Et viventem in me [Romana]

por **Carleigh Altdorfer** Dom Nov 20, 2016 10:40 am

Notaba su corazon palpitar con fuerza, parecía que en cualquier momento este le iba a salir del pecho y aun así podría seguir viviendo y escuchando aquellos latidos. La sangre le ardía, aunque solo era una sensacion suya, notaba como si algo en su interior quisiera salir desesperadamente pero no podía permitirlo. Con desesperacion busco la cruz de su pecho, teniendo que abrir parte de su ropa superior, la agarro, dolía, la plata quemaba a su contacto, pero no lo dudo, la retiro de su cuello e hizo una serie de movimientos nerviosos para dejar ver una especie de cuchillo pequeño que había salido de la propia cruz. A pesar del estado en el que se encontraba sujeto co firmeza la cruz y empezo a hacerse cortes en el pecho.

Una hora antes...

Abrio sus ojos despacio, le dolía la cabeza y el cuerpo, como si recien hubiese recibido una paliza. Intento mover su cuerpo pero por alguna razon no podía. Notó que tanto sus piernas como sus manos estaban bloqueadas, sentía una presion en muñecas y tobillos, algo aspero le rozaba la piel. Movio su cabeza incoscientemente y una especie de gruñido escapo de su boca. Movio la mandíbula y busco a su alrededor señales que le indicaran lo que estaba sucediendo mientras su mente recordaba que había pasado. Tenía las manos y las piernas atadas con una cuerda a una vieja silla de madera en la que estaba sentado. Aquel lugar era húmedo y oscuro, pero la oscuridad no suponía un problema. La luz de la luna se filtraba por los ventanales y escuchaba a algun roedor a lo lejos, quizás en busca de comida.

Lo último que recordaba es que estaba con una inquisidora en una mision, dado el grado de dificultad de la misma la Inquisicion no les había permitido ir por separado, ademas les había asignado un soldado humano. Que si no recordaba mal, había acabado muerto. No sabía que había sido de la vampira que lo acompañaba, solo recordaba que aquellos vampiros los habían atacado con fuerza. Y ahora estaba allí.

Cató su propia sangre seca del labio, había recibido varios golpes, de ahía el dolor que estaba experimentando, pero enseguida se convertiría en un problema secundario, podía olvidar el dolor rápidamente. Unos pasos tras él le alertaron que ya no estaba solo, alguien encendió unas velas y de pronto tenía a tres vampiros delante. Las risas e insultos de los monstruos no cesaron desde ese momento, más golpes que acompañaban el discurso. Carleigh recitaba la biblia en susurros, en latín, con la esperanza que eso arrojara algo de luz a la situacion, pero no lo parecía. Lo siguiente que pudo escuchar fue como los vampiros amenazaban con coger a su hija traerla ante el para que la viese morir, y después de eso la oscuridad. Total oscuridad. No recuerda bien sus movimientos, solo que su compañera entro en escena y que luego él se dejo guíar por su parte más oscura y primitiva.

No se contento en acabar solo con sus enemigos, rompio sus miembros, desgarro su piel y escupió la sangre que llegaba a su boca para no quedar contaminado con tal veneno. Sus golpes parecían implacables, y aunque también recibio, no parecía importarle. Se reía ante esos golpes, le divertía que aquellas estúpidas criaturas intentaran pararle. El último de los asesinatos fue el más brutal de todos. Corto uno a uno sus dedos, disfrutando de los gritos desgarradores de su víctima, le apuñalo con un cuchillo repetidas veces, cortes y más cortes. Tomó la vela para quemar su piel y se divirtió a su costa, no deberían haber amenazado a su hija. Y solo entonces lo decapito, cuando ya no podía ofrecerle más gritos ni diversion.

Respiraba de forma agitada, contemplando el cadaver del monstruo, soltó el candelabro que cayó al suelo. Él era un hombre de Dios que ante las peores situaciones recurría a la biblia, a la palabra de Dios. Pero en esa ocasion no había podido encontrar el alivio en esas palabras. Sus mirada se espanto al descubrir de que forma se había dejado llevar. Llevo las manos a su cabeza, enredandolas entre su pelo.

— No...¡NO! —sentía la bestia en su interior, a la cual acababa de saciar. Sus demonios acababan de ser contentados y aquello solo podía ser malo, era muy dificil parar aquello una vez iniciado, la necesidad de volver a matar había germinado en su mente, podía sentir la presion. Echo una mirada hacia la otra condenada, otro monstruo como él que debería estar muerto. Apretó el puño derecho y salió corriendo de allí, hacia los callejones de París.

por **Romana Warwick** Sáb Dic 10, 2016 11:51 pm

Insistía en el hecho de que no requería ayuda para cierto tipo de misiones. No le gustaba poner en peligro a la gente, si podía impedirlo. En esta ocasión, al menos, no seria la única condenada en la misión. Lo poco que había podido averiguar del condenado es que era un licantropo, dado que no habían mediado palabra, ya que hablando sido rápidamente emboscados por los vampiros que buscaban, y que no llego a reconocerlo del todo.
El único soldado humano, termino siendo alimento para uno de los vampiros, mientras la vampiresa distrae a otro de ellos, dejando al licantropo a su suerte. Confiaba en que, el licantropo pudiera apañárselas solo. Aun así, procuraría ir en su busca a la mayor brevedad posible.
Al final, consigue persuadir al vampiro, tras un inteligente intercambio de palabras y su "magia", puede llegar a separar la cabeza del resto del cuerpo del vampiro. Tras lanzar lejos la cabeza del vampiro, vuelve al lugar donde se había separado de su compañero, para allí, poder tener un rastro para poder encontrar al licantropo. Le llevo su tiempo el encontrar el lugar donde se encontraban. Una casa aparentemente vacía, claramente ocupada por los vampiros, tras terminar con todos los que vivieron en aquel lugar.

Es sigilosa a la hora de entrar al lugar, a pesar de que podían detectarla sin verla. Tenia que sorprenderlos para poder atacarlos de manera mas efectiva. Antes de entrar a la sala donde tenían al licantropo, toma en su mano derecha una daga, antes de irrumpir. El objetivo del ataque era reducir a los vampiros y rescatar a su compañero. Consigue, tras varios forcejeos, cortar las cuerdas que ataban la licantropo. Eso basto para que todo terminase de manera abrupta y rapida. El licantropo equilibro la balanza de forma inesperada. Notaba la ira en los pocos pensamientos legibles del, que al final, pudo reconocer como el conde alemán Altdorfer. Podía recordar algunas cosas de el. Sin duda, alguien muy importante para la Iglesia. Eso le bastaba. Desde que su vida mortal toco a su fin, apreciaba a la gente que estaba de parte de su misión. Cuando le hablaron de los "Condenados" sentía que no estaba sola y que no era la única.

Una vez todo había acabado, Altdorfer había hecho prácticamente todo el trabajo. No media palabra, dado que estaba escuchando sus pensamientos, que, al fin y al cabo, serian mas sinceros que sus palabras. Puede oír algo de una hija. ¿Alguno tendría el mismo poder que ella de leer la mente, y de ahí habrían sacado la información?. Sus propias ideas son cortadas por los pensamientos de Altdorfer. Pone la mirada en el licantropo. Este pone la mirada en ella. La sorpresa es que el se va de allí.
Le da una leve ventaja, pero al final lo sigue a una distancia prudencial. Podía escuchar en sus pensamientos como se auto-culpaba. Sentimiento común y mas que comprensible. A la vampiresa le tomo algunas décadas tener el suficiente auto-control para no diezmar a la población del lugar donde actuaba. Camina con paso humano hacia el conde alemán.

—Lord Altdorfer. —llama su atencion en el mismo momento que observa lo que se estaba haciendo. —¿Podría usted detenerse? Su gesto, aunque loable, es inútil. Lo único que puede pasar si sigue es que pueda dar un corte que le vaya a costar una larga recuperación. —comenta seriamente. No estaba mintiendo. El, aunque tenia fuerza y poder, era mortal. Se curaba como ella, pero un mal corte con ese objeto, que se podía ver que le estaba causando daño, -por lo que era de plata.-, le podía costar bastante tiempo de recuperación. —Es mas sencillo, si simplemente, toma aire y vacié su mente. —comenta con voz calmada y esbozando un gesto amigable. Su acento ingles era notorio. Podía cambiarlo y hablar con el francés o el español, pero la vampiresa tenia un apego muy fuerte hacia su idioma natal, así como a su patria. Podría pasarse meses, incluso años en otro lugar, pero Londres tenia ese encanto especial que la vampiresa amaba.

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