pero los barrotes se entrometían entre él y la superficie, por lo que cada jalón le propiciaba no más que un poco grato encuentro con las barras de metal.

Volteó el rostro y buscó la mirada del monstruo, pero fue la Luna la captora de su atención. Tan blanca, tan inmensa, tan solemne en el oscuro manto que la albergaba; Ghenadie le sonrió, como despidiéndose de su amada, para entregarse al irremediable destino que sobre él se precipitaba.
Pero la Luna fue piadosa, como la madre que olvida sus modales a la hora de defender a su hijo, se convierte en hombre, en bestia y, despiadada, se entrega con devoción por la causa.
Un disparo sobrevoló el silencio de la ciudad, socavó el rugido del cazador y le impulsó a soltar al joven de regreso a las aguas de podredumbre. Se volteó y rebuscó en las inmediaciones, pero otro proyectil impactó contra su cuerpo y un chillido precedió a las cenizas.
El albino se abalanzó hacia la oscuridad, pues más precaución había que tomar frente a los humanos que frente a las bestias. Voces, un repiqueteo, ¿una carcajada? No podía permitir que le descubriesen, no a él ―un pagano―, no a su acompañante ―un impuro―, así que emprendió su marcha hacia la oscuridad, dispuesto a seguir el recorrido del túnel.
Sígueme, si quieres, pero toma en cuenta mi consejo: hazlo. ―Murmuró, confidencial, a la nada, seguro de que el otro joven aún se encontraría allí con él.
Y hundió los pies en el desecho y recargó su cuerpo contra los adoquines; silencio, el Señor envía su aliento contra el enemigo de Su pueblo.

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Mensaje por Lyosha Mar Oct 18, 2016 8:37 pm

Increíblemente,  parecía funcionar. Sentí como mi energía lo cubría y escondía sutilmente su aura humana. Pero cuando pensé que íbamos a lograrlo, ambos brazos empezaron a cosquillearme. Pronto esa sensación incómoda se apropió de todo mi cuerpo y comprendí que el joven rechazaba mis intentos de protegerlo ¿por qué? ¡¿No se daba cuenta que esta era la única forma de salir vivos?! Antes de que pudiera al menos encontrar sus ojos para implorarle en silencio que resistiera un poco más, se desasió de mi abrazo protector ¿Cómo no le pensé antes? Fue demasiado para él. Alcancé notar su confusión al separarse cuando, de pronto, la luz exterior se coló por la alcantarilla de una forma fantasmagórica. Antinatural. Fueron segundos en los que observé extasiado su cabello blanco  iluminarse con la luz clara de la luna cuando el brazo del vampiro nos tomó a ambos desprevenidos y lo atrapó sin que pudiera reaccionar. Vi como la bestia lo sacudía como a un guiñapo. Mudo y desprotegido. Y yo, paralizado entre el miedo y el desconcierto. Aquel joven había hecho más que separase de mí. Al rechazarme con tanto ímpetu, empujó a mis sentidos a un estado de confusión casi total en el cual no distinguía entre mi ser y lo que me rodeaba.  Mi cabeza daba vueltas, rebotaba contra las estrechas paredes del túnel, buscando un lugar donde pertenecer. Mis rodillas cedieron y caí hacia adelante. Inútilmente amagué a aferrarle aunque sea de la ropa, porqué los golpes de su cabeza contra los barrotes eran golpes que yo mismo recibía, como si fuera todo y a la vez nada al mismo tiempo. Mi cuerpo, o lo que sea que me proporcionaba el poder de fusionarme con el ambiente, se resistía a regresar a una forma determinada. El sonido de su cráneo chocando contra el hierro retumbaba en mi interior como un sombrío tambor ¡Basta! Intenté gritarle a la bestia. Como la terrible súplica de un condenado a muerte, escuché un disparo.

Abrí los ojos como un loco. Mi joven ángel había sido liberado de su presa. Finísimas motas de ceniza caían como aguanieve sobre su mallugado ser. Sentí arriba, en la calle, un barullo de tacones acelerados. Una carcajada. Solo un tipo de humano se regocijaba tanto en la matanza de un sobrenatural: un cazador. De nuevo la oleada de miedo me paralizó, clavándome las rodillas al pútrido musgo de la alcantarilla.
Y escuché su voz. Repercutió en cada adoquín del extenso túnel y se hizo infinita, como un eco interminable, aunque solo la hubiera escuchado yo. Asentí a su mirada perdida y lo seguí sin réplicas. No estaba en posición de cuestionarle nada. Me dominaba el terror como nunca antes, con mi única arma inutilizada y un grupo de asesinos sangrientos caminando sobre nuestras cabezas, necesitaba hacer uso de todo mi autocontrol para evitar que nos descubrieran.

Perdí la cuenta de todo lo que caminamos en esa posición tan incómoda. Hubiera apoyado mi costado en las paredes del canal si aquello no me provocara un fuerte mareo. Todavía seguía sin poder fijar mi ser en nada en particular. Mi consciencia sabía quién y qué era yo, pero no mis sentidos. Ellos vagaban con el sonido de nuestros pies meciendo el agua sucia, con el hediondo olor que llenaba mis pulmones y no me permitía respirar. Intenté resistir la claustrofobia que me despertaba nuestro camino, pero cuanto más trataba de digerirlo, más me enfermaba.  Llegó un punto donde el torbellino de estímulos pudo más que mi fuerza de voluntad, y mis piernas volvieron a ceder ante el peso de mi miedo, mi frustración.  Hundí las manos en el agua para sostenerme y el contacto con los desechos, las heces, me resultó tan repugnante que me asaltó el espasmo del vómito. Lo reprimí como pude, pero ahora tiritaba afiebrado – Tenemos…tengo…- murmuré con voz ronca aferrándome a su raída vestimenta- tengo que salir de aquí- supliqué jadeante. O me atrapará la piedra corrupta, la mugre, la mierda parisina empapándome la ropa – Por favor-


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Mensaje por Ghenadie Monette Lun Nov 28, 2016 10:29 pm



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sencillo es caer desde cielo al infierno, desgraciadamente, en el ascenso, se interpone el purgatorio
Poseso de la incertidumbre, avanzaba sin rumbo pautado por el monótono laberinto de roca que, canal benefactor de los desechos, se difuminaba hacia la eternidad apenas alumbrado por los haces de luz que los barrotes adosados a las calles permitían ingresar. Por mucho que procurase mantener el ritmo acelerado de la marcha, el calor que le infundía una reciente herida en la región posterior izquierda de la cabeza, ofuscaba su sentido de la orientación y la lucidez de sus sentidos. Pronto sintió el cosquilleo de la sangre al derramarse por la extensión de su cuello y debió sacrificar su menguante equilibrio para cubrir con el puño zurdo la zona afectada.
No estaba en condiciones de asegurar la actividad que estuviera desarrollándose en la superficie: si los cazadores portaban votos religiosos o eran simples aficionados, si conocían su paradero o su presencia siquiera, tampoco si les estarían siguiendo, debía continuar avanzando con la única certeza de que el otro individuo aún le acompañaba, delatado por el chapoteo producto de sus pasos y la intensidad de su respiración.

Había perdido ya la cuenta de los minutos transcurridos cuando el estallido del agua pútrida le obligó a voltearse. El sujeto se había detenido definitivamente y, a juzgar por su visible expresión, no podría seguir andando en adelante. Por algún desquiciado motivo, escuchar su voz le reconfortó en medio de tan vasto panorama, era la primera vez que hacía eco en sus oídos y por muy desesperada que viajase, manifestaba una agradable armonía.
Ghenadie cogió la mano que se aferraba a su vestimenta y la llevó a su pecho al tiempo en que se postraba de rodillas frente al joven; extendió su zurda y acomodó un mechón de platinado cabello detrás de su oreja, manchando, accidentalmente, la sudorosa mejilla del individuo con algo de su propia sangre.
Ya, ya, mantén la calma ―le susurró con cautela, comenzando a escrutar las petisas paredes en búsqueda de un orificio por el que penetrara la luz. Sabía que escapar hacia el exterior era arriesgarse demasiado el pellejo y que había más posibilidades de engañar a un clérigo o dos que a un pelotón de cazadores una noche de luna llena.
Dio con un rectángulo de roca recubierto con madera podrida y atribuyó su origen a algún baño ubicado en la planta baja del monasterio.

Tomó a la criatura por debajo de los brazos y lo recargó contra la pared interior de la alcantarilla, se apresuró a destrozar la madera y empleó, a continuación, uno de los clavos desprendidos para partir la loza del retrete que yacía arriba. Afortunadamente, la madera había sido situada en aquel lugar debido a que el artefacto de aseo se hallaba ya en malas condiciones y bastó con presionar sobre las rajaduras para abrir espacio suficiente para que una persona pudiera introducirse por el interior.
Regresó a buscar a su acompañante y lo ayudó a caminar hasta el agujero en el cielo del túnel.
Escucha: yo voy a subir y comprobar que esté despejado, luego regresaré por ti y te ayudaré a subir, no te muevas de aquí.
Acabado su discurso, dio un salto que le permitió aferrarse de las prominencias en la roca, las cuales empleó para atravesar el agujero y arribar al suelo de un baño comunitario.

Una extensa habitación se reveló frente a sus ojos, el blanco impoluto de la cerámica contrastaba de forma impactante con la oscuridad del polvo. A su derecha, contra la pared, pudo contar cinco retretes; a su izquierda, cuatro orinales y, con mayor proximidad a la puerta de ingreso, cuatro lavatorios con sus respectivos espejos ovales. No se oían sonidos procedentes del exterior y las numerosas auras de los vivos que infundían sus colores se hallaban a prudente distancia, hecho que implicaba la ausencia de peligro inminente.
Regresó al orificio y se tumbó a su lado, posición que le permitió introducir ambos brazos en él.
Sostente, te ayudaré a subir.
La cabeza le daba vueltas y aún podía percibir el dolor punzante donde yacía el golpe, pronto comenzaría a experimentar los habituales aguijonazos que algo de té de manzanilla o infusión de onagra aliviarían de inmediato; desafortunadamente, la ocasión exigía que reprimiera el sufrimiento hasta encontrarse en casa, nada que desde niño no hubiese tenido que experimentar.
Sostuvo a su compañero por los brazos y con una dosis extra de fuerza de voluntad ―ya que la física le escaseaba― logró que penetrara y ascendiera con él.
Bien, lo logramos ―mencionó, esbozando una sonrisa―, ahora sólo queda encontrar la forma de escapar de aquí. ―Se permitió unos instantes para contemplar las facciones del chico, aunque las náuseas le otorgaran a su tez una palidez nívea, le alegraba encontrar el rosado que evidenciaba vida en sus pómulos; no había rastros del semblante fantasmagórico que se había plasmado en su memoria luego de aquel sueño.
Aquí no huele tan mal ―comentó. Y era verdad, aunque la habitación exponía un ligero descuido higiénico, no dejaba de ser cientos de veces más ameno que la alcantarilla. Por desgracia, sus vestimentas eran un completo asco.― Venga, busquemos algo de ropa, en algún sitio deben guardar donaciones. ―Dicho aquello, se impulsó hasta ponerse de pie―, luego de que nos larguemos, me gustaría tener una charla contigo, quisiera saber por qué guardas remordimiento y esa inmensa frialdad. ―Hizo una pausa, bien sabía él interpretar sus sueños―, ¡oh!, por cierto, mi nombre es Ghenadie, ¿cuál es el tuyo? ―y, sin miramientos, le extendió su mano.


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Mensaje por Lyosha Jue Dic 29, 2016 10:43 pm

El aire me devolvió parte de la conciencia. No entendía como había salido, pero se lo debía a aquel extraño. Aún sentía que mi mente estaba en todo y a la vez en nada. La nueva sensación de encontrarme complemente perdido dentro de mi cuerpo me aterraba, pero el amplio baño no tenía comparación con la cárcel podrida  de las alcantarillas. Lo escuché hablar, aunque no le presté atención hasta que se dirigió a mí de frente. Yo me había dejado caer, apoyado en una de las paredes recubiertas de azulejos, exhausto. Ya casi no discernía entre mis pensamientos y los sonidos del exterior. Todo era tan confuso y asqueroso. El olor. La humedad. Las cenizas, el coágulo del falso Vadim en mi pañuelo.
Pero vi su mano, y escuché su voz. Como antes en los túneles, pareció obrar como un hechizo en mí, porqué me enfoqué en sus palabras  como si la vida se me fuera en ello, aunque no entendiera ni una sola. Tomé su mano, pero no para estrecharla o incorporarme. La acerqué a mi nariz y la olfateé. Descubrí que estaba manchada de sangre. Automáticamente me froté la mejilla y encontré otra mancha carmín con el mismo aroma sobre mi guante– Estás lastimado-  exclamé anonadado alzando la vista hasta encontrarme la suya. Y por mi culpa. El vampiro lo había azotado cual muñeco de felpa, por mi culpa. Un vampiro.

Me levanté ayudándome con la pared, hasta estar a la misma altura. No puedo describir el gesto de consternación que había en mi rostro ¿Y por qué? Quizás el miedo a morir, y de que él muriera por mi causa me habían golpeado juntos. O quizás solo yo, después de todo antes lo había confundido con un ángel de la muerte. Pero ahora se veía tan humano y real, que me pasmó la gentileza en su mirada, el tono desenfadado con el que hablaba. Amagué a buscarle la herida entre su cabello claro, todavía incrédulo de estar fuera de ese canal nauseabundo, pero me repelió una fuerza que no creo entender. La misma repulsión que sentía cuando estaba a punto de contaminar algo muy puro. Me di asco, o el asco terminó por ganarme y me alejé de él trastabillando. Mi abrigo chorreaba agua y me patiné yendo directo al suelo, pero no me detuve a resentir el golpe.  Como una marioneta destartalada, me incorporé y caminé hasta al hueco donde encontramos una salida. Y vomité. Todo lo que tenía en mi interior se escapó de una forma patética y humillante. Odiaba vomitar en público. Casi que podía oír la risa de mi hermana burlándose de mis primeras desintoxicaciones con hierba, mofándose de que era un débil por llorar al hacerlo. Pero no podía evitarlo, lo detestaba.

Me quedé agachado hasta que solo escupí bilis amarillenta. Contradictoriamente, ya no tenía nada por expulsar. Levanté mi cuello adolorido y me limpié la boca con la última parte de mi abrigo que no se encontraba impregnada de inmundicia. Me sentía más despejado, consciente de mí mismo. Lo bastante para sentir su presencia detrás de mí- ¿Quién eres?- le pregunté sin mirarlo siquiera, en un tono mucho menos amistoso del que me hubiera gustado usar con el sujeto que salvó mi vida.


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Mensaje por Ghenadie Monette Dom Ene 01, 2017 10:45 pm



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mira al cielo y ora a tu dios, que nunca te escasee la mezquina generosidad
Fue grata la sorpresa que invadió al gitano cuando la mano que extendía fue recibida y olfateada por el de rubia cabellera. Le contempló con curiosidad y un atisbo de terneza, desde el principio había sabido que el jovencito no era un humano convencional –las auras de todos los seres brillan de diferente manera, pero todas las razas comparten rasgos en particular– y ahora podía estar seguro de que era un cambiaformas, inevitable resultado de una interesada observación de los indicios.
Abrió grandes los ojos cuando le escuchó hablar, su voz era encantadora, sin lugar a dudas, y le tranquilizó percibir mayor serenidad en la tonalidad que empleó al expresarse; solo después de su fascinante análisis reparó en el significado de sus palabras e inmediatamente se llevó la mano desocupada al sitio en que se alojaba la herida.
Oh, no te preocupes –le restó importancia, decidido a priorizar la zambullida en aquel par de zafiros azules que, radiantes, le contemplaban–. Es solo un rasguño, si presiono la herida, dejará de sangrar.

Hipnotizado le observó ponerse de pie y se descubrió la cabeza al percatarse de que su intención era la de atenderle. Pero cuán desgraciado se sintió al notar la expresión de disgusto en el rostro del chico, quien se alejó de improviso y con torpeza, perdiendo el equilibrio y aterrizando en el suelo. Ghenadie se apresuró a asistirlo, pero un dolor punzante en el interior del cráneo le desestabilizó, obligándole a prestarse apoyo de la pared a su derecha. Cerró los ojos y aguardó a que el efecto menguara y, una vez se encontró en condiciones de moverse a voluntad, se adelantó unos pasos para sostener el cabello del joven mientras éste expulsaba el contenido de su estómago sobre los desechos de la alcantarilla, convirtiendo la escasa fuente de energía de su cuerpo en un afluente del desperdicio parisense.
El albino retrocedió indeciso cuando su acompañante se compuso; si el contacto físico no le había resultado grato, no deseaba imponerle por mera bondad mayores incomodidades. Había estado a punto de preguntarle si se encontraba mejor, cuando el cambiante se precipitó y arremetió con hiriente desdén.

El gitano aguardó perplejo, inmóvil, como a espera de que una voz le indicara su turno para hablar. Estaba desconcertado, se preguntaba qué parte en la sumatoria de su accionar podría haber disgustado a su interlocutor, siendo que esa jamás había sido su intención.
Ya te lo había mencionado, mi nombre es Ghenadie –comentó, aún presa de la incertidumbre–. Oh, no debes haberlo escuchado antes, lo siento, no ha sido una grata experiencia y… –creyó haber llegado al meollo del asunto, cuando una interpretación espontánea y más fría del paradigma le llevó a deducir el posible significado de su interrogación–. Es posible… –hizo una breve pausa–, es decir, ¿quién soy? Pues –inspiró en cantidad–, desciendo de una estirpe gitana, supongo. Bueno, no conozco a mis padres, pero de eso estoy seguro.
Que no le mirara le exasperaba, más aún la posibilidad de que pudiese odiarlo; detestaba ser malinterpretado, pues sus intenciones no se desligaban del asegurarle bienestar, por ello le había ayudado a escapar de la amenaza y ahora se hallaba sumamente preocupado, ¿cómo hacer para inspirarle sosiego?
Disculpa si te he hecho sentir incómodo, simplemente deseo ayudarte –comenzó con sumisión, llevándose la mano a la cabeza para luego contemplarse la palma y reparar en el espeso líquido que se le había impregnado. ¡Ah, ese había sido el problema! Su sangre, la fuente de vitalidad de su cuerpo y, por consiguiente, el canal de fluctuación que abordaba su espíritu, dicho de otro modo, la rivera de sus habilidades.
¡Oh, cielos! ¡Lo siento mucho, no ha sido mi intención repelerte! –Extendió su brazo, limitándose a rozarle el hombro con las yemas de sus dedos–. Entraste en contacto con la sangre, ¿verdad? Ya me ha ocurrido otras veces, es una especie de mecanismo de autodefensa, probablemente algún hacer del destino para que no se altere el flujo de comunicación. Es solo hasta que me familiarice con tu presencia y pueda diferenciar tu aura de la del resto, de verdad que lo siento mucho. –¿Y cómo no hacerlo? Le había inducido náuseas en una situación que poco lo ameritaba. Bien sabía él lo frustrante que era quedarse con el estómago vacío cuando resultaba tan dificultoso hacerse con comida en las calles.

Se arrodilló a un escaso metro del joven, alojando ambas manos sobre su regazo. No quería que las cosas acabaran allí y de aquel modo; si iban a distanciarse, al menos ansiaba despedirlo con una nueva vestimenta y tras asegurarse de que tomara un baño, después de todo había sido idea suya ocultarse en las alcantarillas sin considerar las consecuencias que ello podría traerle a su compañero.
El porqué de aquel sueño en el que le había reconocido por vez primera aún le era ignorado y estaba completamente seguro de que no bastaría con asegurarle un regreso seguro a casa. Pero, sin importar qué tan empecinado se encontrara en resolver el vuelo del cuervo y la inmensidad del manto de nieve, a nada arribaría si el centro de cuanto le inquietaba sentía hacia él no más que un palpable desprecio.


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Mensaje por Lyosha Jue Ene 19, 2017 9:03 pm

Si antes su voz fue mi guía para volver a la conciencia, ahora simplemente me aturdía. Escupí saliva amarga mientras lo escuchaba hablar, esta vez con la mente más despejada y entendiendo lo que me decía. La imagen del niñito corriendo calle abajo me parecía tan lejana ¿qué pasó entre aquel momento y este? Una vida, o casi una muerte -Tranquilo- musité quitándome los guantes y tirándolos a la alcantarilla con un chapoteo- No ha sido tu culpa- No, no creí que así fuera ¿Cuándo la sangre de otro me afectaba tanto? Negué humillado observando el agujero oscuro.

Me incorporé lo suficiente para apoyarme en el rellano de la puerta. Mi cansancio mental se traducía en una debilidad física que aumentaba mi nerviosismo. Dejé descansar mi cabeza sobre el marco de madera, cerrando los ojos. No podía soportar el gesto de angustia en el rostro de aquel joven, el olor a vómito  y el sonido de la escopeta del cazador retumbando en mi cabeza. El corazón me latía desbocado como si fuera a explota en cualquier momento.  Podía oírlo bombear en medio del incomodo silencio entre ambos. Yo sé lo que está a punto de pasarme. Lo sé. Como la bruma temprana se alza en una mañana fría, el miedo helado se apoderaba de mi cuerpo como la niebla de una calleja perdida de París.  Pronto mi respiración se vio interrumpida por el incondicional sentimiento de angustia que oprimía mi pecho cada vez que algo así sucedía. Y dios, santo, me estaba sucediendo tan seguido. Inconscientemente  froté el lugar en mi muslo donde semanas atrás las balas de un cazador casi me envenenan hasta la muerte y apreté los dientes, conteniendo las intrusas lágrimas que siempre venían a importunarme – ¡Estoy bien! – Exclamé antes de que él amagara a acercarse, quizás demasiado alto, alzando una mano en señal de advertencia –Estoy bien, dame un segundo…-
Dijo que era gitano ¿por qué debería confiar en él? Pero arriesgarse por mi mugroso pellejo ¿por qué? ¿Cómo me encontró? Recuerdo muy bien lo que su gente me obligó a hacer, los robos y los azotes. Los interminables días de servidumbre. Allí aprendí a odiarlos, a odiar sus formas y todo lo que perteneciera a su mundo. Abrí los ojos, pero evitando  mirarlo a la cara. Tosí para aclararme la garganta- Dijiste que hay ropa por aquí ¿verdad? Deberíamos cambiarnos y salir lo antes posible, es peligroso-  suspiré, agotado ante la idea de volver a escapar- Gracias por ayudarme- las palabras se me escaparon de la boca. Alcé la vista y busqué su rostro ¡Que injusto como la mugre era incapaz de opacar su nívea inocencia! Por eso me alejé de él cuando quise tocarle le herida. No había forma de que mis manos pudieran curarlo siquiera. Me pareció imposible que alguien así sea un gitano, ni siquiera parecía humano. Aún cubierto de inmundicia su cabello blanco resplandecía en la semioscuridad del baño, irradiando una luz tenue.  Abrí y cerré la boca varias veces, sin habla. Inexplicablemente me sentí más calmado al verlo ¿era porque aún seguía aturdido? Horas atrás lo confundí con un ángel, pero cuando su humanidad me conmovió, volvía a sentirlo fuera de este mundo.
Debía ser mi mente perturbada jugándome trucos. Me eché el cabello hacía atrás y le sonreí algo forzado, pero juntando toda la sinceridad que podía - Estaría muerto de no ser por ti, Ghenadie. Soy Lyosha- Y de inmediato aspiré profundamente para evitar el espasmo del llanto- Ah, deberíamos irnos cuanto antes-


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Mensaje por Ghenadie Monette Jue Ene 26, 2017 10:46 pm



Par de insomnes
quítate la máscara, las lágrimas destiñen sus colores
Su cuerpo entero estaba cubierto de inmundicia, las prendas que alguna vez hubieran lucido polvo y remaches eran ahora una segunda piel ennegrecida que se adhería sin recelo sobre su sinuosa figura. Ghenadie, sin embargo, era ajeno al hedor y la humedad, desde siempre había procurado desentenderse de los pensamientos innecesarios y, con el tiempo, se había convertido en un acto reflejo. Frente a él podía contemplar, únicamente, a un joven de singular belleza, en cuyos ojos se reflejaba el silencio de mil secretos cuidadosamente resguardados. La distancia establecida entre sus cuerpos era insoportable aunque necesaria, deseaba con fervor poder extinguir la indiferencia y fundirse con él en un abrazo confortador, frotar su espalda y asegurarle que todo iba a estar bien, que no existían motivos para cultivar el temor.

La gratitud expresada en palabras le tomó por sorpresa, no había estado esperando algo como aquello, nunca nadie le daba las gracias, por lo general, todo cuanto giraba en su entorno era saldado mediante el trueque: ofrenda y compensación. Contempló aquel pálido rostro con detenimiento, incapaz de elaborar una respuesta capaz de satisfacer todo lo que anhelaba expresar, así que se limitó a pronunciar lo convencional.
No fue nada, de verdad.
Volvió a adoptar su estado de inmovilidad y pacto con el silencio, indeciso sobre el sitio indicado en que alojar la mirada; creyó recibir la atención del contrario por un instante, así que se tomó el atrevimiento de realizar un detallado escrutinio de su apariencia. Su rostro era una obra de arte, esculpida en mármol y pulida con suma delicadeza, ojos tan azules como el océano al mediodía y un cabello rubio, casi cristalino, de longitud similar a la que él mismo ostentaba; de aquel modo podía hacerse pasar por una mujer sin levantar sospechas, aunque prefería que, al menos en su presencia, pudiese desenvolverse con autenticidad. No aspiraba a que sospechara de su comportamiento, así que el relevo que realizó de su cuerpo fue breve y superficial, suficientemente atento como para admirar el refinamiento de sus delgadas curvas. Dibujarle seguro resultara de lo más fascinante.

Escuchó su nombre ser pronunciado y regresó a sus sentidos suficientemente deprisa como para retener el segundo.
Lyosha –murmuró, como inmerso en un trance. Hasta su nombre se le hacía exquisito, debió sonreír, pues aquel complejo revuelo en su estómago pareció disiparse de improviso.
Se puso de pie, con el cuidado necesario para no resbalar, aproximándose luego hasta el joven, con ánimos renovados; inclinó el cuerpo para quedar a su altura y hundió los dedos entre la enmarañada cabellera que le abundaba en la cabeza, despejando su rostro y obligándole a inclinarse hacia atrás, de modo en que le mirara de frente.
«Deberíamos» –le citó–, me alegra que hicieras uso del plural –concluyó con dulzura. Retiró las manos con suavidad y le extendió la diestra para ayudarle a incorporarse.
No sé dónde ni la disponibilidad, pero en lugares como éste siempre acumulan donaciones para los menos afortunados. Los cristianos le llaman caridad, pero me pregunto hasta qué punto ofrecen sus pertenencias con el fin de ayudar –reflexionó en voz alta–. En fin, no es que realmente importe, en este momento somos dos de esos desafortunados que requieren de esta caridad, ni siquiera se le puede llamar robo.

Avanzó con cautela hasta la puerta de ingreso al sanitario, apoyó la oreja sobre la superficie y aguardó unos instantes hasta comprobar que no se oían sonidos en el exterior. Accionó el pestillo con lentitud meditada y asomó el rostro en el corredor que se extendía a izquierda y derecha. Las paredes de piedra ostentaban lámparas de hierro cada cierta distancia, la llama mortecina que se mecía en su interior ofrecía escasa pero suficiente luz para distinguir las amplias baldosas que ataviaban el suelo.
Ghenadie se volteó con objeto de contemplar a su cómplice y asintió con la cabeza para infundirle tranquilidad sobre el siguiente paso a dar, amplió la abertura de la puerta y se aventuró algunos pasos en el recinto. El silencio era absoluto.
Podían avanzar hacia una u otra dirección, con suerte, desapercibidos hasta dar con el almacén y sus tesoros. Volvió a enfocar la vista en Lyosha, aunque ahora se le dificultaba reconocer sus facciones en la prevaleciente penumbra, la Luna en su esplendor era capaz de revelar tanto como el sol, era una lástima que allí no contaran con ventanales.
¿Hacia dónde? –Le interrogó, sumamente intrigado. Se sentía parte de una inminente gran hazaña, ya despojado del reciente recuerdo en que su vida peligraba a manos del vampiro, sin inmutarse por las heridas que, ya en proceso de coagulación, atestiguaban sobre su fragilidad de mortal.


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Mensaje por Lyosha Dom Mar 05, 2017 8:18 pm

Azorado, le permití que me tocara. Nada me repelió esta vez, y la visión de su rostro gentil, lleno de una bondad que no era moneda común en mi vida, me llenó de una inusitada tranquilidad ¿Quién era este extraño? ¿Por qué su belleza me atraía tanto como me turbaba? Su delicadeza me hacía pensar que no era real, que era una visión cruel de mi mente. Por un momento me sentí tan agotado que podría haberme echado a dormir allí mismo,  en la eterna intimidad de su caricia arrulladora.

Pero le tomé la mano y me incorporé tambaleante. Lo cierto es que debíamos salir de allí cuanto antes, abandonar la iglesia. La sola idea de que hubiera Inquisidores apostando en el lugar me erizó el cabello de la nuca. Lo seguí hacia el pasillo lúgubre, adelantándome unos pasos frente a él. El silencio era total, vacuo y pesado. Hacia la izquierda podía sentir el leve aroma a jabón de lavar y especias, probablemente proveniente de la cocina. En cambio la derecha   escapaba el profundo olor a incienso y cera de vela  caliente. Un murmullo mortecino quebrantaba la soledad del corredor e intuí que de haber alguien, era algún monaguillo cuidando de las velas o alguna monja preparada para  entonar los salmos matutinos

-Si hay donaciones, deben estar en la oficina del párroco, o en la capilla- murmuré sin darme la vuelta para mirarlo. Mi oído humano era tan bueno como el animal, pero ahora mis sentidos no cooperaban conmigo, y no lo harían hasta que pudiera transformarme del todo. Y en efecto, nada me prometía no volver a caer en aquel trance al que me sometía su compasión desmesurada si me atrevía  verlo de frente. Le toqué el antebrazo y le indiqué volver al baño.

Al cerrar la puerta tras de mí alcé la voz con precaución– Creo que debería ir yo primero a cerciorarme de que no hay nadie- le dije mientras comenzaba a quitarme la ropa mojada- Será más fácil si primero encuentro donde guardan las donaciones,  soy mucho más sigiloso que un hombre- murmuré apenas dándome cuenta de mis palabras. La duda en su rostro me exigía una explicación que no estaba dispuesto a darle – Cierra los ojos Ghenadie, y espérame con la puerta abierta – le exigí más como una orden que como una petición. Su intensa mirada soñadora parecía no entenderme. Tragué saliva y lo tomé de los hombros con nerviosismo - Si vuelve a suceder lo mismo que en la alcantarilla quizás no salgamos vivos ¿entiendes?-


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Mensaje por Ghenadie Monette Mar Mar 14, 2017 7:46 pm



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juraré lealtad como la abeja a la flor, seré tu prosperidad y hurtaré tu último aliento
La puerta se cerró detrás de Lyosha y Ghenadie debió disimular su desilusión, permanecer a la vista en el curso del pasillo resultaba sumamente peligroso pero un centenar de veces más motivador que retornar al encubrimiento del cuarto de lavado. No recordaba haber entrado en un monasterio alguna vez en su vida, a los gitanos se los despreciaba en todo sitio y, por mucho que pudiera hacerse pasar por hijo de otra estirpe, siquiera la caridad de los laicos habría consentido el ingreso de un mocoso maltrecho a sacrosanto territorio. Era por ello que no disponía del saber para razonar con su acompañante sobre el lugar en que debían alojarse las donaciones, estaba seguro de que las había, siempre era así, pero juzgó propio dar crédito al discurso del joven.
Aguardó inmóvil, anonadado, mientras las prendas húmedas que hubieran cubierto el cuerpo de Lyosha hallaban lecho en el suelo bajo sus pies. No quería separarse de él, tampoco logró considerar la posibilidad de que fuera a abandonarlo, sino que temía por su seguridad; él no podía brindarle la certeza de fungir como protector, pero sí como compañero.

Su anuncio le llevó a escrutarle la mirada, pero no logró dar con legítima respuesta. Como superior al hombre se había definido y la curiosidad llevó a que Ghenadie cobijara a la impaciencia; ¿no le había visto ya hacer algo incomprensible en las alcantarillas? El gitano no temía ni despreciaba a los sobrenaturales, por el contrario, se sentía fascinado por su mera existencia. El aura de su cómplice se le hizo nuevamente encantadora en ese instante, si debía describir su aroma lo compararía con el perfume propagado por las agujas de pino; si quisiera precisar su color, lo asemejaría al azul del topacio, de transparencia fluctuante en dependencia de su estado de ánimo; en cuanto a su tacto, le percibía ligeramente gélido, como las profundidades de los lagos, puesto que en la superficie, el agua vibraba acaparando la calidez del sol. Se preguntó por un instante si el manto de nieve en su sueño no estaría ligado con la frialdad de una oscura hondura en el espíritu de quien tenía delante.
El albino asintió con resignación, esbozando una sonrisa reconfortante.
Lo entiendo, Lyosha –sentenció, regocijándose en la pronunciación del ahora conocido nombre–, no querría que volvieras a experimentar algo así. –Alojó su mano sobre el dorso de la ajena, propiciándole una delicada caricia. Cerró los párpados y dejó que los brazos le pendieran a los costados del cuerpo.
Pero ten mucho cuidado –agregó, permaneciendo inmóvil hasta que la presencia ajena se esfumó.

Abrió los ojos con precaución, a pesar de saber que el joven ya no se encontraba con él, quiso cerciorarse de no estar desacatando su petición. Frente a él se desplegaba el orificio correspondiente a la puerta y el muro del lado opuesto del pasillo. Los candelabros reclamaban territorio por sobre la nítida oscuridad del baño y Ghenadie aprovechó su obstinado comportamiento para recoger las prendas que yacían sobre el suelo. Las tendió a un lado, donde nadie alcanzara a verlas hasta que el sol no pudiera delatarles y se dirigió hasta los lavabos; los espejos hacían un esfuerzo desmesurado por devolverle la mirada, pero el único indicio de que realmente se encontraba frente a ellos residía en la incompatibilidad de su blanquecino cabello con las tinieblas a su alrededor. Accionó la perilla y el grifo, quejoso, le brindó el agua que acunó entre sus palmas y dispersó por su rostro; repitió el procedimiento hasta que el líquido se escurrió por la rejilla tan cristalino como hubiese arribado.
El murmullo de unos pasos coordinados le puso en alerta de improviso; cerró la perilla y se apresuró a ocultarse detrás de la puerta, desde su escondite podía entrever el pasillo por la rendija comprendida entre ésta y la pared, mas se disponía vulnerable para cualquiera que ingresase en el recinto.

El caminante se detuvo frente al baño y, tras soltar un resoplido, cerró la entrada. Ghenadie logró vislumbrar el perfil de un hombre dotado con túnica, reuniendo la suerte de no ser descubierto. Pero el individuo había continuado su tránsito por el pasillo y podía estar seguro de que lo había hecho hacia la derecha, ¿pero hacia qué lado había partido Lyosha? ¡Había permanecido con los ojos cerrados, omitiendo aquel detalle!
Se apresuró a abrir la puerta y espiar hacia el exterior, la silueta del clérigo se esfumó por una esquina y en el corredor volvió a reinar el silencio. El gitano se dispuso, entonces, a salir e indagar sobre los vivientes en las inmediaciones, las presencias eran varias y se encontraban dispersas por doquier, pero no podía estar seguro de cuál correspondía con el aura de su compañero.
Se aventuró hacia la izquierda y se introdujo en una arcada que conducía a un inmenso recinto, poblado por extensas mesas de madera en escolta de bancos igualmente prolongados a sus flancos. Las velas se hallaban apagadas y, aunque cabía la posibilidad de que dispusiera de lumbre a gas no era buena idea llamar la atención de tal manera. Ghenadie se adentró persiguiendo las paredes y derribó un candelabro de pie con objeto de provocar un gran estruendo; todo el que estuviese despierto y en las proximidades seguro lo habría oído y era certero que alguien se apresuraría a comprobar el origen. El joven dio con una puerta reducida en uno de los laterales y se coló por ella con la esperanza de pasar desapercibido; las voces hicieron acto de presencia a sus espaldas pero él no se detuvo a reparar en sus propietarios, se deslizó con agilidad por la oscuridad de una angosta estancia y se fugó por la entrada que yacía del lado opuesto, ésta culminaba en un pasillo perpendicular, cuya única extensión corría hacia la derecha.
La llama de los candeleros se mecía con parsimonia, prometiendo al intruso resguardar su anonimato; el albino disponía de escasas oportunidades para ocultarse de la vista y decidió que era hora de probar un poco de suerte.
Lyosha –murmuró, lo suficientemente suave como para que su voz no hiciese eco en las esquinas.


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Mensaje por Lyosha Sáb Abr 15, 2017 11:57 pm

Chasqué la lengua, no por enfado, si no porque ¿Qué otra cosa podía hacer? Su confianza ciega en mí, era, era simplemente inaudito. Ingenuo.

Tenía que sacarnos vivos de allí.

Dejé mi ropa hedionda a un costado y me estiré un poco antes de dar el paso final a mi liberación. Ya libre de la tela mojada, en mi desnudez estaba cómodo y mis sentidos se sintieron más frescos, más propensos a funcionar como debían.

La figura del joven se desgranó como piel muerta. En su lugar nació una mata de cabello suave y moteado, blanco como la nieve. Las extremidades fueron reemplazadas por poderosas patas mullidas. En segundos un lince joven se erguía donde momentos atrás un joven humano chillaba por su mala suerte. Lyosha olió el aire, cautivado por la vuelta de sus poderosos atributos animales. Las orejas puntudas se movían captando los sonidos que provenían de ambas partes del pasillo, mucho más claros ahora y fáciles de procesar. Le pareció entonces muy certero que el lado izquierdo era el sector de las cocinas, y el derecho la entrada secundaria a la nave principal.
El cuerpo estilizado del felino se deslizó por la abertura y con paso lento, aquel con el que acechaba a sus presas, enfiló hacia la derecha, siguiendo el rastro del incienso y la cera. Después de un arco del mismo ancho que el pasillo, la fila de bancos de madera se extendía frente al altar, donde un cristo sangrante exhibía sus heridas. El lince poca atención le prestó al ídolo de cerámica. Unos cuantos metros más adelante, enfrentada, una enorme puerta de madera esperaba atrancada el comienzo de la misa matinal.
Con un bufido descartó la idea de escurrirse por allí, en el caso de que ambos pasaran desapercibidos al empujar la chirriante puerta.  Con cautela, abandonó la protección del pasillo y arrastrándose sigiloso se dirigió a la escalera del altar. A su lado un monaguillo rezaba en voz baja mientras cuidaba de la inmensa fogata de sebo que desprendía una torre de humo neblinoso. Llevaba en las manos un rosario de madera y arrastraba los pies al caminar. El felino pudo sentir su somnolencia en la vibración monótona de su voz, su respiración acompasada. Se oyó una puerta cerrarse. El lince apenas movió la cabeza para mantenerse a salvo de miradas inesperadas.  Detrás, un párroco subía las escaleras del extremo opuesto hacia otra puerta estratégicamente colocada detrás del pedestal donde imágenes de madres angustiadas e hijos resucitados escrutaban a los fieles con espectrales ojos de vidrio.
Como un verdadero predador rodeó al monaguillo, escondiéndose tras las banquetas. Cerca de él, otro arco más pequeño daba a una pequeña capilla. De allí venía el olor a humano, concentrado, acre y húmedo, a jabón de lavar. Pero el olor persiste y el astuto felino encontró lo que buscaba cuando de pronto el silencio ritual del ambiente se vio roto por un estrepito metálico que reverberó hasta en la última arcada de la última columna. Párroco y monaguillo desatendieron sus tareas, este último con menos convicción que su superior, y Lyosha apenas alcanzó a esconderse mientras lo veía cruzar la nave en dirección al pasillo.
Con la espalda crispada y la cola moviéndose profusamente, escuchó, a lo lejos, un murmullo, inequívoco. Otra criatura susurraba su nombre.


No pude seguir en mi forma animal. Me golpeé la cabeza al convertirme aún escondido detrás de los asientos, pero esa voz ¡Esa era la voz de Ghenadie! Y  mentiría al decir que no me hirvió la sangre al hacer la conexión lógica entre su pedido de ayuda y ese estúpido, estúpido intento de distracción ¿Es que acaso quiere matarnos? ¿Qué no le pedí que se quedara allí, a salvo? Corrí los metros que me separaban de la capilla y tomé una bolsa de tela al azar. Era pesada, así que me obligué a creer que habría suficiente ropa para ambos. Todavía escondido en las sombras de la capilla, analicé  mis opciones. El pasillo ahora era una vía descartada. El párroco y su ayudante volverían caminando por allí, la única opción que restaba era encontrar la salida. Recordé que las oficinas de los eclesiásticos suelen tener más de una entrada. Corrí entonces, subiendo los escalones del altar de dos en dos, en una especie de amarga parodia de una ninfa pagana bailoteando, y me encontré con la puerta abierta de la oficia parroquial.  No me detuve en detalles, había otra puerta en la pared contraria y la abrí violentamente. Un haz de luz iluminó lo que parecía ser un intrincado pasillo, vaya a saber  a dónde conducía. Y allí, donde el haz de luz se recortaba en un triángulo afilado, estaba la pálida figura de Ghenadie, protegiéndose los ojos del repentino resplandor.
-¿Qué demonios hiciste?- sisé en una voz glacial, cargado de angustia y recelo. El corazón me latía tan rápido que me faltaba el aire -¿Por qué no te quedaste escondido? – le espeté a pesar de saberme sin tiempo para preguntas.


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Mensaje por Ghenadie Monette Dom Jul 23, 2017 8:45 pm



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a veces no son las fortunas las que nos conducen a la gracia
El lúgubre corredor se iluminó de improviso y Ghenadie debió cubrirse la vista para no enceguecer a causa de la claridad; en uno de los muros laterales una puerta había sido abierta y la inconfundible voz de su compañero se propagó, sigilosa, hasta sus oídos. El gitano se sintió invadido por el regocijo y se apresuró a suprimir la distancia existente entre sus cuerpos; para su sorpresa, el Lyosha que le aguardaba en el umbral llevaba la piel completamente expuesta y le fue imposible no detenerse, tan solo por un instante, a recorrer su delgado cuerpo con la intensidad de su mirada.
Recordó, entonces, que a sus espaldas una horda de religiosos enfurecidos estaría buscando a los intrusos y se apresuró a sostener al joven por los hombros, empujándolo hacia el interior del inexplorado despacho. Detrás de sí cerró la robusta puerta, procurando, con la solemnidad de un auténtico escurridizo, producir el más mínimo sonido.
Una vez a solas en el recinto, se distanció medio paso del cuerpo del cambiante y, con la curiosidad desnuda en el rostro, volvió a echarle un atento vistazo. Qué bella anatomía se desplegaba frente a sus ojos, caderas delgadas y sinuosas, un vientre plano y firme, un par de hombros redondeados que descendían como los manantiales, cristalinos y sedosos, hasta la punta de sus dedos; el vello que apenas poblaba su vientre era tan claro como el que brotaba de su cabeza y se preguntó cómo unas piernas tan menudas lograrían soportar su peso completo. ¡Ah! Si tan solo hubiese dispuesto, en aquel momento, de un trozo de carbón y una hoja lisa, habría traducido en delicadas líneas aquella radiante silueta solo para plasmar por la eternidad una belleza tan sublime.

¡Oh, pero si el tiempo apremiaba! Tomó la mano libre del cambiante y la estrechó entre las suyas mientras recorría con la vista la extensión de la habitación.
Vi a alguien pasar en esta dirección y creí que eso te supondría un problema. –Respondió con serenidad, ajeno a la evidente irritación del contrario.
Reparó en la entrada alojada en el lado opuesto del recinto y, tras liberar a Lyosha de su agarre, se apresuró a cruzarla para ingresar en la capilla. Escrutó los muros en busca de los orificios dispuestos para las puertas y se aventuró a revisar los cerrojos, comprobando, de inmediato, que todos se encontraban bloqueados. Forzar su apertura llevaría demasiado tiempo, teniendo en cuenta la ausencia de los materiales necesarios y su torpeza en el oficio.
Mientras se desplazaba de un lado al otro, meditando las posibilidades, se percató del haz de luz que se filtraba por uno de los extremos del intrincado soporte de madera que respaldaba el altar, soportando el valioso sagrario y sus custodios de mármol. Presto se aproximó a la fuente de su curiosidad para comprobar que una frágil portezuela lateral conducía hacia alguna otra habitación. Hizo señas a su acompañante para que se aproximara en su dirección y le transmitió con las facciones que aquella era su única posible vía de escape.
La piel de Lyosha era tan blanquecina que advirtió la bolsa raída que portaba solo cuando la cálida luz esbozó el evidente contraste entre su palidez y la opacidad de la tela. Supuso que serían las donaciones y, tras comprobar que aún no se divisaba ninguna silueta aproximándose desde el pasillo, se puso de rodillas para indagar sobre su contenido.

Fue grande su sorpresa al comprobar que las vestiduras correspondían con faldas y vuelos interiores femeninos, al tacto, la seda resultaba exquisita, pero la idea de ceñirse aquellas delicadas faldas no era exactamente tentadora. Ghenadie dedicó una mirada inquisidora a su camarada, como queriendo comprobar que aquello era resultado de un error y no de una broma de mal gusto. El sonido de un estruendo en la distancia hizo, sin embargo, que sus nervios se tensaran y comprobó que la humedad del atuendo que portaba generaba en su cuerpo helado temblores espasmódicos –hecho que hasta entonces le había pasado desapercibido.
Bien, ten –susurró, entregándole precipitadamente un vestido al cambiante–, parece que no hay tiempo para buscar algo más adecuado; mi hogar no está demasiado lejos, podemos pasar por ropa tan pronto salgamos de aquí.
Se retiró el manojo de tela embarrada que era su camisa y se calzó la parte superior de un vestido propio extraído de la misma bolsa, por debajo de la falda extrajo sus pantalones y alcanzó a calzarse un delgado pantalón adosado a una enagua cuando el repiqueteo de unos pasos aproximándose comenzó a dejarse oír desde el corredor. Ghenadie se puso de pie tan pronto como aquel atuendo se lo permitió y, sin permitirse el tiempo de hacer siquiera una broma, aferró a Lyosha por la muñeca para arrastrarlo en dirección de la portezuela en el altar. Comenzó a forzar el reducido picaporte con objeto de no generar demasiado estruendo, mas la cerradura no manifestaba intensiones de ceder; ya presa de la impaciencia, acabó abalanzándose con brusquedad contra la superficie de madera, logrando astillar el marco y abrir el ingreso a una descomunal iglesia aledaña. A sus espaldas, los clérigos ya habrían reconocido el sonido y el ascendente volumen de sus zancadas revelaba su prisa por dar con los intrusos.

Ghenadie tomó una vez más la mano del joven y dio inicio a una carrera por el pasillo de la nave central en dirección de la inmensa puerta de doble hoja que remataba el muro opuesto. Aquella era, sin dudas, la iglesia principal del monasterio, donde los monjes y los fieles se reunieran para celebrar la misa de los domingos en comunidad, por lo tanto, aquella única salida que ostentaba debía abrirse a las calles de París.
¡Oh, por las nueve fases de la Luna!, ¡vienen detrás de nosotros! Necesitamos abrir esa puerta ahora mismo, apenas les llevamos ventaja –logró comunicar entre jadeos, mientras reducía la distancia que les exiliaba de la fuga. Por un instante se encontró sonriendo, como un niño revoltoso a instancias de salir exitoso de una de sus más grandes travesuras.


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Mensaje por Lyosha Mar Ago 08, 2017 8:25 pm

Si Ghenadie no me hubiera tomado de la mano con esa aura rodeándolo, esa aura de luz e ingenuidad, no habría dudado en cruzarle el rosto con una bofetada ¿Cómo lograba mantenerse calmo? Yo estaba a punto de desmoronarme.  Me encontraba tremendamente furioso y eso no era bueno. Estaba asustado también. Aún seguía muerto de miedo pensando que en cualquier instante una cuadrilla de condenados nos echaría las garras encima.  Lo observé verificar las puertas en busca de una salida, atónito. No hacía más que arriesgar su vida por la mía ¡Eso era lo que realmente me enfadaba, no solo el hecho de haber frustrado nuestra única forma de escapar! O al menos  la que yo pensé, porque pronto lo vi hacerme señas. Me acerqué y comprendí que me pedía la bolsa. Bien, había encontrado un resquicio por donde escaparnos de aquel lugar. Volvía a sentirme enfermo, encerrado bajo toneladas de piedra. Mis sentidos  se aclaraban pero el olor a alcantarilla e incienso me dejaba atontado. Le extendí la  bolsa  y abrí los ojos como platos al ver la ropa que contenía ¡Como si hubiera tenido tiempo de elegir!  Tartamudeé mudo al ver su expresión –Claramente no fue mi intención- Expresé dándole la espalda mientras se cambiaba. Me calcé por la cabeza un vestido simple, pero de buena calidad. Pronto advertí el aroma a colonia seca y olvido que emanaba. Seguramente le perteneció a una antigua señora, pero eso no me importaba ahora. No quería seguir desnudo frente suyo, cualquier cosa para cubrirme serviría. No supe interpretar la expresión de sus ojos al verme. Me acostumbré rápido a que me observaran con lujuria, a veces incluso hasta con recelo. Pero no así.

Apenas terminaba de vestirme cuando me arrastró hacia la puertecilla. Se escuchaban más y más cerca los pasos en nuestra dirección y con horror, vi que intentaba violentarla para pasar hacia el otro lado - ¡¿Qué haces?!- alcancé a suplicarle en vano. El pestillo cedió ante los golpes y con un escándalo que resonó en toda la nave caímos detrás del altar. No tuve tiempo de quejarme, el joven me tironeó de la muñeca y me levanté subiéndome las faldas para comenzar a seguirlo en su carrera. Nos pisaban los talones y a Ghenadie no le ayudaba a correr con vestido. Por unos segundos, al observar su sonrisa juvenil, sentí de nuevo que estaba en presencia de un ángel y no de un hombre.
Pero duró poco, porque la puerta nos esperaba atrancada con una maciza viga de madera. Debí haberlo sabido. La puerta principal  estaría atrancada tal como la que vi en la capilla – ¡Ya lo sé!- Espeté dándome la vuelta y comprobar lo obvio: estaban por alcanzarnos.  Tragué saliva amarga y lo solté. Era demasiado lento con toda esa seda.  Aún con vestido, yo era más rápido que él.
Llegué al umbral con el corazón saliéndome del pecho. Con un oído escuché como la marcha de los clérigos aminoraba un céntimo al venos acorralados. Aquella barra lateral necesitaba varias manos que la alzaran. Pero logré hacerlo solo.  Sentí a mis espaldas sus respiraciones ahogadas.
No siempre contaba con esa fuerza. La atribuí a la poderosa corriente de energía corriendo por mi cuerpo a causa del miedo, pero no pensaba con claridad. Solo quería sacarnos de allí, me importaba un bledo exponer mi naturaleza frente a ellos. La lancé en su dirección al tiempo que Ghenadie la esquivaba echándome una mirada que ignoré a propósito – Vamos- mascullé tirando del enorme picaporte hacia adentro. La puerta se abrió con un crujido y el frio de la madrugada golpeó mi rostro. Me escabullí primero y  extendí la mano mientras usaba el peso de mi cuerpo para mantener abierto-¡Vámonos ya!-


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Mensaje por Ghenadie Monette Lun Sep 18, 2017 6:11 am



Par de insomnes
es en las noches de insomnio que los hombres se encuentran a sí mismos y recuerdan por qué existen
Todo aconteció demasiado aprisa como para que el gitano pudiera reflexionar al respecto. Cuando Lyosha le soltó la mano, temió el haberle estado suponiendo una carga; el joven se mostraba mucho más ágil y enérgico que él, incluso si ambos compartían las mismas condiciones sociales. Desde el principio había superpuesto el bienestar de su compañero al suyo, así que, en caso de quedarse atrás, habría cumplido su cometido, no así sus esperanzas de concretar la gran fuga juntos.

El gran portal era un obstáculo infranqueable, no había medio factible para que la traba cediera, incluso si él se disponía a ayudar. Pero aquel desconocido al que había adoptado tempranamente como amigo no se mostró intimidado por la descomunal viga de madera que bloqueaba la salida. Como si de un simple costal algo cargado se tratara, la elevó en el aire haciendo uso de sus brazos únicamente y la apartó a un lado, así de sencillo, él solo. Ghenadie le contempló sumamente perplejo, fascinado por su accionar y con un millar de preguntas agolpándose a trompicones en las proximidades de su mente.

Mas su compañero no le concedió el tiempo de hacerse oír, sino que le tomó por el brazo y le adentró en las fauces de la noche. A sus espaldas abandonaron a los pastores del Señor, que se habían detenido en el umbral de la puerta, como si el exterior estuviera colmado de demonios, para así fundirse con la oscuridad, apenas interrumpida por el oscilar se las farolas.

La pareja de jóvenes se escurrió por las estrechas callejuelas hacia el sitio que mejor les conocía, alejado de las infinitas cúpulas y santos dolientes, donde los pecadores se regocijaban en su miseria pero alardeaban de su autenticidad, evadiendo hipócritas sonrisas y atroces cánticos. En una noche tan prolongada, eran los fugitivos, un par de insomnes.


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