AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Haunt Me → Privado
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Haunt Me → Privado
“You said I killed you -haunt me, then.”
― Emily Brontë, Wuthering Heights
― Emily Brontë, Wuthering Heights
Sabía cuándo iban a darse las cosas, que no debía empujarlas. Era un hombre sumamente cuidadoso de ello. En cambio, desde que había llegado a París se había dedicado a tirar trazos en papel, a imaginar el palacete que estaba comisionado a diseñar, y a esperar. Podía olerla en el aire como el perfume de las flores en botón. Sentirla en el ambiente como la electricidad previa a la tormenta. No obstante, también sabía en esa mesura suya, que ya llegaría el momento. Y llegó, como lo había predicho, porque siempre terminaba por llegar, con consumarse como un asesinato. Sus almas, la suya intacta en su interior y la de ella vagabunda, brincando de cuerpo en cuerpo y de era en era, se llamaban mutuamente. Eran las sirenas seduciendo a Odiseo, llevándolo a la perdición.
Para la gala que se llevaría a cabo esa noche, se decidió por un traje negro que hacía resaltar la palidez de su piel, el dorado de su cabello y el azul de sus ojos. Acompañó el saco con un chaleco color rufo, y una corbata del mismo tono. Su apariencia era impecable. Acudiría acompañando al hombre que lo había contratado, que lo había llevado desde Helsinki hasta ese lugar, le dijo que era importante que otros aristócratas conocieran al arquitecto que le estaba construyendo un palacio. Joakim sólo le sonrió como respuesta. De haber querido, hubiera podido usar una de las habilidades que trajo consigo la inmortalidad, pero no fue necesario. Así había sido siempre, su verdadero poder yacía en su modo de obrar, en cómo, con minucia y cautela, acomodaba todo, para que al final los resultados fueran los que él deseaba, sin necesidad alguna de sus dotes sobrenaturales. No era tan diferente a erigir una edificación.
Primero pasó a la residencia actual de su empleador, un hombre de unos 60 años de apellido Courbet. Con él iba su esposa. Los acompañó como un hijo, siempre detrás, amable con ambos. Pero también, a veces, durante el trayecto, coqueteaba con la señora Courbet, sólo para ver sonreír a la anciana. Ambos lo tenían en buena estima, y eso era porque Joakim así había querido que fuera.
Cuando arribaron al Palacio Royal, donde se llevaría a cabo la celebración, supo de inmediato que ella ya estaba ahí.
—Muchacho, ven, quizá te presente algunas damas de tu interés —Courbet lo llamó y Joakim, de nuevo, sólo sonrió como respuesta, para luego seguirlo al interior del palacio donde la gente ya se congregaba. A él no le interesaba nada de eso, él ya sabía a qué iba a ese lugar donde prácticamente no conocía a nadie. Entendía, también, que recién llegado a la capital francesa, debía comenzar a abrirse paso en sociedad, aunque eso pasaba a segundo plano.
Durante varios minutos dejó que Courbet lo presentara, lo presumiera: su talento, su habilidad, traído desde tan lejos sólo para hacerle un palacete, y Joakim lo dejó. Estaba acostumbrado a la fascinación y admiración de los extraños. De soslayo, pudo verla, más allá, con un grupo de gente, aunque no parecía cómoda. Aún no era momento, éste llegaría, como todo terminaba por llegar.
Entonces la vio salir hacia los jardines interiores del complejo. Se disculpó con Courbet y los hombres que en ese momento preguntaban cuánto les cobraría a ellos por construirles casas también. Fue tras ella en medio de la noche y el aroma de la hierba. Siguió los sonidos de sus sutiles pasos como un cazador tras su presa. Y se detuvo al encontrarla en un pequeño kiosco blanco, a orillas de un lago artificial. Ahí estaba, tuvo una suerte de déjà vu, y es que había vivido esto muchas veces antes. Por largos segundos la observó atento entre los árboles bajos que lo ayudaban a ocultarse. Esta vez sí aprovechó su condición de vampiro y se movió sigiloso hasta ella, sin que lo viera acercarse.
Se paró detrás de la chica, debajo de la sombra que la techumbre del kiosquito proyectaba. No se veía su rostro, ni estando muy cerca ella lograría identificar con precisión sus facciones.
—La festejada debería estar en la fiesta. No aquí, sola —habló con voz profunda, llamando la atención de la joven que, muy probablemente, no había notado su presencia hasta ese momento—. ¿Por qué no está en su fiesta? Un cumpleaños siempre es motivo de sentirse feliz —continuó. Fue misterioso. Su tono fue plano, no demostrando ninguna emoción en sus palabras. Sabía más de ella de lo que la propia chica imaginaba, y es ue la había estado buscando... por eones.
Última edición por Joakim Sibelius el Dom Mar 12, 2017 1:05 am, editado 1 vez
Joakim Sibelius- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 10/09/2016
Localización : París
Re: Haunt Me → Privado
"Ut vidi, PERII ut, ut mi error abstulit multa!"
Virgilio
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De todas las cosas que no le gustaban, sin dudas, su cumpleaños encabezaba la lista. No sabía por qué. Si por la inminencia del paso del tiempo o porque no le agradaba ser el centro de atención. Y en una celebración de natalicio, claramente, sería el foco donde todos posarían sus ojos. Clío tenía un perfil más bajo, era una intelectual, que le costaba moverse con gracia y elegancia entre los miembros de la alta sociedad. No había heredado ese talento natural de su madre, aunque era una joven sumamente educada y amable, que buscaba conversaciones inteligente, aún, cuando la desmerecían por ser mujer. La hipocresía de la sociedad era algo para lo que jamás estaría lista, especialmente, porque su mundo era reducido, sus horizontes eran acotados, y sólo se rodeaba de sus seres más queridos, con los cuales nunca discutía, y que la valoraban y escuchaban.
Cuando bajó las escaleras, enfundada en su vestido azul petróleo, de escote profundo, corsé ajustado más de lo que cualquier ser humano podía soportar, cabello recogido en un rodete que, lejos de ser tirante, dejaba varios bucles cayendo y adornado con una tiara de diamantes, mismos que decoraban su cuello con una gargantilla e iluminaban su rostro con unos pendientes pequeños, sintió deseos de huir de allí. Todos la aplaudían y le sonreían, y ella ni siquiera sabía quiénes eran. Se había encargado de que su vida social en París fuese escasa, y sólo reconocía a algún que otro asistente porque sus padres lo habían invitado a cenar a su residencia.
— ¿Tendré que saludarlos a todos? —masculló entre dientes, sin perder la sonrisa. Le preguntó a Ilias, que estaba tan incómodo como ella.
—Eso dijo tu madre, hija —le respondió, divertido, mientras le acariciaba la mano. Ambos descendían tomados del brazo.
—No me alcanzará el tiempo y tampoco recordaré todos sus nombres —se quejó. Le parecía divertido hablar de aquella forma en la que sólo ellos se entendían.
Llegaron al final, donde Charlotte los esperaba con lágrimas en los ojos. Se fundieron en un abrazo profundo, mientras la elogiaba. La mujer se había encargado de cada detalle para que su hija luciera radiante y la fiesta fuese magnífica. Clío nunca entendería cómo una mujer como ella, que había recorrido el mundo desde pequeña, tenía aquella inclinación por las frivolidades, y se dijo que era su cuna inglesa la que primaba. Luego, comenzó el saludo de rigor a todos los que fueron acercándose. El Duque de aquí, la condesa de allá, y la cabecita de Clío iba ubicando geográficamente todos los lugares que le nombraban. De pronto, ya no le parecía tan poco interesante la velada, y se dijo que podría aprender mucho de aquellas personas.
Sin embargo, el entusiasmo inicial duró muy poco. Había perdido la cuenta de cuántas personas había saludado, cuántos agradecimientos había emitido, y ya le dolía el rostro de sonreír. Aprovechó un instante de distracción de sus padres, y huyó de la fiesta hacia uno de los parques del Palacio. Giró su rostro en varias oportunidades, para asegurarse de que nadie la siguiera. Cuando llegó a un lago artificial, se detuvo para tomar asiento. Nuevamente, la invadía la tristeza, esa que salía de lugares demasiado profundos como para ser conscientes de ellos. Suspiró tres veces, dejando que la opresión en el pecho fuera extinguiéndose lentamente. Cuánto le hubiera gustado dormir y perderse en esos sueños donde era feliz junto al extraño que la acompañaba, a ese al que le había puesto el rostro de un ser mitológico… Dio un brinco, asustada, cuando alguien interrumpió sus pensamientos. La voz masculina, grave, le provocó vibraciones en todo su cuerpo.
—Casi me mata del susto —se quejó tras ponerse de pie y girar para saber quién había osado perseguirla. Lo primero que llamó su atención, fue la altura del desconocido. Ella era menuda, bajita, y debió alzar el mentón para observarlo detenidamente. Le escasa luz delineaba mínimamente sus facciones. Pero no era necesario un farol para percatarse de la belleza del hombre. —No me gusta celebrar mi cumpleaños —fue su única respuesta. El atractivo del caballero le había robado el aliento, y se preguntó si él podía escuchar los latidos de su corazón. Éste último, traicionero, parecía querer salir por su boca. Su primera reacción, fue atribuirle el nerviosismo al haber sido tomada desprevenida. Luego entendió que jamás había visto un hombre más hermoso. —No lo he visto en mi fiesta —continuó, para que no le preguntara por qué no era afín al festejo. —Por ende, creo que no nos han presentado —extendió su mano, mostrándole el dorso. —Clío Sfakianakis, aunque si está aquí, supongo que me conoce. ¿Usted es…? —una suave sonrisa le curvó los labios y entendió que estaba coqueteando con él.
Cuando bajó las escaleras, enfundada en su vestido azul petróleo, de escote profundo, corsé ajustado más de lo que cualquier ser humano podía soportar, cabello recogido en un rodete que, lejos de ser tirante, dejaba varios bucles cayendo y adornado con una tiara de diamantes, mismos que decoraban su cuello con una gargantilla e iluminaban su rostro con unos pendientes pequeños, sintió deseos de huir de allí. Todos la aplaudían y le sonreían, y ella ni siquiera sabía quiénes eran. Se había encargado de que su vida social en París fuese escasa, y sólo reconocía a algún que otro asistente porque sus padres lo habían invitado a cenar a su residencia.
— ¿Tendré que saludarlos a todos? —masculló entre dientes, sin perder la sonrisa. Le preguntó a Ilias, que estaba tan incómodo como ella.
—Eso dijo tu madre, hija —le respondió, divertido, mientras le acariciaba la mano. Ambos descendían tomados del brazo.
—No me alcanzará el tiempo y tampoco recordaré todos sus nombres —se quejó. Le parecía divertido hablar de aquella forma en la que sólo ellos se entendían.
Llegaron al final, donde Charlotte los esperaba con lágrimas en los ojos. Se fundieron en un abrazo profundo, mientras la elogiaba. La mujer se había encargado de cada detalle para que su hija luciera radiante y la fiesta fuese magnífica. Clío nunca entendería cómo una mujer como ella, que había recorrido el mundo desde pequeña, tenía aquella inclinación por las frivolidades, y se dijo que era su cuna inglesa la que primaba. Luego, comenzó el saludo de rigor a todos los que fueron acercándose. El Duque de aquí, la condesa de allá, y la cabecita de Clío iba ubicando geográficamente todos los lugares que le nombraban. De pronto, ya no le parecía tan poco interesante la velada, y se dijo que podría aprender mucho de aquellas personas.
Sin embargo, el entusiasmo inicial duró muy poco. Había perdido la cuenta de cuántas personas había saludado, cuántos agradecimientos había emitido, y ya le dolía el rostro de sonreír. Aprovechó un instante de distracción de sus padres, y huyó de la fiesta hacia uno de los parques del Palacio. Giró su rostro en varias oportunidades, para asegurarse de que nadie la siguiera. Cuando llegó a un lago artificial, se detuvo para tomar asiento. Nuevamente, la invadía la tristeza, esa que salía de lugares demasiado profundos como para ser conscientes de ellos. Suspiró tres veces, dejando que la opresión en el pecho fuera extinguiéndose lentamente. Cuánto le hubiera gustado dormir y perderse en esos sueños donde era feliz junto al extraño que la acompañaba, a ese al que le había puesto el rostro de un ser mitológico… Dio un brinco, asustada, cuando alguien interrumpió sus pensamientos. La voz masculina, grave, le provocó vibraciones en todo su cuerpo.
—Casi me mata del susto —se quejó tras ponerse de pie y girar para saber quién había osado perseguirla. Lo primero que llamó su atención, fue la altura del desconocido. Ella era menuda, bajita, y debió alzar el mentón para observarlo detenidamente. Le escasa luz delineaba mínimamente sus facciones. Pero no era necesario un farol para percatarse de la belleza del hombre. —No me gusta celebrar mi cumpleaños —fue su única respuesta. El atractivo del caballero le había robado el aliento, y se preguntó si él podía escuchar los latidos de su corazón. Éste último, traicionero, parecía querer salir por su boca. Su primera reacción, fue atribuirle el nerviosismo al haber sido tomada desprevenida. Luego entendió que jamás había visto un hombre más hermoso. —No lo he visto en mi fiesta —continuó, para que no le preguntara por qué no era afín al festejo. —Por ende, creo que no nos han presentado —extendió su mano, mostrándole el dorso. —Clío Sfakianakis, aunque si está aquí, supongo que me conoce. ¿Usted es…? —una suave sonrisa le curvó los labios y entendió que estaba coqueteando con él.
Clío Sfakianakis- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 11/09/2016
Re: Haunt Me → Privado
“Legends are best left as legends and attempts to make them real are rarely successful”
― Michael Moorcock, Elric of Melniboné
― Michael Moorcock, Elric of Melniboné
Los ojos claros de Joakim se abrieron un poco más. Las joyas que engalanaban a la joven desmerecían frente a su belleza. Pero así siempre había sido, no importaba si su Ónfale vestía las mejores telas o las joyas más caras, jamás eran suficientes para ponerse a su altura. También estudió la figura de la chica, hermosa, menuda y los recuerdos le inundaron el pensamiento. Sonrió.
—Lo siento —dijo con una educación que desbordaba en la sencilla frase. Hizo una ligera reverencia con la cabeza. Escuchó atento, aún amparado en las sombras. De algún modo, eso parecía venirle natural, mucho más allá de su naturaleza inmortal. Entornó la mirada… había cosas que nunca cambiaban, pensó algo divertido.
—Clío Sfakianakis —repitió en un perfecto griego. Era su lengua natal, después de todo—. Un placer, señorita. Mi nombre es Joakim Sibelius, arquitecto, un honor —diciendo eso, dio un paso al frente y la luz de la luna escurrió por su rostro de facciones perfectas. Idealizado, inmortalizado y cambiado incluso a través de lo tiempos. Cada artista, con los años, tuvo una interpretación diferente de él, y de ella.
—La verdad es que vengo invitado por Monsieur Coubert, soy nuevo en la ciudad —sonrió y tomó la mano de chica, para besarla con galantería. Ese era un protocolo que carecía de importancia. Ellos dos se conocían de un modo más trascendental, sólo que ella no lo recordaba, y él… él se aferraba a la idea para poder continuar en su viaje infinito. No la soltó de inmediato, con suavidad, ejerciendo apenas un poco de fuerza, la haló para que, junto a él, se sentara en el sitio que había estado ocupando antes de su interrupción.
—No hay muchas jóvenes a las que no les guste su cumpleaños. Algo bueno deberán tener estas celebraciones, ¿no es así? —Continuó con total naturalidad. Con una seguridad que no te daba escapatoria. Era capaz de envolverte en su conversación, en su actuar, en todo. Atraía como la miel a las abejas, y eso, a veces, podía significar la perdición de las personas. Cuando se trataba de él, uno debía acercarse con caución, pero no muchos estaban advertidos y por ello, siempre conseguía lo que se proponía.
Le sonrió con cierto descaro. Sabía que, si era como las otras mujeres que tuvieron a su amada Ónfale en su interior, que eran ella, su ama, amante, reina y compañera, Clío preferiría otras cosas. Salvo detalles, todas conservaban el mismo ímpetu de la reina de Lidia.
—Pero, ¿sabes? Clío —pronunció el nombre como si recitara un poema escrito sobre ellos dos, para ellos dos, para la eternidad—, si lo prefieres y me dejas, puedo hacerte compañía —de nuevo hacía uso de esa habilidad suya de enredar en un hilo, como el que Ariadna lanzó para salvar a Teseo del minotauro. Sólo que en esta historia, él era héroe y bestia al mismo tiempo. No había salida del laberinto que, como arquitecto que era, él mismo había erigido. Alzó el rostro para mirar el palacio donde la celebración se seguía llevando a cabo, sin ella, la festejada.
Joakim Sibelius- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 10/09/2016
Localización : París
Re: Haunt Me → Privado
"We are so accustomed to disguise ourselves to others that in the end we become disguised to ourselves."
François de La Rochefoucauld
François de La Rochefoucauld
Se sentía confundida. Esa fue la mejor definición que pudo encontrar para lo que estaba atravesando su cuerpo y su alma. Estaba incómoda ante el invitado pero, al mismo tiempo, una familiaridad imposible de explicar la obligaba a quedarse allí. Se podría haber excusado, por supuesto. Podría haber dicho que debía volver a la fiesta urgente, que se había ausentado demasiado –lo cual, en parte, era verdad-, sin embargo, eligió dejarse envolver por la voz de Joakim. Le gustaba su nombre. Pero lo que más le gustaba, era cómo había pronunciado el suyo. ¡Su griego era perfecto! Y que le hablase en su idioma natal, ese que había atravesado los siglos, terminó por convencerla de que estaba donde debía estar. Clío había aprendido a guiarse por la intuición, y ésta le decía que absorbiese un poco más de ese hombre, que aprehendiese su esencia, como si esto fuese posible. Estaba conmocionada por la tormenta que se había desatado, y seguía sin encontrarle explicación alguna.
La tomó por sorpresa que la obligase, literalmente, a sentarse junto a él. Demasiado cerca. Estaban rompiendo las normas del decoro que tanto se habían esmerado en inculcarle. No podía negar que le provocaba un dulce vértigo, pero tenía miedo. Mucho miedo. No sólo de ser descubierta, sino a la revolución que le provocaba su presencia. ¿Quién era, realmente, Joakim Sibelius? Por extraño que resultase, creía que su nombre, su profesión, incluso su manera de vestir, eran una pantomima, como si se tratase de alguien demasiado importante para develar su identidad. Clío estaba muda, había perdido su capacidad de interactuar, adoptando una postura contemplativa que la obligaba a mirarlo a los ojos casi sin pestañear. Supo que debía responder para no quedar como una completa idiota.
—No soy como todas las jóvenes —respondió sin fanfarronear. Había, más bien, melancolía en su voz. —Desde que tengo uso de razón que no me gusta hacerlo. Pero jamás he podido negarme a los deseos de mi madre de hacer grandes celebraciones en mi honor. Muchos menos ahora, que estamos en París, rodeados de la aristocracia que abandonó cuando se instaló en Grecia para casarse con mi padre —omitió la parte de sus propios sentimientos, de la culpa que le generaba negarse a algo tan simple como una fiesta. Al fin de cuentas, Charlotte había sacrificado todo por su familia. Clío creía que debía devolverle, aunque sea en pequeñas porciones, lo que había hecho por ella. Especialmente, aceptando su alma solitaria, resignándose a la idea de que no la convertiría en una muchacha convencional.
—Acepto su compañía —una sonrisa tímida le iluminó el rostro ante una respuesta tan poco acorde a su posición. Desde lejos, llegaba el bullicio de la celebración. Tardarían en encontrarla, el lugar era enorme y nadie la había visto escabullirse. Luego podría mentir. —Pero se aburrirá de mí. Todos lo hacen. No soy, justamente, la persona que alguien como usted elegiría para conversar —jugueteaba con sus dedos, nerviosa. Él la intimidaba. Le parecía demasiado encantador, ella demasiado simple. No veía en sí misma una belleza arrebatadora; Joakim Sibelius podría haber optado por cualquier preciosa y coqueta dama de la fiesta, y no quería que se sintiese obligado a permanecer con ella ahí.
La tomó por sorpresa que la obligase, literalmente, a sentarse junto a él. Demasiado cerca. Estaban rompiendo las normas del decoro que tanto se habían esmerado en inculcarle. No podía negar que le provocaba un dulce vértigo, pero tenía miedo. Mucho miedo. No sólo de ser descubierta, sino a la revolución que le provocaba su presencia. ¿Quién era, realmente, Joakim Sibelius? Por extraño que resultase, creía que su nombre, su profesión, incluso su manera de vestir, eran una pantomima, como si se tratase de alguien demasiado importante para develar su identidad. Clío estaba muda, había perdido su capacidad de interactuar, adoptando una postura contemplativa que la obligaba a mirarlo a los ojos casi sin pestañear. Supo que debía responder para no quedar como una completa idiota.
—No soy como todas las jóvenes —respondió sin fanfarronear. Había, más bien, melancolía en su voz. —Desde que tengo uso de razón que no me gusta hacerlo. Pero jamás he podido negarme a los deseos de mi madre de hacer grandes celebraciones en mi honor. Muchos menos ahora, que estamos en París, rodeados de la aristocracia que abandonó cuando se instaló en Grecia para casarse con mi padre —omitió la parte de sus propios sentimientos, de la culpa que le generaba negarse a algo tan simple como una fiesta. Al fin de cuentas, Charlotte había sacrificado todo por su familia. Clío creía que debía devolverle, aunque sea en pequeñas porciones, lo que había hecho por ella. Especialmente, aceptando su alma solitaria, resignándose a la idea de que no la convertiría en una muchacha convencional.
—Acepto su compañía —una sonrisa tímida le iluminó el rostro ante una respuesta tan poco acorde a su posición. Desde lejos, llegaba el bullicio de la celebración. Tardarían en encontrarla, el lugar era enorme y nadie la había visto escabullirse. Luego podría mentir. —Pero se aburrirá de mí. Todos lo hacen. No soy, justamente, la persona que alguien como usted elegiría para conversar —jugueteaba con sus dedos, nerviosa. Él la intimidaba. Le parecía demasiado encantador, ella demasiado simple. No veía en sí misma una belleza arrebatadora; Joakim Sibelius podría haber optado por cualquier preciosa y coqueta dama de la fiesta, y no quería que se sintiese obligado a permanecer con ella ahí.
Clío Sfakianakis- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 11/09/2016
Re: Haunt Me → Privado
“I seem to have loved you in numberless forms, numberless times...
In life after life, in age after age, forever.”
— Rabindranath Tagore, Unending Love
In life after life, in age after age, forever.”
— Rabindranath Tagore, Unending Love
Joakim era un hombre peligroso es más de un sentido, y en esa ambigüedad, él tampoco hacía mucho como para tratar de ocultarlo. No que temieras encontrártelo en un callejón oscuro, no, su peligrosidad iba por el lado de su encanto. Era envolvente, era arrasador. Era todo, con la misma intensidad y al mismo tiempo. Como una hecatombe. Sonrió al escucharla, pero no respondió. Dejó que terminara, aunque fue hábil con sus manos, y con discreción, haciéndolo parecer un accidente, consiguió que la yema de sus helados dedos tocara apenas una porción de las de ella. Algo natural, algo fortuito.
—Clío… ¿puedo llamarte así? —Comenzó, e hizo la inflexión, aunque antes ya se había dirigido a ella por su nombre. Le gustaba, no sólo porque era griego, desde la primera Ónfale, ninguna había sido helénica, hasta ahora—. ¿Tú qué sabes lo que a mí me complace? Soy un hombre de arte, me gusta la gente como tú, contemplativa, que se sale de la norma. Voy en pos de todo aquello que no es común. Y tú no lo eres. No eres ordinaria, eres extraordinaria —su voz fue suave, se meció con el viento perfumado por las flores del jardín. Le habló como si la conociera de toda la vida… porque lo hacía, sólo que no podía decirle aquello sin asustarla. Ya sabía cómo actuar, cómo acercarse con cautela, no precipitarse aunque su corazón aullara por Ónfale, su amada reina.
—Así son todas las madres, ¿no? —Le guiñó un ojo. Era tan joven, tan ingenua, y aún así, no dejaba de ser la mujer que lo sometió antaño, ¡a él! ¡Al legendario Heracles!—. No te queda más que complacerla, por un rato. Un día llegará un hombre a pedir tu mano, y deberá decirte adiós. Es el curso natural de las cosas. Sobre todo para gente como tú y como yo —explicó algo que seguramente ella ya sabía. Su intención no fue decir lo obvio, sino ocultar un mensaje en todo ello: yo soy la salida a lo que te han predestinado. Yo soy el camino que no debes, pero ansías tomar. Estamos tan unidos que no tenemos escapatoria.
—Clío, Clío, Clío —repitió como si la invocara—, ¿sabes de dónde viene tu nombre? Seguro lo sabes, ¿no? Es la musa de la Historia y la Poesía Heroica. Soy de la idea de que los nombres cargan un especial significado para los portadores, y creo que el tuyo te augura grandes cosas. Sobre todo si no eres como las otras chicas —usó las mismas palabras que ella empleó, aunque las moldeó a lo que en ese momento quería expresar.
—Quizá es un pensamiento demasiado romántico, ¿no? —Se separó un poco, para quedar recto en su asiento, como el rey tebano que no alcanzó a ser por elegir el camino de la leyenda. Miró al cielo, al menos por los huecos y ventanas que el kiosko le dejaba. Las estrellas danzando por una eternidad, las mismas que vio cuando era mortal, y ella Ónfale, a su lado, ambos buscando el significado de la existencia y amándose como pocos amantes han visto las memorias de la Tierra.
Joakim Sibelius- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 10/09/2016
Localización : París
Re: Haunt Me → Privado
Desde su nacimiento, Clío pensaba que había nacido en el mundo equivocado, como si su existencia fuera extraterrena. De pequeña, se preguntaba si pertenecía a las estrellas, quizá a los mares, tal vez al Cielo, pero no a éste planeta. Había devorado con avidez cada conocimiento que se había posado ante sus ojos, en la busca de una respuesta que le sosegara el alma, pero nada parecía conformarla. Continuaba transitando sus días en total agonía, como si la vida le pesara, sin embargo, había aprendido a llevar a cuestas esas emociones, y ya con la madurez de la juventud, comenzó a disfrutar de las pequeñas cosas. Especialmente, de su padre. Las charlas con él la enriquecían, aunque su madre significaba una bocanada de aire fresco ante la formalidad de un mundo académico que no le hacía lugar, pero que la atraía como la miel a las abejas.
Sin embargo, por primera vez en sus jóvenes veinte años, sintió que estaba en el lugar correcto. No sabía si era la presencia de Joakim Sibelius o si era cómo le hervía la piel ante él, pero ese era su sitio. Allí, tan cerca, tan cómoda, él tan seguro, tan estoico, era lo que había estado esperando desde siempre. Y la certeza con la que esa realidad se presentó, la asustó. Especialmente, porque Clío era una joven que nunca tenía demasiadas certezas sobre nada. Por eso estudiaba, por eso leía sin parar y tenía una insaciable curiosidad por el medio que la rodeaba. Por ello, también, era tan práctica. Buscaba soluciones rápidas, inmediatas, no le gustaba ahogarse en un vaso de agua.
—Puede llamarme así —aunque sospechó que Sibelius no necesitaba de su aprobación. Lo seguiría haciendo, de todos modos. Y a ella le gustaba. Le gusta mucho. Le gustaba demasiado cómo sonaba su nombre pronunciado por esa voz grave, profunda, intensa. Era extraño, pero era la voz ideal para su mirada, que parecía absorberla. Sus halagos, inevitablemente, le acaloraron las mejillas y el cuello, y no pudo evitar que se tiñeran de un carmín suave, que no se notaría por la escasa iluminación.
—Mi padre eligió mi nombre. Y estoy a gusto con él. Me hace creer que tengo una misión, una misión que servirá como inspiración, como la musa de otros. Aún no sé cuál es, pero creo que la descubriré en algún momento. Ese también es un pensamiento romántico, ¿no le parece? —le sonrió suavemente, pero con confianza. —Romántico y pretencioso —agregó, y se acomodó de tal modo que podía continuar observándolo, sin demasiados pudores.
—Ya estoy comprometida —comentó, cambiando rotundamente el rumbo de la conversación. Se arrepintió inmediatamente. Sintió culpa de confesarle algo semejante, y lo peor era que no entendía por qué. Joakim era un completo desconocido, un hombre del que nada sabía, pero con el que se encontraba a solas cuando debía estar en su fiesta, ejerciendo como anfitriona. —El próximo año celebraremos la boda. Mi prometido se encuentra en el ejército, por lo que se decidió posponer el enlace hasta que él finalice sus estudios —lo contó sin entusiasmo, no como una joven que se siente a gusto por tan importante evento. —Parece un buen muchacho, y debo agradecer que no decidieran que debía casarme con un anciano —lo cual era real. Se había enterado de varias jovencitas que eran unidas en matrimonio con hombres que hasta las triplicaban en edad.
Sin embargo, por primera vez en sus jóvenes veinte años, sintió que estaba en el lugar correcto. No sabía si era la presencia de Joakim Sibelius o si era cómo le hervía la piel ante él, pero ese era su sitio. Allí, tan cerca, tan cómoda, él tan seguro, tan estoico, era lo que había estado esperando desde siempre. Y la certeza con la que esa realidad se presentó, la asustó. Especialmente, porque Clío era una joven que nunca tenía demasiadas certezas sobre nada. Por eso estudiaba, por eso leía sin parar y tenía una insaciable curiosidad por el medio que la rodeaba. Por ello, también, era tan práctica. Buscaba soluciones rápidas, inmediatas, no le gustaba ahogarse en un vaso de agua.
—Puede llamarme así —aunque sospechó que Sibelius no necesitaba de su aprobación. Lo seguiría haciendo, de todos modos. Y a ella le gustaba. Le gusta mucho. Le gustaba demasiado cómo sonaba su nombre pronunciado por esa voz grave, profunda, intensa. Era extraño, pero era la voz ideal para su mirada, que parecía absorberla. Sus halagos, inevitablemente, le acaloraron las mejillas y el cuello, y no pudo evitar que se tiñeran de un carmín suave, que no se notaría por la escasa iluminación.
—Mi padre eligió mi nombre. Y estoy a gusto con él. Me hace creer que tengo una misión, una misión que servirá como inspiración, como la musa de otros. Aún no sé cuál es, pero creo que la descubriré en algún momento. Ese también es un pensamiento romántico, ¿no le parece? —le sonrió suavemente, pero con confianza. —Romántico y pretencioso —agregó, y se acomodó de tal modo que podía continuar observándolo, sin demasiados pudores.
—Ya estoy comprometida —comentó, cambiando rotundamente el rumbo de la conversación. Se arrepintió inmediatamente. Sintió culpa de confesarle algo semejante, y lo peor era que no entendía por qué. Joakim era un completo desconocido, un hombre del que nada sabía, pero con el que se encontraba a solas cuando debía estar en su fiesta, ejerciendo como anfitriona. —El próximo año celebraremos la boda. Mi prometido se encuentra en el ejército, por lo que se decidió posponer el enlace hasta que él finalice sus estudios —lo contó sin entusiasmo, no como una joven que se siente a gusto por tan importante evento. —Parece un buen muchacho, y debo agradecer que no decidieran que debía casarme con un anciano —lo cual era real. Se había enterado de varias jovencitas que eran unidas en matrimonio con hombres que hasta las triplicaban en edad.
Clío Sfakianakis- Humano Clase Alta
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Re: Haunt Me → Privado
Sonrió de tal manera que ella pudiera verlo, y sólo ella. Joakim había vivido lo suficiente como para medir con exactitud cada uno de sus movimientos, como para darle a cada ademán la tonalidad adecuada de lo que quería transmitir. Confianza, seguridad, incluso complicidad, quería que Clío viera todo eso en él. Tenían un lazo que trascendía tiempo y espacio, pero no era tan sencillo como llegar y que ella hiciera esa conexión. Debía tratar con ellas primero, recordarles, de algún modo, qué era eso tan fuerte que los unía. Ella había sido la reina que había sometido al gran héroe, y la dinámica se lograba con Ónfale en sus versiones modernas, era parecida, pero a la inversa. Una especie de dulce venganza que ambos han de disfrutar, como antaño, no iba a mentirse; rendirse ante ella fue maravilloso.
—Oh, pero nada se consigue sin algo de pretensión. No dejes que te digan lo contrario. Estamos tan acostumbrados, como sociedad, a aplacar todo aquello que atreve a salirse de la norma. Sin embargo, son aquellos a los que no les importa, los que finalmente consiguen hacer las cosas —de un momento a otro estuvo ligeramente más cerca. Conservó aquella sonrisa taimada en su rostro. Habló de la generalidad, sin embargo era obvio que quiso tratar la particularidad de Clío. Sabía cómo era, cómo aleccionaban a las señoritas de alta sociedad, había visto la evolución de ello. Pero si Ónfale habitaba dentro de la chica, como sabía que lo hacía, estaba consciente que ahí, en su interior, había una fuerza tan grande y tan hermosa que no podría contenerse por demasiado tiempo.
Y él había llegado para abrir las puertas y dejarla salir. O entrar. Entrar de regreso a este mundo.
—Oh —dotó de algo de decepción a aquella sencilla expresión. Fue con alevosía, incluso borró la sonrisa—. Tu prometido es un hombre muy afortunado. Vas a decir que apenas nos conocemos, pero Clío… siento que te conozco desde hace mucho —sus palabras no eran en vano. Estaban ahí para cumplir un propósito.
No sería la primera vez que se enfrentaba contra el obstáculo de un prometido. Y si debía jactarse de algo, era que Ónfale siempre terminaba en sus brazos, y él no tenía necesidad de desaparecer a ese que interfiere entre ambos. No había necesidad de sangre. Arrebataba lo que era suyo por derecho con una facilidad y elegancia que daba miedo. Todo a su debido tiempo.
—Pero no te escuchas feliz —ahí estaba, apretando una obvia herida, para hacerla sangrar de nuevo. Lo necesitaba para conseguir sus planes. Su manera de querer era cruel y no era secreto para nadie—. Sé que el amor poco tiene que ver con esas cosas, pero… te agrada, ¿no? ¿O sólo es un buen muchacho. Oh, por todos los cielos, ser sólo un buen muchacho es aburrido —entonces sus ojos fueron los de un demonio. Uno que se aparece ante ti para ofrecerte eso que más deseas, a cambio de tu alma. Y lo quieres con tantas fuerzas, que no mides las consecuencias de ese atroz acto.
—Obviamente no lo conozco —no mintió—, y quizá no soy quien para decirte esto, Clío, sin embargo creo que mereces mucho más que sólo un buen muchacho. Vamos, estás aquí en lugar de estar en tu fiesta, eres esa nota en contrapunto que hace más hermosa a la melodía. Te sales de la escala, sólo para enriquecerla —entonces, y al fin, calló. La hermosa anomalía estaba siendo el leitmotiv y es que eso era. Ella no era como nadie en ese lugar.
Sabía que, tal vez, se había mostrado como alguien precipitado, no obstante, si la conocía, como en realidad lo hacía en el fondo, estaba seguro que no lo tomaría como afrenta. Esa noche sólo debía sembrar la duda, la necesidad de volver a verlo. Ese misterio que atrae a las sombras, hasta que éstas terminan por devorarte.
Joakim Sibelius- Vampiro Clase Alta
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Re: Haunt Me → Privado
<<Yo también siento que te conozco desde hace mucho tiempo>> y sus pensamientos quedaron anclados en esa frase que se coló, sin pedir permiso. La atravesó como un rayo y le costó volver a la conversación, ubicarse en ella, saber de qué estaban hablando. Quedó desorientada, como si hubiera perdido la brújula de su vida, esa vida que ella consideraba en completo control, a pesar de los sueños que la asaltaban cada vez con más frecuencia. Esos sueños donde sufría, lloraba, amaba y odiaba, donde era más ella que nunca. Porque Clío sentía un enorme vacío en el centro del pecho, allí donde los latidos de su corazón le recordaban que estaba viva, aunque a veces no se sintiera así. Y no era que le faltaran motivaciones, simplemente, creía que algo grande estaba por ocurrirle, y vivía expectante del mundo que la rodeaba, estudiándolo, absorbiéndolo, con la seguridad de que hallaría eso que tanto había estado buscando.
Joakim Sibelius era punzante y, al mismo tiempo, le hablaba con una cadencia y familiaridad como si, realmente, fueran viejos amigos. No sabía si sentirse ofendida o halagada, pues siempre agradecía la sinceridad, esa de la que tanto carecía la elite a la que pertenecía por nacimiento. Ella se adaptaba a la hipocresía de su clase, mirándola desde afuera como si se tratase de una mera observadora. Clío era curiosa y estudiosa, y nada se escapaba de su ojo clínico, tampoco las insinuaciones de su reciente conocido. A pesar de haberse encontrado encantada por él, que parecía dueño de un poder especial para envolverla, podía leer su lenguaje corporal, la forma en que se acercaba, el tono de su voz, cómo la miraba… Ah…¡cómo la miraba! Hubiera dado lo que fuera por ser mirada de aquella manera por lo que le restase de vida.
—Me agrada y es un buen muchacho —habló de forma cortante. No le gustaba lo que estaba diciendo, porque era la verdad. Iba a casarse con un completo desconocido, compartiría su vida con alguien de quien no sabía nada, escasamente su nombre, ocupación y herencia. Esto último, al fin de cuentas, era lo importante. El prestigio lo era todo, mantener la posición social. Sus padres añoraban eso, y ella, como era una buena hija, se los daría. —Cualquiera lo trataría de ingenuo o de subversivo. ¿Me está hablando de amor? Sabe muy bien que, algunas personas, no podemos elegirlo —sonaba convencida, aunque no lo estuviera. Su madre y su padre se habían enamorado locamente, ¿por qué ella no podía sentir algo así? ¿Por qué no la habían dejado vivir su aventura y regodearse de contraer nupcias con alguien elegido por ella misma? Jamás dejaría de pensar en lo injusto del trato que habían tenido para con ella.
—Mi matrimonio no tiene que ver con estar o no en la fiesta. Las multitudes me disgustan, sólo eso —agachó levemente la cabeza y se acomodó un mechón imaginario detrás de la oreja. Sibelius parecía conocer sus pensamientos, ¿acaso leía la mente? ¿Sería alguna especie de hechicero capaz de sumergirse en su alma con tan sólo mirarla? <<Clío, eres una mujer de ciencia, no debes tener esas ideas irracionales. ¿No te das cuenta que solamente sabe leer a las personas? Eres transparente, no puedes luchar contra eso.>> intentó consolarse, en vano. — ¿Usted está casado? ¿Está enamorado de alguien? Porque es de la única manera que puedo explicarme que me hable con tanta autoridad sobre el tema. ¿Alguien ocupa su corazón? —y, sorpresivamente, pensó que no quería una respuesta afirmativa.
Creía que estaba en una burbuja junto a ese hombre, atractivo y magnético como ningún otro. Un caballero, de esos que ya no existían, como salido de alguna historia mítica. De pronto, se vio a sí misma envuelta en los brazos de Heracles, el dueño de sus sueños. Ella era Ónfale, acariciada y amada por el semidiós, entregada por completo a la pasión. La escena fue vívida, le alteró el pulso y le enrojeció las mejillas. Fue incapaz de sostenerle la mirada y la desvió, por pura vergüenza y pudor.
Joakim Sibelius era punzante y, al mismo tiempo, le hablaba con una cadencia y familiaridad como si, realmente, fueran viejos amigos. No sabía si sentirse ofendida o halagada, pues siempre agradecía la sinceridad, esa de la que tanto carecía la elite a la que pertenecía por nacimiento. Ella se adaptaba a la hipocresía de su clase, mirándola desde afuera como si se tratase de una mera observadora. Clío era curiosa y estudiosa, y nada se escapaba de su ojo clínico, tampoco las insinuaciones de su reciente conocido. A pesar de haberse encontrado encantada por él, que parecía dueño de un poder especial para envolverla, podía leer su lenguaje corporal, la forma en que se acercaba, el tono de su voz, cómo la miraba… Ah…¡cómo la miraba! Hubiera dado lo que fuera por ser mirada de aquella manera por lo que le restase de vida.
—Me agrada y es un buen muchacho —habló de forma cortante. No le gustaba lo que estaba diciendo, porque era la verdad. Iba a casarse con un completo desconocido, compartiría su vida con alguien de quien no sabía nada, escasamente su nombre, ocupación y herencia. Esto último, al fin de cuentas, era lo importante. El prestigio lo era todo, mantener la posición social. Sus padres añoraban eso, y ella, como era una buena hija, se los daría. —Cualquiera lo trataría de ingenuo o de subversivo. ¿Me está hablando de amor? Sabe muy bien que, algunas personas, no podemos elegirlo —sonaba convencida, aunque no lo estuviera. Su madre y su padre se habían enamorado locamente, ¿por qué ella no podía sentir algo así? ¿Por qué no la habían dejado vivir su aventura y regodearse de contraer nupcias con alguien elegido por ella misma? Jamás dejaría de pensar en lo injusto del trato que habían tenido para con ella.
—Mi matrimonio no tiene que ver con estar o no en la fiesta. Las multitudes me disgustan, sólo eso —agachó levemente la cabeza y se acomodó un mechón imaginario detrás de la oreja. Sibelius parecía conocer sus pensamientos, ¿acaso leía la mente? ¿Sería alguna especie de hechicero capaz de sumergirse en su alma con tan sólo mirarla? <<Clío, eres una mujer de ciencia, no debes tener esas ideas irracionales. ¿No te das cuenta que solamente sabe leer a las personas? Eres transparente, no puedes luchar contra eso.>> intentó consolarse, en vano. — ¿Usted está casado? ¿Está enamorado de alguien? Porque es de la única manera que puedo explicarme que me hable con tanta autoridad sobre el tema. ¿Alguien ocupa su corazón? —y, sorpresivamente, pensó que no quería una respuesta afirmativa.
Creía que estaba en una burbuja junto a ese hombre, atractivo y magnético como ningún otro. Un caballero, de esos que ya no existían, como salido de alguna historia mítica. De pronto, se vio a sí misma envuelta en los brazos de Heracles, el dueño de sus sueños. Ella era Ónfale, acariciada y amada por el semidiós, entregada por completo a la pasión. La escena fue vívida, le alteró el pulso y le enrojeció las mejillas. Fue incapaz de sostenerle la mirada y la desvió, por pura vergüenza y pudor.
Clío Sfakianakis- Humano Clase Alta
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Re: Haunt Me → Privado
Alcaeus, bajo el nombre que fuera, como ahora Joakim, tomaba lo que era suyo, sin preguntar. Su nombre siempre estuvo ligado a un mito, y entre el pueblo heleno, era lo que más se temía, y respetaba; a un dios, o a un semidiós. Sin embargo, el tiempo había logrado grandes cosas en ese carácter posesivo suyo. Lo había refinado como a un buen vino. Y con esas nuevos matices adquiridos, sabía cuándo dejar de presionar. Los siglos sin Ónfale lo habían vuelto paciente, aunque no menos posesivo. Por ello, sabía que esta noche no iba a conseguir más, ni lo pretendía, si es que no quería asustarla, así que se iba a conformar con la compañía ajena, añorando que pronto llegaran mejores momentos para ambos.
Sonrió y no dijo nada por un rato. Le pareció divertida la situación, pero no divertida como para reírse a carcajadas, sino como para encontrar curioso el intercambio. Cada vez era distinto, lo sabía, y cada vez había tenido sus complicaciones, no obstante, esta ya se colocaba como una de las más complejas en todo aspecto. Era una fortuna que a él le gustaran los retos. En vida, no encontró ninguno real para él. ¿Sus diez labores? Al final las consiguió, y fueron las que terminaron por definir su mito; era ahora, en la inmortalidad, que enfrentaba verdaderos desafíos.
—Oh, que tú no estés en la fiesta tiene que ver mucho con tu matrimonio —sonrió de tal modo, que tuvo que cerrar los ojos. Una sonrisa grande y que se antojaba incluso ingenua. No ahondó más. Carraspeó luego.
—¿Yo? Yo… estoy enamorado de alguien, sí —respondió directamente a la pregunta—, y he estado casado, pero no ahora mismo —la miró de tal modo que parecía suplicarle que entendiera el trasfondo de sus palabras. Eso, claro, si un hombre como él fuera capaz de rogar—. Así que sé perfectamente de lo que hablo. No me casé sin estar enamorado —confesó. Se había casado tantas veces, en tantas vidas, siempre con ella, con su único verdadero amor. Con la misma que ahora tenía enfrente.
—¿Me entiendes? ¿Qué crees que pasaría si un hombre de mucha mejor posición, y del que estuvieras enamorada, apareciera y pidiera tu mano? —Preguntó como si se tratara de algo hipotético. Había aprendido con los años, y tras trazar muchos planes para tener a Ónfale a su lado, que a veces el verdadero obstáculo eran los padres de las chicas. No en vano iba ahora como un hombre sumamente exitoso y acaudalado; era más fácil así.
—No deberías pensar tan negativo —aquí sólo habló por hablar. En parte para sembrar la semilla de la esperanza en ella. Convertirse en una especie de salvador dentro de su imaginario. Si todo era como siempre había sido, Clío era incapaz de enamorarse de nadie más que no fuera él. Joakim no sabía si era obra de los dioses, una bendición o un castigo.
Siempre terminaba por encontrar a Ónfale, siempre. Pero le aterraba que en alguna de sus muchas vidas, no lo hiciera, y ambos vivieran infelices. Por ello no sabía si era regalo o maldición. Algo que los ataba a ambos a una dinámica eterna. Él no se aburría, pero comprendía la conmoción que ellas sufrían antes de hacerse a la idea, por más que él mismo les facilitaba la transición. De ese modo, con los ojos claros plagados de un amor milenario, Joakim miró a Clío, diciéndole que a su lado estaba segura.
Última edición por Joakim Sibelius el Lun Oct 23, 2017 9:58 pm, editado 1 vez
Joakim Sibelius- Vampiro Clase Alta
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Localización : París
Re: Haunt Me → Privado
Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza. Cada instante con Joakim, la acercaba más a él, como si estuvieron unidos por un hilo invisible, que los ataba y condenaba. Intentaba negarse a la fuerza de esa atracción, que la mantenía estaqueada a su lado, imposibilitada de tomar una distancia lo suficientemente prudencial para sentirse a salvo. ¿Pero se sentía en peligro? La respuesta, muy a su pesar, era que no. Que, conforme el segundero seguía su paso, sabía con admirable certeza, de que junto a él estaba más segura que con cualquier otra persona. ¿Qué la llevaba a pensar de aquella manera? Ninguna contestación resultaba racional, pues nada de todo aquello que estaba pasándole, le parecía de esa forma. Clío, que no creía en nada que no pudiera corroborar con hechos fácticos, estaba abriéndose a la conexión emocional con un completo extraño. ¿Lo era tanto? ¿Eran realmente desconocidos? Las dudas la asaltaban, una a una, y eran como pirañas que comenzaban a comerse los pensamientos; no podía frenarlos, y a pesar de intentar mostrarse entera y confiada, tenía la mente atribulada.
Cada frase que Sibelius emitía, era una tempestad para la joven. Enamorado. ¿De quién? No se atrevió a preguntar. Estuvo casado. ¿Con quién? ¿Quién había sido la afortunada? Miles y miles de preguntas se le agolpaban en la garganta, preguntas imprudentes y despojadas de cualquier buena voluntad. Quería ser amada y admirada por alguien como él; despertaba el fuego de su corazón joven y que se descubría soñador, que iba corriendo poco a poco la dura capa de la racionalidad y le daba rienda suelta a las imágenes de sus ensoñaciones, que parecían haberse complotado para confundirla aún más. No sólo acudían a ella en forma de proyecciones, también las sentía en la piel, y se preguntó si era real lo que estaba pasándole, si no formaba parte de uno de sus sueños.
—Jamás podría abandonar un compromiso. Mi familia y yo dimos nuestra palabra —respondió, finalmente. Y era real. Sus padres no romperían con algo que habían asumido, y ella tampoco podría hacerles transitar semejante vergüenza. —Si me enamorara de otro hombre, tendría que reprimir la emocionalidad, terminaría pasando. Sé muy bien el lugar que ocupo, aunque me pese —y eso último sonó a confesión.
Le llegó el sonido de la orquesta que anunciaba el vals. En ese momento, pudo imaginar a sus padres, desesperados buscándola. Debía entrar y abrir la pista con su progenitor, mientras su madre lloriqueaba de emoción. Pero le fue imposible. Simplemente, atinó a ponerse de pie y miró hacia el palacio, iluminado y regio. Luchó contra sí misma, porque sabía que había llegado el momento de romper aquel hechizo y retirarse, era la hora de volver a la realidad. No lo consiguió. Había una fuerza mucho más poderosa que la hizo girar y quedar frente a Joakim. Lo miró, casi con desesperación, con los pómulos arrebolados y el corazón a punto de salir de su pecho.
—Ha comenzado el baile… —la voz le temblaba, pero juntó coraje y extendió su mano. — ¿Bailaría conmigo? —sonó inocente y atemorizada, ya lo había dicho. Sólo faltaba que él aceptase y, por algún motivo que no sabría descifrar, sabía que Sibelius diría que si.
Cada frase que Sibelius emitía, era una tempestad para la joven. Enamorado. ¿De quién? No se atrevió a preguntar. Estuvo casado. ¿Con quién? ¿Quién había sido la afortunada? Miles y miles de preguntas se le agolpaban en la garganta, preguntas imprudentes y despojadas de cualquier buena voluntad. Quería ser amada y admirada por alguien como él; despertaba el fuego de su corazón joven y que se descubría soñador, que iba corriendo poco a poco la dura capa de la racionalidad y le daba rienda suelta a las imágenes de sus ensoñaciones, que parecían haberse complotado para confundirla aún más. No sólo acudían a ella en forma de proyecciones, también las sentía en la piel, y se preguntó si era real lo que estaba pasándole, si no formaba parte de uno de sus sueños.
—Jamás podría abandonar un compromiso. Mi familia y yo dimos nuestra palabra —respondió, finalmente. Y era real. Sus padres no romperían con algo que habían asumido, y ella tampoco podría hacerles transitar semejante vergüenza. —Si me enamorara de otro hombre, tendría que reprimir la emocionalidad, terminaría pasando. Sé muy bien el lugar que ocupo, aunque me pese —y eso último sonó a confesión.
Le llegó el sonido de la orquesta que anunciaba el vals. En ese momento, pudo imaginar a sus padres, desesperados buscándola. Debía entrar y abrir la pista con su progenitor, mientras su madre lloriqueaba de emoción. Pero le fue imposible. Simplemente, atinó a ponerse de pie y miró hacia el palacio, iluminado y regio. Luchó contra sí misma, porque sabía que había llegado el momento de romper aquel hechizo y retirarse, era la hora de volver a la realidad. No lo consiguió. Había una fuerza mucho más poderosa que la hizo girar y quedar frente a Joakim. Lo miró, casi con desesperación, con los pómulos arrebolados y el corazón a punto de salir de su pecho.
—Ha comenzado el baile… —la voz le temblaba, pero juntó coraje y extendió su mano. — ¿Bailaría conmigo? —sonó inocente y atemorizada, ya lo había dicho. Sólo faltaba que él aceptase y, por algún motivo que no sabría descifrar, sabía que Sibelius diría que si.
Clío Sfakianakis- Humano Clase Alta
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Re: Haunt Me → Privado
La conocía, la conocía de mil vidas vividas juntos, de noches enteras bajo las estrellas y sólo las estrellas sobre un vellocino en el campo, y nada en sus cuerpos. La conocía demasiado bien, esos ojos se repetían como un patrón cruel, una memoria guardada, pero no consciente dentro de Ónfale, una y otra vez, y en ellos mismos pudo ver, leer con claridad, todas sus dudas, mismas que no estaba dispuesto a responder ahora. Estaba enamorado; de ella a través de los siglos. Había estado casado; con ella, pero no podía recordarlo. Parte de su treta era la de mantenerla con la duda, de crear esa necesidad mutua entre ambos, aunque eso que los uniera, de momento, fuera tan frágil como la curiosidad. Siempre iniciaba con algo pequeño, una chispa para comenzar el incendio. No obstante, Joakim era minucioso y de a poco construía palacios ahí donde antes colocó una primera piedra. Su labor como arquitecto era, en cierta medida, una metáfora a lo que debía y hacía con ellas. Era una metonimia de lo que era capaz de erigir donde antes no hubo nada.
—Y eso sería una desgracia, ¿no? —Su voz fue suave, baja, como deslizar los dedos tiernos sobre una manta de terso terciopelo—. Que te enamoraras de otro, y que tuvieras que seguir con tu compromiso, todo por preservar el nombre de tu familia. Lo entiendo, Clío… créeme que lo entiendo. —Antes, durante su mortalidad, fue un príncipe tebano, sabía el peso que una estirpe podía conllevar, a veces más una maldición, una carga inútil, que otra cosa. Sonrió con un dejo de tristeza, y fue sincera; la chica parecía muy empecinada en hacer lo correcto, aunque eso significara sacrificar su propia felicidad.
La miró ponerse alerta tras las primeras notas de la orquesta. Mucho más calmado que ella, con parsimonia casi dolorosa, se puso de pie también. Alto, tan alto que podía cubrirla con su sombra, con sus costillas, con sus brazos, y que la puede engullir en su totalidad, hacerla una sola junto a él, si así lo quería. También miró hacia el palacio, y sonrió. Se volvió para verla, con la petición lanzada en medio de los dos; un lazo, una promesa, o una despedida (temporal).
—Estaría encantado, Clío. —Hizo una ligera reverencia a la vez que inclinaba la cabeza. Sonrió y volvió a tomar el control. Así, tomándola de la mano, caminó de regreso a la fiesta.
Su presencia, la de un héroe de oro, acallaba bocas, atraía miradas, enamoraba y conquistaba. Con ese mismo portento, abrió una puerta de cristal que conectaba el jardín al salón. Entonces estuvo ahí, con Clío a su lado. La música no se detuvo, pero los invitados abrieron paso, como si se tratara de Moisés abriendo las aguas del Mar Rojo. Una vez que estuvieron al centro, con todas las miradas atentas, Joakim tomó a Clío con fuerza de una mano y la cintura. Había seguridad en sus movimientos, y también mucha fuerza, como si estuviera luchando, y no a punto de bailar.
—Sígueme —le dijo, aunque era obvio, y con esa orden comenzó a bailar, guiando a la chica.
Era sorprendente que un hombre de su altura, de su físico tan poderoso, tuviera tanta gracia, y así era. Parecía flotar junto con ella por toda la pista, y sus movimientos fueron tan coordinados, que parecían una pareja hecha hace mucho. Y es que así era, aunque sólo él lo supiera por ahora. La hizo girar, la levantó de la cintura con facilidad apabullante, la soltaba brevemente para luego volver a alcanzar su mano. Había algo hipnótico en sus movimientos, tanto, que la concurrencia entera dejó de bailar y guardó silencio, mientras ellos se apoderaban del lugar, como el rey y a reina que eran, a través de los siglos.
Joakim Sibelius- Vampiro Clase Alta
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Re: Haunt Me → Privado
Y así se sentía Ónfale. O así creía Clío que se sentía aquella dama de sus sueños, esa con la que se hacía una sola masa cuando Morfeo se apoderaba de ella, y la llevaba a aquel mundo paralelo, del cual se sentía parte. Esa era su realidad, no la que vivía cuando despertaba y estaba en un sitio que no era suyo, donde nada la completaba y nada la satisfacía del todo. Pero, de pronto, todo se redujo a aquel desconocido al que creía conocer de miles de vidas, porque lo supo desde que lo vio. No era la primera vez que sus caminos se cruzaban. Clío, necia, se había negado a aceptarlo desde el comienzo, pero los minutos –eternos y fugaces- habían pasado para demostrarle que no había enloquecido. Joakim Sibelius era todo lo que había estado esperando a lo largo de su vida. Dejarlo ir significaría dejarse ir. Y por eso lo había invitado a bailar, contradiciendo cualquier norma que su madre, con esmero, hubiera podido inculcarle. Se dejó guiar por él y entró triunfal al salón de la mano de un hombre que no era ni su padre, ni tampoco su prometido.
Pero a la Clío de ese momento, poco y nada le importaba lo que hubieran pensado de ella. Ya no tenía ojos para nadie más que para él. Sentía que el Universo entero le pertenecía. Se aferró a su mano como si se tratase de la última tabla de aquel naufragio y, de cierta forma, lo era. Lo tomó de los hombros cuando debía levantarla, y ella, que siempre había odiado bailar, gozó plenamente de las notas musicales que se movían en el aire, envolviéndolos. No había nada a su alrededor, solo Joakim. Se dio el permiso de sentir y de dejar que fluyeran todas y cada una de sus emociones. Sonreía, estaba segura. Y ella no era, justamente, una oda a la alegría. Pero Clío estaba contenta. Sí, muy contenta. ¡Y qué bien se sentía!
Ónfale… El susurro llegó desde su interior. Ónfale. Le repitieron. Ónfale. Una y otra vez aquel nombre se empezó a reproducir en su mente, en su pecho y, de pronto, se sintió mareada. Ya no estaba feliz. Le dolió la zona del esternón y se le calentaron los ojos. Ya no estaba segura en los brazos de Joakim. ¿Comenzó a llorar? Estaba adormecida. ¿O seguía moviéndose? Ya no era dueña de su cuerpo, ya no le pertenecía. ¿Qué le ocurría? Un zumbido en los oídos la aturdió y ya no escuchaba la música. Ónfale. La voz era cada vez más poderosa, como si estuviera despertándose algo que se encontraba dormido en su corazón desde hacía mucho. Algo se resquebrajaba y se moría, al mismo tiempo que algo germinaba y renacía. Un giro más por los aires.
Clío se desplomó. No supo si cayó al suelo o si Joakim la atrapó. Todo se oscureció. Dejó de escuchar, de ver, de oler. Se sumergió en un océano muy profundo, y su cuerpo se volvió a unir con su alma. Lo último que oyó fue un “Ónfale” susurrado con satisfacción. Al desmayarse, había vuelto a la vida. De pronto, todo cobró sentido. Fue doloroso. Pero maravilloso. Clío había encontrado, por fin, aquello que tanto había estado buscando.
Pero a la Clío de ese momento, poco y nada le importaba lo que hubieran pensado de ella. Ya no tenía ojos para nadie más que para él. Sentía que el Universo entero le pertenecía. Se aferró a su mano como si se tratase de la última tabla de aquel naufragio y, de cierta forma, lo era. Lo tomó de los hombros cuando debía levantarla, y ella, que siempre había odiado bailar, gozó plenamente de las notas musicales que se movían en el aire, envolviéndolos. No había nada a su alrededor, solo Joakim. Se dio el permiso de sentir y de dejar que fluyeran todas y cada una de sus emociones. Sonreía, estaba segura. Y ella no era, justamente, una oda a la alegría. Pero Clío estaba contenta. Sí, muy contenta. ¡Y qué bien se sentía!
Ónfale… El susurro llegó desde su interior. Ónfale. Le repitieron. Ónfale. Una y otra vez aquel nombre se empezó a reproducir en su mente, en su pecho y, de pronto, se sintió mareada. Ya no estaba feliz. Le dolió la zona del esternón y se le calentaron los ojos. Ya no estaba segura en los brazos de Joakim. ¿Comenzó a llorar? Estaba adormecida. ¿O seguía moviéndose? Ya no era dueña de su cuerpo, ya no le pertenecía. ¿Qué le ocurría? Un zumbido en los oídos la aturdió y ya no escuchaba la música. Ónfale. La voz era cada vez más poderosa, como si estuviera despertándose algo que se encontraba dormido en su corazón desde hacía mucho. Algo se resquebrajaba y se moría, al mismo tiempo que algo germinaba y renacía. Un giro más por los aires.
Clío se desplomó. No supo si cayó al suelo o si Joakim la atrapó. Todo se oscureció. Dejó de escuchar, de ver, de oler. Se sumergió en un océano muy profundo, y su cuerpo se volvió a unir con su alma. Lo último que oyó fue un “Ónfale” susurrado con satisfacción. Al desmayarse, había vuelto a la vida. De pronto, todo cobró sentido. Fue doloroso. Pero maravilloso. Clío había encontrado, por fin, aquello que tanto había estado buscando.
Clío Sfakianakis- Humano Clase Alta
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