Alizée Beau-Mystére

Una habitación oscura, el llanto ahogado de un bebé y un pequeño candelabro. Aquel candelabro conseguía iluminar, a duras penas, el cabello rojizo de aquella que lloraba sin consuelo, que pedía la calidez de un abrazo sin pronunciar palabra alguna. Una señora rubia bien entrada en años, robusta y vestida de negro tomó a la pequeña en brazos, haciéndola dormir en menos de un minuto.

Alizée apenas tenía un año cuando la dejaron a cargo de una nana. El negocio de sus padres necesitaba un empujón y estos dedicaron lo que duró la infancia de su hija en intentar dárselo y elevarlo a la posición en la que siempre estuvo. Para cuando lo consiguieron, la niña había cumplido los once años, pero a ella no le importaba, pues cada vez que veía a sus padres traspasar las enormes puertas del comedor, su corazón irradiaba felicidad y no podía parar de sonreír.

Un día de Diciembre cercano a la Navidad, la niña salió a la calle descalza, caminando sobre la nieve como si esta no estuviese helada, dejando las pequeñas huellas de sus pies por el camino. Mademoiselle Pelletier, la nana, salió en su búsqueda de inmediato, encontrándola pocos minutos después en un cercano callejón, con el cabello y la ropa húmedos, inmóvil y sin levantar la vista del suelo.

Al acercarse para cogerla entre sus brazos, visualizó lo que parecía ser una figura semi-enterrada bajo la nieve. La pequeña le miró, tenía el rostro más pálido de lo que ya era y en su mejilla derecha se podía percibir una lágrima helada. Tras abrazar a su nana, se acercó a su oído para susurrarle.

"La mujer de la capucha dijo que corría peligro, que venían a por nosotros. Debes aprender, niña, dijo, antes de que sea demasiado tarde. Estaba ahí, pero ahora no, te prometo que la he visto nana, ella estaba sobre sí misma e intentó tocarme, pero entonces cerré los ojos muy fuerte y desapareció".



Por el corto periodo de tres meses, intentaron ocultarle a la niña un poco más lo que debía saber, pero aquel último suceso no trajo más que una fila interminable de nuevos indicentes. Alizée, sin poder controlarlo, traía de vuelta a la vida por unos segundos a pequeños insectos y animales que encontraba muertos en el jardín, sabía cosas que nadie conocía, cosas que aún no habían ocurrido e incluso a veces Pelletier la veía hablar con alguien, alguien que no estaba ahí, delante de sus ojos.




Sus padres, aún pensando que era demasiado joven, sentaron a Alizée en el regazo de su padre y decidieron hablar con ella de una vez, contándole toda la historia, su historia. La señora Beau-Mystére fue una hechicera, al igual que su madre antes que ella pero decidió dejar de practicar la magia al enterarse de que estaba en cinta para así proteger al que sería su retoño. Siempre, siempre eliminaba los rastros de todo hechizo que realizaba, pero no era suficiente, no cuando se está amenazado por un clan de vampiros que quieren poner tu cabeza en una pica, pero esa es otra historia, una muy larga. Desde entonces, intentaron vivir como una familia corriente de humanos, incluso montaron la empresa que les daba de comer.

Al terminar, mademoiselle Pelletier dejó sobre la mesa una pila de libros antiguos, algunos incluso sin cubierta. Los tres, con la delicadeza y paciencia que se tiene que tener al explicarle las cosas a un niño, le hablaron sobre la historia de los hechiceros, el latín, la magia oscura y la magia negra, la existencia de otras criaturas en este nuestro mundo... Y le dieron a elegir. Elegir entre una vida tranquila y ordinaria o una vida con magia y el lado bueno de esta, pero también los peligros que podría acarrear.




Las cosas en la familia Beau-Mystére cambiaron demasiado en los últimos años. Alizée estudió, aprendió y practicó hasta convertirse en la extraordinaria hechicera que es a día de hoy, pero no todo fue fácil y bonito. Hace exactamente noventa y cinco meses que le arrebataron a sus padres y aún se culpa por ello. Por su magia, aquel clan de vampiros dió con la localización del pueblo. Su nana consiguió protegerla y ocultarla a ella, pero sólo a ella.

No quedo ahí la cosa pues, Alizée dedicó la mayor parte de sus días a practicar una magia que prometió no desarrollar: la nigromancia. Estaba convencida de que encontraría la forma de traerles de vuelta, pero lo único que consiguió fue obsesionarse con algo imposible. Ahora es experta en algo que no le sirvió para lo que más deseaba, pero que usará para vengar aquello de lo que le despojaron. Objetivo que se marcó el día que vio caer los cuerpos sin vida de su tesoro más preciado.

No es lo único que desea, pues la joven tiene grandes propósitos y aunque ese ajuste de cuentas siempre fue prioridad, no fue cegada por el odio extremo que podría haber causado. Alizée aún puede ver el lado bueno de las cosas, aún le hace feliz el observar los rayos de sol que entran cada mañana por la ventana de su habitación o algo tan pequeño e insignificante como es una taza de té a altas horas de la madrugada y un precioso libro que lo acompañe.