AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Salón de Lachance - [J.]prv.
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Salón de Lachance - [J.]prv.
El sol de primavera, no muy fuerte pero siempre brillante, entraba por las grandes ventanas del salón, iluminando la vieja madera de color roble que cubría todo el suelo de la estancia. Apenas una silla de madera presidia el lugar, y en ella una joven muchacha, agotada ya de intentar zafarse, trataba de mantenerse en la oscuridad. A unos cuantos metros de ella se encontraba el hombre que la mantenía allí cautiva. La extraña pausa se debía a causa de aquel sol que los iluminaba con recelo el cuerpo del joven. Varek no podía perderse un amanecer, aunque estuviera en plena faena, sentía la necesidad de disfrutar de aquella belleza natural. Sus ojos claros posados en el infinito, no sentían molestia alguna ante el resplandor. Sus dedos se posaron en la vieja pared de madera, se deslizaron hacía abajo mientras su rostro adoptaba de nuevo una pose más severa, esbozando una media sonrisa, y apartándose del ventanal miró de nuevo a la muchacha – Deja de sollozar – le suplicó mientras negaba con la cabeza – Eres muy estúpida si llegado a este punto piensas que vas a darme algo de lastima – las distancia que les separaba se redujo a unos escasos metros. El cazador se agachó frente a la joven y trató de conseguir contacto visual. Pero ella se negaba a levantar la cabeza y mirarle. Varek estiró el brazo y con sus dedos, alzó el mentón de la muchacha – Bueno...- susurró – Jean está a punto de llegar y no quiero tener que dar explicaciones. Decide tú sí ha sido gracias a tus llantos – y dicho esto, su cuerpo se incorporó y sus pasos resonaron hasta que se encontró detrás de ella. Su mano izquierda, ya que el cazador era zurdo, se posó en la madera del respaldo de la silla y ejerciendo un poco de fuerza, mientras ella intentaba clavar sus pies en el suelo de roble, la empujó levemente hacía delante dejando que el sol la cubriera por completo, abrazándola con sus rayos hasta hacerla desaparecer.
A los cinco minutos, y ya con el sol bien latente, no parecía que hubiese habido un forcejeo, ni una lucha en aquel salón. Varek ocultó cada una de las heridas con una bonita camisa negra de cuello alto. Y descalzo, agarró un libro de runas, y subido sobre el alfeizar esperó a que Jean entrase con su ya típica impaciencia al salón.
A los cinco minutos, y ya con el sol bien latente, no parecía que hubiese habido un forcejeo, ni una lucha en aquel salón. Varek ocultó cada una de las heridas con una bonita camisa negra de cuello alto. Y descalzo, agarró un libro de runas, y subido sobre el alfeizar esperó a que Jean entrase con su ya típica impaciencia al salón.
Varek J. Lachance- Cazador Clase Alta
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Re: Salón de Lachance - [J.]prv.
Las primeras luces del amanecer caen suavemente sobre mi adoselada cama, provocando que me remueva inquieto entre las cálidas sábanas de seda. Mis rizos, oscuros y brillantes sobre la blanca tela, se pegan a mi rostro por el sudor. Mis párpados se agitan, inquietos por el contacto del sol, y emito un sonoro quejido conforme el calor de la luz aumenta en intensidad. No tardo mucho en despertarme, respirando entrecortadamente por el recuerdo del sueño. Era tan vívido, tan... real. Sus imágenes empiezan a desvanecerse entre las nieblas de la mañana, pero aun así, lo esencial continúa inalterable en mi mente. La hermosa dama de rojiza melena, su piel blanca como el marfil. El resplandor de su mirada, iluminada bajo las numerosas velas de las arañas más elegantes del Palais. Sus elegantes joyas, sus refinados modales; y sus labios, de un rojo escarlata más intenso que la sangre, torcidos en una sonrisa entre maliciosa y divertida. Mi imaginación ha producido la más exquisita criatura que podría conocer jamás y, durante unos instantes, fantaseo con la posibilidad de su existencia. Y luego me pregunto porqué, a mis 31 años de existencia, sigo sin haber encontrar una mujer que cumpla con mis expectativas.
Incorporándome sobre las mullidas almohadas, me llevo una mano a la cabeza para secarme el sudor de la frente. Un ligero martilleo en las sienes es todo lo que queda de la resaca del día anterior. Sólo recuerdo que Garrett y yo fuimos invitados a un baile en el Palacio Royal; el resto de detalles son confusos, espesos como la niebla que rodea los pantanos de Luisiana. El esfuerzo de pensar sólo hace que aumentar el dolor de cabeza, de modo que desisto para concentrarme en la simple tarea de quitarme el pijama. En apenas unos minutos ya estoy bajando al salón, vestido con un frac de corte moderno de un oscuro azul medianoche. Silvando una alegre melodía para alejar mis temores, me detengo frente a un espejo para recogerme los cabellos con una cinta de terciopelo negro. Ni todas las sedas del mundo serían capaces de eliminar la palidez malsana de mi rostro, ni las pronunciadas ojeras creadas por mis escasas horas de sueño. Sin embargo, tendrá que bastar; al menos, para desayunar con mi hermano.
Al llegar al salón Varek se encuentra ya allí, recostado con despreocupación en uno de los alféizares de la ventana. Un grueso tomo reposa sobre sus nervudas pantorrillas, ocultas bajo las oscuras prendas que le son habituales. Saludándole con la zurda, acepto la taza de café que me ofrece una de las esclavas que trajimos de Nueva Orleans. Después, arrastro una de las sillas hasta colocarla justo enfrente de mi hermano.
- Buenos días, Varek – Le digo, sentándome lentamente en el mueble para no derramar mi café - ¿Has dormido bien, o también has salido esta noche?
Esbozo la deslumbrante sonrisa que reservo sólo para él, repleta de calidez y familiaridad. No espero a que mi hermano me la devuelva; Varek y yo somos muy distintos, tanto física como mentalmente hablando. Él es alto, apuesto y callado; yo en cambio soy más bajo que el, y mucho menos agraciado. Cuando era pequeño, eso no hacía más que incrementar mi admiración por Varek; ahora, sin embargo, creo que todo tiene sus ventajas. Tampoco está tan mal ser el hermano simpático.
Sujetando la taza con ambas manos, disfruto de su reconfortante calor antes de continuar hablando con mi hermano. - Yo no debería haber acudido a palacio. - Le confío, conteniendo un bostezo – En aquel momento me parecía una buena idea, pero lo cierto es que me resultará complicado litigar en los tribunales con la mente tan espesa. Aunque, de no haber sido por el baile, no habría tenido el hermoso sueño de esta noche.
Tras bostezar sonoramente de nuevo, doy un sorbo al aromático café en un intento por despejar mi mente. Las solapas de mi levita se retiran ligeramente con el gesto, dejando entrever un par de marcas redondas y azuladas sobre la mismísima base de mi cuello.
Incorporándome sobre las mullidas almohadas, me llevo una mano a la cabeza para secarme el sudor de la frente. Un ligero martilleo en las sienes es todo lo que queda de la resaca del día anterior. Sólo recuerdo que Garrett y yo fuimos invitados a un baile en el Palacio Royal; el resto de detalles son confusos, espesos como la niebla que rodea los pantanos de Luisiana. El esfuerzo de pensar sólo hace que aumentar el dolor de cabeza, de modo que desisto para concentrarme en la simple tarea de quitarme el pijama. En apenas unos minutos ya estoy bajando al salón, vestido con un frac de corte moderno de un oscuro azul medianoche. Silvando una alegre melodía para alejar mis temores, me detengo frente a un espejo para recogerme los cabellos con una cinta de terciopelo negro. Ni todas las sedas del mundo serían capaces de eliminar la palidez malsana de mi rostro, ni las pronunciadas ojeras creadas por mis escasas horas de sueño. Sin embargo, tendrá que bastar; al menos, para desayunar con mi hermano.
Al llegar al salón Varek se encuentra ya allí, recostado con despreocupación en uno de los alféizares de la ventana. Un grueso tomo reposa sobre sus nervudas pantorrillas, ocultas bajo las oscuras prendas que le son habituales. Saludándole con la zurda, acepto la taza de café que me ofrece una de las esclavas que trajimos de Nueva Orleans. Después, arrastro una de las sillas hasta colocarla justo enfrente de mi hermano.
- Buenos días, Varek – Le digo, sentándome lentamente en el mueble para no derramar mi café - ¿Has dormido bien, o también has salido esta noche?
Esbozo la deslumbrante sonrisa que reservo sólo para él, repleta de calidez y familiaridad. No espero a que mi hermano me la devuelva; Varek y yo somos muy distintos, tanto física como mentalmente hablando. Él es alto, apuesto y callado; yo en cambio soy más bajo que el, y mucho menos agraciado. Cuando era pequeño, eso no hacía más que incrementar mi admiración por Varek; ahora, sin embargo, creo que todo tiene sus ventajas. Tampoco está tan mal ser el hermano simpático.
Sujetando la taza con ambas manos, disfruto de su reconfortante calor antes de continuar hablando con mi hermano. - Yo no debería haber acudido a palacio. - Le confío, conteniendo un bostezo – En aquel momento me parecía una buena idea, pero lo cierto es que me resultará complicado litigar en los tribunales con la mente tan espesa. Aunque, de no haber sido por el baile, no habría tenido el hermoso sueño de esta noche.
Tras bostezar sonoramente de nuevo, doy un sorbo al aromático café en un intento por despejar mi mente. Las solapas de mi levita se retiran ligeramente con el gesto, dejando entrever un par de marcas redondas y azuladas sobre la mismísima base de mi cuello.
Jean D. Lachance- Vampiro Clase Alta
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Re: Salón de Lachance - [J.]prv.
El suave calor del sol permite a Varek relajar su cuerpo lo suficiente para darse cuenta de lo dolorido que ha quedado de esa noche. Su espalda se acomoda en la madera de la ventana, mientras que sus dedos se deslizan por la fina hoja del libro que tiene entre sus manos. En ese mismo instante la puerta se abre y el joven no tiene necesidad ni de alzar la vista o salir de sus pensamientos para poder dibujar a la perfección en su mente el recorrido que su hermano hace por la sala hasta situarse a su lado. No ha pasado parte de la noche en la mansión y eso conlleva el que tiene que contarle ahora, que hizo y cuando se arrepiente de haberlo hecho pese a tener un lado bueno. Jean era bastante predecible, y era a causa de su buen corazón.
Varek cierra el libro con cuidado y tarda unos segundo en alzar la cabeza para dedicarle un poco de atención a su hermano, que está sentado ya a su lado y ha comenzado su discurso. Los ojos de varek se posan sobre su hermano que parece haber pasado una noche horrible, tiene la tez más pálida de lo normal, y el pelo aun mojado por el sudor. La fiesta a la que acudió había sido no muy lejos de la casa y el mayor también había sido invitado, pero pocas veces se dejaba ver en ese tipo de acontecimientos.
Mientras Jean narra la historia, con el café entre sus manos, Varek mira por la ventana uno segundos para observar como el rocío comiendo a deslizarse por las hojas de los árboles y hace desaparecer su manto de la fría hierba. Cuando Varek vuelve a mirarle para dedicarle una sonrisa satisfactoria por el logro de haber conseguido sacar a un-a dama/caballero a bailar sus ojos se clavan en el cuello del muchacho.
Un fuerte pitido ensordece los sentidos de Varek consiguiendo que la vista se le nuble, y cada palabra emitida por alguien de su alrededor suene a la inversa. Las manos comienzan a temblarle, pero es capaz de esconderlo agarrando con fuerza el libro que tiene entre ellas. Trata de tragar saliva, pero allí no pasa nada. Su mandíbula se tensa, y cierra los ojos unos segundos, para tratar de tranquilizarse y recuperar la compostura. De no alzar el libro y perder los papeles allí mismo. No puede creerse lo que está pasando, no puede creerse que después de 31 años escribiendo letras de terciopelo para su hermano, una noche tranquila, una noche cualquiera todo su trabajo, cada uno de los mantos con los que le arropó se tiñesen de rojo sangre para hundir a ambos en la mismísima miseria. Varek se sentía traicionado por el mismo, y el error que se había cometido iba a perseguirlo eternamente, sin perdón alguno. Era una Condena perpetua que arrastraría hasta la muerte.
Apenas son unos segundo para Jean, cuando Varek recupera la compostura y esboza al fin la sonrisa - ¿ Una dama o un caballero? - pregunta levantándose para tratar de desbloquear su cuerpo. Sus pies descalzos tocan el suelo de madera, sintiéndolo frío, como si nunca el sol hubiese dado allí, pese a estar tan iluminado que el brillo molesta en la vista. De manera pausada camina hasta la sirvienta y esta le pasa su café negro cómo la noche. Varek aprovecha ese instante para suspirar y tratar de no caer allí mismo muerto de rabia. Aprieta sus manos alrededor de la taza con fuerza y cuando se dispone a girar esta revienta cortandole la palma de la mano derecha y parte de la mejilla. La esclava grita mil perdones a gritos mientras trata de evitar que la sangre brote de la mano del joven Lachance - Para y recoge esto, el café debía estar demasiado caliente - dice agarrando el trapo que la sirvienta le a dado. En una situación normal Varek le hubiese gritado a ella por gritar, pues no soporta que alcen la voz, que haya bullicio. Pero esta vez ha mantenido la calma y como si nada hubiese pasado, vuelve a caminar hasta su hermano - Cuéntame Jean - dice clavando la mirada en el joven, con firmeza, mientras la sangre comienza a mojar los labios de Cazador.
Varek cierra el libro con cuidado y tarda unos segundo en alzar la cabeza para dedicarle un poco de atención a su hermano, que está sentado ya a su lado y ha comenzado su discurso. Los ojos de varek se posan sobre su hermano que parece haber pasado una noche horrible, tiene la tez más pálida de lo normal, y el pelo aun mojado por el sudor. La fiesta a la que acudió había sido no muy lejos de la casa y el mayor también había sido invitado, pero pocas veces se dejaba ver en ese tipo de acontecimientos.
Mientras Jean narra la historia, con el café entre sus manos, Varek mira por la ventana uno segundos para observar como el rocío comiendo a deslizarse por las hojas de los árboles y hace desaparecer su manto de la fría hierba. Cuando Varek vuelve a mirarle para dedicarle una sonrisa satisfactoria por el logro de haber conseguido sacar a un-a dama/caballero a bailar sus ojos se clavan en el cuello del muchacho.
Un fuerte pitido ensordece los sentidos de Varek consiguiendo que la vista se le nuble, y cada palabra emitida por alguien de su alrededor suene a la inversa. Las manos comienzan a temblarle, pero es capaz de esconderlo agarrando con fuerza el libro que tiene entre ellas. Trata de tragar saliva, pero allí no pasa nada. Su mandíbula se tensa, y cierra los ojos unos segundos, para tratar de tranquilizarse y recuperar la compostura. De no alzar el libro y perder los papeles allí mismo. No puede creerse lo que está pasando, no puede creerse que después de 31 años escribiendo letras de terciopelo para su hermano, una noche tranquila, una noche cualquiera todo su trabajo, cada uno de los mantos con los que le arropó se tiñesen de rojo sangre para hundir a ambos en la mismísima miseria. Varek se sentía traicionado por el mismo, y el error que se había cometido iba a perseguirlo eternamente, sin perdón alguno. Era una Condena perpetua que arrastraría hasta la muerte.
Apenas son unos segundo para Jean, cuando Varek recupera la compostura y esboza al fin la sonrisa - ¿ Una dama o un caballero? - pregunta levantándose para tratar de desbloquear su cuerpo. Sus pies descalzos tocan el suelo de madera, sintiéndolo frío, como si nunca el sol hubiese dado allí, pese a estar tan iluminado que el brillo molesta en la vista. De manera pausada camina hasta la sirvienta y esta le pasa su café negro cómo la noche. Varek aprovecha ese instante para suspirar y tratar de no caer allí mismo muerto de rabia. Aprieta sus manos alrededor de la taza con fuerza y cuando se dispone a girar esta revienta cortandole la palma de la mano derecha y parte de la mejilla. La esclava grita mil perdones a gritos mientras trata de evitar que la sangre brote de la mano del joven Lachance - Para y recoge esto, el café debía estar demasiado caliente - dice agarrando el trapo que la sirvienta le a dado. En una situación normal Varek le hubiese gritado a ella por gritar, pues no soporta que alcen la voz, que haya bullicio. Pero esta vez ha mantenido la calma y como si nada hubiese pasado, vuelve a caminar hasta su hermano - Cuéntame Jean - dice clavando la mirada en el joven, con firmeza, mientras la sangre comienza a mojar los labios de Cazador.
Varek J. Lachance- Cazador Clase Alta
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Re: Salón de Lachance - [J.]prv.
- Si te soy sincero, no sé si era real o no - Le confieso a mi hermano, dándole otro largo trago al espeso café importado de las Indias. El temblor de sus manos, que en otro momento habría percibido, me pasa completamente inadvertido por la falta de sueño y lo temprano de la hora. Aun así, no puedo evitar sorprenderme ante el accidente que sufre con la taza. Qué extraño; las esclavas siempre cuidan con mimo los hermosos juegos de té, puliendo las superficies esmaltadas con el esmero propio de la admiración.
En silencio, espero a que la negra termine de limpiar el estropicio. La mano de mi hermano ha quedado ensangrentada por los cortes, pero no digo nada para no incomodarlo más. Y es que Varek tiene un concepto muy extraño sobre el dolor; odia que me preocupe por él, y precisamente por ello, prefiero comportarme como si no hubiese pasado nada minutos atrás. - Al despertarme pensaba que había sido producto de mi imaginación, porque no la había visto hasta ayer en los bailes. - Le digo, reanudando nuestra conversación anterior. - Era una mujer preciosa, Varek; su porte era tan esbelto como el de la mismísima reina, y su tez, más pálida que la de quienes se realizan sangrías para conseguirla. Además, tenía el pelo rojo; pero no de un pálido anaranjado, ni tampoco del tono fresado del que suelen tenerlo las mujeres pelirrojas. Era el color del fuego, el color de la sangre. Todavía no sé porqué se dignó a bailar conmigo, estando Garrett también en la misma sala.
Continúo explicándole a mi hermano el transcurso de la velada, aunque por algúna razón que se me escapa soy incapaz de evocar más que detalles vagos sobre mi baile con la dama. La cabeza me palpita con fuerza mientras lo intento, provocándome una jaqueca que aumenta de intensidad con cada palabra que pronuncio. Haciendo una mueca de dolor, me froto las sienes con la mano libre de la taza. Varek parece anormalmente atento a mis correrías nocturnas; seguramente estará lamentando haber rechazado la invitación para el Palais Royal, aunque con lo callado que es, podría estar pensando en cualquier cosa.
- ¿Y tú, Varek? ¿Qué hiciste anoche? - Le pregunto, entregándole la vacía taza a la criada y tomando a cambio el plato de tostadas que me tiende.
En silencio, espero a que la negra termine de limpiar el estropicio. La mano de mi hermano ha quedado ensangrentada por los cortes, pero no digo nada para no incomodarlo más. Y es que Varek tiene un concepto muy extraño sobre el dolor; odia que me preocupe por él, y precisamente por ello, prefiero comportarme como si no hubiese pasado nada minutos atrás. - Al despertarme pensaba que había sido producto de mi imaginación, porque no la había visto hasta ayer en los bailes. - Le digo, reanudando nuestra conversación anterior. - Era una mujer preciosa, Varek; su porte era tan esbelto como el de la mismísima reina, y su tez, más pálida que la de quienes se realizan sangrías para conseguirla. Además, tenía el pelo rojo; pero no de un pálido anaranjado, ni tampoco del tono fresado del que suelen tenerlo las mujeres pelirrojas. Era el color del fuego, el color de la sangre. Todavía no sé porqué se dignó a bailar conmigo, estando Garrett también en la misma sala.
Continúo explicándole a mi hermano el transcurso de la velada, aunque por algúna razón que se me escapa soy incapaz de evocar más que detalles vagos sobre mi baile con la dama. La cabeza me palpita con fuerza mientras lo intento, provocándome una jaqueca que aumenta de intensidad con cada palabra que pronuncio. Haciendo una mueca de dolor, me froto las sienes con la mano libre de la taza. Varek parece anormalmente atento a mis correrías nocturnas; seguramente estará lamentando haber rechazado la invitación para el Palais Royal, aunque con lo callado que es, podría estar pensando en cualquier cosa.
- ¿Y tú, Varek? ¿Qué hiciste anoche? - Le pregunto, entregándole la vacía taza a la criada y tomando a cambio el plato de tostadas que me tiende.
Última edición por Jean D. Lachance el Miér Oct 26, 2016 4:12 pm, editado 1 vez
Jean D. Lachance- Vampiro Clase Alta
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Re: Salón de Lachance - [J.]prv.
El ruido de la sirvienta recogiendo los trozos de taza y absorbiendo con un trapo el café negro de la madera pasan desapercibidos para ambos hermanos, que vuelven a su conversación con naturalidad. Varek, parado frente a su hermano, con uno de los puños apretados en su costado y el otro envuelto en el trapo, escucha cada palabra que su hermano dicta, y siente como cada una de ellas se clava afiladamente en su interior, escuchando la risa de la damisela en al lejanía, burlándose de él. El Cazador intenta memorizar cada uno de los detalles que su hermano le recita, para poder salir esa misma noche de caza,y buscar a la culpable de aquella sentencia perpetua. La vampira no saldrá impune de el daño que había provocado a la familia y si por el mayor de los Lanchace tratase, la condena que este le impondría sería la muerte.
Varek vuelve a sentarse en el alfeizar, y lleva el trapo a su mejilla, donde la sangre a comenzado a secarse en su mejilla y camisa negra, donde pasa casi desapercibida. Cómo si de un cliente tratase, analiza la situación llegando a la conclusión de que la Vampira ha jugado con la memoria de su hermano y apenas un leve recuerdo bastante embriagador es lo que ha dejado de remembranza.
La sirvienta, atenta, recoge la taza vacía de Jean y le ofrece a este un plato de tostadas y otra taza a el mayor, que rechaza alzando la mano sin magullar. Varek vuelve a atender de nuevo a la calle, donde no queda nada de rocío, ni un pequeño brillo que le salve de aquel infierno en el que se ha visto envuelto en apenas unos minutos. Lo que aparentaba ser un día normal, y productivo se había convertido en el primer capitulo de una nueva vida.
Varek llevaba ejerciendo de Cazador bastantes años, siempre manteniendo cada hazaña en el anonimato y desapareciendo cuando las heridas eran visibles. Jean, absorto en la grandeza que cree rodear a su hermano, cegado por la incodicionalidad, jamás ha llegado a sospechar nada extraño. Se cobija en que su hermano es callado y reservado y se deja acunar por cada una de las palabras que Varek le dedica, sin cuestionarlas. Pero el día de desvelar el gran secreto está cada vez más cerca y aun que a Varek le aterra el resultado, sabe que lo primordial, es mantener a Jean humano y con vida.
Con la mirada a un perdida en la grandeza del horizonte, Varek desencaja su mandíbula para contestar a su hermano con el tono tranquilo que le caracteriza - leer - la naturalidad con la que miente a su hermano le sorprende hasta a él mismo, y cuando busca la mirada de su hermano para ver la reacción de este ante la siguiente confesión hace que suelte una gran carcajada casi al instante - Iré contigo a la siguiente, Jean - lanza el trapo sucio a la criada y vuelve a mirar a su hermano - No quiero perderme el deleite de verte cazar -.
Varek vuelve a sentarse en el alfeizar, y lleva el trapo a su mejilla, donde la sangre a comenzado a secarse en su mejilla y camisa negra, donde pasa casi desapercibida. Cómo si de un cliente tratase, analiza la situación llegando a la conclusión de que la Vampira ha jugado con la memoria de su hermano y apenas un leve recuerdo bastante embriagador es lo que ha dejado de remembranza.
La sirvienta, atenta, recoge la taza vacía de Jean y le ofrece a este un plato de tostadas y otra taza a el mayor, que rechaza alzando la mano sin magullar. Varek vuelve a atender de nuevo a la calle, donde no queda nada de rocío, ni un pequeño brillo que le salve de aquel infierno en el que se ha visto envuelto en apenas unos minutos. Lo que aparentaba ser un día normal, y productivo se había convertido en el primer capitulo de una nueva vida.
Varek llevaba ejerciendo de Cazador bastantes años, siempre manteniendo cada hazaña en el anonimato y desapareciendo cuando las heridas eran visibles. Jean, absorto en la grandeza que cree rodear a su hermano, cegado por la incodicionalidad, jamás ha llegado a sospechar nada extraño. Se cobija en que su hermano es callado y reservado y se deja acunar por cada una de las palabras que Varek le dedica, sin cuestionarlas. Pero el día de desvelar el gran secreto está cada vez más cerca y aun que a Varek le aterra el resultado, sabe que lo primordial, es mantener a Jean humano y con vida.
Con la mirada a un perdida en la grandeza del horizonte, Varek desencaja su mandíbula para contestar a su hermano con el tono tranquilo que le caracteriza - leer - la naturalidad con la que miente a su hermano le sorprende hasta a él mismo, y cuando busca la mirada de su hermano para ver la reacción de este ante la siguiente confesión hace que suelte una gran carcajada casi al instante - Iré contigo a la siguiente, Jean - lanza el trapo sucio a la criada y vuelve a mirar a su hermano - No quiero perderme el deleite de verte cazar -.
Varek J. Lachance- Cazador Clase Alta
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Re: Salón de Lachance - [J.]prv.
Durante unos instantes percibo algo distinto en el rostro de mi hermano. Sus ojos, habitualmente impasibles, reflejan una frialdad que no es propia de él. Unas diminutas arrugas de preocupación surcan su frente, y sus labios, tan carnosos como los de una doncella, aparecen tensados hasta formar una fina línea. Son ligeras diferencias que alguien menos familiarizado con él no advertiría; sin embargo, yo llevo fijándome en Varek desde que tenía edad para ello. Es algo extraño en él, siempre tan relajado y seguro de sí mismo. Y sea lo que sea lo que le produce esa inquietud, no puede ser nada bueno.
Una vez terminado el desayuno, deposito el plato vacío sobre la ornamentada mesa del salón. Varek tiene la mirada perdida en el horizonte, pero al percatarse de que he terminado no tarda mucho en romper el silencio. Me explica que pasó toda la noche leyendo, apretando contra su fuerte torso el grueso volumen de antes. Aun así, parece que mis experiencias han despertado en él el deseo de salir de casa; incluso suelta una carcajada que le ilumina el moreno rostro, mientras me promete que la próxima vez, será él en persona quien me haga de acompañante.
- Eso sería estupendo, hermano - Le respondo, acompañando sus risas con una sonrisa deslumbrante. La cercanía del momento me embarga los miembros de calidez, revitalizándome pese al cansancio que llevo acumulado tras la noche - Aunque más que cazador, debo reconocer que en la mayoría de las ocasiones no soy más que una presa. Y es que hay una buena cantidad de damas que, aprovechando lo multitudinario de las fiestas en sociedad, utilizan cualquier ocasión disponible para dejar a un lado el decoro. Y eso me recuerda...
Levantándome de la silla, rebusco con la diestra en el bolsillo de mi levita hasta sacar de él un pequeño y ajado tomo. Las cubiertas, antaño de color negro, están ahora desteñidas por el paso del tiempo. El desgastado cuero ha empezado a desprenderse en las esquinas del volumen, y las páginas, amarillentas y terrosas, parecen frágiles y quebradizas al tacto. No tiene título visible, pero sé que Varek lo reconocerá tan pronto como lo abra; y es que se trata del manuscrito original de su obra favorita, en el que el autor se anotó las ideas y comentarios que se le ocurrían antes de llegar a darle cuerpo para su formato final.
Hago un gesto a Varek para que me haga un hueco en el alféizar, tras el cual tomo asiento a apenas un par de centímetros del moreno. El escaso espacio de la ventana obliga a que nuestras piernas permanezcan en contacto, pero no me molesta su calor; al contrario, resulta reconfortante, un recordatorio de que suceda lo que suceda, Varek siempre estará ahí para escucharme y protegerme. Dedicándole otra sonrisa a mi hermano, le cedo el antiguo volumen en una clara invitación a que lo tome. Después, me apoyo contra la ventana emitiendo un hondo suspiro de cansancio - Me lo entregó ayer en pago uno de los clientes a los que defiendo por caridad. Tan pronto como lo vi pensé en que te gustaría tenerlo, así que en lugar de vendérselo a algún museo lo he guardado para ti.
Una vez terminado el desayuno, deposito el plato vacío sobre la ornamentada mesa del salón. Varek tiene la mirada perdida en el horizonte, pero al percatarse de que he terminado no tarda mucho en romper el silencio. Me explica que pasó toda la noche leyendo, apretando contra su fuerte torso el grueso volumen de antes. Aun así, parece que mis experiencias han despertado en él el deseo de salir de casa; incluso suelta una carcajada que le ilumina el moreno rostro, mientras me promete que la próxima vez, será él en persona quien me haga de acompañante.
- Eso sería estupendo, hermano - Le respondo, acompañando sus risas con una sonrisa deslumbrante. La cercanía del momento me embarga los miembros de calidez, revitalizándome pese al cansancio que llevo acumulado tras la noche - Aunque más que cazador, debo reconocer que en la mayoría de las ocasiones no soy más que una presa. Y es que hay una buena cantidad de damas que, aprovechando lo multitudinario de las fiestas en sociedad, utilizan cualquier ocasión disponible para dejar a un lado el decoro. Y eso me recuerda...
Levantándome de la silla, rebusco con la diestra en el bolsillo de mi levita hasta sacar de él un pequeño y ajado tomo. Las cubiertas, antaño de color negro, están ahora desteñidas por el paso del tiempo. El desgastado cuero ha empezado a desprenderse en las esquinas del volumen, y las páginas, amarillentas y terrosas, parecen frágiles y quebradizas al tacto. No tiene título visible, pero sé que Varek lo reconocerá tan pronto como lo abra; y es que se trata del manuscrito original de su obra favorita, en el que el autor se anotó las ideas y comentarios que se le ocurrían antes de llegar a darle cuerpo para su formato final.
Hago un gesto a Varek para que me haga un hueco en el alféizar, tras el cual tomo asiento a apenas un par de centímetros del moreno. El escaso espacio de la ventana obliga a que nuestras piernas permanezcan en contacto, pero no me molesta su calor; al contrario, resulta reconfortante, un recordatorio de que suceda lo que suceda, Varek siempre estará ahí para escucharme y protegerme. Dedicándole otra sonrisa a mi hermano, le cedo el antiguo volumen en una clara invitación a que lo tome. Después, me apoyo contra la ventana emitiendo un hondo suspiro de cansancio - Me lo entregó ayer en pago uno de los clientes a los que defiendo por caridad. Tan pronto como lo vi pensé en que te gustaría tenerlo, así que en lugar de vendérselo a algún museo lo he guardado para ti.
Jean D. Lachance- Vampiro Clase Alta
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Re: Salón de Lachance - [J.]prv.
La cabeza de Varek acaba apoyada sobre la madera de su espalda. Sus ojos se cierran mientras su hermano se levanta de la silla. Sin rastro de la sonrisa o las carcajadas que ambos emitían minutos antes, el rostro del cazador volvía ser impasible. Tenía que tomarse un tiempo para organizar sus ideas de nuevo, sus prioridades y dar forma a su nueva vida, tratando de que Jean no acabase mal parado. Pero sabía de sobra que las vampiras una vez que echaban el anzuelo no había presa que escapara. Y Jean estaba claramente marcado y condenado. Con un audible suspiro, Varek roza su sien con la yema de los dedos de la mano izquierda, apretando ligeramente en ellas, traga saliva con tranquilidad para volver a abrir los ojos y volver a atender a su hermano pequeño. Jean parece más tranquilo y se deja una vez más llevar por la personalidad tranquila de Varek, contagiándose de ella. El pequeño de los Lachance es tan diferente al mayor, que ambos envidian la personalidad del otro hasta puntos inimaginables. La diferencia es que el mayor jamás admitiría nada de eso.
Con el ceño fruncido y buscado el motivo de la picara sonrisa de su hermano, le sigue con la mirada hasta que este saca algo de su levita. Se trata de un libro que rápidamente llama la atención del Cazador, que se incorpora despegando su espalda de la pared de madera. No hace falta ser muy hábil para reconocer lo que el abogado tiene entre sus manos. Varek lo mira sorprendido, sin poder creerse que alguien como el muchacho sea tan detallista y el tan poco. Aquello costaba unos cuantos miles de Francos y ahora él lo poseía como antojo - ¿Me lo das por caridad? - bromea el filólogo con el tomo entre sus manos, tratándolo con sumo cuidado para no mancharlo de sangre reseca - Gracias - musita, mucho más no sabe decir o hacer para agradecérselo. Y disfrutando del calor de su hermano y del sol, abre el tomo en una de las primeras paginas y comienza su lectura en voz alta - Más extraño que real. Jamás podré dar crédito a esas antiguas fábulas ni a esas frivolidades feéricas. Dejemos a los amantes y a esas imaginaciones ardientes, a esas extravagantes fantasías que van más allá de lo que la razón puede percibir. El loco, el amante y el poeta son todo imaginación: el loco, ve más demonios de los que el infierno puede contener; el amante, no menos insensato, ve la belleza de Helena en la frente de una gitana; la mirada del ardiente poeta, en su hermoso delirio, va alternativamente de los cielos a la tierra y de la tierra a los cielos; y como la imaginación produce formas de objetos desconocidos, la pluma del poeta los transforma y les asigna una morada etérea y un nombre. Los caprichos de una imaginación alucinada son tales, que si le ocurre a ésta sentir un acceso de alegría, encarga a un ser de su creación que sea el portador; o si en la noche se forja algún miedo, ¡con cuánta facilidad toma un zarzal por un oso!- En ese mismo instante una de las sirvientas, comienza a aplaudir con entusiasmo y Varek alza la vista, saliendo de su ensimismamiento para clavarla en ella - Fuera de la sala - dice con brusquedad. No soporta que le interrumpan, y menos cuando el momento es compartido con su hermano. Cierra el tomo y lo mira de nuevo - Gracias - repite, levantándose, y posando sus pies sobre el suelo de madera - Voy a darme un baño - y sin más argumentos, se dirige hacía la puerta de salida - No salgas hoy sin mi - le recuerda el cazador, antes de abrir la gran puerta y salir por ella.
Con el ceño fruncido y buscado el motivo de la picara sonrisa de su hermano, le sigue con la mirada hasta que este saca algo de su levita. Se trata de un libro que rápidamente llama la atención del Cazador, que se incorpora despegando su espalda de la pared de madera. No hace falta ser muy hábil para reconocer lo que el abogado tiene entre sus manos. Varek lo mira sorprendido, sin poder creerse que alguien como el muchacho sea tan detallista y el tan poco. Aquello costaba unos cuantos miles de Francos y ahora él lo poseía como antojo - ¿Me lo das por caridad? - bromea el filólogo con el tomo entre sus manos, tratándolo con sumo cuidado para no mancharlo de sangre reseca - Gracias - musita, mucho más no sabe decir o hacer para agradecérselo. Y disfrutando del calor de su hermano y del sol, abre el tomo en una de las primeras paginas y comienza su lectura en voz alta - Más extraño que real. Jamás podré dar crédito a esas antiguas fábulas ni a esas frivolidades feéricas. Dejemos a los amantes y a esas imaginaciones ardientes, a esas extravagantes fantasías que van más allá de lo que la razón puede percibir. El loco, el amante y el poeta son todo imaginación: el loco, ve más demonios de los que el infierno puede contener; el amante, no menos insensato, ve la belleza de Helena en la frente de una gitana; la mirada del ardiente poeta, en su hermoso delirio, va alternativamente de los cielos a la tierra y de la tierra a los cielos; y como la imaginación produce formas de objetos desconocidos, la pluma del poeta los transforma y les asigna una morada etérea y un nombre. Los caprichos de una imaginación alucinada son tales, que si le ocurre a ésta sentir un acceso de alegría, encarga a un ser de su creación que sea el portador; o si en la noche se forja algún miedo, ¡con cuánta facilidad toma un zarzal por un oso!- En ese mismo instante una de las sirvientas, comienza a aplaudir con entusiasmo y Varek alza la vista, saliendo de su ensimismamiento para clavarla en ella - Fuera de la sala - dice con brusquedad. No soporta que le interrumpan, y menos cuando el momento es compartido con su hermano. Cierra el tomo y lo mira de nuevo - Gracias - repite, levantándose, y posando sus pies sobre el suelo de madera - Voy a darme un baño - y sin más argumentos, se dirige hacía la puerta de salida - No salgas hoy sin mi - le recuerda el cazador, antes de abrir la gran puerta y salir por ella.
Varek J. Lachance- Cazador Clase Alta
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Re: Salón de Lachance - [J.]prv.
El agradecimiento de Varek, pese a ser breve y callado, resulta suficiente para mi. El moreno no es hábil expresando sus sentimientos con las palabras, y precisamente por ello, sé que ese mero gracias refleja más de lo que un tercero deduciría. Su reacción tras tomar el libro es exactamente la que imaginaba; sus manos se deslizan suavemente por la cubierta, para despues abrirlo por una página aleatoria y empezar a leer su inicio.
Todavía recostado contra el marco de la ventana, cierro los ojos para dejarme transportar por las palabras del filólogo. Su voz siempre ha tenido algo mágico, capaz de hacerme imaginar cualquier texto que él lea con la simple entonación de sus palabras. Esbozando una media sonrisa cálida, disfruto de cada palabra que pronuncia Varek con la misma emoción que cuando era pequeño. Estos momentos a solas siempre han sido tan nuestros...
Sin embargo, la esclava acaba rompiendo el hechizo que nos rodea. No espera a que Varek acabe la lectura, y en su ignorancia, lo interrumpe cuando él no había alcanzado siquiera el final de la página. La reacción de mi hermano no se hace esperar. Ocultando ese lado relajado y fraternal que me hace amarle con locura, le espeta que se marche mientras la impasibilidad ocupa de nuevo su rostro. La negra se recoge las grises faldas y sale corriendo de la sala, pero el instante de disfrutar ya ha pasado. El mundo real nos reclama de nuevo, a Varek, por sus obligaciones como heredero, y a mi, por las mías en los tribunales.
Desperezándome con lentitud, observo cómo mi hermano se aleja hacia la puerta. El moreno se detiene poco antes de marcharse, recordándome que esta noche quiere ser partícipe en mis nocturnas correrías. - No te preocupes por eso, hermano; esta noche no hay ninguna fiesta que haya llamado mi atención. Sin embargo... - Meto mi mano de nuevo en la levita, sacando dos entradas con el reluciente sello del Teatro más importante de París - Son para el estreno de la semana que viene. Se han atrevido a incluir en su cartelera la obra maldita, Macbeth. ¿Te apetece que vayamos? Será un buen escándalo que se comentará en la corte durante las semanas venideras.
Sin emitir respuesta alguna, Varek se marcha del salón. Sonriendo para mis adentros, me levanto del alféizar y salgo un par de segundos después tras él. Lo interpretaré como una afirmación, que le reclamaré en unos días sin darle opción a un no por respuesta.
Todavía recostado contra el marco de la ventana, cierro los ojos para dejarme transportar por las palabras del filólogo. Su voz siempre ha tenido algo mágico, capaz de hacerme imaginar cualquier texto que él lea con la simple entonación de sus palabras. Esbozando una media sonrisa cálida, disfruto de cada palabra que pronuncia Varek con la misma emoción que cuando era pequeño. Estos momentos a solas siempre han sido tan nuestros...
Sin embargo, la esclava acaba rompiendo el hechizo que nos rodea. No espera a que Varek acabe la lectura, y en su ignorancia, lo interrumpe cuando él no había alcanzado siquiera el final de la página. La reacción de mi hermano no se hace esperar. Ocultando ese lado relajado y fraternal que me hace amarle con locura, le espeta que se marche mientras la impasibilidad ocupa de nuevo su rostro. La negra se recoge las grises faldas y sale corriendo de la sala, pero el instante de disfrutar ya ha pasado. El mundo real nos reclama de nuevo, a Varek, por sus obligaciones como heredero, y a mi, por las mías en los tribunales.
Desperezándome con lentitud, observo cómo mi hermano se aleja hacia la puerta. El moreno se detiene poco antes de marcharse, recordándome que esta noche quiere ser partícipe en mis nocturnas correrías. - No te preocupes por eso, hermano; esta noche no hay ninguna fiesta que haya llamado mi atención. Sin embargo... - Meto mi mano de nuevo en la levita, sacando dos entradas con el reluciente sello del Teatro más importante de París - Son para el estreno de la semana que viene. Se han atrevido a incluir en su cartelera la obra maldita, Macbeth. ¿Te apetece que vayamos? Será un buen escándalo que se comentará en la corte durante las semanas venideras.
Sin emitir respuesta alguna, Varek se marcha del salón. Sonriendo para mis adentros, me levanto del alféizar y salgo un par de segundos después tras él. Lo interpretaré como una afirmación, que le reclamaré en unos días sin darle opción a un no por respuesta.
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