AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Encuentros y Reencuentros (Privado)
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Encuentros y Reencuentros (Privado)
Los últimos días quizá habían sido demasiado para mi. Demasiadas emociones fuertes, demasiadas alegrías, amistades perdidas y recuperadas, un padre que misteriosamente había recobrado el interés por acercarme a el, a mi antigua casa y a sus cuerdas opresoras. Por eso, aquella mañana tras dar un suave beso en los fríos labios de mi prometido, me había predispuesto a dar un largo paseo a orillas del Sena, desayunar croissants de mantequilla y, si aún tenía ganas, acercarme hasta el Louvre para perderme por sus jardines y sus gigantescas salas llenas de pinturas increíbles.
Si había algo que adoraba desde niña era perderme por las calles de París o hundir mis problemas en las espumosas olas de la playa francesa. El ejercicio era capaz de mantener mi mente ocupada, de acallar mis temores, mis dudas y mis malos pensamientos y justo eso, era lo que hoy necesitaba. Poco a poco, mis pasos vacilantes cobraron su propio camino, dirigiéndome sin proponérmelo, al lugar esperado. Los verdes jardines que adornaban las numerosas galerías con las que contaba nuestro museo patrio por excelencia.
Si algo me gustaba de aquella ciudad era que en los lugares emblemáticos, todas las clases sociales y personas confluían en una sola, siendo un solo cuerpo y una sola mente que disfrutaba por igual de las maravillas que le brindaba la capital francesa. Niños correteando, madres con carritos de bebé entre sus manos, enamorados en la hierba, enamorados con carabinas. Todos diferentes, todos iguales, todos con sonrisas pintadas en sus rostros.
Y allí, a lo lejos, junto a una fuente, el sonido de una risa que conocía bien. El de una vieja conocida, una vieja amiga a la que hacía mucho que no veía, demasiado quizá. De nuevo, mis pasos se hicieron dueños de mi ser y me dirigieron hacia ella. No estaba sola, la acompañaba un joven caballero que me miró con cara extrañada al acercarme de manera tan sigilosa. Mi dedo índice se dirigió con rapidez a mis labios, indicándole que guardara silencio al tiempo que mis pasos me acercaban más y más a aquella joven.
-¡Qué vergüenza, Mademoiselle Delteria por las calles de París, con un acompañante masculino y sin carabina!- dije entre risas imitando la voz de una de nuestras institutrices como años atrás solíamos hacer -¿Qué dirían los ecos de sociedad si se enteraran querida?-
Un segundo, dos, tres... Los segundos que aquella adorable joven tardó en recordar quién era y qué hacía allí. Los segundos que hicieron falta para que ella se girara y ambas estalláramos en risas y nos fundiéramos en un cálido abrazo. Un carraspeo y mi mirada se elevó hacia el joven que acompañaba a Beatrice, sin duda aquella situación era extraña para él.
-Disculpad mi maleducada interrupción monsieur. Mademoiselle Cèline Marie Dampierre –dije haciendo una pequeña reverencia- Encantada de conoceros-.
Si había algo que adoraba desde niña era perderme por las calles de París o hundir mis problemas en las espumosas olas de la playa francesa. El ejercicio era capaz de mantener mi mente ocupada, de acallar mis temores, mis dudas y mis malos pensamientos y justo eso, era lo que hoy necesitaba. Poco a poco, mis pasos vacilantes cobraron su propio camino, dirigiéndome sin proponérmelo, al lugar esperado. Los verdes jardines que adornaban las numerosas galerías con las que contaba nuestro museo patrio por excelencia.
Si algo me gustaba de aquella ciudad era que en los lugares emblemáticos, todas las clases sociales y personas confluían en una sola, siendo un solo cuerpo y una sola mente que disfrutaba por igual de las maravillas que le brindaba la capital francesa. Niños correteando, madres con carritos de bebé entre sus manos, enamorados en la hierba, enamorados con carabinas. Todos diferentes, todos iguales, todos con sonrisas pintadas en sus rostros.
Y allí, a lo lejos, junto a una fuente, el sonido de una risa que conocía bien. El de una vieja conocida, una vieja amiga a la que hacía mucho que no veía, demasiado quizá. De nuevo, mis pasos se hicieron dueños de mi ser y me dirigieron hacia ella. No estaba sola, la acompañaba un joven caballero que me miró con cara extrañada al acercarme de manera tan sigilosa. Mi dedo índice se dirigió con rapidez a mis labios, indicándole que guardara silencio al tiempo que mis pasos me acercaban más y más a aquella joven.
-¡Qué vergüenza, Mademoiselle Delteria por las calles de París, con un acompañante masculino y sin carabina!- dije entre risas imitando la voz de una de nuestras institutrices como años atrás solíamos hacer -¿Qué dirían los ecos de sociedad si se enteraran querida?-
Un segundo, dos, tres... Los segundos que aquella adorable joven tardó en recordar quién era y qué hacía allí. Los segundos que hicieron falta para que ella se girara y ambas estalláramos en risas y nos fundiéramos en un cálido abrazo. Un carraspeo y mi mirada se elevó hacia el joven que acompañaba a Beatrice, sin duda aquella situación era extraña para él.
-Disculpad mi maleducada interrupción monsieur. Mademoiselle Cèline Marie Dampierre –dije haciendo una pequeña reverencia- Encantada de conoceros-.
Cèline Dampierre- Humano Clase Alta
- Mensajes : 119
Fecha de inscripción : 19/06/2016
Re: Encuentros y Reencuentros (Privado)
Beatrice llevaba días insistiendome para ir al museo, al parecer y según ella, era una experiencia inolvidable. Mi cara reflejaba sin lugar a dudas las pocas, por no decir ningunas, ganas que tenia de asistir allí, mas por una vez, y tras la ilusión de sus gestos cedí.
Aquella mañana me levante temprano, o mejor dicho, no me acosté, un desayuno copioso en las cocinas de la mansión Cavey, un rápido entrenamiento en el patio de almas y antes de que el sol alcanzara el centro del azulado cielo emprendí junto a mi espectro camino hacia la plaza donde la dama y yo habiloso quedado.
El bullicio era increíble, mucho mayor que le de las noches Parisiense aunque claro, bien diferente. Hoy todo estaba lleno de perfumes caros, de caballeros con sombrero de copa y bastón. Damas emperifolladas paseando entre las fuentes, conversando entre ellas de los distintos acontecimientos de la semana.
La risa de los niños era incesante, corrían alzando las palomas, moviendo molinillos de viento y algunos dando paradas a balones de cuero.
Beatrice junto a la fuerte me esperaba, una sonrisa picara antes de desmontar y un guiño de ojo a modo de saludo mientras me acercaba a ella seguido de mi negro corcel.
-Buenos días madam -susurré tomando su mano para besar el dorso con suavidad.
La cortesía entre nosotros hacia tiempo habían dejado de existir, ambos habíamos conectado bien y junto a Jean, solíamos recorrer la noche, quizás no del modo en el que lo hacían los de nuestra calaña, mas si de un modo infinitamente mas...excitante.
Rememorando entre risas la última salida vi como una doncella morena y bella se nos aproximaba, enarque una ceja cuando su dedo rozo sus labios pidiéndome silencio, sin duda debía ser una conocida de la señorita Delteria.
La mujer no tardo en hablarnos a los dos, al parecer entre bromas decía parecerle inadecuado que pasearamos sin carabina, si ella supiera hasta que punto nuestra relación era inadecuada.
Ambas se abrazaron entre risas, parecían viejas amigas, mientras yo mantenía el tipo observando el fortuito reencuentro
No pude evitar sonreír de medio lado antes de tomar su mano y besadla como el protocolo de un caballero dicta a fuego.
-Höor Cannif, madam, para servirla -susurré contra su piel.
Aquella mañana me levante temprano, o mejor dicho, no me acosté, un desayuno copioso en las cocinas de la mansión Cavey, un rápido entrenamiento en el patio de almas y antes de que el sol alcanzara el centro del azulado cielo emprendí junto a mi espectro camino hacia la plaza donde la dama y yo habiloso quedado.
El bullicio era increíble, mucho mayor que le de las noches Parisiense aunque claro, bien diferente. Hoy todo estaba lleno de perfumes caros, de caballeros con sombrero de copa y bastón. Damas emperifolladas paseando entre las fuentes, conversando entre ellas de los distintos acontecimientos de la semana.
La risa de los niños era incesante, corrían alzando las palomas, moviendo molinillos de viento y algunos dando paradas a balones de cuero.
Beatrice junto a la fuerte me esperaba, una sonrisa picara antes de desmontar y un guiño de ojo a modo de saludo mientras me acercaba a ella seguido de mi negro corcel.
-Buenos días madam -susurré tomando su mano para besar el dorso con suavidad.
La cortesía entre nosotros hacia tiempo habían dejado de existir, ambos habíamos conectado bien y junto a Jean, solíamos recorrer la noche, quizás no del modo en el que lo hacían los de nuestra calaña, mas si de un modo infinitamente mas...excitante.
Rememorando entre risas la última salida vi como una doncella morena y bella se nos aproximaba, enarque una ceja cuando su dedo rozo sus labios pidiéndome silencio, sin duda debía ser una conocida de la señorita Delteria.
La mujer no tardo en hablarnos a los dos, al parecer entre bromas decía parecerle inadecuado que pasearamos sin carabina, si ella supiera hasta que punto nuestra relación era inadecuada.
Ambas se abrazaron entre risas, parecían viejas amigas, mientras yo mantenía el tipo observando el fortuito reencuentro
No pude evitar sonreír de medio lado antes de tomar su mano y besadla como el protocolo de un caballero dicta a fuego.
-Höor Cannif, madam, para servirla -susurré contra su piel.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
- Mensajes : 976
Fecha de inscripción : 21/09/2016
Localización : el placentero infierno de tus piernas.
Re: Encuentros y Reencuentros (Privado)
Amaneció claro, había conseguido, por pedido de Valeria, sacar a su inquilino de la casa durante unas horas que no fueran de noche, la chica necesitaba pensar, Beatrice lo sabía y quería darle su espacio. Además, se sentía de buen humor, Abraham había vuelto a la ciudad y estaba más que segura que el joven gustoso acabaría uniendose a las travesías ncturnas de tabernas, circos y fiestas de pueblo que había iniciado ella, días atrás, con Hoor y su amigo el señor Jean.
La diferencia era que ella no iba tanto como le gustaría, había descubierto trapos sucios de más de la mitad de sus clientes, que, por supuesto, no usaria ni diría a nadie, no era parte de su personalidad, ella era, sobre todo, antes que mujer, antes que empresaria antes que cualquier cosa, discreta.
Se recogió el pelo y tomó un paraguas para cubrirse del sol, de normal intentaba evitarlo, bien sabían quienes la conocían que solía aborrecer ciertas cosas y que si podía evitarlas, lo hacía, usualmente no tenía reparo, después de todo, ya bastane cargada iba con el maletín y le venía bien, pues así los negocios eran más sencillos pues la veían menos como, "una dama" que como una comerciante, sin embargo, para salir, debía, siempre llevar al menos, parte de la ropa de rigor. Había logrado, como siempre, evitar las horribles colas, no así el can cán y el paraguas, pero menos daba una piedra.
Había llegado en carro, se había sentado en la fuente donde había quedado con Hoor y esperaba allí desde hacía ya cinco minutos. Sorprendentemente, y contrario a la creencia popular, era ella la que, usualmente, solía esperar a los demás. lo vio llegar descendiendo de su montura negra, como no, tan presumido como de costumbre y rio rodando los ojos con una sonrisa.
Manteniendo las formas, algo que, en realidad, no había existido entre ellos prácticamente, nunca, el chico le tomó la mano para plantar un suabe beso y poco pudo ella aguantar una risa suave, se le hacía raro pasar del "hey" usual, que más parecían estar llamando a una cabra que diciendo hola, al protocolo usual. Fue ese el momento en el que una voz conocida pareció decidirse a iirumpir y salir de sus recuerdos para volver a su presente.
- ¡Oh, dios mio, Cél!- exclamó sonriente dandole un abrazo, su año fuera la había hecho añorar a mucha gente, ella incluida, hacía alos habían sido promocionadas juntas, y habían seguido en contacto como bien habían podido.- Cuantísimo me alegro de verte.- rió sin soltarla del abrazo, antes de separarse para permitir que se presentasen ella y Hoör.- Disculpad la mala educación, Cel, este es el seño Caniff un amigo recién llegado del norte, Sir Hoör, esta es Miss Celine Dampierre, una muy buena y vieja amiga.- les presentó de ese modo para que ambos entendieran la relación que, cada uno, tenía con ella.- ¿Vienes a ver el museo? han expuesto varios cuadros de mi colección y quería verlos, así que he arrastrado hasta aquí al Sir para no venir sola.- Se explicó.- Podríamos ir juntos, si al Sir no le importa claro.- se giró a mirar a Hoör, ciertamente, pensaba que sería divertido ir con su vieja amiga.
La diferencia era que ella no iba tanto como le gustaría, había descubierto trapos sucios de más de la mitad de sus clientes, que, por supuesto, no usaria ni diría a nadie, no era parte de su personalidad, ella era, sobre todo, antes que mujer, antes que empresaria antes que cualquier cosa, discreta.
Se recogió el pelo y tomó un paraguas para cubrirse del sol, de normal intentaba evitarlo, bien sabían quienes la conocían que solía aborrecer ciertas cosas y que si podía evitarlas, lo hacía, usualmente no tenía reparo, después de todo, ya bastane cargada iba con el maletín y le venía bien, pues así los negocios eran más sencillos pues la veían menos como, "una dama" que como una comerciante, sin embargo, para salir, debía, siempre llevar al menos, parte de la ropa de rigor. Había logrado, como siempre, evitar las horribles colas, no así el can cán y el paraguas, pero menos daba una piedra.
Había llegado en carro, se había sentado en la fuente donde había quedado con Hoor y esperaba allí desde hacía ya cinco minutos. Sorprendentemente, y contrario a la creencia popular, era ella la que, usualmente, solía esperar a los demás. lo vio llegar descendiendo de su montura negra, como no, tan presumido como de costumbre y rio rodando los ojos con una sonrisa.
Manteniendo las formas, algo que, en realidad, no había existido entre ellos prácticamente, nunca, el chico le tomó la mano para plantar un suabe beso y poco pudo ella aguantar una risa suave, se le hacía raro pasar del "hey" usual, que más parecían estar llamando a una cabra que diciendo hola, al protocolo usual. Fue ese el momento en el que una voz conocida pareció decidirse a iirumpir y salir de sus recuerdos para volver a su presente.
- ¡Oh, dios mio, Cél!- exclamó sonriente dandole un abrazo, su año fuera la había hecho añorar a mucha gente, ella incluida, hacía alos habían sido promocionadas juntas, y habían seguido en contacto como bien habían podido.- Cuantísimo me alegro de verte.- rió sin soltarla del abrazo, antes de separarse para permitir que se presentasen ella y Hoör.- Disculpad la mala educación, Cel, este es el seño Caniff un amigo recién llegado del norte, Sir Hoör, esta es Miss Celine Dampierre, una muy buena y vieja amiga.- les presentó de ese modo para que ambos entendieran la relación que, cada uno, tenía con ella.- ¿Vienes a ver el museo? han expuesto varios cuadros de mi colección y quería verlos, así que he arrastrado hasta aquí al Sir para no venir sola.- Se explicó.- Podríamos ir juntos, si al Sir no le importa claro.- se giró a mirar a Hoör, ciertamente, pensaba que sería divertido ir con su vieja amiga.
Beatrice Delteria- Humano Clase Alta
- Mensajes : 304
Fecha de inscripción : 16/04/2015
Localización : París/Francia
DATOS DEL PERSONAJE
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Datos de interés:
Re: Encuentros y Reencuentros (Privado)
Aún no podía creer que un día que se presentaba como oscuro y gris me brindara la oportunidad de reencontrarme con aquella vieja amiga. Ella había sido ese soplo de aire fresco en una juventud que, para mi, quedaba ya muy lejos, como si fuera un vano recuerdo y no experiencias que había vivido hasta hacía un par de años. Sólo teníamos que mirarnos la una en los ojos de la otra para darnos cuenta de cuánto habíamos cambiado.
Las jovencitas de cabellos en tirabuzones y vestidos rosa empolvado se habían convertido en dos mujeres, dos mujeres aparentemente muy diferentes. El maletín y su atuendo austero y formal le conferían la apariencia de una mujer de negocios, una mujer tratando de adentrarse en un mundo hasta ahora territorio de los hombres. Sin embargo, su sonrisa y el tinte rosado de sus mejillas era lo que la delataba, Beatrice seguía siendo puro candor y sin duda eso era lo que siempre la diferenciaría de los hombres de negocios con los que ella tratara, haciendo que éstos no la vieran como a una igual cuando estaba completamente segura de que, en muchos casos, no era una igual sino mucho superior a ellos.
Por el contrario, yo había cambiado los elaborados rizos y los tonos empolvados y aniñados de mis ropas por peinados que enmarcaran mi rostro y por vestidos adultos, que marcaran mis formas de mujer y que, en cierto modo, me separaran por completo de aquella etapa de juventud que había sido tan feliz para mi. Ambas parecíamos tener un antes y un después marcado en nuestras vidas, un punto de no retorno en el que habíamos dejado de ser dos niñas que fantaseaban con sus futuros maridos y fiestas de sociedad para convertirse en mujeres que habían tenido que asumir de golpe la dura realidad que era a veces la vida.
Dos adultas que volvían a ser niñas al estar la una con la otra. Acepté aquel abrazo, acunándola con fuerza entre mis brazos mientras mis ojos observaban como aquel caballero admiraba la escena con una sonrisa en los labios ¿Quizás no conocía es faceta de Beatrice? -¡Mírate!- exclamé haciendo dar a mi vieja amiga una vuelta –Estás estupenda tan adulta y tan cambiada a como yo te recordaba-
Cannif, curioso apellido el de aquel hombre y que, casualmente me sonaba. Como si fuera un apellido susurrado en mi mente como un vago recuerdo; debía hacer memoria y descubrir dónde lo había escuchado antes. -Encantada cherie- dije en un susurro arrastrando cada sílaba de aquella frase.
Mis ojos no se apartaron de los suyos, tratando de escudriñar cuál era el secreto que se escondía tras esas formas galantes y educadas que aquel hombre prodigaba en el dorso de mi mano a modo de beso. -Cualquier amigo de Beatrice es sin duda una potencial amistad futura así que, si Monsieur Cannif no tiene inconveniente alguno de que haya interrumpido esta deliciosa velada entre vosotros, estaré más que encantada de morir de envidia al ver las obras de tu colección privada querida-
Tomé del brazo a mi querida amiga entre risas, dedicándole una verdadera sonrisa, aquella que sólo mis verdaderas amistades conseguían sacar de entre mis labios carnosos, aquella que últimamente sólo aparecía cuando mi prometido me hacía reír. -Tenemos que ponernos al día cherie y qué mejor forma de hacerlo que entre obras de arte y con monsieur Cannif para escandalizarse por nuestras travesuras de juventud-
Ofrecí a aquel joven el brazo que me quedaba libre y él, como si los tres fuéramos conocidos de toda la vida no dudó en estrecharlo bajo el suyo con una sonrisa cómplice y pícara dibujada en la comisura de sus labios. Sí, sin duda aquella velada sería divertida, intrigante y excitante. -Bueno monsieur Cannif, me temo que ahora es una más de las nuestras, sólo le falta cambiar la polvera por una petaca en el liguero para ser todo lo que no se espera de una señorita de la alta sociedad, para ser en definitiva, alguien que se divierte al más puro estilo de París-
Las jovencitas de cabellos en tirabuzones y vestidos rosa empolvado se habían convertido en dos mujeres, dos mujeres aparentemente muy diferentes. El maletín y su atuendo austero y formal le conferían la apariencia de una mujer de negocios, una mujer tratando de adentrarse en un mundo hasta ahora territorio de los hombres. Sin embargo, su sonrisa y el tinte rosado de sus mejillas era lo que la delataba, Beatrice seguía siendo puro candor y sin duda eso era lo que siempre la diferenciaría de los hombres de negocios con los que ella tratara, haciendo que éstos no la vieran como a una igual cuando estaba completamente segura de que, en muchos casos, no era una igual sino mucho superior a ellos.
Por el contrario, yo había cambiado los elaborados rizos y los tonos empolvados y aniñados de mis ropas por peinados que enmarcaran mi rostro y por vestidos adultos, que marcaran mis formas de mujer y que, en cierto modo, me separaran por completo de aquella etapa de juventud que había sido tan feliz para mi. Ambas parecíamos tener un antes y un después marcado en nuestras vidas, un punto de no retorno en el que habíamos dejado de ser dos niñas que fantaseaban con sus futuros maridos y fiestas de sociedad para convertirse en mujeres que habían tenido que asumir de golpe la dura realidad que era a veces la vida.
Dos adultas que volvían a ser niñas al estar la una con la otra. Acepté aquel abrazo, acunándola con fuerza entre mis brazos mientras mis ojos observaban como aquel caballero admiraba la escena con una sonrisa en los labios ¿Quizás no conocía es faceta de Beatrice? -¡Mírate!- exclamé haciendo dar a mi vieja amiga una vuelta –Estás estupenda tan adulta y tan cambiada a como yo te recordaba-
Cannif, curioso apellido el de aquel hombre y que, casualmente me sonaba. Como si fuera un apellido susurrado en mi mente como un vago recuerdo; debía hacer memoria y descubrir dónde lo había escuchado antes. -Encantada cherie- dije en un susurro arrastrando cada sílaba de aquella frase.
Mis ojos no se apartaron de los suyos, tratando de escudriñar cuál era el secreto que se escondía tras esas formas galantes y educadas que aquel hombre prodigaba en el dorso de mi mano a modo de beso. -Cualquier amigo de Beatrice es sin duda una potencial amistad futura así que, si Monsieur Cannif no tiene inconveniente alguno de que haya interrumpido esta deliciosa velada entre vosotros, estaré más que encantada de morir de envidia al ver las obras de tu colección privada querida-
Tomé del brazo a mi querida amiga entre risas, dedicándole una verdadera sonrisa, aquella que sólo mis verdaderas amistades conseguían sacar de entre mis labios carnosos, aquella que últimamente sólo aparecía cuando mi prometido me hacía reír. -Tenemos que ponernos al día cherie y qué mejor forma de hacerlo que entre obras de arte y con monsieur Cannif para escandalizarse por nuestras travesuras de juventud-
Ofrecí a aquel joven el brazo que me quedaba libre y él, como si los tres fuéramos conocidos de toda la vida no dudó en estrecharlo bajo el suyo con una sonrisa cómplice y pícara dibujada en la comisura de sus labios. Sí, sin duda aquella velada sería divertida, intrigante y excitante. -Bueno monsieur Cannif, me temo que ahora es una más de las nuestras, sólo le falta cambiar la polvera por una petaca en el liguero para ser todo lo que no se espera de una señorita de la alta sociedad, para ser en definitiva, alguien que se divierte al más puro estilo de París-
Cèline Dampierre- Humano Clase Alta
- Mensajes : 119
Fecha de inscripción : 19/06/2016
Re: Encuentros y Reencuentros (Privado)
Menuda apasionante tarde me esperaba, si no era suficiente con el museo, ahora tendría que soportar las conversaciones banales de dos mujeres rememorando viejos tiempos.
Sonreí de medio lado cuando la nueva se giró para decirme algo de una polvera. Miré hacia el suelo, pero no vi que se le hubiera caído nada y como esta se volvió a girar hacia su amiga la mas de feliz, me limité a omitir el comentario y cerrar tras ellas la comitiva rumbo al museo.
Mientras estas recorrían emocionadas el lugar yo me limitaba a seguirlas completamente aburrido, mi educación me impedía no tratar de fingir un mínimo de agrado por el plan femenino, mas creo que era tan trasparente en mis actos que ambas sabían perfectamente que aquello estaba resultandome un suplicio.
Las pinturas eran bonitas, creo porque mientras un tipo con gafas y nariz aguileña explicaba todo lo impresionista del arte yo me limitaba a mirar por las ventanas, esperando que el tiempo pasara.
Deje escapar le aire de forma pesada, mientras seguía con la vista a unos críos que correteaban por los pasillos, por un momento envidie no ser como ellos para poder hacer exactamente lo mismo y no tener que estar centrado o aparentar estarlo.
Por suerte al menos llevaba uno de mis cuchillos en el cinto, acariciar el mango siempre me resulto tranquilizador, al menos era mejor que no hacer absolutamente nada.
Las mujeres seguían hablando de arte y de tiempos pasados que al parecer siempre fueron mejor.
Por los dioses de Asgar que acabara con este tormento y me llevaran a la guerra ya.
Sonreí de medio lado cuando la nueva se giró para decirme algo de una polvera. Miré hacia el suelo, pero no vi que se le hubiera caído nada y como esta se volvió a girar hacia su amiga la mas de feliz, me limité a omitir el comentario y cerrar tras ellas la comitiva rumbo al museo.
Mientras estas recorrían emocionadas el lugar yo me limitaba a seguirlas completamente aburrido, mi educación me impedía no tratar de fingir un mínimo de agrado por el plan femenino, mas creo que era tan trasparente en mis actos que ambas sabían perfectamente que aquello estaba resultandome un suplicio.
Las pinturas eran bonitas, creo porque mientras un tipo con gafas y nariz aguileña explicaba todo lo impresionista del arte yo me limitaba a mirar por las ventanas, esperando que el tiempo pasara.
Deje escapar le aire de forma pesada, mientras seguía con la vista a unos críos que correteaban por los pasillos, por un momento envidie no ser como ellos para poder hacer exactamente lo mismo y no tener que estar centrado o aparentar estarlo.
Por suerte al menos llevaba uno de mis cuchillos en el cinto, acariciar el mango siempre me resulto tranquilizador, al menos era mejor que no hacer absolutamente nada.
Las mujeres seguían hablando de arte y de tiempos pasados que al parecer siempre fueron mejor.
Por los dioses de Asgar que acabara con este tormento y me llevaran a la guerra ya.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
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Fecha de inscripción : 21/09/2016
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