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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Cèline Dampierre Mar Ago 30, 2016 9:41 am

Todavía no podía creer la rapidez con la que los acontecimientos iban sucediéndose en los últimos días. Aún trataba de asimilar que hacía ya una semana desde que un extraño entrara a mi vida y a mi corazón para desposarse conmigo, bajarme a los infiernos y, con ello, tocar el cielo con cada uno de sus besos. Allí, recostada en el lecho desecho contemplé como una tonta el anillo de hierba trenzada que días atrás descansaba en mi dedo anular y que ahora, pendía sobre una cadena de oro en mi pecho. No todo habían sido días felices, con Joe la vida era una emocionante montaña rusa en la que un día nos comíamos a besos y al siguiente nos tirábamos los regalos de la inminente boda a la cabeza. Éramos muy similares, de carácter fuerte y eso nos hacía entendernos muy bien en ocasiones y enfadarnos en muchas otras. Mis ojos se deslizaron desde aquel anillo que pendía de mi cuello hasta el lado del lecho frío y vacío que debería estar ocupado por mi prometido desde hacía horas.

Suspiré resignada, a eso me refería. No era la primera vez que él se escabullía de entre las sábanas para ir no sé bien a dónde ni muy bien con quién y, francamente, tampoco sabía si quería saberlo pues, si era lo que esperaba nuestra boda no llegaría a celebrarse, antes le mataría que saberme engañada por el hombre al que poco a poco empezaba a amar. ¿Sería capaz de huir a los brazos, o mejor dicho entre las piernas, de cualquier otra sabiendo que las mías siempre le esperarían abiertas? ¿Qué tendrían ellas para excitarle de tal manera que prefería pasar la noche y compartir lecho con ellas antes que conmigo?

Aquella noche al menos, sabía que no había huído sólo, aquella noche había cumplido la promesa hecha a mi padre y sabía que se encontraba en el burdel "celebrando" con él mi compromiso. Sabía también que sus labios me habían prometido que no tocaría a otra pues me tendría a mi en su mente, que no lo haría y que volvería pronto para hundirse sin piedad entre mis piernas. Palabras llevadas por el viento, eso era lo que habían sido sus promesas pues, el alba estaba cercana y no había rastro del hombre que me había mantenido despierta toda la noche.

Un golpe en el pasillo desvaneció todos mis pensamientos, ahí estaba él, borracho como una cuba sin poder abrir apenas la puerta sin caerse en el intento. Mis ojos le escrutaron de arriba a abajo, impasibles; llevaba la camisa abierta, por fuera del pantalón, sin su chaleco y su corbata, el pelo despeinado y los ojos vidriosos de tanto beber. Ojos que se tornaron del color de la sangre al contemplarme en nuestra cama con el pelo alborotado y la ropa interior que con tanto mimo había escogido aquella noche para recibirle y hacerle enloquecer entre mis brazos.

Estaba enfadada, muy enfadada y no tenía intención de ceder ante sus caricias, sus sonrisas, sus besos, o sus promesas de compensación. Me había mentido y no había regresado pronto para estar entre mis brazos, sino que había preferido pasar la noche en compañía de los de otra ¿no? Pues eso exactamente es lo que tendría. -Ni pienses siquiera que después de tenerme da la noche esperando mientras tú te follabas a otras, voy a ser la esposa sumisa que abre sus piernas para que descargues tu simiente dentro de mi-

Aquellas palabras salieron de mis labios como puñales, afilados, hirientes, secas y reflejo de todos los sentimientos que recorrían mi cuerpo en esos instantes. En aquel momento lo único que deseaba era abofetearle, pegarle si supiera que eso le dolería, pero ni el más duro de mis golpes le haría inmutarse siquiera, así que sólo contaba con mi afilada lengua para atacarle. Cogí la bata de seda negra que reposaba a los pies de nuestra cama y me la puse, impidiéndole así disfrutar del espectáculo de mi cuerpo prácticamente desnudo, un cuerpo ya frío por no haber yacido entre sus brazos esa noche como yo hubiera deseado.

Sus torpes pasos trataban en vano de guiarle en línea recta hacia mi cuerpo pero yo me aparté de su trayectoria dejando que su cuerpo cayera sobre la cama. Sus ojos, aún rojos, dejaban ver las intenciones de sus manos que trataban de alcanzarme para hacerme caer con él en el lecho y aplacar entre besos y bromas mi enfado. Sabía que si caía en la cama con él yo, tonta de mi, cedería a su chantaje en forma de caricias y hoy no pensaba hacerlo, hoy me mantendría firme pues él no podía hacer conmigo siempre lo que deseara, debía saber que había ciertos límites que no pensaba traspasar.-Estás borracho y hace horas que deberías estar aquí. Te aconsejo que duermas, pues esta tarde vamos a visitar nuestra casa, es la casa en la que se crió mi madre así que te pediría que por respeto a mi fueras en condiciones de poder articular palabra-

Mis pasos repiqueteaban por el suelo de madero como si fueran pies de hormigón, reflejo de mi enfado y mi frustración. Abrí la puerta sin preocuparme del ruido que hacía y me giré para mirarle una vez más -Ah, y como me entere de que vuelves a acostarte con otra te puedo asegurar que no romperé el compromiso porque no podré Joe Black, pero te aseguro que llegarás a la noche de bodas desmembrado y sin poder volver a follar con ninguna fulana- Mis palabras salieron de entre mis labios con calma, con la calma que anuncia la más feroz de las tormentas y, una vez fuera de la habitación, cerré la puerta de un sonoro portazo, esperando que aquel ruido le taladrara los oídos.
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Mensaje por Joe Black Mar Ago 30, 2016 1:17 pm

Aquella noche había salido a tomar unas copas con el padre de mi futura esposa, sin duda celebrar nuestro inminente compromiso era algo que se debí hacer en la clase alta, y su padre había insistido a que le mejor lugar para hacerlo era el mismísimo burdel.
Los meses a su lado habían sido complicados, supongo que porque yo era un alma libre, demasiado era el tiempo que había permanecido preso con los iluminati, y ahora, volvía en parte a sentirme encadenado.
No digo que las cadenas no me agradaran, no digo que una parte de mi no deseara cada día y cada noche perderse entre sus piernas y contra sus labios.
Pero su carácter y el mio chocaban como las rocas contra las olas incesantes del mar y en la embravecida espuma nos quedábamos sin ninguno de los dos dar nuestro brazo a torcer jamas.

Aquella noche me había costado una bronca con Celine, ella no quería que fuera, había buscado mil y un motivos para escudarme frente a su padre, mas por el contrario, a mi no se me antojaba un plan tan descabellado.
Me limite como siempre ha hacer lo que quería, que sin duda era ir a beber, al burdel, salir de esas cuatro paredes..no se...supongo que una parte de mi también necesitaba simplemente no estar con ella.
Necesitaba un poco de aire, de espacio para mi, no tener mas broncas durante al menos unas horas.
Así que me limite, para su tranquilidad y para que me dejara en paz, a prometerle que no volvería tarde y que lo haría con ganas de ella

La noche en le burdel con su padre fue lo mas de entretenida, el alcohol corrió a raudales por nuestras copas, la compañía de las damas era excelente, dos mujeres a cada lado me hicieron gozar de las mieles de mi todavía soltería.
Poco a poco las botellas se iban acabando, con ellas mi buen juicio y las damas entre mis manos se iban calentando.
Los botones de mi camisa se abrieron dejando estas un reguero de besos por mi cuerpo y cuello.
Jadeé contra los labios de mas de una mientras mi hombría pedía que mandara al cuerno lo prometido y que siguiera los pasos de su padre hasta el piso superior donde con descaro poder hacerlas a ambas mías.
No tenia porque enterarse, la verdad, es que me apetecía, mas imaginarla ,allí, tumbada para mi, esperándome despierta fue lo único que logro hacer que mi embotada cabeza reaccionara frente a las suplicas de las putas y me negara.

Así, recogí tambaleándome entre risas ebrias mis cosas y di la noche en el burdel por finalizada.
Me moría de ganas por llegar a casa, por enredarme en sus labios y contarle que nada había pasado, que la había respetado, me moría por tocarla, por acariciar su piel de porcelana, por meterme entre sus piernas, sentir sus uñas clavadas en mi espalda.

No tarde en llegar a la mansión, me costo la vida abrir la puerta, juro que lo la cerradura había encogido o la llave crecido desmesuradamente entre mis manos.
Finalmente una sirvienta fue la que se apiado de mi abriéndome la puerta con una sonrisa tímida, mas una viendo el estado en el que volvía.

Recorrí el pasillo buscando apoyando las manos en la pared, por si esto me ayudaba a que mi paso fuera recto y no dando tumbos como por ende andaba.
Reía sin parar, sin saber bien cual era la razón de ese chiste que se llamaba alcohol hasta que alcance nuestra habitación ,esa donde esperaba que mi prometida me esperara con lencería de encajes y lista para abrirme sus piernas como había prometido.

Mis ojso se tornaron rojos como el fuego al verla despierta, entreabrí mis labios fruto de la excitación que su cuerpo semidesnudo provocaba en mi, a sabiendas de que pronto paladearía mi premio, ese por mi buen comportamiento.
Abrí los labios para decirle que la había echado de menos, mas esta echa una furia me acuso de todo, de todo lo que no había echo mientras a mi la rabia me invadía.
Reí sin parar porque la borrachera no me permitía hacer otra cosa mientras esta cubría aquello que yo merecía con una bata negra, dejándome con un rápido movimiento sobre la cama impidiendo que así la alcanzara.

Me parecía increíble, como podía despellejarme así con sus palabras, cargadas de odio, de rabia, puede que me hubiera retrasado, puede incluso que mi ebriedad no le gustara, pero no había follado con otra, no eran ciertas ninguna de sus palabras.
Esas que daba por seguras, esas que ella había convertido en verdad absoluta.

Un portazo fue lo que encontré como recompensa a una noche en la que no fui un monstruo, si no un futuro esposo sacrificado con la causa, gruñí en el lecho quedándome con las ganas mientras trataba si éxito de ponerme en pie para ir tras ella, exigirle lo que una buena esposa debía hacer con su marido en estas circunstancias.
Oí como sus pasos se alejaban mientras las palabras de ir a ver casas aquella tarde amartillaban mi juicio y me hacían clamar venganza.

Iría a ver casas, mas por la noche, en bandeja de plata me serviría mi venganza, apagaría mi deseo y le daría razón a sus palabras. Quería odiarme, no le faltarían causas.
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Mensaje por Cèline Dampierre Vie Sep 02, 2016 8:41 am

Nada más salir pegué mi espalda sobre las frías paredes, dejando que mi cuerpo resbalara con lentitud hasta tocar el suelo ¿Qué me pasaba?¿Por qué era incapaz de confiar en sus palabras o sus actos? Sin duda los demonios de mi padre me perseguían, me atenazaban y yo, lo único que deseaba era no salir herida en aquel intento; no deseaba que Joe llegara a mi corazón y lo destrozara al instante siguiente pero,era consciente de que, con los muros de recelos que construía cada día que pasaba con él tampoco sería feliz.Tenía la felicidad en la palma de mi mano y era esa palma la que la aprisionaba asfixiándola.

Solté un pequeño suspiro antes de ponerme en pie de nuevo y caminar hacia la habitación que desde hacía días compartíamos; abrí con lentitud la puerta, dispuesta a disculparme y colmarle de besos,mas tras aquella puerta sólo se encontraba un hombre que, dormido, tenía apariencia de corderito. Acerqué mi cuerpo al suyo contemplándole dormir y, una vez estuve a su lado deposité un suave beso en sus labios -Te quiero Joe Black... y por eso temo tanto perderte-

Mis palabras eran apenas un susurro y sabía que él no las escucharía, y justo por eso las pronunciaba, porque eran una muestra de todo lo que le escondía y me avergonzaba. Caminé hasta el escritorio y cogí papel y pluma para escribirle una nota:

Mon amour:
Discúlpame por juzgarte sin escucharte, sin saber si mis acusaciones eran certeras o falsas mas ya sabes que tengo mis fantasmas al igual que tú tienes los tuyos y mi mayor miedo es perderte, verme encerrada en un matrimonio de odio y reproches...
Te espero cuando te despiertes en la biblioteca, si no fuera así, espero que te guste la sorpresa que te tengo reservada para esta tarde, estoy segura de que nuestra nueva casa te encantará.
Cèl


Un suspiro escapó de nuevo de entre mis labios; sabía que aquella carta no sería disculpa suficiente, que quizá le hubiera herido en lo más hondo con mi actitud, pero estaba dispuesta a hablar, a dejar todo atrás para poder empezar juntos una vida libre de reproches y viejos recuerdos. Rocé mis labios junto a los suyos regalándole un tierno beso y salí de la habitación para pedir a una de las doncellas que trajera a mediodia una bandeja con una botella con etiqueta roja que había mandado comprar la semana pasada. Lo que ella no sospechaba era que aquella botella no albergaba vino tinto, sino sangre, el único sustento de aquel vampiro.

Tras un largo baño y tras escoger un vestido negro que realzara mi figura y me diera ese toque sensual que a Joe tanto le gustaba. Deseaba cumplir mi promesa, la promesa de volverle tan loco que únicamente me deseara a mi en su lecho. La biblioteca, allí pasaría las horas leyendo tumbada en el diván hasta que él, esperaba, hiciera acto de presencia y para que nos reconciliáramos en aquella habitación que era una de mis favoritas.
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Mensaje por Joe Black Dom Sep 04, 2016 6:29 am

Abrí los ojos cuando el ocaso logro que la oscuridad se apoderara del día. La cabeza me martilleaba la sien, había bebido demasiado la noche anterior, de echo juraría que una podía sentir los efectos del alcohol recorriendo mi cuerpo, en ese preciso instante en el que beber mas seria la cura para mi dolor de cabeza y si volver a embriagarme o por ende, dejar que la resaca hiciera el resto.

Recordé la escena de la noche anterior, esa que había dejado mis sabanas frías, esa en la que mis ebrias palabras se enredaron entre mis labios para no darme oportunidad a explicarme.
Tiempo que mi futura esposa me negó, cubriendo su cuerpo y negándome así la promesa de esperarme con el coño húmedo para mi.
La verdad, estaba enfadado, demasiado, yo si había cumplido con lo prometido, puede que no hubiera vuelto sobrio, ni siquiera pronto, mas si lo hice con mis ganas intactas.
Ganas que le mostré nada mas verla y que lela me pago con desprecio, ese que vislumbre en su mirada mientras se ponía la bata y me hacia caer a la cama.
Como a un niño me recordó que me comportara que esa misma noche iríamos a ver casas, tense el gesto a sabiendas de que ni estaba en las condiciones que ella esperaba, ni deseaba complacerla.
Mas bien todo lo contrario, quería que me las pagara, ansiaba venganza, vengarme de que mi cuerpo se hubiera quedado caliente, mi cama fría y mis palabras en el aire.

Me puse en pie, acercándome al mueble donde mi prometida había dejado al parecer una nota escrita de su puño y letra que me di prisa por leer.
Una sonrisa de medio lado se dibujo en mi rostro, aunque era cierto que me pedía perdón en cierto modo, siempre pasaba lo mismo, juzgaba y luego se arrepentía, una copa de vino, dos caricias, me hacia preso de sus labios, me hundía como una bestia entre sus piernas y al final, hacíamos las paces para días después empezar de nuevo con este juego del que sinceramente empezaba a estar ya cansado.

Mis demonios eran terribles, demasiados milenios los alimentaban, mas ella, ella solo era una humana, juraba temer perderme, mas por este camino quizás no me perdería, mas si que convertiría nuestro inminente matrimonio en un eterno toma y daca.
Me quiete la ropa que apestaba a mujer, alcohol y sexo para dirigirme al baño donde tras un relajante baño que logro despejar si no al completo mi mente si aminorar en cierto modo mi embotamiento. Salí con la toalla envolviendo mi cintura para apresurarme a abrir el armario y ponerme un elegante traje a la altura de lo que Celine me tenia preparado.
La casa familiar, quería que estuviera elegante, en perfecto estado, y así iría sin duda cogiendo su mano.
Mas yo también pensaba prepararle una bonita sorpresa, una que no olvidaría.

Abrí la puerta para salir de mi cuarto, ese que compartía con mi amada, mas que últimamente se había convertido mas en la habitación de un soltero que en la de un futuro casado.
Así que sin ir a la biblioteca dirigí mis pasos hacia la salida de la mansión para ir a por mi pertrechado caballo a las cuadras.
Antes de salir pedí por favor a una de las sirvientas que advirtiera a mi preciosa futura esposa que no acudiría a su demanda, que otros asuntos me esperaban.
Mas que no se preocupara, que acudiría en un par de horas a la cita fijada, mas que disculpara mi falta de cortesia, que como recompensa esa noche la llevaría a un hotel para juntos compartir nuestro amor, nuestra vida en compañía.

Sonreí con media sonrisa antes de abandonar la estancia dirigiendo mis pasos a la taberna, donde me pensaba preparar para ir a ver la casa en el mejor de los estados, ese que tanto le agradaría a mi prometida, ese que esperaba le enseñara a medir no solo sus palabras si no sus actos.
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Mensaje por Cèline Dampierre Dom Sep 04, 2016 5:03 pm

Los minutos pasaban y las agujas se distanciaban cada vez más de la hora acordada para encontrarnos ambos y partir juntos a ver aquel lugar que pronto podríamos llamar hogar. De nuevo su orgullo enfrentado al mío, su actitud superior quedando sobre la mía y no dando a torcer su brazo, privándome de su compañía y rechazando mis disculpas.

Suspiré, no era eso cuanto deseaba de él; deseaba que fuéramos cómplices, amantes, amigos, que nuestro cuarto siempre estuviera inundado por las risas y las caricias mas, últimamente, nuestro cuarto sólo se colmaba de gritos, reproches y sábanas frías. Salí de aquella estancia y mis pies se chocaron con los de una de las doncellas que, apresurada acudía a mi encuentro para darme un mensaje: Joe no acudiría conmigo a ver la casa, nos encontraríamos allí directamente y que compensaría su descortesía en un hotel, en una habitación llena de promesas y besos.

Sonreí con cierto temor a aquella chiquilla y, una vez sola sentí como mi cuerpo temblaba. Las disculpas no eran propias del hombre al que amaba y, sin duda, aquella bajada de orejas ante mi cuando era yo la que tenía la culpa no presagiaba nada bueno, sino más bien todo lo contrario. Sí, le amaba y sabía que él jamás me haría daño, no físicamente al menos, pero era un vampiro, una criatura cruel a la que le gustaba servir en bandeja de plata sus venganzas cuando el resto sólo esperaba un dulce postre.

Aquella noche sin duda sería una manzana envenenada y yo, sólo podia rezar porque aquella noche no nos alejara más al uno del otro, debía contenerme o de nuevo nos enzarzaríamos en ese tira y afloja de las discusiones. Monté en el coche de caballos y salí hacia mi destino.

Sabía que el hogar elegido le gustaría y si no, siempre podríamos adquirir uno nuevo que fuera de su gusto. Era una mansión, lujosa pero no ostentosa que había pertenecido a la familia de mi madre. Se encontraba en una de las zonas más selectas de París pero, al mismo tiempo, estaba alejada del bullicio y las miradas indiscretas que podrían darse cuenta de que mi futuro marido sólo hacía vida nocturna y no salía a pasear cuando el sol estaba en lo más alto. Contaba con innumerables habitaciones, un invernadero tal y como yo deseaba, establo y cuadras, un patio de armas y lo que esperaba que fuera la habitación favorita de Joe: unas mazmorras.

Los peligros que nos atenazaban no eran pocos, sabía que la Inquisición le buscaba, que sus antiguos captores hacían lo propio y aquel sería el lugar perfecto para retenerlos si dábamos con alguno de ellos pues yo no pensaba quedarme al margen por mucho que a él le pesara. El ocaso estaba cerca, el sol en su punto más bajo y a lo lejos podía vislumbrar ya aquel caballo que galopaba desbocado hacia su destino.

Sus ropas eran elegantes, él se bajó sin problema del caballo, sin signos de embriaguez, mas sus ojos y el olor de su ropa me indicaban lo contrario; allí era donde comenzaba su venganza. -Si hubiera sabido que salías a divertirte quizás te hubiera pedido que me incluyeras en tu fiesta particular mon amour- susurré contra sus labios antes de depositar sobre ellos un suave y lento beso.

-Siento lo de anoche, prometo que no volverá a ocurrir y que escucharé lo que tengas que decirme por muy enfadada que me encuentre. ¿Te parece si vemos la casa? Si no te gusta siempre podemos comprar otra-
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Mensaje por Joe Black Lun Sep 05, 2016 6:27 am

Había pasado todo el tiempo desde que me levante bebiendo y aunque no iba como una cuba, los efectos del alcohol hacían suficiente mella en mi como para que mi flamante futura esposa los percibiera, no estaba dispuesto a obedecer, menos todavía cuando la forma en la que me lo había pedido había sido a modo de regañina, sin darme opción a nada mas que a caer sobre el lecho de sabanas frías.

Frio, así llegue frente a ella, que corrió a mi encuentro bajo la atenta mirada de la mujer que hoy nos enseñaría esa casa que se convertiría de todo seguir así en nuestra condena.
Condenado a una cama vacía, a una vida hueca, a broncas por todo y por nada.
Condenada a enfrentar mis demonios, mis largas noches de juergas y a ponto verme llenar la alcoba con mas de una dama que me abriera sus piernas.

Un beso contra mis labios que recibí con ningún entusiasmo, no porque no lo anhelara, ni siquiera porque no lo necesitara, si no porque mi orgullo hablaba mas que mis palabras y hoy estaba seriamente dispuesto a acabar con todo a no dejar en pie nada de lo que entre nosotros quedaba.
Escuche su frase, esa con la que se disculpaba, esa que me sonó vacía, pues de sobra sabia que de perdonarla, en dos días volvería a estar discutiendo con ella por otra puta chorrada.

Rodeé su cintura con mi brazo como el ejemplar marido que era para tras la mujer que nos enseñaba la casa perdernos en ella.
Ni una palabra salio de mis labios mientras esta corroboraba todas las ventajas de aquel lugar, ese que había pertenecido a su familia, a su amada madre, ese que evocaba recuerdos de su infancia y que yo sabia que era importante para ella.

Ni una sonrisa, ni un desprecio, ni un apunte para bien o para mal, me limite a acompañar a mi futura esposa en un trágico silencio, que lela no lograba despertar.
Solo mis ojos brillaron cuando llegamos a las mazmorras, separándome de esta para acariciar despacio las cadenas que sordas y con un ruido metálico chocaron contra si enrojeciendo porun momento mis brillantes ojos ebrios por le alcohol consumido.

Poco tiempo estuvimos en ella pues al parecer para las damas no encerraban mas encantos que las de una cámara llena de polvo, mas yo por ende veía allí mi paraíso de perversión personal, mi habitación preferida, la calma para mis noches de hastió.

Pronto alcanzamos en salón principal, el recorrido había concluido y la dama que nos acompañaba esperaba ansiosa un veredicto, uno que de sobra conocía por los labios de mi futura mujer, que se había deshecho en halagos hacia esa mansión incluso antes de poner en ella un solo pie.
-Puede dejarnos solos un minuto -agregué con seriedad.

La mujer salio de allí como alma que lleva el diablo, creo que consciente de mi cambiante estado de animo.
-¿quieres la casa? -pregunte con un tono rojizo en los ojos -pues antes..demuéstrame que estas dispuesta ha hacer para conseguirla

No había sonrisa picara en mi gesto, el monstruo había aparecido frente a sus ojos y solo quería un premio a cambio de un si.
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Mensaje por Cèline Dampierre Lun Sep 05, 2016 3:29 pm



Y allí estaba su mortal hachazo. Hachazo en forma de frialdad, de pocas palabras y falsa compostura. Aquel era el principio del fin, el principio de la que podría ser nuestra primera gran pelea, esa que nos separara por completo antes de ser siquiera uno. No pensaba darle la satisfacción de verme desmoronada, afectada o defraudada por su actitud. Sus manos, frías y sin la calidez de su cariño rodearon mi cintura como el que coge un periódico entre sus manos; le dediqué una falsa cálida sonrisa y posé mi mano enguantada sobre la suya, mostrando un excesivo entusiasmo por todas y cada una de las habitaciones de aquella casa.

Con el turno de las mazmorras una luz rojiza tiñó sus ojos, sabía que aquella sería su estancia favorita, que estaba deseando pasar en ella sus noches y sus días ideando maquiavélicos planes y quiza, teniendo noches de perversión entre mis piernas. Una oleada de calor subió por mis muslos de solo pensarlo mas, al ver la cara de espanto y curiosidad de la mujer que nos mostraba la casa, me apresuré a salir de aquella estancia mostrando un fingido desinterés.

Lo que menos deseaba era que el entusiasmo de mi prometido por aquella estancia levantara la curiosidad de aquella mujer y, con ello, las habladurías entre sus amistades sobre los gustos poco ortodoxos de aquel hombre que bien podrían llamar la atención de sus captores. Desea mantenerle a salvo por muy frías que fueran sus palabras y sus actos, esa había sido mi promesa y pensaba mantenerla por mucho que a él le pesara.

Y allí estaba, el fin de aquella visita fría y superficial, las formalidades ya estaban cumplidas y, en el futuro ya tendríamos el tiempo necesario para explorar él y yo todos los rincones ocultos que aquella casa guardaba. Me dispuse a salir del salón mas su voz fría y metódica pidió a la mujer que nos dejara a solas para de nuevo, con sus frías palabras asestarme un nuevo hachazo, su venganza en bandeja de plata. ¿Quería jugar? Jugaríamos.

Con parsimonia dirigí mis pasos hasta uno de los divanes dejando caer mi cuerpo sobre él. Dejé caer la capa que cubría mi cuerpo dejándole ver el vestido escogido, negro, de encaje, con un amplio escote y pegado a mi cuerpo para realzar mis curvas. Sus ojos se tornaron del color de la sangre que corría por mis venas, mas sus labios siguieron fruncidos, tratando de reprimir aquello que sus ojos y su alma deseaba.

-No te equivoques amor... Claro que quiero esta casa mas no debo hacer nada para conseguirla, ya es mía y tuya es únicamente la decisión de residir en ella o establecer nuestra vivienda principal en cualquier otra mansión- Crucé mis piernas con lentitud sintiendo sus ojos rabiosos y deseosos al mismo tiempo recorrer todo mi cuerpo -Si deseas algo de mi sólo has de ser un verdadero hombre y pedírmelo y yo haré cuanto esté en mi mano para complacerte y si no, siempre puedes tomar lo que por derecho te corresponde aunque me temo que no es tu estilo-

Me levanté de aquel diván caminando de nuevo hasta su cuerpo para dar vueltas a su alrededor observándole -¿Quieres que esto funcione?Deja de hacer el tonto y dime a la cara qué demonios es lo que te ha molestado tanto ¿qué te haya tratado como un niño al que le echan una regañina?¿El negarte a follarme tras volver de un burdel?¿O el no ser la esposa sumisa que esperabas?-

Bufé exasperada ante su silencio, ante su actitud impasible y caminé de nuevo hacia la puerta dispuesta a irme. Caminé o eso creí hacer pues, al segundo paso que dí sus fuertes manos tomaron una de las mías, atrayéndome hacia él para, acto seguido acorralarme contra una de las paredes. Ojos rojos como la sangre que se clavaban contra los míos y respiración agitada que hacía sobresalir mis pechos del corset a la espera de sus palabras y sus actos que podían ser o bien un acto de reconciliación o el principio de nuestro fin.
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Porque no todos los hogares tienen que ser dulces (Joe Black) Empty Re: Porque no todos los hogares tienen que ser dulces (Joe Black)

Mensaje por Joe Black Mar Sep 06, 2016 5:13 am

Escuché en silencio con los ojos rojos no solo por el deseo que me provocaba ese cuerpo esculpido a fuego por el mismo Hades si no por el odio que se agolpaba en mi interior al sentir como lejos de adquirir una posición sumisa, de intentar arreglar las cosas a mi manera, recompensarme la noche pasada, ella seguía en sus trece, tratándome como a un niño.
Augurando mi falta de hombría para pedir lo que quería.
Deje escapar un gruñido mientras mi cuerpo tenso como las cuerdas de un arpa admiraba a esa mujer, mi futura esposa que ahora tenia la desfachatez de caminar hacia mi para darme vueltas como si yo fuera una presa.

Mis ojos rojos la persiguieron mientras de nuevo sus palabras afiladas como dagas se hundían en mi piel.
¿que me había molestado? Todo, aun no se había enterado de que todo en ella me molestaba, no que fuera sumisa, eso seria aburrido, mas si su desconfianza, no déjame explicarme, no confiar en mi.
Hablaba de que yo era un niño, mas ella era una niña malcriada dispuesta a hacer siempre su voluntad, a no sentirse contrariada, creía que las cosas tenían que ser como y cuando ella las quería y si eso no pasaba su actitud se convertía en un infierno lleno de gritos y reproches.
Eso que ella llamaba sumisión y yo dialogo en ella no se contemplaba.
Me acusaba de ser un niño ¿niño por que? Por haber ido a un burdel y haber vuelto con ganas de mi esposa? ¿por estar enfadado por sus actos?
Dejé hace mucho de ser un niño, ahora solo era un monstruo y ella sacaba de mi la peor parte de todo eso.
Mas tenia razón en algo, yo no era de los que tomaban a una mujer por la fuerza, no le veía ningún sentido con todas las que sin necesidad de pedírselo se me abrían de piernas.
Mas hoy, hoy iba a cambiar en eso, en mi veía un monstruo y eso es lo que tendría conmigo.

La tomé por el brazo impidiendo así que saliera golpeando su espalda contra la pared mientras mis brazos  a sendos lados de su cuerpo cortaban su única escapatoria.
Su aliento golpeó mis labios fruto de la fuerte discursión que atenazaba nuestros cuerpos enfureciendo nuestras almas.
Gruñí contra su rostro antes de llevar una de mis manos a su pelo, hundiendolo allí con desesperación para atraerla contra mi, apoderándome de su boca.
Jadeé contra ella bruscamente, dejando que mi lengua cruzara aquel suave precipicio adentrándose en su interior buscando la ajena con desesperación, paladeando cada resquicio de su boca que sabia a frutas maduras.
-Tomaré lo que quiera porque eres tan mía como tuya esta casa -aseguré con la respiración entrecortada apartando por un momento mi boca de la suya.

Sonreí de medio lado arrastrándola por el pelo hacia el diván, ese desde donde momentos antes me había contrariado, se acabo, se acabo el ir despacio, el hacer las cosas a su modo, jamas volvería a llamarme niño.
Empotré su cuerpo sobre el respaldo del diván sin aflojar el agarre del pelo que la mantenía así reclinada sobre este, dejando su culo alzado, con su pecho sobre el diván reclinado y sus piernas aun en el suelo.
Alcé con la otra mano la falda sin contemplaciones, admirando sus glúteos, sus piernas, aquellas bragas negras de encaje que cogí con mi mano y bruscamente partí lanzandolas al suelo.
Gruñí cuando esta forcejeaba salvaje bajo mi agarre, tratando de evitar ser violada, ultrajada.
-Estate quieta -le ordené -voy a tomar lo que me pertenece, lo que tu no me das, quieres que sea un monstruo, pues eso tendrás.

Baje mi pantalon, dejando mi pene recto, duro al aire.
La empotre sin miramientos, sin juegos preliminares, siéndome indiferente si estaba o no mojada, si le hacia daño o no, solo quería follármela, dejarle claro que yo era el que mandaba y que ella podía tenerme a buenas ,a malas, mas que no se olvidara que yo iba a ser su marido y por tanto esto me estaba permitido.

Gruñí contra su piel mientras la empalaba cada vez mas fuerte, de un modo salvaje, aflojé el agarre de su pelo para ahora tomar sus caderas con las dos manos intensificando así mis bruscos movimientos que quedaban atenuados por el movimiento abrupto del diván.
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