AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El Pasillo Maldito, por L.D. Mavras.
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El Pasillo Maldito, por L.D. Mavras.
EL PASILLO MALDITO
Finalmente lo tuve que hacer. Dejar atrás mi tienda de dulces favorita en todo el mundo, mis clases de violín, las de francés, mis ilusiones, mis lazos afec…bueno, la verdad, para qué voy a mentirles; lo cierto es que no tenía muchas amistades. Eso sería algo de lo que no iba a echar de menos de la comarca de Camwell. Esa lejana región infectada de nuevos ricos que iban adueñándose a grandes trancos de la, ahora denominada, ciudad. Ya no había lugar para los Gainsborough. Que por supuesto, éramos nosotros. A mis padres les habían “comido” el negocio aquellos desalmados de los Halmor, instalando su particular industrialización en nuestra Camwell natal. Esos patanes que se creían los magnates más importantes de la exportación de materiales textiles de todo el país, no eran más que unos payasos engreídos con mucha suerte apostando al todo o nada. Total, que mis padres decidieron en ese entonces cerrar el pequeño negocio de tejer ropas y manteles que mantenían hasta ese año, 1858. Un humilde puesto en una de las calles principales. Sí, ganaron el todo…Y a nosotros nos había tocado emigrar.
Nuestra mudanza parecía un entierro. Caras largas, sonrisas amargas intentando consolarse el uno al otro –hablo de mis padres, yo por supuesto estaba tan decidida a no dejar que nada me afectara, que me dejé llevar por mi imaginación y me puse a corretear por los lindes del bosque, un bosque que ya no iba a volver a ver más en mucho tiempo, mientras mi madre me gritaba que cuidara de los zapatos nuevos que me habían regalado para que este día se me hiciera menos pesado-, y el cielo tan encapotado como el primer día. Pero a esto último, habíamos tenido tiempo de acostumbrarnos. Inglaterra era así, y para más inri, era invierno. Nuestros macutos estaban listos en sus respectivos carruajes para partir hacia una nueva oportunidad en otro lugar. La llegada de la industrialización en el mandato de Victoria nos había llevado a esta desventajosa situación. Mis padres jamás olvidarían la fecha de este nefasto episodio de nuestras vidas. Nueve de febrero de 1858.
-¡Anne, cariño! ¡El cochero nos está esperando, tenemos que irnos ya!- gritó mi madre. Pero yo no les oí. Aunque más bien, fingí no hacerlo, para quedarme cinco minutitos más oyendo el arroyo del riachuelo. Sí, ya descubriréis lo traviesa que era esta niña de melena rubia, semi ondulada, ojos cristalinos de un azul color piscina más bonitos que el cielo. Ya, ya…lo sé. Es que me quiero mucho. En fin, continuaré con mi relato. No me miréis así.
-¡Annie, por favor! ¡Ven aquí ahora mismo!- esta vez fue papá, lo oí claramente. Pero, como con anterioridad, cerré mis oídos a cualquier sonido que no fuese el del río. Estaba muy entretenida viendo como los salmones luchaban contra la corriente. Luchadores natos. No como mis padres, que huyeron al menor acto de disputa comercial. Sí, vale, estaba un poco-bastante disgustada con ellos. ¿Por qué nos teníamos que ir? Yo estaba muy bien aquí, con mi bosque, mis animales salvajes, y mi inseparable espada de madera que me regalaron mis tíos de España. Ciertamente los echaba mucho en falta. Antes venían a visitarnos a cada vez que podían, ya que dinero no les faltaba, pero cada vez se ponía peor la economía para los Gainsborough en general. Pero mis tíos no huyeron como mis padres, ellos se quedaron allí y siguen luchando por lo suyo como debe ser.
De pronto oí unos ruidos muy agudos, juntos unos de otros. Estaba al otro lado del río, así que lo crucé sin pensármelo mucho. A mitad del camino me paré a pensar en los zapatos que estaba estrenando. Me maldije por dentro pero, los ruiditos agudos me volvieron a sumergir en mi búsqueda. Era un polluelo casi desplumado, una cría de canario. A la que rápidamente me apresuré a recoger y enterrarla entre mis prendas. Intenté, por supuesto, no asfixiarla, debido a lo holgado de mi vestido con tantos volantes y lazos. En mi cara se dibujó una sonrisa: Pichí. Así se llamaría.
-¡Mamá, Papá! ¡Mirad lo que he encontrado! ¡Estaba tirado en el bosque, cerca del río! ¡Es un pajarito!
-¡Anne, por el amor de Dios! ¡Estábamos a punto de salir a buscarte! ¡Haz caso cuando se te dice algo!- berreó mi papá. -¿no ves que tenemos que irnos?
-Annie, ¿qué es eso que llevas ahí?
-Un pajarito chiquitito mamá. Se llama Pichí.- contesté con la más grande de mis sonrisas. Mis papás se miraron intentando buscarse palabras uno al otro. Y finalmente fue mi mamá la que consiguió hablar la primera.
-Annesita. Si te hace feliz, te lo puedes quedar. Pero tendrás que cuidarlo tú, limpiarlo tú, y alimentarlo tú. ¿De acuerdo? Y abrígalo bien, que hace bastante frío. Y siempre obedece a papá y a mamá, queremos lo mejor para ti, pequeña traviesa.- Claro, no terminó sus palabras sin antes darme un golpecito en la nariz con su dedo.
-¡Gracias mamá!- me quise abrazar a ella pero la mirada de mi padre me hizo recapacitar, comprendiendo lo que llevaba entre manos. Así que sonreí culpable.
-Anne. Tendrás que ser más responsable ¿de acuerdo? Ya tienes nueve años. Debes ir aprendiendo que las decisiones que tomamos en esta vida, han de respaldarse con nuestro saber estar ante las situaciones.
-Bien, pequeña. Sube al carromato, y cuida bien de ¿Pichí dijiste que se llamaba?- habló mi madre para quitarle hierro a las palabras de mi padre, que pretendía que fuera ya una mujer madura con tan sólo nueve estados. Pero en cuanto mi madre vio mis zapatos nuevos, la vena se le hinchó en el cuello. Y cuando eso ocurría, hasta mi padre temblaba de miedo. Así que:
-Eh..Anne, mi niña. A ver, tendré que arreglarte esos zapatos.- reía entre dientes mi padre, mientras miraba de reojo a mi madre, que no los quitaba a los mojados y embarrados calzados nuevos. –ven, sube. Te sacaré estos de aquí, ok, ya está. Ten, ponte estos.- tranquilizó mi padre el ambiente con la mejor de sus sonrisas. Pues mi madre, cuando se enfadaba se enfadaba. Era difícil verla cabreada pero, cuando lo hacía, era tremenda. Sus intensos ojos azules le brillaban como centelleos relucientes ante las llamas del sol. Y entonces, todos en casa sabíamos que era el momento de apagar el fuego fuere como fuere. Hasta mi padre se vestía de santurrón ante aquellas situaciones, como habéis podido apreciar.
Las ruedas de los carruajes por fin dieron las primeras vueltas del viaje. Mi padre abrazaba a mi madre, que aún estaba consternada por los zapatos de su niña. Y yo, bueno, yo sólo estaba metida en mi cosmos de fantasía, como si el mundo real no fuera suficiente. Pichí hablaba nuestro idioma en aquel mundo de mi cabeza. Mi espada relucía brillante durante los días soleados que siempre me imaginaba. Mis padres, se habían convertido de repente en mis dos soldados escoltas. Y el carruaje era empujado por una jauría de corceles blancos como la espuma, que corrían a toda velocidad por los campos de colza. La imagen era perfecta. La colza por encima del verdor impoluto. Como si una nube amarilla se tendiera sobre montañas llenas de vida vegetal. Y a lo lejos, árboles que parecían gigantes que me saludaban con alegría. Sin lugar a dudas el camino se me había hecho bastante corto. A pesar de haber durado varios días. Siempre mantuve mi mente entretenida en mis historias de ensueño.
Al fin llegamos a nuestro nuevo hogar, cedido con intereses por los Cardigan, unos conocidos y acaudalados dueños de una plantación de algodón a los que mis padres les compraban los surtidos. Ahora habían quedado en que las vacas que esa gente había comprado recientemente fueran transportadas a la hacienda de nuestra familia para que padre las cuidara por ellos, y de esa manera, consideraban por zanjado el pago por haberles dado este nuevo hogar. El trato se prolongaría durante diez años. Luego de eso, tanto las vacas como la casa, serían de los Gainsborough. Mientras tanto, todas las ganancias que dieran con la ganadería, iría a parar a los Cardigan. Salvo un mínimo de alimentos para nuestra familia, obviamente.
La casa era grande, se veía desde bastante lejos. Pero justo a las puertas de la cancela de la valla de la hacienda, aquello parecía tan grande, que ni por asomo dudo que se pudiesen instalar allí hasta cinco familias completas.
-Mira Pichí, este será nuestro castillo de cristal.- salí corriendo con Pichí alzado en mis manos. Mis padres me siguieron caminando, felices de verme así, imaginé. -¡vamos papis, deprisa, deprisa! ¡Que quiero ver cómo es por dentro!
Mis padres llegaron a la puerta y sacaron el manojo de llaves, donde aposté contar más de cien metidas en la argolla que sujetaban mientras buscaban la correcta.
-Dorada con una rayita roja en el canto de la llave, ¿no era eso lo que dijo el señor Cardigan, querida?
-Sí, sí. Mira, es esa de ahí, va, venga cariño. Estoy deseando ver el dormitorio.
-Querrás decir, LOS dormitorios.- puso principal énfasis en la palabra “los”. Atañendo que allí debía haber infinidad de ellos, sin duda.
-Sí, mi amor. Pero el nuestro será el dormitorio de los dormitorios.- dijo con una sonrisa bien marcada.
-¿Por qué el vuestro? ¡jum!- dije un poco enojada. Yo quería el cuarto más grande de todos, no cabía duda.
-“Por qué”, la primera palabra que aprendió a decir mi niña- se rieron mis padres en ese momento. –no “mamá”, ni “papá”. Ella dijo, “por qué”.- pronto acudieron a abrazarme como si eso me fuese a consolar mucho.
Yo sólo quise entrar y recorrer los vastos pasillos que me iba a encontrar con total certeza. Mi mente bullía con historias sin entrar si quiera, me asombra ahora la cantidad de creativas maquinaciones que mantuve en esta cabecita con tan corta edad. Y la verdad, me da un poco de pena haber perdido aquella bonita capacidad de imaginar tanto. En fin, habrá que conformarse.
Cuando entré, lo primero que tuve que hacer fue estornudar. Dios, el polvo parecía un mar embravecido por la tormenta. Me tapé la nariz mientras arrugaba el ceño. Puaj, qué mal olía allí. Hoy día puedo decir que era olor húmedo y pestilente. A cerrado, mayormente. Las cucarachas se desperdigaban por el suelo. Me dio un asco terrible pero, siendo niña pude hacer de tripas corazón. Comprendí que se trataban de minas en un campo de batalla que había que evitar a toda costa. Miré más hacia las paredes que hacia aquellos bichitos marrones que crujían de vez en cuando bajo mis viejos zapatos. Pero ya no supe qué era peor, si las cucarachas o aquellos cuadros de los tabiques que parecían mirarme inquisitivamente. Me asusté de veras, tanto que bajé la mirada al suelo otra vez. Aquella aventura que no había hecho más que empezar, se me estaba haciendo tan larga, que no hice más que dar la vuelta y salir corriendo hasta donde mis padres estaban. Ellos me tranquilizaron, y les conté lo que me asustaba. Que allí había un pasillo lleno de cuadros feos y cucarachas más grandes que Pichí. Así que decidieron establecer un patrón de limpieza de aquella enorme casa. Al cabo de dos días enteros dedicados a la tarea, volví a aquel pasillo, ahora libre del campo de minas, y miré desafiante a los cuadros. Pude con todos pero uno de ellos resultó demasiado rival para mí, así que decidí quitarlo definitivamente de allí.
Coloqué a Pichí en el suelo, ya casi estaba en plena forma pero, aún no podía volar el pobre pajarillo. Así que lo llevaba conmigo a todas partes para que viera toda la casa, el jardín, y cualquier cosa que mereciera la pena ver. Subí a unas escaleras que coloqué allí para llegar al cuadro desdichado. Era un hombre horrible, tan feo, que seguramente ni él mismo se soportaba cuando se miraba al espejo. Era difícil de desenganchar, y el óxido hacía la tarea aún más complicada aunque lo conseguí sacar. Pero el retrato se me tambaleó de las manos y fue directo al suelo.
-¡Pichí!- grité -¡nooo!- el cuadro cayó justo encima del canario. Bajé rápido de la escalera y levanté el objeto asesino de mi pajarito. Pero allí solo había sangre, plumas, y unos trozos de carne picada con un piquito suelto por ahí… Nada, como era ya costumbre, vuelta de nuevo a llorar a los brazos de mis progenitores. Que ya se miraban extrañados con tanto llanto. Yo no era así, desde luego, pero aquellos cuadros a mí se me atragantaron desde el primer instante en que los vi.
Ese cuadro fue directamente a la basura. Pero es que al día siguiente volvió a aparecer expuesto en la pared. Triunfante, como si nada fuera con él. Mis padres se volvieron a mirar llenos de estupefacción. Las manos de mamá temblaban, y las de papá no eran menos, pero él debía abrazar a mamá para tranquilizarla. Ella a un lado, yo al otro. Aquello no tenía sentido. Esa misma noche tiramos todos los cuadros a una hoguera que hicimos fuera de la casa. Allí nos quedamos viendo el danzar del fuego hasta que los marcos se extinguieran por completo. Ellos veían fuego, yo veía ángeles con trajes de luz devorando a los demonios oscuros. Eso me apaciguaba. Y traté de transmitirles eso a mis papás para que también estuvieran más calmados.
Todo quedó hecho cenizas horas después. Nos fuimos a la cama grande de mis papás, todos juntitos. Y a la mañana siguiente, aunque un poco tarde –eran casi las 12 del mediodía- fui la primera en levantarme. Mi papá se despertó al notar que me salía de la cama, así que le prometí con una sonrisa que les traería el desayuno en menos de quince minutos.
Y hubiera sido así de no haber vuelto a ver los cuadros nuevamente en la misma posición en la que me los había encontrado por primera vez. Hubiese gritado, lo reconozco, pero algo despertó en mí un sentido de la aventura que, de no ser por la situación, me habría hecho muy feliz de haberla corrido en momentos más inofensivos. Pero mi espada de madera colgaba de mi cintura, lo cual me dio una extraña sensación de fortaleza. Era un sonido familiar, un pajarillo que no dejaba de piar.
-¿Pichí? ¿Eres tú?- me acerqué al final del pasillo. Allí sólo había una mesa de madera blanca de abedul, con soporte de mármol oscuro y cajones ligeramente bañados en oro. El sonido del pájaro volvió a sonar, parecía estar debajo de la mesa, aunque más alejado en las profundidades. ¿Debajo del suelo? Miré bajo la mesa, el suelo era eso, suelo. No había nada raro, y mucho menos, allí no estaba mi Pichí. Toqueteé el suelo en busca de alguna rendija o algo que pudiera esclarecer el misterio, pero no encontré nada. Nada, hasta que miré la pared. Allí había una marca de una mano. Hoy día puedo decir que era sangre reseca lo que marcaba aquella tapia amarillenta. Pero entonces no sabía lo que podía ser. Toqué la marca con un dedo, pero no se manchaba. Entonces puse la mano completa allí en la misma colocación que la de la pared. Algo se estremeció bajo de mí, así que salí de debajo de la mesa a toda prisa. La huella desapareció, y en su lugar, un hueco hizo acto de presencia. No tenía más que el contorno para que pudiera caber una persona menor de edad. Y como el piar de mi querido pajarillo sonó de nuevo, y esta vez con más viveza, allí me metí valiente, Anne Gainsborough la Indomable. No sin antes hacerme con un farolillo para esclarecer la oscuridad de la que no quería ser testigo.
Era como un túnel oscuro, y mis rodillas estaban comenzando a resentirse de caminar a gatas por un suelo tan rugoso. Me quejaba a cada paso. Pero también, cada paso hacía más claro el sonido de Pichí. Al final del camino, una habitación cerrada. Allí dejó de oírse al canario. A mí me volvió aquel olor a cerrado que había experimentado en días no muy lejanos a este. Pero nada crujía bajo mis pies esta vez. Alcé el farolillo para hacerme mejor idea de dónde estaba. Y cuán grande fue mi sorpresa, que un cuerpo yacía tumbado sobre una cama en medio de las tinieblas. La niña que yo era se acercó y tocó al muchacho. Debía tener tres o cuatro años más que yo por aquel entonces, aproximadamente. Moreno, piel tan blanca como la de un muerto, y las venas amoratadas y sin vida. Dejé el farolillo a un lado, se veía bastante bien aquella habitación con la luz que había traído. El chico, ataviado con ropas muy antiguas, no parecía ser de su época. Se asemejaba más a un galán del medievo, un guerrero de brillante armadura; aunque este no tenía ninguna. Lo toqué con mis ya afamados dedos curiosos, y el frío del cuerpo del joven guerrero hizo que los retirara en el acto. Sin embargo, para estar muerto, no olía mal; lo cual me resultó bastante extraño, como tantas cosas desde que arribara en aquel, mi nuevo hogar. Noté que en sus manos puestas juntas sobre su pecho llevaba una vaina sin espada alguna. A la joven Anne se le ocurrió entonces poner la suya, la de madera, dentro de aquella que él portaba. La verdad es que era un joven no muy guapo, pero sí atractivo; con ojos color miel, pelo oscuro y bien recortado, de buenas condiciones atléticas, y unas venas que estaban comenzando a cobrar vida. La piel se le sonrosaba por momentos, y el latido de su corazón luchaba por recobrar la normalidad. Como cabía esperar, me asusté un poco, me bajé de la cama donde me había sentado para colocarle su espada, y con los ojos como platos miré aquel milagro que de alguna manera me había sumido en un profundo desconcierto. El chico se incorporó, se desperezó un poco, se puso de pie. Caminó para estirar las piernas, luego me miró, dedicándome una sonrisa. Y finalmente sacó la espada de su vaina. Y para que yo lograse desmayarme con tantos milagros, debía ser algo muy increíble. Y si lo era que aquel adolescente se despertara volviéndole a bombear la sangre por el cuerpo, que la espada de madera saliera como salió de su vaina, no era menos sorprendente.
-¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? ¿Estoy soñando?- Ya no sabía ni qué pensar, ni qué decir, ni si aquello era real o no. Sólo sabía que había un joven sentado a mi lado, mientras yo reposaba en la cama donde antes reposaba ese mismo joven. Él volvió a sonreírme.
-Tranquila, joven niña. Estáis a salvo conmigo.- me serenaba mientras acariciaba mi pelo rubio. –Me llamo Robinson Royce. Y en vuestro destino estaba escrito que pondríais la espada que me haría despertar, dentro de mi vaina.
-¿El destino hizo eso?- dije no sabiendo exactamente qué contestar. Aún estaba atónita, y se me notaba insegura.
-Veréis, mi joven damisela. El destino te pone puertas que has de ir escogiendo, pero a veces sólo nos da una única opción, entonces no queda más remedio que cruzar esa puerta, o quedarnos atrás. Por eso, mi ángel del destino, llegasteis con vuestra espada ante mi lecho durmiente. Algo de lo que me siento fervientemente agradecido. Pues son vuestras ansias de seguir adelante lo que hará que sin ningún titubeo sea llevado nuestro próximo cometido.
-¿Próximo…cometido?- dejé de mirarle y me toqué la frente. –me duele mucho la cabeza…
-No os preocupéis, pronto se os pasará, milady. Tantas emociones juntas no son buenas para nadie.- sonrió el joven caballero.
-¿Dónde está Pichí? Lo oí en el pasillo… ¿y cómo es que la espada, ahora es de verdad?
-Vuestro pajarillo. Por desgracia la maldición del pasillo acabó con su vida, y ahora está en ese cuadro de allí-. Dijo señalándoselo. –como véis, se mueve y pía. Y así seguirá hasta el próximo día. Es una forma de tormento que manipuló la bruja del pantano. Para que me debilitara más y más antes de despertarme. Cada ser que muere en ese pasadizo, me hablará durante toda esa noche, y luego su retrato aparecerá en el pasillo maldito. –hizo una pausa, y siguió.- y lo de la espada, así estaba escrito, era la condición que había puesto quien me durmió. Alguien debía llenar mi vacío.
-¿Existen las brujas?- dije sin quitar la mirada del cuadro del malogrado canario.
-Las brujas siempre han existido. Y seguirán haciéndolo hasta que el fin de los días se cierna sobre la raza humana.- me acarició la mejilla- no os preocupéis. Salvaremos a Pichí.- me guiñó un ojo para finalizar el consuelo.
-Gr-gracias, señor…-me sonrojé.
-Shhh, llamadme Robin. Es suficiente así.- volvió a sonreírme como si ya fuera una obligación. Siempre cercano, cariñoso, y atento.
-C-claro…Robin.- se me escapó ahora la sonrisa. Estaba realmente cómoda al lado del joven galán, aunque me pusiera algo nerviosa.- este… ¿hablabas de una maldición? Tampoco sabía que existían…mi mamá siempre me dice que las brujas y los monstruos son sólo cuentos para asustar a los niños.
-Bueno, milady. Más vale que vayáis creyendo en los cuentos para asustar a los niños porque, ahora mismo estáis en medio de uno de ellos. Pero no os estremezcáis, así como las maldiciones coexisten con nosotros, las bendiciones también lo hacen. Sólo necesitamos ser más puros de corazón que nuestro gran enemigo, la bruja del pantano, una poderosa nigromante. Y hacer prevalecer el lado de la luz. Ella también habrá despertado como yo, y estará movilizándose para acabar con mi existencia.
-¿Entonces ella también estaba dormida? ¿Y quién la despertó a ella?
-Por decirlo de alguna manera, vos lo hicisteis. Indirectamente, pero así fue. Al despertarme a mí, ella también se levantó de su yacimiento.
-¿Y cómo es que se quedaron dormidos los dos?
-La Naturaleza es sabia, eh… ¿cómo es que os llamáis?
-Anne, Anne Gainsborough.
-Bien, Anne. Os contaré la historia de mi enfrentamiento con esa bruja, Awilda. Aunque os resulte extraño, mi época nació hace más de 300 años. Por allá en 1500 y pico.
-¿Por eso hablas de esa forma tan rara?
-En mi época es costumbre por todos esta forma de hablar, Anne. A mí también me ha chocado bastante la vuestra. Pero sé que con el tiempo, las formas y los acentos cambian, así como los idiomas.
-Suerte entonces que hablamos el mismo…
-Sí, es algo de lo que me siento muy aliviado.- sonrió. –a lo que íbamos. Mi lucha con aquella bruja no comenzó expresamente conmigo. Mi familia por generaciones ha disputado siempre guerras contra ese ser inmortal y molesto. Ella levanta a los muertos que tienen sangre de bruja y los hace luchar en su favor. Éstos no sangran, no mueren, no se les puede parar salvo que pares a la bruja. Ella sangra, pero se oculta siempre tras sus súbditos.
-¿Y nunca la han matado?
-Decenas de veces, quizás más de cien. Pero siempre vuelve…siempre viene a atormentar a los Royce.
-¿Y por qué a tu familia?
-Nosotros somos una familia de santificadores. Nuestro don se remonta a tiempos que no soy capaz de recordar. Eso cuentan las leyendas en los libros escritos por los eruditos de los Royce. Siempre me gustaba leerlas… ¿es posible que sigan en la casa, Anne? Sólo por curiosidad.
-¿Esta es tu casa?
-Así es.
-Eh, bueno, la verdad es que creo haber visto estanterías llenas de libros y más libros.
-¿La biblioteca?
-Eso creo, sí. No sé si estarán los que tú dices pero, son tantos que… me cuesta creer que no lo estén.
-Si la biblioteca permanece intacta, Anne. Allí estarán. Os prometo que cuando esto acabe, os enseñaré todas las historias de los Royce. Son muy interesantes, leer siempre lo es.
-Sí, yo quiero leer. Pero sólo he tenido un libro en mi vida. Es que mis padres no pueden permitirse grandes regalos, la verdad.
-Pues ahora ya tenéis un sinfín de ellos, jovencita. Ya no hay excusa para no leer. Estimulará aún más vuestra imaginación, llenará vuestra mente de creatividad. Y sobre todo, os enseñará a vivir mejor y de manera más culta en la aventura de la vida. La educación es el arma de los sabios. Un arma que ha de ayudarnos a trazar el mejor plan para nuestra sociedad.
-Guau, ¿cómo sabes tanto?- estaba realmente sorprendida de la sabiduría del muchacho.
-Atended, pequeña. Os lo estoy diciendo.-y me volvió a guiñar el ojo, con su ya típica sonrisa. -No ignoro la ignorancia, ese es el comienzo de la sabiduría. Leed todo lo que caiga en vuestras manos, ese es el mayor secreto.
-¡Quiero empezar por los mejores libros!- Casi parecía haber olvidado a la bruja, al Pichí del cuadro, y al pasillo encantado. Estaba tan emocionada con las cosas que Robinson me contaba, que me podría haber quedado allí toda la vida oyéndole hablar.
-Sí, hermosa damisela. Pero todo a su debido tiempo, si mal no recuerdo, tenemos un asunto entre manos que habrá que solucionar. Escribamos nuestra propia historia. –me llevó de bruces al mundo real.
Fue cuando me emocioné tanto, que me abalancé a los brazos del Royce. Él correspondió con un cálido abrazo, y me acarició el pelo.
-Me alegra que estéis aquí, Anne. Que seáis vos quien hayáis acudido a mí.
-Yo también estoy muy feliz de conocerte, Robin. Eres como un príncipe salido de un cuento.
-Va, tranquila. Sólo soy un ser humano más en este mundo. Uno que intenta acabar con una bruja un poco molesta, que ya se ha perpetuado demasiado tiempo.- volvimos a tomar distancia entre nosotros.
-Sí, es verdad. Pero…si ni todo el ejército de tu familia ha podido con ella y sus guerreros, ¿cómo vamos a poder nosotros dos solos?
-Veréis Anne, aún no he contado toda la historia. Ya os dije que por generaciones los Royce hemos combatido a la hechicera del pantano, sin ningún éxito definitivo, ya que ella siempre volvía para atormentarnos. La lucha se eternizó, hasta que llegó a mi época. La Naturaleza hizo acto de presencia ante mí, fue algo que no sé cómo describir. No es nada físico, es como una sensación, una brisa que movía las hojas secas y formaba como una especie de cuerpo humanoide. Hablaba con voz gutural en tono femenino. Pero no solo estaba yo allí. También estaba ella, la malvada bruja. Antes me encontraba en la fortaleza Royce, fue algo así como una invocación, la Naturaleza nos invocó. A mí y a la Bruja, y nos dijo lo siguiente:
“Los hechos no han ido por el camino natural de los acontecimientos. La destrucción ha prevalecido a la armonía. La balanza, aunque equilibrada en fuerzas, se ha visto mellada por una malformación en las magnitudes del destino. No puedo seguir permitiendo que llevéis este camino. Yo os condeno a un sueño eterno; oh, corazón más negro que el futuro de un leproso. Oh, corazón más puro que el astro brillante que nos ilumina. Dormid ahora hasta que nuevas épocas os traigan nuevas esperanzas. Dormid ahora, y dejad que la naturaleza siga su curso cotidiano. Pues esta debe prevalecer al hombre. Así está escrito.” Luego desapareció, pero nos dio a la bruja y a mí, una última voluntad antes de dormir. Yo le pedí la forma de acabar con ella cuando pudiera despertar. Y ella, no lo sé, pero logró crear su maldición de los cuadros. Su intención era la de abrumar mis noches con cada muerte que aconteciera en aquel pasillo que ya conocéis de sobra.
-Vaya, Robin. Todo eso, solo podía entenderlo en mi imaginación, jamás pensé que se pudiera convertir algo así en realidad.
-Las historias de brujas, son tan reales como vos y yo.
-Pero hablando de cómo vencerla… ¿te dijo la…Naturaleza cómo hacerlo?
-Cuando le pregunté sobre ese aspecto. Me enseñó una melodía que acabaría con ella.
-¿Una melodía?
-Exacto. Por eso he guardado esto conmigo.- Robin me mostró una flauta de madera, artesanal. –hecha por mi familia.
-Vaya, tu familia hacía de todo. Y al parecer, muy bien. Es preciosa.
-Esta en particular la hizo mi abuelo.
-Bueno pero, yo no sé tocar la flauta, Robinson.
-No os preocupéis. No es una melodía difícil, aunque sí algo larga. Yo os enseñaré en una sola tarde.
-¡Tarde! ¡Se me hace tarde! ¡Oh, no! ¡Mis padres!
-Tranquilizaos, mi niña. Nos ocuparemos de ellos ¿vale?
-Es que les prometí llevarles el desayuno en 15 minutos, y ya llevamos aquí casi media hora.
-Annie, si no habéis oído un grito ya por vuestros padres haberos llamado. Aún no se habrán percatado. Os llevaréis estos polvos, son para dormir placenteramente. Pero no os preocupéis, mi niña, sólo serán dos noches de sueños, luego despertarán con un poco de hambre. Eso es todo.
-Entonces, ¿cómo hacemos?
-Iréis a la cocina, con cuidado. Siempre y cuando vuestros padres aún sigan en su recámara. Sino, iréis a otra sala auxiliar que usaban mis padres para tomar el té. Allí espolvorearéis esto en dos vasos de agua. Tiene esencias frutales, diréis que la comida llegará pronto. Y si están en la cocina, diréis que llegará igualmente, que habéis preparado todo en esta sala que os digo, porque sabíais que íbais a tardar, y queríais darle una sorpresa.
-Es como si lo hubieras planeado desde tus sueños, Robinson…
-Improvisar os resultará muy útil con el tiempo, princesa. Y polvitos como estos rodean mi cinturón en todo momento. Soy un purificador, por lo que sanar a la gente se convierte en mi cometido. Pero bueno, ya hemos hablado todo lo que teníamos que hablar, Anne. Es hora de partir.
Yo sólo asentí, y seguí al chico por dónde hace un rato había llegado yo misma. Elaboré el plan trazado por Robinson Royce, y nos fuimos de la casa dejando a mis padres dormiditos en la cama. Aún no habían llegado a echarme de menos.
Nos montamos en dos caballos de los varios en los que habíamos llegado mi familia y yo hace unos días. Todo eran corceles blancos, los favoritos del señor Cardigan. La carrera equina se prolongó varias horas hasta el bosque pantanoso donde estaba la bruja. Pero antes de ello, nos paramos cerca de un acantilado para que pudiera aprender a tocar la melodía.
-Se me complica el final, Robin…no me sale.
-No os agobiéis, querida. Calma, paciencia. Todo llega con actitud y positividad. Canalizad las emociones y empezad otra vez.- yo volví a intentarlo, casi me sale pero, aprender algo que nunca había hecho antes…
-Uff, Robinson. Si esta misión depende de mí, más vale que nos volvamos de nuevo a la casa…-él me miró con reprobación. Me quitó la flauta, y la tocó de principio a fin. Luego me la devolvió.
-Tened, eso os refrescará cómo es la melodía, y os será más fácil. Buscad siempre las soluciones, Anne, no las excusas. Sólo fracasáis cuando os rendís.
Comimos un poco, nos proveímos de agua, y tras unas horas más, ambos galopábamos ya en busca de nuestros destinos. Cuando llegamos al borde del bosque pantanoso, nos detuvimos para descansar hasta el día siguiente. Si habíamos de enfrentarnos a aquel ser, sería con el día. Ya que el pantano era un lugar oscuro, fétido, y nunca podrías saber si estabas pisando en firme o no. Eso sí, lo hicimos a una distancia prudencial del bosque. El frío era horrible, por eso los jóvenes permanecieron lo más juntos posible. Al cabo de una o dos horas, Rob comenzó a oír destellos de lo que parecían chillidos esperpénticos.
-¿Qué es eso, Robin?- en ese momento me pegué más a Robinson de lo que el frío me había obligado con anterioridad. Estaba asustada, parecían unos gritos demoníacos, manifestados por una voz fémina.
-Es la bruja del pantano, está realizando sus encantamientos nigromantes. Se trata de levantar a los muertos, mientras más se alargue, más cadáveres tendrá para luchar a su lado. Anne, debemos ir a parar esto ya mismo, no podemos dejar que se siga alimentando de más ventajas.
-Pero es de noche, Robin, no se ve nada. Tengo mucho miedo.
-Lo sé, Anne. Pero yo no dejaré que os hagan ningún daño ¿de acuerdo? Mi espada está a vuestro servicio, ahora y siempre.-el niño me terminó de consolar, volviéndome a sonreír. Si no hubiese hablado con él antes, diría que solo sabía hacer eso; pero siguió hablando acto seguido. –y el fuego que esa nigromante ha propagado para sus ritos de resurrección, nos dará la visión suficiente para esta contienda, amiga. Es el momento. No podemos dejar que convoque a todo un ejército, o será prácticamente imposible vencerla. Entonces, ¿vamos? ¿Estás conmigo?
-…s-sí, claro, por supuesto…-obviamente ni yo misma estaba muy segura de lo que dije, pero lo dije, y tuve que apechugar con las consecuencias de después.
-Lo haréis muy bien, pequeña mía.
Me cogió de la mano, y me llevó con él al interior del bosque. Guiándose por los gritos, y por el olor a muerto, el camino no iba a resultar muy complicado de seguir. Tuvo mucho cuidado de pisar donde no debía, que tratándose de un pantano, era algo de agradecer. Y allí llegamos, a las postrimerías, sin que nadie nos viera. La bruja mantenía una espada en la mano, con los brazos en alto, llevaba toda la cara ensangrentada.
-¿Por qué sangra por la boca, Robin? ¿Es que ya ha peleado con alguien?-le pregunté curiosa, lo más bajito que me dejaba el timbre de mi voz.
-No, Anne. Ella se ha cortado un poco su lengua, para realizar el ritual de resucitar a los muertos. Es un acto satánico, que no recomiendo a nadie. Acabáis con el cuerpo malherido mucho tiempo, con la mente aún más enturbiada de lo que ya la teníais. Y quién sabe, si no cogéis una infección con heridas tan serias en un lugar tan sucio y putrefacto.
-¿Y qué hacemos ahora?
-Debo realizar el contra hechizo que me enseñaron mis padres. Se trata de revocar al mal con bien.- pero al verme con cara de no haberme enterado demasiado, me lo explicó de manera más clara.- digamos que, “robaré” todos los cadáveres que pueda de los que ella ha revivido. Y cuando acabe con mis energías mágicas, empezará la batalla.- me cogió por los hombros, me miró fijamente a los ojos, y me dijo.- Anne, entiendes lo que tienes que hacer ¿verdad? La flauta, os escondéis en cualquier lugar, y tocáis la melodía lo más alto que podáis. Ella tiene que oírla. En cuanto empecéis, irá a por vos, no me cabe duda. Por ello los muertos que luchen por mí, os protegerán a vos. Mientras, yo acabaré con los de la bruja.
-Estoy muy nerviosa, Robin.
-Sed valiente, Anne. Imaginad una de vuestras historias. Ahora sois protagonista de una. Sed valiente, y demostraos que podéis con todo.
-Trataré de ser valiente, Rob…espero que me salga bien eso…-titubeé, pero le hice caso sin rechistar.
La cruzada se emprendió como él había vaticinado. La bruja había liberado de las cadenas de la muerte a decenas de cadáveres, y de esas decenas, poco menos de la mitad se las pudo llevar de su lado Robinson Royce con su magia purificadora. Eso puso las tablas en la guerra. Pero de algún modo a él le costaba más desprenderse de sus atacantes revividos, que a la bruja, que los lanzaba al vuelo con mayor facilidad mientras buscaba con determinación el sonido de la melodía de su pretendida muerte. Esos esclavos del mal y del bien, llevaban todos unos atuendos de piel de lobo, y en la cabeza acarreaban la parte superior del cráneo de los mismos, aún con la carne húmeda, haciendo que el chorrero de sangre en las caras de los resucitados parecieran más infernales aún. Yo, debajo de las raíces de un viejo árbol, me escondí, y toqué aquella sinfonía tan larga. La bruja buscaba cada recoveco, y como los revividos seres no podían morir a menos que ella lo quisiera –tanto buenos como malos, al haber salido del infierno de su mano, era su mano la que había de volver a llevarlos a él- tenía que deshacerse de ellos una y otra vez sin tener que invertir el hechizo para matarlos, ya que de esa forma, los suyos dejarían de mantener ocupado al “Puro” Royce. Así que los dejó en el reino de los vivos, a cambio de que siguieran librando la batalla contra Robinson. Y ella, ocuparse del poco trabajo que le daban los conversos al lado luminoso de las partes.
-Niñaaaa, ven aquí muchachita entrometida. Yo te daré con qué jugar. ¿Quieres a tu pajarito? Yo lo puedo traer a la vida, ¿ves que he hecho con estos pobre infelices? Tengo el mismo poder para realizar el mismo encantamiento con tu pajarillo. Déjate ver, y se hará tu voluntad, alma de cántaro. –pero jamás dejé de soplar esa flauta. Y en el momento en que ella miraba hacia lados incorrectos, yo me movía de árbol en árbol, intentando despistarla cada vez más. Volverla loca, bueno, más de lo que ya lo estaba…
-Jovencita, ¿quieres dejar que hablemos como personas adultas? Venga, seguro que podemos llegar a un acuerdo. Tengo sacos llenos de golosinas y espadas de verdad. ¿No te interesa? ¡Seguro que sí! Eres una niña lista, sabes escoger las buenas oportunidades, estoy segura…-ella no cejaba en su empeño de encontrar a su parca personal, pues no le valía de otra. Pero en una de mis carreras de entre los árboles, ella fue más lista. Dicen que la experiencia es un grado, y no se equivocaron mucho.
-¡Anne!- grió Robinson, consternado por mi rapto. Fue cuando una espada hizo salpicar el escenario natural con su sangre. Yo abrí los ojos tanto, que creí que se me saldrían de las órbitas. La nigromante me quitó la flauta de un zarpazo, y yo solo me quedé mirando mi queridísimo caballero andante, Robinson Royce, que yacía tendido para mi mayor angustia. “Voy a morir, voy a morir”, pensé. Cuando Rob me gritó en sus últimas funciones vitales. –¡la melo..día,…ter..mi..nala! ¡S-solo…u…una nota.. mas!-mientras de sus fuerzas finales intentaba meter su mano en el bolsillo, para intentar sacar algo de él. No llegó a sacar nada, pues la muerte se lo llevó.
Me giré nuevamente hasta la bruja. –la flauta está destrozada, niña, estás acabada- me dijo, con esa voz tan rota que tenía. Era cierto, la flauta estaba hecha trizas. La bruja alzó un brazo, mientras me sujetaba con el otro, y gritó unas palabras que yo no entendía, en un idioma más oscuro que su propio corazón. Los revividos volvieron a quedar sin vida. Allí sólo quedábamos la bruja y yo. Mi corazón iba tan acelerado, que si no me atravesó el pecho, fue un milagro. “Una nota” pensé, sólo me faltaba una nota. No había sido lo suficientemente rápida como para salvar a Robinson de su muerte. Pero, no le iba a permitir a esa vieja bruja que se saliera con la suya, no podía dejar que la muerte de mi querido Royce el Puro, fuera en vano. Aproveché el momento en que ella realizaba su conjuro, para yo realizar el fin del mío. Me puso dos dedos en la boca, y silbé la última nota que me faltaba. La bruja me miró primero asustada, y después con furia. Luego, solo recuerdo que tenía su sangre esparcida por todo mi cuerpo, como si me hubiera bañado en un mar rojo.
-Está muerta…-casi ni me lo creía- ha funcionado…¡¡¡ha funcionado!!! ¡Lo logré!
Pero al momento, mi mente se volvió a conectar con Robin. Miré en su dirección y salí corriendo hasta él. Me agaché, cogí su cabeza, y lloré desconsolada. Pero de repente, una brisa agitó mi cabello de oro. Una luz penetró en mí, dolía, en el suelo me estremecí varios minutos hasta que el fenómeno paró. Respiré agitada, casi con dificultad. Miré mis manos, y mis uñas habían crecido más de lo normal; filosas, pero bien cuidadas. Mi cabello, aún más longevo, más brillante. Me sentía más fuerte, más viva, más poderosa. Y nuevamente, por sorpresa, otra ventisca agitó mis ropajes, y por ende, mis cabellos. Según me había descrito Robinson a la Naturaleza antes, di por sentado que ante mí se había presentado en esta ocasión.
-Anne Gainsborough. A ti han sido transferidos los poderes de la bruja nigromante Awilda de Casarejos.-ahí descubrí que la bruja era española- a ti te corresponde ahora dar por terminada la maldición del pasillo. A ti te corresponde determinar el camino que recorrerán los cuadros expuestos en él. Y por supuesto, a ti te corresponde el averiguar el límite de tu nueva condición de hechicera. Mi trabajo ha concluido por ahora, pero volveré si la situación lo requiere como ha sido el caso que nos concierne, y el de hace 300 años. Niña humana, confío que tú seas más sabia para usar tus nuevas habilidades, al menos, mucho más que tu predecesora.- y entonces desapareció, nunca más volví a ver a esa figura abstracta que representaba a la Naturaleza.
Nuevamente centré mi atención en Robinson. Miré como su mano iba directa al bolsillo, y se la saqué como pude para ver qué estaba buscando. Era un libro, pequeño, viejo, pero bien cuidado. Allí relataba a mano cómo debía aprender a usar la magia que se me había otorgado recientemente. Él lo sabía, lo tenía todo planeado. Todo bajo control. Así que lo primero que me enseñó fue a revivir a los muertos. Eso hice, cogí su espada, me corté un poco la lengua, y grité fuerte las palabras escritas allí. Algo subió desde mi estómago hasta mi corazón. Como si fuera una bola de alambres que luego se me clavara en él. Grité también de dolor, y las lágrimas me salían a borbotones. Al cabo de un rato, caí de rodillas ante mi caballero. Estaba cansada, y muy dolorida. Me daban mareos, pero hice fuerza para que los ojos no se me cerraran. Quería ver los suyos abrirse, antes de caer dormida. Pero no superé la prueba, y el sueño me venció.
Cuando desperté, estaba donde todo había comenzado. En la recámara oculta. Ahora era yo la que tenía que despertar, ya por segunda vez. Él estaba allí, lo vi cuando abrí ligeramente los ojos. Pero no tenía muchas fuerzas y volví a cerrarlos, aunque con la sonrisa interminable dibujada en mi boca.
-Al pa…recer, me.. adoras, caballe..ro Robinson…Sie…mpre que a..bro los ojos, hay un…ángel mi..rándome…-él me puso un dedo en la boca, para que no hablara estando tan débil.
-Solo quien se interesa en permanecer a vuestro lado, quiere tener un futuro con vos. ¿Creéis en el destino? Quizás por algo estoy aquí. Tal vez tenga que estarlo para vos. Tal vez tenga que estarlo para los dos. Es probable que ese sea el camino que nos atribuyen las fuerzas del cielo.
Días después, totalmente recuperada, él me enseñó a ser una buena hechicera. Pero, él no pertenecía al mundo de los vivos. Era un revivido, ni vivo ni muerto. Su carne se podría lentamente, no de manera natural, obviamente. Pero estaba muerto en esencia. Cada vez estaba más débil. Se tenía que sentar a menudo. Pero por suerte, me pudo enseñar lo esencial de la nigromancia y la brujería. Pero también, de la purificación. Fue esto último lo que yo practiqué en él. Algo que hizo que su corazón latiera en su pecho, por lo que su carne tardaba más en descomponerse. Eso nos daba tiempo para que yo aprendiera sus lecciones.
-Ahora, Anne. Ha llegado el final. Es hora de poner en práctica vuestros conocimientos. Y de que me vaya. Yo ya no pertenezco a este mundo.
-Pero…- él sólo me abrazó, sin dejarme terminar.
-Los cuadros Anne. Romped el maleficio. Liberad a toda esa gente, y vivid feliz con Pichí. Ese pajarillo que os ha llevado hasta mí.
Obedecí en todo lo que me dijo, pero. No era el final que yo me deseaba. Dejé una nota a mis padres de que me iba con mi caballero andante. Deshice el maleficio del pasillo, y toda esa gente apareció cada cual cerca del pariente más cercano que les quedaba vivo. Pichí volvió a piar en vida. Robinson Royce se convirtió en mi nuevo retrato. Y de esta forma, me he convertido en la nueva bruja, con una nueva maldición. Perdón, quise decir, bendición. Robinson siempre estaría conmigo en aquel cuadro. Y de ahora en adelante, yo me llevaba las almas de los integrantes de la casa que sean personas malas, desobedientes, abusadoras, asesinos y mentirosos. Cada alma me otorgará a mi amado Royce todos los años que esa persona atrapada en mis cuadros hubiese vivido de haber tenido una vida sin cruzarse en mi camino. Por ello os digo, frágiles mortales, tened cuidado con lo que hacéis en esta vida, porque, siempre estaré acechando.
Atentamente, Anne Gainsborough la Hechicera del destino, y mi siempre amado Robinson Royce el Puro. Día 14 de febrero de 2013. Actualmente en las exóticas Islas Vírgenes, Charlotte Amalie East. EE.UU.
Nuestra mudanza parecía un entierro. Caras largas, sonrisas amargas intentando consolarse el uno al otro –hablo de mis padres, yo por supuesto estaba tan decidida a no dejar que nada me afectara, que me dejé llevar por mi imaginación y me puse a corretear por los lindes del bosque, un bosque que ya no iba a volver a ver más en mucho tiempo, mientras mi madre me gritaba que cuidara de los zapatos nuevos que me habían regalado para que este día se me hiciera menos pesado-, y el cielo tan encapotado como el primer día. Pero a esto último, habíamos tenido tiempo de acostumbrarnos. Inglaterra era así, y para más inri, era invierno. Nuestros macutos estaban listos en sus respectivos carruajes para partir hacia una nueva oportunidad en otro lugar. La llegada de la industrialización en el mandato de Victoria nos había llevado a esta desventajosa situación. Mis padres jamás olvidarían la fecha de este nefasto episodio de nuestras vidas. Nueve de febrero de 1858.
-¡Anne, cariño! ¡El cochero nos está esperando, tenemos que irnos ya!- gritó mi madre. Pero yo no les oí. Aunque más bien, fingí no hacerlo, para quedarme cinco minutitos más oyendo el arroyo del riachuelo. Sí, ya descubriréis lo traviesa que era esta niña de melena rubia, semi ondulada, ojos cristalinos de un azul color piscina más bonitos que el cielo. Ya, ya…lo sé. Es que me quiero mucho. En fin, continuaré con mi relato. No me miréis así.
-¡Annie, por favor! ¡Ven aquí ahora mismo!- esta vez fue papá, lo oí claramente. Pero, como con anterioridad, cerré mis oídos a cualquier sonido que no fuese el del río. Estaba muy entretenida viendo como los salmones luchaban contra la corriente. Luchadores natos. No como mis padres, que huyeron al menor acto de disputa comercial. Sí, vale, estaba un poco-bastante disgustada con ellos. ¿Por qué nos teníamos que ir? Yo estaba muy bien aquí, con mi bosque, mis animales salvajes, y mi inseparable espada de madera que me regalaron mis tíos de España. Ciertamente los echaba mucho en falta. Antes venían a visitarnos a cada vez que podían, ya que dinero no les faltaba, pero cada vez se ponía peor la economía para los Gainsborough en general. Pero mis tíos no huyeron como mis padres, ellos se quedaron allí y siguen luchando por lo suyo como debe ser.
De pronto oí unos ruidos muy agudos, juntos unos de otros. Estaba al otro lado del río, así que lo crucé sin pensármelo mucho. A mitad del camino me paré a pensar en los zapatos que estaba estrenando. Me maldije por dentro pero, los ruiditos agudos me volvieron a sumergir en mi búsqueda. Era un polluelo casi desplumado, una cría de canario. A la que rápidamente me apresuré a recoger y enterrarla entre mis prendas. Intenté, por supuesto, no asfixiarla, debido a lo holgado de mi vestido con tantos volantes y lazos. En mi cara se dibujó una sonrisa: Pichí. Así se llamaría.
-¡Mamá, Papá! ¡Mirad lo que he encontrado! ¡Estaba tirado en el bosque, cerca del río! ¡Es un pajarito!
-¡Anne, por el amor de Dios! ¡Estábamos a punto de salir a buscarte! ¡Haz caso cuando se te dice algo!- berreó mi papá. -¿no ves que tenemos que irnos?
-Annie, ¿qué es eso que llevas ahí?
-Un pajarito chiquitito mamá. Se llama Pichí.- contesté con la más grande de mis sonrisas. Mis papás se miraron intentando buscarse palabras uno al otro. Y finalmente fue mi mamá la que consiguió hablar la primera.
-Annesita. Si te hace feliz, te lo puedes quedar. Pero tendrás que cuidarlo tú, limpiarlo tú, y alimentarlo tú. ¿De acuerdo? Y abrígalo bien, que hace bastante frío. Y siempre obedece a papá y a mamá, queremos lo mejor para ti, pequeña traviesa.- Claro, no terminó sus palabras sin antes darme un golpecito en la nariz con su dedo.
-¡Gracias mamá!- me quise abrazar a ella pero la mirada de mi padre me hizo recapacitar, comprendiendo lo que llevaba entre manos. Así que sonreí culpable.
-Anne. Tendrás que ser más responsable ¿de acuerdo? Ya tienes nueve años. Debes ir aprendiendo que las decisiones que tomamos en esta vida, han de respaldarse con nuestro saber estar ante las situaciones.
-Bien, pequeña. Sube al carromato, y cuida bien de ¿Pichí dijiste que se llamaba?- habló mi madre para quitarle hierro a las palabras de mi padre, que pretendía que fuera ya una mujer madura con tan sólo nueve estados. Pero en cuanto mi madre vio mis zapatos nuevos, la vena se le hinchó en el cuello. Y cuando eso ocurría, hasta mi padre temblaba de miedo. Así que:
-Eh..Anne, mi niña. A ver, tendré que arreglarte esos zapatos.- reía entre dientes mi padre, mientras miraba de reojo a mi madre, que no los quitaba a los mojados y embarrados calzados nuevos. –ven, sube. Te sacaré estos de aquí, ok, ya está. Ten, ponte estos.- tranquilizó mi padre el ambiente con la mejor de sus sonrisas. Pues mi madre, cuando se enfadaba se enfadaba. Era difícil verla cabreada pero, cuando lo hacía, era tremenda. Sus intensos ojos azules le brillaban como centelleos relucientes ante las llamas del sol. Y entonces, todos en casa sabíamos que era el momento de apagar el fuego fuere como fuere. Hasta mi padre se vestía de santurrón ante aquellas situaciones, como habéis podido apreciar.
Las ruedas de los carruajes por fin dieron las primeras vueltas del viaje. Mi padre abrazaba a mi madre, que aún estaba consternada por los zapatos de su niña. Y yo, bueno, yo sólo estaba metida en mi cosmos de fantasía, como si el mundo real no fuera suficiente. Pichí hablaba nuestro idioma en aquel mundo de mi cabeza. Mi espada relucía brillante durante los días soleados que siempre me imaginaba. Mis padres, se habían convertido de repente en mis dos soldados escoltas. Y el carruaje era empujado por una jauría de corceles blancos como la espuma, que corrían a toda velocidad por los campos de colza. La imagen era perfecta. La colza por encima del verdor impoluto. Como si una nube amarilla se tendiera sobre montañas llenas de vida vegetal. Y a lo lejos, árboles que parecían gigantes que me saludaban con alegría. Sin lugar a dudas el camino se me había hecho bastante corto. A pesar de haber durado varios días. Siempre mantuve mi mente entretenida en mis historias de ensueño.
Al fin llegamos a nuestro nuevo hogar, cedido con intereses por los Cardigan, unos conocidos y acaudalados dueños de una plantación de algodón a los que mis padres les compraban los surtidos. Ahora habían quedado en que las vacas que esa gente había comprado recientemente fueran transportadas a la hacienda de nuestra familia para que padre las cuidara por ellos, y de esa manera, consideraban por zanjado el pago por haberles dado este nuevo hogar. El trato se prolongaría durante diez años. Luego de eso, tanto las vacas como la casa, serían de los Gainsborough. Mientras tanto, todas las ganancias que dieran con la ganadería, iría a parar a los Cardigan. Salvo un mínimo de alimentos para nuestra familia, obviamente.
La casa era grande, se veía desde bastante lejos. Pero justo a las puertas de la cancela de la valla de la hacienda, aquello parecía tan grande, que ni por asomo dudo que se pudiesen instalar allí hasta cinco familias completas.
-Mira Pichí, este será nuestro castillo de cristal.- salí corriendo con Pichí alzado en mis manos. Mis padres me siguieron caminando, felices de verme así, imaginé. -¡vamos papis, deprisa, deprisa! ¡Que quiero ver cómo es por dentro!
Mis padres llegaron a la puerta y sacaron el manojo de llaves, donde aposté contar más de cien metidas en la argolla que sujetaban mientras buscaban la correcta.
-Dorada con una rayita roja en el canto de la llave, ¿no era eso lo que dijo el señor Cardigan, querida?
-Sí, sí. Mira, es esa de ahí, va, venga cariño. Estoy deseando ver el dormitorio.
-Querrás decir, LOS dormitorios.- puso principal énfasis en la palabra “los”. Atañendo que allí debía haber infinidad de ellos, sin duda.
-Sí, mi amor. Pero el nuestro será el dormitorio de los dormitorios.- dijo con una sonrisa bien marcada.
-¿Por qué el vuestro? ¡jum!- dije un poco enojada. Yo quería el cuarto más grande de todos, no cabía duda.
-“Por qué”, la primera palabra que aprendió a decir mi niña- se rieron mis padres en ese momento. –no “mamá”, ni “papá”. Ella dijo, “por qué”.- pronto acudieron a abrazarme como si eso me fuese a consolar mucho.
Yo sólo quise entrar y recorrer los vastos pasillos que me iba a encontrar con total certeza. Mi mente bullía con historias sin entrar si quiera, me asombra ahora la cantidad de creativas maquinaciones que mantuve en esta cabecita con tan corta edad. Y la verdad, me da un poco de pena haber perdido aquella bonita capacidad de imaginar tanto. En fin, habrá que conformarse.
Cuando entré, lo primero que tuve que hacer fue estornudar. Dios, el polvo parecía un mar embravecido por la tormenta. Me tapé la nariz mientras arrugaba el ceño. Puaj, qué mal olía allí. Hoy día puedo decir que era olor húmedo y pestilente. A cerrado, mayormente. Las cucarachas se desperdigaban por el suelo. Me dio un asco terrible pero, siendo niña pude hacer de tripas corazón. Comprendí que se trataban de minas en un campo de batalla que había que evitar a toda costa. Miré más hacia las paredes que hacia aquellos bichitos marrones que crujían de vez en cuando bajo mis viejos zapatos. Pero ya no supe qué era peor, si las cucarachas o aquellos cuadros de los tabiques que parecían mirarme inquisitivamente. Me asusté de veras, tanto que bajé la mirada al suelo otra vez. Aquella aventura que no había hecho más que empezar, se me estaba haciendo tan larga, que no hice más que dar la vuelta y salir corriendo hasta donde mis padres estaban. Ellos me tranquilizaron, y les conté lo que me asustaba. Que allí había un pasillo lleno de cuadros feos y cucarachas más grandes que Pichí. Así que decidieron establecer un patrón de limpieza de aquella enorme casa. Al cabo de dos días enteros dedicados a la tarea, volví a aquel pasillo, ahora libre del campo de minas, y miré desafiante a los cuadros. Pude con todos pero uno de ellos resultó demasiado rival para mí, así que decidí quitarlo definitivamente de allí.
Coloqué a Pichí en el suelo, ya casi estaba en plena forma pero, aún no podía volar el pobre pajarillo. Así que lo llevaba conmigo a todas partes para que viera toda la casa, el jardín, y cualquier cosa que mereciera la pena ver. Subí a unas escaleras que coloqué allí para llegar al cuadro desdichado. Era un hombre horrible, tan feo, que seguramente ni él mismo se soportaba cuando se miraba al espejo. Era difícil de desenganchar, y el óxido hacía la tarea aún más complicada aunque lo conseguí sacar. Pero el retrato se me tambaleó de las manos y fue directo al suelo.
-¡Pichí!- grité -¡nooo!- el cuadro cayó justo encima del canario. Bajé rápido de la escalera y levanté el objeto asesino de mi pajarito. Pero allí solo había sangre, plumas, y unos trozos de carne picada con un piquito suelto por ahí… Nada, como era ya costumbre, vuelta de nuevo a llorar a los brazos de mis progenitores. Que ya se miraban extrañados con tanto llanto. Yo no era así, desde luego, pero aquellos cuadros a mí se me atragantaron desde el primer instante en que los vi.
Ese cuadro fue directamente a la basura. Pero es que al día siguiente volvió a aparecer expuesto en la pared. Triunfante, como si nada fuera con él. Mis padres se volvieron a mirar llenos de estupefacción. Las manos de mamá temblaban, y las de papá no eran menos, pero él debía abrazar a mamá para tranquilizarla. Ella a un lado, yo al otro. Aquello no tenía sentido. Esa misma noche tiramos todos los cuadros a una hoguera que hicimos fuera de la casa. Allí nos quedamos viendo el danzar del fuego hasta que los marcos se extinguieran por completo. Ellos veían fuego, yo veía ángeles con trajes de luz devorando a los demonios oscuros. Eso me apaciguaba. Y traté de transmitirles eso a mis papás para que también estuvieran más calmados.
Todo quedó hecho cenizas horas después. Nos fuimos a la cama grande de mis papás, todos juntitos. Y a la mañana siguiente, aunque un poco tarde –eran casi las 12 del mediodía- fui la primera en levantarme. Mi papá se despertó al notar que me salía de la cama, así que le prometí con una sonrisa que les traería el desayuno en menos de quince minutos.
Y hubiera sido así de no haber vuelto a ver los cuadros nuevamente en la misma posición en la que me los había encontrado por primera vez. Hubiese gritado, lo reconozco, pero algo despertó en mí un sentido de la aventura que, de no ser por la situación, me habría hecho muy feliz de haberla corrido en momentos más inofensivos. Pero mi espada de madera colgaba de mi cintura, lo cual me dio una extraña sensación de fortaleza. Era un sonido familiar, un pajarillo que no dejaba de piar.
-¿Pichí? ¿Eres tú?- me acerqué al final del pasillo. Allí sólo había una mesa de madera blanca de abedul, con soporte de mármol oscuro y cajones ligeramente bañados en oro. El sonido del pájaro volvió a sonar, parecía estar debajo de la mesa, aunque más alejado en las profundidades. ¿Debajo del suelo? Miré bajo la mesa, el suelo era eso, suelo. No había nada raro, y mucho menos, allí no estaba mi Pichí. Toqueteé el suelo en busca de alguna rendija o algo que pudiera esclarecer el misterio, pero no encontré nada. Nada, hasta que miré la pared. Allí había una marca de una mano. Hoy día puedo decir que era sangre reseca lo que marcaba aquella tapia amarillenta. Pero entonces no sabía lo que podía ser. Toqué la marca con un dedo, pero no se manchaba. Entonces puse la mano completa allí en la misma colocación que la de la pared. Algo se estremeció bajo de mí, así que salí de debajo de la mesa a toda prisa. La huella desapareció, y en su lugar, un hueco hizo acto de presencia. No tenía más que el contorno para que pudiera caber una persona menor de edad. Y como el piar de mi querido pajarillo sonó de nuevo, y esta vez con más viveza, allí me metí valiente, Anne Gainsborough la Indomable. No sin antes hacerme con un farolillo para esclarecer la oscuridad de la que no quería ser testigo.
Era como un túnel oscuro, y mis rodillas estaban comenzando a resentirse de caminar a gatas por un suelo tan rugoso. Me quejaba a cada paso. Pero también, cada paso hacía más claro el sonido de Pichí. Al final del camino, una habitación cerrada. Allí dejó de oírse al canario. A mí me volvió aquel olor a cerrado que había experimentado en días no muy lejanos a este. Pero nada crujía bajo mis pies esta vez. Alcé el farolillo para hacerme mejor idea de dónde estaba. Y cuán grande fue mi sorpresa, que un cuerpo yacía tumbado sobre una cama en medio de las tinieblas. La niña que yo era se acercó y tocó al muchacho. Debía tener tres o cuatro años más que yo por aquel entonces, aproximadamente. Moreno, piel tan blanca como la de un muerto, y las venas amoratadas y sin vida. Dejé el farolillo a un lado, se veía bastante bien aquella habitación con la luz que había traído. El chico, ataviado con ropas muy antiguas, no parecía ser de su época. Se asemejaba más a un galán del medievo, un guerrero de brillante armadura; aunque este no tenía ninguna. Lo toqué con mis ya afamados dedos curiosos, y el frío del cuerpo del joven guerrero hizo que los retirara en el acto. Sin embargo, para estar muerto, no olía mal; lo cual me resultó bastante extraño, como tantas cosas desde que arribara en aquel, mi nuevo hogar. Noté que en sus manos puestas juntas sobre su pecho llevaba una vaina sin espada alguna. A la joven Anne se le ocurrió entonces poner la suya, la de madera, dentro de aquella que él portaba. La verdad es que era un joven no muy guapo, pero sí atractivo; con ojos color miel, pelo oscuro y bien recortado, de buenas condiciones atléticas, y unas venas que estaban comenzando a cobrar vida. La piel se le sonrosaba por momentos, y el latido de su corazón luchaba por recobrar la normalidad. Como cabía esperar, me asusté un poco, me bajé de la cama donde me había sentado para colocarle su espada, y con los ojos como platos miré aquel milagro que de alguna manera me había sumido en un profundo desconcierto. El chico se incorporó, se desperezó un poco, se puso de pie. Caminó para estirar las piernas, luego me miró, dedicándome una sonrisa. Y finalmente sacó la espada de su vaina. Y para que yo lograse desmayarme con tantos milagros, debía ser algo muy increíble. Y si lo era que aquel adolescente se despertara volviéndole a bombear la sangre por el cuerpo, que la espada de madera saliera como salió de su vaina, no era menos sorprendente.
-¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? ¿Estoy soñando?- Ya no sabía ni qué pensar, ni qué decir, ni si aquello era real o no. Sólo sabía que había un joven sentado a mi lado, mientras yo reposaba en la cama donde antes reposaba ese mismo joven. Él volvió a sonreírme.
-Tranquila, joven niña. Estáis a salvo conmigo.- me serenaba mientras acariciaba mi pelo rubio. –Me llamo Robinson Royce. Y en vuestro destino estaba escrito que pondríais la espada que me haría despertar, dentro de mi vaina.
-¿El destino hizo eso?- dije no sabiendo exactamente qué contestar. Aún estaba atónita, y se me notaba insegura.
-Veréis, mi joven damisela. El destino te pone puertas que has de ir escogiendo, pero a veces sólo nos da una única opción, entonces no queda más remedio que cruzar esa puerta, o quedarnos atrás. Por eso, mi ángel del destino, llegasteis con vuestra espada ante mi lecho durmiente. Algo de lo que me siento fervientemente agradecido. Pues son vuestras ansias de seguir adelante lo que hará que sin ningún titubeo sea llevado nuestro próximo cometido.
-¿Próximo…cometido?- dejé de mirarle y me toqué la frente. –me duele mucho la cabeza…
-No os preocupéis, pronto se os pasará, milady. Tantas emociones juntas no son buenas para nadie.- sonrió el joven caballero.
-¿Dónde está Pichí? Lo oí en el pasillo… ¿y cómo es que la espada, ahora es de verdad?
-Vuestro pajarillo. Por desgracia la maldición del pasillo acabó con su vida, y ahora está en ese cuadro de allí-. Dijo señalándoselo. –como véis, se mueve y pía. Y así seguirá hasta el próximo día. Es una forma de tormento que manipuló la bruja del pantano. Para que me debilitara más y más antes de despertarme. Cada ser que muere en ese pasadizo, me hablará durante toda esa noche, y luego su retrato aparecerá en el pasillo maldito. –hizo una pausa, y siguió.- y lo de la espada, así estaba escrito, era la condición que había puesto quien me durmió. Alguien debía llenar mi vacío.
-¿Existen las brujas?- dije sin quitar la mirada del cuadro del malogrado canario.
-Las brujas siempre han existido. Y seguirán haciéndolo hasta que el fin de los días se cierna sobre la raza humana.- me acarició la mejilla- no os preocupéis. Salvaremos a Pichí.- me guiñó un ojo para finalizar el consuelo.
-Gr-gracias, señor…-me sonrojé.
-Shhh, llamadme Robin. Es suficiente así.- volvió a sonreírme como si ya fuera una obligación. Siempre cercano, cariñoso, y atento.
-C-claro…Robin.- se me escapó ahora la sonrisa. Estaba realmente cómoda al lado del joven galán, aunque me pusiera algo nerviosa.- este… ¿hablabas de una maldición? Tampoco sabía que existían…mi mamá siempre me dice que las brujas y los monstruos son sólo cuentos para asustar a los niños.
-Bueno, milady. Más vale que vayáis creyendo en los cuentos para asustar a los niños porque, ahora mismo estáis en medio de uno de ellos. Pero no os estremezcáis, así como las maldiciones coexisten con nosotros, las bendiciones también lo hacen. Sólo necesitamos ser más puros de corazón que nuestro gran enemigo, la bruja del pantano, una poderosa nigromante. Y hacer prevalecer el lado de la luz. Ella también habrá despertado como yo, y estará movilizándose para acabar con mi existencia.
-¿Entonces ella también estaba dormida? ¿Y quién la despertó a ella?
-Por decirlo de alguna manera, vos lo hicisteis. Indirectamente, pero así fue. Al despertarme a mí, ella también se levantó de su yacimiento.
-¿Y cómo es que se quedaron dormidos los dos?
-La Naturaleza es sabia, eh… ¿cómo es que os llamáis?
-Anne, Anne Gainsborough.
-Bien, Anne. Os contaré la historia de mi enfrentamiento con esa bruja, Awilda. Aunque os resulte extraño, mi época nació hace más de 300 años. Por allá en 1500 y pico.
-¿Por eso hablas de esa forma tan rara?
-En mi época es costumbre por todos esta forma de hablar, Anne. A mí también me ha chocado bastante la vuestra. Pero sé que con el tiempo, las formas y los acentos cambian, así como los idiomas.
-Suerte entonces que hablamos el mismo…
-Sí, es algo de lo que me siento muy aliviado.- sonrió. –a lo que íbamos. Mi lucha con aquella bruja no comenzó expresamente conmigo. Mi familia por generaciones ha disputado siempre guerras contra ese ser inmortal y molesto. Ella levanta a los muertos que tienen sangre de bruja y los hace luchar en su favor. Éstos no sangran, no mueren, no se les puede parar salvo que pares a la bruja. Ella sangra, pero se oculta siempre tras sus súbditos.
-¿Y nunca la han matado?
-Decenas de veces, quizás más de cien. Pero siempre vuelve…siempre viene a atormentar a los Royce.
-¿Y por qué a tu familia?
-Nosotros somos una familia de santificadores. Nuestro don se remonta a tiempos que no soy capaz de recordar. Eso cuentan las leyendas en los libros escritos por los eruditos de los Royce. Siempre me gustaba leerlas… ¿es posible que sigan en la casa, Anne? Sólo por curiosidad.
-¿Esta es tu casa?
-Así es.
-Eh, bueno, la verdad es que creo haber visto estanterías llenas de libros y más libros.
-¿La biblioteca?
-Eso creo, sí. No sé si estarán los que tú dices pero, son tantos que… me cuesta creer que no lo estén.
-Si la biblioteca permanece intacta, Anne. Allí estarán. Os prometo que cuando esto acabe, os enseñaré todas las historias de los Royce. Son muy interesantes, leer siempre lo es.
-Sí, yo quiero leer. Pero sólo he tenido un libro en mi vida. Es que mis padres no pueden permitirse grandes regalos, la verdad.
-Pues ahora ya tenéis un sinfín de ellos, jovencita. Ya no hay excusa para no leer. Estimulará aún más vuestra imaginación, llenará vuestra mente de creatividad. Y sobre todo, os enseñará a vivir mejor y de manera más culta en la aventura de la vida. La educación es el arma de los sabios. Un arma que ha de ayudarnos a trazar el mejor plan para nuestra sociedad.
-Guau, ¿cómo sabes tanto?- estaba realmente sorprendida de la sabiduría del muchacho.
-Atended, pequeña. Os lo estoy diciendo.-y me volvió a guiñar el ojo, con su ya típica sonrisa. -No ignoro la ignorancia, ese es el comienzo de la sabiduría. Leed todo lo que caiga en vuestras manos, ese es el mayor secreto.
-¡Quiero empezar por los mejores libros!- Casi parecía haber olvidado a la bruja, al Pichí del cuadro, y al pasillo encantado. Estaba tan emocionada con las cosas que Robinson me contaba, que me podría haber quedado allí toda la vida oyéndole hablar.
-Sí, hermosa damisela. Pero todo a su debido tiempo, si mal no recuerdo, tenemos un asunto entre manos que habrá que solucionar. Escribamos nuestra propia historia. –me llevó de bruces al mundo real.
Fue cuando me emocioné tanto, que me abalancé a los brazos del Royce. Él correspondió con un cálido abrazo, y me acarició el pelo.
-Me alegra que estéis aquí, Anne. Que seáis vos quien hayáis acudido a mí.
-Yo también estoy muy feliz de conocerte, Robin. Eres como un príncipe salido de un cuento.
-Va, tranquila. Sólo soy un ser humano más en este mundo. Uno que intenta acabar con una bruja un poco molesta, que ya se ha perpetuado demasiado tiempo.- volvimos a tomar distancia entre nosotros.
-Sí, es verdad. Pero…si ni todo el ejército de tu familia ha podido con ella y sus guerreros, ¿cómo vamos a poder nosotros dos solos?
-Veréis Anne, aún no he contado toda la historia. Ya os dije que por generaciones los Royce hemos combatido a la hechicera del pantano, sin ningún éxito definitivo, ya que ella siempre volvía para atormentarnos. La lucha se eternizó, hasta que llegó a mi época. La Naturaleza hizo acto de presencia ante mí, fue algo que no sé cómo describir. No es nada físico, es como una sensación, una brisa que movía las hojas secas y formaba como una especie de cuerpo humanoide. Hablaba con voz gutural en tono femenino. Pero no solo estaba yo allí. También estaba ella, la malvada bruja. Antes me encontraba en la fortaleza Royce, fue algo así como una invocación, la Naturaleza nos invocó. A mí y a la Bruja, y nos dijo lo siguiente:
“Los hechos no han ido por el camino natural de los acontecimientos. La destrucción ha prevalecido a la armonía. La balanza, aunque equilibrada en fuerzas, se ha visto mellada por una malformación en las magnitudes del destino. No puedo seguir permitiendo que llevéis este camino. Yo os condeno a un sueño eterno; oh, corazón más negro que el futuro de un leproso. Oh, corazón más puro que el astro brillante que nos ilumina. Dormid ahora hasta que nuevas épocas os traigan nuevas esperanzas. Dormid ahora, y dejad que la naturaleza siga su curso cotidiano. Pues esta debe prevalecer al hombre. Así está escrito.” Luego desapareció, pero nos dio a la bruja y a mí, una última voluntad antes de dormir. Yo le pedí la forma de acabar con ella cuando pudiera despertar. Y ella, no lo sé, pero logró crear su maldición de los cuadros. Su intención era la de abrumar mis noches con cada muerte que aconteciera en aquel pasillo que ya conocéis de sobra.
-Vaya, Robin. Todo eso, solo podía entenderlo en mi imaginación, jamás pensé que se pudiera convertir algo así en realidad.
-Las historias de brujas, son tan reales como vos y yo.
-Pero hablando de cómo vencerla… ¿te dijo la…Naturaleza cómo hacerlo?
-Cuando le pregunté sobre ese aspecto. Me enseñó una melodía que acabaría con ella.
-¿Una melodía?
-Exacto. Por eso he guardado esto conmigo.- Robin me mostró una flauta de madera, artesanal. –hecha por mi familia.
-Vaya, tu familia hacía de todo. Y al parecer, muy bien. Es preciosa.
-Esta en particular la hizo mi abuelo.
-Bueno pero, yo no sé tocar la flauta, Robinson.
-No os preocupéis. No es una melodía difícil, aunque sí algo larga. Yo os enseñaré en una sola tarde.
-¡Tarde! ¡Se me hace tarde! ¡Oh, no! ¡Mis padres!
-Tranquilizaos, mi niña. Nos ocuparemos de ellos ¿vale?
-Es que les prometí llevarles el desayuno en 15 minutos, y ya llevamos aquí casi media hora.
-Annie, si no habéis oído un grito ya por vuestros padres haberos llamado. Aún no se habrán percatado. Os llevaréis estos polvos, son para dormir placenteramente. Pero no os preocupéis, mi niña, sólo serán dos noches de sueños, luego despertarán con un poco de hambre. Eso es todo.
-Entonces, ¿cómo hacemos?
-Iréis a la cocina, con cuidado. Siempre y cuando vuestros padres aún sigan en su recámara. Sino, iréis a otra sala auxiliar que usaban mis padres para tomar el té. Allí espolvorearéis esto en dos vasos de agua. Tiene esencias frutales, diréis que la comida llegará pronto. Y si están en la cocina, diréis que llegará igualmente, que habéis preparado todo en esta sala que os digo, porque sabíais que íbais a tardar, y queríais darle una sorpresa.
-Es como si lo hubieras planeado desde tus sueños, Robinson…
-Improvisar os resultará muy útil con el tiempo, princesa. Y polvitos como estos rodean mi cinturón en todo momento. Soy un purificador, por lo que sanar a la gente se convierte en mi cometido. Pero bueno, ya hemos hablado todo lo que teníamos que hablar, Anne. Es hora de partir.
Yo sólo asentí, y seguí al chico por dónde hace un rato había llegado yo misma. Elaboré el plan trazado por Robinson Royce, y nos fuimos de la casa dejando a mis padres dormiditos en la cama. Aún no habían llegado a echarme de menos.
Nos montamos en dos caballos de los varios en los que habíamos llegado mi familia y yo hace unos días. Todo eran corceles blancos, los favoritos del señor Cardigan. La carrera equina se prolongó varias horas hasta el bosque pantanoso donde estaba la bruja. Pero antes de ello, nos paramos cerca de un acantilado para que pudiera aprender a tocar la melodía.
-Se me complica el final, Robin…no me sale.
-No os agobiéis, querida. Calma, paciencia. Todo llega con actitud y positividad. Canalizad las emociones y empezad otra vez.- yo volví a intentarlo, casi me sale pero, aprender algo que nunca había hecho antes…
-Uff, Robinson. Si esta misión depende de mí, más vale que nos volvamos de nuevo a la casa…-él me miró con reprobación. Me quitó la flauta, y la tocó de principio a fin. Luego me la devolvió.
-Tened, eso os refrescará cómo es la melodía, y os será más fácil. Buscad siempre las soluciones, Anne, no las excusas. Sólo fracasáis cuando os rendís.
Comimos un poco, nos proveímos de agua, y tras unas horas más, ambos galopábamos ya en busca de nuestros destinos. Cuando llegamos al borde del bosque pantanoso, nos detuvimos para descansar hasta el día siguiente. Si habíamos de enfrentarnos a aquel ser, sería con el día. Ya que el pantano era un lugar oscuro, fétido, y nunca podrías saber si estabas pisando en firme o no. Eso sí, lo hicimos a una distancia prudencial del bosque. El frío era horrible, por eso los jóvenes permanecieron lo más juntos posible. Al cabo de una o dos horas, Rob comenzó a oír destellos de lo que parecían chillidos esperpénticos.
-¿Qué es eso, Robin?- en ese momento me pegué más a Robinson de lo que el frío me había obligado con anterioridad. Estaba asustada, parecían unos gritos demoníacos, manifestados por una voz fémina.
-Es la bruja del pantano, está realizando sus encantamientos nigromantes. Se trata de levantar a los muertos, mientras más se alargue, más cadáveres tendrá para luchar a su lado. Anne, debemos ir a parar esto ya mismo, no podemos dejar que se siga alimentando de más ventajas.
-Pero es de noche, Robin, no se ve nada. Tengo mucho miedo.
-Lo sé, Anne. Pero yo no dejaré que os hagan ningún daño ¿de acuerdo? Mi espada está a vuestro servicio, ahora y siempre.-el niño me terminó de consolar, volviéndome a sonreír. Si no hubiese hablado con él antes, diría que solo sabía hacer eso; pero siguió hablando acto seguido. –y el fuego que esa nigromante ha propagado para sus ritos de resurrección, nos dará la visión suficiente para esta contienda, amiga. Es el momento. No podemos dejar que convoque a todo un ejército, o será prácticamente imposible vencerla. Entonces, ¿vamos? ¿Estás conmigo?
-…s-sí, claro, por supuesto…-obviamente ni yo misma estaba muy segura de lo que dije, pero lo dije, y tuve que apechugar con las consecuencias de después.
-Lo haréis muy bien, pequeña mía.
Me cogió de la mano, y me llevó con él al interior del bosque. Guiándose por los gritos, y por el olor a muerto, el camino no iba a resultar muy complicado de seguir. Tuvo mucho cuidado de pisar donde no debía, que tratándose de un pantano, era algo de agradecer. Y allí llegamos, a las postrimerías, sin que nadie nos viera. La bruja mantenía una espada en la mano, con los brazos en alto, llevaba toda la cara ensangrentada.
-¿Por qué sangra por la boca, Robin? ¿Es que ya ha peleado con alguien?-le pregunté curiosa, lo más bajito que me dejaba el timbre de mi voz.
-No, Anne. Ella se ha cortado un poco su lengua, para realizar el ritual de resucitar a los muertos. Es un acto satánico, que no recomiendo a nadie. Acabáis con el cuerpo malherido mucho tiempo, con la mente aún más enturbiada de lo que ya la teníais. Y quién sabe, si no cogéis una infección con heridas tan serias en un lugar tan sucio y putrefacto.
-¿Y qué hacemos ahora?
-Debo realizar el contra hechizo que me enseñaron mis padres. Se trata de revocar al mal con bien.- pero al verme con cara de no haberme enterado demasiado, me lo explicó de manera más clara.- digamos que, “robaré” todos los cadáveres que pueda de los que ella ha revivido. Y cuando acabe con mis energías mágicas, empezará la batalla.- me cogió por los hombros, me miró fijamente a los ojos, y me dijo.- Anne, entiendes lo que tienes que hacer ¿verdad? La flauta, os escondéis en cualquier lugar, y tocáis la melodía lo más alto que podáis. Ella tiene que oírla. En cuanto empecéis, irá a por vos, no me cabe duda. Por ello los muertos que luchen por mí, os protegerán a vos. Mientras, yo acabaré con los de la bruja.
-Estoy muy nerviosa, Robin.
-Sed valiente, Anne. Imaginad una de vuestras historias. Ahora sois protagonista de una. Sed valiente, y demostraos que podéis con todo.
-Trataré de ser valiente, Rob…espero que me salga bien eso…-titubeé, pero le hice caso sin rechistar.
La cruzada se emprendió como él había vaticinado. La bruja había liberado de las cadenas de la muerte a decenas de cadáveres, y de esas decenas, poco menos de la mitad se las pudo llevar de su lado Robinson Royce con su magia purificadora. Eso puso las tablas en la guerra. Pero de algún modo a él le costaba más desprenderse de sus atacantes revividos, que a la bruja, que los lanzaba al vuelo con mayor facilidad mientras buscaba con determinación el sonido de la melodía de su pretendida muerte. Esos esclavos del mal y del bien, llevaban todos unos atuendos de piel de lobo, y en la cabeza acarreaban la parte superior del cráneo de los mismos, aún con la carne húmeda, haciendo que el chorrero de sangre en las caras de los resucitados parecieran más infernales aún. Yo, debajo de las raíces de un viejo árbol, me escondí, y toqué aquella sinfonía tan larga. La bruja buscaba cada recoveco, y como los revividos seres no podían morir a menos que ella lo quisiera –tanto buenos como malos, al haber salido del infierno de su mano, era su mano la que había de volver a llevarlos a él- tenía que deshacerse de ellos una y otra vez sin tener que invertir el hechizo para matarlos, ya que de esa forma, los suyos dejarían de mantener ocupado al “Puro” Royce. Así que los dejó en el reino de los vivos, a cambio de que siguieran librando la batalla contra Robinson. Y ella, ocuparse del poco trabajo que le daban los conversos al lado luminoso de las partes.
-Niñaaaa, ven aquí muchachita entrometida. Yo te daré con qué jugar. ¿Quieres a tu pajarito? Yo lo puedo traer a la vida, ¿ves que he hecho con estos pobre infelices? Tengo el mismo poder para realizar el mismo encantamiento con tu pajarillo. Déjate ver, y se hará tu voluntad, alma de cántaro. –pero jamás dejé de soplar esa flauta. Y en el momento en que ella miraba hacia lados incorrectos, yo me movía de árbol en árbol, intentando despistarla cada vez más. Volverla loca, bueno, más de lo que ya lo estaba…
-Jovencita, ¿quieres dejar que hablemos como personas adultas? Venga, seguro que podemos llegar a un acuerdo. Tengo sacos llenos de golosinas y espadas de verdad. ¿No te interesa? ¡Seguro que sí! Eres una niña lista, sabes escoger las buenas oportunidades, estoy segura…-ella no cejaba en su empeño de encontrar a su parca personal, pues no le valía de otra. Pero en una de mis carreras de entre los árboles, ella fue más lista. Dicen que la experiencia es un grado, y no se equivocaron mucho.
-¡Anne!- grió Robinson, consternado por mi rapto. Fue cuando una espada hizo salpicar el escenario natural con su sangre. Yo abrí los ojos tanto, que creí que se me saldrían de las órbitas. La nigromante me quitó la flauta de un zarpazo, y yo solo me quedé mirando mi queridísimo caballero andante, Robinson Royce, que yacía tendido para mi mayor angustia. “Voy a morir, voy a morir”, pensé. Cuando Rob me gritó en sus últimas funciones vitales. –¡la melo..día,…ter..mi..nala! ¡S-solo…u…una nota.. mas!-mientras de sus fuerzas finales intentaba meter su mano en el bolsillo, para intentar sacar algo de él. No llegó a sacar nada, pues la muerte se lo llevó.
Me giré nuevamente hasta la bruja. –la flauta está destrozada, niña, estás acabada- me dijo, con esa voz tan rota que tenía. Era cierto, la flauta estaba hecha trizas. La bruja alzó un brazo, mientras me sujetaba con el otro, y gritó unas palabras que yo no entendía, en un idioma más oscuro que su propio corazón. Los revividos volvieron a quedar sin vida. Allí sólo quedábamos la bruja y yo. Mi corazón iba tan acelerado, que si no me atravesó el pecho, fue un milagro. “Una nota” pensé, sólo me faltaba una nota. No había sido lo suficientemente rápida como para salvar a Robinson de su muerte. Pero, no le iba a permitir a esa vieja bruja que se saliera con la suya, no podía dejar que la muerte de mi querido Royce el Puro, fuera en vano. Aproveché el momento en que ella realizaba su conjuro, para yo realizar el fin del mío. Me puso dos dedos en la boca, y silbé la última nota que me faltaba. La bruja me miró primero asustada, y después con furia. Luego, solo recuerdo que tenía su sangre esparcida por todo mi cuerpo, como si me hubiera bañado en un mar rojo.
-Está muerta…-casi ni me lo creía- ha funcionado…¡¡¡ha funcionado!!! ¡Lo logré!
Pero al momento, mi mente se volvió a conectar con Robin. Miré en su dirección y salí corriendo hasta él. Me agaché, cogí su cabeza, y lloré desconsolada. Pero de repente, una brisa agitó mi cabello de oro. Una luz penetró en mí, dolía, en el suelo me estremecí varios minutos hasta que el fenómeno paró. Respiré agitada, casi con dificultad. Miré mis manos, y mis uñas habían crecido más de lo normal; filosas, pero bien cuidadas. Mi cabello, aún más longevo, más brillante. Me sentía más fuerte, más viva, más poderosa. Y nuevamente, por sorpresa, otra ventisca agitó mis ropajes, y por ende, mis cabellos. Según me había descrito Robinson a la Naturaleza antes, di por sentado que ante mí se había presentado en esta ocasión.
-Anne Gainsborough. A ti han sido transferidos los poderes de la bruja nigromante Awilda de Casarejos.-ahí descubrí que la bruja era española- a ti te corresponde ahora dar por terminada la maldición del pasillo. A ti te corresponde determinar el camino que recorrerán los cuadros expuestos en él. Y por supuesto, a ti te corresponde el averiguar el límite de tu nueva condición de hechicera. Mi trabajo ha concluido por ahora, pero volveré si la situación lo requiere como ha sido el caso que nos concierne, y el de hace 300 años. Niña humana, confío que tú seas más sabia para usar tus nuevas habilidades, al menos, mucho más que tu predecesora.- y entonces desapareció, nunca más volví a ver a esa figura abstracta que representaba a la Naturaleza.
Nuevamente centré mi atención en Robinson. Miré como su mano iba directa al bolsillo, y se la saqué como pude para ver qué estaba buscando. Era un libro, pequeño, viejo, pero bien cuidado. Allí relataba a mano cómo debía aprender a usar la magia que se me había otorgado recientemente. Él lo sabía, lo tenía todo planeado. Todo bajo control. Así que lo primero que me enseñó fue a revivir a los muertos. Eso hice, cogí su espada, me corté un poco la lengua, y grité fuerte las palabras escritas allí. Algo subió desde mi estómago hasta mi corazón. Como si fuera una bola de alambres que luego se me clavara en él. Grité también de dolor, y las lágrimas me salían a borbotones. Al cabo de un rato, caí de rodillas ante mi caballero. Estaba cansada, y muy dolorida. Me daban mareos, pero hice fuerza para que los ojos no se me cerraran. Quería ver los suyos abrirse, antes de caer dormida. Pero no superé la prueba, y el sueño me venció.
Cuando desperté, estaba donde todo había comenzado. En la recámara oculta. Ahora era yo la que tenía que despertar, ya por segunda vez. Él estaba allí, lo vi cuando abrí ligeramente los ojos. Pero no tenía muchas fuerzas y volví a cerrarlos, aunque con la sonrisa interminable dibujada en mi boca.
-Al pa…recer, me.. adoras, caballe..ro Robinson…Sie…mpre que a..bro los ojos, hay un…ángel mi..rándome…-él me puso un dedo en la boca, para que no hablara estando tan débil.
-Solo quien se interesa en permanecer a vuestro lado, quiere tener un futuro con vos. ¿Creéis en el destino? Quizás por algo estoy aquí. Tal vez tenga que estarlo para vos. Tal vez tenga que estarlo para los dos. Es probable que ese sea el camino que nos atribuyen las fuerzas del cielo.
Días después, totalmente recuperada, él me enseñó a ser una buena hechicera. Pero, él no pertenecía al mundo de los vivos. Era un revivido, ni vivo ni muerto. Su carne se podría lentamente, no de manera natural, obviamente. Pero estaba muerto en esencia. Cada vez estaba más débil. Se tenía que sentar a menudo. Pero por suerte, me pudo enseñar lo esencial de la nigromancia y la brujería. Pero también, de la purificación. Fue esto último lo que yo practiqué en él. Algo que hizo que su corazón latiera en su pecho, por lo que su carne tardaba más en descomponerse. Eso nos daba tiempo para que yo aprendiera sus lecciones.
-Ahora, Anne. Ha llegado el final. Es hora de poner en práctica vuestros conocimientos. Y de que me vaya. Yo ya no pertenezco a este mundo.
-Pero…- él sólo me abrazó, sin dejarme terminar.
-Los cuadros Anne. Romped el maleficio. Liberad a toda esa gente, y vivid feliz con Pichí. Ese pajarillo que os ha llevado hasta mí.
Obedecí en todo lo que me dijo, pero. No era el final que yo me deseaba. Dejé una nota a mis padres de que me iba con mi caballero andante. Deshice el maleficio del pasillo, y toda esa gente apareció cada cual cerca del pariente más cercano que les quedaba vivo. Pichí volvió a piar en vida. Robinson Royce se convirtió en mi nuevo retrato. Y de esta forma, me he convertido en la nueva bruja, con una nueva maldición. Perdón, quise decir, bendición. Robinson siempre estaría conmigo en aquel cuadro. Y de ahora en adelante, yo me llevaba las almas de los integrantes de la casa que sean personas malas, desobedientes, abusadoras, asesinos y mentirosos. Cada alma me otorgará a mi amado Royce todos los años que esa persona atrapada en mis cuadros hubiese vivido de haber tenido una vida sin cruzarse en mi camino. Por ello os digo, frágiles mortales, tened cuidado con lo que hacéis en esta vida, porque, siempre estaré acechando.
Atentamente, Anne Gainsborough la Hechicera del destino, y mi siempre amado Robinson Royce el Puro. Día 14 de febrero de 2013. Actualmente en las exóticas Islas Vírgenes, Charlotte Amalie East. EE.UU.
Louis Baudelaire- Mensajes : 1
Fecha de inscripción : 28/11/2016
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