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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Brünhilde Vilhjalmsdottir Jue Jul 02, 2015 9:04 pm

Mi corazón todavía se funde en la miseria;
Y con sinceros e inútiles suspiros veo
A los desamparados niños del abandono.
—Robert Burns.



—Oh sí, completamente encantador… Claro que lo es —mencionó entre dientes, tensando ligeramente la mandíbula. Evitando que el licántropo se diera cuenta del descontento hacia lo que sería su nueva misión.

Estaba indignada, nuevamente habían tomado decisiones para ella sin consultarle, ¿acaso era un burla? Brünhilde no podía estar más enfadada. Pero debía contener su inconformidad ante Cagnazzo, pues bien sabía que el licántropo odiaba las quejas constantes de la cambiante y esta vez la advertencia había sido más que clara: lo tomas o te atienes a las consecuencias. Las palabras del demonio se repetían constantemente en su cabeza, agravando más su malestar y lo peor, es que ni siquiera podía desquitarse. No, claro que no podía hacerlo, estaba en Roma, en compañía de otros miembros de la Inquisición, lo que implicaba que debía mantener una postura adecuada, especialmente si a aquello se le agregaba que también estaría frente al Santo Padre. Pero no sólo como una inquisidora más, sino como uno de los profesos de Los Ángeles Custodios.

Se tomó el tiempo que se le dio la gana para dirigirse al Salón de los Arcángeles, con el humor que cargaba encima lo más sensato era mantenerse alejada por un largo rato, así que sólo se dedicó a recorrer las callejuelas de Roma sin prisa alguna. Durante la larga caminata por la ciudadela, Brünhilde meditaba exhaustivamente en toda la situación en la que se vería envuelta dentro de poco. Ella siempre buscaba la manera de salirse con la suya, en especial con las misiones que sólo le concernían a Los Custodios, a las cuales prefería ir sola, pues según sus dogmas, no necesitaba ayuda de nadie. Y esta vez, un nuevo miembro de la misteriosa cofradía de Los Custodios, era quien interfería en sus planes. Debía hallar la manera de sacarlo del camino, que Cagnazzo pensara que había hecho una mala elección en aceptar a un tipo como ese entre sus servidores. Brünhilde tenía que armar, si o si, una jugada astuta que no la dejara en evidencia. Era tan condenadamente territorial como un lobo. Sentía celos de que otro le fuera a arrebatar los privilegios para con su líder y eso era algo que no iba a permitir nunca.

El nuevo encargo los llevaría hasta Florencia, la ciudad predilecta del Papa, por haber sido precisamente ahí en donde nació y se formó como uno de los mejores inquisidores de su época. A Brünhilde le aburrían todas las habladurías que surgían en torno a esa historia, así que solamente terminaba evadiendo el tema con alguna excusa de las suyas.

Dejaría a Roma durante las primeras horas de la mañana, pero no se iría sin antes haber conseguido información potencial sobre su acompañante, algo que pudiera serle útil a la hora de quitarlo del camino. Piero D’Páramo era un sujeto extraño, era de esos tipos que se aferraban ciegamente a una creencia, volviéndose unos dementes e irracionales. Para Brünhilde, era un completo obstinado, sólo bastaría con seguirle la corriente. Ya se había topado demasiadas veces con esa clase de personas. Uno más, uno menos, le daba igual.

¿Qué debían hacer exactamente en Florencia? Era realmente una misión algo extraña, incluso para la misma inquisidora, ¿será qué estaban probando al nuevo miembro de Los Custodios y la enviaron a ella para no levantar sospechas? De esos demonios podía esperarse cualquier cosa. Largó un pesado suspiro cuando se vio deambulando por las estrechas calles sin sentido alguno, llevaban más de una hora en lo mismo.

— ¿Tienes alguna idea de qué diablos estamos haciendo? Llevamos rato caminando por la ciudad sin sentido alguno y se supone que… —Guardó silencio al observar el camino que se extendía frente a sus ojos, éste la llevaba directo a Santa María del Fiore. Un escalofrío recorrió su espalda y su corazón se aceleró en un par de segundos; algo no pintaba. No iba a arriesgarse a continuar aquel pasaje al infierno sin antes averiguar de qué se trataba la misión encomendada por Cagnazzo—. Oh, estamos siguiendo el camino incorrecto… Ahm, debemos ir a la Galería Ufizzi y queda por el otro lado. Vamos, vamos que no tenemos todo el día.

Se tomó la confianza de mover el pesado cuerpo de Piero sin permiso alguno, pero su alto sentido de supervivencia la llevaba a hacer eso. Esta vez debía despistar a su compañero, no porque quería deshacerse de él, sino más bien porque algo o mejor dicho, su sexto sentido le gritaba que se alejara lo más pronto de ese trecho. Aunque aquella medida desesperada, probablemente, le traería problemas con el inquisidor D’Páramo. Y, ya qué, en partes también le estaba salvando de algunos de las trampas que solían preparar los demonios seguidores del Papa.
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Mensaje por Piero D'Páramo Mar Jul 07, 2015 1:55 pm

«Obra de modo que merezcas a tu propio juicio y a juicio del señor, la eternidad, que te hagas insustituible, que no merezcas morir, pero si mueres. Es porque él, así lo quiso.»

 
Pero, el diablo no dormía: la humanidad empezaba a dudar de la fe, se dejaban guiar hacia la herejía, y es ahí donde el inquisidor actúa, con la gran estrella entre sus manos, una ardiente antorcha —La iglesia sin duda— acrecentaba esa fe para los fieles. Que las lágrimas desatadas por la maldad se elevarán en una oración, confiando plenamente en el señor. Puesto que las voces se alzaban, replicando una y otra vez; «Hace tantos siglos que la humanidad ruega con fervor por sus amados» Que las voces eran siempre dirigidas a él, suplicando por salvaguardarlos de los pecados.
 
¡Que lamento! El pueblo comenzaba a ser doliente y miserable, unos eran corrompidos. ¡Que Dios los perdone! Fue necesario quemar ese centenar de herejes, se unieron al enemigo, servían al diablo. Atraído por una fuerza irresistible, hace esa quema de roedores y va hacia su superior. Ya no lleva la vestidura con que se pavoneaba ante el pueblo cuando quemaba a los enemigos de la iglesia; asiste con su burdo hábito. Deteniéndose y se queda mirando a su superior.

.......
 
Desde ese entonces. Sigue defendiendo al pueblo con tanto ahínco contra las revelaciones que van en contra de la fe. Sin embargo, no estaba solo, había sido llamado por el Santo obispo. Quien le demandó coadyuvar en su especial orden —En los Custodios había sido llamado para servir— ¿Por qué al brujo? Quizás por las misiones en las que se desenvolvía, sin temor alguno, o duda inexistente. Y algo interesante se sumaba, En Italia era esta especie de labor; el lugar donde nació un inquisidor, era verdaderamente un rencuentro con la Italia donde nació.
 
Aunque, una palabra ante ello le desagrado, “acompañado” ¿Por qué? Si, sus eficientes estrategias le han servido, solo actuaba solo y es algo que no podía aceptar a sí mismo, estar en compañía de alguien que ni tan siquiera conoce, puesto que las habladurías le eran solo eso: palabras sin sentido alguno y sin importancia.
 
¿Qué más podía hacer? Nada, Atacándose a las demandas; es por ello que se mezcla ante la ciudadanía, caminando entre callejuelas, sacando conclusiones del porque caminaba al lado de una semi-humana sin tener una determinada misión. ¿Por qué a ella? ¿Por qué en ese lugar? Nada era lógico para el inquisidor, más las auras a su alrededor le prevenían, desconfiaba de la humanidad, a leguas la corrupción se les mezclaba, y no se diga del humor  que no soporta de quien le acompaña. Aceptando que es una mujer a pesar de su especie, pero, ni su horrorosa belleza le hace doblegar su carácter.
 
Entonces, ella habló, este observaba por el largo camino, siempre precavido caminaba, sus pisadas eran precisas y su porte decidido a afrontar lo que se le avecinaba. —No entraron en detalles, debo… ¡Oh!, cierto,  debemos esperar— El disgusto hablaba, entonando una indiferencia total.
 
Se guardaba las posibles ideas; Una: Los habían atraído al lugar para inspeccionar, y ver si no existía alguna evidencia extraña; Dos: Los tomaron como carnada o tres: Aún desconfiaban, y como siempre, realizaban pruebas para valorar si realmente era para servir. Cosa que solo se reservó ante una mirada inexpresiva. — ¿Que sucede? —Interpela, ante la reacción extraña de la semi-humana, el sendero que se les mostraba, su fachada era curiosa, ¿Por qué no había gente rondando por ese camino? Un error presenciado por su acompañante, una pista que trato de percibir con la energía, Y, si, efectivamente algo extraño sucedía, su mirada se mantuvo fija, queriendo saber por qué le afecto aquel pasadizo. El cual averiguaría ya entre la charla que inició la contraparte.
 
Y tras un movimiento, el inquisidor tomó el brazo de la cambiante, posando éste detrás de su espalda al girarla y evitar el contacto que está emprendió — Primero, No se te vuelva ocurrir tocarme —Le hablaba cerca de su oído, manteniendo ambos la vista hacia ese sendero. Una de sus reglas importantes, era impedir el contacto físico, desconfiaba de todo aquello que poseía habilidades, nadie sabía con quién trataba y más, si se está mezclando con el propio matadero.
 
— ¿Que sabes de este lugar? Cualquiera de los dos caminos nos da una salida. Esto es absurdo.
 
Observaba, el tiempo era de suma importancia, pero está vez, se mantendría unos segundos en la espera de que le respondiera. Quería descubrir que escondía, el porqué de una distancia prolongada pasó a ser una cercanía insoportable.
 
¡Que se apiaden de sus manos! Ya que, eran las únicas que continuaban con la exposición de la piel con la ajena. Su efluvio le alarmaba. Esperando lo peor por aquel acto.
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Mensaje por Brünhilde Vilhjalmsdottir Dom Ago 02, 2015 1:44 am


Alégrate, y los hombres te buscarán
Aflígete, y ellos darán la vuelta y se irán.
Ellos quieren por completo tu placer entero,
Pero no necesitan tu infortunio.
—Ella Wheeler Wilcox.



Entre todas las criaturas que conformaban a la Santa Inquisición, ¿por qué tenía que ser precisamente Piero? ¿Acaso le estaban jugando una broma de muy mal gusto? Brünhilde estaba completamente indignada y resentida, quería simplemente mandar todo al diablo pese a las crudas advertencias de Cagnazzo. Bien sabía que Los Custodios no vacilaban con sus palabras y mucho menos en asuntos que les interesaban más que otros; cuando se planteaban alguna maldad, iban por ella hasta que quedaran completamente saciados. Ella no era muy diferente a ellos, pero su egocentrismo no le permitía tolerar ciertas cosas. Piero era una de esas cosas.

Había averiguado todo lo que estaba a su alcance sobre él, tenía que hacerlo para poder sacarlo de su camino, el inquisidor le era un verdadero fastidio y más que eso, era un pesado obstáculo. Suponía que si los habían enviado a Florencia a la potestad del demonio Barbariccia era porque los estaban probando. De ella querían saber hasta dónde era capaz de llegar y de Piero sólo buscaban tener a su favor a un voraz títere. La cambiante ya los conocía bastante bien y por ello la misión le resultaba incómoda, quizás demasiado. Fallar no estaba entre sus planes, pero tampoco iba a estar a merced del guardián de Santa María del Fiore.

El camino que se extendía frente a sus ojos estaba desolado, abandonado, como si todo aquel que osara en recorrerlo fuera conducido directo al infierno. Su sexto sentido le advirtió que en cuanto más lejos estuviera, mejor. La presencia de Barbariccia parecía volverse pesada, incluso en el aire podía sentirse tal pesadez. Debía alejarse lo más que pudiera y mientras tanto trazar un plan para lograr salir ilesa de todo aquel meollo.

—No pasa nada —respondió a secas—. Simplemente me confundí de ruta, sólo he venido un par de veces a Florencia, no conozco mucho este lugar...

Era una excusa barata, lo sabía, pero no contaba con una mejor respuesta ante tal dilema. Debían salir de una vez por todas de ahí, antes de que Barbariccia decidiera aparecer. El Custodio no era el favorito de Brünhilde, tan sólo pensar en él le arrancaba escalofríos del cuerpo, sin embargo y como lo sospechó, su compañero no quiso cooperar. No era para menos, quizás ella también hubiera actuado de la misma manera que el inquisidor, aunque, estaba exagerando.

— ¿Cuál es tu problema? Fueron ellos lo que nos enviaron aquí, no fue idea mía. Debiste preguntarle a Cagnazzo sobre los detalles de la misión... —Masculló mientras se zafaba con disimulo de su agarre y lo barría con la mirada—. Ya te lo dije, vamos por mal camino. Me dijeron que debíamos dirigirnos a la Galería Uffizi y de ahí partíriamos con un clérigo a Santa Croce. No tengo un mapa mental de esta ciudad, no te sulfures. —Avanzó un par de pasos, alejándose más de Santa María del Fiore—. Si quieres continuar con esto es tu problema, luego tendrás que rendirle cuentas tanto a Cagnazzo como a Gian Pietro Caraffa y no quiero verme involucrada en ello. Adiós.

Y era más que obvio que no quería enfrentarlos a ciegas, no era su estilo. Se dio media vuelta y le importó poco si Piero seguía hacia la basílica que se alzaba imponente a sus espaldas; igual, si ella no estaba, Barbariccia no daría señales de vida siquiera. La gran diferencia entre ambos es que Brünhilde si sabía con quienes había pactado y Piero no.

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Mensaje por Piero D'Páramo Dom Ago 09, 2015 9:16 pm

Parado en la cara de la sombría muerte…

Frío, indiferente y arrogante se muestra el inquisidor ante esa compañía. Hace un instante tuvo contacto con ella. Disgustado reaccionó, no era por el simple motivo de una guerra entre los dos. Más bien, se protegía así mismo, desconfiaba hasta de su propia sombra, ¿Que podría esperar ella en ese caso? Había percibido una energía maliciosa y engañosa, una donde solo las sombras eran poderosas. Esa misma sensación la obtuvo ante el mensajero, y claramente ante ella. Desconfiaba en absoluto, sabía que era una asquerosa madriguera donde la carnada podría ser el. O quizás iba más allá de una evocación.

Como en ese paraje que capturó en sus pupilas; Observa, detalla ese sendero, ¿Qué clase de poder se escondía? Capturaba algo como una bestia dormida. Como si se recolectara la maldad; Un pasadizo para que entren a las puertas del infierno. Su instinto le confesaba lo que posiblemente ocultan. Recordaba que en ese camino la catedral se encontraba, ¿Habrá sido poseída? No le sorprendería si así fuese, últimamente han estado atacando los templos. Tal que, deseaban desterrar el poder de la inquisición. ¡Ja! Si supieran que de esa manera reina su interior cuando castiga, sentencia a los herejes, la magia de lo prohibido hace por cuestiones de promesas para salvaguardar la humanidad. ¡Un maldito espejo reluciente! Esa sensación es la cara misma del brujo.

Y afirmo con la reacción de la Custodia que escondía algo. Esa que vivía en una singular adolescencia, a ella solo le importaba cumplir y hacer cumplir su voluntad, ¡Parece caprichosa! Verdaderamente es de aquellas mujeres insoportables. ¡Le fastidia! Una incompatible con el adulto carácter del brujo. Tanto como a ella le molestaba, sabía que su trono peligraba.

…¿Nada? ¿Confundirse? ¿Cómo debía explicar esa mentira? Pero no dejo que ese suceso le distrajera de su deber. Habían ordenado que a la Galería Uffizi debieran acudir y así seria. Pero algo obtuvo y fue que en ella más que a nadie debía desconfiar. Era claro que un mal presagio acudiría ante ellos. No es la primera vez que sintió a un demonio. Y eso le agrado, ¿Por qué? Porque donde hay oscuridad debe haber luz, donde fuego yace, bailara el hielo.

Mismamente ella se liberó, no hizo intento de retenerla, dejo que su mentira siguiera. Y dio un paso hacia ella— Para no conocer un lugar, te mueves a la perfección. Veo que sabes exactamente a dónde vamos. —Paso a un lado de ella al emprender camino. No se distaría ¡No con ella, ni en ese lugar! Si bien, si quería detalles, información que no le era brindada porque simplemente le mandaron con ella, su labor es ir al lugar correspondiente, identificar al clérigo y seguir hasta Santa Croce; Y ahí, es donde responderían o al menos sabría la razón de este rodeo.

—Es mejor que guardes silencio y continúes. No sabes cuidar tu habladuría. Sola es que te delatas. Mocosa insolente — había hablado la burla distante, acomodando de sus mangas, prosiguiendo con la caminata. Resuenan sus pisadas, firmes pero con las manos en los bolsillos del pantalón. Con el porte en alto, caminando detrás de ella ya que se movió primeramente. — Claro, claro…sigue, parece que tus pies son el mapa, continua, que es la dirección correcta en la que vas.

El camino ya se les mostraba, a la galería es el punto de reunión. Mientras tanto, le observaba, era una falsa estatua a la cuál tarde que temprano descubriría su guion teatral.
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Mensaje por Brünhilde Vilhjalmsdottir Mar Sep 29, 2015 11:49 pm


Escrito estaba: el cielo me condena
A tornar siempre al cautiverio rudo,
Y yo obediente acudo,
Restaurando eslabones
Que cada vez más rígidos me oprimen.
—Gertrudis de Avellaneda.



Estaba consciente de que en algún momento Piero sospecharía de su actitud, pero a la inquisidora poco le importaba. Ella solía velar siempre por sí misma y lo que hacían o dejaran de hacer los demás no era su problema, a menos que las acciones de otros le afectaran de algún modo. Quizás si no cumplía con su rutina en aquel momento, se vería metida en problemas con Cagnazzo, sin embargo, ella sabría cómo defenderse ante el licántropo, lo conocía lo suficiente como para saber qué hacer o qué decir estando frente a él, cuando éste le pidiera explicaciones. Brünhilde sabía quiénes eran realmente Los Ángeles Custodios y cuando decidió estar dentro de aquella logia maldita, tenía conocimiento de lo que se enfretaba. Su misma alma estaba en juego, pero podía más su deseo de venganza que la sensatez.

No quería nada con Barbariccia y menos enfrentarse a él directamente. Sabía que éste se encargaba de reclutar a los nuevos, pero también velaba por la lealtad a la logia y sus pruebas no eran las más agradables. Lo que no comprendía del todo Brünhilde era porque la habían enviado a ella, ¿acaso desconfiaban? Sí, su familia pertenecía a Agartha, estaba al tanto de ello, pero su traición no tendría marchar atrás. Cagnazzo lo sabía y por ello la acogió como su ayudante. Sin embargo, ahora las cosas no parecían marchar tan bien y no dejaría que empeoraran. Nadie arruinaría lo que tanto le había costado forjar.

Apenas le dejó claro al hombre que poco le importaba si continuaba el trecho hacia Santa María del Fiore cuando éste decidió seguirla. Obviamente, la cambiante sabía cuál era el camino que conducía hacia la Galería Uffizi, lo recordaba bastante bien; esos lugares eran los favoritos de Los Custodios y Florencia estaba bajo el dominio de Barbariccia. Escuchó hablar a s Piero a us espaldas y esbozó una sonrisa ladina, el tipo parecía confiado y ella sólo quería alejarse de él en cuanto tuviera oportunidad de hacerlo. Para ello tendría que dejar que creyera toda la farsa que había creado hacía unos minutos y parecía tener resultados. Las palabras ajenas le causaron cierta gracia, los nuevos miembros parecían mansas ovejitas conducidas al mismísimo abismo de la miseria. Pero eso él no debía saberlo, no hasta que su vida sno fuera encadenada a las llamas del infierno.

—Piensa lo que se te venga en gana, me tiene sin cuidado. Sólo cumplo ordenes —mencionó a secas sin darle mucha importancia—. Sólo camina y deja de alardear de tu ego, ¿si? A ellos no les gusta que lo hagan esperar y no voy a verme involucrada en líos por tu culpa —espetó, yendo aún más rápido.

En la cabeza de Brünhilde se cruzaba una idea un tanto siniestra en donde, obviamente, la beneficiada sería ella. Conocía a alguien en la Galería Uffizi, otro miembro de Los Custodios, éste sería quien se encargaría de seguir el teatro falso de la inquisidora, así ella tendría luz verde para poder encontrarse con Barbariccia a solas y pedirle explicaciones. Lo único que necesitaba era sacar a Piero de la jugada, lo que le pasara a él sencillamente dejaba de importarle.

—Ya hemos llegado —masculló sin emoción alguna al reconocer el extenso corredor y la sobresaliente arquitectura de la Galería de los Uffizi—. Ahora toca buscar a Giorgio y de ahí partiremos a Santa Croce —no se veía avistamiento de emoción alguna en su voz. Era indiferencia pura—. Lo más probable es que en aquel templo nos espere algún acto mandatario de Los Ángeles Custodios. Suelen ser personajes bastante ocupados...

Se dirigió con gran agilidad al lugar, esquivando rápidamente a las personas que visitaban aquel monumento arquitectónico. Ser una cambiante le brindaba ciertas habilidades, que sin duda, aprovechaba bastante bien.
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Mensaje por Piero D'Páramo Mar Oct 13, 2015 8:30 pm



El camino de la verdad.

—Cállate y solo avanza, el silencio vale más que tus habladurías absueltas.—No había posibilidad de callarla, seguiría parloteando, por ello, se obtuso a seguir aquella especie de conversación, detonándolo con el tono de su voz tajante.

Él avanza, sigue avanzando, uno, dos, tres pasos...Su caminar es la sombra de lo que está soportando para dar su jugada, ¡Oh, sí! Que digan lo que quieran, que si es uno más, a él no le importa. Por algo es la mano derecha de la inquisición, por su auténtico trabajo es que se limita a aniquilar a esa bestia, esa que tiene enfrente, aquella que se mueve como si todo fuese creado para cumplirle sus caprichos.

Fue que, le vigilaba, no era nadie que le incumbía pero si el camino a donde fueron citados le inquietaba. No por el lugar, sino, del porqué; la causa, la razón de ello. Comenzaba a ser un misterio, desde la ocasión de aquel callejón siniestro, hasta la mínima actitud de esa malcriada, parece que busca a quien devorar. Pero ni crea que el brujo será su presa.

Por ello, se conserva en las provocaciones ajenas, reconoce cuando lo están siendo, percibe el aura maligna de ella y es que desde un principio, sabía que a una ratonera se adentraba. Así, como la orden del santo obispo…Todo comenzaba a demostrarse. Y como era de esperarse del soldado, dominaba la separación de emociones, conservar y aparentar lo que desean que quieran, hasta que ejecute su jugada como respuesta final.

Al fin, llegando el momento de descubrir toda aquella trola; Por supuesto que ya habían llegado. ¿Acaso no sabía esa, que el brujo se hallaba en sus tierras? ¡Vaya, qué redundancia!... A la perfección sus pupilas reconocían cada rincón, cada detalle de la ciudad, el pasillo extenso era una maravilla. Era un arte poder deleitar en la estructura la dedicación y sobre todo la perfección misma.

Continuando, al mezclarse entre la multitud, era sublime ver las expresiones de agradecimiento, ¿A qué? A la belleza que les rodeaba. Sin embargo, no era un espectáculo para distraerse. —Está bien, en cuanto lo veas, decirme, no ofrecieron descripción alguna de él. De lo que es seguro, es que al parecer él de mí, sí. —comentó, manteniéndose a un lado, no lejos ni tan cerca de la semi-humana.

Adentrándose más al lugar, observando en cada posición. Seguía con el aura dudosa, reconocía al presagio, advertido por una mirada fija, ¿De quién era? Y entre más camina, esta le sigue a donde quiera que vaya. Y fue que dedujo la hora de la verdad.

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Mensaje por Brünhilde Vilhjalmsdottir Miér Nov 25, 2015 9:42 pm


Fe ciega...



Era un verdadero fastidio tener que aguantar a aquel tipo, su prepotencia era verdaderamente irritante. Brünhilde tampoco era la persona más mansa que existía, muy al contrario a eso, tenía un genio pesado, sin duda alguna. Pero en definitiva, aquel sujeto la superaba y eso la estaba colmando, sin embargo, por obediencia a sus superiores y por cuidar su propio pellejo, tenía que armarse de paciencia y mucho más en ese momento. Su mente ahora estaba centrada en sacar deducciones, pues con Barbariccia olfateándole el cuello, era difícil pensar en otra cosa.

Internamente se preguntaba qué tanto le habría dicho Cagnazzo a ese sujeto como para que actuara de esa manera. De seguro uno de sus tan elaborados discursos. Porque sí, Brünhilde conocía bien a su superior, sus palabras siempre eran las adecuadas, especialmente cuando quería arrastrar a alguien a sus oscuros planes. Después de todo, él era el demonio del fraude. Sin embargo, lo que hiciera o dejara de hacer Cagnazzo con otros no era problema de ella, ¿por qué tenía que ser el conejillo de indias? Eso le restaba paciencia  a la cambiante, aunque una parte de ella, quizás, la más sensata, le pedía que se calmase, pues, por algo era la mano derecha de los espías. Tenía cualidades para ello, sí, pero que no le dijesen exactamente lo que tenía que hacer en aquella situación, sin duda, no ayudaba para nada a su sensatez.

—Eres imposible... —Mencionó entredientes—. Pero ya que, es inútil remendar el cerebro de un atormentado.

Tenía que decirlo. Si Cagnazzo hubiera estado presente, de seguro la habría mirado de mala manera, como una clara señal de que cerrara la boca. Pero habían cosas que no se podían callar por mucho. Esa era una de las excusas favoritas de la inquisidora.

Se adentró con agilidad por los pasillos de la Galería de los Uffizi, casi barriendo con la mirada todo el lugar y sólo en ese instante se maldijo por no pensar tan claramente. Si bien, había logrado desviar a Piero del camino de Santa Maria del Fiore, se había precipitado. Pero las circunstancias no le permitieron trazar un buen plan a tiempo. Se detuvo por un par de minutos, ignorando a su acompañante, sólo para intuir, que alguno de aquellos esbirros del demonio estaba en los alrededores. Debía rastrear esa aura, pero antes, tenía que despistar a Piero y ya sabía como hacerlo.

Sin darle tiempo al otro inquisidor de seguir su rastro, se internó entre uno de los tantos salones que conformaban la Galería, ahí era en donde su plan daba inicio.

—A ver, haremos lo siguiente. Tú espera aquí y yo iré a buscar a Giorgio, ¿vale? Es uno de los encargados de la Galería de los Uffizi y no es tan tolerante cuando lo interrumpen en su trabajo. Tú quédate quieto y espera. Se buen chico —le lanzó una mirada fulminante y sin perder más tiempo, decidió marcharse.

Recorrió con paso firme todo el corredor, ignorando cada muestra de arte renacentista ahí expuesta. La cambiante sabía exactamente a donde dirigirse; tanta fue su obsesión por hallar el rastro que había encontrado hacia minutos atrás, que no se percató de que Piero la siguiese o no. Y si lo haría, pues, ya se valdría de alguna artimaña para despistarlo nuevamente. Su mirada estaba al tanto de cada figura que se paseaba por el lugar. Sus sentidos estaban en alerta hasta que finalmente dio con su objetivo. Un hombre de piel pálida, alto, esbelto, de cabellos oscuros como la larga túnica que cubría ssu torso y piernas. Era otro miembro de Los Ángeles Custodios, un ayudante de Barbariccia.

—Uh, pero que linda sorpresa me ha traído el día... Oh debería decir: Que pésima sorpresa, ¿no es así, Domenic? —Dijo al encontrarse frente a aquel hombre—. ¿Tu superior te ha dicho que nos siguieras? —Viró los ojos—. ¿Qué clase de ritual, espectáculo, aquelarre o lo que sea que hagan, están planeando? Si te quieres llevar al tipo ese, puedes hacerlo. Pero a mí no me involucren en sus... Cosas raras.

Domenic la observó, dejó escapar una exhalación y finalmente habló:

—Debías llevarlo a Santa Maria del Fiore y no lo hiciste. Barbariccia se ha disgustado, sólo era un ritual iniciático como el tuyo. No seas alarmista, Brünhilde...
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Mensaje por Piero D'Páramo Dom Dic 13, 2015 10:54 pm

Alarmante y desesperante deseos de aniquilar abundan sus pensamientos, entre cada paso y cada mirada, le provocaba una demonio, tienta al brujo a faltar a su moral. Creyó que ningún Mefistófeles podía descontrolarle, que siempre la cordura poseería, más solo una maldita bestia le estaba derrumbando lo que ha venido practicando en años. Esa que continúa un paso adelante, a la que observa y llama la atención. Algo sucedía, lo sabía, más dejo que se desenvolviera la inquisidora para ver que tramaba, que ella misma le ofreciera las respuestas que buscaba de ese embrollo. Aunque en sus manos recorra ese deseo de torturarla, acorralarla hasta que escupe las verdades. Además, de educar e instruir el respeto que claramente desconoce. Tratando de no darle importancia a sus provocaciones, yendo a la verdad que se oculta en cada acción ajena.

Permaneciendo callado, rodeado de la humanidad, parecía que era de ayuda para tranquilizarlo, sus energías fluían y se sentía acogedor hasta que esa presencia se hizo cada vez más potente, destruyendo ese relajante para activarlo. Era peor esa sensación.

Callo, no hizo mención alguna, pudo ver como la malcriada percibió esa presencia. Ella lo intuyó, se percató de ello y solo podía examinar, ¿Que podría hacer? Cuando nadie le dio respuesta alguna, por ello, llegó a esa conclusión de obtener las respuestas por el mismo, ¿Cómo? Analizando, dejar ser guiado por ella, no importa si fuese una trampa, estaba pensando en una infinidad de posibilidades y eso era, hasta la muerte, que podría correr peligro. Eso bien lo sabía desde un principio.

Escucho el plan, se guardó las blasfemias y asecho esos ojos. Era claro que desde el comienzo mentía, ya que supuestamente no había descripción alguna de él, más el error fue que ella lo conocía a la perfección. — No me hables como si fuese un deficiente. —Negó, mirando a sus alrededores. Sin responder, fingía esperar, viendo los cuadros, caminando un poco hasta que ella desapareció o al menos eso disimulo, necesitaba hallar el motivo real de esa misión.

Fue en una de las salas que abandonó el rastro, este se enfocó en esa sensación. Iba tras esa presencia, y uso su poder de percepción, disminuyendo su aurora para pasar como un simple humano. Mezclándose entre ellos, yendo hacia la maldad, esta era oscura, como una telaraña que era fácil de seguir cuando se hace contacto visual, así, avanzó, capturando una sombra, no, era uno de ellos. Los seguidores del papa. Iba a dar paso firme hacia él, hasta que vio a la semi-humana acercarse. ¡Lo suponía!

Fue que sus labios se movieron, sin producir sonido alguno, debía ser precavido, necesitaba escuchar esa conversación y así fue: «Echo altitudo pertingit ad illas voces sonant agri aurem mei iuris sunt voces eorum»1

Su mente se puso en blanco mientras sus ojos se tornaron como una neblina, desapareciendo sus pupilas, escuchaba cada palabra, archivando datos relevantes: Domenic, ritual, negriente sol, como a ella…

Así que estaba en lo correcto, aquel sector donde se sembraba oscuridad era el pasaje donde debieron acudir, ella estaba al tanto de eso, y no siguió la orden. ¿Por qué? ¿Por qué no siguió con lo establecido? …Era una diversión para ella, río, deshaciendo el campo, ¿Fue descubierto? Su presencia si, la dio a relucir, más mantuvo en secreto el contenido de esa conversación hasta jugar con ella un poco. Él no sabía de qué se trataba, cumplió con llegar a la galería, pero seguiría como en un principio, sin tener conocimiento de nada, no le dieron detalles…

—¿Ya terminaron? Al parecer mi labor concluye aquí, me ordenaron venir con ella y encontrarme con cierta persona, supongo que es usted. Decirme ¿Cuál es mi siguiente objetivo? No tengo tiempo para jugar a las escondidillas, o estar persiguiendo la cola al burro. — se atrevió a interrumpir, al haber caminado hacia ellos, dando a entender que no sabía nada, le fastidiaban este tipo de movimientos, porque misiones no era aquello. Parecía que el lugar les contagió con el arte, si querían dibujar, debieron detallar la escena con exactitud, no andarse con cosas innecesarias, como atuendos extras y redundantes: La galería, un clérigo, y sobre todo ella.

Y fue que se decepcionó por la clase de “juegos” que ofrecen a los custodios…

1.Extiende el eco a la profundidad de esas voces, haz un campo sonoro y se mi oído, deja que sus voces están a mi alcance.
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Mensaje por Brünhilde Vilhjalmsdottir Jue Feb 25, 2016 1:41 am

Los Custodios eran muy selectivos a la hora de reclutar nuevos miembros. Cada uno de los líderes principales de la logia, se encargaba de escoger a los candidatos adecuados; seleccionaban a aquellos que fuesen capaces de cumplir con cada una de las misiones que tanto interesaban al grupo. Algunos eran escogidos por el mismísimo Caraffa, quien luego asignaba la iniciación de los nuevos soldados a Cagnazzo o a Malacoda y éstos los enviaban a Barbariccia, quien termimba de sellar los denominados pactos. Era un prótocolo bastante peculiar e incluso, tenían una especie de período de prueba, en donde corroboraban si las decisiones tomadas habían sido las correctas.

Justo eso era lo que estaban haciendo con Piero, pero, el problema de haber enviado a Brünhilde, era que ésta iba a sospechar de algo más e iba a estropear los planes. A pesar de llevar varios años sirviendo a esta cofradía, habían cosas que la cambiante no terminaba de asimilar y aunque no lo reconocía abiertamente, desconfiaba de aquellos seres, porque la esencia que éstos resguardaban en su interior, era absolutamente perversa. Ella estaba condenada, lo sabía, pero, prefería conservar parte de su mortalidad un tiempo más, así fuese estando al servicio de Cagnazzo durante todo ese tiempo. Fue a causa de toda esa incertidumbre que actúo de la manera que su instinto le indicó; era una manera de protegerse... de no actuar sin conocer a lo que se enfrentaría. Ese era su estilo y nadie lo cambiaría, ni siquiera Cagnazzo.

Saber que Domenic los había estado siguiendo, no era algo que le agradara, en realidad, bien sabía que aquel sujeto iba a irle a contar todo a Babariccia y por lo tanto, Cagnazzo también se enteraría de lo hecho por la inquisidora. De todas maneras, ella siempre se saldría con la suya. Alguna excusa bien elaborada tenía que dar y para confrontar a Cagnazzo ya habría tiempo; ahora sólo le tocaba sacarle información a Domenic. No iba a hacer fácil, pero lo intentaría. Algo tendría que obtener de aquel hombre.

Y pudo haberlo hecho de no ser por lo que percibió en el aire... Debía ser muy prudente esta vez.

—¿Ritual? ¿Así te refieres a los juramentos hechos para la logia? Que falta de respeto, Domenic. No me esperaba eso y menos de ti —dijo con seguridad, fingiendo estar descontenta con las palabras del otro Custodio, el cual le miró con el ceño fruncido y extrañado por las palabras de la cambiante—. Giorgio era quien tenía que venir y no tú, ¿qué ha pasado con el protocolo?

Y antes de que Domenic respondiera, apareció Piero. Fue entonces cuando se dio cuenta del porqué Brünhilde decidió cambiar el discurso por completo. El hombre relajó la mirada y tras una leve reverencia, decidió que era momento de presentarse, pero fue interrumpido por la inquisidora.

—Él es Domenic, un ayudante del Canciller de Los Custodios y, honestamente, no sé porque nos ha seguido. Se supone que era Giorgio quien debía estar aquí; me extraña no haberlo encontrado. Supongo que debe estar al pendiente de otros asuntos. La última vez que lo vi me mencionó que lo asignarían, posiblemente, a otro lugar. ¿Es verdad eso, Domenic? —Habló con suficiente naturalidad, denotando en su voz tanta firmeza, que hasta el mismísimo Caraffa le creería.

El otro Custodio se mantuvo callado un par de segundos; no hubo ningún gesto en su semblante que mostrara alguna sorpresa ante las palabras de la mujer. Esa era una de las cualidad de Domenic. Era, sin duda, un buen actor.

—Así es, Giorgio fue asignado al Palazzo Vecchio. Fue una decisión de última hora por parte de nuestro señor; por eso me han enviado a mí a buscarlos. Supuse que vendrían aquí y los he seguido. Lamento haber actuado de esta manera —se excusó Domenic—. Pero, tendremos que regresarnos a Santa María del Fiore. Es ahí en donde nos espera Micer Barbariccia para completar todo lo relacionado a la iniciación y asignación de deberes a Piero D'Páramo.

Al escuchar a Domenic, Brünhilde sintió que su estómago se contrajo por completo. Contuvo la respiración por unos segundos y luego, exhaló, desviando la mirada hacia otro lado. No tenían que haber llegado a eso. No quería tropezarse con Barbariccia, eso era algo que no soportaba. Pero parecía que todo estaba en su contra.

—Oh, no. No es necesario que yo asista, Domenic... Esperan es a Piero, no a mí —replicó Brünhilde sin perder la calma.

—Los dos deberán acompañarme y no se discuta más —sentenció Domenic con voz firme, barriéndolos con la mirada e iniciando su recorrido. Ya era demasiado tarde para intentar otra jugada.

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Mensaje por Piero D'Páramo Mar Mar 29, 2016 4:13 pm

¿Por qué…? ¿Por qué las cosas suceden inesperadamente? Desde que ha estado en compañía de esa semi-humana, todo, absolutamente todo perentorio en su alrededor, su presencia le molestaba, le hostigaba percibir su aura, era insoportable ver cómo se convertía en el centro de sus deberes, de sus misiones que le hacían dudar cuando él no era así, si un movimiento realizaba lo hacía con precisión. Mas ahora, no quiere decir que lo dejo de hacer, pero ciertas circunstancias lo hacían dudar. Como ahora, escuchando, viéndolos, desde un principio no le pareció como fue enviado, sin tener un fin claro. Y dudo, de ella una vez más, siempre lo hacía, en ese sendero desviado, en sus palabras, en la mirada firme y caprichosa. Y ahora, ahora solo duda, y no deja de dudar. ¿Qué era lo que sucedía? ¿A qué se referían con ritual? Todo era confuso, ¿Giorgio? Realmente era exasperante haber ido a ese lugar, el estar acompañado con ella y sin saber nada…

Espero, tranquilizando su aura, desvaneciendo el coraje que radica el silencio que guardan, comprendía que algo estaba ocultando. Eso era claro, el habla primero de la mujer y su necedad le desesperaba. — ¿A qué has estado jugando todo el tiempo? Brünhilde, basta de querer echarme de la orden, por primera vez, ya basta. Si siempre ha sido la Santa María del Fiore. ¿Por qué no me lo dijeron? Eso debieron hacer, en vez de enviarme a sordas con ella...Veo que aquí, una de dos, ustedes están mintiendo, o soy yo el que no escucha bien. Pero vaya, no lo creo posible. ¿Ha supuesto? …Y dispénsame si sueno altanero, pero no me dieron otra opción. Esto de estar dando vuelvas y vueltas al asunto no es cosa que me agrade. Y ciertamente, no comprendo por qué se me demando con estas eventualidades.

De manera disgustada, pero conservando su enojo. Manteniendo la calma se dirigió a ella y después a Domenic, por primera vez conocio a alguien más que no fuera la odiosa Brünhilde. Y era tarde, pero lo hizo, ejecutó una leve inclinación.

—Vaya momento, que lamentable es que nos conociéramos en estas circunstancias Sr. Domenic, pero haré lo mejor…— No miro a la mujer, siguió el paso que demandó el otro, yendo detrás de él, pensando en porqué ir a la Santa Fiore, y ¿A quién verían? Micer Barbariccia ¿Quién era y porque él? ¿Por qué? … Descubrir por qué tanto misterio, tanto secreto a un simple lugar. A un simple encuentro, y el, ¿Que tiene que decir?  ¿Qué era eso tan importante para acudir? Demasiadas preguntas sin responder, demasiado que quisiera el inquisidor entender.  Regresando al mismo camino, las mismas pinturas, la gente que los rodeaba, todo de nuevo. Y el mismo sentimiento perdura.

Viniendo y yendo, obedeciendo sin poder detenerse, siguiendo lo establecido, esperando ya terminar ese juego prescindido. Dejando que ese círculo finalizara, para poder cumplir con su orden
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Mensaje por Barbariccia Jue Abr 28, 2016 10:18 pm


“A higher power underground
from seraph skies and now to chaos bound,
He is sitting sacred and profound
in midst of sinners licking up to kiss his crown.

Pathetic humans in despair,
defaced, deflowered, now to death devout,
a fallen angel in His glare
in midst of sinners kneeling down before His clout.”
— Ghost, Majesty


Domenic era un servidor fiel. Un esbirro como pocos se habían presentado alguna vez ante Barbariccia. En esta y en todas sus vidas. Eficaz y sumiso. Era una pena que se tratara tan sólo de otro peón que sin dudarlo, sacrificaría si tuviera que hacerlo. Había elegido enviarlo a él tras esa impertinente de Vilhjalmsdottir y el nuevo, Piero D’Páramo, que Cagnazzo le había encargado probar. Él, Domenic porque creyó que enviar a la misma Ernuet era darles demasiada importancia. Y desde luego, pocas cosas merecían que él pusiera un pie fuera de Santa María de Fiore.

Cuando su subordinado se marchó, conociendo las mañas de la cambiante, supo que tardarían, así que a la luz de una vela se dispuso a analizar unos antiguos textos que había encontrado en la sacristía del lugar. Por un ojo de buey en la habitación, era consciente del avanzar de las horas a través de los movimientos de los astros. El sonido de las pesadas páginas de pergamino, escritas a mano, era lo único que se escuchaba y así estuvo por horas.

Incluso antes de que escuchara los pasos, sintió la presencia de Domenic y cerró el libro con un ruido sordo y pesado. Irguió la cabeza y sin palabras, aguardó por su heraldo, quien apareció de entre las sombras del pasillo y con una leve reverencia de cabeza, le indicaba que había conseguido el cometido. Babariccia apreciaba la discreción, el silencio y la eficiencia y sin duda su elección de emisario había sido la correcta.

Se puso de pie con aquella expresión plana que helaba la sangre y se dirigió al salón contiguo, donde Domenic había dejado a los inquisidores. Entró y de inmediato uno podía sentir que ese hombre era dueño de la habitación. Su presencia era imponente e intimidaba como pocos podían jactarse de hacerlo.

Gracias Domenic —habló con un tono indiferente casi irreal e hizo un ademán con la mano para indicarle al otro que se retirara. Soslayó para comprobar que ya no estaba, y cuando no lo sintió más cerca avanzó hacia los otros dos.

Tú debes ser Piero D’Páramo —arqueó una ceja. Su mirada era de esas que eran capaces de desgarrarte el alma y romperte el corazón. La energía que emanaba el hombre era brutal y Barbariccia pudo apreciar eso—. Cagnazzo me ha hablado mucho de ti —no aclaró si bien o mal.

Y tú… —se dirigió a ella con mayor desdén—, tenías una orden y la desobedeciste —su voz seguía sonando desapasionada, casi como si todo le causara un aburrimiento atroz—. No es a mí a quien vas a darle explicaciones, creo que eso ya lo sabes. Me pregunto solamente si tienes tu coartada. Engañar a Cagnazzo no es tan fácil como tu ingenua imaginación pudiera creer —aunque continuó con el mismo rictus parco, la saña en sus palabras fue evidente.

Se giró para otear el lugar y localizó una antigua silla. La jaló y se sentó en ella como un jodido emperador dando audiencia.

Me gustaría escuchar lo que tienen que decir —¿el qué? Eso era vago, incluso viniendo de él—. Lo lamento D’Páramo, te tocó una pésima compañera pero ese, claro, no es mi problema. Así que, comiencen… —por un segundo pareció que una sonrisa se asomaría entre la tupida barba del demonio, sin embargo se quedó tan sólo como una promesa. Una de algo mucho, mucho peor.
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Mensaje por Brünhilde Vilhjalmsdottir Dom Mayo 15, 2016 1:19 am

Nada había salido como lo esperaba. Sabía, desde un principio, que aquella orden de Cagnazzo le traería problemas; él tenía otras opciones, pero prefirió enviarla a ella, al lado de aquel inquisidor detestable. Brünhilde no estaba satisfecha, el enojo fue acumulándose cada vez más y bien sabía que no se quedaría de brazos cruzados. Era vengativa y su mente perversa. Por eso Cagnazzo la había eligido, no sólo por la traición a Agartha, sino, por lo muy retorcida que estaba su cabeza. La malicia era parte de su esencia y poco le importaba a quien se llevara por delante para cumplir sus más ambiciosos objetivos.

Pero ese día, no supo en qué falló. Quizás por su terquedad o porque simplemente fue tomada por sorpresa. Todo había ocurrido demasiado rápido; desde el encuentro con Piero, hasta haberse topado con Domenic en la Galería de los Uffizi. Todo lo que tramó para intentar alejarse de Santa María del Fiore, fue vano. A diferencia de Piero, ella si conocía las artimañas de Los Custodios, sabía perfectamente con quienes estaba lidiando. Aquellos no eran hombres, sino demonios. Pero eso al inquisidor no le importaba, y remotamente creía que en dicha posibilidad, a pesar de ser hechicero.

No estuvo contenta cuando Domenic les habló con severidad; no cuando Piero se dirigió de aquella manera. Cagnazzo tampoco estaría contento y menos cuando Barbariccia le contara todo lo que había ocurrido.

Siguió a regañadientes a Domenic, no tenía ánimos de pronunciar palabra alguna, luego de todo aquel malentendido, lo único que conservaba era la no tan querida resignación. De igual manera, su rostro reflejaba el enorme descontento que tenía con su fracaso. Brünhilde odiaba perder, era algo que sencillamente la sacaba de sí, pero en ese caso, debía bajar la guardia y contener su ira, o tendría más problemas. O al menos eso intentaba hacer. Desconocía cuál sería su reacción cuando estuviera frente a Barbariccia, a quien repelía por completo.


—Esto es absolutamente inncesario, Domenic —alegó nuevamente, sin soportar más el molesto silencio—. Yo sólo haré bulto...

Pero Domenic no respondió, lo que causó más malestar en la inquisidora, quien no quiso decir más nada, no hasta que estuvieran finalmente en Santa María del Fiore.

-----

—Usted mismo lo ha dicho, Micer Barbariccia, sólo le debo explicaciones a Cagnazzo. Es más, yo no debería estar aquí, invitaron fue al nuevo, no sé porque tengo que verme involucrada en estos actos, que sólo son privilegios de los altos funcionarios de la logia —dijo con todo el veneno que era capaz de destilar su lengua, esbozando una sonrisa ladina. No podía hacerle nada, no estando bajo la protección de Cagnazzo—. Y por favor, no me llame compañera de este señor, le queda muy grande la palabra. Ni siquiera ha aprobado la audiencia preliminar. —Replicó—. Y en mi defensa, no tengo nada que decir. Giorgio me dijo que me esperaría en la Galería Uffizi y luego iríamos a Santa Croce. Pero sólo me invitó a mí, pero como me encontraba mal acompañada, tenía que cargar con el brillante inquisidor D'Páramo hasta mi destino y de ahí, vendríamos. No entiendo qué "demonios" hacía Domenic espiándome.

Sencillamente no se aguantó. Soltó las palabras con sorna y atrevimiento. De seguro si otro demonio decidiera encarnar en algún mortal, eligiría a Brünhilde para hacerlo. Ella conocía bien cómo funcionaba todo, al fin y al cabo, era la mano derecha del Consejero del Papa.

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Mensaje por Piero D'Páramo Mar Jun 07, 2016 1:51 pm

Ha visto como una compañía se mantenía de pie bien guardado y firme, negando su apoyo a aquellos que querían trastornar la fe establecida del cuerpo. Dios miraba con aprobación esa compañía. Mostrando tres escalones; los mensajes del primer ángel, del segundo, y del tercero. Decía su fiel guardián, el destino de las almas dependen de la manera en que son recibidos, y vio cuán alto precio había obtenido su experiencia. Obteniendo por mucho padecimiento y severo conflicto, dando paso a paso, hasta ponerlo sobre una plataforma sólida e inconmovible. Pero, ¿A base de qué? De ir a ciegas a un sendero incierto, seguir caminando sin saber del camino al que le llevan, era la primera vez que sucedía tal cosa, y muy desconcertante para el brujo, ya que creía que si comenzaba de aquella forma, le hastiara hasta volver al corazón de la Inquisición y solo seguir órdenes de su maestro, y ese pensamiento era purificado con la memoria de su confesor; Confía en tu criterio, forja tu propio camino, no caigas en gracia de los demás, se tú quien lleve las riendas, y no quien te someta.

…Interesante fue lo que en sus ojos se vislumbraron, podía seguir escuchando su mente repetir las palabras de su mentor, guiándolo al mejor sendero, pero se vio interrumpido, en cuanto al fin, se presentó Micer Barbariccia, no cambio nada su aspecto, solo una leve inclinación aceptando sus palabras. Marcando la diferencia de que él, ni con habladurías lo conocía.

Era preferible, permanecer callado, prestar oídos y aclarar su mente, no era momento de desconfiar, aunque para ser sincero, era inevitable. Y de nuevo, las palabras iban en contra de la semi humana, ¿Por qué era tan caprichosa? Y vaya que todos han manejado los mismos términos con ella. No sentía satisfacción alguna escuchar, pero si, era fastidioso. Y peor, él por su cargo, siempre lidiaba con personas como ellas, pero era una tarea que cortaba de raíz.

Más, ¿Qué deseaba escuchar de la boca del inquisidor? No posee información alguna, ni la orden de dar un informe, y con la lengua que poseía su compañera, ni una idea tenía del porque se encontraban en ese lugar, junto a él, siendo interrogados. Era decepcionante, ver como los tonos se agudizan, ni el respeto forjado en cómo se dirige su compañera, ya bien la conocía, una niña berrinchuda, y peor, no había sentimiento alguno por sus palabras en contra de la persona de Piero, no le era importante que una lengua como esa, se moviera sin razonar.

Exasperante, continuar en un embrollo, ya era momento de hablar, por lo que solo elevo la mano a su nuca, masajeando esta para que la paciencia prevaleciera. — No sé qué espera escuchar de mí, al contrario de usted, no sé nada, de nueva cuenta estoy de un lado a otro, sin motivo alguno, mandando a ciegas con ella, sin una determinada misión. El consejero, me planteo las cosas de una manera que no están siendo las mismas descubiertas. Por lo que me atrevo a cuestionar, ¿Qué es todo esto? ¿Acaso es un juego de nunca acabar? Si es así como ponen a prueba a sus aliados, solo debo decir que es una absurda maña… Y a diferencia de ella, no tengo porque seguir escuchando a una mocosa que no pueden controlar, vine a cumplir con el Santo Oficio. Y mi única resolución determina a mi última pregunta, ¿Qué es lo que debo hacer?.

Basta de rodeos, no exigió, más dio a la claridad de su situación, ¿Cómo esperaban que aquel reaccionara, cuando una serie de sucesos no eran los que habían planteado al inquisidor? No aceptó unirse a la logia para cuidar a esa malcriada, ni mucho menos el estar soportandola, él estaba para hacer cumplir los mandatos, acabar con los traidores y seguir con su rango para defender lo que se cree que está siendo contaminado.

Por lo que solo esperaba la orden, que le determinaran su misión para concluir.
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Mensaje por Barbariccia Miér Jul 13, 2016 10:52 pm


“Our conjuration sings infernal psalms,
and smear the smudge in bleeding palms.”
— Ghost, Con Clavi Con Dio


Los ojos claros, detrás de un par de párpados pesados, que le daban la apariencia de siempre estar aburrido, descansaron en la insufrible figura de Brünhilde, sin embargo, con esa misma claridad con la que era capaz de no reflejar nada, sus labios se mantuvieron sellados como si fueran centinelas de un secreto demasiado horrible como para ser revelado. La dejó hablar, aunque a cada palabra que decía, sentía más ganas de maldecirla. Su insolencia, no obstante, sólo le parecía divertida y eso ganaba un poco de esa escasa clemencia que poseía el demonio-hechicero.

Casi, incluso, lo hace sonreír. Reírse tal vez. Sin embargo, ningún gesto se dibujó en su rostro impertérrito, y ningún sonido escapó de su boca. De hecho, su silencio se prolongó hasta que el propio Piero habló. Lo que el hechicero enjaezado por el Santo Oficio tuviera para decir, le parecía más interesante. No sólo porque desde ya, lo estaba midiendo, cada ademán o cada palabra era puesto en la balanza del canciller y ganabas o te quitaban puntos de acuerdo a ello. Movió la cabeza como si quisiera acercar más el oído derecho. Recargó el codo en el descansabrazo de la silla, y el costado de su rostro sobre la mano. Así como un rey que escucha lo que la corte tiene que decirle, aunque al final haga su santa voluntad.

Cuando ambos hubieron hablado, Barbariccia soltó aire por la boca en forma de suspiro y se puso de pie. Para ese punto, el silencio ya estaba resultando no sólo inquietante, sino desesperante también. Rodeó la silla que antes ocupó y la tomó por el respaldo con ambas manos, echando el cuerpo ligeramente hacia el frente.

Lo lamento —se dirigió a Piero—. Ha sido una pésima carta de presentación de nuestra parte y como representante de mis compañeros en este momento, te pido una disculpa. Cagnazzo debió ver algo en esta muchacha para encomendarle una tarea tan importante, sin embargo, me queda claro que el papel le quedó grande —chasqueó—. D’Páramo, haces las preguntas correctas, a pesar de no poseer la información necesaria. Creería que a estas alturas ya estarías enterado, pero de nuevo, Vilhjalmsdottir pareció estar más preocupada por cuidarse el trasero que hacer su trabajo —pareció que iba a decir más, quizá darle claridad al otro, sin embargo, calló.

Y tú —continuó, dirigiéndose a la chica—. Guardaría las respuestas inteligentes para cuando debas rendir cuentas. No me tienes que demostrar nada, niña; lo que debías hacer no lo hiciste. No de la manera correcta y eso es suficiente para saber frente a quien estoy —el desdén y la soberbia brotaron de su boca como miel oscura y llena de veneno.

¿Acaso crees que hacemos las cosas al azar? Domenic estaba ahí por algo, e hice lo correcto, sino, no me imagino cómo hubiera terminado esto. ¿Me quieres explicar por qué tardaste tanto en venir aquí, como te fue ordenado? Y por favor, guarda el discurso y la excusa de que sólo le rindes cuentas a Cagnazzo. Él no está y yo sí, ¿acaso piensas enfrentarme? Si es así, creo que confiamos en ti antes de tiempo, pues es obvio que no sabes cómo funcionan las cosas. En fin… —sonó agotado. Tenía poca paciencia.

Señor D’Páramo, ¿me podría ayudar? Al parecer usted es más inteligente y de más utilidad que su acompañante. ¿Qué fue exactamente lo que le dijo Vilhjalmsdottir? Y de ahí podemos partir —aunque su voz fue nuevamente desapasionada, también impregnó el discurso de una educación refinada.
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Mensaje por Brünhilde Vilhjalmsdottir Sáb Oct 15, 2016 8:44 pm

No tenía por qué continuar soportando el sermón de aquel hombre; mucho menos las quejas del inquisidor. Si hubiera tenido a Domenic en frente, le arrancaba la cabeza de un tirón. La había metido en un lío, del cual iba a salir ilesa, para malestar de los presentes. Pero, tampoco tenía que revelar los detalles reales que la llevaron a hacer semejante cosa. Y no, no fue por órdenes de Cagnazzo. Él le había indicado lo que Barbariccia ya sabía; sin embargo, Brünhilde estaba pensando en otra jugada. Quizá, eso podría malinterpretarse como traición, y no era así. La inquisidora había hecho un gran descubrimiento dentro de la Inquisición; sólo que no podía mencionarlo a sus superiores hasta que cierto personaje se lo indicara. ¿Qué iba a decir en su defensa? La situación se le estaba yendo de las manos y no por ser la niña mimada de Cagnazzo iba a tenerla fácil.

Frunció los labios, mientras escuchaba las palabras arrogantes de Barbariccia. Él podía ser un demonio, pero ella no estaba tan alejada de serlo también; podía decirse que ya tenía un buen lugar en el infierno. El caso es que no quería echarle a perder los planes a su jefe, él confiaba en ella. La cabeza le daba vueltas, sólo deseaba poder salir de ahí de inmediato, sin mencionar nada de lo que tanto ocultaba con recelo. A veces actuaba como una caprichosa malcriada, pero no lo hacía porque quería, sencillamente, era su disfraz. Con el tiempo había descubierto que aquella actitud se prestaba para malos entendidos; para que otros la juzgaran de débil o torpe. Si las personas deseaban cumplir con sus fines, jamás debían ser ellas mismas. Cagnazzo se lo repetía cada vez que podía, y mira que sus consejos le habían funcionado a la perfección.

—No es necesario todo el discurso, señor —refutó de mala gana—. ¿Cree que si no fuera tan imprescindible en la logia estuviera aquí? Ni siquiera viviera para contarlo —enfatizó. Ella conocía muy bien en donde estaba, y sabía tanto de Los Custodios como de Agartha—; pero como bien dice, Cagnazzo no está y usted sí. Quédese con este muchacho y yo me largo. Mi única misión era traerlo hasta aquí, y cumplí. Pero, tengo otros asuntos pendientes y no puedo perder más el tiempo; no sólo fui enviada por esto.

Y ahí estaba de nuevo, siendo altiva. No iba a quedarse callada, aunque tuviera el filo de la espada en la garganta; no permitiría que su orgullo fuera dejado en ridículo. Retrocedió un par de pasos sin quitar la mirada de Barbariccia, pero se detuvo cuando escuchó unos pasos a sus espaldas. Creyó que era Domenic a punto de detenerla, y se equivocó.

—Así es. Tiene asuntos que atender conmigo —habló un hombre joven, que parecía no superar los 25 años. Iba perfectamente vestido y la sonrisa que se dibujaba en sus labios no era muy tranquilizadora—. La chica... me cuidaba las espaldas. Pero tenía que venir ese odioso diacono a molestar.

El enigmático sujeto se dirigió hacia en donde estaban todos. Su mirada tenía el mismo brillo característico de Los Custodios. No cabía duda, era uno de ellos, pero Brünhilde era la única que lo supo hasta ese momento.

—No digas nada, Bruni. Disculpen mi poca educación, no sé cómo se dice “buenas tardes” en italiano —soltó con burla—. Supongo que ya me reconociste, Barbariccia. Algunos me decían Scarmiglione en el pasado; ahora prefiero mi nombre francés. ¿No crees que Lazet sea hermoso? Siempre Graffiacane con su buen gusto, sin duda. Pero no vine por eso. —Bostezó y se llevó las manos a las espaldas. Observó a Piero y luego a Barbariccia—. Me han hablado bien de este chico en la Inquisición. Han hecho una buena elección. Y no, no hay duda... sé que mi rostro se hace familiar. Eso es correcto, pertenezco a una de las facciones. Los Tecnólogos andan enorgulleciendo al Santo Padre, hacemos un buen trabajo, después de todo. —Guardó silencio por unos segundos, volviéndose más serio—. Le pedí a Brünhilde que ocultara mi presencia, yo sería quien revelaría todo. Aprovechó la ocasión para reunirse conmigo, pero tuvo problemas para despistar a Piero. Me iba a molestar mucho si llegaba con otra persona. ¿Eso era lo que querías escuchar, Barbariccia? Bien, ahora déjame a la chica. La necesito.

Brünhilde no sabía si hablar o quedarse callada. Prefirió optar por lo segundo; Lazet había dado demasiado detalle, y agradecía que lo haya hecho. Incluso, pensó que la conversación iba a alargarse, pero Lazet la tomó por el codo con especial cuidado y se la llevó antes de que Barbariccia hiciera más preguntas. Quizá estaba tan sorprendido, que las palabras no eran necesarias.

—Hasta luego, Barbariccia. Nos veremos en la próxima reunión; me saludas a la hermosa cobra. —Fueron las últimas palabras de Lazet al dirigirse a la salida.



FINALIZADO

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