Bonsoir, démon. -privé

La reunión semanal, se celebraría esa misma noche en el Norte de la ciudad. Disfrazada como una fiesta más de la selecta alta sociedad, en donde las mismas personas de siempre ocuparían su lugar en la silla asignada a su apellido. Su padre, el señor Romee, parecía curiosamente inquieto esa noche pues según había oído, uno de los objetivos principales a batir se encontraba en París desde hacía unos meses, sembrando raíces, desafiando al alto cargo.

El estado de ánimo de su padre, ni el de nadie... le importaba, sí estar perfecta para la ocasión pues bien lo merecía. Volvería a ser el bonito trofeo a exponer y ejercer como distracción de aquellos a los que embaucar resultaba tan sumamente fácil. El cabello recogido, perlas en el cuello y las orejas, le daban ese toque distinguido y como bien deseaba su madre “le hacía parecer toda una señora” lo que aún no era. Pronto encontraría al candidato perfecto y entonces, la sala no estarán esperando a su padre...sí a la “mujer de alguien” , no una Romee. A ella misma.

Tenía claro el objetivo, escalar tan alto como nunca le dejaron tan siquiera soñar. ¿Una mujer liderando la Orden de la Inquisición? De locos pero no imposible. Esa panda de incompetentes, dejarían paso a la única capaz de controlar el caos sobrenatural, dejaría paso a una sociedad más segura y libre, sin miedo. Iba a conseguir que nadie se atreviese a susurrar tan siquiera su nombre, convertirse en el terror personificado, una simple humana...

La yema del índice, se deslizó por la perla de la oreja izquierda, hasta perderse en el enganche del collar y seguir el recorrido hasta el centro de éste. El verde le hacía brillar aún más de lo que su mirada lo hacía, ojos verdes en los que se veía reflejado aún la inocencia fingida de una niña y la ambición de la mujer en la que creían aún no se había convertido. Ellos eran los inocentes de dejar pasar al mismo demonio a la sala en donde debía ser juzgado, un demonio con piel de cordero. Y es que ¿quién iba a sospechar de una hermosa joven? Tan bonita y angelical como uno de esos seres celestiales.

-Dese prisa, padre. Nos esperan -el martilleo de los dedos en la puerta de la alcoba, un hombre canoso se miraba en el espejo como si pudiese encontrar la solución a sus problemas en el reflejo. Sin que él se percatase de ello, Giselle sonrió ampliamente...si su padre titubeaba antes de ir a la reunión, se olvidaría que su hija se encontraba en la sala.

Se adelantó al esperar casi una hora en el hall de la entrada, perfecta como de costumbre, decidió adelantarse, a saber cuándo estaría su padre preparado.  Tras abandonar la mansión Romee, la mirada centrada en cada persona emborronada tras el cristal empañado. La orden de que llevasen a la señorita directa a la reunión era indiscutible, directa al matadero en donde sería expuesta como la candidata perfecta a esposa, un suculento bocado para aquellos que deseaban una mujer bonita y dispuesta a su lado.

Giselle no era como las demás mujeres que asentían con la cabeza y sonrían. Un marido, sería la llave que abriría su jaula, conseguiría la ansiada libertad. Bajó del carro, el brazo de su padre le esperaba, luciría tan hermosa como siempre, recibiría halagos ¿y qué más? La chispa que buscaba la joven, no la halló , no aún. Su mirada se perdió entre los presentes, sin perder la sonrisa, buscando aquel que la salvase y viceversa. El destino caprichoso seguía sin darle lo que deseaba, alas para volar.

Se separó de su padre en cuanto fue reclamado, necesitaba una copa, o dos, la bandeja entera... con tal de soportar esa velada llena de almas vacías disfrazadas de señores de clase alta. Nada  interesante.