Némesis [privado]

Estaba en las inmediaciones de un pantano, o al menos eso me habían dicho cuando pregunté al respecto en una aldea cercana. Ni siquiera se escuchaban mis botas mientras caminaba entre los árboles, siguiendo aquella pista. Desde niña aprendí a ser sigilosa, a moverme como una sombra, a pisar sin hacer crujir las ramas, supongo que en cierta forma la manera en que me movía reflejaba lo que ahora era, una sombra nada más, un vestigio de un eco pasado, de una niña que perdió a su padre, de una hermana que no pudo ver morir a su hermano, de una ferviente compañera de armas que fue apuñalada por la espalda. Mi cuerpo se encontraba marcado por cicatrices que rememoraban mucho de lo pasado. No solía prestarles atención, porque las viejas parecían perderse en añoranzas de otra época y las nuevas ardían lo suficiente para recordarme que debía ser más lista que los demás, más ágil y más fuerte. Aunque en cierta forma era precisamente el que nada de aquello me importara lo que había llamado la atención de mi rey.

En ocasiones era fácil recordar, aquel momento en el que caminé entre líneas enemigas, matando todo lo que tenía por delante sin que me importara nada. Y ahora tenía encomendada una misión y por ella me encontraba adonde me encontraba, siguiendo la pista de una espada que probablemente no existía. ¿O por qué habría de estar en París de entre todos los lugares del mundo?

Odiaba París. Eso fue lo que pensé mientras caminaba hacia el norte, moviéndome entre los arbustos, mientras el viento alzaba algunas de las hojas que caídas sobre el pasto forraban el camino. Odiaba esta ciudad a pesar de ser una recién llegada, odiaba la manera en que las mujeres se vestían, los vestidos forrados de capas y el maquillaje exagerado, el papel de ellas en esta sociedad. La manera en que la misma se movía, tan afectado, como si todos se mostrasen frente a un escaparate para mostrar lo que en realidad no eran, como si fueran muñecos con sus pelucas blancas, listos para la exhibición del día, e incluso notaba la rigidez en la manera en que caminaban.

Ningún lugar se comparaba con Noruega, extrañaba a mis compañeros de batalla, extrañaba usar un escudo y una espada, extrañaba los gritos de guerra, el fuego de las hogueras, las danzas entre festines dedicados a los dioses… y ahora solo me rodeaba el silencio, el rechinido de los grillos, y aquella luna sobre mi cabeza que en lugar de blanca me parecía ahora sangrante, como si se tiñera de rojo frente a mis ojos.

Parpadeé un par de veces para borrar aquella visión de mi mente y me mantuve atenta. Acababa de tener aquella sensación en el estómago que muchas veces me auguraba que uno de mis presentimientos estaba a punto de hacerse realidad. Era él acercándose. Mi rey me había dado señas exactas de adonde se hospedaba y tan pronto supe como moverme en la ciudad acudí a buscar aquella casa. Allí, desde la distancia, le vi vestido como otro francés más, acompañado de una hermosa rubia, sonriendo mientras se olvidaba de la razón por la que le habían enviado a París, demostrando lo que siempre fue, y lo que nunca pude ver, pero ahora lo veía todo claro y simplemente aguardaba el mejor momento para realizar mi encomienda, para verlo entrar en el Valhalla o en el infierno.

Ahora estaba cerca de un pantano, se desplegaba a tan solo unos pasos, y me parecía absurda la posibilidad de que por allí fuese a encontrar nada. Claro, ahora le encontraba a él, le reconocí en seguida y me oculté detrás de un tronco, sintiendo hervir mi sangre como no había hervido desde hace meses. Una sonrisa helada se dibujó en mis labios, ni siquiera tendría que regresar a buscarlo, él solo acudía hacia su inminente destino, siguiendo la misma pista que yo seguía.

Me fundí con facilidad con las sombras, los dioses se mostraban de mi parte y ocultaban la luna. Llevé la mano hacia mi espada, mi fiel compañera. Höor Cannif, nombre que en otra época hubiera provocado que mi arma fuese su aliada y le sirviese hasta el Valhalla, ahora simplemente era un sinónimo de traición, de blanco marcado, mi oportunidad de congraciarme con mi rey y de vengar mis heridas. Viéndolo así aquella noche prometía.

Con una sonrisa en los labios aguardé a que terminara de acercarse. Le daría un trato preferencial, después de todo no era un cualquiera. Le daría la oportunidad de que viera mi rostro cuando exhalara su último aliento antes de descender al infierno. Hoy finalmente cenaría mi venganza y esta me sabría muy dulce.

La sonrisa helada aún danzaba en mis labios, la idea de que esa noche fuera aquella en la que pudiese terminar con él lograba que la sombra que era sintiese un amago de vivacidad. Cosa extraña sentir algo cuando por lo general no reparaba mucho en mis blancos, nada se comparaba con la euforia pasada, aquella que únicamente sentí en mi suelo entre mis compañeros guerreros bajo el cobijo de los dioses que antaño me favorecían. La balanza se había inclinado y la mayoría de los dioses me habían olvidado, excepto los oscuros. Loki se acordaba de mi cuando el viento helado soplaba con insistencia y el frío se anclaba en mis huesos, se divertía conmigo susurrándome al oído y hablándome de sangre, caos y oscuridad. Muy posiblemente era él quien ahora mantenía las nubes sobre la luna.

Supe, aún oculta detrás del tronco, que él me había presentido. Había detenido sus pasos y ahora probablemente calculaba adonde me encontraba. El sonido de la hoja del cuchillo golpeando la madera del árbol fue su reconocimiento. Estiré el brazo con rapidez, tirando del arma blanca para liberarla de su prisión rugosa en la corteza y la moví con ligereza entre mis dedos. Él se encontraba a pocos metros, podía ver su silueta y su saludo provocó en mí una sonrisa de desdén, aunque fue el susurro que llegó a mis oídos la incitación que necesitaba. Lancé el cuchillo de regreso hacia él, sin apuntar a ningún tronco si no directamente a su corazón.

Por supuesto la evadió, no había conocido a alguien más ágil y no me haría las cosas tan fáciles. Ambos estábamos después de todo forjados en la misma batalla, adiestrados por el mismo maestro, ambos resultado del mismo entrenamiento. No en balde compartimos las mismas luchas, los mismos dolores, las mismas lágrimas. Sin tener que cerrar los ojos, ramalazos del pasado acudían a mi mente, pero no de uno dichoso si no de mi captura.

¿Cuántas formas de tortura existen exactamente? A todas las conocí de primera mano, víctima de mis encarceladores, entre mis gritos y mis alucinaciones lo único que me mantuvo con vida fue una voz muy diferente, la de él que contra todo pronóstico escuchaba cuando a veces incluso creía verlo en aquella celda.

Sabía que no estaba allí pero lo escuchaba susurrarme, aquella ingenua Skadi creía fervientemente en él. ¿Quién no le amaba? Todos lo hacíamos, todos los que le conocíamos, mi hermano, nuestros compañeros de armas, nuestros amigos... todos presos de su falso hechizo. Du må overleve, du er sterk, holde seg våken… Skadi… Oía su voz en el encierro y era él quien lograba hacerme volver… era a Höor a quien escuchaba y quien me sostenía.

Salí de mi escondite, manteniéndome de pie a tan solo un par de metros de distancia y negué con la cabeza. -Muerte.- le corregí sin alzar la voz. El pasado estaba muerto después de su traición y ahora esa era la única manera en que debía llamarme. Susurrar mi nombre era una ofensa que no le perdonaría.

Sonreí de nuevo percatándome de que estaba sorprendido, aunque no había manera de que aún me viera del todo, no solo por la maleza, la oscuridad reinante jugaba a ocultarnos los rostros. Sin embargo ya era hora de finalizar el asunto, caminé hacia él sin detenerme, dispuesta a acabar con la innecesaria prolongación del actual escenario, no era una cálida reunión entre antiguos conocidos, era mi blanco ordenado. Las nubes se movieron descubriendo a la luna y así alcancé a ver aquel rostro familiar al desenfundar mi espada. Quería acabar con el asunto, cortar su cabeza y añadir un trofeo a la espada milenaria que llevaría conmigo de vuelta a casa.

Una sonrisa congelada en un rostro que hace tanto expresaba vivazmente cada emoción y que en el presente no denotaba nada. Los rayos de plata ahora le iluminaban a él, mis pies continuaban sus pasos sobre el inicio de las fangosas aguas, esa mezcla de agua y tierra que manchaba mis botas y en la cual apenas reparaba. Una delgada franja se hizo presente en mi frente como único indicio de emoción lo cual me resultó incluso más molesto que la razón de la molestia en sí. Otra vez pronunciaba mi nombre y la manera en que lo hacía se entremezclaba con ecos del pasado en los cuales le había escuchado llamarme.

Ecos que de forma inesperada trajeron consigo cortos fragmentos de recuerdos a mi mente. La antigua Skadi luchando con él, levantando con su ayuda los pedazos de cadáveres destrozados de los amigos muertos, excavando sepulturas hondas y frías, danzando en torno a una hoguera mientras mis ojos buscaban entre todos los guerreros sentados en torno a ella únicamente los  de él, y compartiendo besos furtivos después de la celebración de una victoria. Eran retazos de breves momentos perdidos entre mis deseos de sobresalir, de mis ansias de gloria, de mi imprudencia vivaz, aquellas razones que hacían cualquier otra cosa a un lado, pensando que quizás en un mañana algo se daría entre nosotros pero no en el presente porque tenía demasiado por lo cual luchar.

Parpadeé al recordar todo aquello, mientras más lo recordaba mi odio era más profundo, comenzaba a adueñarse de mi de una forma inusitada mientras aquellos susurros oscuros regresaban a mis oídos urgiéndome a matarlo de una vez. Alcé la espada y la dirigí en contra suya, los aceros fríos chocando y produciendo chispas que iluminan un escenario que resultaba bastante adecuado para ser el último.

-Deja de llamarme así.- Nuestra danza comenzaba apenas, las negras aguas fangosas empeñadas en perturbar el duelo. Resultaba ofensivo verle sin deseos de pelear, que se contentara con defenderse como si hubiera perdido toda noción de como atacar. -Al parecer el suelo francés te ha vuelto débil.- Si quería morir como una estatua francesa, que lo hiciera, aunque resultara despreciable verlo así. Con ese aspecto, con esa ropa, con esa actitud. Arremetí contra él sin pensarlo dos veces pero finalmente reaccionó y esquivó el acero que dirigía nuevamente a su corazón. Un par de golpes más, mi espada chocando con la suya, y esta vez ambos permanecimos un momento quietos, presionando contra el otro. El no merecía el Valhalla, entrar adonde se encontrarían mi padre y mi hermano, merecía el infierno.

Después de las torturas no era él quien me había liberado pero si rostros familiares, compañeros de armas, amigos con los que había compartido todo. Uno de ellos se acercó a revelarme lo que nadie se había atrevido a decirme. En el momento en el que habían acabado con mis captores todos habían pronunciado un nombre, Höor… Höor Cannif… lo habían señalado como el causante de mi aprehensión, a él, de entre todos, a mi sostén en aquella oscuridad, era en realidad mi único verdugo. El sobrino del rey, quien deseando adueñarse de un trono que no le pertenecía había decidido antes deshacerse de la casa Rendahl… de mi y de mi hermano.

-Ha de parecerte una broma de pésimo gusto que alguien que querías muerta regrese del infierno. ¿Pero quien entiende a Loki y su sentido del humor?- rompí el pulso en el que nos habíamos embarcado y descargué la espada en un único tajo contra su pecho, uno que apenas esquivó pero que alcanzó a hacerle sangrar mientras los aleteos de los cuervos sobrevolando sobre nuestras cabezas se hacían más insistentes como únicos ojos de los dioses oscuros que ahora se entretenían observándonos.  

Una sonrisa satisfecha se asomó a mis labios fríos, al notar la sangre que fluía de su pecho y su tambaleo sobre el fango. Le había roto la camisa y con algo de suerte esto era solo un preludio. Apenas podía creer que fuera el mismo sobrino del rey. Se había vuelto débil, incapaz de defenderse, un muñeco bien vestido, y ahora era el momento en que expresara sus últimas palabras, que dejara de fingir de una vez, que confesara.

Pero los dioses tenían otras ideas y repentinamente me daban la espalda. Observé desconcertada lo imposible desarrollándose frente a mis ojos. Su piel abierta se cerraba como si no hubiese sufrido el menor golpe, como si el filo de la espada no le hubiese cortado, o como si mi arma fue inservible. Los graznidos de los cuervos se hicieron más potentes y apreté los labios. Comenzaba a sentir contra mis propios deseos. Sentía ira, una ira desmedida que lograba tensarme por completo al ver cómo le hacía trampa a la muerte.

-¿Qué tipo de magia negra es esta?- Maldito Loki traicionero que me urgía a vengar la traición y luego me daba la espalda riéndose de mi al revelarme que no podía herir a Höor a pesar de todos los sacrificios que le había entregado. Le había entregado mi alma a cambio de mi venganza. Le había rogado que me dejara vengar no solo mi sangre, si no la de mi hermano, e incluso la de mi padre, y aunque ahora me diera la espalda no dejaría de intentarlo.

Un golpe del dorso de su espada en mi costado fue su respuesta a mi pregunta, todo por la maldita distracción que produjo mi desconcierto. Caí al lodo, pero no sin antes enredar mi pie con su pierna para que se sumergiera en el conmigo. Un pequeño truco que los dos habíamos aprendido con facilidad al inicio de nuestro entrenamiento. -¿Quién diablos eres?- Me reí de la impotencia y de la ironía que todo esto traía consigo y luego permanecí en silencio sobre el fango.

El viento helado soplaba en la noche a nuestro alrededor pero ya no era yo si no uno de esos cuervos que volaban sobre nuestras cabezas, solo que ahora me veía a mi misma hace años atrás, cuando caí de forma similar sobre el lodo, en aquel sendero entre montañas. Las flechas de fuego atravesaban el cielo sin cesar y nuestros amigos caían. Yo misma caía. Mi piel cercenada dolía como el mismo infierno y no podía moverme aún si así lo quería. ¿Adónde estaba Odin en ese momento? Ni siquiera veía a Höor en medio de aquella oscuridad.

-¿Höor…?- Susurraron ahora mis labios, perdida mi conciencia entre pasado y presente. Había olvidado aquello, no recordaba cuando caí, únicamente cuando desperté en medio del tormento, pero ahora veía un breve retazo de lo olvidado, de lo que sucedió al inicio de aquella noche.

El viento sopló más frío aún y vi algo de vuelta en el presente frente a mis ojos. Un hombre con capucha negra y un cuervo sobrevolando a su alrededor que se paseaba sobre el pantano y fijaba la mirada en mi. Su presencia parecía omnipotente, en silencio me hablaba y luego señalaba a Höor. Inmediatamente los susurros oscuros cesaron y se acallaron en mis oídos momentáneamente.

El cielo se despejó y las nubes dejaron de cubrir a la luna mostrándola en su plenitud. Aquella luna llena que ahora me iluminaba a mí y a él. Escuché claramente el movimiento a nuestro alrededor y observé otra vez lo imposible. Un par de bestias enormes, paradas en dos patas, con ojos de color ámbar que salían de entre los árboles inmersos en las sucias aguas y fauces que se entreabrían mientras uno de ellos pasaba la lengua por sus afilados colmillos y el otro aullaba.

-¿Esto también lo has atraído tú con tu magia negra? ¿No te era más fácil matarme con tus propias manos?- Volví en mi finalmente y rápidamente me incorporé de un salto. Recuperé mi espada y la sostuve en alto, sonriendo al mirar a ese par de demonios. No tenía ni idea de que infierno habían salido pero me sentía revigorizada y si me marchaba al Valhalla lo haría dando guerra.

Una mirada desconcertada de mis ojos fue lo que prosiguió, y no tanto por los demonios que en dos patas comenzaban a acercarse temerariamente si no por la actitud de aquel hombre. Se comportaba como el antiguo Höor, actitud que de mala manera y sin que siéntese inclinación alguna por ello, provocaba que ráfagas de recuerdos se asomasen a mi mente. Recuerdos que no venían al caso y que mi cabeza rechazaba retornándoles al averno de una existencia que más bien parecía pertenecerle a otra persona y no a mí.

¿Pero a qué fin su pantomima?

Sacudí la cabeza para deshacerme del eco de aquellas risas de antaño que esbozadas por unos labios infantiles lograban hacer peligrar mi presente. Eran mis propias risas las que acudían ahora, risas de espontaneidad de una Skadi muy joven que inevitablemente de una forma u otra compartía con su mejor amigo.

Mi pie se afianzó al lodo. Mis manos aferraron la bastarda con fuerza y se alzaron en ofensiva contra una de las fieras antes incluso de que ella me alcanzase. Acero que procuró lastimar la carne y que se vio repelida por unas poderosas garras que a diestra y siniestra contrarrestaban el ataque. Aullidos violentos cercenaban mis oídos, aullidos que salvajemente reclamaban a sus víctimas. La sonrisa en mi rostro se afianzó, aquellas bestias se asemejaban un poco a mí. Eran puro instinto, entes asesinos impulsados por una sola ansia, la de sangre.

-Habría que ver primero si aún te encuentras lo suficientemente en pie como para tomar de la botella.- respondí sin abandonar la sonrisa y sin mirarlo. Palabras con las que le retaba a que sobreviviera lo suficiente como para que nuestro duelo continuara una vez aquellos entes exhalasen su último aliento.

Un par de saltos en aquel fango que terminaba de salpicar mi piel mientras mi espada se hincaba en el pecho de aquella bestia, que de igual forma que Höor parecía regenerar sus heridas en muy corto tiempo a pesar de la sangre que brotaba de ella y que salpicaba nuestro entorno.

Un rugido mio hizo eco en la noche, aquellos cuervos de forma extraña se mantenían sobre nuestras cabezas, no habiéndose alejado ni siquiera por las nuevas presencias.

Mi espalda ahora contra la de mi antiguo amigo, como lo había hecho tantas veces en los viejos tiempos a medida que la pelea se tornaba más sombría y aquellos entes nos cerraban el paso, uno a cada flanco. Lancé una mirada en su dirección que él atajó perfectamente. No le tuve que decir nada para que supiera lo que iba a hacer. Usar su cuerpo como palanca para realizar una pirueta contra este y de esa manera saltar lo suficiente para alcanzar el cuerpo de una de las fieras. Mi espada ahora si, recurriendo a aquella asistencia, y con la ayuda del impulso de las manos masculinas ascendió lo suficiente para con arrojo alcanzar la bestial cabeza y de un solo tajo limpio separarla del resto del cuerpo. La cabeza cayó sobre el lodo. -Al menos no estás tan oxidado como para no recordar los viejos trucos.- fue lo que lancé al aire, palabras dirigidas a él con la respiración entrecortada y cierta satisfacción.

Una garra rozó el espacio, la de la otra bestia, que lanzando un bramido mortal alcanzó mi pecho rasgando la tela que me cubría y por ende mi piel. Lanzóme sobre el barro, adonde caí atontada unos segundos. La segunda figura se cernía sobre mí acercándose con zancadas veloces. Los cuervos graznaron con mayor fuerza. Si, los susurros se habían alejado y por unos segundos, mientras los orbes ámbar se hundían en los míos y el ardor desmedido zurcaba mi pecho, recordé lo que era sentir. Quizás siempre lo supe, quizás parte de mí nunca me abandonó, simplemente la ignoré como si no estuviera presente.

Las zarpas acababan de marcarme como muchas otras marcas surcaban mi piel. De dichos rasguños brotó sangre atestiguando mi inminente destino. Mis ojos veían todo borroso cuando el demonio se acercó; sonreí de lado ante aquello, los cuervos batían sus alas con mayor fuerza de la que habían utilizado en toda la noche. Así que esta era la razón de la visión. El hombre de la capucha negra era él… Odin… me llamaba y por ello Loki esa noche me había abandonado.

Estaba lista para que todo terminara, cenaría en Valhalla finalmente. Mi padre, mi hermano, ellos me esperarían allí con los brazos abiertos. Cerré los ojos dispuesta a que aquel demonio terminase con todo. Una ráfaga cruzaba el aire alterando aquel destino, abrí los ojos desconcertada para contemplar de que se trataba. Era Höor que había realizado una pirueta arriesgada y luchaba en el lodo con el demonio.

Ni siquiera atiné a contemplar aquella lucha lo suficiente. Mis párpados se cerraban y mi cuerpo temblaba. Escalofríos, fiebre. Aparentemente aquellos rasguños eran profundos y la fuerza con la que mi cuerpo golpeó la tierra había terminado de obnubilar mis sentidos que ahora se negaban a continuar alerta.

Lo escuché decir mi nombre y mis ojos intentaron seguir aquel sonido, lo hicieron con lentitud y a desgana, lo único que alcanzaba a enfocar era el cadáver inerte del segundo demonio que ahora yacía vencido. Un par de brazos me alzaron y me sujeté a ese cuello con los mios. Reparé en el hecho de que los cuervos cesaron sus graznidos. Ahora ya no habían susurros oscuros ni pájaros que con sus insistentes sonidos buscasen recoveco en mi interior.

Parpadeé mientras me sentía transportada. No vi a Höor, por un momento aquel no era su rostro, era el de alguien más que me llevaba en sus brazos cuando era una niña y acababa de torcerme el tobillo. -*Beklager pappa, jeg prøver å være som deg, men jeg er fortsatt ikke så smidig…- Mi mano alcanzó la mejilla de mi padre mientras mis ojos permanecían secos incapaces de llorar pues había olvidado como se hacía. -**Pappa du vet hvorfor jeg gjør dette, vil jeg gå tilbake til retten med nødvendig herlighet ... for deg ...-

Cerré los ojos debido a la pesadez de mis párpados, cuando volví a abrirlos estaba cerca de un caballo. Me percaté de que era Höor quien me tenía en brazos. -¿Qué? Aah.- Me removí para abandonar esos brazos y caer a tierra de forma tambaleante. Estaba semi desnuda y él veía perfectamente cada una de mis marcas y cicatrices. Giré para darle la espalda, alzando los brazos para cruzarlos sobre mis pechos. No quería que viera mis marcas, no quería que nadie las viera, el lodo no las cubría lo suficiente. No solo me sentía expuesta si no vulnerada, mis cicatrices no podían causar más que repulsión.  

-¿Para qué me has traído acá?- Su respuesta fue mostrarme una bota con alcohol y una botella de agua. Me eché a reir entre dientes. Aún estaba débil así que simplemente me dejé atender las heridas siguiendo los movimientos de sus manos con mis ojos. ¿Por qué de repente hacía eso? Nada de lo que hacía tenía el menor sentido para mi.

-Hoy los dioses nos han jugado una buena broma.- susurré, sintiendo el viento gélido. Sus manos terminaron la faena y mis ojos se fijaron en los suyos un momento. Risas, aquellas malditas risas nuestras volvían a hacer eco en mis oídos en aquel lugar en el cual nos encontrábamos de pie. Risas que traían ecos de un pasado roto y que tironeaban de mi con hilos invisibles pero la sombra estaba afianzada y su peso era más fuerte que nada.

-Has debido dejarme morir.- Una última mirada fue la que dediqué a sus ojos pardos. El se veía igual que siempre, cubierto en lodo, pero no muy distinto al antiguo Höor. Creo que después de todo, el francés no le había cubierto lo suficiente para robarle completamente lo norteño. Sonreí con lentitud. -No será la última vez que nos crucemos. Además de que me quedas debiendo la botella.-

Giré y me alejé en busca de mi montura. Los cuervos habían desaparecido y en el ambiente reinaba un silencio sepulcral mientras caminaba buscando recuperar las fuerzas perdidas que por momentos parecían abandonarme del todo. -Sabes perfectamente Loki que me recuperaré. Y sabes que me debes una.- Alcé el puño en el aire, la luna ahora estaba oculta, las nubes la cubrian y ya no podía ver sus gotas carmesí. Sonreí de medio lado y subí en mi corcel, dispuesta a seguir adelante con lo que viniera.