AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Bonsoir, monsieur {Rodolphe Dampierre | +18}
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Bonsoir, monsieur {Rodolphe Dampierre | +18}
El agua de la bañera empezaba a quedarse tibia, pero Nora apenas lo notaba. Aquel día había terminado pronto. Hacía aproximadamente una hora y media que se había despedido de su último cliente, un hombre de mediana edad con mujer y tres niños esperándole en casa. Acudía a menudo, por eso sabía ella tantas cosas sobre él. Le contaba todo, lo escupía nada más llegar: que si el pequeño había vomitado, que si el mayor era ya todo un hombrecito… y la niña, la segunda de los tres, su favorita, sin duda. Mientras Nora le desnudaba, él no hacía más que alabar cada pequeña proeza de la chiquilla. «¿Quieres que lo dejemos? ¿Volver a casa?», solía preguntarle entre susurros, mientras apretaba los senos contra su espalda y pasaba los brazos alrededor de su torso, cubierto de vello oscuro. Él siempre dudaba al principio, tragaba saliva y se miraba las manos. Después se quitaba la alianza, la dejaba sobre la mesita de noche y se giraba, quedando los dos frente a frente. «Ésta será la última vez», le contestaba, convenciendose a sí mismo de aquella vez sería cierto. Nora asentía, sonreía y dejaba que disfrutara de su “última vez”. Cada vez que le volvía a ver en el vestíbulo, esperándola, la morena se daba cuenta de que el vómito de su hijo debía de ser nauseabundo, de que su hombrecito debía de estar llorando en casa por haber perdido su peluche favorito y de que la niña de sus ojos era más un diablillo que un ángel.
Salió de la bañera inundándolo todo a su paso y se envolvió en una toalla. Llevaba el cabello recogido en un moño alto y sujeto con un palo de madera. Le gustaba llevarlo así, era cómodo y no molestaba. Se secó la piel dando pequeños toques con la toalla, sin frotar, y después aplicó una crema suave con un ligero aroma a jazmín. Era un olor casi imperceptible para el olfato humano, pero lo suficiente para crear ese recuerdo en la memoria que lo unía a la propia Nora, estuviera ella delante o no. Muchos hombres volvían sólo porque habían olido flores con un aroma similar, y eso mismo les había creado la necesidad de volver a verla.
Cuando las yemas de los dedos recuperaron la tersura y la crema fue absorbida, se vistió con el batín que llevaba siempre que estaba en las habitaciones y se encaminó hacia la suya. Estaba empezando a anochecer, pero aún era pronto. Todavía tenía tiempo de salir a pasear antes de que el sol se ocultara por completo. Cuando llegó a su habitación, abrió el armario y sacó un vestido de algodón que cubriría con un abrigo. Era algo sencillo, pero ella no vestía nunca de manera ostentosa. Eso era llamar demasiado la atención, algo que no le convenía en absoluto. No fuera de aquellas paredes. Sentada en el tocador, quitó el palo que sujetaba la melena y, cuando apenas había comenzado a acomodarla con los dedos, alguien tocó a la puerta.
—Adelante —contestó, en un tono de voz ligeramente alto, de manera que el que estuviera fuera pudiera escucharlo.
A la habitación entró Laure, la última chica que había llegado al burdel, una joven que aún estaba aprendiendo cómo funcionaba aquello. Rondaría los quince o dieciséis años, no más, y estaba allí para conseguir dinero para sus tres hermanos y su madre enferma. Todavía no había recibido a ningún hombre, pero Nora había escuchado decir a Mme Moreau que ya iba siendo hora de que empezara.
—Madame Moreau me ha pedido que te diga que salgas al recibidor. Ha llegado un cliente.
—¿Otro? —se quejó, mirando a la chica desde el reflejo del espejo—. Yo ya había terminado. Tengo el resto del día libre.
Laure se encogió de hombros y salió de la habitación, dejando la puerta abierta tras de sí. Nora, al contrario, se quedó mirándose al espejo unos minutos más. Se frotó los ojos y, tras recoger todo lo que había sacado para prepararse, se encaminó hacia el recibidor. Abrió una de las pesadas cortinas que separaban el pasillo de las habitaciones con aquella estancia e hizo un barrido con la mirada. Todavía había unos cuantos hombres allí. Algunos la miraban preguntándose si estaría buscándolos a ellos; otros, sin embargo, estaban demasiado entretenidos con las chicas que ya les habían presentado. Se apartó de la puerta para dejar pasar a la primera pareja y fue cuando vio a Mme Moreau en una esquina, ligeramente apartada del resto. Se acercó hasta ella con suavidad y se colocó a su lado en silencio, como una sombra. La mujer se volvió y le sonrió por mera cortesía hacia el caballero.
—Ya has llegado —dijo con un poco de sorna—. Monsieur Dampierre, le presento a Nora. Es una buena chica, le dejo completamente en sus manos. Si me disculpa.
Y se marchó, como una digna señora con demasiados asuntos importantes que atender. Nora miró al hombre intentando captar esa primera impresión que solía ayudarla en numerosas ocasiones. ¿Qué buscaba él? ¿Qué quería de ella, exactamente? Dibujó una leve sonrisa y le tendió la mano, esperando que él la cogiese y poder llevarlo así hasta su habitación.
—Bonsoir, monsieur —saludó—. ¿Me acompaña?
Salió de la bañera inundándolo todo a su paso y se envolvió en una toalla. Llevaba el cabello recogido en un moño alto y sujeto con un palo de madera. Le gustaba llevarlo así, era cómodo y no molestaba. Se secó la piel dando pequeños toques con la toalla, sin frotar, y después aplicó una crema suave con un ligero aroma a jazmín. Era un olor casi imperceptible para el olfato humano, pero lo suficiente para crear ese recuerdo en la memoria que lo unía a la propia Nora, estuviera ella delante o no. Muchos hombres volvían sólo porque habían olido flores con un aroma similar, y eso mismo les había creado la necesidad de volver a verla.
Cuando las yemas de los dedos recuperaron la tersura y la crema fue absorbida, se vistió con el batín que llevaba siempre que estaba en las habitaciones y se encaminó hacia la suya. Estaba empezando a anochecer, pero aún era pronto. Todavía tenía tiempo de salir a pasear antes de que el sol se ocultara por completo. Cuando llegó a su habitación, abrió el armario y sacó un vestido de algodón que cubriría con un abrigo. Era algo sencillo, pero ella no vestía nunca de manera ostentosa. Eso era llamar demasiado la atención, algo que no le convenía en absoluto. No fuera de aquellas paredes. Sentada en el tocador, quitó el palo que sujetaba la melena y, cuando apenas había comenzado a acomodarla con los dedos, alguien tocó a la puerta.
—Adelante —contestó, en un tono de voz ligeramente alto, de manera que el que estuviera fuera pudiera escucharlo.
A la habitación entró Laure, la última chica que había llegado al burdel, una joven que aún estaba aprendiendo cómo funcionaba aquello. Rondaría los quince o dieciséis años, no más, y estaba allí para conseguir dinero para sus tres hermanos y su madre enferma. Todavía no había recibido a ningún hombre, pero Nora había escuchado decir a Mme Moreau que ya iba siendo hora de que empezara.
—Madame Moreau me ha pedido que te diga que salgas al recibidor. Ha llegado un cliente.
—¿Otro? —se quejó, mirando a la chica desde el reflejo del espejo—. Yo ya había terminado. Tengo el resto del día libre.
Laure se encogió de hombros y salió de la habitación, dejando la puerta abierta tras de sí. Nora, al contrario, se quedó mirándose al espejo unos minutos más. Se frotó los ojos y, tras recoger todo lo que había sacado para prepararse, se encaminó hacia el recibidor. Abrió una de las pesadas cortinas que separaban el pasillo de las habitaciones con aquella estancia e hizo un barrido con la mirada. Todavía había unos cuantos hombres allí. Algunos la miraban preguntándose si estaría buscándolos a ellos; otros, sin embargo, estaban demasiado entretenidos con las chicas que ya les habían presentado. Se apartó de la puerta para dejar pasar a la primera pareja y fue cuando vio a Mme Moreau en una esquina, ligeramente apartada del resto. Se acercó hasta ella con suavidad y se colocó a su lado en silencio, como una sombra. La mujer se volvió y le sonrió por mera cortesía hacia el caballero.
—Ya has llegado —dijo con un poco de sorna—. Monsieur Dampierre, le presento a Nora. Es una buena chica, le dejo completamente en sus manos. Si me disculpa.
Y se marchó, como una digna señora con demasiados asuntos importantes que atender. Nora miró al hombre intentando captar esa primera impresión que solía ayudarla en numerosas ocasiones. ¿Qué buscaba él? ¿Qué quería de ella, exactamente? Dibujó una leve sonrisa y le tendió la mano, esperando que él la cogiese y poder llevarlo así hasta su habitación.
—Bonsoir, monsieur —saludó—. ¿Me acompaña?
Última edición por Nora Salazar el Lun Nov 14, 2016 3:57 pm, editado 1 vez
Nora Salazar- Prostituta Clase Media
- Mensajes : 70
Fecha de inscripción : 20/09/2016
Re: Bonsoir, monsieur {Rodolphe Dampierre | +18}
La vela yacía encendida encima de la mesa, la cera de la vela estaba empezando a caer encima del escritorio, en el que tenía los papeles del trabajo. Dejé la pluma en su sitio tras hacer una última firma. Releí la carta que acababa de escribir, era una carta para un comerciante de las Indias, en donde le concertaba una reunión de negocios conmigo. Mis reuniones de negocios siempre incluían una copiosa comida, un buen puro después con su whisky correspondiente y una visita por el burdel. Eran las mejores reuniones...
Doblé la carta en tres partes, para que entrase correctamente en el sobre. Una vez estuvo metido en el sobre, levanté la vela, en su base había cera aún caliente. Cogí el anillo con el escudo de los Dampierre y lo mojé, estampando el sello en la solapa del sobre, para dejarlo así cerrado. Miré el reloj, todavía era temprano en la tarde, tenía tiempo para salir del despacho y encaminarme por las calles de París a uno de mis habituales lugares.
Últimamente iba menos, prefería que las cortesanas vinieran aquí a mitad de la noche, con carruajes exclusivos para mantener tanto su privacidad, como la mía, había que ser de lo más discretos en este mundo. Pero hoy, me apetecía salir y el señor Lockuer me había hablado bien de uno de estos sitios, uno que era el más discreto de los que había ido él. Él era un hombre como yo, de negocios, con esposa e hijos a los que evitar este tipo de comportamientos.
Tras vestirme de manera adecuada y con una gabardina para cubrirme, cogí uno de mis carros, y le di la dirección, aunque esta no fue exacta, le hice parar unas calles antes, para que no tuviese ni la menor idea de a donde me dirigía. Siempre me acompañaba también un pequeño sombrero de copa, cualquier atuendo que tapase más mi cara era bienvenido. El carro llegó a su destino y le dije que se marcase, ya regresaría a casa en uno de esos que había por la calle o andando. Era bueno andar.
Cuando el carro se fue para volver a la casa, caminé las calles que me había evitado recorrer con el carro y llegué hasta el burdel, donde en el hall se agolpaban hombres como yo. Me quité la gabardina y la dejé doblada en mi brazo, en este lugar hacía calor. Quité también mi sombrero y lo coloqué encima de la gabardina, con cuidado para que no se me cayese. La Madamme del lugar me atendió, y le pedí a alguna muchacha morena y joven. No había venido aquí para acostarme con alguna mujer de mi edad. Ya no. Ahora podía elegir.
No me hizo esperar mucho, la Madamme me mandó a una joven, parecía tener la edad de mi hija más o menos. Nora era su nombre. Un nombre bonito, aunque el nombre me daba exactamente igual. Si trabajaba como valía, esta noche debería de ser satisfactoria para mí. Me tendió su mano y se la cogí, así llegaríamos cuanto antes a la habitación y podría comenzar a desfogarme con ella. Estaba aburrido del trabajo, necesitaba que me divirtiera y me obedeciera.
Doblé la carta en tres partes, para que entrase correctamente en el sobre. Una vez estuvo metido en el sobre, levanté la vela, en su base había cera aún caliente. Cogí el anillo con el escudo de los Dampierre y lo mojé, estampando el sello en la solapa del sobre, para dejarlo así cerrado. Miré el reloj, todavía era temprano en la tarde, tenía tiempo para salir del despacho y encaminarme por las calles de París a uno de mis habituales lugares.
Últimamente iba menos, prefería que las cortesanas vinieran aquí a mitad de la noche, con carruajes exclusivos para mantener tanto su privacidad, como la mía, había que ser de lo más discretos en este mundo. Pero hoy, me apetecía salir y el señor Lockuer me había hablado bien de uno de estos sitios, uno que era el más discreto de los que había ido él. Él era un hombre como yo, de negocios, con esposa e hijos a los que evitar este tipo de comportamientos.
Tras vestirme de manera adecuada y con una gabardina para cubrirme, cogí uno de mis carros, y le di la dirección, aunque esta no fue exacta, le hice parar unas calles antes, para que no tuviese ni la menor idea de a donde me dirigía. Siempre me acompañaba también un pequeño sombrero de copa, cualquier atuendo que tapase más mi cara era bienvenido. El carro llegó a su destino y le dije que se marcase, ya regresaría a casa en uno de esos que había por la calle o andando. Era bueno andar.
Cuando el carro se fue para volver a la casa, caminé las calles que me había evitado recorrer con el carro y llegué hasta el burdel, donde en el hall se agolpaban hombres como yo. Me quité la gabardina y la dejé doblada en mi brazo, en este lugar hacía calor. Quité también mi sombrero y lo coloqué encima de la gabardina, con cuidado para que no se me cayese. La Madamme del lugar me atendió, y le pedí a alguna muchacha morena y joven. No había venido aquí para acostarme con alguna mujer de mi edad. Ya no. Ahora podía elegir.
No me hizo esperar mucho, la Madamme me mandó a una joven, parecía tener la edad de mi hija más o menos. Nora era su nombre. Un nombre bonito, aunque el nombre me daba exactamente igual. Si trabajaba como valía, esta noche debería de ser satisfactoria para mí. Me tendió su mano y se la cogí, así llegaríamos cuanto antes a la habitación y podría comenzar a desfogarme con ella. Estaba aburrido del trabajo, necesitaba que me divirtiera y me obedeciera.
Rodolphe Dampierre- Humano Clase Alta
- Mensajes : 38
Fecha de inscripción : 21/10/2016
Re: Bonsoir, monsieur {Rodolphe Dampierre | +18}
El hombre no dudó en cogerle la mano, aunque lo cierto es que ninguno de los clientes que pisaban aquel lugar hacía ascos a las chicas que se les acercaban. Algunas les gustaban más, otras menos, pero todas tenían lo que ellos venían buscando. Era un mundo cruel, pero el único que la morena conocía.
Nora tiró del brazo ajeno con suavidad, guiándolo a través del recibidor y cruzando la cortina, llegando así al pasillo de las habitaciones. El suelo estaba completamente cubierto por una mullida alfombra de lana oscura. Las paredes, al contrario, estaban pintadas de un color claro, decoradas con cuadros de paisajes y bodegones. A lo largo del mismo había mesas auxiliares y, encima de todas ellas, había un jarrón con una o dos flores frescas y una vela, que alumbraba el lugar. La habitación de Nora estaba al final del pasillo, largo y en ángulo recto. Por el camino se cruzaron con otra de las chicas acompañada de otro cliente, que le acompañaba hacia el recibidor para buscar al siguiente.
Cuando llegaron a la puerta, la abrió y pasó ella primero, tirando de Rodolphe tras de sí. Una vez dentro le soltó la mano y cerró la puerta, dejando la habitación en un silencio asombroso y casi imposible en un lugar así. Frente a ellos se encontraba la cama, con dosel pero sin cortinas a los lados. Las sábanas eran blancas y estaban cubiertas por una colcha de un tono beige. Junto al cabecero, dos mesillas de noche, y frente a todo ello, el tocador de Nora con un espejo ovalado en el centro. Una cómoda, una mesa con una sola silla y un pequeño sillón eran el resto del mobiliario del lugar, ocupado sólo por lo estrictamente necesario.
—Deme esto —dijo con suavidad.
Cogió el sombrero de copa y el abrigo de sus manos y se acercó a la puerta para colgar ambos en un perchero que había al lado. Después volvió a su lado, quedándose frente a él. Era increíble lo insensible que podía volver alguien que había vivido en aquel ambiente toda su vida. Cuando miraba al hombre no veía más que eso, un hombre. Sabía bien lo que tenía que hacer. Puede que no con él, no lo conocía aún, pero no dudaba de que ya iría aprendiendo lo que había venido a buscar. Porque sí, no todos buscaban lo mismo en ellas. Nora había llegado a pasar las horas charlando con un hombre que había enviudado hacía poco y se sentía sólo en la casa que había compartido con su señora esposa. Sólo eso, hablar.
Volvió a cogerle de la mano, esta vez para llevarle hasta el borde de la cama. Le indicó que se sentara, mientras que ella se quedó de pie. Tomó aire profundamente y se relamió los labios ligeramente, sólo para humedecerlos. Después, se miró el escote del vestido que llevaba. Agarró uno de los extremos del lazo que lo mantenía sujeto y estiró de él, aflojando así la prenda. Iba a seguir soltándolo cuando se paró en seco. Levantó la mirada, clavando sus ojos castaños en los de Rodolphe.
—¿Quiere que siga yo? —Sonrió de medio lado. Quizá quería hacerlo él mismo, que también los había. O puede que quisiera tenerla vestida. Había tantos fetiches como personas en el mundo.
Nora tiró del brazo ajeno con suavidad, guiándolo a través del recibidor y cruzando la cortina, llegando así al pasillo de las habitaciones. El suelo estaba completamente cubierto por una mullida alfombra de lana oscura. Las paredes, al contrario, estaban pintadas de un color claro, decoradas con cuadros de paisajes y bodegones. A lo largo del mismo había mesas auxiliares y, encima de todas ellas, había un jarrón con una o dos flores frescas y una vela, que alumbraba el lugar. La habitación de Nora estaba al final del pasillo, largo y en ángulo recto. Por el camino se cruzaron con otra de las chicas acompañada de otro cliente, que le acompañaba hacia el recibidor para buscar al siguiente.
Cuando llegaron a la puerta, la abrió y pasó ella primero, tirando de Rodolphe tras de sí. Una vez dentro le soltó la mano y cerró la puerta, dejando la habitación en un silencio asombroso y casi imposible en un lugar así. Frente a ellos se encontraba la cama, con dosel pero sin cortinas a los lados. Las sábanas eran blancas y estaban cubiertas por una colcha de un tono beige. Junto al cabecero, dos mesillas de noche, y frente a todo ello, el tocador de Nora con un espejo ovalado en el centro. Una cómoda, una mesa con una sola silla y un pequeño sillón eran el resto del mobiliario del lugar, ocupado sólo por lo estrictamente necesario.
—Deme esto —dijo con suavidad.
Cogió el sombrero de copa y el abrigo de sus manos y se acercó a la puerta para colgar ambos en un perchero que había al lado. Después volvió a su lado, quedándose frente a él. Era increíble lo insensible que podía volver alguien que había vivido en aquel ambiente toda su vida. Cuando miraba al hombre no veía más que eso, un hombre. Sabía bien lo que tenía que hacer. Puede que no con él, no lo conocía aún, pero no dudaba de que ya iría aprendiendo lo que había venido a buscar. Porque sí, no todos buscaban lo mismo en ellas. Nora había llegado a pasar las horas charlando con un hombre que había enviudado hacía poco y se sentía sólo en la casa que había compartido con su señora esposa. Sólo eso, hablar.
Volvió a cogerle de la mano, esta vez para llevarle hasta el borde de la cama. Le indicó que se sentara, mientras que ella se quedó de pie. Tomó aire profundamente y se relamió los labios ligeramente, sólo para humedecerlos. Después, se miró el escote del vestido que llevaba. Agarró uno de los extremos del lazo que lo mantenía sujeto y estiró de él, aflojando así la prenda. Iba a seguir soltándolo cuando se paró en seco. Levantó la mirada, clavando sus ojos castaños en los de Rodolphe.
—¿Quiere que siga yo? —Sonrió de medio lado. Quizá quería hacerlo él mismo, que también los había. O puede que quisiera tenerla vestida. Había tantos fetiches como personas en el mundo.
Nora Salazar- Prostituta Clase Media
- Mensajes : 70
Fecha de inscripción : 20/09/2016
Re: Bonsoir, monsieur {Rodolphe Dampierre | +18}
La prostituta que me había tocado me guío por los pasillos del burdel, tras una cortina. Tras ella se encontraban lo que debían de ser las habitaciones en las que las chicas satisfacían a sus clientes con todo tipo de fantasías, por muy raras y extrañas que estas fueran. El pasillo era acogedor, con cuadros en cada hueco de la pared, con mesas con flores y velas para hacer esto algo más acogedor de lo que en sí era. Supongo que para que las prostitutas no anhelasen un trabajo mejor, o una vida nueva.
Nora abrió la puerta de la que debía ser su habitación, tiró de mi levemente, hasta que ambos estuvimos dentro. La habitación no estaba mal, era amplia y con todo lo necesario para que el cliente y la prostituta estuviesen cómodos. Me quedé quieto en el centro de la habitación, dándole a Nora mi sombrero y el abrigo, los cuales colocó en el perchero que estaba al lado de la puerta que segundos antes había cerrado. Volvió a colocarse a mi lado, mirándome con una mirada decidida, sabía lo que tenía que hacer, sabía como complacer hasta a los hombres más excéntricos.
Volvió a cogerme de la mano, hasta que mis rodillas chocaron contra el borde de la cama, donde me quedé sentado. Ella siguió de pie. Comenzó a aflojarse la prenda que cubría su cuerpo despacio, hasta que se paró, clavando sus ojos castaños en los míos, igual de castaños, pero más profundos. Me preguntó si quería seguir desatándoselo yo. Negué con la cabeza y mantuve mis ojos en su escote. Lo tenía bonito, pero sería sin duda más bonito verlo sin ninguna prenda que lo tapase. —Sigue tú. Para eso te pago. Después, desnúdame a mí. — Yo no era un hombre que complacía a las cortesanas, si alguna se quedaba satisfecha con mis habilidades era algo secundario. Yo era lo primordial, yo debía de ser el que disfrutase y al que hacían disfrutar, para eso pagaba estas cuantiosas sumas de dinero. Desconocía como iba a darse este encuentro con la morena, esperaba que aguantase bastante mis peculiares métodos sexuales, era alguien difícil de satisfacer… Tenía que estar a la altura de mí.
Nora abrió la puerta de la que debía ser su habitación, tiró de mi levemente, hasta que ambos estuvimos dentro. La habitación no estaba mal, era amplia y con todo lo necesario para que el cliente y la prostituta estuviesen cómodos. Me quedé quieto en el centro de la habitación, dándole a Nora mi sombrero y el abrigo, los cuales colocó en el perchero que estaba al lado de la puerta que segundos antes había cerrado. Volvió a colocarse a mi lado, mirándome con una mirada decidida, sabía lo que tenía que hacer, sabía como complacer hasta a los hombres más excéntricos.
Volvió a cogerme de la mano, hasta que mis rodillas chocaron contra el borde de la cama, donde me quedé sentado. Ella siguió de pie. Comenzó a aflojarse la prenda que cubría su cuerpo despacio, hasta que se paró, clavando sus ojos castaños en los míos, igual de castaños, pero más profundos. Me preguntó si quería seguir desatándoselo yo. Negué con la cabeza y mantuve mis ojos en su escote. Lo tenía bonito, pero sería sin duda más bonito verlo sin ninguna prenda que lo tapase. —Sigue tú. Para eso te pago. Después, desnúdame a mí. — Yo no era un hombre que complacía a las cortesanas, si alguna se quedaba satisfecha con mis habilidades era algo secundario. Yo era lo primordial, yo debía de ser el que disfrutase y al que hacían disfrutar, para eso pagaba estas cuantiosas sumas de dinero. Desconocía como iba a darse este encuentro con la morena, esperaba que aguantase bastante mis peculiares métodos sexuales, era alguien difícil de satisfacer… Tenía que estar a la altura de mí.
Rodolphe Dampierre- Humano Clase Alta
- Mensajes : 38
Fecha de inscripción : 21/10/2016
Re: Bonsoir, monsieur {Rodolphe Dampierre | +18}
La negativa a seguir siendo desnudada por él fue clara y concisa. Él estaba ahí para dejarse hacer, no para preocuparse de si ella estaba cómoda, o de si lo pasaba bien. Nora asintió, agachando la mirada otra vez al lazo. Al final, aquellos hombres eran los que menos trabajo le suponían a la morena. Por lo general, tenían muy claro lo que querían y no dudaban ni un solo momento en hacérselo saber. No estaban para perder el tiempo, querían acciones rápidas, ir al grano. El otro tipo de hombres que conocía ella, aquellos a los que llamaba “indecisos”, buscaban algo más que el placer carnal, y prácticamente ninguno tenía muy claro que pedirle. Tenía que ser la propia Nora la que tenía que ir averiguando que era lo que más les gustaba. Eso implicaba más tiempo y más desempeño, pero también menos implicación. Se conformaban con menos.
Agarró la zona central del lazo, la que estaba entrelazada, y fue tirando de ella poco a poco, aflojándolo hasta que el cuello quedó lo suficientemente suelto para poder sacárselo. Agarró ambas partes del escote y lo llevó hasta los hombros. Los agitó con pequeños movimientos hacia delante y hacia detrás para ayudar a que comenzara a caer, y tras esos pequeños gestos, el vestido cayó deslizándose por los brazos. Se quedó atascado en las caderas de Nora, pero otra pequeña ayuda de sus manos permitió que cayera al suelo de manera pesada. No llevaba nada debajo y la desnudez repentina le erizó el vello del cuerpo e hizo que sus pezones se endurecieran.
Sólo le hicieron falta un par de pasos para llegar hasta la cama, donde Rodolphe esperaba sentado. Alargó ambas manos hasta el primer botón de la camisa y una vez que lo hubo desabrochado se acercó hasta sentarse sobre sus piernas. Pasó una pierna a cada lado de las caderas del hombre y apoyó las rodillas en la cama, mientras seguía desabrochado botones. Todavía a horcajadas, abrió la camisa de un modo similar a como lo había hecho con su vestido, pero esta vez llevó las manos a lo largo de los brazos en una suave caricia, empujando la prenda hasta que se la quitó completamente. La dejó a un lado y se quedó mirando el pecho del hombre antes de continuar. Desconocía su edad, pero no parecía que se conservara mal.
Después, apoyó las manos en su torso y lo empujó con delicadeza para obligarle a que se tumbara en la cama. Desabrochó el pantalón con maestría, eran incontables las veces que había tenido que hacerlo. Lo deslizó por la piernas del hombre hasta que quedó arrugado en los tobillos y, tras agacharse para terminar de quitárselos, volvió a sentarse sobre las piernas de él, imitando la postura de hacía tan sólo unos segundos. Echó su larga melena hacia atrás y arqueó la espalda, exponiendo de manera inevitable sus senos. Acto seguido, inclinó el cuerpo y apoyó las manos a ambos lados del de Rodolphe. Con movimientos felinos, fue gateando hasta que su rostro quedó a la altura del ajeno. La melena caía como una cortina a un lado de su cabeza, rozando la cama a su paso.
—Usted dirá, monsieur —susurró—. Dígame qué busca, cómo quiere que le complazca. —Se mordió el labio inferior y desvió la mirada hacia los de Rodolphe—. Cualquier cosa que quiera, pídamela.
Aquello que acababa de hacer era, sin duda, algo arriesgado. Desconocía los gustos de su cliente; bien podía gustarle lo tranquilo y pausado como prácticas menos ortodoxas. Le dejaba vía libre con ella, fuera lo que fuera lo que estaría buscando. Él lo había dejado claro: había pagado por ella, y la morena se haría valer por cada franco que había gastado aquella noche. Y si, además, el hombre dejaba alguna propina por su buen hacer, bueno... eso de más que ganaría.
Agarró la zona central del lazo, la que estaba entrelazada, y fue tirando de ella poco a poco, aflojándolo hasta que el cuello quedó lo suficientemente suelto para poder sacárselo. Agarró ambas partes del escote y lo llevó hasta los hombros. Los agitó con pequeños movimientos hacia delante y hacia detrás para ayudar a que comenzara a caer, y tras esos pequeños gestos, el vestido cayó deslizándose por los brazos. Se quedó atascado en las caderas de Nora, pero otra pequeña ayuda de sus manos permitió que cayera al suelo de manera pesada. No llevaba nada debajo y la desnudez repentina le erizó el vello del cuerpo e hizo que sus pezones se endurecieran.
Sólo le hicieron falta un par de pasos para llegar hasta la cama, donde Rodolphe esperaba sentado. Alargó ambas manos hasta el primer botón de la camisa y una vez que lo hubo desabrochado se acercó hasta sentarse sobre sus piernas. Pasó una pierna a cada lado de las caderas del hombre y apoyó las rodillas en la cama, mientras seguía desabrochado botones. Todavía a horcajadas, abrió la camisa de un modo similar a como lo había hecho con su vestido, pero esta vez llevó las manos a lo largo de los brazos en una suave caricia, empujando la prenda hasta que se la quitó completamente. La dejó a un lado y se quedó mirando el pecho del hombre antes de continuar. Desconocía su edad, pero no parecía que se conservara mal.
Después, apoyó las manos en su torso y lo empujó con delicadeza para obligarle a que se tumbara en la cama. Desabrochó el pantalón con maestría, eran incontables las veces que había tenido que hacerlo. Lo deslizó por la piernas del hombre hasta que quedó arrugado en los tobillos y, tras agacharse para terminar de quitárselos, volvió a sentarse sobre las piernas de él, imitando la postura de hacía tan sólo unos segundos. Echó su larga melena hacia atrás y arqueó la espalda, exponiendo de manera inevitable sus senos. Acto seguido, inclinó el cuerpo y apoyó las manos a ambos lados del de Rodolphe. Con movimientos felinos, fue gateando hasta que su rostro quedó a la altura del ajeno. La melena caía como una cortina a un lado de su cabeza, rozando la cama a su paso.
—Usted dirá, monsieur —susurró—. Dígame qué busca, cómo quiere que le complazca. —Se mordió el labio inferior y desvió la mirada hacia los de Rodolphe—. Cualquier cosa que quiera, pídamela.
Aquello que acababa de hacer era, sin duda, algo arriesgado. Desconocía los gustos de su cliente; bien podía gustarle lo tranquilo y pausado como prácticas menos ortodoxas. Le dejaba vía libre con ella, fuera lo que fuera lo que estaría buscando. Él lo había dejado claro: había pagado por ella, y la morena se haría valer por cada franco que había gastado aquella noche. Y si, además, el hombre dejaba alguna propina por su buen hacer, bueno... eso de más que ganaría.
Nora Salazar- Prostituta Clase Media
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Re: Bonsoir, monsieur {Rodolphe Dampierre | +18}
Tras decirle que siguiera desnudándose ella sola, mis ojos se centraron en ver las partes de piel que el vestido dejaba a la vista conforme bajaba por su cuerpo. Su cuello, sus pechos, su vientre, su sexo y para terminar, sus piernas. Era una vista más agradable de lo que me había esperado, últimamente a los burdeles que iba me daban chicas que eran como palos. A mi me gustaba que hubiera donde agarrar, aunque Nora era delgada, tenía unas caderas que harían perder la cordura al hombre más cuerdo de la tierra. Sus pezones se endurecieron por el cambio de temperatura y una sonrisa apareció en mi cara. Creo que era la primera vez que sonreía hoy.
Ahora era mi turno, teníamos que quedar ambos en igualdad de condiciones, aunque a los hombres, con bajarnos un poco el pantalón para poder sacar nuestro miembro nos valía. Nora recorrió el espacio que había desde el sitio en el que estaba hasta donde me encontraba. Comenzó a desabrocharme el botón de la camisa, para después sentarse sobre mis piernas, mirando hacia mí. Continuó con el desabrochamiento de botones hasta que no quedó ninguno y mi pecho quedó expuesto. Acarició mis brazos para poder quitármela con delicadeza y la dejó a un lado. Me daba igual si mi aspecto le gustaba o no lo que estaba viendo, al menos no era un barón obeso.
Me obligó a tumbarme en la cama para que ella quedase encima de mí, desabrochó el pantalón muy rápido, se notó la experiencia en sus manos. A mi mujer siempre le había costado desatarlo, aunque quizás fuese solamente una excusa para tardar más en que la follase. El pantalón desapareció tan pronto como la camisa. Nora se sentó sobre mi cuerpo y dejó que viese de cerca sus pechos. Turgentes y redondos. Volví a sonreír, aunque quizás para ella resultó una mueca. Gateó por mi cuerpo hasta que nuestras caras quedaron a la altura.
Escuché sus palabras y me incliné, quedando aún más cerca de ella. —¿Qué tal si me enseñas como se te da la boca? — Esta vez, la sonrisa era más amplia, mi miembro estaba algo erecto, pero necesitaba aún mucho más para poder ponerse duro. Si era buena con la boca, eso llegaría en un santiamén. Si no, probaría otros métodos, métodos que no le iban a gustar en absoluto.
Ahora era mi turno, teníamos que quedar ambos en igualdad de condiciones, aunque a los hombres, con bajarnos un poco el pantalón para poder sacar nuestro miembro nos valía. Nora recorrió el espacio que había desde el sitio en el que estaba hasta donde me encontraba. Comenzó a desabrocharme el botón de la camisa, para después sentarse sobre mis piernas, mirando hacia mí. Continuó con el desabrochamiento de botones hasta que no quedó ninguno y mi pecho quedó expuesto. Acarició mis brazos para poder quitármela con delicadeza y la dejó a un lado. Me daba igual si mi aspecto le gustaba o no lo que estaba viendo, al menos no era un barón obeso.
Me obligó a tumbarme en la cama para que ella quedase encima de mí, desabrochó el pantalón muy rápido, se notó la experiencia en sus manos. A mi mujer siempre le había costado desatarlo, aunque quizás fuese solamente una excusa para tardar más en que la follase. El pantalón desapareció tan pronto como la camisa. Nora se sentó sobre mi cuerpo y dejó que viese de cerca sus pechos. Turgentes y redondos. Volví a sonreír, aunque quizás para ella resultó una mueca. Gateó por mi cuerpo hasta que nuestras caras quedaron a la altura.
Escuché sus palabras y me incliné, quedando aún más cerca de ella. —¿Qué tal si me enseñas como se te da la boca? — Esta vez, la sonrisa era más amplia, mi miembro estaba algo erecto, pero necesitaba aún mucho más para poder ponerse duro. Si era buena con la boca, eso llegaría en un santiamén. Si no, probaría otros métodos, métodos que no le iban a gustar en absoluto.
Rodolphe Dampierre- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 21/10/2016
Re: Bonsoir, monsieur {Rodolphe Dampierre | +18}
Parecía que había pasado el primer examen. Nada más quedar desnuda, una sonrisa surcó el rostro del hombre, lo que le indujo a pensar que no le desagradaba su físico. Y si lo hacía, desde luego, no mostró ninguna mueca de asco ni salió a pedir que la cambiaran por otra. Eso era bueno para ella, al menos de momento.
Esperó pacientemente a que él dijera por dónde comenzar. No se atrevía a intentar complacerle por sí misma, no hasta que no se lo pidiera expresamente. Rodolphe se inclinó hacia delante, dejando su rostro cerca del de ella. Le miró a los ojos, de un tono parecido a los de Nora pero mucho más serios y profundos. Le dejaron claro que aquel hombre no estaba para bromas, y que más le valía ser esa buena chica que Madame Moreau presumía de tener en su burdel. Nunca jamás había tenido que negarse a hacer algo, y esperaba que aquella vez no fuera la excepción. Estar en presencia de Rodolphe le producía cierto respeto.
—Claro. —Sonrió de medio lado—. ¿Por qué no se pone cómodo?
Ahuecó los cojines de la cama, invitándole a que se tumbara sobre ellos. Ella, mientras tanto, fue recorriendo el camino que había andado hacía un momento hasta que quedó sentada sobre la cama y con la cabeza a la altura de la entrepierna de él. La miró un momento y tragó saliva. Había empezado a endurecerse, probablemente por la visión de ella desnuda, pero con eso no llegarían a ninguna parte.
Sin demorar más el momento, Nora sujetó su melena, la retorció y la echó hacia atrás sobre su espalda, para que le molestara lo menos posible. Después agachó el cuerpo y levantó el miembro con la ayuda de una mano. Comenzó a lamer desde la base, subiendo hasta la punta y regocijándose en ella mientras la mano lo masajeaba arriba y abajo suavemente. Empezó a introducirlo en su boca tanto como se lo permitía su garganta y continuó los movimientos que había empezado con la mano, esta vez ayudándose también de sus labios y su lengua. Podía notar como el miembro se iba endureciendo en la medida en la que lo acariciaba. Se permitió un segundo para levantar la mirada hacia el rostro de Rodolphe, buscando algún tipo de señal que le dijera si lo que hacía le estaba gustando.
En una de las veces que llegó a la punta se quedó ahí, envolviendola con los labios y ejerciendo una ligera presión, como si la abrazara. Succionó un poco y se separó un par de milímetros sin dejar de masajearla con la mano. Volvió a posar la lengua en la punta y la fue deslizando hacia la base, en sentido contrario al que había comenzado.
Una vez ahí volvió a succionar y llevó sus labios hasta la punta de nuevo, donde jugueteó con su lengua, descubriendo cada forma y cada pliegue de la piel. Esperaba más instrucciones por parte de él, si las había. Si no, terminaría su trabajo solo con su boca, aunque eso le supusiera un tremendo dolor de mandíbula.
Esperó pacientemente a que él dijera por dónde comenzar. No se atrevía a intentar complacerle por sí misma, no hasta que no se lo pidiera expresamente. Rodolphe se inclinó hacia delante, dejando su rostro cerca del de ella. Le miró a los ojos, de un tono parecido a los de Nora pero mucho más serios y profundos. Le dejaron claro que aquel hombre no estaba para bromas, y que más le valía ser esa buena chica que Madame Moreau presumía de tener en su burdel. Nunca jamás había tenido que negarse a hacer algo, y esperaba que aquella vez no fuera la excepción. Estar en presencia de Rodolphe le producía cierto respeto.
—Claro. —Sonrió de medio lado—. ¿Por qué no se pone cómodo?
Ahuecó los cojines de la cama, invitándole a que se tumbara sobre ellos. Ella, mientras tanto, fue recorriendo el camino que había andado hacía un momento hasta que quedó sentada sobre la cama y con la cabeza a la altura de la entrepierna de él. La miró un momento y tragó saliva. Había empezado a endurecerse, probablemente por la visión de ella desnuda, pero con eso no llegarían a ninguna parte.
Sin demorar más el momento, Nora sujetó su melena, la retorció y la echó hacia atrás sobre su espalda, para que le molestara lo menos posible. Después agachó el cuerpo y levantó el miembro con la ayuda de una mano. Comenzó a lamer desde la base, subiendo hasta la punta y regocijándose en ella mientras la mano lo masajeaba arriba y abajo suavemente. Empezó a introducirlo en su boca tanto como se lo permitía su garganta y continuó los movimientos que había empezado con la mano, esta vez ayudándose también de sus labios y su lengua. Podía notar como el miembro se iba endureciendo en la medida en la que lo acariciaba. Se permitió un segundo para levantar la mirada hacia el rostro de Rodolphe, buscando algún tipo de señal que le dijera si lo que hacía le estaba gustando.
En una de las veces que llegó a la punta se quedó ahí, envolviendola con los labios y ejerciendo una ligera presión, como si la abrazara. Succionó un poco y se separó un par de milímetros sin dejar de masajearla con la mano. Volvió a posar la lengua en la punta y la fue deslizando hacia la base, en sentido contrario al que había comenzado.
Una vez ahí volvió a succionar y llevó sus labios hasta la punta de nuevo, donde jugueteó con su lengua, descubriendo cada forma y cada pliegue de la piel. Esperaba más instrucciones por parte de él, si las había. Si no, terminaría su trabajo solo con su boca, aunque eso le supusiera un tremendo dolor de mandíbula.
Nora Salazar- Prostituta Clase Media
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Re: Bonsoir, monsieur {Rodolphe Dampierre | +18}
La cortesana no dijo nada, alguna que otra muchacha se había negado a hacer alguna de mis prácticas, lo que le había provocado unos cuantos azotes con el cinturón. ¿Quienes eran ellas para negarse a mí? Por lo que pagaba por ellas, debían de ser capaces de traerme la luna si se lo pedía. Ella parecía ser de esas chicas a las que le gustaba tener contentos a los clientes para así, llevarse un buen pellizco de francos.
Me acomodé sobre los almohadones que me había preparado y me quedé tumbado por completo, aunque me apoyé sobre mis brazos y alcé un poco el tronco para poder verla mejor. Me gustaba ver un poco como hacían su trabajo, hasta que me veía obligado a cerrar los ojos por el placer que me producía su cuerpo. Nora comenzó a echarse el pelo a un lado, mi cuerpo comenzó a tensarse levemente, anticipándome a lo que se avecinaba. Y ahí empecé a notar su lengua sobre mi base y desde esta, hasta la punta. Dejé escapar un escaso gemido, y coloqué mi mano sobre su cabeza, así podía empujarla un poco para que se la introdujera más adentro de su boca.
Notaba como mi miembro ya estaba por completo erecto, me dejé caer en la cama con los ojos cerrados mientras mi mano seguía guiándola hacía dentro o hacía fuera. Dejé que siguiera durante un poco más de tiempo, pero no iba a dejar que me viniera en su boca, quería disfrutar un poco más de su cuerpo. —Para.— Le hice saber que ya había tenido suficiente con su boca. Me lavanté de la cama y la coloqué a ella a cuatro patas sobre la cama. —Ahora viene lo mejor, señorita.— Una sonrisa ladina apareció en mi cara. Mis dedos recorrieron su sexo e introduje uno dentro, estaba húmeda, pero necesitaba estarlo más. Si su cuerpo no colaboraba, me haría daño a mí también.
Tras lubricarla con mi mano, acerqué mi miembro y lo introduje. Me agarré a sus caderas y empecé a darle pequeñas embestidas, para después, comenzar a hacerle las embestidas más rápidas, notando como todo mi cuerpo chocaba contra el suyo.
Me acomodé sobre los almohadones que me había preparado y me quedé tumbado por completo, aunque me apoyé sobre mis brazos y alcé un poco el tronco para poder verla mejor. Me gustaba ver un poco como hacían su trabajo, hasta que me veía obligado a cerrar los ojos por el placer que me producía su cuerpo. Nora comenzó a echarse el pelo a un lado, mi cuerpo comenzó a tensarse levemente, anticipándome a lo que se avecinaba. Y ahí empecé a notar su lengua sobre mi base y desde esta, hasta la punta. Dejé escapar un escaso gemido, y coloqué mi mano sobre su cabeza, así podía empujarla un poco para que se la introdujera más adentro de su boca.
Notaba como mi miembro ya estaba por completo erecto, me dejé caer en la cama con los ojos cerrados mientras mi mano seguía guiándola hacía dentro o hacía fuera. Dejé que siguiera durante un poco más de tiempo, pero no iba a dejar que me viniera en su boca, quería disfrutar un poco más de su cuerpo. —Para.— Le hice saber que ya había tenido suficiente con su boca. Me lavanté de la cama y la coloqué a ella a cuatro patas sobre la cama. —Ahora viene lo mejor, señorita.— Una sonrisa ladina apareció en mi cara. Mis dedos recorrieron su sexo e introduje uno dentro, estaba húmeda, pero necesitaba estarlo más. Si su cuerpo no colaboraba, me haría daño a mí también.
Tras lubricarla con mi mano, acerqué mi miembro y lo introduje. Me agarré a sus caderas y empecé a darle pequeñas embestidas, para después, comenzar a hacerle las embestidas más rápidas, notando como todo mi cuerpo chocaba contra el suyo.
Rodolphe Dampierre- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 21/10/2016
Re: Bonsoir, monsieur {Rodolphe Dampierre | +18}
Siguió jugueteando con su miembro todavía durante un rato más. La mano de Rodolphe reposaba sobre su cabeza, empujándola y haciendo que lo introdujera más en su boca. Procuró que no le sobrevinieran arcadas, no sería la primera vez que lo llevaba muy atrás en su garganta. Sobre todo al principio, cuando comenzó a realizar ese tipo de trabajos. Era difícil dar el placer que ellos buscaban sin morir en el intento, y en sus primeros años estuvo a punto de vomitar más de una vez. Por suerte, nunca lo hizo sobre el cuerpo del hombre con el que estuviera, pero sí al dejarle. Con el tiempo y la práctica aprendió a conocer su cuerpo al milímetro, sabiendo perfectamente dónde tenía los límites y cómo hacer que se cumplieran, aunque esto último no solía ser tan fácil.
En un momento dado él le pidió que parara. Sacó el miembro de su boca y se limpió los labios con el dorso de la mano, esperando lo siguiente que tuviera que hacer. Siguió con la mirada cada movimiento de Rodolphe, desde que se levantó hasta que se quedó a su lado. La agarró de las caderas y la puso de espaldas a él, con las rodillas y las manos apoyadas sobre la cama, dejando su sexo completamente al descubierto. En esa postura no podía verle, pero sí oírle. Cerró los ojos esperando sentir las primeras embestidas. Dolerían, estaba segura, ella todavía no estaba lista. Quizá tenía que haber sido ella la que se hubiera preparado, los hombres no solían molestarse en hacer algo así. Aguantó la respiración, como si aquello mitigara el dolor, y se preparó para recibir su miembro dentro de ella.
Lo que sintió, sin embargo, fueron sus dedos acariciando su sexo y después como introducía uno de ellos, palpándola. Parecía que él iba a tener la decencia de hacer lo que se suponía que debía hacer. Puede que sólo lo hiciera en su propio beneficio, para que el sexo fuera más placentero, pero le daba igual. Lo que le importaba a Nora es que la quería húmeda y que iba a trabajar para conseguirlo.
El primer roce le hizo lanzar un gemido corto, producido más por lo repentino del toque que por el placer que pudo darle, pero en la medida en la que la preparaba, los gemidos iban subiendo en intensidad y frecuencia. Cerró los ojos y se dejó hacer, arqueando la espalda y ofreciéndose más a él. Dobló los brazos agachando el torso hacia la cama, una postura que le ayudaba a mantener las piernas firmemente clavadas en el colchón. No tenía tanta fuerza en los brazos como para mantenerse a cuatro patas continuamente. La humedad iba creciendo y, llegados a un punto, Rodolphe apartó los dedos. Nora hubiera preferido que siguiera un poco más, pero no estaba en condiciones de pedir. Si duraba lo suficiente, quizá llegara a tener un orgasmo.
Las primeras embestidas fueron suaves, como si estuviera realizando una especie de presentación entre los dos cuerpos. Los gemidos de él apenas eran gruñidos guturales; los de ella, en cambio, eran impúdicos, no muy altos pero extrañamente reales. En la medida en la que Rodolphe aumentaba la velocidad, Nora sentía como crecían tanto la humedad como el calor de su vientre, que se expandía hacia todas las direcciones. Su cuerpo se movía al son del de él, hacia delante y hacia atrás, intensificando el roce y las sensaciones que éste le producía.
Con la colcha de la cama agarrada firmemente en una mano y la respiración agitada y entrecortada, se preguntó si sólo la poseería en aquella postura o si le daría la oportunidad de demostrarle qué otras cosas sabía hacer. Si le dejaba, estaba segura de que conseguiría hacer de aquella una noche entretenida… para ambos.
—Deme la vuelta —le pidió—. Por favor.
En un momento dado él le pidió que parara. Sacó el miembro de su boca y se limpió los labios con el dorso de la mano, esperando lo siguiente que tuviera que hacer. Siguió con la mirada cada movimiento de Rodolphe, desde que se levantó hasta que se quedó a su lado. La agarró de las caderas y la puso de espaldas a él, con las rodillas y las manos apoyadas sobre la cama, dejando su sexo completamente al descubierto. En esa postura no podía verle, pero sí oírle. Cerró los ojos esperando sentir las primeras embestidas. Dolerían, estaba segura, ella todavía no estaba lista. Quizá tenía que haber sido ella la que se hubiera preparado, los hombres no solían molestarse en hacer algo así. Aguantó la respiración, como si aquello mitigara el dolor, y se preparó para recibir su miembro dentro de ella.
Lo que sintió, sin embargo, fueron sus dedos acariciando su sexo y después como introducía uno de ellos, palpándola. Parecía que él iba a tener la decencia de hacer lo que se suponía que debía hacer. Puede que sólo lo hiciera en su propio beneficio, para que el sexo fuera más placentero, pero le daba igual. Lo que le importaba a Nora es que la quería húmeda y que iba a trabajar para conseguirlo.
El primer roce le hizo lanzar un gemido corto, producido más por lo repentino del toque que por el placer que pudo darle, pero en la medida en la que la preparaba, los gemidos iban subiendo en intensidad y frecuencia. Cerró los ojos y se dejó hacer, arqueando la espalda y ofreciéndose más a él. Dobló los brazos agachando el torso hacia la cama, una postura que le ayudaba a mantener las piernas firmemente clavadas en el colchón. No tenía tanta fuerza en los brazos como para mantenerse a cuatro patas continuamente. La humedad iba creciendo y, llegados a un punto, Rodolphe apartó los dedos. Nora hubiera preferido que siguiera un poco más, pero no estaba en condiciones de pedir. Si duraba lo suficiente, quizá llegara a tener un orgasmo.
Las primeras embestidas fueron suaves, como si estuviera realizando una especie de presentación entre los dos cuerpos. Los gemidos de él apenas eran gruñidos guturales; los de ella, en cambio, eran impúdicos, no muy altos pero extrañamente reales. En la medida en la que Rodolphe aumentaba la velocidad, Nora sentía como crecían tanto la humedad como el calor de su vientre, que se expandía hacia todas las direcciones. Su cuerpo se movía al son del de él, hacia delante y hacia atrás, intensificando el roce y las sensaciones que éste le producía.
Con la colcha de la cama agarrada firmemente en una mano y la respiración agitada y entrecortada, se preguntó si sólo la poseería en aquella postura o si le daría la oportunidad de demostrarle qué otras cosas sabía hacer. Si le dejaba, estaba segura de que conseguiría hacer de aquella una noche entretenida… para ambos.
—Deme la vuelta —le pidió—. Por favor.
Nora Salazar- Prostituta Clase Media
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Re: Bonsoir, monsieur {Rodolphe Dampierre | +18}
Desconocía si otros hombres lubricaban a las mujeres con las que estaban teniendo relaciones sexuales, desconocía si se lo hacían a las prostitutas que les brindaban una noche de placer que solamente se lo proporcionarían porque no tenían de otra, porque estaban atadas a nuestro dinero. Si la vagina de una hembra no estaba lubricada, nuestro miembro sufría también daños, al igual que lo de ella. No me gustaba notar dolor en mi miembro, me gustaba que deslizase, que se sintiera bien. Por eso mis manos trabajaron con ella el tiempo que creí necesario. Ni más ni menos. Poco me importaba el placer que ella estuviera obteniendo.
Las embestidas fueron en aumento, podía ver como su espalda se encorvaba un poco y como los gemidos de ella salían de entre sus labios. Muchas otras antes que ella habían gemido así, habían gemido en tonos más altos o incluso no lo habían hecho, haciendo del acto algo aburrido. Me agradaba escucharla gemir de esta forma, al igual que mis leves gruñidos, salían de mi garganta. Sujeté con más firmeza sus caderas, haciendo que la penetración fuese más profunda, hasta llenarla al completo con mi cuerpo.
Pero aún quería más de ella. No me estaba quedando del todo a gusto. Sujeté su pelo con mi mano, enredándolo en esta para así poder elevarla un poco, haciendo que su espalda tocase con mi torso. Las penetraciones continuaron, pero no tan fuertes, no quería hacerme daño. Ahora podía sentirla más apretada que antes, la sensación de placer aumentó y decidí dejar un pequeño mordisco en su cuello.
Nora habló, quería que le diese la vuelta. Apreté los labios, aún cerca de su oído. Paré las penetraciones y salí de su interior, para dejar que se diese la vuelta, como me había pedido. No solía hacerles caso, pero cuanto mejor tratabas a una mujer, más complaciente se volvía en la cama. La miré completamente erguido en el suelo, con el miembro en alto. —¿Quieres poder mirarme a la cara mientras te follo?— Pregunté y acaricié mi miembro mientras la miraba, no quería que se me bajase la erección por estar perdiendo el tiempo hablando con ella.
Las embestidas fueron en aumento, podía ver como su espalda se encorvaba un poco y como los gemidos de ella salían de entre sus labios. Muchas otras antes que ella habían gemido así, habían gemido en tonos más altos o incluso no lo habían hecho, haciendo del acto algo aburrido. Me agradaba escucharla gemir de esta forma, al igual que mis leves gruñidos, salían de mi garganta. Sujeté con más firmeza sus caderas, haciendo que la penetración fuese más profunda, hasta llenarla al completo con mi cuerpo.
Pero aún quería más de ella. No me estaba quedando del todo a gusto. Sujeté su pelo con mi mano, enredándolo en esta para así poder elevarla un poco, haciendo que su espalda tocase con mi torso. Las penetraciones continuaron, pero no tan fuertes, no quería hacerme daño. Ahora podía sentirla más apretada que antes, la sensación de placer aumentó y decidí dejar un pequeño mordisco en su cuello.
Nora habló, quería que le diese la vuelta. Apreté los labios, aún cerca de su oído. Paré las penetraciones y salí de su interior, para dejar que se diese la vuelta, como me había pedido. No solía hacerles caso, pero cuanto mejor tratabas a una mujer, más complaciente se volvía en la cama. La miré completamente erguido en el suelo, con el miembro en alto. —¿Quieres poder mirarme a la cara mientras te follo?— Pregunté y acaricié mi miembro mientras la miraba, no quería que se me bajase la erección por estar perdiendo el tiempo hablando con ella.
Rodolphe Dampierre- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 21/10/2016
Re: Bonsoir, monsieur {Rodolphe Dampierre | +18}
Siguió embistiéndola un rato más, agarrándola de manera más firme y entrando cada vez más adentro de ella. Los gemidos de Nora iban aumentando en volumen, mientras que la mano que aferraba la colcha se cerraba con más fuerza. Los músculos de todo su cuerpo estaban en tensión salvo por sus caderas, que se movían al son de las de él buscando el máximo placer. Notó como le sujetaba el pelo para tirar de ella. Con ayuda de sus brazos se levantó para evitar el tirón en el cuero cabelludo hasta que su espalda chocó contra el pecho de Rodolphe.
En aquella postura le sentía de manera mucho más intensa, a pesar de que las embestidas habían disminuido de ritmo. Algo que agradeció, francamente. Hasta ese momento, todo lo que él hacía en su beneficio era también en el de Nora. Estaba claro que no lo hacía por ella, pero era algo de lo que la prostituta se pensaba aprovechar. Le gustara o no, tenía que acostarse con él. Si podía sacar provecho y pasar un buen rato, mejor que pasar uno malo. Echó la cabeza hacia atrás, reposándola en el hombro de él. En ese momento recibió un mordisco en su cuello que la excitó, haciéndola soltar un grito. Bajó su mano hasta su sexo y lo comenzó a acariciar mientras las embestidas seguían a su ritmo, aumentando el placer.
Cuando le pidió que le diera la vuelta no esperaba que le hiciera caso, pero se confundió. Una vez que salió de ella, giró su rostro para mirarle, un poco sorprendida al principio. Después se dio la vuelta, quedando sentada y con las piernas un poco separadas, mirándole directamente a los ojos.
Su respuesta fue escueta y directa.
—Sí —dijo, con la voz grave. Se irguió y se arrastró por el lecho hasta quedar sentada en el borde de la cama. Cogió el miembro con su mano y le relevó en el movimiento, masajeándolo ella para mantener la erección—. Pero no aquí.
Antes de levantarse lamió la punta un par de veces y lo introdujo en su boca para compensar el rato que había estado de pie esperándola. Después estiró las piernas, quedando frente a él sin dejar de mantener la erección con la mano. La otra la posó en la cadera del hombre y le guió de camino a la mesa hasta que su espalda chocó contra el borde de madera. Entonces, subió primero una nalga, después la otra, y una vez estuvo bien apoyada separó las piernas. Sentía su sexo palpitante, esperando volver a recibirle bien dentro de ella. Le acercó con la mano que tenía en su cadera y cuando estuvo lo suficientemente cerca, enredó las piernas en torno a las de Rodolphe y apretó el nudo hasta que volvió a llenarla por completo.
Soltó ambas manos y se apoyó en la superficie, quedando un poco echada para atrás. El nudo de sus piernas impedía que se separara mucho de él, consiguiendo penetraciones más profundas y placenteras. Sus pechos se agitaban arriba y abajo con el balanceo de caderas; su cabeza un poco caída hacia atrás, estirando la garganta, y sus ojos cerrados que pronto abrió. Los fijó en los de él, mirándole, tal y como le había dicho que haría.
En aquella postura le sentía de manera mucho más intensa, a pesar de que las embestidas habían disminuido de ritmo. Algo que agradeció, francamente. Hasta ese momento, todo lo que él hacía en su beneficio era también en el de Nora. Estaba claro que no lo hacía por ella, pero era algo de lo que la prostituta se pensaba aprovechar. Le gustara o no, tenía que acostarse con él. Si podía sacar provecho y pasar un buen rato, mejor que pasar uno malo. Echó la cabeza hacia atrás, reposándola en el hombro de él. En ese momento recibió un mordisco en su cuello que la excitó, haciéndola soltar un grito. Bajó su mano hasta su sexo y lo comenzó a acariciar mientras las embestidas seguían a su ritmo, aumentando el placer.
Cuando le pidió que le diera la vuelta no esperaba que le hiciera caso, pero se confundió. Una vez que salió de ella, giró su rostro para mirarle, un poco sorprendida al principio. Después se dio la vuelta, quedando sentada y con las piernas un poco separadas, mirándole directamente a los ojos.
Su respuesta fue escueta y directa.
—Sí —dijo, con la voz grave. Se irguió y se arrastró por el lecho hasta quedar sentada en el borde de la cama. Cogió el miembro con su mano y le relevó en el movimiento, masajeándolo ella para mantener la erección—. Pero no aquí.
Antes de levantarse lamió la punta un par de veces y lo introdujo en su boca para compensar el rato que había estado de pie esperándola. Después estiró las piernas, quedando frente a él sin dejar de mantener la erección con la mano. La otra la posó en la cadera del hombre y le guió de camino a la mesa hasta que su espalda chocó contra el borde de madera. Entonces, subió primero una nalga, después la otra, y una vez estuvo bien apoyada separó las piernas. Sentía su sexo palpitante, esperando volver a recibirle bien dentro de ella. Le acercó con la mano que tenía en su cadera y cuando estuvo lo suficientemente cerca, enredó las piernas en torno a las de Rodolphe y apretó el nudo hasta que volvió a llenarla por completo.
Soltó ambas manos y se apoyó en la superficie, quedando un poco echada para atrás. El nudo de sus piernas impedía que se separara mucho de él, consiguiendo penetraciones más profundas y placenteras. Sus pechos se agitaban arriba y abajo con el balanceo de caderas; su cabeza un poco caída hacia atrás, estirando la garganta, y sus ojos cerrados que pronto abrió. Los fijó en los de él, mirándole, tal y como le había dicho que haría.
Nora Salazar- Prostituta Clase Media
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Re: Bonsoir, monsieur {Rodolphe Dampierre | +18}
Podía ver la lujuria de la señorita Nora en su mirada, estaba disfrutando ella también de este encuentro. Eso podía suponer un mayor placer para mí... Esperé a su respuesta a mi pregunta y me llegó de manera escueta pero firme. Se acercó hasta el borde de la cama gateando hasta poner mi miembro en su mano. Aparté la mía de este para que ella trabajase, mejor ella que uno mismo.
No quería hacerlo sobre la cama. Me era indiferente el lugar en el que satisfacer mis deseos, donde ella dijera. Estaba siendo más permisivo de lo normal con ella porque era nuestro primer encuentro y quería que se sintiera cómoda, así las siguientes veces me obedecería sin rechistar. Lamió un poco mi miembro a modo de compensación y me guió después hasta la mesa, donde enredó sus piernas en mi cadera.
Agarré mi miembro como pude entre sus piernas y la volví a penetrar. Ahora todo se sentía más apretado aún que antes, más calor y más placer. Me agarré a su cadera mientras ella se echaba un poco hacía atrás sobre la superficie de la mesa. La miré en todo momento a los ojos, aunque a mí, a veces se me cerraban por las pequeñas corrientes eléctricas que recorrían mi cuerpo. — Déjame que te oiga gritar...— Dije justo antes de agacharme un poco, hacer las embestidas más duras y jugar con mi lengua por sus senos... Esto estaba llegando al clímax.
PD: Siento haber tardando tanto >_<No quería hacerlo sobre la cama. Me era indiferente el lugar en el que satisfacer mis deseos, donde ella dijera. Estaba siendo más permisivo de lo normal con ella porque era nuestro primer encuentro y quería que se sintiera cómoda, así las siguientes veces me obedecería sin rechistar. Lamió un poco mi miembro a modo de compensación y me guió después hasta la mesa, donde enredó sus piernas en mi cadera.
Agarré mi miembro como pude entre sus piernas y la volví a penetrar. Ahora todo se sentía más apretado aún que antes, más calor y más placer. Me agarré a su cadera mientras ella se echaba un poco hacía atrás sobre la superficie de la mesa. La miré en todo momento a los ojos, aunque a mí, a veces se me cerraban por las pequeñas corrientes eléctricas que recorrían mi cuerpo. — Déjame que te oiga gritar...— Dije justo antes de agacharme un poco, hacer las embestidas más duras y jugar con mi lengua por sus senos... Esto estaba llegando al clímax.
Rodolphe Dampierre- Humano Clase Alta
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Re: Bonsoir, monsieur {Rodolphe Dampierre | +18}
Sobre la mesa y echada un poco hacia atrás, la sensación en cada embestida era más fuerte que en la cama. Cada vez que el cuerpo de Rodolphe impactaba contra el suyo, recibía las vibraciones de las sacudidas por todo su cuerpo. Sus pechos se movían arriba y abajo frenéticamente, la larga melena se balanceaba haciéndole cosquillas en la espalda y los glúteos, si no fuera porque estaban bien apretados manteniendo la postura, se moverían al son del resto de su cuerpo. Sus brazos estaban haciendo mucha fuerza para poder mantenerse derecha.
Sentía las manos del hombre bien aferradas a sus caderas, notando como los dedos se clavaban en su carne. También veía que él estaba llegando a su límite, los gestos de su cara le delataban. Había visto demasiados y sabía apreciar cada diferencia, por pequeña que fuera. Sus sospechas se hicieron realidad cuando le pidió que gritara. Sonrió de medio lado y comenzó a gemir, bajito primero. En la medida en que las embestidas se endurecían y se hacían más salvajes, fue aumentando el volumen a la vez que el calor crecía en su vientre. Ella también cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia atrás. Su clímax se acercaba a la vez que el de él.
Deshizo el nudo de sus piernas y las abrió tanto como pudo. Apoyó los pies sobre el borde de la mesa, quedando totalmente expuesta y sin ninguna barrera que impidiera que Rodolphe entrara hasta lo más profundo. Sus brazos no aguantaron más y tuvo que doblarlos, apoyando los codos firmemente. Su cabeza colgaba peligrosamente inerte, y sólo la elevó cuando sintió como la lengua ajena rodaba por sus pechos, dejando un rastro brillante tras ella. Cuando pasó sobre el pezón, éste se endureció y Nora soltó un grito más alto. Murmuró algunas palabras incomprensibles justo antes de empezar a notar los primeros calambres saliendo de su vientre en todas direcciones. Quizá, y sólo quizá, para ella también sería un buen final.
OFF: No importa (:
Sentía las manos del hombre bien aferradas a sus caderas, notando como los dedos se clavaban en su carne. También veía que él estaba llegando a su límite, los gestos de su cara le delataban. Había visto demasiados y sabía apreciar cada diferencia, por pequeña que fuera. Sus sospechas se hicieron realidad cuando le pidió que gritara. Sonrió de medio lado y comenzó a gemir, bajito primero. En la medida en que las embestidas se endurecían y se hacían más salvajes, fue aumentando el volumen a la vez que el calor crecía en su vientre. Ella también cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia atrás. Su clímax se acercaba a la vez que el de él.
Deshizo el nudo de sus piernas y las abrió tanto como pudo. Apoyó los pies sobre el borde de la mesa, quedando totalmente expuesta y sin ninguna barrera que impidiera que Rodolphe entrara hasta lo más profundo. Sus brazos no aguantaron más y tuvo que doblarlos, apoyando los codos firmemente. Su cabeza colgaba peligrosamente inerte, y sólo la elevó cuando sintió como la lengua ajena rodaba por sus pechos, dejando un rastro brillante tras ella. Cuando pasó sobre el pezón, éste se endureció y Nora soltó un grito más alto. Murmuró algunas palabras incomprensibles justo antes de empezar a notar los primeros calambres saliendo de su vientre en todas direcciones. Quizá, y sólo quizá, para ella también sería un buen final.
OFF: No importa (:
Nora Salazar- Prostituta Clase Media
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Fecha de inscripción : 20/09/2016
Re: Bonsoir, monsieur {Rodolphe Dampierre | +18}
Mi cuerpo comenzaba a temblar cada vez que mi miembro se introducía en lo más hondo de ella, mis manos recorrían su figura con ansias, acariciándola para poder encontrar alguna parte en la que agarrarme cuando la hora del clímax llegase... Una hora que iba a llegar muy próximamente. Podía notar también como el cuerpo de ella estaba tensándose, presa de un orgasmo que también iba a llegarle con rapidez.
Teníamos que seguir a este ritmo, así que agarré de sus caderas con mis manos para poder ejercer más fuerza en la penetración, mi miembro entraba y salía de ella sin tregua ninguna. Mi boca siguió peleando contra sus senos, hasta que mis dientes atraparon un pezón de nuevo. Lo mordí con algo más de fuerza de lo normal, desconociendo cuanto era su grado ante el dolor. No me importaba. Estaba llegando al clímax y tenía que alcanzarlo a mi manera.
El escucharla gemir hacía que eso me pusiera aún más de lo que ya estaba. Liberé por fin su pezón de mis dientes y la miré. -Mírame a los ojos cuando te vayas a correr.- Le ordené. Me gustaba ver a las mujeres cuando se corrían, me daba un poder sobre ellas de lo más divino. Podía hacer que el orgasmo les desapareciese en cuestión de segundos si paraba.
La moví de la mesa en la que su trasero estaba apoyado y la sujeté por el culo con mis brazos, metiéndosela más adentro si era posible. La miré a los ojos y los cerré un único instante para volver a abrirlos a la vez que mi orgasmo se perdía dentro de su cuerpo.
Teníamos que seguir a este ritmo, así que agarré de sus caderas con mis manos para poder ejercer más fuerza en la penetración, mi miembro entraba y salía de ella sin tregua ninguna. Mi boca siguió peleando contra sus senos, hasta que mis dientes atraparon un pezón de nuevo. Lo mordí con algo más de fuerza de lo normal, desconociendo cuanto era su grado ante el dolor. No me importaba. Estaba llegando al clímax y tenía que alcanzarlo a mi manera.
El escucharla gemir hacía que eso me pusiera aún más de lo que ya estaba. Liberé por fin su pezón de mis dientes y la miré. -Mírame a los ojos cuando te vayas a correr.- Le ordené. Me gustaba ver a las mujeres cuando se corrían, me daba un poder sobre ellas de lo más divino. Podía hacer que el orgasmo les desapareciese en cuestión de segundos si paraba.
La moví de la mesa en la que su trasero estaba apoyado y la sujeté por el culo con mis brazos, metiéndosela más adentro si era posible. La miré a los ojos y los cerré un único instante para volver a abrirlos a la vez que mi orgasmo se perdía dentro de su cuerpo.
Rodolphe Dampierre- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 21/10/2016
Re: Bonsoir, monsieur {Rodolphe Dampierre | +18}
Era todo un completo desenfreno. El ritmo frenético que habían alcanzado la estaba empezando a enloquecer. Sus gritos ya no siempre eran fingidos, y los calambres empezaron a convertirse en ligeras sacudidas que endurecieron cada músculo de su cuerpo. Rodolphe seguía con el torso agachado y la boca pegada a sus pechos. En una de las pasadas de su lengua por los senos, sintió como agarraba un pezón con los dientes. Le gustaba cuando los hombres jugueteaban con ellos, le producía una sensación agradable que la excitaba mucho para lo poco que hacían. Fue por eso que al principio no sintió el mordisco fuerte que le dio. Pero, en la medida que mantenía la fuerza, el placer se fue haciendo a un lado mientras que el dolor se abría paso. Hizo una mueca y chistó ligeramente, quejándose. Incorporó el cuerpo y se apoyó en un brazo, mientras que el otro lo llevó hasta la nuca de él con intención de apartarle la cabeza, pero sin llegar a hacerlo. Tuvo suerte de que la apartara antes de que el dolor fuera demasiado desagradable. No le hubiera gustado que se estroperara el que probablemente sería el último encuentro del día.
No paró las embestidas para pedirle que le mirara a los ojos cuando su clímax llegase. Contestó que sí entre sonoros jadeos, pero no estaba segura de poder cumplir con aquella orden. Otro espasmo que la hizo gritar y echar la cabeza para atrás, cerrar los ojos y dejarse llevar. Sintió como él la elevaba de la mesa y la agarraba del trasero. La sola postura hizo que entrara lo más adentro que podía, algo que Nora creyó que no sería posible. La joven se agarró a su cuello y le miró a los ojos, preparándose para el final.
La primera contracción de su vientre le cerró los ojos. Mal para ella. A la siguiente los abrió, dejándolos medio entornados y clavándolos en los de él. Dudaba de que Rodolphe supiera lo mucho que le estaba costando hacer algo tan sencillo como eso. Ya llegaba. Aferró sus brazos en torno a su cuello con más fuerza, arqueó la espalda echando la cabeza ligeramente hacia atrás y se dejó ir en un grito que, probablemente, traspasó las paredes de aquella habitación. Pudo sentir la humedad de su sexo, cálido y palpitante, a pesar de que ya había acabado todo. Jadeaba terriblemente, así que esperó a que su pulso se normalizara y su aliento volviera a ser el de siempre.
—¿Hay algo más que quiera que haga, monsieur? —le preguntó de manera entrecortada aún.
Esperó su respuesta sin moverse. Él era el cliente, él había pagado y ella era la que tenía que satisfacerle. Así se lo habían enseñado, y Nora se afanaba por llevar aquella regla a cabo al pie de la letra, aunque lo que tuvieran que aguantar fuera terrible. Sabía bien que lo que le esperaba ahí fuera sería mucho peor que lo que vivía cada día allí dentro.
No paró las embestidas para pedirle que le mirara a los ojos cuando su clímax llegase. Contestó que sí entre sonoros jadeos, pero no estaba segura de poder cumplir con aquella orden. Otro espasmo que la hizo gritar y echar la cabeza para atrás, cerrar los ojos y dejarse llevar. Sintió como él la elevaba de la mesa y la agarraba del trasero. La sola postura hizo que entrara lo más adentro que podía, algo que Nora creyó que no sería posible. La joven se agarró a su cuello y le miró a los ojos, preparándose para el final.
La primera contracción de su vientre le cerró los ojos. Mal para ella. A la siguiente los abrió, dejándolos medio entornados y clavándolos en los de él. Dudaba de que Rodolphe supiera lo mucho que le estaba costando hacer algo tan sencillo como eso. Ya llegaba. Aferró sus brazos en torno a su cuello con más fuerza, arqueó la espalda echando la cabeza ligeramente hacia atrás y se dejó ir en un grito que, probablemente, traspasó las paredes de aquella habitación. Pudo sentir la humedad de su sexo, cálido y palpitante, a pesar de que ya había acabado todo. Jadeaba terriblemente, así que esperó a que su pulso se normalizara y su aliento volviera a ser el de siempre.
—¿Hay algo más que quiera que haga, monsieur? —le preguntó de manera entrecortada aún.
Esperó su respuesta sin moverse. Él era el cliente, él había pagado y ella era la que tenía que satisfacerle. Así se lo habían enseñado, y Nora se afanaba por llevar aquella regla a cabo al pie de la letra, aunque lo que tuvieran que aguantar fuera terrible. Sabía bien que lo que le esperaba ahí fuera sería mucho peor que lo que vivía cada día allí dentro.
Nora Salazar- Prostituta Clase Media
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Fecha de inscripción : 20/09/2016
Re: Bonsoir, monsieur {Rodolphe Dampierre | +18}
El orgasmo que me alcanzó dentro de ella hizo que mis labios se entre abriesen para dejar escapar unos gemidos de placer, de satisfacción. Pude notar como el vientre de ella y su cuerpo entero se volvía rígido, signos evidentes de que ella también iba a alcanzar un climax devastador. La sujeté con algo más de fuerza para que no se resbalase por mi cuerpo y rompiese el contacto de nuestros cuerpos, quería terminar del todo dentro de ella. Era una sensación muy placentera.
Me hizo caso a lo referente de mantener la mirada en mí cuando el climax llegó. Eso me hizo sonreír un poco. Era alguien eficiente y encima obediente. ¿Qué más se podía pedir en una puta? El orgasmo pasó para ambos tan pronto como había llegado y Nora habló. Sonreí de nuevo. Estaba cansado por el trajín que habíamos tenido, pero sí que había una última cosa que quería hacer. —Quiero que me bañe. No quiero salir de aquí oliendo a puta.— Dije con la mirada fija en ella, mientras daba pequeños golpes en su trasero para que bajase las piernas de mi cintura y poder salir de su cuerpo.
Desconocía si otros clientes le habían pedido que los bañase. No podía permitir el volver a casa y que Céline estuviese en ella y me armase un drama. ¿Por qué le costaba tanto entender que su padre necesitaba desfogarse después del trabajo? Ella en la última reunión me había dejado muy claro que retozaba con su prometido. Apreté la mandíbula ante esos pensamientos, no quería amargarme la noche. De momento, estaba resultando exquisita. Salí por fin de dentro de Nora y la dejé de pie en la habitación, caminando así, completamente desnudo hasta la habitación contigua, donde estaba situado el baño.
El baño era una habitación amplia, con una tina en el centro lo suficientemente grande para que una persona cupiera completamente tumbada. Este burdel tenía categoría. Me puse sobre el cuerpo un albornoz que encontré en la puerta y desvié mi mirada hacía atrás, donde estaba ella. —El agua la quiero caliente, pero que tampoco queme. — Me quedé sentado en un pequeño taburete que había delante de un espejo y me dediqué a observar su cuerpo sudoroso y desnudo, mientras cumplía mis deseos y órdenes.
Me hizo caso a lo referente de mantener la mirada en mí cuando el climax llegó. Eso me hizo sonreír un poco. Era alguien eficiente y encima obediente. ¿Qué más se podía pedir en una puta? El orgasmo pasó para ambos tan pronto como había llegado y Nora habló. Sonreí de nuevo. Estaba cansado por el trajín que habíamos tenido, pero sí que había una última cosa que quería hacer. —Quiero que me bañe. No quiero salir de aquí oliendo a puta.— Dije con la mirada fija en ella, mientras daba pequeños golpes en su trasero para que bajase las piernas de mi cintura y poder salir de su cuerpo.
Desconocía si otros clientes le habían pedido que los bañase. No podía permitir el volver a casa y que Céline estuviese en ella y me armase un drama. ¿Por qué le costaba tanto entender que su padre necesitaba desfogarse después del trabajo? Ella en la última reunión me había dejado muy claro que retozaba con su prometido. Apreté la mandíbula ante esos pensamientos, no quería amargarme la noche. De momento, estaba resultando exquisita. Salí por fin de dentro de Nora y la dejé de pie en la habitación, caminando así, completamente desnudo hasta la habitación contigua, donde estaba situado el baño.
El baño era una habitación amplia, con una tina en el centro lo suficientemente grande para que una persona cupiera completamente tumbada. Este burdel tenía categoría. Me puse sobre el cuerpo un albornoz que encontré en la puerta y desvié mi mirada hacía atrás, donde estaba ella. —El agua la quiero caliente, pero que tampoco queme. — Me quedé sentado en un pequeño taburete que había delante de un espejo y me dediqué a observar su cuerpo sudoroso y desnudo, mientras cumplía mis deseos y órdenes.
Rodolphe Dampierre- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 21/10/2016
Re: Bonsoir, monsieur {Rodolphe Dampierre | +18}
—Un baño. Por supuesto —contestó.
Tras las palmaditas en el trasero, Nora bajó las piernas y dejó que él se adelantara hacia el baño. No quería oler a puta, claro. ¿No quería o no debía? Se mordió la lengua para no decir nada. En realidad, no era el primero que necesitaba enmascarar las acciones que acababa de realizar en aquella habitación. La morena supuso que su esposa le esperaría en casa, como a casi todos los que le pedían que eliminara el rastro que había dejado ella en el cuerpo de ellos. Una vez, incluso, el hombre al que bañó quiso poseerla de nuevo dentro de la tina, como si no hubiera tenido suficiente con el viaje que le dio fuera. Suspiró y se encaminó a la puerta, no sin antes limpiarse la semilla blanquecina que corría por la cara interna de su muslo. Ella también iba a necesitar otro baño.
Asintió con una sonrisa para hacerle ver que había escuchado cómo quería el agua y, sin perder ni un segundo, comenzó a calentar unos cuantos baldes que echó en la tina. Después de vaciar uno, introducía la mano para calcular la temperatura. Si la sentía demasiado caliente, echaba agua fría hasta que le parecía que la temperatura era la adecuada. Continuó alternando baldes hasta que la mitad de la bañera estuvo llena. Con el tamaño de él, nada más entrar el agua llegaría casi al borde. Si todavía faltaba, echaría un poco más. Eso no le preocupaba.
Rezó para que la temperatura que había escogido fuera la correcta, parecía que se había quedado satisfecho y no deseaba estropearle la noche. Si algo no le gustaba, era muy probable que ni volviera por allí, ni recomendara el burdel, con las consecuentes pérdidas para Moreau y el resto de chicas. Se incorporó y se acercó hacia el taburete donde se encontraba. Le tomó las manos y le ayudó a incorporarse.
—Yo también prefiero el agua caliente, sin que queme —comentó—. Así es como la dejo cuando preparo mis baños. Espero que esté a su gusto, monsieur. —Desabrochó el nudo del cinto que ataba la bata—. Deje que coja el albornoz.
Poniéndose tras él, le quitó la prenda desde los hombros, dejándola caer por los brazos. Lo dejó a un lado y le acompañó hasta la tina. Esperó a que entrara y se acomodara. A ella le gustaba disfrutar del agua caliente antes de comenzar a jabonarse, así que le dio unos segundos que aprovechó para buscar un cubo con agua caliente, la pastilla de jabón y una esponja suave que introdujo en el balde para que fuera reblandeciéndose.
Se acercó a la bañera y se colocó de rodillas a un lado de la cabeza del hombre. Metió la pastilla de jabón en la tina y se untó las manos para generar algo de espuma con la que poder lavar el cuerpo de Rodolphe.
—¿El agua es de su gusto? Puedo echar fría o caliente, si quiere —preguntó mientras pasaba sus manos por el cuello y los hombros de él, suavemente, como si lo estuviera masajeando.
Cuando el jabón que tenía en las manos se agotaba, volvía a frotar la pastilla para seguir cubriendo de jabón a Rodolphe. Desde los hombros pasó a las clavículas y de ahí al pecho, siempre con movimientos delicados y prestándole toda la atención, esperando cualquier orden que pudiera darle.
Tras las palmaditas en el trasero, Nora bajó las piernas y dejó que él se adelantara hacia el baño. No quería oler a puta, claro. ¿No quería o no debía? Se mordió la lengua para no decir nada. En realidad, no era el primero que necesitaba enmascarar las acciones que acababa de realizar en aquella habitación. La morena supuso que su esposa le esperaría en casa, como a casi todos los que le pedían que eliminara el rastro que había dejado ella en el cuerpo de ellos. Una vez, incluso, el hombre al que bañó quiso poseerla de nuevo dentro de la tina, como si no hubiera tenido suficiente con el viaje que le dio fuera. Suspiró y se encaminó a la puerta, no sin antes limpiarse la semilla blanquecina que corría por la cara interna de su muslo. Ella también iba a necesitar otro baño.
Asintió con una sonrisa para hacerle ver que había escuchado cómo quería el agua y, sin perder ni un segundo, comenzó a calentar unos cuantos baldes que echó en la tina. Después de vaciar uno, introducía la mano para calcular la temperatura. Si la sentía demasiado caliente, echaba agua fría hasta que le parecía que la temperatura era la adecuada. Continuó alternando baldes hasta que la mitad de la bañera estuvo llena. Con el tamaño de él, nada más entrar el agua llegaría casi al borde. Si todavía faltaba, echaría un poco más. Eso no le preocupaba.
Rezó para que la temperatura que había escogido fuera la correcta, parecía que se había quedado satisfecho y no deseaba estropearle la noche. Si algo no le gustaba, era muy probable que ni volviera por allí, ni recomendara el burdel, con las consecuentes pérdidas para Moreau y el resto de chicas. Se incorporó y se acercó hacia el taburete donde se encontraba. Le tomó las manos y le ayudó a incorporarse.
—Yo también prefiero el agua caliente, sin que queme —comentó—. Así es como la dejo cuando preparo mis baños. Espero que esté a su gusto, monsieur. —Desabrochó el nudo del cinto que ataba la bata—. Deje que coja el albornoz.
Poniéndose tras él, le quitó la prenda desde los hombros, dejándola caer por los brazos. Lo dejó a un lado y le acompañó hasta la tina. Esperó a que entrara y se acomodara. A ella le gustaba disfrutar del agua caliente antes de comenzar a jabonarse, así que le dio unos segundos que aprovechó para buscar un cubo con agua caliente, la pastilla de jabón y una esponja suave que introdujo en el balde para que fuera reblandeciéndose.
Se acercó a la bañera y se colocó de rodillas a un lado de la cabeza del hombre. Metió la pastilla de jabón en la tina y se untó las manos para generar algo de espuma con la que poder lavar el cuerpo de Rodolphe.
—¿El agua es de su gusto? Puedo echar fría o caliente, si quiere —preguntó mientras pasaba sus manos por el cuello y los hombros de él, suavemente, como si lo estuviera masajeando.
Cuando el jabón que tenía en las manos se agotaba, volvía a frotar la pastilla para seguir cubriendo de jabón a Rodolphe. Desde los hombros pasó a las clavículas y de ahí al pecho, siempre con movimientos delicados y prestándole toda la atención, esperando cualquier orden que pudiera darle.
Nora Salazar- Prostituta Clase Media
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Re: Bonsoir, monsieur {Rodolphe Dampierre | +18}
Nora era una prostituta que me estaba sorprendiendo gratamente. No hacía preguntas fuera de lugar, no quería saciar su curiosidad (una curiosidad que a más de una les habia costado caro). Sabía cuanfo debia ver, oir y callar. Me lo ponía tofo muy fácil, no me retaba con la mirada y eso me gustaba. Quizá requieriera de sus servicios mas veces. Entró en el baño donde yo ya estaba sentado en el pequeño taburete y vi como comenzaba a llrnar baldes de agua para despues echarlos en la tina. Su cuerpo era una delicia que admirar y mi miembro amenazó con ponerse erecto de nuevo, pero lo paré. Podría poseerla aquí mismo otra vez, pero estaríamos desperdiciando el agua.
Me dejé agarrar por sus manos para incorporarme. Me quitó el albornoz y volví a quedarme desnudo, pero entré rapifamente en la tina. La temperatura del agua estaba perfecta. Dejé escapar un breve suspiro y cerré los ojos. Me sentia muy relajado después del orgasmo y ahora con el agua caliente, podía dormirme si me quedaba mucho rato en esta postura. Pero también sabia que Nora no iba a dejar que eso pasase. Comenzó a enjabonarme con sus manos. ¿Cuánto hacía que una mujer no me lavaba? Desde la muerte de Marie. - El agua está perfecta. - Moví un poco el cuello para que tuviera mejor acceso a esa zona.
Tras terminar con mi cuello, comenzó con mi pecho. Después, cogí yo mismo la pastilla de jabon. - - Aquí sigo yo. - Dije y me enjaboné la tripa, y lo que quedaba del resto de mi cuerpo. Ahora solo me faltaba quitarme todo el jabon para salir de este lugar y poder marcharme a casa. - Deberías también de lavarte. Desconozco si luego vas a tener mad clientes, pero no les gustara que huelas a otro hombre. - Cogí agua entre mis manos y terminé por quitarme el jabon. El agua estaba caliente por si quería utilizarla.
Me dejé agarrar por sus manos para incorporarme. Me quitó el albornoz y volví a quedarme desnudo, pero entré rapifamente en la tina. La temperatura del agua estaba perfecta. Dejé escapar un breve suspiro y cerré los ojos. Me sentia muy relajado después del orgasmo y ahora con el agua caliente, podía dormirme si me quedaba mucho rato en esta postura. Pero también sabia que Nora no iba a dejar que eso pasase. Comenzó a enjabonarme con sus manos. ¿Cuánto hacía que una mujer no me lavaba? Desde la muerte de Marie. - El agua está perfecta. - Moví un poco el cuello para que tuviera mejor acceso a esa zona.
Tras terminar con mi cuello, comenzó con mi pecho. Después, cogí yo mismo la pastilla de jabon. - - Aquí sigo yo. - Dije y me enjaboné la tripa, y lo que quedaba del resto de mi cuerpo. Ahora solo me faltaba quitarme todo el jabon para salir de este lugar y poder marcharme a casa. - Deberías también de lavarte. Desconozco si luego vas a tener mad clientes, pero no les gustara que huelas a otro hombre. - Cogí agua entre mis manos y terminé por quitarme el jabon. El agua estaba caliente por si quería utilizarla.
Rodolphe Dampierre- Humano Clase Alta
- Mensajes : 38
Fecha de inscripción : 21/10/2016
Re: Bonsoir, monsieur {Rodolphe Dampierre | +18}
Nora respiró. El agua estaba bien, y él parecía que también, porque por lo que llegó a observar mientras buscaba el jabón y la esponja, a punto estuvo de quedarse dormido en la tina. Eso era algo bueno para ella. Muy bueno, de hecho, pero tampoco quiso hacer comentarios al respecto. Si algo había aprendido desde niña era a saber cuándo hablar y cuándo callar, y entre aquellas paredes el silencio era más valioso que cualquier cosa que pudiera decir. Sobre todo con hombres como Rodolphe, a los que les gustaba tener el control de cada acción. La joven tenía varios clientes así y nunca había recibido llamadas de atención por parte de Madame Moreau, así que supuso que algo bueno haría en sus horas de trabajo.
Él movió la cabeza para facilitarle la tarea y ella le cubrió de jabón con mimo, como si se tratara de un ser amado. Era increíble la capacidad para fingir que había conseguido con los años. En cuanto el hombre saliera por la puerta ella le olvidaría como a tantos otros, pero, mientras estuviera ahí, toda su atención se centraba en él, en cómo le tocaba, en cómo le miraba —o cómo no lo hacía—, en cada palabra que salía por su boca. En definitiva, su único objetivo era cumplir todos los deseos del hombre que había pagado para ello. La de las prostitutas era una vida mísera y cruel, pero Nora era la única que había conocido.
Mientras Rodolphe se jabonaba la zona del cuerpo que quedó dentro del agua, ella se dedicó a quitar el jabón de la parte superior. Empapaba la esponja en el balde que tenía al lado y la estrujaba sobre el cuerpo de él, dejando que el agua arrastrara la espuma. A ella le resultaba agradable sentir el agua corriendo por su piel, y supuso que a él también. Pero eran sólo eso, suposiciones, como todo lo que hacía. Su mente estaba pensando en cualquier otra cosa cuando Rodolphe se incorporó y comenzó a aclararse el cuerpo. Nora aprovechó ese momento para buscar una toalla seca y esperarle junto a la tina con ella extendida. Cuando salió lo envolvió y dejó que fuera él quien sujetara la toalla en torno a su cuerpo.
—No creo que tenga más esta noche —dijo soltando la toalla—. Pero tiene razón, debería lavarme. Sólo que no hasta que termine con usted, monsieur. —Lo miró un segundo—. Le prepararé la ropa.
Ella tenía ganas de echarse algo por encima, aunque fuera un batín, puesto que estaba empezando a quedarse fría. Se abrazó a sí misma con disimulo mientras abandonaba el cuarto de baño y comenzó a recopilar las prendas que habían quedado desperdigadas por la habitación. Los pantalones los dejó doblados sobre la cama; la camisa, que se había arrugado ligeramente, tuvo que alisarla con las manos lo mejor que pudo antes de dejarla al lado de éste. Los zapatos y el resto de prendas tardó poco en encontrarlas, y tras dejarlas todas juntas miró hacia el cuarto de baño, de donde sintió que Rodolphe salía. Se quedó junto a la cama, esperando. Siempre esperaba.
—Puedo ayudarle, si quiere —sugirió. Quizá fuera de los hombres que les gustaba ver como una mujer los vestía. Como siempre, más suposiciones.
Él movió la cabeza para facilitarle la tarea y ella le cubrió de jabón con mimo, como si se tratara de un ser amado. Era increíble la capacidad para fingir que había conseguido con los años. En cuanto el hombre saliera por la puerta ella le olvidaría como a tantos otros, pero, mientras estuviera ahí, toda su atención se centraba en él, en cómo le tocaba, en cómo le miraba —o cómo no lo hacía—, en cada palabra que salía por su boca. En definitiva, su único objetivo era cumplir todos los deseos del hombre que había pagado para ello. La de las prostitutas era una vida mísera y cruel, pero Nora era la única que había conocido.
Mientras Rodolphe se jabonaba la zona del cuerpo que quedó dentro del agua, ella se dedicó a quitar el jabón de la parte superior. Empapaba la esponja en el balde que tenía al lado y la estrujaba sobre el cuerpo de él, dejando que el agua arrastrara la espuma. A ella le resultaba agradable sentir el agua corriendo por su piel, y supuso que a él también. Pero eran sólo eso, suposiciones, como todo lo que hacía. Su mente estaba pensando en cualquier otra cosa cuando Rodolphe se incorporó y comenzó a aclararse el cuerpo. Nora aprovechó ese momento para buscar una toalla seca y esperarle junto a la tina con ella extendida. Cuando salió lo envolvió y dejó que fuera él quien sujetara la toalla en torno a su cuerpo.
—No creo que tenga más esta noche —dijo soltando la toalla—. Pero tiene razón, debería lavarme. Sólo que no hasta que termine con usted, monsieur. —Lo miró un segundo—. Le prepararé la ropa.
Ella tenía ganas de echarse algo por encima, aunque fuera un batín, puesto que estaba empezando a quedarse fría. Se abrazó a sí misma con disimulo mientras abandonaba el cuarto de baño y comenzó a recopilar las prendas que habían quedado desperdigadas por la habitación. Los pantalones los dejó doblados sobre la cama; la camisa, que se había arrugado ligeramente, tuvo que alisarla con las manos lo mejor que pudo antes de dejarla al lado de éste. Los zapatos y el resto de prendas tardó poco en encontrarlas, y tras dejarlas todas juntas miró hacia el cuarto de baño, de donde sintió que Rodolphe salía. Se quedó junto a la cama, esperando. Siempre esperaba.
—Puedo ayudarle, si quiere —sugirió. Quizá fuera de los hombres que les gustaba ver como una mujer los vestía. Como siempre, más suposiciones.
Nora Salazar- Prostituta Clase Media
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Fecha de inscripción : 20/09/2016
Re: Bonsoir, monsieur {Rodolphe Dampierre | +18}
Ella estaba siendo demasiado amable conmigo, incluso casi podía decir que me estaba dando una ternura que muy pocas veces había sentido en mi vida, solamente cuando Céline y Axel habían sido pequeños y cuando Marie me había encendido el corazón de piedra que tenía. Vi como salía de la habitación hacia el cuarto donde la ropa había quedado desperdigada. Esto significaba el final de una fantástica noche para mí.
Salí de la tina y sentí un poco de frío, por lo que me acomodé el albornoz que antes me había dado Nora. Caminé por la habitación hasta que vi que había dejado mi ropa perfectamente doblada sobre la cama. -¿Siempre cuidas así a tus clientes o solo lo haces porque te ha gustado lo de hoy?- Pregunté mientras me ponía la ropa interior y después el pantalón.
Iba a ponerme yo solo la camisa, pero una sonrisa pícara se puso en mis labios. Sería divertido que me atase ella la camisa, seguro que tenía mucha destreza con los botones. Hacía también mucho tiempo que no me ataba nadie la camisa. -Vale, ponme la camisa.- La cogí y me la puse, pero dejé que ella fuese quien me la abotonase poco a poco.
Salí de la tina y sentí un poco de frío, por lo que me acomodé el albornoz que antes me había dado Nora. Caminé por la habitación hasta que vi que había dejado mi ropa perfectamente doblada sobre la cama. -¿Siempre cuidas así a tus clientes o solo lo haces porque te ha gustado lo de hoy?- Pregunté mientras me ponía la ropa interior y después el pantalón.
Iba a ponerme yo solo la camisa, pero una sonrisa pícara se puso en mis labios. Sería divertido que me atase ella la camisa, seguro que tenía mucha destreza con los botones. Hacía también mucho tiempo que no me ataba nadie la camisa. -Vale, ponme la camisa.- La cogí y me la puse, pero dejé que ella fuese quien me la abotonase poco a poco.
Rodolphe Dampierre- Humano Clase Alta
- Mensajes : 38
Fecha de inscripción : 21/10/2016
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