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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Răzvan Văcărescu Jue Nov 10, 2016 12:00 am


“Estoy hambriento de tu risa resbalada,
de tus manos color de furioso granero,
tengo hambre de la pálida piedra de tus uñas,
quiero comer tu piel como una intacta almendra.”
— Pablo Neruda, Soneto XI


«Tómame, Răzvan, tómame con furia, no quiero dudar ni por un instante de lo mucho que me has extrañado», las palabras de Inna hicieron eco en su interior. No perdió ni un minuto, y sin romper el beso, la tomó con decisión de ambos glúteos e hizo que ambos giraran para luego caer sobre la cama, ella debajo de él, él todavía apoyado en el suelo, para colocar después una rodilla entre las de su esposa, reposada en el colchón. Sólo entonces se separó y la miró, sin perder el contacto visual, deslizó su mano hacia abajo y lentamente deshizo el amarre de la bata que cubría su cuerpo desnudo, ese que encontró perfumado a su regreso. Dejó que la tela descansara así sobre ella, sin moverla. Uno de sus pechos cubiertos y el otro no, su vientre plano, su pubis áureo.

La miró con deseo. Claro que había amor en su mirada, pero lo que dominaba su semblante eran las ganas de dejarla exhausta, marcada, sin duda alguna de todo lo que sentía por ella. Ganas de escucharla gritar su nombre e incluso por un poco de piedad. Quizá no se lo decía a menudo, pero la amaba con la misma intensidad con la que la maldecía por haberla dejado. La amaba de manera destructiva y atroz, y no había un amor más real que ese. Sonrió y se inclinó sobre ella. Acomodó el rostro en la curvatura de su cuello y olió profundamente su perfume.

Una de sus enormes y toscas manos bajó y acarició su vientre, acercando los dedos a ese lugar donde los vellos de su intimidad hubieran nacido si no los hubiera quitado. Había algo en ello que poseía un sentido de sensualidad que no podía explicar. Así, retó, sin llegar a tocar ningún sitio en verdad sensible.

Se apoderó de su boca una vez más. Mordió con furia los dulces y suaves labios, casi como si quisiera lastimarla. La obligó a mantenerse en esa posición, con las piernas flexionadas en el colchón de tal modo que si se erguía, quedaría sentada. Una mano le servía para recargarse y no dejar caer todo su peso sobre ella, y la otra se apoderó del hueso de su cadera de tal modo que, al día siguiente, tendría marcas de sus dedos.

La besó después en el cuello, bajó a la clavícula y pasó por sus pechos pequeños y suaves, ahí se detuvo un segundo y jugó con su lengua en uno de sus pezones, que reaccionó de inmediato ante la atención. Sin embargo, prosiguió su camino hacia el estómago y el ombligo, para luego quedar debajo de él. Para ese momento ya estaba hincado entre sus piernas. Ahí alzó la cabeza y la miró.

También me has extrañado, ¿no es cierto? —Sonrió con malicia. No hacía falta mucho para saberlo. Gracias a sus sentidos superiores a los de un humano, pudo oler la creciente excitación en ella. No obstante, con aquel salvajismo usual en él, potenciado por la petición de su esposa, se abrió paso con un dedo entre los labios de su intimidad, deslizándolo sin pudor, tocando su clítoris e introduciéndolo hasta el fondo; su humedad le sirvió para esa tarea.


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Mensaje por Inna Văcărescu Vie Dic 02, 2016 10:51 pm

"And think not that you can direct the course of love, for love, if it finds you worthy, directs your course."
Khalil Gibran

Durante su primer matrimonio, no había descubierto de lo mucho que su cuerpo era capaz de hacer y sentir. Había sido una relación chata, sin demasiada atracción física entre ambos. Cuando se unían, era porque Inna insistía, y no había demasiadas innovaciones en ese ámbito. De hecho, en aquel momento, creía que las relaciones maritales consistían en eso. No fue hasta conocer a Răzvan, que entendió la profundidad del acto amatorio y que logró alcanzar la plenitud. Se había escandalizado como una virgen cuando él la tocaba de forma indecorosa, cuando su boca se posaba en sitios que ni siquiera podía imaginar, o cuando ella misma se descubría bridándole placer de formas que sólo una ramera podía hacerlo. Pero había sido feliz, se había descubierto como mujer, y Răzvan la había terminado moldeando a su antojo. Inna nunca había podido decirle que no a nada, incluso si eso iba en contra de su propia moral. Sabía que, de alguna forma u otra, todo lo que hicieran, sería por amor, y en el amor justificaba todo y encontraba un éxtasis que la enloquecía.

Cuando lo dejó, el cuerpo de su esposo le pareció insípido, y no había una noche en la que no pensara en las manos de Răzvan, en su cuerpo desnudo, en todas las maneras que se habían amado. Y eso era en gran parte por lo que había vuelto con él. Descubrir las desviaciones de su marido, sólo le habían servido como excusa para alejarse. Se había vuelto adicta al licántropo, a todo lo que él significaba como hombre y como amante. Lo adoraba de forma desmedida, y cuando finalmente entendió que ya no podía vivir sin él, los caminos se abrieron para mostrarle que Răzvan era su destino, su principio y su final. Por eso había roto con las buenas costumbres y se había enfrentado al mundo. Quizá él nunca entendería el gran sacrificio que ella había hecho, porque nada de eso le importaba, pero Inna sabía que lo había dejado todo por él, aún sin saber si Răzvan se quedaría junto a ella para siempre.

Aún se encontraba ofendida, quizá por eso lo dejó hacer sin mover demasiado sus manos. Se contoneaba bajo su cuerpo, luchando con lo que su esposo desataba en ella. La volvía salvaje, la enajenaba. No se reconocía en esa mujer, sin embargo, era más Inna que nunca. La respiración agitada, los suaves gemidos, se volvieron una nimiedad cuando él la penetró. Se arqueó por completo, y se tomó de las sábanas hasta que los nudillos le dolieron. Sí que lo había extrañado, lo había añorado junto a ella, en aquella intimidad en la que nadie podía entrar, donde no había más que ellos dos.

No —lo desafió con la voz enronquecida. —No te he extrañado —completó la frase. Él sabía que lo había hecho, pero Inna aún se sentía con la necesidad de combatir, de no ceder por completo. No quería entregarle todo el poder, aunque tarde o temprano lo haría. Pero deseaba que Răzvan se esforzase por ella, que intentase, de todas las maneras, arrancarle la bendita confesión. Lo lograría, siempre lo hacía, pero Inna haría todo lo posible para que no fuese con tanta facilidad.


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Mensaje por Răzvan Văcărescu Lun Ene 23, 2017 4:42 pm


“You want to be free. You also want to be mine. You can't be both.”
― Nenia Campbell, Crowned by Fire


Logró acompasar el movimiento de su mano, que entraba y salía de Inna, con la respiración de ella. Lento y tortuoso. La miró a los ojos sin detenerse y rio genuinamente divertido de la declaración. Se detuvo en su labor, pero no del todo. Hizo círculos con la yema del dedo en el clítoris de su esposa. A veces separaba un poco el contacto, no demasiado, sólo para que ella lo ansiara más. Al final, se detuvo.

Mientes —declaró, poniéndose de pie frente a ella. Alto, corpulento, un lobo alfa que ha de arrancar las cabezas de sus enemigos—. Te conozco y sé que lo haces. Pero te voy a castigar por ello —sonrió de lado. Cualquiera temería ese gesto, sin embargo, bajo ese contexto, significaba otra cosa completamente.

Se deshizo del pantalón del pijama, la única prenda que llevaba encima y dejó a la vista de su mujer, de su compañera. De su reina y verdugo, la portentosa erección que urgía fuera satisfecha. La luz de las velas delineaban el brillo de aquel falo que clamaba por encontrarse con ella. Que dolía por haberla extrañado tanto. Lo tomó con una mano, pero contrario a intentar envestirla de inmediato, comenzó a autosatisfacerse frente a aquellos ojos claros y puros. Como si dejara de manera manifiesta que él era de corromper hasta el alma más prístina de este mundo. Se acercó y volvió a hincarse. Con los dedos índice y medio de su mano libre, se abrió paso de nuevo en aquella húmeda intimidad que, como su propia rigidez, parecía suplicar. Entonces usó la lengua, de manera suave, casi tierna. Una vez, dos veces, tres. Lento, quería beber de ella, como un cáliz precioso. A la par de las dosis de placer que le estaba propiciando con la boca, movía también su mano en su erección.

Aumentó el ritmo, quería quebrarla. Hacer que le rogara. Para fortuna y desgracia de ella, la conocía bien, sabía exactamente qué sonido y qué gesto hacía el momento previo al clímax. Continuó, cada vez más salvaje, al grado que soltó su miembro y la tomó de ambas caderas para acercarla todavía más. La olía también, así de cerca y así de húmeda. No iba a negarlo, la deseaba también, pero para Răzvan no había mejor afrodisiaco que la tortura.

Cuando creyó que ella estaba a punto de entrar en ese trance previo a terminar, la dejó, simplemente se alejó haciéndose hacia atrás. Con el dorso de la mano se limpió la barba. Y luego lamió los dedos como si en ellos tuviera miel. Suspiró, dijo algo en rumano, «deliciosa» y la miró fijamente.

¿Vas a aceptar ahora cuánto me haz extrañado? —Retó y volvió a hacerse de su pene para subir y bajar la mano lentamente—. No importa lo que me digas, tu cuerpo me da la respuesta —se acercó y volvió a colocar una rodilla entre las piernas abiertas de Inna.

Era una clara provocación. Se estaba masturbando frente a ella, casi diciéndole que daba igual lo que ella quisiera, él iba a terminar y ella iba a ser testigo. Y que si no quería quedarse con la frustración, era mejor que lo dijera de una buena, maldita vez. Que sí, que lo había extrañado.


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Mensaje por Inna Văcărescu Dom Mar 19, 2017 9:34 pm

Răzvan le había enseñado sobre la locura. Sobre la locura que se desataba en su cuerpo cuando se unían, y de la locura que ardía en su mente al momento de su transformación. Él era su guía en el placer, y en la desesperación que sentía cuando dejaba de ser humana. Ambas sensaciones podían compararse, porque no había goce sin él, y tampoco había desidia en su ausencia. Nunca la había dejado sola al momento de su conversión, se había transformado en su ruta; y jamás había escatimado en detalles para prodigarle placer. Inna, por su parte, era devota del cuerpo y del alma de su marido, y había aprendido a tratarlos de esa forma. Si hubiera podido, le hubiera rezado cada noche, como si fuese un santo. Su esposo era su religión y su filosofía, era su modo de vida. No concebía sus días sin él.

Su cuerpo se retorcía de forma antinatural. La ausencia de sus manos le había parecido eterna, había anhelado el poder que tenía sobre ella como si años hubiesen transcurrido desde la última vez. ¡Habían sido sólo unos días! Pero, para Inna, un día sin Răzvan, era un día perdido. Y no había nada que lograse completarla. Sólo él.

Se aferraba a las sábanas, moviendo su cabeza de un lado a otro, gimiendo su nombre, repitiéndolo una y otra vez, como un mantra. Alzaba su cadera, la contoneaba. Su rostro se contraía y se relajaba, sonreía y luchaba contra la corriente que nacía allí, donde la lengua de Răzvan jugueteaba con atrevimiento. Debía ser pecado sentir de esa forma… Sin embargo, no estaba dispuesta a ceder, y aún no le rogaba; batallaba con el deseo de implorarle que fueran uno, finalmente. Quería castigarlo, pero sólo estaba castigándose a sí misma. Desde el comienzo, aquella era una pelea perdida. Su marido siempre tendría el control, aunque ella quisiese tomar el timón; cuando lo lograba, era sólo porque él se lo permitía.

No… —no fue una negativa a su pedido, fue un gemido de desilusión. Abrió los ojos de par en par. La figura imponente de su marido, su falo brillante y firme, su mano acariciándolo. Eso, más que el haberse detenido, fue lo que barrió con sus defensas. Inna se resignó. —Sí, mi amor. Te he extrañado más de lo que puedes imaginarte —sentía que sus piernas temblaban suavemente, y el cosquilleo en su intimidad no cedía. Estaba tan preparada para recibirlo…

Ahora ven… —se incorporó sobre un brazo y estiró su mano para acariciar el miembro de Răzvan. Se unió a él en los acompasados movimientos, hacia arriba y hacia abajo. Terminó por sentarse frente a él, con delicadeza lo tomó de la muñeca y lo separó. Sus dos manos continuaron. Le sonrió, no con lascivia, sino con dulzura. Paso la lengua por el glande, una, dos, tres veces, se humedeció los labios y llenó su boca con la masculinidad de su esposo. Lo lamía, lo absorbía. Lo sentía tan suyo… Răzvan le sabía a gloria. Se alejó por un instante y alzó la cabeza. —Termina para mí, cariño. Hazlo, por favor —y volvió a llevarlo al interior de su cavidad bucal. Deseaba saborearlo, más que a nada en el mundo.


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Mensaje por Răzvan Văcărescu Sáb Abr 22, 2017 9:37 pm


“Is sex dirty? Only when it's being done right.”
― Woody Allen


Oh, qué dulce era Inna cuando le rogaba. Era cuando más la deseaba. Era cuando más quería hacerla suya, y que no lo olvidara. Había algo en su interior, un recuerdo vívido, pero que Răzvan ignoraba. Y era esa ocasión en la que su ahora esposa, había elegido a otro por sobre él. Y claro, de ahí nacía la furia, los celos, el deseo de sometimiento, pero también, la necesidad de hacerle el amor de tal manera, que nunca más volviera a titubear, que su primera, última y única opción siempre fuera él.

Gruñó, apenas se iba a acomodar para por fin adentrarse en ella, cuando Inna por sí sola se movió y aguardó, esperando a ver qué hacía. Se acercó ante el llamado, sin detener su mano que subía y bajaba sin cesar, de modo lento, sobre su erección. A ella se unieron las de su mujer, y él mismo dejó el ejercicio cuando Inna, sin palabras, se lo pidió. La miró encantado, y sí, enamorado, porque lo estaba, amaba a esta mujer por sobre todas las cosas, no había que confundirse. El problema era que Răzvan tenía modos muy peculiares de demostrar lo que sentía. Las palabras nunca le habían ido bien, prefería la acciones.

Aguantó un suspiro al sentir los tiernos labios de su esposa sobre la punta de su pene. Cerró los ojos y tuvo una especie de reflejo involuntario que lo hizo empujar un poco las caderas hacia enfrente. Se quejó de placer cuando se metió más de él en la boca. Y asintió nada más ante la petición.

Por ti —suspiró, falto de aliento. Él podía torturarla cuanto quisiera, pero no podía engañarse, ella también poseía un poder muy grande sobre él.

Echó la cabeza hacia atrás y hundió la diestra en el cabello dorado de su esposa. Movía el cuerpo a la par que ella. Quiso aguantar un poco más, pero no pudo, simplemente no pudo. Cuando sintió el ramalazo de electricidad en su espalda, como un rayo que tira un árbol en el bosque, tomó la cabeza de Inna y la obligó a no separarse, para llenar su boca con su simiente. Hubo un largo quejido a la par.

Traga —le pidió mientras se separaba un poco de ella, saliendo de su boca. Su miembro aún erecto, aunque amenazaba con ya no estarlo pronto, y para evitarlo, volvió a tomarlo y subir y bajar su mano.

Sin esperar más, la empujo por los hombros para que volviera a recostarse. Le sonrió con malicia, en sus ojos las llamas de las velas refulgiendo. La contempló un momento. ¡Qué hermosa! ¡Qué deliciosa era! Y luego se unió a ella en la cama. Con una rodilla le separó las piernas, donde se acomodó. Colocó la dureza de su entrepierna entre la humedad ajena, sin penetrarla, y ahí provocó con movimientos lascivos. Se adueñó de la boca de su mujer en un largo beso, donde su lengua se encargó de explorar cada recoveco de ella. Húmedo, caliente, provocador.

Una de sus manos se hizo con sus pechos, acarició con fuerza, torturó ahí. Entre el índice y medio atrapó uno de sus endurecidos pezones mientras masajeaba. Con la otra mano, tomó la erección y la acomodó en la entrada de Inna. Se separó, quería ver su rostro, y poco a poco, de manera lenta, se introdujo. Milímetro a milímetro, fue llenándola con su virilidad, tocando hasta el fondo.


Última edición por Răzvan Văcărescu el Jue Jun 22, 2017 8:56 pm, editado 2 veces


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Mensaje por Inna Văcărescu Sáb Mayo 27, 2017 11:21 pm

De todas las cosas que jamás entendería, que Răzvan fuera suyo, era la principal. Nunca podría creer que ese hombre, que se erigía ante ella como un dios en el Olimpo, la hubiera elegido para compartir su vida. A ella, una criatura simple y emocional, con un enorme ego que arrastraba de la gloria del pasado y con dos hijos que no terminaban de acostumbrarse a esa mole de fibra y músculo que se había convertido en el marido de su madre. A pesar del abandono y de que siempre se lo recordaría, la había aceptado una segunda vez, y sabía que había vuelto para quedarse. Inna no podría separarse de Răzvan aunque lo quisiera, eran parte de un mismo ser. Él la complementaba, y ella a él. Sus mundos eran distintos, el licántropo era una tormenta y la otrora bailarina, era la calma. No podían existir el uno sin el otro, y eso volvía su amor, de cierta forma, enfermizo. Inna sabía que su esposo no resistiría sin ella, o era lo que quería creer cuando lo veía partir, siempre con el temor latente de no volver a verlo. En ocasiones, solía pensar que lo prefería muerto que en los brazos de otra.

El sabor de su esencia abrazando la totalidad de su cavidad bucal, le sabía a Paraíso. Él era delicioso, y ella lo disfrutaba y saboreaba como un manjar. Lo retuvo unos instantes, mientras escuchaba el gemido de placer de Răzvan. Adoraba verlo rendido ante ella. Contuvo su simiente unos instantes y, finalmente, tragó la totalidad del líquido. Se relamió y lo dejó hacer, mientras la acostaba y le separaba las piernas. La expectativa le parecía insoportable. La excitación era dolorosa y desesperante, sólo quería tenerlo en su interior. Finalmente, se enterró en su cuerpo menudo y grácil, con una lentitud que no condecía con su contextura física. Su feminidad lo recibió con tibieza y humedad, lo contuvo allí, duro, insondable, cálido y maduro como una fruta de estación. Sus piernas delgadas le rodearon la cintura y se cruzaron en su espalda. Lo miró a los ojos, porque ella también adoraba el fuego de sus ojos cuando la hacía suya.

Te amo tanto…tanto… —susurró luego de tomarle el rostro con ambas manos. Sin embargo, fue incapaz de continuar. Bajó los párpados, los apretó, hizo la cabeza hacia atrás y sus dedos bajaros hacia sus hombros. Clavó las uñas en la piel de Răzvan y soltó unos suaves quejidos, como en ronroneo de un gatito. Lo instó a introducirse más, alzó la cadera y se acompasó a sus movimientos. Sin embargo, la entrega duró tan sólo unos segundos. Ayudándose con la fuerza que había adquirido gracias a su licantropía, lo obligó a voltearse y quedó sobre él.

Siempre serás mío, Răzvan Văcărescu —murmuró, al tiempo que se mecía suavemente sobre él. inclinó su cuerpo para captar su boca con un beso que carecía de la ternura que habían manifestado. Lo marcaba como su propiedad, porque él era suyo, necesita reafirmarlo. Y cada vez que hacían el amor, Inna quería satisfacerlo por completo, para que no tuviera la necesidad de buscar el placer en otro cuerpo. Se separó y comenzó a moverse con mayor violencia, con el cráneo hacia atrás y la larga cabellera dorada acariciando las piernas del licántropo y las sábanas que cobijaban su coito sideral.


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Mensaje por Răzvan Văcărescu Jue Jun 22, 2017 9:23 pm


En el fondo, Răzvan conocía la verdad; la verdad de todo. De esa relación compleja, entretejida como la tela de una araña de oro. Sabía qué había ahí. No lo decía en voz alta porque era mostrarse vulnerable, débil. La realidad era esta, que no era nada sin Inna. Que cuando lo dejó quedó hecho añicos, aunque jamás nadie lo vio derramar una lágrima. Que cuando la tenía así, a su merced, él también se postraba a sus pies como la diosa que era. Porque claro, un dios sólo puede tener como pareja para toda la vida a una igual, e Inna lo era, aunque jamás se lo dijera. Y no sabía, ni le interesaba enterarse, si ella estaría al tanto de lo que trataba de decirle cuando la tomaba así.

Tomó con fuerza de la cintura a su mujer, de tal modo que dejaría marcas. Le gustaba dejarla marcada. Le gustaba el vestigio físico de eso que ellos tenían y no se podía definir. Era amor, uno muy retorcido, claro, pero era muchas otras cosas más. Fue más adentro, como ella sin palabras se lo pidió y cuando lo giró, para quedar él contra el colchón, rio con malicia. Le gustaba cuando Inna tomaba la iniciativa. Cerró los ojos y no respondió a la declaración de amor, sólo disfrutó el tacto suave y perfumado de su esposa.

Cuando abrió los ojos de nuevo, ahí estaba ella, dorada como el sol, una deidad prohibida para el mundo, y se sabía que él no era como los demás, que él sí podía tocarla. Poseerla. Hacerla gritar de placer, pedirle que se detuviera aunque en realidad no se deseara eso. Se sabía…

Se relamió los labios y la tomó por la pelvis. Sus enormes manos la sostenían con facilidad, como un frágil muñequita. Aunado a sus movimientos, usando esa fuerza descomunal suya, la obligo a hacer más frenéticos los movimientos mientras sentía aquella cabellera, con las puntas todavía humedas, lamiendo sus piernas como lenguas de fuego. Y es que Inna eso era: fuego. La obligaba a salir más de él y a entrar con más fuerza, cada vez más rápido.

A pesar de tener dos hijos, y de que él no le daba tregua cuando tenía oportunidad, Inna se sentía todavía muy estrecha, como si rejuveneciera cada noche, y eso estaba conduciendo a la locura a Răzvan al sentir su miembro rodeado de ella de aquel modo. Sus gruñidos se confundieron con los gemidos de ella. Se negaba a cerrar los ojos, quería verla. Sus senos bamboleándose con el movimiento en una danza sensual. Su garganta que le cantaba una canción de placer. Su cabello dorado, su figura perfecta y menuda. Aumentó todavía más el ritmo, si es que eso era posible, apretando más sobre la piel y carne de su mujer, ahí en la tierna y contorneada cadera.

Sintió que iba a terminar. Ella, y él. Ambos. Entonces, en esa crueldad que se le daba bien, se detuvo. Sonrió mostrando los blancos dientes que en luna llena se convierten en cuchillos y la miró. La miró con intensidad. La quitó de encima sin mucha ceremonia y la obligó a ponerse boca abajo sobre la cama.

De rodillas —le ordenó y sin esperar a que lo hiciera, pasó su brazo por la cintura, y apoyándose del vientre, la obligó a apoyar manos y rótulas sobre la cama, con su bello y firme trasero hacia él. La imagen lo deleitó y tomó sus glúteos, uno con cada mano; los masajeó mientras colocaba su erección entre ellos.

Después de estarla provocando unos breves segundos, volvió a introducirse en ella. Se le antojó por un momento hacerlo por detrás, pero al final optó por volverla a estoquear en ese dulce, dulce coño que clamaba por él, húmedo y dispuesto. Sin avisarle, comenzó a moverse de nuevo, de modo que las nalgas de Inna comenzaron a golpear con fuerza sobre su estómago. En algún punto se acomodó de mejor modo y, mientras con una mano controlaba los movimientos de las caderas ajenas, con la otra comenzó a acariciar la espalda y a jugar con los pechos de la que era su esposa.

Tanto como tú serás mía para siempre —se acercó al oído de Inna por detrás y le respondió con voz queda, en un susurro.


Última edición por Răzvan Văcărescu el Lun Mayo 28, 2018 8:47 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Inna Văcărescu Dom Mar 25, 2018 9:12 pm

Una maniática del control. En eso la habían convertido los años de disciplina, de perfeccionar todos y cada uno de sus movimientos. Inna se había esmerado por ser consciente de cada músculo de su cuerpo, de las poses, las formas, el ritmo. Nada podía ser pasado por alto. La melodía debía ser escuchada con atención, interpretada a la perfección. No había margen de error, no podía fallar jamás. Sobre un escenario, la otrora bailarina, desplegaba su talento como un pavo real lo hace con sus plumas de colores. Y eso la había llevado a lo más alto, a pisar los más importantes teatros, a ser adorada en todos los lugares que pisaba. La invitaban a los eventos sociales más importantes y no había alguien que no quisiera ser visto junto a ella. Aquella popularidad disminuyó con su retiro, pero pasó a ser una leyenda viva. A Inna eso dejó de importarte, y se dedicó de lleno a cuidar la familia que tenía. Nada había salido como ella había planeado, y cuando conoció a Răzvan se atrevió a perder el control.

Eso era lo que ocurría cuando él la tocaba. La rusa dejaba de lado aquella manía de tener todo bajo su dominio personal, y se entregaba a su esposo en cuerpo y alma. Le daba todo de sí. Y a pesar del tiempo que había llevado ser la artista que era, nunca había sido tan consciente de su fisionomía como en los momentos de placer junto a él. Todas y cada una de sus partes se separaban y, al mismo tiempo, se unían. Se unían a Răzvan, a su cuerpo, a su transpiración, a su respiración. E Inna, con aquella espontaneidad que la caracterizaba en la intimidad, gemía sin demasiadas contemplaciones, y le rogaba más, y gritaba su nombre con desesperación, porque lo único que quería era que su marido estuviera tan adentro de ella como fuera posible.

Răzvan conocía sus tiempos, sabía tocarla en aquellos sitios especiales, que la perdían y la hacían delirar. No pudo evitar sonreír cuando él interrumpió el coito antes del clímax, sabía torturarla, y ella lo aceptaba con dulzura. Obedeció, porque la excitaba que su esposo la sometiera, meció sus caderas invitándolo a entrar nuevamente en ella. No había delicadeza en el acto, y eso era lo que más le gustaba… Sus gritos se acallaban contra el colchón, y sus manos se aferraban al cobertor. Con sus piernas, se movía para incrementar el ritmo de las envestidas. Aquella corriente tan conocida, comenzó a nacer en su clítoris una vez más, se introdujo en su vientre, la empezó a recorrer íntegra, obligándola a estremecerse y a retorcerse.

No te detengas, por favor —logró girar el rostro y hablar, agitada, ahogada, un ruego emitido desde las profundidades de su cuerpo, ese que clamaba en todas sus partes, que el licántropo le permitiera tocar el punto máximo de placer de una vez. —Quiero verte —susurró. —Quiero que nos miremos —pidió, suplicó. Adoraba observar el rostro de su esposo cuando este llegaba al orgasmo. Pero Răzvan era el que había tomado las riendas, se haría lo que él decidiera, como siempre. Mientras tanto, Inna volvió a exclamar, una y otra vez, recibiéndolo de lleno, por completo. Lo único que deseaba, era complacer a Răzvan.


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Mensaje por Răzvan Văcărescu Lun Mayo 28, 2018 9:32 pm


Aquí me tienes —respondió burlón cuando ella pidió verlo. Por unos minutos más la ignoró y la siguió penetrando con fuerza en la misma posición, pero pudo sentirla. Sintió ese momento previo, esa apretura deliciosa previa al clímax y sin perder tiempo, salió de ella, apenas unos segundos.

La ventaja que ambos tenían era la diferencia tan radical de complexiones por lo que Răzvan podía hacer con su esposa un guiñapo en la cama, moverla a su antojo, y eso exactamente lo hizo. De un movimiento la giró y la observó unos segundos: la piel perlada por el sudor, su pecho subiendo y bajando agitado, los pezones endurecidos por la excitación, y se relamió los labios ante tan erótica imagen.

Se acomodó entre sus piernas, tomó su erección, y volvió a penetrarla de manera lenta y tortuosa. Para entonces ambos estaban en ese punto en el que casi cualquier cosa iba a hacerlos terminar, pero el alfa se vio más astuto y de inmediato comenzó a moverse. Pero esta vez fue con la furia usual, más bien algo cadencioso, manteniendo su verga dentro de su esposa y moviéndola ahí de manera circular, tocando cada rincón, para luego volver al vaivén, pero ya sin abandonarla ni un sólo sengundo.

Juntos —le dijo, o le ordenó más bien y dio una última estocada. La sintió terminar y él, a su vez, derramó su simiente dentro, llenándola de su esencia. Gruñó y poco a poco fue perdiendo fuerza hasta dejarse caer sobre la frágil Inna.

Sólo estuvo así unos segundos, se rodó, saliendo de ella y para quedar a su lado, tratando de recuperar el aliento. Volvió el rostro hacia su esposa y estiró una mano para acariciarle una mejilla, fue un acto casi delicado, casi tierno, considerando de quién se trataba.

Ya ni siquiera recuerdo por qué peleamos —dijo, ¿acaso eso era una broma? Rio con esa risa maliciosa que tenía. Se movió para acercarse, la besó con hambre, tomándola del cabello, mordiendo los labios hinchados después de los besos, y se puso de pie.

Tú no te levantes, si en verdad quieres un hijo, deberás quedarte así un rato —advirtió mientras caminaba rumbo al cuarto de baño, que aún olía a los aceites con los que su esposa había sido ungida para él. Un regalo, una ofrenda. Eso que acababa de decir era quizá su tregua momentánea, porque se sabía que con el lobo jamás podía fiarse uno. Movía los hilos a su conveniencia, estaba donde estaba gracias a esa habilidad.

Regresó al cabo de unos minutos, con un pantalón limpio de pijama.

¿Qué hora es? —preguntó con distracción—. Puedo darte un segundo asalto, si en verdad quieres cargar un hijo mío —declaró con toda la presunción que un hombre de sus capacidades podía. Cruzó los brazos sobre su pecho, observándola al pie de la cama. Su sonrisa de lado, sus ojos malvados tratando de devorar la figura aún desnuda de su esposa, el aroma a sexo rodeándolos; sería un tonto si no volvía a tomarla, y por Dios que Răzvan no era ningún tonto.


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Mensaje por Inna Văcărescu Dom Sep 23, 2018 10:32 am

La idea de que su esposo le regalase a otra mujer el placer que a ella le dispensaba, era una idea que amenazaba con hacerla enloquecer. El amor de Inna hacia Răzvan era enfermizo, obsesivo y posesivo, a pesar de que con el resto de sus relaciones, así fuesen sus hijos, era una dama relajada y segura. Sabía que sus pequeños no iban a abandonarla, su pobre hermana retrasada tampoco; pero Văcărescu era arena de otro costal. Sobre ellos volaba el fantasma del abandono, de haber preferido al maricón de su marido y no a su amante, que le había puesto el mundo a sus pies, y allí radicaba la inseguridad de la otrora bailarina, en saber que algún día probaría la venganza de su actual esposo, porque él podía amarla, adorarla, haberla aceptado en su hogar con una prole familiar, pero no había olvidado aquella traición, y lo conocía lo suficiente para saber que sus malas decisiones volverían a ella alguna vez.

Se sacudió, retorció y tembló cuando el clímax los alcanzó. Explotó junto a su marido, y mientras el orgasmo se extendía a lo largo de su cuerpo, sentía a Răzvan bañándole las entrañas con su simiente, y él se apretaba y convulsionaba contra ella. Inna gemía y reía, de puro placer, de pura dicha; y era en esos momentos que cualquier mal pensamiento se extinguía, y no había más que la carne contra la carne, el sudor de ambos siendo uno, sus almas conectadas a un nivel superior.

Inna, rendida, sonrió ante la caricia de su esposo. Un gesto semejante, viniendo de él, era una absoluta declaración de amor. Agotada como estaba, sólo pudo murmurar que ella tampoco recordaba por qué habían peleado. Cerró los ojos y lo escuchó levantarse y dirigirse al baño, ella giró para quedar boca y acompasar los latidos de su corazón, que retumbaba contra el colchón. Laxa, relajada, todas sus terminaciones estaban lánguidas y a pesar de su estado, elevó una plegaria para quedar embarazada; nada deseaba tanto como un niño fruto de su matrimonio con Răzvan.

Abrió los ojos cuando él se acercó, y lo contempló extasiada. Ese hombre era todo suyo, y no había un día de su vida que no agradeciera por eso. Lo deseaba como a nada en el mundo, y el tan sólo mirarlo la excitaba. Su cuerpo respondió a la estimulación visual, y no tardó en sentir el cosquilleo y la humedad en su entrepierna; los pezones se endurecieron y le dolieron por la posición. Él también sentía lo mismo; debajo del pantalón limpio su miembro se erigía y abultaba la tela. Nunca tenían suficiente el uno del otro. A Inna se le agitó la respiración, ansiosa por volver a recibirlo en su cuerpo. Lo anhelaba, lo necesitaba llenándola, envistiéndola una y otra vez. No tenía idea de la hora que era, y tampoco era algo que le interesara.

Siempre estoy lista para ti —le respondió; la voz le salió más grave, producto de la lujuria. Flexionó los brazos, apoyó los codos y regresó a la posición que había tenido minutos atrás. —Sí que quiero cargar un hijo tuyo, pero primero por aquí —liberó una mano para darse a sí misma una nalgada, y contoneó el trasero suavemente para invitarlo a entrar.


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