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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Gian Pietro Caraffa Lun Oct 10, 2016 12:07 am


«Os envío como ovejas en medio de lobos;
sed, pues, prudentes como serpientes
y sencillos como palomas.»
—Catherine Jinks, El Inquisidor.




Cuando era el Inquisidor General de Florencia, Caraffa se había encargado de idear un plan del cual pudiera obtener resultados eficaces. Mientras estuvo dentro de aquella institución, aparte de contar con demasiado apoyo gracias a su apellido, movió todas las piezas a su favor, logrando así una gran reputación entre sus subordinados. Pero no sólo él se encargaba de tener todo a su disposición, también contó con la ayuda de hombres de gran poder; aquel grupo que formaría más adelante una cofradía en donde él mismo sería líder. Caraffa y su séquito lograron muchas cosas dentro de la Iglesia, incluso, éste pudo quedarse con el Trono de Juan después de un tiempo. No cabía duda que aquel hombre estaba adquiriendo demasiado poder; poder mismo que iba en expansión. Se había convertido en un líder poderoso, rodeado de personajes enigmáticos e influyentes en diferentes políticas. La Iglesia, pese a la reputación que había heredado durante el Renacimiento, estaba volviéndose más sólida, y todo gracias a Caraffa y a sus hombres.

Uno de los ideales del nuevo Papa era, por supuesto, reforzar más al grupo militar de la Iglesia. Reconocía muchas fallas dentro de la Inquisición; él mismo había sido jefe y, aunque logró mejorar muchas cosas, se estaba sintiendo particularmente incómodo por los grandes vacíos existentes en la institución. Algunas facciones, como la de Los Tecnólogos, se estaba volviendo más beneficiosa, aparte de tener un líder cooperativo; otras empezaban a flaquear, y temía porque se sumara una ola de traidores. Caraffa no estaba contento, por eso se había encargado de atraer a los mejores; debía saber quiénes valían la pena. No podía permitir que sus planes se vieran arruinados a causa de un grupo de inadaptados. Si las ovejas descarriadas no regresaban, debían ser sacrificadas por un bien mayor.

Las reglas habían sido bien puntualizadas y no se aceptaban negativas de ningún tipo. Por eso, cuando se empezaron a tomar cartas en el asunto, se le hizo llegar al Santo Padre varias listas, en donde se encontraban los nombres de los inquisidores más respetados. También se incluía un pequeño informe, en donde estaba el más mínimo detalle acerca de la vida personal y profesional de cada uno; las confesiones también estaban incluidas. Pero entre varios, que habían sido llamados por algunos Cardenales, Caraffa se centró en uno solo. Su nombre estaba resaltado; conocía la caligrafía de su ayudante Lazet, otro enigmático personaje sumado hacía poco a su séquito personal.

Sabiendo la elección hecha por su lacayo, Caraffa envió a buscar de inmediato a aquel inquisidor. Ya había escuchado acerca de la familia Zarkozi, pero no había tenido la oportunidad de debatir con uno de sus miembros. Roland temía un expediente aceptable; también había participado en los experimentos con los tecnólogos, ofreciéndose de manera voluntaria, y fue ahí, donde un evento importante salió a la luz. Ya entendía porque Lazet había hecho tanto énfasis en aquel nombre.

Había citado a Zarkozi sin perder demasiado tiempo. Consideraba que si tardaba un minuto más, las cosas no tendrían el mismo valor; si debía actuar, debía ser rápido. Lo organizó todo de manera exhaustiva, indagó en el más mínimo detalle, y hasta tenía pensado su discurso. Caraffa no quería perder a una importante pieza en el tablero; admitía que necesitaba de personajes como Roland, pero tenía que ser cuidadoso. Si quería dar con los dos traidores del padre Henri Sicard, debía encontrar a la persona más adecuada. Así que simplemente aguardó pacientemente su llegada en su despacho, mientras la tarde iba cayendo lentamente sobre la ciudad de Roma.

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Mensaje por Roland F. Zarkozi Sáb Oct 29, 2016 9:01 pm

Desde la muerte de Gregory, toda su vida había cambiado. Aquello para bien, por supuesto, sin embargo no se lo esperaba de esa manera. En realidad nunca creyó que su padre fuera a irse de ese mundo antes que su hermana y él, pero la vida daba muchas vueltas, y de quien menos había pensado, fue quien los liberó de aquel castigo en su vida. Sin embargo había decidido protegerse. Su padre había dejado su herencia en manos del joven, todo, absolutamente todo era suyo, ni siquiera un cantidad modesta de tierras le dejó a Abigail, quizá por ser mujer y tan desobediente, nadie lo sabría, sin embargo no sería egoísta con su hermana. A la primera oportunidad que tuvieran, le ofrecería algo para que tuviera y se sostuviera (si lo necesitaba o aceptaba). Ahora la vida lo apremiaba, lo malo, es que no todo dura para siempre, y los tratos a veces se rompen sin querer, o al menos intentan romperse. ¿Qué ocurriría primero?

Quizá uno de sus peores errores, fue llegar a creer que podría borrar el peso que tenía su padre en su vida, quizá en algún momento lo reconocerían sólo por ser él: Roland. Dos semanas después de la muerte de su progenitor, pidió una reunión especial con el Papa, no deseaba realizar actividades que le recordaran a su pasado, sin embargo no podía abandonar la Inquisición, la institución era parte de él, era lo único que sabía hacer, así que ofreció servicios de otra índole, algo que el representante de la iglesia concedió como un trato justo. Evidentemente le otorgaron el giro correspondiente a lo que necesitaba para seguir adelante. ¿Por qué volvían a querer involucrarlo? Aquello le molestaba.

¿Por qué los Inquisidores eran tan soberbios? ¿Por qué creían siempre que se les atendería en el momento en que quisieran, como quisieran, y a la hora que quisieran? Observar de nuevo esa misiva lo ponía de mal humor, además de tener que viajar, la idea de abandonar tanto tiempo a su hermana, no era muy de su agrado. Todos tenían una vida fuera de la Iglesia, ¿Acaso no recordaban eso? Quizá solo necesitaba descargar sus frustraciones, recordar en donde estaba parado, que el mundo seguía girando, y que cada uno debía moverse de acuerdo al juego que le tocaba en el tablero de la vida. Todo se convertía en algo frustrante para él.

Después de mucho pensarlo, de pasar horas meditándolo, decidió que era momento de dejar a un lado sus frustraciones, debía poner en alto lo que él era. Había logrado colocarse no sólo por su apellido, también por sus habilidades, por ser un hombre de trabajo, perseverante, persistente y el mejor en todo lo que hacía y se le cruzaba en frente. El viaje debía de realizar, y no tardó en encontrarse sobre un carruaje con dirección al Vaticano. ¿Ansioso? No, más bien decidido a tomar el camino que más le conviniera.

Roland Zarkozi — Dejó escuchar su nombre frente a un escritorio. Se encontraba una mujer bastante distraída leyendo papeles que no tenían nada que ver con la Iglesia, en un principio no le hacía caso alguno, pero al escucharlo alzó la vista y le sonrió con torpeza. La jovencita se puso de pie en un instante, de un saltó se encontró a su lado y le reverenció como se suponía debió hacer desde el principio. Bufó, siempre era lo mismo. Caminaron por varios pasillos hasta que se encontraron de frente a una gran puerta con detalles en oro. La riqueza de la iglesia le resultaba hipócrita, pero él no mandaba, sólo realizaba su trabajo a la perfección.

Unos segundos después la jovencita lo hizo pasar, aquel hombre de cabello canoso lo esperaba sólo a él, se daba cuenta por la mirada que le había dado. Aquello no parecía un juego de niños, seguramente era el inicio de algo muy importante.
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Mensaje por Gian Pietro Caraffa Dom Dic 04, 2016 6:17 pm

¿Qué podía haber encontrado Lazet en aquel inquisidor? De seguro algo que beneficiaría los fines de la máxima autoridad de la Iglesia. Caraffa no dudaba de las habilidades de aquel lacayo suyo para seleccionar a las ovejas que se convertirían en fieros lobos. Estaba obsesionado con la idea de fortalecer la alianza militar de su institución, de convertirla en un imperio inquebrantable en los próximos siglos; para ello debía unificar las diferentes hermandades, evitando que volvieran a disgregarse como lo habían hecho durante los últimos días de Bizancio. También, tenía que hacer una exhaustiva selección de soldados, tomando para sí a los mejores, a aquellos que destacaran tanto por su inteligencia, como por su desempeño. La lista era larga, y por esa misma razón evitaba atender a todos los candidatos; sin embargo, la decisión de Lazet hizo que cambiara rápidamente de opinión. Caraffa supo que tenía al hombre adecuado entre manos.

Quizás el historial familiar no fue lo más interesante, pues era otro cuento más de familias poderosas. Caraffa simplemente se fijó en el nombre de Henri Sicard, uno de los sacerdotes más allegados; un sujeto experimentado, quien había hecho importantes descubrimientos, tanto en la ciencia, como en la alquimia. Pero Sicard cometió el error de adoptar a dos chiquillos que terminaron traicionándolo, poniendo en juego la reputación de la Inquisición y la Iglesia. Ahora debían capturarlos; sin embargo, al ser el padre Henri tan escéptico, sólo pocas personas conocían la identidad de sus dos hijos adoptivos. Y una de esas personas era Roland Zarkozi. Por lo que se debía actuar tarde o temprano. Y sabiendo que Sicard poca estima le tenía a los Zarkozi, Caraffa se vio en la necesidad de intervenir directamente. Tal vez Lazet pudo haberlo hecho antes, no obstante, a él mismo todo el asunto lo tomó por sorpresa.

***

Se quedó largo rato contemplando el cielo ceniciento, en una postura firme, con ambas manos hacia atrás. El despacho en donde se encontraba poseía un gusto magnífico, con decoraciones que databan del Renacimiento, pero eso era lo de menos. Las riquezas de la Iglesia no eran el principal interés de Caraffa y su séquito. Cuando se giró, era finalmente para atender a su invitado. Un asistente hizo pasar al inquisidor, retirándose al cabo de unos segundos. El Papa prefería mantener a los curiosos lejos del asunto, y más cuando se tratarían temas tan delicados.

Cuando supo que estarían en completa soledad, le hizo un ademán a Roland para que tomara asiento, después de todo, él era el anfitrión.

—Muy puntual de vuestra parte. Bienvenido —agregó finalmente, aun estando de pie—. Me complace teneros aquí, me han hablado muy bien de vos. —Esbozó una sonrisa y volvió a dirigirse a la ventana—. Supongo que ya tenéis una idea del porqué os he citado con tanta urgencia. Pero, también supongo que no sabéis con exactitud el trasfondo de esa idea, ¿no es así? Pues, bien, Zarkozi. He pedido que vinierais para encomendaros una importantísima misión; no cualquiera, no. Es algo delicado... Y sois el único testigo fiel con el que podemos contar para cumplir con los objetivos. No me gusta ser quien se encargue de manejar las misiones de la Inquisición, pero, al haber sido Inquisidor General de Florencia, conozco perfectamente cómo funcionan las cosas —aseguró—. Y lo que os propondré no es algo para cualquiera. Estoy al tanto de la muerte de vuestro padre, lo lamento mucho. Pero, recordad que, aunque ocurran estas cosas, no se puede bajar la guardia nunca. Los inquisidores suelen ganarse muchos enemigos; sus espaldas no siempre están seguras. —Volvió a dirigirle la mirada, esta vez lo hacía, como si fuera capaz de escudriñarle el alma—. ¿Estáis pensando en abandonar la Inquisición?

Caraffa había lanzado la primera carta. No quiso entrar de lleno al tema, pues primero tenía que probar la integridad de Roland en ese momento; luego, cuando él haya superado las pruebas, daría paso a lo que verdaderamente interesaba.

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Mensaje por Roland F. Zarkozi Sáb Mayo 06, 2017 6:59 pm

-“Buena pregunta”- Se dijo a sí mismo. Desde la muerte de su padre muchas cosas habían cambiado en su vida, incluso sus pensamientos. Aunque Gregory estuvo toda la vida en contra de la inmortalidad (al menos eso hizo creer), lo cierto es que su padre ambicionó la inmortalidad. Algo que él nunca tendría pero me comprendía. ¿Seguir o no en la inquisición? Eso se lo cuestionó diez mil veces, y aunque había decidido más de una vez marcharse de su vida pasada, lo cierto es que no podía, todo tenía un porqué.

- Después del fallecimiento de Gregory, pensé en retirarme. – Hizo una pausa. – Con usted no pueden existir las mentiras, mucho menos esconder la naturaleza misma. Como lo sabe, me encuentro infectado, hace tiempo quise escapar de esta vida y terminé con una terrible maldición. Seguramente eso lo tenía bien sabido. – Se encogió de hombros – Iba a escapar no de la inquisición, sino de mi padre, así que al morir él quise dejar todo esto atrás, sin embargo no puedo hacerlo – Sincero fue desde su nacimiento y lo sería hasta el día en que muriera. – No hay otra cosa que sepa hacer, y no es que me preocupe aprender eso, o que vaya a quedarme sin ni un franco que pueda respaldarme, más bien se trata de un código, de una promesa, de mi vida, y esto ayuda a muchas criaturas, así que decidí quedarme, pero no como un soldado. – Porque no le gustaba el campo de batalla, no por miedo a morir, sino por el mero deseo de enseñar a los demás a ser los mejores.

- Así que no, no tengo pensado marcharme. – Concluyó. Para ser un hombre de pocas palabras, aquel encuentro le hizo hablar más de lo que ya había hecho el resto de su existencia. Esperó paciente la próxima pregunta, aunque en vez de paciencia, la curiosidad se desató. Roland era un hombre tranquilo, incluso disfrutaba demasiado la soledad. No le gustaban los lugares concurridos, y sí de asesinar se trataba, no dejaba rastro alguno, ni siquiera se escuchaba un simple grito. Así era él, por eso le apodaron el Silencioso.

Roland observó el caminar de dos jóvenes que ingresaban con una jarra de agua y dos vasos. Sirvieron a ambos y sólo con una media reverencia terminaron por marcharse. Le causó gracia, pero no dijo nada, guardó silencio intentando no parecer irrespetuoso.

- Puedo hacer cualquier misión sin problema alguno, y no quiero pecar de soberbio, pero me entrenaron para cualquier tipo de acción. Si se trata de servir a mi país, de cuidar de mi gente, entonces con gusto lo haré. No necesita darme más detalles, en ocasiones no saber trasfondos facilita la acción. – Además de que a él le afectaba lo menos posible. No es que fuera un hombre muy sentimental, pero al menos respetaba la vida ajena, vida de quienes no lastimaban a los demás sólo por placer, ¿para qué mentir? En otras ocasiones lo disfrutaba.

El joven Zarkozi ya había hablado demasiado, cosa incomoda e inusual. Se acomodó en el asiento colocando la espalda recta. Sus ojos se pasearon por el escritorio. Se trataba de un mueble limpio, ordenado y sin muchas cosas encima. Sólo una carpeta con su nombre. Se imaginó que dentro podría estar o si historial, o la misión. Daba igual. Solo era cosa de esperar.
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Mensaje por Gian Pietro Caraffa Lun Jul 03, 2017 11:37 pm

Caraffa no dejaba nada al azar, al contrario, antes de realizar algún movimiento, lo sopesaba con tan pericia, que parecía algo inhumano. Bien, con lo de inhumano podía existir un poco de razón, pero era aquello un asunto más cercano a la previsión, que alguna cosa sobrenatural. Exacto. Sólo consistía en urdir con excesivo detalle los planes, previniendo todas las posibles fallas y consecuencias que pudiera haber. Miren que por la falta de planificación, muchos imperios han perdido guerras; en otras ocasiones, es porque no quedaba de otra y así tenía que ser.

En fin, el simple hecho de que Gian Pietro Caraffa había permitido la visita de aquel joven inquisidor (que aparte resultaba ser un sobrenatural), consistía en algo que debía tratarse con la debida discreción, pues resultaba algo delicado. Así es, a diferencia de otros Papas, Caraffa estaba muy consciente de cada uno de los movimientos de los inquisidores, y no quería perder detalle alguno de las situaciones más significativas; justo aquellas que merecían la justa atención, por saber que podían convertirse en un incendio si no se atendían a tiempo. Por esa misma razón no era de extrañarse que supiera del altercado entre la familia Zarkozi. Oh sí, hasta la hija menor de Gregory había obtenido un ascenso dentro las filas inquisitoriales, y Caraffa estaba muy bien informado. A ese hombre no se le escapaba nada; simplemente sabía a cuáles asuntos restarles importancia.

Pero ahora tenía que fingir antes de mostrarse como la autoridad que era. Necesitaba analizar los movimientos del cordero, como lo haría un lobo oculto entre la maleza. Aún debía guardar reservas si acceder a confiarle tan importante misión o no. Los desertores resultaban una enfermedad terrible para Iglesia, y para toda institución con ideales tan firmes como la suya. Así que lo mejor era escuchar atentamente a Roland. Y sí, claro que lo hizo apenas el inquisidor decidiera hablar. Caraffa asintió levemente ante sus palabras, incluso se mostró neutral, con sus labios dibujando una línea muy fina.

—Entiendo. Estoy al tanto por lo que habéis pasado de manera reciente, es lamentable, desde luego. Pero podéis verlo desde el lado positivo siempre. A nuestro Señor no le agradan los cristianos pesimistas, Roland —agregó, con ese tono inquebrantable suyo, el mismo que podía convencer a millones de feligreses a diario—. Agradezco vuestra sinceridad; habéis estado dentro del Santo Oficio desde muy joven, no puedo juzgaros, porque no soy quién para hacerlo. Algunos muchachos simplemente desisten al no encontrarlo tan atractivo, y terminan siendo unos desertores. —Hubo oscuridad en los ojos del Papa, una oscuridad que podía anticipar muchas cosas, y ninguna buena—. Pero eso es un detalle en el que no quiero entrar en este preciso instante.

Hizo una pausa prolongada, mostrándose algo pensativo. Desde luego, no quería adelantarse a los hechos de manera tan evidente, antes prefería ganarse la confianza del joven Zarkozi, porque ese era su principal objetivo. El soldado talentoso debe estar siempre al lado de su líder y jamás desconfiar de él, porque ahí podría ocurrir la fatalidad.

—Me agrada. Sí, me agrada que seáis de esos hombres que ven a la Inquisición como algo positivo; algo que pueda ayudar al prójimo. Lamentablemente estamos infectados de traidores y corruptos; personas malagradecidas, que sólo se protegen bajo la buena caridad de Dios —dijo finalmente—. Y justo de eso consiste vuestra misión... Porque los desertores no son bien vistos por mí. Soy un hombre de fe, paciente, pero que no duda en hacer uso del peso de la ley para que las ovejas descarriadas regresen a donde pertenecen. Cristo vino a buscar a los pecadores, sin embargo, si estos desean condenarse, no hay mucho qué hacer por ellos.


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