AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Stranger in a Strange Land → Privado
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Stranger in a Strange Land → Privado
“But there is nothing so cruel in this world as the desolation of having nothing to hope for.”
― Haruki Murakami, The Wind-Up Bird Chronicle
― Haruki Murakami, The Wind-Up Bird Chronicle
Las noches resultaban lo más difícil cuando no se espera, ni se quiere nada. Thierry se sentaba frente a su escritorio a leer, a escribir o a tratar de resolver teoremas que ningún matemático ha podido resolver. El sueño solía llegar en la madrugada, abrazándolo con manos heladas y besándolo con labios secos, para luego marcharse un par de horas después, si es que acaso venía. No siempre lo hacía, y él nunca lo esperaba. No perdía la calma, hace mucho que se había desecho de esas ataduras, simplemente continuaba.
Sus noches en vela eran su bastión. Su castillo. Su sepulcro. Eran su lugar seguro, casi sagradas como una misa de gallo. Pero esa en especial, parecía estar condenada. El fracaso, le parecía, era la condición natural del hombre, nada nuevo de lo cual sorprenderse y sólo los necios se aferran al triunfo, aún así, su rutina era su triunfo y su fracaso, que alguien o algo viniera a interrumpirla se sentía como una afrenta. ¿A quién iba a culpar cuando se trataba de la suerte? Cuando ni siquiera creía en ella. El frasco de tinta se derramó sobre sus anotaciones, tomó el papel y lo arrugó para luego arrojarlo a la chimenea que ardía.
En un perchero de la esquina descansaba una gabardina negra, misma que tomó y se puso, para luego salir de la casa. Usualmente sus insomnios los pasaban recluido, de todos modos no le gustaba mucho la gente, pero la frustración de la velada lo orilló a ello. Encendió un cigarrillo y se echó a andar. Consultó en un reloj de faltriquera la hora, y no era tan tarde como pensaba, a veces perdía la noción del tiempo.
Vagó unos minutos, hasta que unos borrachos quisieron increparlo y prefirió ignorarlos, teniendo que tomar un camino distinto que, sin planearlo, lo condujo al burdel. Miró el lugar como si se tratara de un sitio venido de otro mundo, de otra realidad. Thierry era un solitario, pero tenía necesidades, no era indiferente ante el oficio de la prostitución, sin embargo, prefería que las chicas fueran a su hogar. No obstante, en ese momento, ingresó. Tan pronto puso un pie, una mujer ya entrada en años y con exagerado maquillaje le preguntó que qué buscaba y al no saber responder, la madame le dijo algo sobre que tenía algo perfecto para él. Lo condujo a una habitación y ahí lo dejó.
No supo ni qué demonios había sucedido. Todo había sido muy rápido. Sin embargo, no hizo amago alguno de querer irse, se quedó muy quieto, senado al filo de la cama que rechinaba a cada mínimo movimiento. Aguardó. Tal vez todo eso había sucedido por una razón, aunque no creía en esas cosas. Volvió a consultar su reloj de oro y granate. Fue cuando escuchó que se abría nuevamente la puerta. Alzó el rostro y vio ingresar a lo que no pudo calificar de otro modo, más que como una niña. Supuso que sería alguna ayudante. Se puso de pie.
—¿Sabes si tardarán más en enviarme a alguien? —Preguntó con el reloj aún en la mano, como símbolo de tiempo, un báculo que indicaba su prisa. Al fin guardó el artefacto en el interior de su saco y con esos ojos color agua, miró a la chiquilla, que era en verdad joven, y muy bonita. Se preguntó sobre las desgracias de su vida, pero Thierry jamás había sido el más interesado en el sufrimiento ajeno. Todos estaban donde debían, incluso esa mocosa.
Se acercó a ella, no demasiado, y se detuvo a un par de pasos. La ingenuidad jamás le había ido bien, pero en esa ocasión, tardó más de lo que debía en darse cuenta de lo que estaba pasando. La estudió un segundo y al siguiente ya lo tenía claro. Alzó las cejas y dio un paso hacia atrás.
—No… —sonrió con la malicia de un diablo—, esto debe ser una broma, ¡eres una niña!
Última edición por Thierry Debussy el Miér Nov 02, 2016 6:31 pm, editado 1 vez
Thierry Debussy- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 31
Fecha de inscripción : 04/08/2016
Localización : París
Re: Stranger in a Strange Land → Privado
"The tragedy of this world is that no one is happy, whether stuck in a time of pain or of joy."
Alan Lightman
Alan Lightman
Sí, sin dudas era una niña. ¿Pero había algo de malo en ello? Lorna, si bien llevaba adelante una profesión de moral cuestionable, seguía sintiéndose, en muchos aspectos, en su infancia. No era una muchacha amargada, como muchas de sus compañeras. Disfrutaba de jugar con sus hermanos, de peinar las pocas muñecas que había heredado de algún rico que las tiraba al basural o las donaba a la caridad. También le gustaba ayudar a su madre a cocinar: era su momento favorito. Admiraba a esa mujer que, con tan poco, se las ingeniaba para que toda la familia se alimentase en igual medida. La muchacha había notado que, en más de una ocasión, le servían un poco más a ella, quizá arrastrados por la culpa de someterla a la prostitución y aprovecharse de sus ganancias. Lorna no decía nada, porque sabía que, cualquier comentario, calaría hondo en el alma de sus padres. Prefería callar, como en la mayoría de las ocasiones.
Ese día, había sido especialmente gris. Su carácter afable y dulce, se veía aguijoneado por la preocupación. Keith y Maisie, sus hermanos menores, estaban afiebrados hacía días y no había poder de Dios con el cual sanarlos. Al mayor, habían comenzado a salirle unas machitas rojas que le provocaban comezón. No había un instante en el que pudiera abstraerse de su mundo y volver a ese pequeño burdel; los olores le revolvían el estómago, la poca luz la irritaba y la música le provocaba dolor de cabeza. Atender a su primer cliente, le pareció tortuoso. Un anciano decrépito, con el cual tuvo que hacer milagros para que, finalmente, se quedase dormido con ella debajo. Se higienizó entre lágrimas y lamentos, pensando en las caritas pálidas de sus adorados hermanos. No podía irse, necesitaba el dinero de esa noche para un médico decente. Al tiempo que colocaba horquillas en su cabello abundante, le informaron que debía volver al trabajo.
Ante los comentarios del caballero, alzó una ceja y no pudo disimular la mueca de fastidio. Ella, que sonreía a todos, que inspiraba ternura hasta en las más competitivas rameras, se mostraba humana: sí, humana, porque era imposible que una persona se encontrase siempre de buen humor. Había elegido un pésimo momento para dar a conocer su naturaleza, para que el famoso carácter escocés floreciese. Le habían remarcado, una y otra vez, que su trato para con los clientes debía ser bueno, no importase lo que éstos le pidiese. Claro que, nunca le había ocurrido que la confundiesen con alguien del servicio. Llevaba la bata desprendida, mostrando el corsé rojo con puntillas negras, las piernas cubiertas con medias de ésta misma tonalidad, y no tenía una gota de maquillaje. Se ajustó la prenda superior, visiblemente incómoda por la confusión del caballero. Pero no hizo aclaración alguna, que se diera cuenta sólo. No tardó demasiado en hacerlo, aunque hubo algo en su sonrisa que a Lorna le erizó la piel; aunque no supo si fue porque era demasiado atractivo o por la maldad que inspiraban sus gestos.
—Tengo diecisiete años —aclaró, en su lamentable francés. —Si lo desea, puedo pedir que venga otra de mis compañeras —continuaba hablando, seguramente conjugando mal los verbos y acentuando a más no poder la dureza de su idioma natal. Hizo un paso hacia atrás, primero por orgullo, y segundo porque se sentía incapaz de continuar bajo el escrutinio de aquellos ojos. Jamás, a lo largo de su vida, había sentido el peso de una mirada tan profunda, tan poderosa. Se abrazó a sí misma, y encogió los hombros de manera inconsciente. Había oscuridad en aquel hombre y, al mismo tiempo, Lorna sintió una honda tristeza. Vio soledad y también rencor, un rencor acumulado en su ser. La muchacha detestaba aquella veta humanitaria que la arrojaba a querer solucionar los problemas del mundo, cuando no podía ni siquiera con los propios. Pero no importaba. Deseó que el caballero no pidiese por otra; había decretado que quería ayudarlo a sanar.
Ese día, había sido especialmente gris. Su carácter afable y dulce, se veía aguijoneado por la preocupación. Keith y Maisie, sus hermanos menores, estaban afiebrados hacía días y no había poder de Dios con el cual sanarlos. Al mayor, habían comenzado a salirle unas machitas rojas que le provocaban comezón. No había un instante en el que pudiera abstraerse de su mundo y volver a ese pequeño burdel; los olores le revolvían el estómago, la poca luz la irritaba y la música le provocaba dolor de cabeza. Atender a su primer cliente, le pareció tortuoso. Un anciano decrépito, con el cual tuvo que hacer milagros para que, finalmente, se quedase dormido con ella debajo. Se higienizó entre lágrimas y lamentos, pensando en las caritas pálidas de sus adorados hermanos. No podía irse, necesitaba el dinero de esa noche para un médico decente. Al tiempo que colocaba horquillas en su cabello abundante, le informaron que debía volver al trabajo.
Ante los comentarios del caballero, alzó una ceja y no pudo disimular la mueca de fastidio. Ella, que sonreía a todos, que inspiraba ternura hasta en las más competitivas rameras, se mostraba humana: sí, humana, porque era imposible que una persona se encontrase siempre de buen humor. Había elegido un pésimo momento para dar a conocer su naturaleza, para que el famoso carácter escocés floreciese. Le habían remarcado, una y otra vez, que su trato para con los clientes debía ser bueno, no importase lo que éstos le pidiese. Claro que, nunca le había ocurrido que la confundiesen con alguien del servicio. Llevaba la bata desprendida, mostrando el corsé rojo con puntillas negras, las piernas cubiertas con medias de ésta misma tonalidad, y no tenía una gota de maquillaje. Se ajustó la prenda superior, visiblemente incómoda por la confusión del caballero. Pero no hizo aclaración alguna, que se diera cuenta sólo. No tardó demasiado en hacerlo, aunque hubo algo en su sonrisa que a Lorna le erizó la piel; aunque no supo si fue porque era demasiado atractivo o por la maldad que inspiraban sus gestos.
—Tengo diecisiete años —aclaró, en su lamentable francés. —Si lo desea, puedo pedir que venga otra de mis compañeras —continuaba hablando, seguramente conjugando mal los verbos y acentuando a más no poder la dureza de su idioma natal. Hizo un paso hacia atrás, primero por orgullo, y segundo porque se sentía incapaz de continuar bajo el escrutinio de aquellos ojos. Jamás, a lo largo de su vida, había sentido el peso de una mirada tan profunda, tan poderosa. Se abrazó a sí misma, y encogió los hombros de manera inconsciente. Había oscuridad en aquel hombre y, al mismo tiempo, Lorna sintió una honda tristeza. Vio soledad y también rencor, un rencor acumulado en su ser. La muchacha detestaba aquella veta humanitaria que la arrojaba a querer solucionar los problemas del mundo, cuando no podía ni siquiera con los propios. Pero no importaba. Deseó que el caballero no pidiese por otra; había decretado que quería ayudarlo a sanar.
Lorna Mackintosh- Prostituta Clase Baja
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Fecha de inscripción : 26/07/2016
Re: Stranger in a Strange Land → Privado
“I wish I could show you my broken heart as an answer of every question your eyes ask me.”
Por un segundo que se prolongó eterno, Thierry clavó la mirada en la chica, incluso dejando de lado la sorpresa que en un inicio lo embargó. Tampoco había deseo, aunque estaba concentrado en la figura menuda de la meretriz. Lo que existí en su gesto era duda, pero no esa que te hace titubear o temer, sino una que provoca que con tal de demostrar su punto, sería capaz de cualquier cosa y es que lucía de ese modo como un monarca cruel, que somete a su injusto escrutinio a todos, y en esa ocasión, era ella su víctima en turno.
Al escuchar a la joven, con un francés tan malo que daba pena, parpadeó como si regresara de un largo viaje, sin haber dejado la habitación. La sonrisa que de a poco se había desvanecido, apareció de nuevo con inusual rapidez. Era un ademán afilado, inteligente. Se movió lento y medido, terminando de acercarse para quedar frente a ella. Así, comparada con su propio cuerpo, le pareció más pequeña aún. De ser otra persona, se habría preocupado, tenía sólo diecisiete años, no era francesa y estaba trabajando ahí. ¿La estaban obligando? ¿Alguien la explotaba? El pensamiento cruzó por su cabeza, pero Thierry no era un justiciero, ni le interesaba. Las cosas y personas estaban en el lugar que debían estarlo.
Y cuando ella se abrazó a sí misma, rejuveneció aún más. Ese acto le confirmó de hecho, lo niña que era. Sabía que era un hombre que intimidaba, y ahí estaba la prueba.
—¿De dónde eres? —Alzó el mentón y la miró con desdén manifiesto—. Es obvio que no eres francesa. Ni siquiera dominas el idioma —entornó la mirada, sonó burlón y así, de ese modo, lució como un animal predador al que no se le escapa ninguna captura. Uno de sus fuertes eran los idiomas, podía comunicarse con ella en el natal, si averiguaba cuál era. Por el acento adivinó que sería de las islas británicas, la complexión se lo daba a entender así también.
Con brusquedad estiró una mano y tomó por el mentón a la joven. La estudió como si lo hiciera con una cabeza de ganado. Había algo deshumanizador en su mirada. Las personas para Thierry eran conceptos, objetos. Y es que de ese modo le resultaba más fácil desenvolverse, desnudando de su identidad a la gente, poniéndolos a todos al mismo novel, emperadores y prostitutas, como la chica, por igual.
—Estás aquí, y sin embargo, no te han corrompido —no era una pregunta. Aseveró meridiano, aunque sonó sorprendido también. La vio directo a los ojos. Eran hermosos y claros, pero más allá, también conservaban algo que debió perder hace mucho, y que él mismo no poseía, ni apreciaba. Decir que era inocencia era quedarse cortos, era algo mucho más grande e importante—. No, no quiero a otra. Tú estarás bien —la soltó con la misma tosquedad con la que la había agarrado. Sus planes esa noche habían cambiado. Un suceso mínimo, como ese encuentro, en un efecto de bola de nieve, replanteaba lo que quería.
Le dio la espalda y se quitó el saco, quedando solamente con la camisa blanca, inmaculada como el velo de una novia. Se remangó también y se giró de nuevo. No parecía con ganas de revolcarse en la cama con ella, pero tampoco quedaban claras sus intenciones.
—Dime, chiquilla, hace cuánto que trabajas aquí —preguntó aún acomodándose las mangas. Thierry no era altruista, ni le interesaba en absoluto ayudar a nadie. Lo que sí era, era un buscado de la verdad que no descansa hasta obtenerla. Y al volver a verla así, con esa ropa que podía resultar sensual pero que en ella lucía como una investidura a su injusticia, lamentó sus escrúpulos y su curiosidad. Sin duda hubiera sido agradable consumar por lo que había pagado.
Thierry Debussy- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 04/08/2016
Localización : París
Re: Stranger in a Strange Land → Privado
Durante el tiempo que llevaba prostituyéndose, había pasado por ocasiones extrañas, inusuales, algunas, incluso, habían resultado traumáticas. Había desarrollado una amplia capacidad de adaptación, sin embargo, esa noche era la más extraña de toda su vida. No entendía bien a qué apuntaba su cliente –si era que podía catalogarlo de aquella manera-, y tampoco comprendía demasiado lo que decía. Le hubiera gustado atreverse a pedirle que hablara más lento, así lograba captar el mensaje, pero le temía a la desaprobación que irradiaba su mirada, y la cubría con un manto feroz. Por algún extraño motivo, sentía que estaba siendo evaluada y eso la incomodaba.
—Inverness —respondió, escueta. Sí había conseguido entender aquella pregunta. Nadie le consultaba jamás, porque no era de la clase de mujer a la que buscaran para hablar; nunca se interesaban demasiado en ella, eran muy pocos los que reparaban en que era un ser humano. A pesar de que podía sentirse halagada, nada en la actitud del caballero le decía que hubiera un real interés en ella. Más bien, podía verse a sí misma como un objeto que merece un instante de observación para, posteriormente, ser descartado. Quizá estaba pensando si pedía el servicio de otra de las muchachas.
De lo que dijo a continuación, no fue capaz de interpretar ni una sola frase. Sólo se sometió con mutismo al momento de contemplación y, una vez que la soltó, Lorna giró el rostro. ¿Qué clase de hombre era ese? Comenzaba a arrepentirse de su decisión de quedarse allí. Cualquier prostituta podría cumplir con las bajas expectativas que parecía tener el extraño. ¿No había ido allí, simplemente, a fornicar? Si quería conversar, había otras jóvenes cultas, algunas hasta habían pertenecido a una buena familia, y seguramente, lo entretendrían mucho más que ella, una analfabeta que, a duras penas, podía intercambiar alguna que otra palabra en francés.
Cuando él comenzó a desvestirse, Lorna hizo lo propio. Dejó caer la bata, segura de que, finalmente, harían lo que le correspondía a cada uno por su posición. Una vez que el hombre se detuvo, se sintió una completa estúpida por haber deshecho los cordones del corsé. Nuevamente, se abrazó a sí misma, incapaz de permitir que la prenda cayese y dejase expuestos sus pechos. Habían sido incontables los que la había visto desnuda, los que la habían tocado, pero la humillaba la posición de indefensión en la que se veía, frente a alguien al que no era capaz de descifrar. ¿Por qué hacía todo tan difícil?
—Hace dos años —respondió, con la misma dificultad que anteriormente. No podía verlo directo a los ojos, así que su mirada se desvió, una y otra vez, hacia los diversos rincones de la habitación, por demás conocida. Estudió con demasiado detenimiento nimios detalles, insignificantes y de mal gusto, carentes de cualquier elegancia.
Lorna comenzaba a impacientarse. Estaba haciéndole perder su tiempo, que era valioso y le costaba dinero. Pensó en que, finalmente, el hombre se retiraría sin haberle tocado un mísero cabello y pediría la retribución de su inversión, por no haber logrado saciarse. No sería extraño, tampoco sería la primera vez. Le urgía el pago, por lo que permitió que el corsé se deslizase hasta el suelo. Se acercó a él, sin sensualidad, pero no se atrevió a tocarlo.
—Usted ha pagado por algo. Si quiere conversar, no soy la indicada. Dígame qué quiere y lo haré —continuaba humillándose, pronunciando de forma insultante, un idioma tan delicado como el francés. Era una completa ignorante, y nunca había tenido vergüenza de ello hasta ese momento. Las ansias de descubrir más de él, habían desaparecido con la misma facilidad con la que habían emergido. Lo único que quería era hacer su trabajo e irse de allí.
—Inverness —respondió, escueta. Sí había conseguido entender aquella pregunta. Nadie le consultaba jamás, porque no era de la clase de mujer a la que buscaran para hablar; nunca se interesaban demasiado en ella, eran muy pocos los que reparaban en que era un ser humano. A pesar de que podía sentirse halagada, nada en la actitud del caballero le decía que hubiera un real interés en ella. Más bien, podía verse a sí misma como un objeto que merece un instante de observación para, posteriormente, ser descartado. Quizá estaba pensando si pedía el servicio de otra de las muchachas.
De lo que dijo a continuación, no fue capaz de interpretar ni una sola frase. Sólo se sometió con mutismo al momento de contemplación y, una vez que la soltó, Lorna giró el rostro. ¿Qué clase de hombre era ese? Comenzaba a arrepentirse de su decisión de quedarse allí. Cualquier prostituta podría cumplir con las bajas expectativas que parecía tener el extraño. ¿No había ido allí, simplemente, a fornicar? Si quería conversar, había otras jóvenes cultas, algunas hasta habían pertenecido a una buena familia, y seguramente, lo entretendrían mucho más que ella, una analfabeta que, a duras penas, podía intercambiar alguna que otra palabra en francés.
Cuando él comenzó a desvestirse, Lorna hizo lo propio. Dejó caer la bata, segura de que, finalmente, harían lo que le correspondía a cada uno por su posición. Una vez que el hombre se detuvo, se sintió una completa estúpida por haber deshecho los cordones del corsé. Nuevamente, se abrazó a sí misma, incapaz de permitir que la prenda cayese y dejase expuestos sus pechos. Habían sido incontables los que la había visto desnuda, los que la habían tocado, pero la humillaba la posición de indefensión en la que se veía, frente a alguien al que no era capaz de descifrar. ¿Por qué hacía todo tan difícil?
—Hace dos años —respondió, con la misma dificultad que anteriormente. No podía verlo directo a los ojos, así que su mirada se desvió, una y otra vez, hacia los diversos rincones de la habitación, por demás conocida. Estudió con demasiado detenimiento nimios detalles, insignificantes y de mal gusto, carentes de cualquier elegancia.
Lorna comenzaba a impacientarse. Estaba haciéndole perder su tiempo, que era valioso y le costaba dinero. Pensó en que, finalmente, el hombre se retiraría sin haberle tocado un mísero cabello y pediría la retribución de su inversión, por no haber logrado saciarse. No sería extraño, tampoco sería la primera vez. Le urgía el pago, por lo que permitió que el corsé se deslizase hasta el suelo. Se acercó a él, sin sensualidad, pero no se atrevió a tocarlo.
—Usted ha pagado por algo. Si quiere conversar, no soy la indicada. Dígame qué quiere y lo haré —continuaba humillándose, pronunciando de forma insultante, un idioma tan delicado como el francés. Era una completa ignorante, y nunca había tenido vergüenza de ello hasta ese momento. Las ansias de descubrir más de él, habían desaparecido con la misma facilidad con la que habían emergido. Lo único que quería era hacer su trabajo e irse de allí.
Lorna Mackintosh- Prostituta Clase Baja
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Fecha de inscripción : 26/07/2016
Re: Stranger in a Strange Land → Privado
“Y él había suspirado entonces y ella le había dicho. Y él le había respondido, cómo respondemos cuando estamos pensando.”
― Ernesto Sabato, Sobre héroes y tumbas
― Ernesto Sabato, Sobre héroes y tumbas
Se quedó en el mismo sitio, aunque al girarse, notó que llevaba menos ropa y pudo ver la bata en el suelo. Incluso el corsé que quedaba algo grande y casi se le caía, causa que se lo había aflojado también. Respiró profundamente y luego arqueó una ceja.
—Ah, escocesa —dijo. Era una mera descripción, pero en su boca sonaba a un veredicto. Cada palabra y cada ademán que hacía Thierry parecía de ese modo, que estaba juzgando, calificando, midiendo y, de ser necesario, descartando—. ¿Te parece mejor si te hablo en inglés? ¿O sólo hablas escocés? —Preguntó, aún en francés, aunque inconscientemente pausó más el ritmo de sus palabras, para que le fuera más fácil a ella distinguirlas, Era obvio que comprendía lo más básico. Tampoco quiso hablar en inglés de inmediato, conocía a los escoceses y no quería herir orgullos inútiles. Para su desgracia, el escocés, galés e irlandés no entraban en la amplia lista de los idiomas que dominaba. No que no pudiera aprender alguno rápidamente, simplemente hasta entonces no los había encontrado útiles.
Asintió, apuntando mentalmente que, desde hace dos años, la gente iba a divertirse con ese pueril cuerpo que ni siquiera había terminado de desarrollarse. Fue a decirle algo, pero sin duda, que ella se descubriera frente a él no era algo que había previsto. No retiró la mirada, era un hombre que estaba mucho más allá de esa moralina barata. Al contrario, verla de ese modo le sirvió para estudiarla mejor. Delgada, posiblemente mal alimentada, marcas superficiales quizá del cliente previo a él, pero ninguna permanente que pudiera notar. También pudo percatarse que no había parido hijos todavía. Al menos, pensó.
—No digas tonterías —fue su única respuesta, rio por lo bajo y se estiró para alcanzar el saco que se había quitado—. Tápate —le ordenó.
—He pagado por algo, sí, pero resulta que me voy a quedar con algo mejor. ¿A a eso le temes? ¿Qué pida un reembolso? Eso debieron pensar antes de enviar a una niña. No lo haré, es más… —se rebuscó en los bolsillos del pantalón y de ellos extrajo varias monedas de oro que le extendió a la chica—. No sé cuánto te quiten de lo que nos cobran a hombres idiotas y solitarios como yo, pero esto ellos no van a poder tocarlo. Es tuyo completamente —casi sonó agradable, de no ser porque cada palabra que salía de su boca iba adornada con desdén.
—Quiero que me digas una cosa —ella había preguntado que quería él, bien, iba a complacerla—. ¿Acaso sabes leer y escribir? ¿No encontraste otro trabajo que no fuera este? ¿Qué sabes hacer aparte de vender tu cuerpo? —No disfrazó ninguna de sus preguntas, fue brutal y directo, y es que era un hecho, si buscabas consuelo, Thierry no era quien iba a dártelo.
Con la mirada oteó la habitación, sin ningún gusto en su decoración. No había armonía, era un objeto comprado en un bazar tras otro, sin orden y sin propósito. Encontró una silla y la jaló. Se sentó en ella, con el respaldo al frente, recargó los brazos ahí, y el rostro sobre ellos.
—Vamos niña, no tengo toda la noche.
Thierry Debussy- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 04/08/2016
Localización : París
Re: Stranger in a Strange Land → Privado
<<All charming people, I fancy, are spoiled. It is the secret of their attraction. >>
Oscar Wilde
Oscar Wilde
Había elegido un trabajo poco convencional, pero era la única herramienta que había encontrado en un momento desesperado. Nada había salido como en lo planeó, siquiera como lo habían planeado sus padres para ella y sus hermanos. En algún momento, Lorna creyó que la vida sería más agradable, que en Francia había un nuevo futuro, con esperanza y dignidad. Pero se había subido al barco que la convirtió en eso que era: una prostituta. Pensó que tanto su madre como su padre, se horrorizarían ante la verdad, pero no había sido así. Sabían que el dinero que la joven llevaba a su hogar, era demasiado valioso para desperdiciarlo por una falsa moral. En más de una ocasión, Caitriona le había curado una herida que algún cliente le había provocado; en esos momentos, Lorna veía la culpa en la mirada de su madre, pero ésta nada decía, por lo que, tras recibir los mínimos cuidados, continuaba con su vida normal. La muchacha solía preguntarse si estaba esperando que sus padres la rescatasen o si, en realidad, había naturalizado una vida completamente repudiable. Aquella disyuntiva que la acompañaba, crecía cada vez más y, en más de una ocasión, no le permitía dormir.
Con desconfianza, tomó el abrigo y se cubrió. El cliente, si es que así podía llamarse, tenía una forma especial de decir las cosas. Le hablaba como si fuera un insecto, pero ocultaba buenas intenciones. Lorna se llenó de curiosidad, nunca, nadie, en esos dos años, la había tratado como a un ser humano. De casualidad, alguno le preguntaba su nombre o su edad, pero nada más. Aquel caballero, parecía dispuesto a estudiarla como si se tratase de un experimento y, de pronto, la joven sintió la extraña sensación de aceptar eso, de someterse al escrutinio de alguien más entusiasmado en las intimidades de su vida, que en su cuerpo. Quizá era así con todas, quizá tenía alguna especie de fetiche en envolverla de aquella manera y luego tomarla por la fuerza. Por un momento, se sintió aterrada pero, de cierta forma, encontrarse cubierta con el saco la hacía sentir protegida, como nunca creyó que podía sentirse. Con una mano, rechazó el dinero, y negó con su cabeza. No se sintió ofendida, todo lo contrario. Simplemente, no podía aceptarlo, por mucho que lo necesitara.
—Usted habla demasiado para buscar matar su soledad con una puta —comentó en inglés, dando por sentado que ese idioma era su fuerte, y sin animosidad. Se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas, como cuando escuchaba algún cuento en la infancia. Al fin de cuentas, él le pedía que le cuente su historia. Lo observó desde su lugar y se sintió aún más pequeña, pero no le molestó. De pronto, pensó que podía desnudarle su pasado a aquel desconocido.
—No sé leer, tampoco escribir —dijo, finalmente, sin vergüenza. Claro que le hubiera gustado ser una muchacha cultivada, pero no había sido su suerte. —Como le dije, nací en Inverness. Mi familia es muy humilde, mi padre gastó todo el dinero en deudas. Vinimos a Francia en busca de una oportunidad para él, pero…en el barco —tragó con dificultad. Esa parte sí le daba cierto pudor. —El capitán me ofreció dinero por mi virginidad. ¿Qué ibas a hacer? Tengo hermanos pequeños, un padre repleto de vicios. Luego, ocurrió lo mismo con varios miembros de la tripulación, y ese dinero que junté, nos ayudó para instalarnos —en todo ese tiempo, no había quitado sus ojos de los del cliente. —No sé hacer demasiado, sólo cocinar, limpiar, y si trabajara de eso, no ganaría lo suficiente. No me quejo, he tenido más suerte que muchas chicas de aquí —se encogió de hombros. Sí, había naturalizado todo aquello.
—No me ha dicho su nombre —concluyó.
Con desconfianza, tomó el abrigo y se cubrió. El cliente, si es que así podía llamarse, tenía una forma especial de decir las cosas. Le hablaba como si fuera un insecto, pero ocultaba buenas intenciones. Lorna se llenó de curiosidad, nunca, nadie, en esos dos años, la había tratado como a un ser humano. De casualidad, alguno le preguntaba su nombre o su edad, pero nada más. Aquel caballero, parecía dispuesto a estudiarla como si se tratase de un experimento y, de pronto, la joven sintió la extraña sensación de aceptar eso, de someterse al escrutinio de alguien más entusiasmado en las intimidades de su vida, que en su cuerpo. Quizá era así con todas, quizá tenía alguna especie de fetiche en envolverla de aquella manera y luego tomarla por la fuerza. Por un momento, se sintió aterrada pero, de cierta forma, encontrarse cubierta con el saco la hacía sentir protegida, como nunca creyó que podía sentirse. Con una mano, rechazó el dinero, y negó con su cabeza. No se sintió ofendida, todo lo contrario. Simplemente, no podía aceptarlo, por mucho que lo necesitara.
—Usted habla demasiado para buscar matar su soledad con una puta —comentó en inglés, dando por sentado que ese idioma era su fuerte, y sin animosidad. Se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas, como cuando escuchaba algún cuento en la infancia. Al fin de cuentas, él le pedía que le cuente su historia. Lo observó desde su lugar y se sintió aún más pequeña, pero no le molestó. De pronto, pensó que podía desnudarle su pasado a aquel desconocido.
—No sé leer, tampoco escribir —dijo, finalmente, sin vergüenza. Claro que le hubiera gustado ser una muchacha cultivada, pero no había sido su suerte. —Como le dije, nací en Inverness. Mi familia es muy humilde, mi padre gastó todo el dinero en deudas. Vinimos a Francia en busca de una oportunidad para él, pero…en el barco —tragó con dificultad. Esa parte sí le daba cierto pudor. —El capitán me ofreció dinero por mi virginidad. ¿Qué ibas a hacer? Tengo hermanos pequeños, un padre repleto de vicios. Luego, ocurrió lo mismo con varios miembros de la tripulación, y ese dinero que junté, nos ayudó para instalarnos —en todo ese tiempo, no había quitado sus ojos de los del cliente. —No sé hacer demasiado, sólo cocinar, limpiar, y si trabajara de eso, no ganaría lo suficiente. No me quejo, he tenido más suerte que muchas chicas de aquí —se encogió de hombros. Sí, había naturalizado todo aquello.
—No me ha dicho su nombre —concluyó.
Lorna Mackintosh- Prostituta Clase Baja
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Re: Stranger in a Strange Land → Privado
“It ain't what they call you, it's what you answer to.”
― W.C. Fields
― W.C. Fields
Rio con ese dejo sombrío suyo que parecía no apartarse de él. Como una sombra o una maldición y sin refutar más, se encogió de hombros y guardó el dinero que le había ofrecido, apenas el cambio suelto en sus bolsillos, que sin embargo, amasaban una suma nada despreciable. Tampoco le iba a rogar, y no supo qué la condujo a negarse, si el orgullo, alguna regla interna del lugar o algo que escapaba a su entendimiento tan superficial de la muchacha. Thierry era hábil leyendo a las personas, por ello se había tornado cínico y cruel (aunque la veta de su desvergüenza siempre había estado latente); siempre esperaba lo peor de ellas, y siempre tenía la razón. No obstante, con la pequeña puta encontró un punto de inflexión. Vio que la vara con la que medía a todos, no servía con ella, y aún no podía decidir si eso le era grato o no. Ya tendría tiempo para descubrirlo, se dijo.
—Tú qué sabes. Quizá esto es todo lo que necesito. Hablar, sólo hablar. No me dirás que soy el primero tan patético como para sólo buscar compañía por una noche, sin necesidad de algo más… eh, no me respondas, prefiero no saber —una parte escrupulosa, aunque no cabal, no pudorosa, quiso no saber la verdad a su pregunta, porque la respuesta se le antojaba horripilante y ¿para qué la hacía poner en palabras tal atrocidad? Eso sí, apeló a la lástima, un arma que rara vez usaba, al llamarse patético. Aunque no negaba que podía llegar a serlo, la auto compasión jamás había sido su estilo.
La observó. De ese modo, con su saco, sentada en el suelo, le pareció todavía más una niña, algo tan inocente que era discordante al entorno. Thierry se sentía apabullado, aunque no lo demostrara, porque él era todo anarquía del alma y ella… ella era como algo intangible, como un poema, una canción o una idea. No demostró emoción alguna ante la breve historia, porque era un experto en ello, un actor consumado que media cada uno de sus movimientos a grados absurdos. No obstante, no pudo sentir repulsión, él no era autoridad moral alguna, oh no, todo lo contario, y aún así, se sintió sobrepasado. Al final, sólo soltó el aire contenido y con parsimonia, se puso de pie. Aunque sus movimientos eran lentos y marcados, de algún modo, no dejó que ella reaccionara.
Se acercó y se agachó. Tomó de la solapa el saco y del bolsillo interior extrajo cerillas y un cigarrillo. Con una habilidad envidiable, a pesar de la cercanía, sus dedos jamás tocaron a la joven. Regresó a su sitio y encendió el cigarro. Soltó el humo, haciendo que su rostro quedara oculto por unos segundos, y cuando éste se disipó, su rostro portaba una sonrisa filosa como guadaña.
—No, no te lo he dicho. Pero tú tampoco —respondió como si la desafiara. Dio una nueva calada a su cigarro—. Puedes llamarme Thierry, ese es mi nombre —omitió el apellido, aunque dudó que el Debussy le sonara de algo. Habló en inglés, como implícitamente ella lo había pedido al comenzar a usar esa lengua, sin embargo, marcó de un acento muy peculiar a su nombre, no sólo de gangoso francés, sino del mucho más golpeado occitano. Quizá la diferencia era mínima, pero en boca de Thierry, sonaba abismal.
—Entonces, resumiendo, tu familia sabe que haces esto, ¿no? —La crudeza de su semblante y de sus palabras se antojaba casi antinatural. ¿Cómo podía decir tales cosas con esa frialdad? Su discurso conllevaba una saña muy, muy especial—. Sabes hacer mucho más que muchas, aunque, no me mal interpretes, entiendo por qué elegiste este camino y no otro. No soy nadie para juzgarte —una nueva fumada al cigarro y se acomodó en su asiento—. Pero, ¿sabes? Si aprendieras a leer y escribir, podrías hacer mucho más —pausó de tal modo que pareció que ahí iba a terminar su discurso. Volvió a fumar y soltar el espeso humo por boca y nariz.
—¿No te interesa? Aprender, quiero decir. A hablar francés, a leer y escribir, francés e inglés, si quieres. Algo de modales. Eres bonita, cualquier casa clasemediera te aceptaría como dama, ellos no son muy exigentes —a pesar de la oferta, y hasta de los halagos, había tal displicencia en su voz, que sonaba a agravio.
Thierry Debussy- Hechicero Clase Alta
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Re: Stranger in a Strange Land → Privado
Lorna se sentía confundida. Poner en palabras su historia había sido darle forma a sus fantasmas. Nunca había expresado, cronológicamente, los hechos que la habían hecho pasar de ser una inocente niña escocesa, a una prostituta en un burdel de París. Era hasta tragicómico el vuelco abismal que había dado su vida. No se sentía cómoda con ello, y no entendió por qué. Desde hacía dos años que intentaba no pensar demasiado en sus días, veía su trabajo como lo que era: un fin para un bien mayor. Agradecía poder llevar la comida a su mesa, poder ayudar con las medicinas, pero ahora que había moldeado lo que le ocurría, sentía que había algo que no estaba bien, como si le hubieran robado una parte de sí misma pero no supiera cuál. Era, de cierta forma, desconcertante y algo perverso. No entendió por qué, de pronto, la invadió la tristeza.
Se sintió mal, además, por juzgar indebidamente a ese hombre, que si bien al hablar lo hacía con cinismo y desdén, no la hacía sentir inferior. Se había interesado, por algún extraño motivo, en su insignificante existencia. Era más de lo que sus propios padres habían hecho por ella. Lo miró fijamente cuando lo tuvo cerca, y por un instante, se le secó la boca y el corazón le dio un brinco. No supo a qué atribuirle una reacción semejante, y optó por hacer de cuenta que nada había ocurrido. Se encogió de hombros y lo observó prender el cigarrillo. El humo no llegó a ella, y lo agradeció, solía irritarle las vías respiratorias y le resultaba sumamente molesto y asqueroso. Era una de las pocas cosas a las que no había logrado acostumbrarse. Odiaba aquel hábito, que también tenía su padre, y que en más de una ocasión le había provocado abscesos de tos más que molestos.
—Mi nombre es Lorna —una suave sonrisa le suavizó la expresión. —Thierry —reprodujo, intentando imitar cómo él lo había pronunciado. —Es un nombre muy bonito —comentó, aún repitiéndolo en su cabeza. No quería que la tomara como una tonta por intentarlo en voz alta.
—Yo soy grande para aprender eso —respondió con simpleza, esa que tanto la caracterizaba. —Pero tengo hermanos pequeños, me gustaría que ellos pudieran leer y escribir —había cierto anhelo en sus palabras, un deseo muy profundo. —Es una herramienta muy útil, que les abrirá otras puertas que a mí no —y, una vez más, se sintió triste. ¿Triste por sí misma? —Quisiera que ellos logren cosas en la vida, que salgan al mundo, que puedan formar sus propias familias —todo eso que ella sabía que nunca tendría. —Que puedan caminar tranquilos por la calle, que no sientan hambre, que no tengan que sacrificar su felicidad en pos de la de los otros —sus hermanos, sin duda, eran lo más importante para ella.
— ¿De verdad cree que alguien querría a una prostituta trabajando en su casa? —hasta le pareció chistoso. —Dicen que soy bonita, y por eso estoy aquí, donde me buscan por eso —se puso de pie, visiblemente incómoda. —El tiempo que utilizaría en estudiar, sería dinero que estaría perdiendo. Además, ¿quién lo haría? ¿Dónde? En mi casa… —se mordió el labio inferior antes de continuar. —Cuando no estoy aquí, atiendo a clientes en el sótano de mi casa, no son las mejores condiciones, pero siempre hay alguien dispuesto a pagar por eso —se abrazó a sí misma. —Por más que quisiera, no podría aprender a leer y a escribir. Nadie me querría por eso, no sería útil, no a ésta edad. Mis hermanos sí tienen la esperanza.
— ¿Por qué me pregunta todo eso? —preguntó, tras un instante de silencio que utilizó para dar vueltas en círculos, pensando en todo lo que había hablado. —Es decir. Si usted frecuenta estos lugares —abrió las palmas para señalar el espacio que los rodeaba— sabe que no tenemos demasiadas opciones. Ya le dije, tengo suerte. Algunas de mis compañeras son golpeadas y maltratadas. En mi camino no se han cruzado muchos de esos —lo cual era verdad. —No tendría ni que estar pensando en todo lo que me ha dicho —se quejó, antes de volver a sentarse en el mismo lugar, frente a él. Thierry era muy especial, y Lorna no lograba entender por qué.
Se sintió mal, además, por juzgar indebidamente a ese hombre, que si bien al hablar lo hacía con cinismo y desdén, no la hacía sentir inferior. Se había interesado, por algún extraño motivo, en su insignificante existencia. Era más de lo que sus propios padres habían hecho por ella. Lo miró fijamente cuando lo tuvo cerca, y por un instante, se le secó la boca y el corazón le dio un brinco. No supo a qué atribuirle una reacción semejante, y optó por hacer de cuenta que nada había ocurrido. Se encogió de hombros y lo observó prender el cigarrillo. El humo no llegó a ella, y lo agradeció, solía irritarle las vías respiratorias y le resultaba sumamente molesto y asqueroso. Era una de las pocas cosas a las que no había logrado acostumbrarse. Odiaba aquel hábito, que también tenía su padre, y que en más de una ocasión le había provocado abscesos de tos más que molestos.
—Mi nombre es Lorna —una suave sonrisa le suavizó la expresión. —Thierry —reprodujo, intentando imitar cómo él lo había pronunciado. —Es un nombre muy bonito —comentó, aún repitiéndolo en su cabeza. No quería que la tomara como una tonta por intentarlo en voz alta.
—Yo soy grande para aprender eso —respondió con simpleza, esa que tanto la caracterizaba. —Pero tengo hermanos pequeños, me gustaría que ellos pudieran leer y escribir —había cierto anhelo en sus palabras, un deseo muy profundo. —Es una herramienta muy útil, que les abrirá otras puertas que a mí no —y, una vez más, se sintió triste. ¿Triste por sí misma? —Quisiera que ellos logren cosas en la vida, que salgan al mundo, que puedan formar sus propias familias —todo eso que ella sabía que nunca tendría. —Que puedan caminar tranquilos por la calle, que no sientan hambre, que no tengan que sacrificar su felicidad en pos de la de los otros —sus hermanos, sin duda, eran lo más importante para ella.
— ¿De verdad cree que alguien querría a una prostituta trabajando en su casa? —hasta le pareció chistoso. —Dicen que soy bonita, y por eso estoy aquí, donde me buscan por eso —se puso de pie, visiblemente incómoda. —El tiempo que utilizaría en estudiar, sería dinero que estaría perdiendo. Además, ¿quién lo haría? ¿Dónde? En mi casa… —se mordió el labio inferior antes de continuar. —Cuando no estoy aquí, atiendo a clientes en el sótano de mi casa, no son las mejores condiciones, pero siempre hay alguien dispuesto a pagar por eso —se abrazó a sí misma. —Por más que quisiera, no podría aprender a leer y a escribir. Nadie me querría por eso, no sería útil, no a ésta edad. Mis hermanos sí tienen la esperanza.
— ¿Por qué me pregunta todo eso? —preguntó, tras un instante de silencio que utilizó para dar vueltas en círculos, pensando en todo lo que había hablado. —Es decir. Si usted frecuenta estos lugares —abrió las palmas para señalar el espacio que los rodeaba— sabe que no tenemos demasiadas opciones. Ya le dije, tengo suerte. Algunas de mis compañeras son golpeadas y maltratadas. En mi camino no se han cruzado muchos de esos —lo cual era verdad. —No tendría ni que estar pensando en todo lo que me ha dicho —se quejó, antes de volver a sentarse en el mismo lugar, frente a él. Thierry era muy especial, y Lorna no lograba entender por qué.
Lorna Mackintosh- Prostituta Clase Baja
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Re: Stranger in a Strange Land → Privado
Contuvo las ganas de pronunciar el nombre ofrecido: Lorna, que le sonó tan íntimamente escocés, como si en él pudiera ver las Tierras Altas de Iverness. No lo hizo con tan de mantener ese semblante impasible, algo descarado que lo caracterizaba. En cambio, volvió a llevarse el cigarrillo a la boca y dio una fumada larga que terminó con el tabaco. El hubo ocultó de nuevo sus facciones y apagó lo que restaba en la madera de la silla; nadie se iba a quejar, el mobiliario del lugar estaba descuidado por obvias razones, los hombre no iban ahí a ver bonitas sillas y sofás.
—Gracias Lorna —respondió con frialdad, sin mover un músculo de más del rostro, sólo aquellos que necesitó para abrir la boca. Fue a refutar, pero conforme ella continuó hablando, una idea mejor, y mucho más inteligente llegó a él.
La dejó hablar. Toda la opresión de la gente que, como ella, ha carecido de todo toda su vida, palpable en sus palabras pesimistas. Podía entender eso a un nivel teórico, ya que jamás había padecido de nada. A esas personas, como ella, les habían roto el espíritu incluso antes de nacer. Como un arcaico sistema de castas, donde los pobres nacen pobres, y jamás van a pasar de ese lugar.
—Oh, pero quién dijo que yo frecuento lugares como este —arqueó una ceja y finalmente sonrió. Una sonrisa de lado algo maliciosa—. No voy a mentirte y decirte que es mi primera vez en un lugar como este, pero ¿sabes? La gente no me gusta mucho, prefiero que sean las putas las que vayan a mi casa —rio como si se tratara de una gracia.
—Mira, no voy a discutir contigo, pero soy de otra idea, no creo que haya edad para aprender absolutamente nada. Y no me respondas, soy más grande, sé de eso —continuó con firmeza, pero muy pocas inflexiones en su voz, todo fue más bien un sonsonete monótono. Le causó gracia que ella dijera tal cosa, cuando en realidad no debía pasar de los 17 años. ¡Era una niña todavía!
—¿Quieres hacer un trato? —Levantó ligeramente el rostro. Sus rasgos como esculpidos por espadas y sus ojos claros como dos estrellas desconocidas, lo hicieron lucir como un demonio—. Sé que para ti el tiempo es dinero. No voy a robarte horas de tu día. Ven a mi casa, con tus hermanos, puedo enseñarles gratis, tú aquí vas a decir que verás a un cliente en su hogar… ¿o tengo yo que arreglar eso? Puedo hacerlo. En fin, dirás eso, e irás a mi casa, con tus hermanos. Te pagaré como si en verdad fueras a hacerme una visita de… trabajo, y no tienes que hacer nada más. Sólo sentarte ahí también, y escuchar —esa fue su oferta. Y su plan… Lorna podría estar reticente a aprender, pero quería que sus hermanos tuvieran algo a lo cual asirse en el futuro.
Si tan solo conseguía que fuera y escuchara las lecciones, sabía que la curiosidad iba a ganarle, y que, aunque se negara ahora, aprendería con sólo estar presente en las lecciones.
Se puso de pie y tomó la silla por el respaldo con facilidad para hacerla a un lado. Miró a un lado y luego al otro y encontró lo que parecía un trozo de papel oscuro por ahí desperdigado. Fue a por él, cerca había un trozo de tiza, lo cual le resultó perfecto. Se recargó en la pared para dibujar algo rápido y cuando hubo terminado, se acercó a Lorna de nuevo, ofreciéndole aquel bosquejo.
—Es un mapa de cómo llegar a mi casa desde aquí, cuidado porque la tiza puede borrarse si le pasas demasiadas veces los dedos —le dijo. Obviamente usó dibujos, pues la joven no sabía leer—. ¿Lo quieres? Con eso cerramos el trato —por la posición la miraba hacia abajo, envuelta en su saco y con una figura de mujer incipiente. Había algo en su semblante, algo parecido a la mansedumbre, cosa que no era usual en él.
Thierry Debussy- Hechicero Clase Alta
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Re: Stranger in a Strange Land → Privado
A lo largo de ese tiempo que llevaba como prostituta, le habían ocurrido muchas cosas, algunas demasiado insólitas o que, al menos, no entraban en su cabeza. Pero, de todas ellas y de todas las que podía imaginar, lo que estaba viviendo en ese momento, era lo más extraño. Debió repasar mentalmente las palabras de Thierry, una y otra vez, pensando si había entendido bien o si estaba jugando con ella. Lo miró con desconfianza primero, con asombro después. Sus ojos verdes se abrieron ampliamente, en un gesto que rozaba lo exagerado pero repleto de sinceridad. Lorna no tenía reveses y le costaba mucho disimular sus emociones. Tenía el corazón noble y era sencilla, sin pretensiones. No paró de observarlo un instante y le tomó demasiado tiempo entender que, realmente, le estaba haciendo una propuesta seria. ¡No podía creerlo! Ella, que nunca conseguía nada de lo que quería, allí estaba, ante la gran oportunidad de su vida, eso que tanto había anhelado.
Se puso de pie y se envolvió en el abrigo. Volteó, caminó hacia la ventana y descorrió la cortina. Miró hacia la calle en completo silencio. Debajo, un carruaje recorría a paso lento el empedrado, un poco más allá, unos borrachos discutían. Recordaba haberlos visto temprano en el salón principal. En su corazón, agradeció que ninguno pidiera por ella. El mutismo se había apoderado de su garganta, y era incapaz de pronunciar una palabra sin que se le quebrase la voz. Entendía, a la perfección, que el devenido en cliente no era un buen samaritano que la rescataría de la desgracia. Ella, claramente, había despertado la curiosidad de un hombre estudioso, y se preguntó si haría bien en mezclar a sus hermanos con su mundillo. Él, no dejaba de saber su verdadera profesión, y estaba segura de que no le gustaba que los niños se involucraran en algo relacionado a su vida. Al mismo tiempo, sabía que no volvería a tener una oportunidad parecida. No podía dejarla pasar…
—Acepto —dijo en voz baja, demasiado para ser escuchada. Nuevamente giró, con las mejillas arreboladas. —Acepto su propuesta, Thierry —sonrió, con la suavidad propia de quien todavía no ha abandonado su infancia. —Siento que voy a cometer la locura más grande de mi vida, pero acepto. Y no me va a alcanzar la vida para agradecerle esto. No sé…no sé por qué lo hace y tampoco sé si quiero saberlo, pero estoy muy agradecida —se acercó a él y le apoyó la pequeña palma en el pecho. Alzó el rostro y su gesto reflejaba la gratitud. Tenía los ojos acuosos y estaba conteniéndose para no llorar. Sabía que estaban haciendo un negocio.
—Le prometo que mis hermanos no lo decepcionarán. Son unos niños muy inteligentes, la única bruta de la familia soy yo —lo tomó de las manos, atrapó el mapa. Le besó el dorso de ambas. —Dios lo bendiga, Thierry. Dios le devuelva lo que hará por mi familia —lo soltó, a leguas se notaba que no le gustaban los sentimentalismos.
— ¿Cuándo le parece prudente que comencemos? Dígame qué necesitan que les compre. Tengo ahorros —se entusiasmó. —Les daré lo que usted me diga. Estarán felices, muy felices —y ella también. Su sueño se cumpliría. Entendió que valía la pena cada esfuerzo, cada lágrima, cada desvergüenza, si eso llevaba a que sus hermanos salieran de la ignorancia. Fergus, el segundo de ellos, ya comenzaba a molestar a su padre para que lo llevase a trabajar con él al puerto, y si bien se lo negaban, las necesidades familiares comenzaban a apremiar. Pero, si ocupaba su tiempo instruyéndose, el capricho pasaría. Conocía a su hermano, era dócil y perspicaz, aprendería rápido.
Se puso de pie y se envolvió en el abrigo. Volteó, caminó hacia la ventana y descorrió la cortina. Miró hacia la calle en completo silencio. Debajo, un carruaje recorría a paso lento el empedrado, un poco más allá, unos borrachos discutían. Recordaba haberlos visto temprano en el salón principal. En su corazón, agradeció que ninguno pidiera por ella. El mutismo se había apoderado de su garganta, y era incapaz de pronunciar una palabra sin que se le quebrase la voz. Entendía, a la perfección, que el devenido en cliente no era un buen samaritano que la rescataría de la desgracia. Ella, claramente, había despertado la curiosidad de un hombre estudioso, y se preguntó si haría bien en mezclar a sus hermanos con su mundillo. Él, no dejaba de saber su verdadera profesión, y estaba segura de que no le gustaba que los niños se involucraran en algo relacionado a su vida. Al mismo tiempo, sabía que no volvería a tener una oportunidad parecida. No podía dejarla pasar…
—Acepto —dijo en voz baja, demasiado para ser escuchada. Nuevamente giró, con las mejillas arreboladas. —Acepto su propuesta, Thierry —sonrió, con la suavidad propia de quien todavía no ha abandonado su infancia. —Siento que voy a cometer la locura más grande de mi vida, pero acepto. Y no me va a alcanzar la vida para agradecerle esto. No sé…no sé por qué lo hace y tampoco sé si quiero saberlo, pero estoy muy agradecida —se acercó a él y le apoyó la pequeña palma en el pecho. Alzó el rostro y su gesto reflejaba la gratitud. Tenía los ojos acuosos y estaba conteniéndose para no llorar. Sabía que estaban haciendo un negocio.
—Le prometo que mis hermanos no lo decepcionarán. Son unos niños muy inteligentes, la única bruta de la familia soy yo —lo tomó de las manos, atrapó el mapa. Le besó el dorso de ambas. —Dios lo bendiga, Thierry. Dios le devuelva lo que hará por mi familia —lo soltó, a leguas se notaba que no le gustaban los sentimentalismos.
— ¿Cuándo le parece prudente que comencemos? Dígame qué necesitan que les compre. Tengo ahorros —se entusiasmó. —Les daré lo que usted me diga. Estarán felices, muy felices —y ella también. Su sueño se cumpliría. Entendió que valía la pena cada esfuerzo, cada lágrima, cada desvergüenza, si eso llevaba a que sus hermanos salieran de la ignorancia. Fergus, el segundo de ellos, ya comenzaba a molestar a su padre para que lo llevase a trabajar con él al puerto, y si bien se lo negaban, las necesidades familiares comenzaban a apremiar. Pero, si ocupaba su tiempo instruyéndose, el capricho pasaría. Conocía a su hermano, era dócil y perspicaz, aprendería rápido.
Lorna Mackintosh- Prostituta Clase Baja
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Re: Stranger in a Strange Land → Privado
Debía aceptarlo. No lo negó toda esa velada; Lorna era muy bonita y con las mejillas sonrojadas lucía más hermosa aún, y más una niña. Entornó la mirada llena de desdén. No podía evitarlo. Estuvo, por un breve y traicionero segundo, tentado a decirle por qué lo hacía: odiaba la ignorancia. No era un acto de caridad, era casi una obsesión. Lo estaba haciendo por él, y sólo por él. Aunque, en su breve charla, Thierry se dio cuenta que la joven no era tonta, muy ingenua, muy joven, pero no tonta, y seguro ya lo sabría, ya estaría enterada de que él no era ningún buen samaritano, ni pretendía serlo. Le alegró que a pesar de ello, aceptara. Era tal vez porque su invitación no era, de ninguna manera, una limosna.
Thierry podía ser muy claro en ese tipo de cosas. Sus acciones era muy fuertes, muy patentes, como para que fueran mal interpretadas.
Hizo amago de hacerse para atrás y quedar fuera del alcance de la muchacha, no obstante, algo lo ancló a su lugar y se dejó tocar. Notó de inmediato las lágrimas aprisionadas en esos ojos de largas pestañas; conocía bien esa expresión, había hecho llorar a sus estudiantes más de una vez. Eso sí, la expresión en Lorna era distinta. Se sintió incómodo, sin embargo, no la apartó, tampoco le dijo que no metiera a Dios en eso; a pesar de su personalidad abrasiva era un hombre prudente. Suspiró.
—Por eso no te preocupes. Yo tengo cuadernos y lápices en casa —sus alumnos solían ser chiquillos ricos que creía que no necesitaban ser educados porque eran herederos a una gran fortuna, por lo que solían no llevar adrede el material necesario. Thierry, siendo un hombre tan pragmático como era, estaba preparado para esas contingencias.
—Veamos, hoy es… —se quedó pensando—, el próximo lunes, sí. Te espero el próximo lunes a las 5 de la tarde, que tus hermanos vayan comidos, por favor, que no se puede aprender con el estómago vacío. Tú también —le dijo y se encaminó a la puerta. Ahí se detuvo y se giró, fue a pedirle su saco, pero luego lo pensó mejor.
—El lunes, no faltes —la señaló con uno de sus largos dedos índices. Antes de salir, volvió a tomar las monedas de sus bolsillos, y las dejó sobre un buró, para finalmente salir.
Avanzó por el lugar, que para esa hora ya era un desastre. Algunos clientes, los más imprudentes ebrios (¿es que acaso no son sinónimos?) mantenían relaciones con su puta en turno, ahí, a la vista de todos. Thierry ignoró su entorno, aunque antes de poner un pie en la calle, fue detenido por una encargada.
—Esa niña, Lorna, me gusta. Irá a verme a mi casa —fue muy parco en su discurso, y no reveló nada, desde luego.
TEMA FINALIZADO.
Thierry Debussy- Hechicero Clase Alta
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