AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Sanctus Diavolos → Privado
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Sanctus Diavolos → Privado
“From the untrodden paths of mystery and strange
we heard the darkness grapple with the night.”
— Rotting Christ, Konx Om Pax
we heard the darkness grapple with the night.”
— Rotting Christ, Konx Om Pax
La duda se le quedó clavada en el pecho, como una lanza o como una astilla. Y el sabor de aquella sangre maldita no ayudaba en nada. La boca seguía teniendo aquel gusto a hierro, como si tuviera una moneda debajo de la lengua. Sabía que, pasados los días, era imposible que siguiera con esa sensación, que eran ideas suyas. Como el soldado que pierde una mano en batalla y la sigue sintiendo años más tarde. Y es que él mismo, un soldado también, había perdido demasiado en ese enfrentamiento. Pero había ganado mucho también.
La primera noche fue un licántropo. Atendió el llamado tan pronto como pudo, era luna llena, pero cuando llegó al lugar, el pobre animal ya estaba hecho pedazos con una saña que nunca había visto. Odiaba a los hombres lobo, y aún así, pensó que esta no era manera de morir.
La segunda noche fue un vampiro. Escuchó el grito de una mujer y fue hacia allá mientras hacía un rondín nocturno. Para cuando llegó, el inmortal ya no tenía cabeza. Siguió el rastro de sangre y en un callejón la fue a encontrar. Justo cuando las preguntas se estaban agolpando en su cabeza, vio con qué estaba sostenida: un khopesh, como los que él solía usar.
La tercera noche fue un hechicero. Y la cuarta un cambiante. Todos muertos de las maneras más atroces. Todos, en principio, posibles cazas para él. En cada una de esas ejecuciones encontró algo. Una de las dagas que perdió en el enfrentamiento con el vampiro que le dio su sangre, trozos de la ropa que vestía esa noche, hasta mensajes manifiestos, en ruso y en nenet. No cualquiera sabía ruso, pero era aún más raro que alguien conociera la lengua de los samoyedos.
Para cuando encontró el quinto regalo, no sólo se estaba comenzando a desesperar, sino que también a sentirse timado. No tuvo que atar demasiados cabos, pero entonces, ¿qué pretendía su inusual aliado? Después vinieron tres licántropos, como si de antemano supiera que ese era su gran lance, acabar con los condenados por la luna. Pero no había forma, se convenció, de que supiera eso y esto era sólo una coincidencia.
Esa noche, como todas las noches, encontró un licántropo. Su mano, separada del brazo, apuntaba una dirección. Vasiliy alzó el rostro. Era una calle que subía hasta la catedral. Bien, iba a jugar su juego, así que echó a andar. En el camino encontró otras partes del desdichado que tuvo la mala fortuna de encontrarse con… ¡vaya! Ni quisiera sabía su nombre, y es que enzarzados en la lucha, no tuvieron tiempo de presentaciones formales. Al menos, supo, iba por el camino correcto.
Entró a Notre Dame en silencio. No hizo amago de persignarse. Estaba en la inquisición por razones personales, no porque fuera un fiel creyente y en todo caso, tras dejar el chamanismo nenet, se convirtió al cristianismo ortodoxo. Dentro encontró un mensaje nuevo, sólo decía una cosa: atrás. Lo primero que hizo fue voltear hacia atrás, temiendo un ataque trapero, pero estaba solo, su única compañía eran santos de piedra y madera. Entonces avanzó hasta el altar, caminó a la izquierda y entró a la sacristía y ahí, la puerta trasera estaba abierta. Una vez fuera, el viento le revolvió el cabello. El aroma de un naranjo cercano le dio la bienvenida, pero no había nadie. O no vio a nadie.
—Estoy aquí —anunció con voz enérgica—. Si querías llamar mi atención, lo conseguiste. Dime, ¿qué quieres? Debo admitir que invertiste bastante tiempo e imaginación en esto, pero déjame la cacería de sobrenaturales a mí —de no ser por la naturaleza de su relación, sonaba casi como una suerte de camaradería. Vasiliy se quedó muy quieto en la oscuridad. A lo lejos un perro aulló y se escucharon los cascos de un caballo avanzar por las calles aledañas a toda velocidad.
Última edición por Vasiliy Korsakov el Mar Nov 22, 2016 8:32 pm, editado 2 veces
Vasiliy Korsakov- Inquisidor Clase Media
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Fecha de inscripción : 07/10/2015
Localización : París
Re: Sanctus Diavolos → Privado
El vampiro se aburría, ¿qué le sucedía al vampiro? Pues que estando roto, como estaba ya, no podía romperse más; estando loco, como estaba, no podía desquiciarse todavía más: había llegado a un triste punto en el que había tocado fondo, y aunque jamás se había encontrado en esa situación (¡recordad, cuando Ciro aún equivalía a perfección! Qué tiempos aquellos), ya se había cansado de ella. Honestamente, durante la arrogancia de sus años en la cima, él siempre había considerado que tocar fondo sería una experiencia satisfactoria en la que le daría igual absolutamente todo y haría lo que le viniera en gana, pero ¿en qué deja eso a la experiencia si, previamente, ya había sido apático y ya había hecho su santa voluntad? Se había comportado como un fracasado tantas veces antes de oficialmente arañar el fondo, en el que se repantigaba ahora, que la experiencia le resultaba ya vacía…
Pero, bueno, todas se lo parecían. Era como un muerto viviente, sin el como porque, técnicamente, al ser un vampiro estaba muerto y a la vez vivía, ¡qué curioso! Y, claro, todo le parecía vacío porque estaba en un impasse, un punto muerto en su venganza en el que había terminado de colocar todas sus piezas (y era un auténtico milagro que no hubiera derribado ninguna en el proceso, dicho sea de paso), de planificar su estrategia, y sólo le quedaba esperar a que Fausto hiciera lo propio… hasta sin saberlo. Pero eso era parte de su plan, eso y utilizar lo que él más quería en su contra, una táctica tan vieja pero tan efectiva como lo era él mismo, hiciera lo que hiciese con su vida. O con la del resto… ¡Oh! En ese momento se le encendió la bombillita a Ciro, al vampiro brillante que ya casi ni siquiera lo parecía, y recordó a su nuevo juguete, al inquisidor que había catado su sangre y cuyo mundo se había empezado a venir abajo, aunque aún necesitaba un empujoncito. Uno que, obviamente, Ciro le daría encantado.
Había decidido que le apetecía jugar, y eso fue lo que hizo, pero con el espartano lo de jugar no era como una simple partida de ajedrez o damas, sino más bien como una gymkana macabra llena de muerte, sangre y destrucción. Además, era demasiado fácil enviarle una misiva (aunque fuera divertido que la recibiera escrita en la piel de algún pobre desgraciado… No, Ciro, piensa: ¡largo plazo, no corto plazo!) con su ubicación, así que eligió ir dejándole pistas que se mezclaran con sus propios encargos como inquisidor, porque éstos eran tan fáciles de descubrir que, en fin, a él aún le extrañaba que la institución siguiera en pie. Bueno, no todos los enemigos de la Iglesia podían ser tan brillantes como él a veces seguía siéndolo, no tendría gracia si así fuera, y aquellas noches Ciro lo que buscaba era precisamente esa gracia macabra, una suerte de broma asesina que prolongó, prolongó y prolongó… hasta que se cansó.
De acuerdo, asesinar licántropos siempre era satisfactorio (¡apestaban!); otros vampiros, necesario (¡eran patéticos!); hechiceros, una pérdida de tiempo (¡eran tan débiles y pretenciosos!); cambiantes, una obra de caridad (¡eran mascotas moribundas! Más o menos), pero el auténtico premio era él, el inquisidor que había bebido su sangre, aunque a aquellas alturas ya se le habría debido de pasar el efecto. Oh, Ciro estaba ansioso por escuchar la experiencia religiosa que debía de haber sido para el inquisidor beber de la auténtica ambrosía divina que corría por sus venas, pero para ello debía encontrarlo, y la verdad, difícil no es que se lo hubiera puesto: había elegido Notre Dame, que aunque en principio no fuera mucho con el vampiro, si lo pensabas, realmente ya nada iba mucho con él, así que ¿por qué no un templo religioso? Otra opción siempre era el Louvre, junto a los tesoros de sus antepasados, pero Notre Dame le parecía más simbólico, por eso de que su rival era un inquisidor y tal.
Así, pacientemente, Ciro esperó sentado en uno de los bancos, y su postura se fue desmadejando poco a poco a medida que el tiempo pasaba y la luna iba subiendo más en el cielo, de manera que, al final, acabó sentado con el aspecto de un mendigo pero, al igual que siempre, la dignidad de un rey. Aunque ese rey careciera de corona y aún tuviera el rostro manchado de sangre de su última víctima, eso eran detalles sin importancia, especialmente cuando el inquisidor entró y, por supuesto, no lo vio. En la oscuridad, Ciro sonrió, se incorporó y, silenciosamente, se dirigió hacia el inquisidor, aunque permaneció fuera de su vista aún, con una teatralidad que era lógica, dado que fueron los suyos quienes inventaron el teatro…
– Para ser un inquisidor que sabe que va a encontrarse con un vampiro, confías mucho en tu enemigo y en que no se vaya a valer de las sombras para ocultarse. – comentó, aprovechándose del eco del templo para ocultar aún más su presencia.
Ciro continuó unos segundos más rodeándolo, pero enseguida se cansó, como al final le pasaba con casi todo, y se acercó hasta el altar mayor, donde un crucifijo ornamentado con más metales preciosos que soporte, casi, lo esperaba. Con gesto indolente, se sentó sobre la tabla y cogió el crucifijo únicamente para lanzárselo al nenet, que esta vez, al haberlo visto, lo pudo esquivar. Ciro sonrió, como un niño al que habían pillado con las manos en la masa pero que sabe que, por ser encantador, se va a librar de un castigo, y se encogió de hombros. Por una vez, su aspecto (salvo la sangre, pero eran apenas unas gotitas en comparación con la otra vez) parecía casi de burgués; era evidente que había habido un cambio entre el encuentro anterior y aquel, y hasta parecía más… centrado, si es que eso se podía decir de Ciro dadas las circunstancias en las que se hallaba.
– Así que la caza de sobrenaturales para ti, ¿eh? Si no me hubiera mostrado, habrías gritado hasta despertar a todas las gárgolas y habrías seguido sin encontrarme. – lo reprendió, alzando una ceja, y después lo examinó con aire desganado. – Me aburro, nenet. He pensado que podríamos seguir con nuestra conversación. Dime, ¿ya me echas de menos? El efecto de la sangre se te pasó, ¿no? – inquirió, aunque, obviamente, ya sabía las respuestas a ambas preguntas… No era demasiado difícil saberlo, tanto por el tono casi juguetón que había empleado el otro al increparlo como porque sabía del efecto de la sangre de vampiro en un humano, y por desgracia para éstos, no era permanente. A menos que se transformaran, claro estaba, pero algo le decía a Ciro que su nenet no era de esos. Lástima.
Pero, bueno, todas se lo parecían. Era como un muerto viviente, sin el como porque, técnicamente, al ser un vampiro estaba muerto y a la vez vivía, ¡qué curioso! Y, claro, todo le parecía vacío porque estaba en un impasse, un punto muerto en su venganza en el que había terminado de colocar todas sus piezas (y era un auténtico milagro que no hubiera derribado ninguna en el proceso, dicho sea de paso), de planificar su estrategia, y sólo le quedaba esperar a que Fausto hiciera lo propio… hasta sin saberlo. Pero eso era parte de su plan, eso y utilizar lo que él más quería en su contra, una táctica tan vieja pero tan efectiva como lo era él mismo, hiciera lo que hiciese con su vida. O con la del resto… ¡Oh! En ese momento se le encendió la bombillita a Ciro, al vampiro brillante que ya casi ni siquiera lo parecía, y recordó a su nuevo juguete, al inquisidor que había catado su sangre y cuyo mundo se había empezado a venir abajo, aunque aún necesitaba un empujoncito. Uno que, obviamente, Ciro le daría encantado.
Había decidido que le apetecía jugar, y eso fue lo que hizo, pero con el espartano lo de jugar no era como una simple partida de ajedrez o damas, sino más bien como una gymkana macabra llena de muerte, sangre y destrucción. Además, era demasiado fácil enviarle una misiva (aunque fuera divertido que la recibiera escrita en la piel de algún pobre desgraciado… No, Ciro, piensa: ¡largo plazo, no corto plazo!) con su ubicación, así que eligió ir dejándole pistas que se mezclaran con sus propios encargos como inquisidor, porque éstos eran tan fáciles de descubrir que, en fin, a él aún le extrañaba que la institución siguiera en pie. Bueno, no todos los enemigos de la Iglesia podían ser tan brillantes como él a veces seguía siéndolo, no tendría gracia si así fuera, y aquellas noches Ciro lo que buscaba era precisamente esa gracia macabra, una suerte de broma asesina que prolongó, prolongó y prolongó… hasta que se cansó.
De acuerdo, asesinar licántropos siempre era satisfactorio (¡apestaban!); otros vampiros, necesario (¡eran patéticos!); hechiceros, una pérdida de tiempo (¡eran tan débiles y pretenciosos!); cambiantes, una obra de caridad (¡eran mascotas moribundas! Más o menos), pero el auténtico premio era él, el inquisidor que había bebido su sangre, aunque a aquellas alturas ya se le habría debido de pasar el efecto. Oh, Ciro estaba ansioso por escuchar la experiencia religiosa que debía de haber sido para el inquisidor beber de la auténtica ambrosía divina que corría por sus venas, pero para ello debía encontrarlo, y la verdad, difícil no es que se lo hubiera puesto: había elegido Notre Dame, que aunque en principio no fuera mucho con el vampiro, si lo pensabas, realmente ya nada iba mucho con él, así que ¿por qué no un templo religioso? Otra opción siempre era el Louvre, junto a los tesoros de sus antepasados, pero Notre Dame le parecía más simbólico, por eso de que su rival era un inquisidor y tal.
Así, pacientemente, Ciro esperó sentado en uno de los bancos, y su postura se fue desmadejando poco a poco a medida que el tiempo pasaba y la luna iba subiendo más en el cielo, de manera que, al final, acabó sentado con el aspecto de un mendigo pero, al igual que siempre, la dignidad de un rey. Aunque ese rey careciera de corona y aún tuviera el rostro manchado de sangre de su última víctima, eso eran detalles sin importancia, especialmente cuando el inquisidor entró y, por supuesto, no lo vio. En la oscuridad, Ciro sonrió, se incorporó y, silenciosamente, se dirigió hacia el inquisidor, aunque permaneció fuera de su vista aún, con una teatralidad que era lógica, dado que fueron los suyos quienes inventaron el teatro…
– Para ser un inquisidor que sabe que va a encontrarse con un vampiro, confías mucho en tu enemigo y en que no se vaya a valer de las sombras para ocultarse. – comentó, aprovechándose del eco del templo para ocultar aún más su presencia.
Ciro continuó unos segundos más rodeándolo, pero enseguida se cansó, como al final le pasaba con casi todo, y se acercó hasta el altar mayor, donde un crucifijo ornamentado con más metales preciosos que soporte, casi, lo esperaba. Con gesto indolente, se sentó sobre la tabla y cogió el crucifijo únicamente para lanzárselo al nenet, que esta vez, al haberlo visto, lo pudo esquivar. Ciro sonrió, como un niño al que habían pillado con las manos en la masa pero que sabe que, por ser encantador, se va a librar de un castigo, y se encogió de hombros. Por una vez, su aspecto (salvo la sangre, pero eran apenas unas gotitas en comparación con la otra vez) parecía casi de burgués; era evidente que había habido un cambio entre el encuentro anterior y aquel, y hasta parecía más… centrado, si es que eso se podía decir de Ciro dadas las circunstancias en las que se hallaba.
– Así que la caza de sobrenaturales para ti, ¿eh? Si no me hubiera mostrado, habrías gritado hasta despertar a todas las gárgolas y habrías seguido sin encontrarme. – lo reprendió, alzando una ceja, y después lo examinó con aire desganado. – Me aburro, nenet. He pensado que podríamos seguir con nuestra conversación. Dime, ¿ya me echas de menos? El efecto de la sangre se te pasó, ¿no? – inquirió, aunque, obviamente, ya sabía las respuestas a ambas preguntas… No era demasiado difícil saberlo, tanto por el tono casi juguetón que había empleado el otro al increparlo como porque sabía del efecto de la sangre de vampiro en un humano, y por desgracia para éstos, no era permanente. A menos que se transformaran, claro estaba, pero algo le decía a Ciro que su nenet no era de esos. Lástima.
Invitado- Invitado
Re: Sanctus Diavolos → Privado
“What would your good do if evil didn't exist, and what would the earth look like if all the shadows disappeared?”
― Mikhail Bulgakov
― Mikhail Bulgakov
Apenas el suficiente tino para poder esquivar la improvisada arma. Vasiliy escuchó el viento silbar a su lado tan pronto pudo ver al vampiro emerger de las sombras. Y aunque se sintió aturdido, pues el recuerdo de su sangre le inundó la garganta y la boca como una nausea, pudo moverse rápido y con seguridad, que no se dijera que su arduo entrenamiento, en el cual había destacado, no había servido de nada. Aunque la mayoría de las veces atribuía sus habilidades a su origen en la tundra y no al acondicionamiento occidental; era una pizca de dignidad que debía guardar, después de que su pueblo fue vendido al mejor postor por su propio padre.
Se irguió cuando el crucifijo fue a dar contra el muro y luego el suelo, haciendo eco en la nave monumental de la catedral. Vasiliy entornó los ojos rasgados y oscuros, ahora podía verlo mejor, parecía un niño aburrido que busca a qué pobre animal atormentar. La idea le desagradó, pues en ese cuadro, él era la víctima. Bajó la guardia en apariencia, aunque seguía atento a los movimientos ajenos; era impredecible y eso había quedado claro desde la primera vez.
—Y tú para ser un vampiro, te develas ante tu enemigo de manera muy gratuita —increpó e inclinó el rostro con curiosidad. La comisura de sus labios se arqueó en una sonrisa retadora—. Creo que me das poco crédito. Aunque debo admitir que eres hábil. ¿Cuántos años tienes? Eso explicaría tu manera de moverte, a pesar de… —hizo un ademán con la mano, señalando al otro—, tu forma errática de comportarte —lo dijo así, pero tal vez no abarcaba del todo lo que pretendía decir. El vampiro era mucho más que errática, o volátil. Era un concepto que Vasiliy hasta entonces desconocía y le intrigaba. Ahí era donde fallaba, nunca debía sentir fascinación por seres como él.
—He notado que te aburres. Vaya puesta en escena que has montado en París. Me halagas —se llevó una mano al pecho—. ¿Sólo eso quieres? ¿Saber qué pasó después de que bebí tu sangre? Vamos, no creí que fueran tan egocéntrico —habló con sarcasmo, aunque no mostró signo alguno de esa sed que había estado sintiendo posterior a la ofrenda; una sed que el agua o el vino no iba a saciar. Un anhelo cimentado más en las preguntas que el vampiro abría, como surcos en la siembra, que en las respuestas que se negaba tanto a dar.
—Qué quieres que te diga. El regalo que tienen los seres como tú es injusto. Inyectar energía y vida, a pesar de estar muertos, es toda una ironía. Pero si buscara las ironías de la vida quizá me hubiera dedicado mejor a la filosofía y no a esto que hago —chasqueó la lengua y se acercó con paso firme, sin dejar de mirar a los ojos a su enemigo, tratando de ignorar el rostro sucio de sangre, aunque el aroma lo estuviera mareando; sin embargo, éste era diferente al que la sangre del otro desprendía. Anotando mentalmente también el detalle de su atuendo; en su mente sólo cabía la posibilidad de que había robado esa ropa de una de sus víctimas.
Al final, se sentó junto al vampiro así como si nada. Hombro con hombro y miró la oscuridad apenas hollada por la luz que se colaba por las ventanas en lo alto. Vio destellar allá a lo lejos el crucifijo ornamentado que había servido como método para llamar su atención. Vasiliy no era tonto, si el vampiro hubiera querido, le hubiera atinado entre ceja y ceja y ahí hubiera quedado, de la manera más absurda, en un charco de su propia sangre, que por la falta de luz, parecería negra.
—¿Quién fuiste en vida? —Preguntó diáfano, sin más rodeos. Sin verlo, su rostro seguía al frente, mirando la totalidad relativa de las sombras que antes sirvieron de escondite a ese enemigo que se salía de toda norma. Antes, el sólo pensar en estar tanto tiempo con un sobrenatural hubiera causado risa en Vasiliy, y formular esa pregunta era impensable—. No eres como otros vampiros, y lo sabes. Tampoco te lo digo como adulación. Si acaso, siéntete importante porque ocupas el número uno en mi lista —mentira, esos eran los licántropos, sin importar origen o culpa en su maldición.
Parecía relajado. Un par de amigos que encuentran un sitio para estar en silencio. Pero si se ponía atención, podía verse la tensión entre ambos, como un a cuerda de violín tan apretada que está a punto de reventarse.
Vasiliy Korsakov- Inquisidor Clase Media
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Fecha de inscripción : 07/10/2015
Localización : París
Re: Sanctus Diavolos → Privado
Uno de los muchísimos talentos del vampiro era su capacidad para transformarse, ante la vista de cualquiera, en una auténtica estatua, quieto como lo estaba en aquel instante y sin que nada ni nadie lo inmutase. Así, permaneció estático, escuchando cada una de las palabras de su nenet (curioso el uso del posesivo, ¿no?, aunque fuera en la intimidad de sus pensamientos…), hasta que hubo una que lo detonó y le rompió la inmovilidad como una piedra, al ser lanzada, lo hace en la superficie de un lago. ¿Y qué hizo el vampiro para demostrar que estaba vivo (¡más o menos! Pero, como había dicho Vasiliy, no iban a meterse a filosofar, así que él no lo haría: en eso sí lo respetaba)? Pues lo que cualquier demente en su única situación haría: chasquear la lengua, con desagrado; girar la cara hacia él con un movimiento tan brusco que el crujido de su cuello hizo eco en toda la iglesia, y, por último, aullar como un auténtico lobo.
– Ahora sí que soy tu prioridad. ¿O crees que me es difícil captar a los lobos en tu cerebro? No eres insondable, ese soy yo; acuérdate de tu posición, nenet, porque te olvidas fácil de las diferencias entre los dos. – su regañina sonó como la de un tutor a su pupilo, pero algo en su actitud, tal vez el hecho de que la tensión de su cuerpo sumada a sus ojos muy abiertos le daban el aspecto de estar a punto de atacarlo, invitaba a la cautela, no a aceptar de buen grado la crítica. – Pero ¿qué te voy a criticar? Los lobos dan asco. Son bestias salvajes que se comportan como tal sin la más mínima excusa, no como yo, que tengo motivos. Por si te lo preguntabas, esto… – se interrumpió, e hizo un gesto con el dedo en torno a su sien derecha, como si atornillara algo. – Esto es así por algo. Pero no te voy a negar que tiene sus ventajas. – admitió.
El nenet tal vez no fuera consciente de la importancia de lo que acababa de suceder porque no conocía al vampiro lo suficiente, pero que Ciro hubiera admitido con tanta libertad algo que sabía bien sobre su estado era, como poco, un auténtico privilegio. Convertía, así, a Vasiliy en uno de los pocos seres con los que se sinceraba en alguna ocasión, y dado que el término mentira prácticamente había sido inventado tras las andanzas del espartano, el privilegio era aún mayor que ser nombrado realeza de algún Estado. ¡Y eso Ciro lo sabía bien! Tal vez su patetismo y la pobreza de sus harapos y estilo de vida pudieran engañar a alguien, pero apenas bastaba con observarlo para saber que él era mucho más que un vampiro desharrapado, y si algo sabía de Vasiliy, pues acababa de demostrárselo, era que observar sí se le daba bien.
– Te lo contaré, pero tal vez no me creas. ¿Quién sabe? Algunos me llaman mentiroso… No sé por qué será. – comentó, con sorna, y se repantigó en el asiento de madera como lo haría un rey déspota y tirano en su trono, como augurando lo que vendría a continuación. – Nací mortal, obviamente. Me crié guerrero, sin nada más a lo que aspirar; en Esparta funcionábamos así, te deshacías de todo y aprendías a luchar por tu polis y por el bien común. En fin, me convertí en rey, brillé como general, gané batallas, intrigué con mis enemigos y ancestros y me condenaron a morir. Los humanos, siempre tan agradecidos: lo das todo por ellos, hasta tu propia identidad, y cuando te desvías apenas un paso de lo que esperan de ti, te clavan a una cruz. ¡Ja! Pero no, no soy Jesucristo, qué aburrimiento si lo fuera. Soy Pausanias, pero no creo que hayas oído hablar de mí. Traidor, condenado a morir en un templo, salvado por un vampiro, al que asesiné después. El aburrimiento fácil ha sido la única fulana que me ha durado toda la eternidad… – sonrió, sardónico, y miró de nuevo al frente.
Sus ojos almendrados, rasgados aunque en mucha menor medida que los del nenet, se encontraban clavados en el altar mayor de la iglesia, indiferentes a su propia historia o a la situación en la que se encontraba, con un inquisidor al lado. Si estaba a la defensiva era porque jamás dejaría de estarlo, pero Vasiliy había logrado que se relajara un tanto, al menos lo suficiente para que permaneciera quieto dos minutos sin esa presunción suya de parecer una estatua de mármol, como las que se hacían en sus tiempos mozos de humanidad. Otro gran logro para el inquisidor nenet, por si despertar la curiosidad de un vampiro obcecado con la idea de vengarse de un humano hasta el punto de que casi no pensaba en otra cosa no fuera suficiente triunfo de por sí.
– ¿Y aún te preguntas si soy tan egocéntrico? Sí, demonios. Mi sangre tiene más efecto que la de cualquier otro vampiro que te encuentres, por eso lo quiero saber. Además, en alguien tan estirado como tú, ¿a qué sabe la decepción? Me siento un tanto identificado con eso. – admitió, y de hecho llegó a echarse a reír, con una burla hacia sí mismo que terminó de golpe, cuando él se acercó al nenet hasta que sus narices estaban separadas por, más o menos, medio dedo de distancia, y sus ojos taladraban los del otro, amenazantes de repente. El Ciro juguetón había dado paso a la bestia en tan solo un momento, sin nada que lo avisara para que se preparara. – Tengo unos 2300, pero ¿quién lleva la cuenta? Me aburro, nenet. Cuéntame quién eres y tal vez no te mate ahora. – volvió a su actitud anterior, la de monstruo y niño aburrido, pero no había nada en él que se asemejara a un crío, y por ello la amenaza no podía parecer menos cierta.
– Ahora sí que soy tu prioridad. ¿O crees que me es difícil captar a los lobos en tu cerebro? No eres insondable, ese soy yo; acuérdate de tu posición, nenet, porque te olvidas fácil de las diferencias entre los dos. – su regañina sonó como la de un tutor a su pupilo, pero algo en su actitud, tal vez el hecho de que la tensión de su cuerpo sumada a sus ojos muy abiertos le daban el aspecto de estar a punto de atacarlo, invitaba a la cautela, no a aceptar de buen grado la crítica. – Pero ¿qué te voy a criticar? Los lobos dan asco. Son bestias salvajes que se comportan como tal sin la más mínima excusa, no como yo, que tengo motivos. Por si te lo preguntabas, esto… – se interrumpió, e hizo un gesto con el dedo en torno a su sien derecha, como si atornillara algo. – Esto es así por algo. Pero no te voy a negar que tiene sus ventajas. – admitió.
El nenet tal vez no fuera consciente de la importancia de lo que acababa de suceder porque no conocía al vampiro lo suficiente, pero que Ciro hubiera admitido con tanta libertad algo que sabía bien sobre su estado era, como poco, un auténtico privilegio. Convertía, así, a Vasiliy en uno de los pocos seres con los que se sinceraba en alguna ocasión, y dado que el término mentira prácticamente había sido inventado tras las andanzas del espartano, el privilegio era aún mayor que ser nombrado realeza de algún Estado. ¡Y eso Ciro lo sabía bien! Tal vez su patetismo y la pobreza de sus harapos y estilo de vida pudieran engañar a alguien, pero apenas bastaba con observarlo para saber que él era mucho más que un vampiro desharrapado, y si algo sabía de Vasiliy, pues acababa de demostrárselo, era que observar sí se le daba bien.
– Te lo contaré, pero tal vez no me creas. ¿Quién sabe? Algunos me llaman mentiroso… No sé por qué será. – comentó, con sorna, y se repantigó en el asiento de madera como lo haría un rey déspota y tirano en su trono, como augurando lo que vendría a continuación. – Nací mortal, obviamente. Me crié guerrero, sin nada más a lo que aspirar; en Esparta funcionábamos así, te deshacías de todo y aprendías a luchar por tu polis y por el bien común. En fin, me convertí en rey, brillé como general, gané batallas, intrigué con mis enemigos y ancestros y me condenaron a morir. Los humanos, siempre tan agradecidos: lo das todo por ellos, hasta tu propia identidad, y cuando te desvías apenas un paso de lo que esperan de ti, te clavan a una cruz. ¡Ja! Pero no, no soy Jesucristo, qué aburrimiento si lo fuera. Soy Pausanias, pero no creo que hayas oído hablar de mí. Traidor, condenado a morir en un templo, salvado por un vampiro, al que asesiné después. El aburrimiento fácil ha sido la única fulana que me ha durado toda la eternidad… – sonrió, sardónico, y miró de nuevo al frente.
Sus ojos almendrados, rasgados aunque en mucha menor medida que los del nenet, se encontraban clavados en el altar mayor de la iglesia, indiferentes a su propia historia o a la situación en la que se encontraba, con un inquisidor al lado. Si estaba a la defensiva era porque jamás dejaría de estarlo, pero Vasiliy había logrado que se relajara un tanto, al menos lo suficiente para que permaneciera quieto dos minutos sin esa presunción suya de parecer una estatua de mármol, como las que se hacían en sus tiempos mozos de humanidad. Otro gran logro para el inquisidor nenet, por si despertar la curiosidad de un vampiro obcecado con la idea de vengarse de un humano hasta el punto de que casi no pensaba en otra cosa no fuera suficiente triunfo de por sí.
– ¿Y aún te preguntas si soy tan egocéntrico? Sí, demonios. Mi sangre tiene más efecto que la de cualquier otro vampiro que te encuentres, por eso lo quiero saber. Además, en alguien tan estirado como tú, ¿a qué sabe la decepción? Me siento un tanto identificado con eso. – admitió, y de hecho llegó a echarse a reír, con una burla hacia sí mismo que terminó de golpe, cuando él se acercó al nenet hasta que sus narices estaban separadas por, más o menos, medio dedo de distancia, y sus ojos taladraban los del otro, amenazantes de repente. El Ciro juguetón había dado paso a la bestia en tan solo un momento, sin nada que lo avisara para que se preparara. – Tengo unos 2300, pero ¿quién lleva la cuenta? Me aburro, nenet. Cuéntame quién eres y tal vez no te mate ahora. – volvió a su actitud anterior, la de monstruo y niño aburrido, pero no había nada en él que se asemejara a un crío, y por ello la amenaza no podía parecer menos cierta.
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Re: Sanctus Diavolos → Privado
“We can spend our lives letting the world tell us who we are. Sane or insane. Saints or sex addicts. Heroes or victims. Letting history tell us how good or bad we are. Letting our past decide our future. Or we can decide for ourselves. And maybe it's our job to invent something better.”
― Chuck Palahniuk, Choke
― Chuck Palahniuk, Choke
Desde fuera, la escena era casi inverosímil (casi, porque estaba sucediendo), rayaba en el ridículo, ¿un antiguo vampiro y un inquisidor, ahí, en pleno Notre Dame, charlando? Si antes de conocer al inmortal, alguien se hubiera atrevido a ir con tan descabellada idea ante Vasiliy, éste se hubiera reído en su cara. Y los dioses de la tundra sabían que Vasiliy no era de los que rieran mucho. Volvió la cabeza para verlo cuando siguió hablando, no quiso demostrar su sorpresa, aunque no estuvo seguro de haberlo conseguido. Escuchó, encontró fútil tratar de decir lo contrario, el chupasangre ya había estado en su cabeza y quién sabe qué tanto habría removido ahí dentro. Quiso reír, pero tampoco le salió muy bien. Se cruzó de brazos y esperó un par de segundos.
—Bueno, eso lo tenemos en común —y es que era una completa payasada que estuviera diciendo eso… ¿él? ¿Algo en común con un vampiro? Ni en sus más locos sueños habría imaginado algo así. Dejó que la ironía se asentara en el ambiente. Que se fundiera con la tensión latente que, de tanta que era para ese entonces, ya ni se sentía—. Me pregunto qué es ese algo, cuál es el motivo. No te preocupes, no te estoy preguntando a ti, es sólo una reflexión —porque ya había aprendido que el vampiro no era un experto en dar respuestas concentras, o en absoluto, si se le daba la gana.
Si fue a agregar algo, en ese instante fue irrelevante, Vasiliy abrió la boca pero antes si quiera de articular lo siguiente, el inmortal ofreció su historia, como antes había ofrecido su sangre. En un plano consciente Vasiliy se mostró intrigado, pero en el fondo se preguntó por las verdaderas intenciones de su acompañante, ¿a qué estaba jugando? Era interesante, claro, pero también lograba ser desesperante. Era obvio que se trataba, o al menos, se trató en algún momento, de alguien veleidoso. Enarcó una ceja, y lamentó no haber escuchado antes su nombre mortal, quizá eso le hubiera dado una mejor noción de contra qué se enfrentaba, aunque… ¿después de siglos y siglos, eso importaba? ¿Qué tanto había mutado el otrora Pausanias?
Se movió un poco y soltó los brazos, sin interrumpir. Casi lo hace reír de nuevo, de hecho, estuvo a punto de soltar la carcajada cuando lo llamó estirado. ¿Era eso? ¿Su disciplina lo había vuelto aburrido? Debía estar perdiendo la cabeza como para que un vampiro lo hiciera reflexionar en esa parte de su vida. Sin embargo, no pudo, pues el rictus ajeno cambió y de inmediato Vasiliy volvió a subir la guardia. ¡Joder! Era tornadizo como pocos. Aguantó la respiración cuando lo tuvo cerca, era apuesto para los estándares occidentales, pero detrás de esos rasgos clásicos, había algo mucho más tenebroso y asolador, que helaba la sangre.
—No sé qué quieres que te diga —al fin habló—, pero voy a ser sincero, y quizá este sea mi más grave error en todo este sinsentido. Jamás sentí un poder como el que tu sangre me otorgó. Conozco sobre los ghouls, pobres mortales a los que ustedes someten y esclavizan, haciéndolos depender de su sangre; no quiero convertirme en eso. Agradezco que me hubieras salvado, aunque aún no adivino el por qué. Tampoco es que importe mucho, sin embargo, aunque añore volver a sentir esa fuerza, mi voluntad es más grande, ya lo dijiste, soy un estirado —sonrió de lado fugazmente y luego suspiró con cansancio—. Dime, ¿aún vas con el nombre de Pausanias? —Preguntó; se dio cuenta que aún no tenía un nombre con el cual llamarlo, eran sólo el vampiro y el inquisidor, el loco y el nenet.
—Me parece justo decirte algo sobre mí, es un intercambio equitativo, aunque dudo que mi historia sea remotamente tan interesante como la tuya, no bromeo —y no lo hacía. Vasiliy a veces parecía carecer de sentido del humor—. Nací para gobernar la tribu, heredar el puesto de mi padre entre los nuestros, pueblos nómadas que ni el zarato ruso pudo dominar, ni desaparecer. Sin embargo, los dioses son crueles, aunque ya no creo en ellos, ni en los de occidente. Una noche un hombre convertido en bestia me atacó, y mi madre con tal de salvarme, se sacrificó. El tonto de mi padre no pudo soportarlo, y le dio la espalda a todo lo que era, dio sin batalla las tierras de mi gente al zar; nos traicionó, y me llevó a mí entre las patas. Acepté formar parte de la inquisición para vengar a mi madre, sólo eso —fue muy claro, su voz no tuvo modulaciones, adoptó un sonsonete monótono que pretendía ocultar cualquier atisbo de sentimientos.
—Mi nombre no es mi nombre —continuó. El vampiro tampoco poseía el suyo. Eran seres hasta entonces sin un apelativo en el imaginario uno del otro—. Me llamo en realidad Sokol Paryashchaya —y pronunció aquel conjunto de palabras con una perfección en el acento que pareció que no habían pasado años desde la última vez que habían salido de su boca—. Halcón que vuela alto, eso significa, pero ya no importa, como mi padre, de algún modo, traicioné a mi pueblo también… espero que esta patética historia me haya dado minutos más de vida —inclinó la cabeza con algo de burla.
—Parece que ambos lo dimos todo, hasta nuestras identidades, y aún así… no fue suficiente, ¿tú qué crees?
Última edición por Vasiliy Korsakov el Lun Mar 20, 2017 10:50 pm, editado 1 vez
Vasiliy Korsakov- Inquisidor Clase Media
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Re: Sanctus Diavolos → Privado
¿Preocuparse? Ciro tenía suficiente con cualquiera de los treinta y siete (así a ojo) pensamientos que recorrían su mente a la vez como para dedicarle más de un segundo de su atención al nenet, cuyo nombre real aún ignoraba, pues si bien había oído de su boca algo que debía de haber sonado como tal, Ciro no se lo llegó a creer. Efectivamente: pese a que sabía objetivamente que el hombre había dicho la verdad (lo notó en su tono de voz, en el contexto y en que, en fin, lo empezaba a conocer. Eso de probar su sangre unía bastante, suponía), el espartano no estaba dispuesto a tragárselo, y por eso permaneció quieto y mirándolo, en un silencio tal que podrían haber pensado que estaban solos de no ser por el hecho de que la espada de la muerte pendía sobre ambos. Ah, cómo olvidar ese pequeño detalle que se apreciaba desde el primer momento en que Ciro entraba en una habitación… Había que ser muy suicida para no darse cuenta, y el estirado (hasta en sus pensamientos se regodeó el chupasangre con la palabrita de marras) nenet era de todo menos suicida.
– Yo no lo creo, sé que no es suficiente. Pero, como sueles, te equivocas, ¿por qué eres tan lanzado en tus palabras pese a ser tan comedido en todo? Malditos esteparios, no hay quien os haga tener sangre en las venas; si no te hubiera visto sangrar, creería que tú también tienes hielo. – criticó Ciro, con la calma de una maldita estatua, la mirada clavada en el nenet y los ojos entrecerrados, pero porque sonreía, no porque lo estuviera estudiando más de lo que normalmente lo haría. No, a aquellas alturas él se sentía con la suficiente confianza, irónico dado que no estaba muy dispuesto a encomendarle nada que efectivamente supusiera confiar en él (eso había que ganárselo con algo más que un par de afortunados y aleatorios encuentros), para saberse un experto en la fisionomía del rival, así que si lo miraba no era para eso. No, si lo miraba a los ojos era para desestabilizarlo, porque sabía que lo que todos veían en él, apenas una milésima parte de la realidad con la que él vivía cada noche, era aún más aterrador que cualesquiera que fueran sus palabras.
– No te he dado mi maldita identidad, te he dado mi pasado, que no significa ya nada. Mírame, por todos los demonios, ¿paso por un general espartano ahora mismo? Y no me digas que sí, tras una batalla, porque hasta entonces era menos carnicero… No sabía lo que era bueno, pobre e iluso humano. – se criticó, esta vez, a sí mismo, algo que haría un tiempo jamás habría contemplado, pero las circunstancias cambiaban, y eso, de por sí, ya revelaba lo sumamente lejos que se encontraba del endiosado mortal que había sido en su época de rey. Una época, por cierto, consumada, no como en el caso del nenet; ¿cómo sería para él saberse un rey sin trono y sin haberlo probado mientras que el vampiro sí lo había hecho…? Tal vez se lo preguntara después, por molestarlo, pero por lo pronto, Ciro se dirigió hacia el altar mayor, con la excusa de observar los relieves que lo componían, pero en realidad porque le apetecía moverse. Vaya simpleza para tratarse de alguien tan deliberadamente complejo.
– Plantéatelo así: es como contarte el principio de una historia pero quedarme atascado antes de llegar siquiera a la mitad. Quién fui importó, y sigue haciéndolo un poquito, pero ¿te interesa más saber mis pecados humanos o en qué demonios me he convertido? – preguntó, aleccionándolo, y se sentó en el altar de un salto, como si fuera un crío otra vez, lo cual haría preguntarse a cualquier persona mínimamente observadora qué maldito problema tenía el vampiro con esas pueriles regresiones que a veces le entraban. – Ni siquiera me llamo Pausanias. Llevo eones llamándome Ciro, aunque debo reconocerte que me cambio el nombre cuando me apetece recordarles a los parisinos a figuras de su historia que tienen olvidadas. ¿Y quién mejor que Ciro el Grande para hacerlo…? Bueno, yo, por supuesto, pero me gusta cómo suena Ciro, y los persas y yo siempre tuvimos relaciones muy hondas, así que es mi preferido. – aclaró, aunque probablemente fuera innecesario, pues ¿captaría el estepario lo que él estaba intentando expresar si ni siquiera él mismo tenía claro qué era eso? Ah, qué buena pregunta.
– Deberías cambiar de idea y creer en un dios, al menos. Lo tienes delante, ¿qué más pruebas necesitas? – lanzó la afirmación con una sonrisa torcida, recostándose hacia atrás contra la cruz para que el reflejo de la luna jugara con él y pareciera, efectivamente, iluminarlo como si Dios Todopoderoso (¡amén!) lo hubiera señalado como su heredero. – Pero los dioses son crueles, caprichosos y a veces bendicen, ya he sido las dos primeras, y puedo ser la segunda. ¿Necesitas algo más para creerme? Dime, ¿has vengado ya a tu madre? Podría ayudar, me gusta matar lobos, Halcón traidor. Los dos lo somos, pero yo pagué por ello con mi vida humana; tú sólo con un exilio, o al menos eso asumo. Lo tienes todo tan fácil… Necesitas crueldad en tu vida, sí. – sentenció, contradictorio, y le lanzó el cáliz al nenet tan rápidamente que no pudo esquivarlo y lo golpeó de lleno. Sonriendo, el espartano se cruzó de brazos, momentáneamente satisfecho. – Bien, y ahora me estabas hablando de tu venganza. ¡No pongas esa cara, hombre! Ya me cobraré el favor para mi propia venganza. – restó importancia, chasqueó la lengua y finalmente sonrió, inestable, pero maravillosamente cuerdo durante, al menos, unos pocos minutos.
– Yo no lo creo, sé que no es suficiente. Pero, como sueles, te equivocas, ¿por qué eres tan lanzado en tus palabras pese a ser tan comedido en todo? Malditos esteparios, no hay quien os haga tener sangre en las venas; si no te hubiera visto sangrar, creería que tú también tienes hielo. – criticó Ciro, con la calma de una maldita estatua, la mirada clavada en el nenet y los ojos entrecerrados, pero porque sonreía, no porque lo estuviera estudiando más de lo que normalmente lo haría. No, a aquellas alturas él se sentía con la suficiente confianza, irónico dado que no estaba muy dispuesto a encomendarle nada que efectivamente supusiera confiar en él (eso había que ganárselo con algo más que un par de afortunados y aleatorios encuentros), para saberse un experto en la fisionomía del rival, así que si lo miraba no era para eso. No, si lo miraba a los ojos era para desestabilizarlo, porque sabía que lo que todos veían en él, apenas una milésima parte de la realidad con la que él vivía cada noche, era aún más aterrador que cualesquiera que fueran sus palabras.
– No te he dado mi maldita identidad, te he dado mi pasado, que no significa ya nada. Mírame, por todos los demonios, ¿paso por un general espartano ahora mismo? Y no me digas que sí, tras una batalla, porque hasta entonces era menos carnicero… No sabía lo que era bueno, pobre e iluso humano. – se criticó, esta vez, a sí mismo, algo que haría un tiempo jamás habría contemplado, pero las circunstancias cambiaban, y eso, de por sí, ya revelaba lo sumamente lejos que se encontraba del endiosado mortal que había sido en su época de rey. Una época, por cierto, consumada, no como en el caso del nenet; ¿cómo sería para él saberse un rey sin trono y sin haberlo probado mientras que el vampiro sí lo había hecho…? Tal vez se lo preguntara después, por molestarlo, pero por lo pronto, Ciro se dirigió hacia el altar mayor, con la excusa de observar los relieves que lo componían, pero en realidad porque le apetecía moverse. Vaya simpleza para tratarse de alguien tan deliberadamente complejo.
– Plantéatelo así: es como contarte el principio de una historia pero quedarme atascado antes de llegar siquiera a la mitad. Quién fui importó, y sigue haciéndolo un poquito, pero ¿te interesa más saber mis pecados humanos o en qué demonios me he convertido? – preguntó, aleccionándolo, y se sentó en el altar de un salto, como si fuera un crío otra vez, lo cual haría preguntarse a cualquier persona mínimamente observadora qué maldito problema tenía el vampiro con esas pueriles regresiones que a veces le entraban. – Ni siquiera me llamo Pausanias. Llevo eones llamándome Ciro, aunque debo reconocerte que me cambio el nombre cuando me apetece recordarles a los parisinos a figuras de su historia que tienen olvidadas. ¿Y quién mejor que Ciro el Grande para hacerlo…? Bueno, yo, por supuesto, pero me gusta cómo suena Ciro, y los persas y yo siempre tuvimos relaciones muy hondas, así que es mi preferido. – aclaró, aunque probablemente fuera innecesario, pues ¿captaría el estepario lo que él estaba intentando expresar si ni siquiera él mismo tenía claro qué era eso? Ah, qué buena pregunta.
– Deberías cambiar de idea y creer en un dios, al menos. Lo tienes delante, ¿qué más pruebas necesitas? – lanzó la afirmación con una sonrisa torcida, recostándose hacia atrás contra la cruz para que el reflejo de la luna jugara con él y pareciera, efectivamente, iluminarlo como si Dios Todopoderoso (¡amén!) lo hubiera señalado como su heredero. – Pero los dioses son crueles, caprichosos y a veces bendicen, ya he sido las dos primeras, y puedo ser la segunda. ¿Necesitas algo más para creerme? Dime, ¿has vengado ya a tu madre? Podría ayudar, me gusta matar lobos, Halcón traidor. Los dos lo somos, pero yo pagué por ello con mi vida humana; tú sólo con un exilio, o al menos eso asumo. Lo tienes todo tan fácil… Necesitas crueldad en tu vida, sí. – sentenció, contradictorio, y le lanzó el cáliz al nenet tan rápidamente que no pudo esquivarlo y lo golpeó de lleno. Sonriendo, el espartano se cruzó de brazos, momentáneamente satisfecho. – Bien, y ahora me estabas hablando de tu venganza. ¡No pongas esa cara, hombre! Ya me cobraré el favor para mi propia venganza. – restó importancia, chasqueó la lengua y finalmente sonrió, inestable, pero maravillosamente cuerdo durante, al menos, unos pocos minutos.
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Re: Sanctus Diavolos → Privado
“Always keep your foes confused. If they are never certain who you are or what you want, they cannot know what you are like to do next.”
― George R.R. Martin, A Storm of Swords
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Bajo otras circunstancias, encontraría incluso divertido al vampiro. Lo era, era entretenido verlo, ¿sería esa habilidad que los inmortales tenían de atraer, o simplemente esa inestabilidad tan suya? No lo sabía, y supuso que jamás lo averiguaría. Pues no pensaba volver a trabar tantas palabras con otro sobrenatural de nuevo. Este era una anomalía. Algo que rompía las reglas, esas que a Vasiliy tanto le gustaba seguir a rajatabla. No sabía qué de todo eso lo molestaba más.
Lo siguió con la mirada, ya había aprendido a que la guardia baja era un craso error al tratar con él. «Ciro», al fin tenía un nombre y el resto de las connotaciones que dio, pasaron a un segundo plano. Quizá fue eso, el conocer al fin esa parte de él, el nombre con el que azoraba en la actualidad, o el hecho de que, a pesar de tener todas las alarmas prendidas, se había confiado, que fue tomado desprevenido por completo por el cáliz de metal que fue directo a su cara, entre ceja y ceja. Qué tino tenía el otro. Como reflejo se llevó las manos al rostro y se agachó un poco.
—¿Pero qué mierda estás haciendo? —Reclamó. Se miró las manos y la sangre manchaba sus dedos. Estaba sangrando por la nariz—. Argh, eres un maldito niño —se quejó, sin prestarle atención al tiempo que tomaba un pañuelo blanco que traía escondido en la ropa, lo rompía en dos y acomodaba cada trozo en una fosa nasal diferente. Luego echó el rostro hacia atrás para tratar de parar la hemorragia.
—Cuando comienzo a creer que se puede hablar contigo, haces estas cosas —se quejó, aunque en realidad no importaba. No dejaban de ser enemigos a muerte, que cuando se hartaran mutuamente, volverían a luchar. Quizá no ellos, no en esos cuerpos, pero sí alguien más a su nombre, como una metonimia a la condición de sus caminos.
—Bueno, ya lo viste, no tengo hielo en las venas. Quizá necesitabas un ejemplo gráfico para comprobarlo —soltó con ironía, aún con la cabeza hacia atrás y ahora con la mano diestra apretando el tabique nasal. Tendría hinchazón mañana, nada que no hubiera padecido antes, aunque no causado por algo tan absurdo. Suspiró, aún con el sabor a hierro en la boca—. Y bien, Ciro, ¿por qué tus pecados mortales y los inmortales no tendrían que ver unos con los otros? Eso fue lo que fuiste, lo que te hizo estar aquí, en esta forma, frente a mí —al fin bajó la cabeza. Los trozos de pañuelo estaban completamente rojos para ese entonces y la parte superior de la nariz ya deformaba el rostro de Vasiliy con una fea inflamación.
—Quisiera tener tu seguridad. Y lo digo en serio. Pero si no voy a creer ni en los dioses de mi gente, ni el dios que trataron de imponerme al entrar a la Inquisición, mucho menos lo voy a hacer en ti. No es personal, ya sabes —se encogió de un hombro y se acercó. Se quedó de pie frente al vampiro. Ahí, tan campante y tan blasfemo que parecía algo salido de la ficción. Autonombrándose dios frente a un altar. Había que tener descaro—. No creo que sea asunto tuyo si he… completado mi misión o no. Aunque mi negativa en darte una respuesta ya es una respuesta en sí misma, ¿no? Quizá ya estoy aprendiendo de ti —diciendo aquello, se quitó los paños empapados de sangre y los descartó, aventándolos hacia la oscuridad. Se tocó de nuevo la nariz, ya no sangraba, pero la sentía dolorida.
—Permíteme —caminó hasta la pila bautismal, donde el agua bendita estaba en calma. Con las manos se lavó la cara e incluso bebió un poco. Estaba tan sólo un par de pasos más allá de donde Ciro estaba sentado. Luego se secó las manos en la ropa y se quedó ahí, recargado en el fontanal de piedra maciza, como las paredes mismas de la catedral.
—Voy a hacer una cosa, sólo porque pareces muy interesado. Ahora que puedo llamarte Ciro, tú puedes llamarme Vasiliy, que fue el nombre que me dieron al llegar al imperio. Jamás lo he sentido demasiado mío, pero supongo que es más fácil que Sokol Paryashchaya. Entre mi gente existe la creencia que en el nombre de las personas, y las cosas, reside su verdadero poder… Y sobre eso mismo… oh, vamos… ¿en verdad crees que voy a aceptar tu ayuda? Das más miedo cuando intentas tender la mano, lo digo en serio —sonrió desde su lugar, uno más poblado por sombras, y aún así, sus rasgos morenos se perfilaban, que bajo la luz de la luna, parecía que estaba hecho de bronce.
Última edición por Vasiliy Korsakov el Jue Jun 22, 2017 9:31 pm, editado 1 vez
Vasiliy Korsakov- Inquisidor Clase Media
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Re: Sanctus Diavolos → Privado
A ver que se enterara él, su nenet (sí, suyo. A aquellas alturas eso era ya indiscutible, seguramente hasta para Vasiliy mismo lo era) era humano, ¿no? Pues entonces que alguien le explicara al vampiro cómo demonios se había puesto a adivinar el futuro inmediato al llamarlo niño, pues al verlo sangrar tras el golpe Ciro, efectivamente, se empezó a reír como tal. De no haber sido un vampiro, seguramente le acabaría doliendo el estómago del ataque de risa que le había entrado, pero lo cierto era que seguía siendo superior a ese tipo de debilidades tan humanas que se le antojaban imposibles, así que podía carcajearse todo cuanto quisiera sin preocuparse por nimiedades tales. Es más, hasta, de querer, podría haberse tirado al suelo de la risa y rodado a un lado y a otro, pero ni siquiera él estaba tan loco como para llegar a ese punto de patetismo, así que decidió cortarse y limitarse a lo simple (y, aun así, exagerado a rabiar): reírse sin control.
Así pues, Ciro estuvo un rato largo inclinado sobre sí mismo, con el largo y desgreñado cabello cubriéndole el rostro, pero al mismo tiempo escuchando al vampiro, porque si alguna ventaja tenía no ser un hombre, entre las que a él más le gustaban estaba la de poder hacer más de una cosa a la vez con insultante talento. Como lo hacía todo, por otro lado; ni siquiera haberse vuelto loco de atar le impedía abandonar esa arrogancia suya que disfrazaba de orgullo para justificársela, aunque ya no fuera necesario. Con la locura, había alcanzado la paz de saberse capaz de hacer lo que le viniera en gana sin dar explicaciones ni siquiera a sí mismo, porque ¿y si las olvidaba o desdeñaba a los minutos de haberlas dado...? No iba a perder su tiempo así, mucho menos consigo mismo, porque suficiente tenía con todo lo demás como para aguantar prejuicios estúpidos sobre los que ya debería haberse elevado, demonios.
– Vasiliy, sí, eso está mejor. Vasiliy Sokol tal vez sea más apropiado porque pareces más apegado al pasado que yo, y ya es decir. Bah, eres humano, ¿cómo no vas a recordar algo que te pasó antes de ayer? – se burló, sólo ligeramente, mientras con el rabillo del ojo lo buscaba y vigilaba, como si el olor de su sangre no fuera lo suficientemente revelador para un vampiro que, al haberle dado la suya, había establecido un fuerte vínculo con él. Para una vez que se había sentido generoso... Aunque lo cierto era que ese sentimiento le duraba, porque sonrió con todos los dientes a la vista ante la respuesta aguda de Vasiliy Sokol a su proposición, sin (demasiada) acritud. Ya había dejado muy claro que todavía no iba a matarlo, o todo lo claro que sus contradicciones le permitían, así que ni siquiera con sus pullas iba a ofenderse lo suficiente para partirle el cuello. ¡Por Dios, que no era tan inconsciente...! Por el momento.
– ¿Qué pasa, quieres que te chupe la sangre para ver si está tan fría como lo parece? Eres entretenido, pero no te propases, no estamos en ese punto aún. – bromeó el vampiro, absolutamente ajeno a la realidad dolorosa de que ni siquiera aunque le hubiera atraído nunca un hombre, con Vasiliy no iba a hacer nunca nada parecido porque la frigidez que lo había invadido desde su tortura probablemente había llegado para quedarse. No es como si le importara, ya que desde su punto de vista eso le ahorraba muchos problemas, y además ya era lo suficientemente complicado de por sí pensar con la cabeza, teniéndola tan fragmentada como la tenía, como para ponerse a pensar con la otra cabeza, la que no tocaba. Hablando de pensar, el solo pensamiento lo repugnaba sobremanera. – Estabas más divertido todo manchado de sangre, descubriéndote porque no te andas con el suficiente cuidado y diciendo que no crees en dios como yo nunca lo he hecho. ¿Sabes lo aburrido que era hacerlo en tantos? O en uno con complejo de muchos, sea lo que sea, yo soy mejor, y te mientes a ti mismo si no lo admites.
Con calma, se acercó hasta el agua bendita y observó su reflejo roto por las ondas que el otro había dejado al lavarse, en un bautismo que casi le recordaba al que él mismo le había hecho con su sangre, pero infinitamente peor porque en este de ahora Ciro no había participado. Con afán destructivo, hundió la mano en el agua consagrada y la observó un instante, para después sacarla y aprovechar la humedad para echarse el pelo hacia atrás, descubriendo su rostro barbado y más bárbaro, probablemente, que de costumbre. Y eso que le habían dicho mil veces que parecía más nórdico que mediterráneo, pero ¿qué le iba a hacer? Modificar la perfección era un delito tan grave que ni siquiera él se lo podría perdonar.
– Lo cierto es que no, no lo creo, traidor, pero porque eres imbécil y no sabes aprovechar las universidades. Estás jugando con una bestia parda que se ofrece a destruir algo que no eres tú y dices que no, ¿qué problema mental tienes? Luego el loco seré yo... Recuérdame que le diga al que me dejó así que se puede estar peor que yo. – se burló, y la cordura pareció haberse quedado desde el momento en que había mostrado su cara por completo ante el otro, con las gotitas de agua bailándole por la barba aún y la mirada fija, regia incluso, quizá por primera vez desde que Vasiliy Sokol lo conocía.
– Mis pecados mortales fueron una soberana tontería comparados con los inmortales, porque de esos últimos me siento aún más orgulloso, si cabe, y además los he hecho durante milenios, como para no preferirlos. Pero no me cambies de tema, venganza. No me vas a desviar del tema por mucho que lo intentes. – afirmó, sin parpadear, y como si no hubiera sido suficiente la paz breve que le había dado, se acercó para coger el cáliz y lamerlo donde estaba manchado de sangre, como amenazándolo con lo que podría llegar a pasar si no se andaba con cuidado.
Así pues, Ciro estuvo un rato largo inclinado sobre sí mismo, con el largo y desgreñado cabello cubriéndole el rostro, pero al mismo tiempo escuchando al vampiro, porque si alguna ventaja tenía no ser un hombre, entre las que a él más le gustaban estaba la de poder hacer más de una cosa a la vez con insultante talento. Como lo hacía todo, por otro lado; ni siquiera haberse vuelto loco de atar le impedía abandonar esa arrogancia suya que disfrazaba de orgullo para justificársela, aunque ya no fuera necesario. Con la locura, había alcanzado la paz de saberse capaz de hacer lo que le viniera en gana sin dar explicaciones ni siquiera a sí mismo, porque ¿y si las olvidaba o desdeñaba a los minutos de haberlas dado...? No iba a perder su tiempo así, mucho menos consigo mismo, porque suficiente tenía con todo lo demás como para aguantar prejuicios estúpidos sobre los que ya debería haberse elevado, demonios.
– Vasiliy, sí, eso está mejor. Vasiliy Sokol tal vez sea más apropiado porque pareces más apegado al pasado que yo, y ya es decir. Bah, eres humano, ¿cómo no vas a recordar algo que te pasó antes de ayer? – se burló, sólo ligeramente, mientras con el rabillo del ojo lo buscaba y vigilaba, como si el olor de su sangre no fuera lo suficientemente revelador para un vampiro que, al haberle dado la suya, había establecido un fuerte vínculo con él. Para una vez que se había sentido generoso... Aunque lo cierto era que ese sentimiento le duraba, porque sonrió con todos los dientes a la vista ante la respuesta aguda de Vasiliy Sokol a su proposición, sin (demasiada) acritud. Ya había dejado muy claro que todavía no iba a matarlo, o todo lo claro que sus contradicciones le permitían, así que ni siquiera con sus pullas iba a ofenderse lo suficiente para partirle el cuello. ¡Por Dios, que no era tan inconsciente...! Por el momento.
– ¿Qué pasa, quieres que te chupe la sangre para ver si está tan fría como lo parece? Eres entretenido, pero no te propases, no estamos en ese punto aún. – bromeó el vampiro, absolutamente ajeno a la realidad dolorosa de que ni siquiera aunque le hubiera atraído nunca un hombre, con Vasiliy no iba a hacer nunca nada parecido porque la frigidez que lo había invadido desde su tortura probablemente había llegado para quedarse. No es como si le importara, ya que desde su punto de vista eso le ahorraba muchos problemas, y además ya era lo suficientemente complicado de por sí pensar con la cabeza, teniéndola tan fragmentada como la tenía, como para ponerse a pensar con la otra cabeza, la que no tocaba. Hablando de pensar, el solo pensamiento lo repugnaba sobremanera. – Estabas más divertido todo manchado de sangre, descubriéndote porque no te andas con el suficiente cuidado y diciendo que no crees en dios como yo nunca lo he hecho. ¿Sabes lo aburrido que era hacerlo en tantos? O en uno con complejo de muchos, sea lo que sea, yo soy mejor, y te mientes a ti mismo si no lo admites.
Con calma, se acercó hasta el agua bendita y observó su reflejo roto por las ondas que el otro había dejado al lavarse, en un bautismo que casi le recordaba al que él mismo le había hecho con su sangre, pero infinitamente peor porque en este de ahora Ciro no había participado. Con afán destructivo, hundió la mano en el agua consagrada y la observó un instante, para después sacarla y aprovechar la humedad para echarse el pelo hacia atrás, descubriendo su rostro barbado y más bárbaro, probablemente, que de costumbre. Y eso que le habían dicho mil veces que parecía más nórdico que mediterráneo, pero ¿qué le iba a hacer? Modificar la perfección era un delito tan grave que ni siquiera él se lo podría perdonar.
– Lo cierto es que no, no lo creo, traidor, pero porque eres imbécil y no sabes aprovechar las universidades. Estás jugando con una bestia parda que se ofrece a destruir algo que no eres tú y dices que no, ¿qué problema mental tienes? Luego el loco seré yo... Recuérdame que le diga al que me dejó así que se puede estar peor que yo. – se burló, y la cordura pareció haberse quedado desde el momento en que había mostrado su cara por completo ante el otro, con las gotitas de agua bailándole por la barba aún y la mirada fija, regia incluso, quizá por primera vez desde que Vasiliy Sokol lo conocía.
– Mis pecados mortales fueron una soberana tontería comparados con los inmortales, porque de esos últimos me siento aún más orgulloso, si cabe, y además los he hecho durante milenios, como para no preferirlos. Pero no me cambies de tema, venganza. No me vas a desviar del tema por mucho que lo intentes. – afirmó, sin parpadear, y como si no hubiera sido suficiente la paz breve que le había dado, se acercó para coger el cáliz y lamerlo donde estaba manchado de sangre, como amenazándolo con lo que podría llegar a pasar si no se andaba con cuidado.
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Re: Sanctus Diavolos → Privado
Quería atribuir ese tino que tenía el vampiro a su propia naturaleza. Y es que sabía exactamente qué heridas apuntar en su cuerpo para que volvieran a doler, aunque su rostro no lo demostrara, como no demostraba muchas cosas, en realidad. Daba mala fama a su pueblo, porque lo samoyedos no eran así, a pesar del clima en el que vivían. Sólo él se había vuelto así, esa era la diferencia. Los años y las vivencias lo había moldeado de ese modo, a golpes y palos, no había sido bonito. Su nombre actual ligado al anterior (y verdadero) le sentó mal, aunque trató de disimular, aunque no sabía con cuanto éxito. Era precisamente eso de lo que Ciro lo estaba acusando, de no dejar el pasado, y una parte de él sabía que el inmortal tenía razón, y lo odiaba y se odiaba por ello.
—Comprendo que mi sangre te haya parecido tan deliciosa, pero vamos, contrólate. Déjame ver a ese vampiro milenario en todo su esplendor —arqueó una ceja. Ser sarcástico al nivel del otro no le quedaba bien, igual tenía que refutar algo. Parecía una lucha de voluntades y no pensaba perder. Eso sí, encontró extraño, por decir lo menos, el rumbo que la conversación tomó de pronto. Aunque le parecía que si iba a tener una charla tal, Ciro era quien quedaba mejor para algo tan fuera de lo común. Le atribuía cosas buenas, a pesar de que evidentemente eso era lo contrario a lo que era.
Lo observó acercarse sin despegar los ojos rasgados de él, a pesar de sentir un dolor punzante que lo hacía perder el foco a veces. Sus movimientos como los de un espíritu, suaves y silencioso, y aún así, les notaba una fuerza que no encontraba en ningún mortal, ni siquiera en él. No dijo nada, lo dejó hacer y pensó en la bonita imagen que estaban dando ahí, usando el agua bendita como vil fuente callejera. No es que a él le importara, y suponía que a Ciro aún menos. Entonces lo observó cuando volvió a erguirse. Era la fiel imagen que su pueblo tenía de «los hombres pálidos» de los que debía tener cuidado. Incluso, de niño, lo asustaban con esas personas del Sur que se creen dueñas de todo.
—¿Quién dice que cuando me ayudes y hayamos terminado, no vas a seguir conmigo? Agradezco el ofrecimiento —continuó con sorna—, pero esto es algo que me gustaría hacer solo —se cruzó de brazos. A pesar de haber dicho aquello con casualidad, en realidad revelaba bastante sobre él: una necedad casi enferma de ser él, y nadie más, quien vengara a su madre aunque el objetivo fuera difuso. Imposible. De nuevo ratificaba la idea que tenía el vampiro de él, que no dejaba el pasado en el pasado, donde debía quedarse. ¿Ciro sería capaz de señalar con el dedo al lobo exacto que atacó a su madre? Esa era la única manera en la que aceptaría su ayuda. O como quisieran decirle, porque dudaba que fuera simplemente eso. Quizá ya estaba pecando de paranoico, sin embargo, estaba hablando del mismo vampiro que le reventó un cáliz de metal en la cara sólo porque sí.
—Eres bastante necio. ¿Eso te ha ayudado a sobrevivir tantos milenios? —Preguntó a la par que lo veía lamer el cáliz. Estuvo a punto de girar los ojos, entendiendo la amenaza, pero se contuvo—. Ya te dije que comprendo tu obsesión con mi sangre, pero ¿quieres dejar eso por favor? Se está tornando incómodo —era complicado saber si bromeaba. Sobre todo porque Vasiliy no bromeaba.
—Todo tiene que ver con todo, Ciro. Mi gente cree que el aletear de una mariposa puede crear un huracán. Por ello tus pecados me interesan, a lo mejor puedo empezar a considerar tu propuesta si sé que demonios has hecho. Espero que no me decepciones con simples matanzas y cosas tan trilladas como esas. Vampiros con esa historia hay muchos. De pronto me parece que quieres que “abra mi corazón” o una tontería así ante ti. Tú y yo sabemos que eso no va a pasar —soltó los brazos y se movió, se dirigió al altar, ahí donde el vampiro estuvo sentado antes. Se sentó.
—No te pido que me cuentes todos. Y tampoco voy a intentar matarte con niveles de saña diferentes de acuerdo a lo que me digas. Sólo quiero saber si me conviene en verdad tenerte a mi lado en mi búsqueda. A mi lado como camarada, no como tú crees… maldito pervertido —dos podían jugar ese juego. Eso sí, Vasiliy se reprendió internamente por dar indicios de que en verdad podía estar considerando la alianza, aunque sabía que era un suicidio.
Última edición por Vasiliy Korsakov el Dom Nov 19, 2017 11:28 pm, editado 1 vez
Vasiliy Korsakov- Inquisidor Clase Media
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Re: Sanctus Diavolos → Privado
¿Cuántas veces tendría que repetir Vasiliy lo de que se controlara para darse cuenta de que Ciro no tenía ni la más remota intención de hacerlo? El espartano quería saberlo por pura curiosidad, uno de esos achaques momentáneos que sufría de cuando en cuando, y sobre todo para saber si seguía haciéndolo o no, porque la verdad era que su comportamiento era directamente proporcional con respecto al nenet: cuanto más le molestara, más lo repetiría él. ¡Para que luego los envidiosos dijeran que no hacía caso de lo que hacían sus interlocutores y que siempre se comportaba como le daba la gana...!
Probablemente eso se lo siguieran diciendo siempre, y hacía mucho tiempo que Ciro había llegado a la conclusión de que ejercer su santa voluntad (bueno, tanto como santa... pero se entiende el eufemismo, ¿no?, ¡estaban en una Iglesia! ¡Era necesario por el contexto! Pobrecito fuera el incomprendido vampiro...) tendría siempre esa consecuencia, pero ¿le impedía eso seguir haciéndolo? ¡En absoluto! Además, era un agravante comprensible para la situación que se hubiera criado en una sociedad en la que los hombres tenían un tipo de cercanía diferente a la parisina, y eso que los franceses eran afeminados... No, eso no tenía que ver, ¡ya se estaba liando otra vez!
Como excusa, alegaría siempre que estaba loco, y ¿acaso no había también un poco de eso? La parte de que su locura era escogida en la misma proporción que otorgada prefería callársela para sí mismo y dejar que solamente las más avispadas de todas las hormiguitas con las que se relacionaba lo dedujeran. Hasta la fecha, y a menos que él lo hubiera confesado directamente, nadie lo había hecho, lo cual era decepcionante, mas ¿qué esperaba? ¿Que alguien se encontrara a su nivel intelectual! Eso ni de broma, no sucedería mientras siguiera habiendo un Ciro (o un como se llame, si decidía cambiar de nombre, pero parecía haberle cogido cariño a ese tan... persa) en el mundo, y no tenía intenciones de morir.
Hablando de no morir, el humano, nenet, se sentó en el lugar donde él se había estado aposentando antes, y al espartano se le pasó momentáneamente por la cabeza que eso era lo más cerca que estaría nunca el otro de un trono, lo cual lo hizo sonreír. No se rió de milagro, otra vez aludiendo a la religión por el lugar donde se encontraban, pero la expresión bastaba para indicar que estaba loco, sumido en sus pensamientos o un poco de ambas, dependiendo del interlocutor y de lo que tuviera a bien interpretar. ¿Qué haría el nenet ante eso? Pues a saber, y Ciro no tenía particular prisa por descubrirlo, así que esperaría a que el otro hablara para saberlo.
– Eres un blando y un recatado, nenet, ¿es que no sabes que hay cosas que se escapan a tu cabecita y no por eso están mal? Pues mira, deberías aprenderlo, ¡ya es mucho tiempo pasado conmigo para ignorarlo! Yo escapo a tu comprensión y, mira... mal ejemplo porque yo no estoy del todo bien si atiendes a la definición típica de bien, pero, a estas alturas, dime, ¿vas a ser típico? – reflexionó, apoyándose en un banco con un aire más regio que el nenet en el altar, y con la mirada lejos del otro, porque, aunque no lo pareciera, la mente del espartano estaba funcionando.
Todos estábamos de acuerdo en que a veces parecía que al espartano le faltaba un tornillo, o quizá la caja de herramientas entera; no había más que verlo para darse cuenta, y ya si se prestaba atención a ejemplos como eso de que no tenía prisa por escuchar al nenet y de pronto ponerse a hablar quedaba todavía más claro. Aun así, el problema que tenía Ciro era que sus pensamientos bailaban mucho, y claro, así había terminado: reflexionando sobre algo que el nenet le había pedido como condición para aliarse con él. ¡Como si Ciro, el espartano, no tuviera candidatos mejores que él para forjar una alianza...! Precisamente por eso, respondió; la realidad era que tampoco tenía muchos más, así que lo mismo le daba.
– ¿Qué demonios más te da, nenet? Vas a morirte un día, que sea hoy o dentro de quince años es lo de menos si has conseguido vengarte, ¿no? – reflexionó, y esta vez la lógica era lo imperante en sus palabras, más allá de los delirios o de la burla. Suponía un contraste brutal con lo que apenas acababa de decirle al otro, más un insulto continuado en varias frases que un consejo real, y pese a que era algo que solamente un loco psicópata como él (a veces. Se negaba a etiquetarse, especialmente con algo tan vulgar como eso) diría, ¿lo hacía eso menos cierto? No, ¿verdad? ¡Pues ya estaba, punto para Ciro el Grande!
– ¿Te aburren las matanzas? Curioso, cuando pareces asustado por una que te mate a ti. – opinó, cruzando los brazos sobre el pecho y, por fin, mirando a Vasiliy a los ojos. – Bien, nada de matanzas. Mis pecados suelen ser más bien traiciones, como temes, pero sólo a aquellos que pretenden dominarme o que eran demasiado estúpidos para hacer lo que debían. Mi pueblo, aliándose erróneamente; mi creador, por pretender que era mejor que yo; un cazador enamorado platónicamente de un enemigo mío... Ese es más complicado. Ahora es guerra sucia de nosotros dos lo que me ocupa. ¿Qué más da, nenet? ¿Quieres escuchar que no soy buena persona? ¡No soy ni persona! Pero, a cambio de ocuparme de ese cazador, puedo ser buen aliado. En Platea lo fui y ganamos la batalla; si me apetece, soy de fiar. Depende de cuánto te quieras arriesgar. – expuso, tranquilo y totalmente en serio.
Probablemente eso se lo siguieran diciendo siempre, y hacía mucho tiempo que Ciro había llegado a la conclusión de que ejercer su santa voluntad (bueno, tanto como santa... pero se entiende el eufemismo, ¿no?, ¡estaban en una Iglesia! ¡Era necesario por el contexto! Pobrecito fuera el incomprendido vampiro...) tendría siempre esa consecuencia, pero ¿le impedía eso seguir haciéndolo? ¡En absoluto! Además, era un agravante comprensible para la situación que se hubiera criado en una sociedad en la que los hombres tenían un tipo de cercanía diferente a la parisina, y eso que los franceses eran afeminados... No, eso no tenía que ver, ¡ya se estaba liando otra vez!
Como excusa, alegaría siempre que estaba loco, y ¿acaso no había también un poco de eso? La parte de que su locura era escogida en la misma proporción que otorgada prefería callársela para sí mismo y dejar que solamente las más avispadas de todas las hormiguitas con las que se relacionaba lo dedujeran. Hasta la fecha, y a menos que él lo hubiera confesado directamente, nadie lo había hecho, lo cual era decepcionante, mas ¿qué esperaba? ¿Que alguien se encontrara a su nivel intelectual! Eso ni de broma, no sucedería mientras siguiera habiendo un Ciro (o un como se llame, si decidía cambiar de nombre, pero parecía haberle cogido cariño a ese tan... persa) en el mundo, y no tenía intenciones de morir.
Hablando de no morir, el humano, nenet, se sentó en el lugar donde él se había estado aposentando antes, y al espartano se le pasó momentáneamente por la cabeza que eso era lo más cerca que estaría nunca el otro de un trono, lo cual lo hizo sonreír. No se rió de milagro, otra vez aludiendo a la religión por el lugar donde se encontraban, pero la expresión bastaba para indicar que estaba loco, sumido en sus pensamientos o un poco de ambas, dependiendo del interlocutor y de lo que tuviera a bien interpretar. ¿Qué haría el nenet ante eso? Pues a saber, y Ciro no tenía particular prisa por descubrirlo, así que esperaría a que el otro hablara para saberlo.
– Eres un blando y un recatado, nenet, ¿es que no sabes que hay cosas que se escapan a tu cabecita y no por eso están mal? Pues mira, deberías aprenderlo, ¡ya es mucho tiempo pasado conmigo para ignorarlo! Yo escapo a tu comprensión y, mira... mal ejemplo porque yo no estoy del todo bien si atiendes a la definición típica de bien, pero, a estas alturas, dime, ¿vas a ser típico? – reflexionó, apoyándose en un banco con un aire más regio que el nenet en el altar, y con la mirada lejos del otro, porque, aunque no lo pareciera, la mente del espartano estaba funcionando.
Todos estábamos de acuerdo en que a veces parecía que al espartano le faltaba un tornillo, o quizá la caja de herramientas entera; no había más que verlo para darse cuenta, y ya si se prestaba atención a ejemplos como eso de que no tenía prisa por escuchar al nenet y de pronto ponerse a hablar quedaba todavía más claro. Aun así, el problema que tenía Ciro era que sus pensamientos bailaban mucho, y claro, así había terminado: reflexionando sobre algo que el nenet le había pedido como condición para aliarse con él. ¡Como si Ciro, el espartano, no tuviera candidatos mejores que él para forjar una alianza...! Precisamente por eso, respondió; la realidad era que tampoco tenía muchos más, así que lo mismo le daba.
– ¿Qué demonios más te da, nenet? Vas a morirte un día, que sea hoy o dentro de quince años es lo de menos si has conseguido vengarte, ¿no? – reflexionó, y esta vez la lógica era lo imperante en sus palabras, más allá de los delirios o de la burla. Suponía un contraste brutal con lo que apenas acababa de decirle al otro, más un insulto continuado en varias frases que un consejo real, y pese a que era algo que solamente un loco psicópata como él (a veces. Se negaba a etiquetarse, especialmente con algo tan vulgar como eso) diría, ¿lo hacía eso menos cierto? No, ¿verdad? ¡Pues ya estaba, punto para Ciro el Grande!
– ¿Te aburren las matanzas? Curioso, cuando pareces asustado por una que te mate a ti. – opinó, cruzando los brazos sobre el pecho y, por fin, mirando a Vasiliy a los ojos. – Bien, nada de matanzas. Mis pecados suelen ser más bien traiciones, como temes, pero sólo a aquellos que pretenden dominarme o que eran demasiado estúpidos para hacer lo que debían. Mi pueblo, aliándose erróneamente; mi creador, por pretender que era mejor que yo; un cazador enamorado platónicamente de un enemigo mío... Ese es más complicado. Ahora es guerra sucia de nosotros dos lo que me ocupa. ¿Qué más da, nenet? ¿Quieres escuchar que no soy buena persona? ¡No soy ni persona! Pero, a cambio de ocuparme de ese cazador, puedo ser buen aliado. En Platea lo fui y ganamos la batalla; si me apetece, soy de fiar. Depende de cuánto te quieras arriesgar. – expuso, tranquilo y totalmente en serio.
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Re: Sanctus Diavolos → Privado
Debía estar perdiendo la cabeza, convivir con Ciro lo estaba corrompiendo, como si la locura ajena fuera contagiosa, y es que Vasiliy ¡de hecho lo estaba considerando! Incluso se asustó un poco ante el pensamiento. Pero sólo un poco. Entornó la mirada, haciendo más pequeños aún los ojos rasgados y oscuros.
—Recatado tal vez —aceptó—, pero blando… bueno, ya veremos. —A pesar de todo y de su negativa rotunda a adentrarse más a ese mundo que Ciro parecía abrir ante él, comenzaba a aprender, era buen alumno, el mejor en la academia de Inquisidores cuando llegó a Occidente, por ejemplo; aprendía rápido, a pesar de que el vampiro era una lección muy complicada. La catequesis esta vez era clara, aunque compleja: no contradecir mucho a Ciro, si se quería avanzar en la charla o lucha, o ambas a la vez, que era más parecido a lo que ellos estaban llevando a cabo.
Sí, definitivamente estaba perdiendo la cordura, y es que lo que acababa de escuchar de hecho… ¿le hacía sentido? Sacudió la cabeza. A Ciro definitivamente algo le funcionaba mal en la cabeza, pero quizá era como los niños y los borrachos, que siempre dicen la verdad, aunque en este caso, la verdad iba envuelta en muchos engaños y era más difícil atraparla. Inclinó la cabeza, meditando las palabras: «¿Qué demonios más te da, nenet? Vas a morirte un día, que sea hoy o dentro de quince años es lo de menos si has conseguido vengarte, ¿no?»
—Permíteme diferir en tu semántica, no es lo mismo una matanza que un homicidio —dijo—, lo que harías conmigo sería lo segundo, y… ya lo has dicho, voy a morir, pero quiero que sea una vez que cumpla mi venganza, al menos. —No solía hablar tan abiertamente de sus propósitos. Su padre, su único pariente vivo, los desconocía por completo; para él, su hijo era sólo una herramienta para adaptarse a la vida del Imperio Ruso, vaya, hasta lo comprometió fugazmente. Al menos esa idea había desaparecido en la mente de Led Tsvetok, hoy llamado Igor.
—Eso no lo dudo Ciro, que no eres persona, y no eres bueno. —Se puso de pie, aunque no se movió. El otro, frente a él y sentado en un puesto más humilde, parecía el rey que gobernaba sobre esas sombras. Casi podía creérselo, de no ser porque los ojos claros palmariamente anunciaban locura. Aunque reyes locos Occidente había tenido un montón.
—Sigues sin darme algo concreto —anunció y suspiró—, y sé que no lo obtendré. Te jactas de tus traiciones y también de las veces que no traicionaste, ¿qué clase de garantía es esa? ¿Cuál será esta ocasión? Vas por la vida… o eso que tú tienes, inmortalidad, eternidad o como quieras llamarlo, con bandera de demente, sin embargo, ¿sabes? Creo que estás más cuerdo de lo que aparentas. Además creo también que un cuerdo es un tonto en este mundo —terminó de hablar y caminó hacia el otro.
—¿Y luego qué? —preguntó, estando frente al vampiro—, acepto tu propuesta, y sigue siendo hipotético, no te emociones, ¿y qué sigue? ¿Nos convertimos en el terror de los licántropos? —Rio aunque en su rostro no hubo alegría, ni sorna—. No te voy a pedir que lo entiendas, sólo que tengo mis dudas, dudas que jamás voy a resolver, ya me hice a la idea, y Dios, me voy a arrepentir de esto, yo lo sé, pero acepto tu propuesta. Va a ser desgastante estarme cuidando de los lobos y de ti al mismo tiempo, sin embargo creo que eres mi mejor oportunidad para cumplir mis cometidos. Aunque… todavía tengo una pregunta para ti, ¿tú qué obtienes con esto? No luces como alguien que hace las cosas por hacerlas, y no me vengas con el cuento de que tus días infinitos te aburren, o que te falta un tornillo. Casi prefiero que no respondas si esas van a ser tus contestaciones —habló con gravedad, sin titubeos. Tampoco se movió, a pesar de estar peligrosamente al alcance de Ciro.
—De entre tanta tontería que dices, a veces haces sentido —declaró, mirando a otro lado sin propósito específico—, no sé si es suerte, o esa cordura que sé que tienes. No soy un hombre que crea en la suerte. —Volvió a mirar al inmortal, y esta vez sí hubo un dejo de diversión en su rostro casi siempre serio.
Última edición por Vasiliy Korsakov el Miér Feb 28, 2018 9:44 pm, editado 1 vez
Vasiliy Korsakov- Inquisidor Clase Media
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Re: Sanctus Diavolos → Privado
Semántica, semántica, qué aburrido, ¿a quién le importaban esas menudencias? A Ciro, desde luego, no, pero cuando se tenía una mente tan privilegiada y un ego tan inflado como él los tenía, en mayor o menor medida dependiendo del día y de su humor, lo cierto era que se necesitaban cosas más profundas para que se dignara a mostrar cierto interés. El nenet se lo había ganado, sí, a fuerza de ser un poco (muy) pesado y no dejar de cruzarse en el camino del espartano, pero ni siquiera él sabía cuánto iba a durar esa situación, así que mejor si el otro no se lo preguntaba demasiado, no fuera a ser que tentara a la suerte y se encontrara con su final antes de tiempo.
Sin embargo, no hizo falta que el vampiro advirtiera de nada al inquisidor porque parecía que la cercanía le había pegado algo de la psique del espartano (se negaba a creer que el nenet fuera tan inteligente, pero sólo porque no creía que hubiera nadie que lo fuera más que él, ¡nada personal!) y no mentó demasiado el tema. Sí un poco, lo suficiente para que Ciro pusiera los ojos en blanco y se sintiera harto de la conversación, pero su humor cambió rápido al escuchar que el otro aceptaba la oferta, y ese cambio fue visible incluso en sus ojos y en su expresión. No es que, de repente, se volviera cuerdo, pero la sonrisa de su rostro parecía dotarle de un aire diferente al de la pura y anárquica locura de la que casi siempre hacía gala. Menudo honor, nenet.
– ¿Luego? ¿Te parece poco que te ayude a desgarrar licántropos y que te salve el cuello de ellos? El riesgo es que te lo juegues conmigo, mal jugador eres si aun después de aceptar sigues dudando de lo que estás apostando. – opinó, encogiéndose de hombros, y el otro tuvo suerte de capturarlo en un momento de particular cordura, ya que ésta le permitió contemplar un resquicio del rey de entonces, tan manipulador como encantador para todos aquellos que lo miraban e incluso para los que no lo hacían. El ego en su voz, por otro lado, podía arruinar la escena, pero ¿acaso Ciro no se caracterizaba por ser un hombre (¡perdón, ser, que Vasiliy ya había dejado claro que Ciro de hombre tenía poco!) de contrastes?
– ¿De verdad no quieres oír que me aburro y eso me va a entretener? Vaya. – simuló decepción al decirlo, mirando uno de sus largos dedos, y después se dignó a alzar la vista hacia el otro, como haciéndole el eterno favor de su compañía. Iba a decir la verdad, inaudito para alguien a quien el nenet consideraba un maldito mentiroso, y no sabía hasta qué punto el otro se lo iba a creer, pero ¿le importaba? Ni lo más mínimo. Le preocuparía más eso de no saberlo si hubiera seguido siendo el Ciro del pasado, pero al del presente le pasaba algunas veces que se reconciliaba con eso de no ser omnisciente, así que a veces era incluso capaz de admitir sus fallos y limitaciones. No muchas, por cierto, pero sí más que en mucho tiempo, y eso de por sí ya era extraordinario.
– Veamos cómo lo hago corto para una cabeza como la tuya... Sí, creo que lo tengo. – empezó, y se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y la espalda bien recta, adoptando una posición de maestro que a veces solía apropiarse y dirigiendo una mirada demasiado fría y sabia al nenet para que hubiera dudas con respecto a lo transitorio y voluntario de su locura. – Yo antes no era así de... inestable. Me hicieron así. No me hicieron, me provocaron serlo, pero la semántica te la dejo a ti, ¿eh? La cuestión es que quien me lo hizo sigue danzando por ahí y siendo feliz, y yo quiero vengarme. No, no quiero: voy a vengarme. – afirmó, y todo, desde su tono a su voz, indicó hasta qué punto esa intención iba a convertirse en duros y sangrientos hechos. ¡Demonios, no podía esperar!
– No voy a pedirte que te vengues por mí. Lo que quiero de ti es que eres un inquisidor y tienes medios para averiguar algo que quiero confirmar sobre ese ser y su círculo y para quitarme a la Inquisición de encima un tiempo. No todos son como tú y me tienen admiración, ¿te lo puedes creer? – ironizó sólo al final, pero, por lo demás, su tono permaneció estable, expositivo y con cierto encanto, lo cual daba aún más fuerza a su extrañeza con respecto a que hubiera seres que no lo apreciaran. Por otro lado, estúpidos los había en todas partes, así que no debía de ser tan raro que otros también estuvieran ciegos. – Quiero tus medios para mi venganza. A cambio mataré lobos, que siempre me ha divertido, y tú también te vengas. No sé qué me gusta más, que tengas algo en común conmigo y te bajes del caballo en el que vas subido o que realmente me divierta matar, aunque no sea mi único motivo. – afirmó. No hizo falta que contestara al comentario de su locura: sus palabras habían dejado claro que al nenet no le faltaba razón. ¡Aleluya!
Sin embargo, no hizo falta que el vampiro advirtiera de nada al inquisidor porque parecía que la cercanía le había pegado algo de la psique del espartano (se negaba a creer que el nenet fuera tan inteligente, pero sólo porque no creía que hubiera nadie que lo fuera más que él, ¡nada personal!) y no mentó demasiado el tema. Sí un poco, lo suficiente para que Ciro pusiera los ojos en blanco y se sintiera harto de la conversación, pero su humor cambió rápido al escuchar que el otro aceptaba la oferta, y ese cambio fue visible incluso en sus ojos y en su expresión. No es que, de repente, se volviera cuerdo, pero la sonrisa de su rostro parecía dotarle de un aire diferente al de la pura y anárquica locura de la que casi siempre hacía gala. Menudo honor, nenet.
– ¿Luego? ¿Te parece poco que te ayude a desgarrar licántropos y que te salve el cuello de ellos? El riesgo es que te lo juegues conmigo, mal jugador eres si aun después de aceptar sigues dudando de lo que estás apostando. – opinó, encogiéndose de hombros, y el otro tuvo suerte de capturarlo en un momento de particular cordura, ya que ésta le permitió contemplar un resquicio del rey de entonces, tan manipulador como encantador para todos aquellos que lo miraban e incluso para los que no lo hacían. El ego en su voz, por otro lado, podía arruinar la escena, pero ¿acaso Ciro no se caracterizaba por ser un hombre (¡perdón, ser, que Vasiliy ya había dejado claro que Ciro de hombre tenía poco!) de contrastes?
– ¿De verdad no quieres oír que me aburro y eso me va a entretener? Vaya. – simuló decepción al decirlo, mirando uno de sus largos dedos, y después se dignó a alzar la vista hacia el otro, como haciéndole el eterno favor de su compañía. Iba a decir la verdad, inaudito para alguien a quien el nenet consideraba un maldito mentiroso, y no sabía hasta qué punto el otro se lo iba a creer, pero ¿le importaba? Ni lo más mínimo. Le preocuparía más eso de no saberlo si hubiera seguido siendo el Ciro del pasado, pero al del presente le pasaba algunas veces que se reconciliaba con eso de no ser omnisciente, así que a veces era incluso capaz de admitir sus fallos y limitaciones. No muchas, por cierto, pero sí más que en mucho tiempo, y eso de por sí ya era extraordinario.
– Veamos cómo lo hago corto para una cabeza como la tuya... Sí, creo que lo tengo. – empezó, y se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y la espalda bien recta, adoptando una posición de maestro que a veces solía apropiarse y dirigiendo una mirada demasiado fría y sabia al nenet para que hubiera dudas con respecto a lo transitorio y voluntario de su locura. – Yo antes no era así de... inestable. Me hicieron así. No me hicieron, me provocaron serlo, pero la semántica te la dejo a ti, ¿eh? La cuestión es que quien me lo hizo sigue danzando por ahí y siendo feliz, y yo quiero vengarme. No, no quiero: voy a vengarme. – afirmó, y todo, desde su tono a su voz, indicó hasta qué punto esa intención iba a convertirse en duros y sangrientos hechos. ¡Demonios, no podía esperar!
– No voy a pedirte que te vengues por mí. Lo que quiero de ti es que eres un inquisidor y tienes medios para averiguar algo que quiero confirmar sobre ese ser y su círculo y para quitarme a la Inquisición de encima un tiempo. No todos son como tú y me tienen admiración, ¿te lo puedes creer? – ironizó sólo al final, pero, por lo demás, su tono permaneció estable, expositivo y con cierto encanto, lo cual daba aún más fuerza a su extrañeza con respecto a que hubiera seres que no lo apreciaran. Por otro lado, estúpidos los había en todas partes, así que no debía de ser tan raro que otros también estuvieran ciegos. – Quiero tus medios para mi venganza. A cambio mataré lobos, que siempre me ha divertido, y tú también te vengas. No sé qué me gusta más, que tengas algo en común conmigo y te bajes del caballo en el que vas subido o que realmente me divierta matar, aunque no sea mi único motivo. – afirmó. No hizo falta que contestara al comentario de su locura: sus palabras habían dejado claro que al nenet no le faltaba razón. ¡Aleluya!
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Re: Sanctus Diavolos → Privado
Hubo algo en el cambio de talante en Ciro que no le dio buena espina a Vasiliy, pero… ¿qué sí se la daba a estas alturas? Todo en el inmortal era alarmante, prendía todas las señales en el inquisidor, a tal grado que ya no sabía a cual hacerle caso. Fue sutil, pero significativo y creyó que estaba pasando demasiado tiempo con el vampiro como para ver esos matices en alguien que claramente no los tenía, o los sabá disimular muy bien.
Cuando el otro se sentó en el suelo, Vasiliy se quedó de pie y cruzó los brazos, recargó el peso en la pierna derecha y contempló el rostro de Ciro envuelto en sombras. Supuso que sería apuesto para los estándares occidentales, de los cuales entendía muy poco.
—Oh —dijo muy quedo echando la cabeza hacia atrás, comprendiendo a dónde iban todos los esfuerzos del vampiro y no supo si se estaba arriesgando demasiado. Aunque para como lo veía en ese momento, Ciro era su respuesta más clara a una incógnita que lo había estado persiguiendo por demasiado tiempo.
No respondió, se quedó pensando pensando un par de segundos y antes de volver a abrir la boca, dirigió los ojos oscuros a los rosetones de la catedral. La luz nocturna se colaba por ellos, pero supo que no tardaría en reinar el sol nuevamente. El descenso en la temperatura así se lo dio a entender, Vasiliy era bueno en ese tipo de cosas, pues su pueblo carecía de otros medios para medir clima y hora del día. Era de esos que podían saber la hora sólo mirando el cielo.
—Entonces, es un trato —continuó de modo meridiano, volviendo a mirar a su interlocutor—, ahora, dime, ¿cómo se supone que vamos a comenzar? ¿Nos vamos a ver todas las noches para convertirnos en el terror de los lobos? No veo otra forma, aunque… bueno, si lo vamos a hacer en serio, te propondría más bien llegar hasta Siberia, ahí no hay muchos licántropos, porque en realidad no hay mucha gente, y si acaso planeo en verdad cumplir mi cometido, ahí es donde debo comenzar, para luego bajar, y no sé, nuestro camino nos lleve a Italia, a la Santa Sede, donde podrás encontrar lo que necesitas, tal vez. —Caminó por el lugar, sus pasos hicieron eco en la monumental construcción.
—Pero si el instinto no me falla, creo que tienes pocos minutos para resguardarte antes del amanecer. La primera misa de la mañana no tarda en comenzar —anunció. Se detuvo y lo miró.
—Te veo aquí mismo, mañana… ¿qué dices? —Fue extraño que Vasiliy tomara la batuta por una vez, algo que claramente le iba más a Ciro. No quiso creer que estaba preocupado por el vampiro y qué haría una vez que el día diera comienzo, pero la verdad era que de eso se trataba. Ese aprecio era complicado de explicar, lo veía como la salida más rápida, pero la más peligrosa, a su eterno dilema, y por ahora, no quería perderlo. Tal vez después, cuando ambos se hartaran, se mataran mutuamente, pero esa noche no era la noche en la que eso sucedería.
—Ya no hará falta que dejes un rastro para que te siga, vendré aquí al anochecer —dijo con algo de burla y arqueó una ceja. Sonrió también, aunque posiblemente las sombras no dejaron ver del todo ese gesto en su rostro—. Esta vez, también, prefiero irme sin probar tu sangre —continuó con el mismo tono de sorna, pero era más como una broma privada entre ambos que algo con verdadera saña impregnada en las palabras.
No se movió, después de todo, a él no le afectaba la luz del sol.
Vasiliy Korsakov- Inquisidor Clase Media
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Fecha de inscripción : 07/10/2015
Localización : París
Re: Sanctus Diavolos → Privado
A sus ojos, el trato que le había ofrecido al nenet era bueno, justo incluso, ¡y eso que se lo había propuesto un ser que estaba como una maldita cabra! Sin embargo, loco o no, fingiendo o no, Ciro siempre había sido un estratega buenísimo, y aunque en los tiempos más recientes se le hubiera emborronado más la capacidad para mirar al futuro (estar a punto de morir le solía hacer eso a uno, para su eterna desgracia; por fortuna, ya se le había pasado, ¡hurra por él y por lo lleno de recursos que estaba!), seguía siendo capaz de discernir lo correcto... Para él, claro. Si a cambio tenía que aceptar un par de condiciones, bueno, lo haría; sin sacrificios no se avanzaba, decían.
¡Como si para él fuera un sacrificio dedicarse a matar lobos...! Los detestaba, desde que había descubierto la existencia de los malditos licántropos había sentido un placer especial cada vez que liquidaba a uno de ellos, así que sería perfectamente capaz de entregarse en cuerpo y alma, con frenesí y algarabía, a la noble y honrosa tarea de liquidarlos. Casi podría parecer uno de esos estúpidos condenados de la Inquisición, excepto porque él tenía dos dedos de frente y sabía que no merecía la pena meterse en una institución en la que lo odiaban y, encima, le daban órdenes. Pero luego, claro, el loco era él, ¡por supuesto que sí!
Volvió a centrar su atención en Vasiliy a tiempo de escuchar cómo planteaba unas ramificaciones que a él no le interesaba discurrir en aquel momento, como un potencial viaje a Siberia o a la Santa Sede; estuvo a punto de discutirle, pero parecía que su juguete había decidido darse cuerda él solo, sin su ayuda, y dejó que se luciera un poco, ¿por qué no? Casi llegó a sentirse, el espartano, como un padre orgulloso cuando el pan sin sal del inquisidor decidió tener un poquito de sangre en las venas (le dio la risa pensar en eso, al haberla catado y visto; esa risa vino de ninguna parte para el nenet porque Ciro no la contuvo, pero tenía explicación, como todo) y decidió un futuro encuentro.
– ¿Te estás volviendo respondón de repente, Vasiliy, eh? Sí, este es un buen lugar, pero ¿de verdad que no quieres un rastro? No sé si eres lo suficientemente inteligente para llegar hasta este lugar sin guías externas. – bromeó el espartano, claramente satisfecho de que el otro se hubiera amoldado a su voluntad, pero con la estampa que tenía como consecuencia de su locura y, también, por la maldita demencia que se asomaba a sus irises claros, esa broma suya pareció macabra, asesina incluso. Que Ciro eligiera ese preciso instante para levantarse de un santo, haciendo gala de su agilidad sobrenatural, tampoco ayudó lo más mínimo a que la impresión fuera distinta a esa misma: una bestia de pesadilla, un demonio vestido con rostro humano, demasiado atractivo para lo que les convenía a los demás.
– ¿De verdad no quieres un traguito? No te va a perjudicar al salir al sol, recuérdalo, y es el mejor regalo que alguien te puede hacer, así que no me seas tan desagradecido la próxima vez. – replicó Ciro. Al igual que había sucedido con Vasiliy, tampoco había habido demasiada hostilidad en sus palabras, al menos no más de la que le correspondía por el hecho de ser un vampiro loco y siempre al borde de la violencia contra cualquiera, incluso él mismo. Sin embargo, no tenía ningún ansia suicida de la que debiera ocuparse, y él también era bastante hábil en predecir cuándo le tocaba al Sol hacer acto de presencia (bueno, era ducho en todo, pero en eso también), así que no tenía la menor intención de quedarse a honrar la iglesia, y a Vasiliy, con su presencia.
– No se te ocurra fallarme o, de lo contrario, iré donde estés y te arrastraré, dejaré que te muerda un lobo y entonces os destrozaré a los dos porque me daréis el mismo asco. – advirtió, y esa vez sí que fue algo más en serio que sus últimos comentarios. No del todo porque, en realidad, no tenía demasiadas intenciones de liquidar a Vasiliy, pero sí en parte porque los licántropos le daban un asco superior a su escaso raciocinio y con ellos se volvía todavía más loco que con el resto de estímulos de su vida. Una de cal, una de arena.
– Hasta mañana, nenet. – se despidió, sin artificios y con una simpleza impropia de un rey, pero hasta Ciro tenía sus momentos en los que se olvidaba de su infinita valía, no había que tenérselo demasiado en cuenta. A continuación, rápido como solía, se esfumó de la Iglesia y se dirigió bajo tierra, hacia esas Catacumbas que conocía casi tan bien como la creación suya que vivía en ellas (tan loca como él, ¡todo quedaba en familia al final!), y que le sirvieron para dirigirse hacia su refugio sin que lo quemara ni un solo rayo de sol. Ya había tenido suficientes de esos cuando Fausto casi lo había matado y no tenía la menor intención de más, muchas gracias, ¡hasta nunca!
¡Como si para él fuera un sacrificio dedicarse a matar lobos...! Los detestaba, desde que había descubierto la existencia de los malditos licántropos había sentido un placer especial cada vez que liquidaba a uno de ellos, así que sería perfectamente capaz de entregarse en cuerpo y alma, con frenesí y algarabía, a la noble y honrosa tarea de liquidarlos. Casi podría parecer uno de esos estúpidos condenados de la Inquisición, excepto porque él tenía dos dedos de frente y sabía que no merecía la pena meterse en una institución en la que lo odiaban y, encima, le daban órdenes. Pero luego, claro, el loco era él, ¡por supuesto que sí!
Volvió a centrar su atención en Vasiliy a tiempo de escuchar cómo planteaba unas ramificaciones que a él no le interesaba discurrir en aquel momento, como un potencial viaje a Siberia o a la Santa Sede; estuvo a punto de discutirle, pero parecía que su juguete había decidido darse cuerda él solo, sin su ayuda, y dejó que se luciera un poco, ¿por qué no? Casi llegó a sentirse, el espartano, como un padre orgulloso cuando el pan sin sal del inquisidor decidió tener un poquito de sangre en las venas (le dio la risa pensar en eso, al haberla catado y visto; esa risa vino de ninguna parte para el nenet porque Ciro no la contuvo, pero tenía explicación, como todo) y decidió un futuro encuentro.
– ¿Te estás volviendo respondón de repente, Vasiliy, eh? Sí, este es un buen lugar, pero ¿de verdad que no quieres un rastro? No sé si eres lo suficientemente inteligente para llegar hasta este lugar sin guías externas. – bromeó el espartano, claramente satisfecho de que el otro se hubiera amoldado a su voluntad, pero con la estampa que tenía como consecuencia de su locura y, también, por la maldita demencia que se asomaba a sus irises claros, esa broma suya pareció macabra, asesina incluso. Que Ciro eligiera ese preciso instante para levantarse de un santo, haciendo gala de su agilidad sobrenatural, tampoco ayudó lo más mínimo a que la impresión fuera distinta a esa misma: una bestia de pesadilla, un demonio vestido con rostro humano, demasiado atractivo para lo que les convenía a los demás.
– ¿De verdad no quieres un traguito? No te va a perjudicar al salir al sol, recuérdalo, y es el mejor regalo que alguien te puede hacer, así que no me seas tan desagradecido la próxima vez. – replicó Ciro. Al igual que había sucedido con Vasiliy, tampoco había habido demasiada hostilidad en sus palabras, al menos no más de la que le correspondía por el hecho de ser un vampiro loco y siempre al borde de la violencia contra cualquiera, incluso él mismo. Sin embargo, no tenía ningún ansia suicida de la que debiera ocuparse, y él también era bastante hábil en predecir cuándo le tocaba al Sol hacer acto de presencia (bueno, era ducho en todo, pero en eso también), así que no tenía la menor intención de quedarse a honrar la iglesia, y a Vasiliy, con su presencia.
– No se te ocurra fallarme o, de lo contrario, iré donde estés y te arrastraré, dejaré que te muerda un lobo y entonces os destrozaré a los dos porque me daréis el mismo asco. – advirtió, y esa vez sí que fue algo más en serio que sus últimos comentarios. No del todo porque, en realidad, no tenía demasiadas intenciones de liquidar a Vasiliy, pero sí en parte porque los licántropos le daban un asco superior a su escaso raciocinio y con ellos se volvía todavía más loco que con el resto de estímulos de su vida. Una de cal, una de arena.
– Hasta mañana, nenet. – se despidió, sin artificios y con una simpleza impropia de un rey, pero hasta Ciro tenía sus momentos en los que se olvidaba de su infinita valía, no había que tenérselo demasiado en cuenta. A continuación, rápido como solía, se esfumó de la Iglesia y se dirigió bajo tierra, hacia esas Catacumbas que conocía casi tan bien como la creación suya que vivía en ellas (tan loca como él, ¡todo quedaba en familia al final!), y que le sirvieron para dirigirse hacia su refugio sin que lo quemara ni un solo rayo de sol. Ya había tenido suficientes de esos cuando Fausto casi lo había matado y no tenía la menor intención de más, muchas gracias, ¡hasta nunca!
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