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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Thierry Debussy Dom Oct 02, 2016 4:05 am


“The heart is a strange beast and not ruled by logic.”
― Maria V. Snyder, Touch of Power


Al parecer el rumor —o realidad, mejor dicho— de que era bueno enseñando llegó hasta oídos de Winoc, su anciano e inefable padre, porque unas noches atrás, el hombres había tenido el atrevimiento de escribirle, diciendo que buscara a alguien y le ayudara, instruyendo a esa persona respecto a su magia. Era tarde para escribirle y decirle que él enseñaba ciencias y humanidades a niños y adolescentes, que no era un tutor de brujos. Junto a la misiva llegaron los datos necesarios, al parecer, se trataba de la hija de una familia escocesa con la que la suya tenía tratos. Claro que, desentendido como siempre fue de el supuesto legado Debussy, hasta ahora se enteraba.

Durante la tarde estuvo tentado a quemar la carta y fingir que nunca había llegado, a pesar de las vehementes peticiones de su padre de que, por una vez, le hiciera caso. Sin embargo, terminó por no hacerlo. La releyó de nuevo y chasqueó, pensando que, a pesar de todo, ahí, en esa persona desconocida hasta ahora, podía encontrar su camino. Y es que a Thierry no sólo le disgustaba la ignorancia, sino que la aborrecía y buscaba erradicarla. Esto, creyó, no era tan distinto. En todo caso, tenía un par de horas todavía para decidir. En lo que terminaba la obra.

Se dirigió al teatro, donde sabía laboraba la persona a quien se suponía debía buscar. Compró un boleto de anfiteatro, el más barato y entró. La puesta en escena transcurrió sin mayores complicaciones, una puesta clásica de “Sueño de una Noche de Verano”, una de las obras más ligeras de Shakespeare. Debido a su motivo de estar ahí, prestó especial atención al vestuario, que estaba exquisitamente confeccionado. Al terminar, apresuró sus pasos para bajar desde la parte trasera del patio de butacas. Mientras la multitud se dirigía a la salida, él iba en dirección contraria, como siempre era en su vida, pues tenía complejo de salmón. Alcanzó el escenario, con el telón abajo tras la obra y accedió tras bambalinas donde los utileros ya acomodaban la escenografía para el día siguiente. Nadie lo notó, mantuvo la guardia arriba por si tenía que hacer uso de sus poderes, pero no hubo necesidad y así llegó hasta el vestuario-taller. Cuando se acercó, supo que iba en el camino indicado, pues de inmediato sintió aquella otra presencia mágica.

Tocó a la puerta, pero sin esperar invitación, abrió y ase asomó.

¿Señorita Collingwood? —Preguntó e ingresó sin el mayor miramiento. Observó los vestidos, trajes, sombreros y pelucas acomodados con minucia. La verdad no tenía idea de si ella sabría o no que sería enviado a buscarla—. Necesitamos hablar, si no le molesta —continuó y pasó entre dos percheros repletos de ropa. Entonces la vio, sentada en un taburete, parecía estarlo esperando, aunque seguramente era porque lo había escuchado. Sonrió con ese gesto arrogante que era común en él.

Señorita Collingwood —esta vez no hubo duda. Era ella, lo sabía—. Permítame presentarme, Thierry Debussy, al parecer nuestros padres se conocen, y me han enviado a verla. Algo sobre… un problema con sus emociones y su magia —aunque directo al grano, también uso un eufemismo. Y no porque quisiera protegerla, evitarle la vergüenza, sino porque de ese modo, el problema sonaba más grave y más pequeño, según quien lo viera. Sonaba más horrible, vaya y Thierry era experto en hacer sentir mal a las personas.


Última edición por Thierry Debussy el Mar Ene 31, 2017 9:37 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Azzuen Collingwood Sáb Oct 15, 2016 9:04 pm

"Lo has destrozado sin piedad; mi orgullo
una vez y otra vez pisaste insano...
más nunca el labio exhalará un murmullo
para acusar tu proceder tirano."

—Gertrudis Gómez de Avellaneda.




Exhaló, mientras observaba con disgusto aquella carta. Aún no entendía bien porque sus padres se empeñaban en exceder sus cuidados con ella, justo cuando le estaba yendo bastante bien en París. Si bien, antes, había tenido problemas de ansiedad; de sentirse insegura constantemente y dejar que sus emociones la dominaran, ahora se encontraba un poco más tranquila. Al menos ya no le afectaba tanto la muerte de su abuela Jeanette; empezaba a superar todo su pasado de manera progresiva. A pesar de tener tras sus espaldas a un cazador demente, Azzuen se sentía bien. París le brindaba paz, seguridad, y hasta una amistad que no veía hacía mucho tiempo; Priscila era, quizá, lo mejor que le había sucedido estando en la capital francesa. Sin embargo, sus padres aún temían lo peor. Algo que consideraba ridículo, era como si estuvieran desconfiando de ella y de sus habilidades. Aunque se empeñaran en hacerle ver que no era así, Azzuen ya los conocía muy bien.

Durante los siguientes días, la idea de tener a un tutor a su lado, aún no le cabía en la cabeza. Es más, ¿por qué tenía que ser alguien ajeno a los Collingwood? Por más cercana que fuera la familia de aquel guía, Azzuen no se sentía tan segura. Es decir, su único maestro había sido su abuelo, pero ahora, no sería él quien la guiara en la magia, sino otro hombre completamente desconocido. Y para más colmo, sus padres confiaban en aquella persona, incluido su abuelo. ¿Acaso era tan allegado? De ser así, ¿por qué nunca lo conoció? Aunque el apellido le era muy familiar, las cosas no terminaban de encajar bien.

Para evitar darle tantas vueltas al asunto, decidió centrarse por completo a su trabajo. Había conseguido estar dentro del Teatro como diseñadora de vestuario. Aquello le fascinaba, y por supuesto, la mantenía ocupada la mayor parte del tiempo. Ahí aprovechaba de sacar a la luz todas sus habilidades con el diseño. Azzuen era excesivamente detallista y poseía un magnífico gusto. Podía tardarse horas en ajustar todos los detalles de una escenografía; hasta que ésta no quedaba perfecta ante sus ojos, no se daba por vencida. Lo mismo ocurría con los trajes elaborados para las diferentes obras. Todo ese pequeño mundo la distraía lo suficiente como para no pensar en sus “clases de magia”. Azzuen aún reía internamente cada vez que pensaba en ello. No entendía qué era lo que tenían sus padres en la cabeza.

Y finalmente llegó el día en que debía enfrentar su destino –si así podía llamársele–. Estuvo tan absorta en sus asuntos, que prestó poca atención al tiempo; es más, ni siquiera había pautado una cita. Así que, lo más probable, era tener a su futuro maestro dentro de su lugar de trabajo. Al menos él se enteraría de lo que hacía su próxima estudiante.

Mientras acomodaba el vestuario con mucha pericia, escuchó la puerta abrirse. Intuía de quien se trataba, logró percibir esa peculiar energía minutos atrás. Tras un suspiro de resignación, tomó asiento, centrando su atención en el hombre que aparecía entre los percheros. Agradecía que no fuera un viejo cascarrabias, pero aún no podía cantar victoria, y menos al descubrir la arrogancia en sus palabras. Azzuen disimuló, evitando hacer una mueca de fastidio; incluso, se tragó un comentario sarcástico de su parte.

¿Y qué se supone que es? ¿Un psicólogo?  

—Sí, yo soy Azzuen Collingwood —respondió con educación, manteniendo una postura refinada—. Oh, ya ve, tengo unos padres excesivamente preocupados —dijo con ironía—. Entiendo que las cosas a veces pueden salirse de control, pero no es necesario que lo exagere, señor Debussy.

Se puso de pie, acercándose al hombre con una afable sonrisa.

—Pero, aunque me cueste admitirlo, si no tengo control de mi mente, tampoco lo tendré de mis habilidades. Por eso fue que lo enviaron, ¿no es así? Supongo que también sabe de antemano que a un hechicero Ignis, si no se le controlan las emociones, puede causar desastres —explicó como si se tratara de cualquier cosa—. ¿Sabe usted controlar sus poderes? Aún no me acostumbro a la idea de tener a un guía en esto. No después de tantos años.
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Mensaje por Thierry Debussy Mar Ene 31, 2017 10:28 pm


“Facts are for the unimaginative.”
― Leigh Bardugo, Six of Crows


Se encogió de un hombro. Como si no le diera importancia a nada de lo que ahí estaba sucediendo. ¡Rayos! Necesitaba un cigarro, eso fue en lo único que pudo pensar mientras Collingwood hablaba. Parecía un chica con modales refinados, educada, e incluso podía sentir un gran poder emanando de ella. Quizá no sería tan malo. Quizá, con suerte, con un par de lecciones bastaría. Oteó el lugar, parecía genuinamente distraído, la verdad era que aún captaba lo que ella decía, en esencia, la necesidad de tabaco todavía era el pensamiento dominante en su cabeza.

Lo sé —finalmente la miró de soslayo. En realidad le interesaba lo que estaba atrás de ella. Una salida de emergencia—. Controlo mis poderes tanto como se puede, ¿no? De todos modos, me atrevo a decir que le llevo unos veinte años de ventaja —sonrió. Pero no sonrió como si se tratara de una victoria, sino como si hubiera encontrado algo. Algo valioso y escondido.

¿Me acompaña? —Señaló con el mentón la puerta. De ese modo, con esa sencilla pregunta y dirigiéndose a algo tan simple como la salida, Thierry desestimaba en un chasquido todas las explicaciones de su futura alumna. Se encaminó en esa dirección, pero se detuvo luego, sólo para girarse—. En verdad, en verdad necesito un cigarro y no quiero arruinar su vestuario«su», porque ella lo había confeccionado, no porque ella fuera a vestirlo.

Tan pronto empujó la puerta de pesada madera, que daba a uno de esos estrechos callejones del centro, Thierry sacó una cigarrera con cigarros forjados por sus propias manos. A veces las yemas de sus dedos olían bastante a rapé precisamente por eso. Abrió la pequeña caja, con algunas cosas inscritas en occitano y ofreció uno a su acompañante. Luego, él mismo se encendió uno y lo llevó a los labios. El humo que emanó de su boca lo hizo lucir como una calavera en la oscuridad.

Mucho mejor —reflexionó para sí mismo, mirando las estrellas, para luego agachar la mirada y ver a la joven, casi como si hubiera olvidado que estaba ahí con él—. Verá, señorita Collingwood. Yo me dedico precisamente a enseñar. Aunque es curioso… —y rio con voz ronca—, no enseño magia, enseño a niños ricos de la ciudad a sumar y leer y todo eso. Mi padre al parecer no sabe distinguir. Y dirá usted, qué hace un hombre de mi edad obedeciendo a su decrépito padre. Y yo también me lo pregunto. En realidad, quería no hacerle caso —fue descarado al tiempo que daba una nueva calada a su cigarro—, pero no me agrada saber que hay una hechicera con su potencial sin poder controlar sus emociones en la misma ciudad que yo. ¿Nunca lo ha sentido? Esa especie de vocecita que te dice que debes hacerlo. ¡Ah! No lo sé, quizá sólo soy obsesivo —nuevamente soltó humo que se elevó para desaparecer en la noche.

Pero véalo de este modo —se recargó en el muro—, yo puedo dormir tranquilo sabiendo que ya no va a tener algún arranque que pueda matarme si estoy cerca. Y usted algo puede aprender —continuó con cinismo. Y dijo «dormir» a pesar de que esa era una actividad que no conocía del todo. Thierry padecía de insomnio desde que tenía memoria. Dormía realmente poco. No se había vuelto loco de milagro. O quizá se trataba de un loco funcional.

Ambos sabemos que estamos atados de manos —no era una duda, era una realidad que soltó con esa franqueza ruda y fría que lo caracterizaba. Volvió a darle una fumada a su cigarro y se quedó en silencio. Sabía que tenía la razón de su parte. Y tampoco creía que Azzuen Collingwood fuera una rebelde sin causa que se negara a los designios de las dos familias.


Última edición por Thierry Debussy el Lun Jul 17, 2017 12:10 am, editado 1 vez
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Mensaje por Azzuen Collingwood Vie Mayo 12, 2017 2:23 am

"No es en la crisis de los eventos
De una esperanza musical,
O en los actos de graves consecuencias,
Donde la vida revela su profundidad."

—Coventry Patmore.




En su vida, al único tutor que conoció fue su abuelo, más nadie había sido participe del control de sus poderes. Sin embargo, su pariente no fue lo suficientemente bueno como para equilibrarla emocionalmente, por lo que su abuela Jeanette terminó encargándose de semejante odisea antes de fallecer. Por eso Azzuen no se acostumbraba a la idea de tener un nuevo tutor; algo en ella le reprendía, asegurándole que era necesario. La otra parte sólo era ese fragmento de orgullo que habita en cada persona. Aun así, prefirió guardar silencio, escuchar lo que el hombre tenía que comunicarle, aunque, de toda su efímera respuesta, apenas rescató algo sustancial. Imaginó que no iba a ser fácil lidiar con él; ambas personalidades iban a repelerse entre sí. Debía admitir que le era más importante conocer que, al menos, tenía la capacidad de conocer sus habilidades mágicas más que ella.

Sin embargo, las acciones siguientes por parte de Debussy la descolocaron un poco. No pudo ocultar su sorpresa cuando le señalaba la salida de emergencia. El tipo era de esos impredecibles, y si iba a ser su tutor, lo mejor era acostumbrarse a la improvisación, en especial ella, que solía llevar siempre las cosas bajo control.

Respiró hondo, no sin mostrarlo abiertamente, pero igual le siguió. Lo hizo en silencio, pues tampoco tenía mucho que añadir, sólo se mantuvo a la expectativa de lo que él pudiera comunicarle, así tuviera que aguantarse el desagradable olor del tabaco. Incluso hizo una mueca cuando le fue ofrecido el cigarrillo. Eso tenía que ser una broma.

—No fumo, señor Debussy —habló finalmente, siempre con la debida mesura que solía mantener, al menos cuando se encontraba de buen humor—. De todas maneras, gracias por el repentino... ofrecimiento.

Nunca se había explicado qué buscaban las personas en ese vicio. Algunos comentaban que solía calmar la ansiedad, pero no lo veía de ese modo; tampoco iba a experimentarlo, a pesar de sufrir de ese mal la mayor parte de las veces. Aunque el hombre si parecía hallar consuelo en esa maña, que más bien parecía una adicción. Al menos ahora lograba hablar con mejor fluidez, a diferencia de cuando se encontraban en el vestuario del teatro. Incluso, hasta le dio razón. En un principio había considerado que, probablemente, Debussy la iba a sacar de sus casillas, sin embargo, ahora que lo escuchaba con mayor detenimiento, tuvo que retractarse de sus pensamientos.

—Comprendo —respondió—, a mí también me resulta curioso todo esto. Aunque, en mi caso, fueron mis padres los responsables. Creo que le han hecho saber lo suficiente sobre mí. Desde siempre he tenido un carácter complicado, pero éste se vio afectado después de la muerte de mi abuela —le explicó. No era necesario, tal vez ni lo tomaría en cuenta. Aun así, quiso mencionarlo, tal vez como una excusa a sus problemas—. Tampoco es para creer que puedo destruir una ciudad completa, señor Debussy. Creo que ha exagerado un poco.

Exhaló. Claro, aquel sólo estaba haciendo uso del juego de palabras para expresar su preocupación; cualquiera estaría más aliviado de saber que alguien con poderes pudiera controlarlos. Hasta con mantener a los enfermos mentales lejos, se era feliz. Formaba parte del instinto de supervivencia de cada quien, y desde luego, Thierry Debussy estaba apelando al suyo.

—Creo que tiene usted razón —bajó la mirada, clavándola en el suelo—. No hay más alternativa que apegarse a los designios de ambas familias, después de todo, y aunque suene descabellado, buscan el bien común. Digo, mis padres no se habrían empeñado tanto, de no ser por mi bienestar. Puede que en este momento me encuentre tranquila, pero no dudo que pueda derribar toda esa calma en un abrir y cerrar de ojos. —Esta vez le observó, había una evidente curiosidad en sus ojos—. Al menos tiene una idea de cómo empezar con las tutorías, ¿o no?

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Mensaje por Thierry Debussy Lun Jul 17, 2017 12:30 am


Continuó fumando hasta que se terminó su cigarrillo y con el dedo índice y pulgar, aventó la colilla a un pequeño charco al margen del callejón. Pudo notar la incomodidad en Azzuen, y aunque Thierry no era de los que se preocuparan por los demás y su bienestar, se dijo que al menos por esa noche, no la sometería a más tortura de tabaco. Si llegaban a un acuerdo, como esperaba, ya tendría que soportarlo diario, fumando como carretero.

Oh, nunca se subestime, señorita Collingwood. Aunque, si tenemos suerte y nos ponemos de acuerdo, no habrá necesidad de llegar a tales extremos —a veces era difícil discernir cuándo Thierry estaba hablando en serio y cuando era escarnio. No contra ella en particular, su agravio era para con todo el mundo. Era así de sencillo. A pesar de que Thierry era un hombre complicado, esa parte de él era muy clara de entender: todo mundo le caía mal y no hacía nada por ocultarlo.

En fin. Supongo que suena muy bien que Collingwood y Debussy trabajen juntos, ¿cierto? Aún estoy pensando en cómo abordar su caso en particular. Siento lo su abuela, aunque ese es un buen punto de partida, si le soy sincero —¿en verdad lo sentía? Lo dijo tan mecánico, tan homogeneizado en el resto de su discurso que no parecía así. Que había sido una mera formalidad. Y es que si con trabajos Thierry lamentaba las muertes cercanas a él, cómo iba a llorar una de alguien que no conoció. Eso sí, en verdad el dato le pareció relevante. Un detonante, y un parteaguas.

Comienzo a tener una idea, sí —del interior de su saco volvió a sacar la cigarrera y se llevó un nuevo cigarro a la boca, aunque no lo encendió. Como si sólo lo necesitara ahí, inanimado en su boca—. Quería conocerla antes, y bueno aquí estamos. ¿O es que acaso quiere comenzar ya? —Sonrió como un adulto lo hace de la gracia de un niño—. Me alegra tener una alumna tan ávida, pero me temo que tendremos que esperar. Tampoco quiero venir aquí e imponer mis condiciones. Dígame que día y qué hora es mejor para usted, y llegaremos a un acuerdo. No quiero mover demasiado los horarios del resto de mis alumnos, ya sabe, esos a los que sólo enseño a leer y escribir —continuó, y con habilidad mantuvo el cigarro en la boca.

Me temo que será un asunto más de sus emociones que de magia en sí. Lo digo para que no crea que soy un entrometido si es que hago muchas preguntas llegado el momento —aclaró. Él mismo había sufrido de situaciones por el estilo con la muerte de su nana, la única persona a la que realmente quiso alguna vez. Desde luego ni remotamente parecido o grave a cómo le habían dicho que era el caso de Azzuen.

Evidentemente Winoc Debussy, su padre, no lo conocía de nada. Porque si lo conociera sabría que Thierry era la persona menos indicada para consolar o hablar de emociones. No obstante, el propio heredero Debussy veía esta situación como una oportunidad; no la de ser más humano o una basura de esas, sino la de utilizar ese desapego suyo en pos de una obra más grande, en este caso Azzuen Collingwood.

Si se analizaba la situación, resultaba entonces que Thierry era la opción indicada; alguien que no se quebraría ante la primera crisis emocional. Tal vez demasiado cruel o estricto, pero quién sabe, tal vez era lo que ella precisamente necesitaba.
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Mensaje por Azzuen Collingwood Vie Oct 13, 2017 3:20 am

No solía acostumbrarse a las personas, a pesar de estar rodeada de ellas todo el tiempo. Y no se trataba por las simples cuestiones de la cercanía física, o de los espacios, ¡nada de eso! Su resquemor apuntaba directamente hacia la conducta humana, es decir, al comportamiento poco mesurado que solían tener algunos cuantos, y que, indudablemente, a ella le generaba un terrible mal humor; una ansiedad que le quemaba por dentro; un fuerte deseo de destrucción que podría ser peligroso. Pero, por lo menos a esas alturas, había aprendido a lidiar con ello, para sorpresa de quienes la conocían. Sin embargo, y como era de suponerse, existían cosas que Azzuen Collingwood no había superado, aunque intentaba luchar a diario con estas. Y por muy fuerte que resultaba ser la propia naturaleza de un descendiente de hechiceros ignis, la ira siempre lo arrastraba a sus dominios.

Sus padres temían que esta parte destructiva de su personalidad terminara hundiéndola, y aunque ella se empeñaba en llevarles la contraria, sobre todo ahora que estaba tan bien en París, no fue suficiente. Y ahí estaba Thierry Debussy, como muestra de lo muy insistentes que podrían llegar a ser los Collingwood. ¿Le llenaba de gozo enterarse que tendría a un tutor? En lo más mínimo, pero su premio de consolación era que él tampoco parecía contento, a pesar de que, aparentemente, parecía que llegarían a algún tipo de acuerdo. ¡Qué suerte que Azzuen había avanzado un poco en sus relaciones sociales! De lo contrario, lo habría rechazado, sin siquiera permitirle contar una historia creíble.

Incluso agradeció que acabara con ese detestable cigarrillo. Todavía se cuestionaba qué era lo que hacía a ese vicio tan adictivo. ¿Quería saberlo? No, sólo le interesaban las propuestas que ese hombre podría llegar hacerle. Si es que tenía alguna bajo la manga. De todas maneras no podía adelantarse a los hechos, porque ni siquiera había terminado de enunciar palabra alguna. Lástima que la paciencia no era lo suyo...

—Sólo tengo una objeción y... mire, podría dejar lo del cigarrillo, ¿sí? No soy muy tolerante con ello. Y como bien sabe, soy una bruja asociada al fuego, y no queremos correr ningún riesgo, ¿verdad? —advirtió, con una leve sonrisa ladina, para enfatizar mejor sus palabras—. No se ofenda, pero ya que cada quien pondrá sus condiciones, pues esa es la primera, al menos en mi caso particular. Sobre todo sí queremos evitar algún accidente.

Ella misma reconocía sus faltas. Había vivido tanto tiempo con sus propios errores, que ya simplemente los aceptaba con absoluta honestidad, aunque en un principio se habría negado a tener a un tutor que no fuera alguien conocido, al menos para ella. Pero ya que las cosas se habían dado de esa manera, pues no le quedaba otra alternativa. Nadar contra la corriente era inútil, y lo sabía.

—Y está bien. Lo de las preguntas, me refiero.. Es perfectamente comprensible que tantee el terreno antes de iniciar con algo en concreto, por eso pregunté antes, porque me dio curiosidad. Quería cerciorarme de que habían enviado a alguien prudente para este caso en particular. Ha de saber que los Collingwood tienen un carácter complicado, y justo deriva de su magia. Lamentablemente es de ese modo —explicó, respirando hondo para luego dejar salir todo el aire de manera pausada. No estaba nerviosa, pero sí un tanto incómoda con la no tan buena noticia—. En fin, ¿podría ser los fines de semana, quizá? Como bien sabe, también tengo trabajo aquí en el Teatro, y me absorbe a diario. Usted tiene la última palabra esta vez, señor Debussy.

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Mensaje por Thierry Debussy Mar Nov 28, 2017 10:40 pm


Había algo muy particular en ella, algo que al menos despertaba su curiosidad, y eso ya era decir bastante, pues Thierry parecía hastiado con todo y con todos, así nada más porque sí, porque así era él, así que agradecía aquello que lo sacaba de la rutina, y bien o mal, su encuentro obligado con Azzuen había resultado ser una de esas cosas, una ocasión en la que rompía con el hábito para adentrarse en nuevas situaciones. El hechicero no lo hacía, ni lo buscaba, por conocer gente nueva, sino porque la sociedad entera resultaba su laboratorio personal.

Rio, aún con el cigarrillo sin encender colgado de su boca, por la petición de la chica. Usualmente no fumaba frente a sus alumnos, y si tenía la terrible necesidad de hacerlo, se salía un rato al jardín. No lo dijo, sólo dejó aquella sonrisa lacerante en su rostro afilado como esculpido por espadas.

No necesita amenazarme, señorita Collingwood —respondió con levedad, porque en realidad no se sintió amenazado, de hecho le pareció una petición más que justa, pero el Dios en el que Thierry no creía sabía que rara vez respondía de manera tácita si es que así le convenía, o divertía—. Comprendo la naturaleza del problema, y no quiero incendiar mi casa. Mi padre tiene muchas propiedades, pero son de él, y esta casa en París es la única que tengo, así que por ahora me conviene conservarla —respondió con un dejo de burla. Y así dejó en claro que las lecciones sería en su hogar, como si se tratara de cualquier otro alumno; no era un trato preferencial, mucho menos un castigo, sólo el protocolo que se seguía con el profesor Debussy.

Collingwood y Debussy en ese caso, lo del carácter complicado. No se preocupe, señorita…, er… no me lo tome a mal, pero realmente no me interesan sus dolores, sus angustias y sus problemas, si tengo que saberlos es para saber qué dirección tomar. Puede encontrarle lo positivo a todo esto, no la juzgaré —explicó. Fue extraño que él hablara de encontrar lo positivo, pues él era un hombre que se movía en negativos, en blanco y negro, en oscuridades insondables.

El fin de semana es perfecto, ¿sabe dónde vivo? —preguntó y al fin se quitó el maldito cigarro de la boca. Lo tomó entre los dedos índice y medio, como si de hecho lo estuviera fumando—. No importa, le haré llegar la dirección, y como ir desde aquí, el teatro hasta ese punto —continuó, un tanto distraído—. En fin, no quiero quitarme más su tiempo, si no tiene objeciones, este fin de semana nos veríamos —habló con toda la educación que su apellido le daba y dictaba. Thierry era un maldito hijo de puta que no se tentaba el corazón al dar una opinión o un juicio, pero no dejaba de ser hijo de su padre, muy para su desgracia.

Se rebuscó algo y sacó de nuevo el mechero, con el que finalmente encendió el nuevo cigarrillo. Alzó el rostro, dejando desnudo su cuello, y soltó humo como un lobo que le aúlla a la luna llena. Era su forma de despedirse, de decirle que como todo el asunto estaba acordado, ya no la necesitaba ahí.
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Mensaje por Azzuen Collingwood Mar Ene 23, 2018 4:21 pm

Él no tenía la mínima idea de lo qué era lidiar con alguien como Azzuen Collingwood; alguien que llevaba la marca del fuego en su sangre, algo que se convertía en el estigma de un mal genio incontrolable, y que bien podía evolucionar en ataques de ira genuinos. Pero no son de esos ataques de severa molestia en donde las personas farfullan o se creen suicidas terribles. La verdad de los Ignis va más allá de las simples ideas de un pirómano. Aquel era un poder vasto que, no sólo consumía a su portador, sino que lo haría con quien estuviera cerca suyo, sobre todo si no se llegaba a obtener el control del carácter adecuado. Algo que le ocurría a Azzuen.

Le ocurría... Sobre todo cuando era niña, y mucho más luego de la muerte de su abuela. Sus constantes ataques de ansiedad, y su cero tolerancia hacia los demás, la convertían en alguien que se salía de control con excesiva facilidad. Sin embargo, luego de tanto tiempo, y al ser una adulta, incluso después de haberse topado con alguien tan obstinado como Alaric Bourgeois, tuvo que aprender a lidiar con su mal carácter. Se obligó a controlarlo como mejor podía, a pesar de que no siempre tenía tanto éxito. Por eso, mantener la mente ocupada en su trabajo, resultaba una terapia magnífica, porque era como lograr desconectarse de todo lo que significaba ser un Ignis, y eso resultaba ser un avance importante.

Pero luego a sus padres se les tuvo que ocurrir enviar a un tutor como aquel tipo. Azzuen llegó a sentir auténticos deseos de querer incendiarle el cigarrillo en la cara para que se hiciera la idea de que hablaba en serio. Inclusive empuñó las manos como un manera de tranquilizarse. Ciertass actitudes podían llegar a descolocarle en serio, y aunque no solía una persona tan humilde, lo de Thierry era desquiciante. No obstante, un poco tarde se convenció de que, quizá, sería ese obstáculo el que necesitaba superar para calmar a la bestia Ignis que llevaba en su interior.

—Entonces tenga cuidado con su casa, señor Debussy. No quisiera despertar al dragón en lo que roba su oro, eso es mal presagio —advirtió entonces. Ella no era ninguna mujer fácil, y menos cuando la picaban a propósito—. Y no son amenazas, tampoco me interesa que sea mi psicólogo. No sé qué tanto podría enseñarme usted que ya no sepa. Nuestras posturas "mágicas" son diferentes. Pero bueno, no quisiera sacar conclusiones antes de tiempo.

Sí, ciertamente se le llegó a agotar la paciencia en determinado momento. Sin embargo, sus comentarios fueron más por dejar muy claro que ella tampoco iba a permitir que él hiciera lo que le diera la gana. Por muy tutor que fuese, no lo dejaría hacerse cargo de todas las normas del juego, eso debía ser algo mutuo; un acuerdo en el que ambos participaban sin alternativa alguna.

—En fin, esperaré las indicaciones, o si prefiere cambiar de lugar. Da igual el sitio. Esto no es algo de lo que podamos deshacernos tan fácilmente, así que me toca esperar con paciencia por su nota —aseguró, frunciendo el ceño ante el desagradable olor del tabaco—. Hasta luego, señor Debussy.Y tenga cuidado con su mechero...

Deseó claramente que aquella cosa estuviera lo suficientemente caliente para hacer que lo tirara ante el más nimio contacto. Y fue justo lo que su mente hizo como despedida.


FINALIZADO
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