Te estaba esperando (priv)

Abrir los ojos y mirar el horrible techo del piso que alquilaba no era la mejor manera de empezar el día, ella resoplo y se tapo con las cobijas una vez mas. Bien, admitía que para lo que pagaba por el deprimente lugar estaba demasiado bien, no tenia muchas cosas que ni falta hacia ya que pasaba muy pocas horas en el lugar. Con una patada hecho las cobijas y se dispuso perezosamente a vagar por un momento en el piso que no tenía mas de 40 metros cuadrados. Del mini frigorífico saco descuidadamente un bote de leche y al dar un sorbo escupió sin modales algunos y limpiándose con la manga de la enorme playera que usaba de camino, miro la caducidad. Sus ojos se volvieron pequeños y en su cara se plasmó la ironía pura y dura –Mierda –Asqueada miro lo que había y evitando mas sorpresas desagradables tomo una bolsa negra y tiro todo lo que había dentro, junto con las envolturas de dulces, comida rápida, un plato desechable con cereal de hace días en la mesa y toda la basura de los botes que se encontró.

Dos horas después, había barrido y recoger el lugar dejando las pocas cosas que tenía más ordenadas. Estaba lista su mochila llena de uniformes de paramédico y la poca ropa casual que usaba los fines de semana listas para llevar a la lavandería, se encontraba junto a las dos bolsas negras bien cerradas que debía bajar. Bañada y vestida con un short, una blusa sin mangas y con el cabello suelto tomo la mochila y las bolsas abriendo la puerta –Que comience el sufrimiento –suspiro saliendo de su piso.

Dejo la basura en el contendedor y mientras se dirigía a la lavandería pensó que aquel día se merecía algo digno de comer, variar a su acostumbrada dieta de comida rápida o congelada. Tal vez iría a ese restaurante de comida italiana, podría llamar a Sin, o a alguno de sus hermanos solteros o simplemente conocer a alguien nuevo. La tarde prometía para mucho.

No fue difícil percatarse de la entrada de la señorita al cuarto. Poco tiempo después de que llegara, comenzó a tomar como costumbre el meterse en mi habitación y despertarme cuando acabase de ponerse el sol. Ya se habían perdido aquellos viejas emociones que nos impedía tener la confianza que ahora manteníamos. Ya se había roto la distancia, tanto física como emocional, y ahora Lillie podía entrar en mi cuarto y tirarse a la cama para despertarme, como una niña pequeña.

No había pasado demasiado tiempo desde que propuse a aquella joven que se viniera a vivir a mi lado, movido por la situación de la chica. Me pregunté como irían la cosa en lo que ahora era su antiguo hogar. En más de una ocasión me vi tentado a visitarlo, a observar cuidadosamente como proseguía la historia de aquella familia; pero por una cosa u otra nunca llegué a hacerlo. Se trata de un plan aún presente.
La primera noche de "su nueva vida", como ella solía llamarlo, había sido básicamente lecturas de Shakespeare a la luz de las velas en la planta baja. Lecturas y actuaciones, pues habíamos acabado interpretando a los propios personajes de "Sueño de una noche de verano".

Aquella noche en particular la joven entró con gran estruendo, abriendo completamente la puerta para después correr hasta donde yo estaba. El sonido me chocó en los oídos y en la cabeza con fuerza, como una mañana después de una dura juerga. Se subió en la misma cama para moverme lentamente, a lo que respondí con un suave murmuro que ni yo llegaba a comprender del todo. Desperté realmente cuando se acercó demasiado a mi, más de lo que debía siendo la niña inocente que es. Su piel olía a jabón, aquella blanca y suave piel, por lo que supuse que se había bañado hacia nada.
Me senté en la cama de una forma algo brusca quizá, de forma tan torpe que me pareció demasiado humana para mi. Al levantarme, hice que la joven se alejara un poco mientras se reía.

-Podremos leer, pero antes debo estar más o menos presentable y arreglar un par de cuantas cosas. - Debía empezar a comprender que, aunque mucho me gustaría, no podía tener todo el tiempo para ella. Primero tendría que prepararme, salir de la casa por unos momentos y al volver, tal vez, pudiera leer con ella algún otro libro de la estantería. -Ahora, si no os importa -Señalé amablemente a la puerta. La noche anterior me había quedado dormido con las ropas que había utilizado y no entraban en mis planes con ella delante.

¿Por qué cuando la sed aventuraba en mi garganta, la noche tardaba en caer? Estaba rasgando las paredes de aquel oscuro armario, donde había pasado la noche, en un hotel a las afueras de París. Me moría, metafóricamente, de sed, la quemazón en mi garganta ardía por momentos, y aún podía sentir que el sol iluminaba desde el poniente, con sus tenues rayos, y por esa razón no me atrevía a salir. Paulo había dicho muy bien que lo mejor era esperar a una oscuridad antes de salir a cazar, y eso era lo que yo hacía allí metida, esperar, esperar y esperar... ¡¿Hasta cuando iba a esperar?! Maldita sea, odiaba esperar.
Las horas habían trascurrido lentas y paulatinamente, pero el sol por fin se había puesto, y la única luz que iluminaba en la habitación, era la de la lámpara que había encendido. Me adelanté a asearme y vestirme antes de la llegada de él, pues habíamos quedado a puertas de aquel hotel para ir en busca de víctimas con quienes saciar nuestra sed, pero si no nos dábamos prisa, me comería hasta una rata allí mismo, pues no aguantaba más la sed que me atosigaba.
vestí las enaguas, y bajo éstas las medias de lino blanca, que hacían conjunto con mi vestido de escaso largor, como la mayoría de mis prendas de vestir, pues estaba ya muy acostumbrada a los tutús de bailarina, y los largos vestidos de señorita refinada ya no iban conmigo. Calcé también mis zapatos de charol negro y recogiéndome el pelo en un simple moño, cogí mi capa roja y me dirigí a la entrada del hotel, pues por algún lugar me esperaría aquel a quien llamaba maestro y el cual me enseñaría mi primera lección del día.
Al pasar frente a un espejo, antes de salir fuera del hotel, me vi con aquella capa de terciopelo rojo, y sonríe un tanto divertida; pues a mi cabeza vino la historia de Perrault, y me imaginé a mi misma en busca de algún desconocido con quien saciar mi sed, a modo de un cuento infantil, como el de Caperucita roja. Mi imaginación voló tanto que al verle a los pies de las escaleras de la entrada de aquel hotel, lo vi más bien como el lobo feroz que me invitaría a alimentarme de la carne y sangre, pertenecientes a una pobre anciana a la que acaba de descuartizar, solo que al final de aquel cuento no habría ningún leñador que abriera la barriga al lobo para meterle piedras y así poder salvar a la pobre abuelita y a la indefensa Caperucita...
Agité la cabeza cerrando los ojos, para despertar de aquella imaginación absurda, y posterior mente clavé la mirada en ojos del hombre, sonriendo levemente.
-Lista para la primera lección de la noche... ¿donde vamos?- Me acerqué un par de pasos a él, tras mi frase a modo de saludo, mientras ladeaba levemente la cabeza para observarlo desde mejor ángulo, y así escucharlo para poder acatar sus órdenes nada más fueran dadas.

Por supuesto, asistiría tuviese que acompañarla o no. ¿Y por qué no hacerlo? Después de todo era una chiquilla impresionante, con grandes dotes y una particularidad en la elegancia así como en lo refinado que heredó de su madre.
Pocas veces la había visto hace unos años, seguro que no se acordaría de mí, así como seguramente yo me sorprendería al ver lo tanto que ha crecido.

Y así fue, entre la elegancia, aristocracia, finos vestidos y elegantes joyas que el exquisito ambiente de la alta jerarquía, la alta burguesía sopesaba en el salón. Podía sentir como llegaba una dulce brisa, una que me daba la inquebrantable sensación de seguridad en forma de un delicado perfume de jazmín. Tomé una copa de vino entre toda la elegante multitud del salón mientras esperaba a mi joven y delicada pareja.
Algunos se detuvieron a hablar conmigo, preguntando lo mismo de siempre. "¿Cómo va la empresa?" Solía evitar la pregunta y responder con algo más interesante, pero ésta vez no lo hice, simplemente me separé de ellos con prudencia.

Había visto mi pareja, una muy crecida Anastasia con su impecable vestido, con su resumante elegancia, con su exquisito rostro aniñado tal como un inmaculado ángel cuya aureola había sido perdida en campos terrenales y sus alas, desplumadas, dejándola como un ser divino perdido en la Tierra, alejado de la mano de Dios.

- Mademoiselle, nunca pensé que habría crecido tanto en tan poco tiempo.- dije a medida que me acercaba, tomando su mano con la delicadeza que se merecía y haciendo una leve y perfecta reverencia inclinando el torso de tal forma que mostrase respeto ante su figura para volver a incorporarme como la etiqueta lo exigía-. Tal vez no me recuerdes, hace mucho tiempo nos topamos y hablamos, pero no le culpare por ello. ¡Ni más faltaba!

Sonreí, agudizando la mirada en su rostro. Tenía un gran parecido a su madre, como hija que se le respetase.

Me quedé mrando al chico a los ojos cuando me contestó con su voz melodiosa

-Discúlpeme usted señorita, no me ha dado tiempo a apartarme de su camino, siento mucho lo ocurrido- Y ahí estaba…una preciosa joven que salió de la oscuridad y acabo en la boca del lobo….Sonreía lo qi dijo y le miré a sus magnificos ojos negros los cuales brillabaoscurn en la noche opscura de la luna llena

Disculpame usted no estaba mirando el camino , lo siento -Dije mirando al suelo m, mientras tomaba una bocanada de aire con suma tranquilidad pues nunca había corrido antes en toda mi vida y menos para protegerme de los barabaros de los piratas , lo único era que ahora no sabía si aquel señor era un pirata o que , aunque se le veía un chico joven agradable de aspecto seductor y muy galan lo que me hizo acordarme de que los piratas no seran asi

vos soys muy amable...-Comenté mirandole a los ojos pues podía haber dicho algo sobre que había una chica robando y se hubieran tirado todos a por mi ,mientras pensaba empeze a caminar esperando que me siguiera por las calles del paseo maritimo .Mientras caminaba de un lado a otro mi pelo rubio se movía por mi espalda al son que mas le gustase puesto que al caminar de esa forma tan peculiar mia hacia que mi pelo se moviese on movimientos graciosos , cuando me dí la vuelta miré al chico y le sonreí de forma agrable

¿como se llama?-Pregunté mientrs mis ojos de color mar se fijaban en los barcos que flotaban ante la mar

Sonreí. ¿A quién? A nadie, a mí mismo quizás. O a la brisa que perezosa se animaba a corretear por el vacío que la naturaleza dejaba en su conjunto. El paisaje era tan hermoso y la vez tan frágil… ¿No habíais venido a vagar por estas tierras para desconectar? Sí, ¿por qué lo cuestionáis? Porque sólo veo que buscáis similitudes con las que no dejáis de atormentaros… Lo sé, es que el cansancio no me permite concentrarme. ¿Volvemos al uno? Sí… Tuve que ponerme de pie, estirar un poco ese cuerpo que se había acostumbrado a esa efímera falta de movimiento, y respirar hondo, muy hondo. Y como las “malas” costumbres nunca se marchan, la mía actuó por inercia propia, fue un acto reflejo más bien. Mi mano, inocente de ella, rebuscó en aquel viejo bolsillo desconsolado (tal como había sido enseñada) la moneda que días antes había “perdido”. Curioso que, incluso a sabiendas de que su posesión había sido cedida voluntariamente, alguna parte indistinta de mí no se hacía a la idea de su “pérdida”. ¿Por qué se la entregasteis a la joven? Para evitar su arduo recuerdo, para que entienda una parte de mí, para que comprenda que… ¿Sí? Olvidadlo, prefiero que la tenga ella. ¿Esperáis que sea devuelta? No, no lo sé, no quiero pensar en ello ahora… Ah, es más divertido apalear las piedras de nuestro camino, ¿verdad? Algo más reconfortante sí que es… ¿Puedo pasar ya al dos? Ajá. Bien… Con otra pequeña piedra me hice, de ésas que pasaban casi sin atención bajo nuestros zapatos, y no jugué a lanzarla con mi pie, sino con mi mano. Directa al horizonte, no muy lejos, pero sí con intenciones de corromperla frente a la "frondosidad" de troncos y troncos, y más troncos, desplegados a nuestro favor, claro que… No, no estaba yo muy apropiado esa mañana, pues, el ruido que turbó la paz del aquel santuario improvisado me hizo pensar que a algo sí que le había acertado.

-¿Bo-bonjour? – pronuncié al vacío, esperando obtener respuesta alguna de mi blanco admitido, temiendo que mi contrario no fuera muy “amigo”, y que no estuviese equivocado y a alguien hubiese “dañado”…

En unos quince minutos escasos el vampiro ya se encontraba cruzando las puertas de su burdel favorito y cómo no dedicando sonrisas a cada uno de las chicas que conocía de sus reuniones de trabajo en ese mismo local, después de todo era más fácil convencer a la gente cuando estaba borracha y concentrada en mejores vistas. Siempre se preguntaba que llevaba a las chicas de allí a trabajar en lo que trabajaban.¿Falta de dinero? ¿Curiosidad? ¿Morbo? Él se acariciaba la barbilla mientras pensaba en ello con detenimiento, después de todo quién mejor que un ex-mafioso para conocer lo vida que era la vida y los distintos caminos que ésta nos guardaba para ponerlos al límite de nuestra propia existencia, corriendo riesgos y dejándonos llevar por nuestro corazones, incluso quizás echándole un pulso a la vida. Una vez lo sacó de sus ideas y pequeños viajes al pasado. Al alzar la vista Martin se encontró con una joven que no parecía alcanzar ni los 22. — Tu DNI — Dijo con una pequeña sonrisa a la vez que la miraba de arriba abajo. En California estaba prohibido la consumición de alcohol si no tenías los 21. ¿En serio esta chica los tenía? — Ponme un Martini con limón si eres tan amable — Dijo con un suspiro. La había visto veces anteriores, siempre con una sonrisa de cara al cliente y de espaldas maldiciendo sin parar, estaba claro que no le gustaba ese trabajo, no se sentía cómoda y se odiaba a sí misma por gustarle a los clientes, o al menos ser confortable al tacto.

Por más que le hubiera gustado disfrutar de la compañía de la morena en una habitación de hotel ambos tumbados en la cama, al ver la contestación que le dio supo que eso no iba a suceder. O al menos, que le iba a costar más que una copa. Era raro, porque estaba acostumbrado a tenerlas siempre tras su espalda, esperando aprovechar la oportunidad. Le hacía gracia porque muchas, que sabían lo cabrón que podía llegar a ser a veces, tenían la esperanza de ser ellas mismas la que lo cambiaran por amor. Amor, menuda palabra tan burda y estúpida. Así que la señorita se había casado, y por lo que pudo intuir, ya no lo estaba. No fueron sus palabras las que le dijeron esto, también influyó el hecho de no ver ningún anillo en sus dedos. Estaba libre... Y lo que dijo después hizo que entrecerrase los ojos para verla mejor. ¿De qué la tenía que recordar? Tal vez ya se la había tirado. Odiaba a ese tipo de chicas, porque en la vida había dos: con las que se había acostado, y con las que todavía no lo había hecho. — ¿Debería reconocerte? — Preguntó sin importancia, aunque por dentro el moreno estaba intrigado. Pocas cosas despertaban su curiosidad, pero estaba claro que eso había sido una de ellas. Como si supusiera un reto para él, y a él los retos le gustaban porque el sentimiento de victoria era indescriptible, y sabía que ganaría. Siempre lo hacía.