AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Qué guardas en la chistera [Privado]
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Qué guardas en la chistera [Privado]
Mi humor estaba del mismo color que el encapotado cielo que esa tarde cubría la ciudad, en la que decidí salir a buscar la solución a un problema que no había previsto cuando me lancé sola a la aventura de vengarme del asesino de mi padre, sin esperar en ningún momento ese tipo de contratiempo.
Hasta mi llegada a París toda caza de sobrenaturales la había llevado a cabo siendo un miembro más de una partida de caza que mi padre lideraba, donde entre nosotros nos cubríamos las espaldas unos a otros. Pero cuando mi padre fue asesinado a manos de un inmortal, tomé la decisión de dejar a los míos para seguir la pista de ese desgraciado ser al que destruiría con mis propias manos de la misma forma que él había destruido a mi familia.
Durante las semanas que llevaba en París no me había resultado complicado dar caza a algún que otro licántropo o vampiro que, a pesar de haber resultado herida por ellos en esas confrontaciones, finalmente había conseguido salir victoriosa y darles muerte sin más daños colaterales que unas cicatrices que me recordarían que una vez más había sobrevivido a uno de esos seres.
Pero hacía unos días que todo lo que sabía de vampiros me había servido de bien poco cuando topé con un inmortal mucho más poderoso que el resto al que había conocido juntos. Un inmortal que me había vencido sin ni siquiera despeinarse y que por alguna extraña razón que todavía no alcanzaba a comprender, me había salvado de morir bajo los colmillos de varios neófitos que vieron en mi una deliciosa cena. Pero no era la fuerza o la habilidad del inmortal lo que me había puesto en un compromiso, sino los poderes que poseía con los que me había sometido a su merced. Desconocía que los vampiros pudiesen dominar así a un humano e incluso causarle dolor con la mente; dos acciones que había podido sentir en mi cuerpo tras pasar largas horas confinada con él en un sótano.
Seguía confusa por todo lo ocurrido, por el lazo que me unía a ese inmortal de alguna forma y que no llegaba a entender, pero lo que tenía claro es que no iba a permitir que me sucediese lo mismo ni con él, ni con ningún otro chupasangre que se cruzase en mi camino. Era incluso probable que el vampiro al que buscaba y que se había convertido en mi némesis gozase de este tipo de poderes, lo cual explicaría porque un cazador experimentado como mi padre había caído bajo sus garras.
La opción que se me había pasado por la cabeza era de lo más irracional; una alternativa desesperada que no tenía ni pies ni cabeza, pero en este mundo paralelo al que el resto de mortales conocía nada lo tenía. Si de poderes se trataba, ¿qué mejor que un hechicero para ayudarme a encontrar la forma de no ser vulnerable a dichas habilidades? Pregunté a las pocas personas de confianza que tenía en la ciudad donde encontrar uno, escuché escondida bajo mi capa las conversaciones de sobrenaturales que se reunían en ciertas tabernas de la ciudad y hablaban sobre ellos, y cuando un nombre con su forma de encontrarlo salió a relucir varias veces, decidí que ese sería el hechicero al que solicitaría sus servicios. Un hechicero que según decían era el mismísimo diablo reencarnado, un sociópata sin escrúpulos al que era peligroso acercarse.
Llegué finalmente a la taberna donde me habían dicho que lo encontraría; un local cercano al puerto y que acostumbraba visitar antes del ocaso. Según habían dicho me sería relativamente fácil reconocerlo, pues su penetrante mirada azulada llamaba la atención de una forma abrumadora.
Alcancé la barra en apenas unos minutos, tomando asiento en un taburete junto a ésta. Las miradas de varios hombres estaban fijadas en mí, probablemente por la vestimenta que llevaba, pero ninguno de ellos era a quien yo buscaba. Observé despacio a todos y cada uno de los clientes que se encontraban allí, buscando a alguien que encajase con la descripción que me habían dado, y cuando había perdido toda esperanza, lo encontré. Estaba sentado en unos de los reservados de la taberna, con una mujer a cada lado. Estaba distraído hablando con ellas, hasta que de pronto desvió su mirada hacia mí y supe que querían decir respecto a la profundidad de ésta, pues con solo mirarme sentí como un escalofrío recorría mi espalda.
Hasta mi llegada a París toda caza de sobrenaturales la había llevado a cabo siendo un miembro más de una partida de caza que mi padre lideraba, donde entre nosotros nos cubríamos las espaldas unos a otros. Pero cuando mi padre fue asesinado a manos de un inmortal, tomé la decisión de dejar a los míos para seguir la pista de ese desgraciado ser al que destruiría con mis propias manos de la misma forma que él había destruido a mi familia.
Durante las semanas que llevaba en París no me había resultado complicado dar caza a algún que otro licántropo o vampiro que, a pesar de haber resultado herida por ellos en esas confrontaciones, finalmente había conseguido salir victoriosa y darles muerte sin más daños colaterales que unas cicatrices que me recordarían que una vez más había sobrevivido a uno de esos seres.
Pero hacía unos días que todo lo que sabía de vampiros me había servido de bien poco cuando topé con un inmortal mucho más poderoso que el resto al que había conocido juntos. Un inmortal que me había vencido sin ni siquiera despeinarse y que por alguna extraña razón que todavía no alcanzaba a comprender, me había salvado de morir bajo los colmillos de varios neófitos que vieron en mi una deliciosa cena. Pero no era la fuerza o la habilidad del inmortal lo que me había puesto en un compromiso, sino los poderes que poseía con los que me había sometido a su merced. Desconocía que los vampiros pudiesen dominar así a un humano e incluso causarle dolor con la mente; dos acciones que había podido sentir en mi cuerpo tras pasar largas horas confinada con él en un sótano.
Seguía confusa por todo lo ocurrido, por el lazo que me unía a ese inmortal de alguna forma y que no llegaba a entender, pero lo que tenía claro es que no iba a permitir que me sucediese lo mismo ni con él, ni con ningún otro chupasangre que se cruzase en mi camino. Era incluso probable que el vampiro al que buscaba y que se había convertido en mi némesis gozase de este tipo de poderes, lo cual explicaría porque un cazador experimentado como mi padre había caído bajo sus garras.
La opción que se me había pasado por la cabeza era de lo más irracional; una alternativa desesperada que no tenía ni pies ni cabeza, pero en este mundo paralelo al que el resto de mortales conocía nada lo tenía. Si de poderes se trataba, ¿qué mejor que un hechicero para ayudarme a encontrar la forma de no ser vulnerable a dichas habilidades? Pregunté a las pocas personas de confianza que tenía en la ciudad donde encontrar uno, escuché escondida bajo mi capa las conversaciones de sobrenaturales que se reunían en ciertas tabernas de la ciudad y hablaban sobre ellos, y cuando un nombre con su forma de encontrarlo salió a relucir varias veces, decidí que ese sería el hechicero al que solicitaría sus servicios. Un hechicero que según decían era el mismísimo diablo reencarnado, un sociópata sin escrúpulos al que era peligroso acercarse.
Llegué finalmente a la taberna donde me habían dicho que lo encontraría; un local cercano al puerto y que acostumbraba visitar antes del ocaso. Según habían dicho me sería relativamente fácil reconocerlo, pues su penetrante mirada azulada llamaba la atención de una forma abrumadora.
Alcancé la barra en apenas unos minutos, tomando asiento en un taburete junto a ésta. Las miradas de varios hombres estaban fijadas en mí, probablemente por la vestimenta que llevaba, pero ninguno de ellos era a quien yo buscaba. Observé despacio a todos y cada uno de los clientes que se encontraban allí, buscando a alguien que encajase con la descripción que me habían dado, y cuando había perdido toda esperanza, lo encontré. Estaba sentado en unos de los reservados de la taberna, con una mujer a cada lado. Estaba distraído hablando con ellas, hasta que de pronto desvió su mirada hacia mí y supe que querían decir respecto a la profundidad de ésta, pues con solo mirarme sentí como un escalofrío recorría mi espalda.
Maggie Craig- Cazador Clase Media
- Mensajes : 357
Fecha de inscripción : 13/11/2016
Re: Qué guardas en la chistera [Privado]
Otra noche más. Otra noche en la que oscuros pensamientos dominaban mi mente, centrados en la venganza y en la impaciencia ante la tardanza del Inquisidor al que había chantajeado para que apresara a la pareja de mi hermana. Decidí distraerme en alguna taberna, al menos encontraría algo que disipara mi mal humor, ya de por sí inexistente y gélido. Entré en la primera que encontré cerca de donde me alojaba, una taberna llamada The Golden Cat, donde se juntaban pintores, artistas, traficantes de esclavos, prostitutas y músicos en un mismo espacio.
Pedí un vaso de bourbon y me senté en una mesa apartada. No me hizo falta mucha convicción para que la mesonera me preparara el reservado a mi gusto. Dos camareras, jóvenes y hermosas, habían acudido por órdenes de su jefa, pero también por la curiosidad que a todos parecía producir la combinación de las habladurías que corrían sobre mí. Un hechicero poderoso, un sociópata sin escrúpulos me habían llegado a llamar. Y no se equivocaban.
Me divertía ver el sufrimiento humano. El elenco de emociones disponibles en mi interior sólo almacenaba ira, dolor, rabia y placer. A veces varias en combinación. Las dos camareras se acercaron a mí, sus rostros inocentes sonreían de manera coqueta mientras se sentaban a mi lado y una sonrisa torcida aparecía en mi rostro. Al final la noche no iba a ser tan aburrida. Mis poderes se desplegaron sobre ellas, lo que provocó que se acercaran a mí. Mi aura de atracción era infalible y la podía proyectar sobre quien quisiera, pareciendo ante sus ojos más magnético, más atractivo, más locuaz. Y ya de por sí lo era, lo que les resultaba irresistible.
Unas ideas bastante tenebrosas comenzaron a surcar mi mente, en las que aparecían las dos muchachas y un reguero de sangre.
Pero justo cuando iba a proponerles el irnos a un lugar más apartado, una mirada cruzó mi campo de visión. Una cazadora.
Me observaba con atención, captando y memorizando mis movimientos, analizando mi conducta para trazar un plan de ataque. Despaché a las muchachas con un gesto de la mano y la miré fijamente. No estaba en posición de combate. Parecía que me buscaba. ¿Una cazadora? ¿Es que habían puesto ya precio a mi cabeza?
Lo que sí sabía era que no me atacaría entre tanta gente inocente, los cazadores poseían aquel ridículo sentido del honor y el deber de salvar toda vida humana.
Observé con mi mirada de hielo a la cazadora, menuda pero de complexión fibrosa. Su apariencia engañaba, mi intuición me decía que aquella cazadora era de armas tomar. Seguía mirándome, así que tomé una decisión. Jugaría con ella esta noche. Le hice un gesto con los dedos para que se acercara sin dejar de escrutarla con la mirada fija, observando cada uno de sus movimientos y preparando mi mente para someterla como lo hacía con todos: sin ningún tipo de remordimiento.
Pedí un vaso de bourbon y me senté en una mesa apartada. No me hizo falta mucha convicción para que la mesonera me preparara el reservado a mi gusto. Dos camareras, jóvenes y hermosas, habían acudido por órdenes de su jefa, pero también por la curiosidad que a todos parecía producir la combinación de las habladurías que corrían sobre mí. Un hechicero poderoso, un sociópata sin escrúpulos me habían llegado a llamar. Y no se equivocaban.
Me divertía ver el sufrimiento humano. El elenco de emociones disponibles en mi interior sólo almacenaba ira, dolor, rabia y placer. A veces varias en combinación. Las dos camareras se acercaron a mí, sus rostros inocentes sonreían de manera coqueta mientras se sentaban a mi lado y una sonrisa torcida aparecía en mi rostro. Al final la noche no iba a ser tan aburrida. Mis poderes se desplegaron sobre ellas, lo que provocó que se acercaran a mí. Mi aura de atracción era infalible y la podía proyectar sobre quien quisiera, pareciendo ante sus ojos más magnético, más atractivo, más locuaz. Y ya de por sí lo era, lo que les resultaba irresistible.
Unas ideas bastante tenebrosas comenzaron a surcar mi mente, en las que aparecían las dos muchachas y un reguero de sangre.
Pero justo cuando iba a proponerles el irnos a un lugar más apartado, una mirada cruzó mi campo de visión. Una cazadora.
Me observaba con atención, captando y memorizando mis movimientos, analizando mi conducta para trazar un plan de ataque. Despaché a las muchachas con un gesto de la mano y la miré fijamente. No estaba en posición de combate. Parecía que me buscaba. ¿Una cazadora? ¿Es que habían puesto ya precio a mi cabeza?
Lo que sí sabía era que no me atacaría entre tanta gente inocente, los cazadores poseían aquel ridículo sentido del honor y el deber de salvar toda vida humana.
Observé con mi mirada de hielo a la cazadora, menuda pero de complexión fibrosa. Su apariencia engañaba, mi intuición me decía que aquella cazadora era de armas tomar. Seguía mirándome, así que tomé una decisión. Jugaría con ella esta noche. Le hice un gesto con los dedos para que se acercara sin dejar de escrutarla con la mirada fija, observando cada uno de sus movimientos y preparando mi mente para someterla como lo hacía con todos: sin ningún tipo de remordimiento.
Stein Ackerman- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 114
Fecha de inscripción : 01/11/2016
Re: Qué guardas en la chistera [Privado]
Poco a poco fui soltando el aire de mis pulmones, que se habían quedado colapsados durante unos segundos ante esa mirada que provocaba en mí sentimientos enfrentados. Por una parte, era un creciente temor que se agolpaba en el pecho lo que provocaban sus penetrantes ojos azules en mí. Y por otra, una extraña atracción hacia él que empujaba mi cuerpo a levantarse y acercarse hasta su posición, controlado solamente por mi mente que se revelaba frente a esa sensación.
Sacudí levemente la cabeza con la finalidad de aclarar las ideas y recordar de nuevo el motivo que me había llevado a buscarlo, desviando mi mirada desde el hechicero hasta el mesonero que reclamaba mi atención para preguntarme la bebida. Hubiese pedido una botella entera de whisky para esa noche que aventuraba sería complicada antes de empezar, contentándome finalmente con una única copa que me fue servida de inmediato. Debía tener mis sentidos intactos al cien por cien si no quería tener problemas con el hechicero.
Fijé de nuevo la vista en él, que parecía despedirse de esas dos mujeres sin mostrar mucha emotividad por su parte, mientras yo lo observaba sin disimulo alguno en cada uno de sus actos. Nuestras miradas se cruzaron de nuevo, manteniéndose unidas en la distancia, retándonos con ellas, midiéndonos en una lucha de egos en la que podrían saltar chispas en cualquier momento.
Sonreí de lado cuando con un gesto de su mano me hizo llamar, mordiéndome el labio inferior y negando con la cabeza en un intento de no echarme a reír por su prepotencia. ¿Pensaba de verdad que iba a acudir a su llamada como un perrito faldero? Cierto que estaba allí para hablar con él, pero no cuando él me lo ordenase.
Bebí con tranquilidad de mi vaso, sin dejar de mirarle ni por un instante hasta que conté hasta cien. Copa en mano, me levanté del taburete y recorrí la distancia que nos separaba despacio, sentándome en un extremo del sofá donde el hechicero se encontraba.
-No debe preocuparse, la razón por la que me encuentro aquí no es darle caza, al menos de momento.-bromeé con una suave sonrisa, dejando el vaso sobre la mesa y apoyando mi espalda sobre la pared del reservado.- Me han hablado de vos y tengo una propuesta que hacerle, aunque me gustaría saber cuales son los honorarios por sus servicios, sería absurdo que ambos perdiésemos el tiempo hablando si luego no puedo pagarle.- decidí no darle más rodeos a la razón de que hubiese acudido en su búsqueda; me gustaba poner las cartas sobre la mesa con rapidez, aunque después siempre pudiese guardar un as bajo la manga. -Mi nombre es Maggie Craig- susurré al ofrecerle mi mano para dar por concluida la presentación, manteniendo la respiración mientras esperaba el contacto de la suya.
Sacudí levemente la cabeza con la finalidad de aclarar las ideas y recordar de nuevo el motivo que me había llevado a buscarlo, desviando mi mirada desde el hechicero hasta el mesonero que reclamaba mi atención para preguntarme la bebida. Hubiese pedido una botella entera de whisky para esa noche que aventuraba sería complicada antes de empezar, contentándome finalmente con una única copa que me fue servida de inmediato. Debía tener mis sentidos intactos al cien por cien si no quería tener problemas con el hechicero.
Fijé de nuevo la vista en él, que parecía despedirse de esas dos mujeres sin mostrar mucha emotividad por su parte, mientras yo lo observaba sin disimulo alguno en cada uno de sus actos. Nuestras miradas se cruzaron de nuevo, manteniéndose unidas en la distancia, retándonos con ellas, midiéndonos en una lucha de egos en la que podrían saltar chispas en cualquier momento.
Sonreí de lado cuando con un gesto de su mano me hizo llamar, mordiéndome el labio inferior y negando con la cabeza en un intento de no echarme a reír por su prepotencia. ¿Pensaba de verdad que iba a acudir a su llamada como un perrito faldero? Cierto que estaba allí para hablar con él, pero no cuando él me lo ordenase.
Bebí con tranquilidad de mi vaso, sin dejar de mirarle ni por un instante hasta que conté hasta cien. Copa en mano, me levanté del taburete y recorrí la distancia que nos separaba despacio, sentándome en un extremo del sofá donde el hechicero se encontraba.
-No debe preocuparse, la razón por la que me encuentro aquí no es darle caza, al menos de momento.-bromeé con una suave sonrisa, dejando el vaso sobre la mesa y apoyando mi espalda sobre la pared del reservado.- Me han hablado de vos y tengo una propuesta que hacerle, aunque me gustaría saber cuales son los honorarios por sus servicios, sería absurdo que ambos perdiésemos el tiempo hablando si luego no puedo pagarle.- decidí no darle más rodeos a la razón de que hubiese acudido en su búsqueda; me gustaba poner las cartas sobre la mesa con rapidez, aunque después siempre pudiese guardar un as bajo la manga. -Mi nombre es Maggie Craig- susurré al ofrecerle mi mano para dar por concluida la presentación, manteniendo la respiración mientras esperaba el contacto de la suya.
Maggie Craig- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 13/11/2016
Re: Qué guardas en la chistera [Privado]
Observé los movimientos de la cazadora con curiosidad. Ante el gesto de mi mano consiguió resistirse, aunque sí que podía notar cómo una parte de su cuerpo quería acercarse a mí, influida por el aura de atracción mágica que la rodeaba. No era inmune a mis encantos... era un dato a tener en cuenta. Contó hasta cien y se levantó para acercarse al reservado. Fue entonces cuando pude observar su figura.
Era joven, morena y no muy alta, de ojos oscuros y rostro decidido. Pero algo me decía que aquella sólo era una fachada, una máscara que vestía ante los enemigos que combatía seguramente cada noche. En realidad era sencillo.
Podría dominarla en aquel mismo momento. Podría dejar que se sentara, pronunciar una simple palabra: "Dominatem" y la tendría completamente a mi merced. Y entonces, aquella altiva cazadora haría cualquier cosa que le pidiera, ya fuera traerme una copa, acostarse conmigo o incluso abrirse en canal. Y lo haría con una sonrisa, mirándome a los ojos con el brillo característico de la adoración que provocaba ese hechizo que tan útil me resultaba.
Sonreí de medio lado cuando se presentó mientras me quedaba inmóvil, atento a sus palabras pero pensando ya en las mías. Era característico en mí el ir por siempre un paso por delante, imaginándome las posibles consecuencias de las palabras que le dirigiría. Pero sus ojos oscuros y sagaces me sacaron de mis oscuros pensamientos.
Se presentó y me dijo por qué me buscaba. Requería de mis servicios.... y aquello, en cierta manera, era un inconveniente. Sabía lo que era y a qué me dedicaba. Y decía que no venía a darme caza. Aguanté las ganas de reírme. Aquella cazadora me estaba subestimando y eso me encantaba... sus caras de terror me resultaban mucho más placenteras. Si sabía que era mentalista y acudía a mí, tendría una historia que contar. No quería admitirlo, pero me había picado la curiosidad, así que esperaría a que hablara para dominarla. Por de pronto, mi aura de atracción la rodeaba por completo, magnificando mis encantos, ya de por sí loables, a sus ojos.
- Stein Ackerman. - acompañé mi voz profunda con un suave apretón de manos. El contraste de mi mano caliente y suave con la suya; pequeña, endurecida por las armas y fría por la exposición al viento invernal, resultó un curioso intercambio de impresiones. Solté su mano y observé sus ojos oscuros. Mencionó algo sobre mis honorarios. Sonreí de medio lado de nuevo y solté:
- Eso depende del servicio que requeráis de mí, señorita. Mis artes abarcan un campo extenso, pero hasta alguien como yo tiene limitaciones. - Cogí mi copa de whisky y bebí un trago con lentitud, haciéndola esperar como ella me lo había hecho a mí. - ¿Qué es lo que ha hecho que una honorable cazadora de la Orden se haya rebajado a venir a buscar a un brujo a una de las tabernas más peligrosas de París, si no es para hacer su trabajo?
Me recosté sobre el respaldo del sofá con la copa en la mano, jugueteando con el cristal entre mis dedos y sin dejar de evaluarla con la mirada. Cabían tantas posibilidades cuando tuviera su voluntad a mi antojo, que casi me daban ganas de relamerme.
Era joven, morena y no muy alta, de ojos oscuros y rostro decidido. Pero algo me decía que aquella sólo era una fachada, una máscara que vestía ante los enemigos que combatía seguramente cada noche. En realidad era sencillo.
Podría dominarla en aquel mismo momento. Podría dejar que se sentara, pronunciar una simple palabra: "Dominatem" y la tendría completamente a mi merced. Y entonces, aquella altiva cazadora haría cualquier cosa que le pidiera, ya fuera traerme una copa, acostarse conmigo o incluso abrirse en canal. Y lo haría con una sonrisa, mirándome a los ojos con el brillo característico de la adoración que provocaba ese hechizo que tan útil me resultaba.
Sonreí de medio lado cuando se presentó mientras me quedaba inmóvil, atento a sus palabras pero pensando ya en las mías. Era característico en mí el ir por siempre un paso por delante, imaginándome las posibles consecuencias de las palabras que le dirigiría. Pero sus ojos oscuros y sagaces me sacaron de mis oscuros pensamientos.
Se presentó y me dijo por qué me buscaba. Requería de mis servicios.... y aquello, en cierta manera, era un inconveniente. Sabía lo que era y a qué me dedicaba. Y decía que no venía a darme caza. Aguanté las ganas de reírme. Aquella cazadora me estaba subestimando y eso me encantaba... sus caras de terror me resultaban mucho más placenteras. Si sabía que era mentalista y acudía a mí, tendría una historia que contar. No quería admitirlo, pero me había picado la curiosidad, así que esperaría a que hablara para dominarla. Por de pronto, mi aura de atracción la rodeaba por completo, magnificando mis encantos, ya de por sí loables, a sus ojos.
- Stein Ackerman. - acompañé mi voz profunda con un suave apretón de manos. El contraste de mi mano caliente y suave con la suya; pequeña, endurecida por las armas y fría por la exposición al viento invernal, resultó un curioso intercambio de impresiones. Solté su mano y observé sus ojos oscuros. Mencionó algo sobre mis honorarios. Sonreí de medio lado de nuevo y solté:
- Eso depende del servicio que requeráis de mí, señorita. Mis artes abarcan un campo extenso, pero hasta alguien como yo tiene limitaciones. - Cogí mi copa de whisky y bebí un trago con lentitud, haciéndola esperar como ella me lo había hecho a mí. - ¿Qué es lo que ha hecho que una honorable cazadora de la Orden se haya rebajado a venir a buscar a un brujo a una de las tabernas más peligrosas de París, si no es para hacer su trabajo?
Me recosté sobre el respaldo del sofá con la copa en la mano, jugueteando con el cristal entre mis dedos y sin dejar de evaluarla con la mirada. Cabían tantas posibilidades cuando tuviera su voluntad a mi antojo, que casi me daban ganas de relamerme.
Stein Ackerman- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 114
Fecha de inscripción : 01/11/2016
Re: Qué guardas en la chistera [Privado]
Mi mirada recorría con detenimiento los desconcertantes y embriagadores rasgos de ese hombre que había roto todos mis esquemas de lo que debía ser un poderoso hechicero. Durante el trayecto hasta esa taberna por las callejuelas de París, había tratado de imaginármelo en más de una ocasión, y podría jurar que en ninguna de ellas se me había pasado por la cabeza que el hombre al que buscaba sería tan apuesto como el que tenía frente a mí. Pero, ¿me estaba escuchando? ¿en qué momento la parte instintiva de mi cerebro le había dado un puntapié a la parte racional? Era absurdo negar que no era un hombre corriente, que su penetrante mirada pasaría desapercibida entre la multitud y que no era de ese tipo de sujetos que podían gozar de la compañía de cualquier mujer que desease. Un hombre de edad no mucho mayor que la mía, rodeado de un aura de letalidad que me ponía los pelos como escarpias. Si fuese un hechicero viejo y arrugado aquello me resultaría mucho más fácil.
Suspiré contrariada cuando estrechó su cálida mano con la mía, confirmándome sin que yo hubiese tenido que decir su nombre en voz alta que era él a quien buscaba. Sin tener muy claro que hacer con la mano después de que él concluyese nuestra presentación, la coloqué sobre la mesa al lado de mi copa, tamborileando los dedos sobre el cristal en un intento por templar mis nervios.
- Visto que tenéis la intención de disfrutar de mi compañía un rato más, le avisaré de que en caso de que el coste de sus servicios sea muy elevado, no podré pagarle y nuestra conversación dará por concluida cuando termine mi copa.- intenté relajarme por todos los medios, buscando esa calma tensa que conseguía antes de luchar ante cualquier sobrenatural y que me otorgaba el beneficio de actuar con cautela al tiempo de seguir teniendo mis reflejos a flor de piel. Pero con ese hombre mirándome de esa forma nada de lo aprendido para serenarme funcionaba, y mirarlo como bebía de su copa con esos carnosos labios apoyados en el vidrio, no ayudó demasiado en mi propósito de calmarme. Barajé la posibilidad de darme un par de cabezazos contra la mesa e intentar que mi cerebro funcionase de nuevo correctamente, pero igual pensaba que estaba loca y se negaba a ayudarme. Opté por beber de mi copa también y dejarlo continuar.
-Imagino que como todos los hombres tendrá sus limitaciones, aunque espero que éstas no sean en el tema que me ha hecho venir hasta aquí.- dice una breve pausa sopesando la forma de introducirle el tema, aunque por sus palabras ambos sabíamos de sobra a qué se dedicaba el otro y no merecía la pena hablar con medias tintas.- Hace poco me encontré con un inmortal capaz de controlar mi mente, modificar mis recuerdos y someterme a su voluntad. Tengo el propósito de enfrentarme a oto vampiro antiguo, que tal vez goce de estos poderes, y no me gustaría que volviesen a hurgar en mi cerebro.- bien, el problema estaba planteado y era fácil de entender hasta para él; ahora la parte complicada, suplicar por su ayuda.- He venido hasta aquí para saber si con su varita mágica y sus pócimas puede realizar algún tipo de hechizo que me mantenga a salvo de la sumisión mental de estos monstruos.- no había sonado mucho a súplica, pero ya estaba dicho. Llevé la copa a mis labios con una leve sonrisa, observando su reacción a través del vidrio. Podía sentir como mi corazón palpitaba con el nerviosismo de un cervatillo asustado, agradeciendo que quien tenía en frente fuese un hechicero en lugar de un inmortal con quien mis emociones estarían más que expuestas.
Suspiré contrariada cuando estrechó su cálida mano con la mía, confirmándome sin que yo hubiese tenido que decir su nombre en voz alta que era él a quien buscaba. Sin tener muy claro que hacer con la mano después de que él concluyese nuestra presentación, la coloqué sobre la mesa al lado de mi copa, tamborileando los dedos sobre el cristal en un intento por templar mis nervios.
- Visto que tenéis la intención de disfrutar de mi compañía un rato más, le avisaré de que en caso de que el coste de sus servicios sea muy elevado, no podré pagarle y nuestra conversación dará por concluida cuando termine mi copa.- intenté relajarme por todos los medios, buscando esa calma tensa que conseguía antes de luchar ante cualquier sobrenatural y que me otorgaba el beneficio de actuar con cautela al tiempo de seguir teniendo mis reflejos a flor de piel. Pero con ese hombre mirándome de esa forma nada de lo aprendido para serenarme funcionaba, y mirarlo como bebía de su copa con esos carnosos labios apoyados en el vidrio, no ayudó demasiado en mi propósito de calmarme. Barajé la posibilidad de darme un par de cabezazos contra la mesa e intentar que mi cerebro funcionase de nuevo correctamente, pero igual pensaba que estaba loca y se negaba a ayudarme. Opté por beber de mi copa también y dejarlo continuar.
-Imagino que como todos los hombres tendrá sus limitaciones, aunque espero que éstas no sean en el tema que me ha hecho venir hasta aquí.- dice una breve pausa sopesando la forma de introducirle el tema, aunque por sus palabras ambos sabíamos de sobra a qué se dedicaba el otro y no merecía la pena hablar con medias tintas.- Hace poco me encontré con un inmortal capaz de controlar mi mente, modificar mis recuerdos y someterme a su voluntad. Tengo el propósito de enfrentarme a oto vampiro antiguo, que tal vez goce de estos poderes, y no me gustaría que volviesen a hurgar en mi cerebro.- bien, el problema estaba planteado y era fácil de entender hasta para él; ahora la parte complicada, suplicar por su ayuda.- He venido hasta aquí para saber si con su varita mágica y sus pócimas puede realizar algún tipo de hechizo que me mantenga a salvo de la sumisión mental de estos monstruos.- no había sonado mucho a súplica, pero ya estaba dicho. Llevé la copa a mis labios con una leve sonrisa, observando su reacción a través del vidrio. Podía sentir como mi corazón palpitaba con el nerviosismo de un cervatillo asustado, agradeciendo que quien tenía en frente fuese un hechicero en lugar de un inmortal con quien mis emociones estarían más que expuestas.
Maggie Craig- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 13/11/2016
Re: Qué guardas en la chistera [Privado]
Así que era eso. Quería que protegiera su mente de curiosos y maleantes y se presentaba ante quizás uno de los peores. Esa chiquilla vestida de cazadora era una completa inconsciente. Estaba jugando con temas peligrosos si se enfrentaba a vampiros antiguos, algunos de los cuales poseían poderes mentales parecidos a los que mi don me otorgaba. Y lo había hecho sin ningún tipo de protección, lo que denotaba que aquella cazadora o era novata o una suicida encubierta. En cualquier caso, la matarían antes de que pudiera sacar alguna de las dagas que relucían en su cinturón y que inútilmente trataba de ocultar con el abrigo. Los cazadores eran inconfundibles en cualquier ámbito.
Tamborileé con los dedos en la copa y la dejé en la mesa para cruzarme después de brazos, haciendo resaltar mis músculos por el gesto. No tenía un cuerpo desproporcionadamente musculado como los guardianes de la puerta de la taberna, pero me entrenaba cada día y no tenía nada que envidiar a cualquier cazador en forma física. Llevaba la camisa negra arremangada, dejando ver el comienzo de un tatuaje negro en mi antebrazo que subía por mi extremidad cubierta y acaba en mi hombro izquierdo, con diversos motivos ígneos y runas celtas. Miré fijamente a la cazadora y suspiré, algo irritado porque por mucho que le proporcionara solución a su problema, a la vista quedaba que no estaba preparada para enfrentarse a un inmortal que poseyera ese grado de poder. No di ningún rodeo en mi respuesta:
- El precio no es el problema en este asunto, señorita Craig, no todo se paga con dinero. El verdadero problema reside en que ha acudido a mí - resalté el pronombre para referirme a la reputación que sabía que tenía - pidiendo un hechizo de protección mental, lo que muestra sin lugar a dudas su falta de experiencia. Y no se moleste en amenazarme con sus dagas, podría someterla antes de que pudiera realizar media respiración. Así que escúcheme, porque no lo repetiré. Esto se puede hacer de dos maneras.
Chasqueé la lengua y volví a recostarme en el sofá con los brazos cruzados. La miré de arriba a abajo, dentro de su inexperiencia tenía unos rasgos bonitos. Fijé mis orbes elestes en los suyos y continué con visible desidia:
- Podría encantar un objeto que llevara consigo y que le protegería del control mental, pero no es una solución definitiva ya que bastaría con arrebatarle el bjeto y volvería a ser una diana con piernas para el inmortal, lo que sería un gasto de mi poder bastante inútil. O podría realizar un vínculo mental a mi propia mente, con lo que estaría protegida ante los ataques, ya que podría interceder a distancia en caso de que quisieran controlarla y expulsarlos con mi poder. Por descontado es algo que no pienso hacer, ya que van a matarla de todas maneras y no entra en mis servicios la ayuda desinteresada que ponga en riesgo mi propia mente. Así que como ve, no tiene nada que hacer conmigo. Suerte en su búsqueda. Si me disculpa...
Me levanté con una sonrisa mezquina y me dirigí a la barra a por otra copa de whisky, sabía casi a ciencia cierta que la cazadora portestaría, pero me negaba a utilizar mi poder para algo de lo que no pudiera sacar provecho.
Tamborileé con los dedos en la copa y la dejé en la mesa para cruzarme después de brazos, haciendo resaltar mis músculos por el gesto. No tenía un cuerpo desproporcionadamente musculado como los guardianes de la puerta de la taberna, pero me entrenaba cada día y no tenía nada que envidiar a cualquier cazador en forma física. Llevaba la camisa negra arremangada, dejando ver el comienzo de un tatuaje negro en mi antebrazo que subía por mi extremidad cubierta y acaba en mi hombro izquierdo, con diversos motivos ígneos y runas celtas. Miré fijamente a la cazadora y suspiré, algo irritado porque por mucho que le proporcionara solución a su problema, a la vista quedaba que no estaba preparada para enfrentarse a un inmortal que poseyera ese grado de poder. No di ningún rodeo en mi respuesta:
- El precio no es el problema en este asunto, señorita Craig, no todo se paga con dinero. El verdadero problema reside en que ha acudido a mí - resalté el pronombre para referirme a la reputación que sabía que tenía - pidiendo un hechizo de protección mental, lo que muestra sin lugar a dudas su falta de experiencia. Y no se moleste en amenazarme con sus dagas, podría someterla antes de que pudiera realizar media respiración. Así que escúcheme, porque no lo repetiré. Esto se puede hacer de dos maneras.
Chasqueé la lengua y volví a recostarme en el sofá con los brazos cruzados. La miré de arriba a abajo, dentro de su inexperiencia tenía unos rasgos bonitos. Fijé mis orbes elestes en los suyos y continué con visible desidia:
- Podría encantar un objeto que llevara consigo y que le protegería del control mental, pero no es una solución definitiva ya que bastaría con arrebatarle el bjeto y volvería a ser una diana con piernas para el inmortal, lo que sería un gasto de mi poder bastante inútil. O podría realizar un vínculo mental a mi propia mente, con lo que estaría protegida ante los ataques, ya que podría interceder a distancia en caso de que quisieran controlarla y expulsarlos con mi poder. Por descontado es algo que no pienso hacer, ya que van a matarla de todas maneras y no entra en mis servicios la ayuda desinteresada que ponga en riesgo mi propia mente. Así que como ve, no tiene nada que hacer conmigo. Suerte en su búsqueda. Si me disculpa...
Me levanté con una sonrisa mezquina y me dirigí a la barra a por otra copa de whisky, sabía casi a ciencia cierta que la cazadora portestaría, pero me negaba a utilizar mi poder para algo de lo que no pudiera sacar provecho.
Stein Ackerman- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 01/11/2016
Re: Qué guardas en la chistera [Privado]
No sabía si lo que más me molestaba en esos momentos era que mi imaginación volase alrededor de su cuerpo y de ese tatuaje semi escondido que asomaba por su fuerte brazo y que había captado toda mi atención, o que él pudiese ser consciente de los estragos que era capaz de causar en mí con sencillos gestos que seguro que tenía más que ensayados frente al espejo.
Sentía como una mezcla de rabia, impotencia y mala leche en estado puro iban subiendo por la boca de mi estómago a medida que escuchaba sus palabras, palabras que eran pronunciadas con ese halo de superioridad que acostumbraban tener todos los hechiceros, creyéndose invencibles por estar dotados de unos cuantos trucos de magia con los que conseguían que el resto de mortales se quedasen boquiabiertos. Además, por lo que insinuaba no era uno de esos brujos que usaban brebajes extraños para conseguir un fin, sino que su poder igualaba el de los vampiros. Gruñí mientras clavaba con furia mis ojos en los suyos al comprender que si quisiese, estaría tan a su merced como con el inmortal.
Dejé el vaso medio lleno con fuerza sobre la mesa, creyendo durante un instante que el cristal se haría añicos por el golpe. Inclinándome sobre ésta y apoyando los codos sobre la madera, me vi tentada a responder, a explicarle que mi apariencia no tenía nada que ver con mi habilidad en el uso de las dagas y que podría clavarle antes de que pudiese decir su "abracadabra" una de éstas en su entrepierna. Pero amenazarlo antes de escuchar las opciones que podía darme a mi particular problema no parecía la mejor opción; así que opté por apretar la mandíbula con fuerza, sintiendo como mis oídos se taponaban por la presión de mis dientes.
Su tranquilidad al plantear mis posibilidades me crispaba los nervios, y aún así logré mantenerme en silencio durante todo su disparatado monólogo. No me molestó solamente que afirmase que usar su don conmigo sería malgastarlo, sino que encima dudada de mis posibilidades de continuar con vida en mis enfrentamientos, ¿qué se pensaba? ¿qué hasta ahora me había estado escondiendo de mis enemigos y que por eso seguía viva? Detestaba que me subestimasen, y aquel brujo no había dejado de hacerlo desde que tomé asiento junto a él.
Hiperventilé durante unos minutos mientras observaba como el hechicero daba el tema por zanjado marchándose hacia la barra y dejándome sola con mi cabreo monumental. Sabía que lo más racional sería haberme marchado por donde había venido y buscar otra forma de evitar que los inmortales pudiesen someterme con la mente, pero para no llevar la contraria a esa forma de ser, impulsiva e irracional que llevaba dominándome toda la noche, decidí primero dejarle las cosas claras a ese Merlín de poca monta que se creía tan invencible como para negarme su ayuda. Así que sin más tiempo que perder y antes de que la cordura volviese a mí, dirigí mis pasos hacia el mismo lugar de la barra donde Stein le pedía otra copa a una sonriente camarera.
-Antes de marcharme y buscar a un hechicero de verdad que no ponga como excusa no querer prestar sus servicios en vano, cuando lo más seguro es que no sepáis hacer ni la "o" con vuestra varita, le diré que jamás hubiese aceptado la segunda parte de su plan, porque ni en mis peores pesadillas desearía tener ningún tipo de vínculo con vos, fuese del tipo que fuese.- sentencié con rabia contenida en mi voz, acercándome a él lo suficiente como para poder sentir el calor que irradiaba su cuerpo. Con rapidez saqué una de las dagas de mi cinturón, colocando la punta de ésta sobre la entrepierna del hechicero. Cualquiera que fijase la vista en nosotros no apreciaría más que nuestros cuerpos estaban peligrosamente juntos.- No subestime nunca a una cazadora por su apariencia, podría dejarle sin la posibilidad de ser padre con un solo movimiento de mi muñeca; aunque claro, para eso primero tendría que encontrársela, hecho que ya de por sí me parece una odisea.- susurré con sonrisa ladina en su oído derecho mientras apoyaba mi mano sobre su hombro para alcanzarlo. No me había dado cuenta hasta ahora que me sacaba más altura de lo que había percibido en un primer momento, al igual que ese envolvente olor que emanaba su cuerpo y que nublaba mis sentidos. ¡Venga ya!, me recriminé a mí misma cuando mis pensamientos se desviaban elocuentemente de mi punto de mira que era terminar con aquella locura ya y marcharme a buscar otro hechicero menos delicado y con más agallas que éste.
Sentía como una mezcla de rabia, impotencia y mala leche en estado puro iban subiendo por la boca de mi estómago a medida que escuchaba sus palabras, palabras que eran pronunciadas con ese halo de superioridad que acostumbraban tener todos los hechiceros, creyéndose invencibles por estar dotados de unos cuantos trucos de magia con los que conseguían que el resto de mortales se quedasen boquiabiertos. Además, por lo que insinuaba no era uno de esos brujos que usaban brebajes extraños para conseguir un fin, sino que su poder igualaba el de los vampiros. Gruñí mientras clavaba con furia mis ojos en los suyos al comprender que si quisiese, estaría tan a su merced como con el inmortal.
Dejé el vaso medio lleno con fuerza sobre la mesa, creyendo durante un instante que el cristal se haría añicos por el golpe. Inclinándome sobre ésta y apoyando los codos sobre la madera, me vi tentada a responder, a explicarle que mi apariencia no tenía nada que ver con mi habilidad en el uso de las dagas y que podría clavarle antes de que pudiese decir su "abracadabra" una de éstas en su entrepierna. Pero amenazarlo antes de escuchar las opciones que podía darme a mi particular problema no parecía la mejor opción; así que opté por apretar la mandíbula con fuerza, sintiendo como mis oídos se taponaban por la presión de mis dientes.
Su tranquilidad al plantear mis posibilidades me crispaba los nervios, y aún así logré mantenerme en silencio durante todo su disparatado monólogo. No me molestó solamente que afirmase que usar su don conmigo sería malgastarlo, sino que encima dudada de mis posibilidades de continuar con vida en mis enfrentamientos, ¿qué se pensaba? ¿qué hasta ahora me había estado escondiendo de mis enemigos y que por eso seguía viva? Detestaba que me subestimasen, y aquel brujo no había dejado de hacerlo desde que tomé asiento junto a él.
Hiperventilé durante unos minutos mientras observaba como el hechicero daba el tema por zanjado marchándose hacia la barra y dejándome sola con mi cabreo monumental. Sabía que lo más racional sería haberme marchado por donde había venido y buscar otra forma de evitar que los inmortales pudiesen someterme con la mente, pero para no llevar la contraria a esa forma de ser, impulsiva e irracional que llevaba dominándome toda la noche, decidí primero dejarle las cosas claras a ese Merlín de poca monta que se creía tan invencible como para negarme su ayuda. Así que sin más tiempo que perder y antes de que la cordura volviese a mí, dirigí mis pasos hacia el mismo lugar de la barra donde Stein le pedía otra copa a una sonriente camarera.
-Antes de marcharme y buscar a un hechicero de verdad que no ponga como excusa no querer prestar sus servicios en vano, cuando lo más seguro es que no sepáis hacer ni la "o" con vuestra varita, le diré que jamás hubiese aceptado la segunda parte de su plan, porque ni en mis peores pesadillas desearía tener ningún tipo de vínculo con vos, fuese del tipo que fuese.- sentencié con rabia contenida en mi voz, acercándome a él lo suficiente como para poder sentir el calor que irradiaba su cuerpo. Con rapidez saqué una de las dagas de mi cinturón, colocando la punta de ésta sobre la entrepierna del hechicero. Cualquiera que fijase la vista en nosotros no apreciaría más que nuestros cuerpos estaban peligrosamente juntos.- No subestime nunca a una cazadora por su apariencia, podría dejarle sin la posibilidad de ser padre con un solo movimiento de mi muñeca; aunque claro, para eso primero tendría que encontrársela, hecho que ya de por sí me parece una odisea.- susurré con sonrisa ladina en su oído derecho mientras apoyaba mi mano sobre su hombro para alcanzarlo. No me había dado cuenta hasta ahora que me sacaba más altura de lo que había percibido en un primer momento, al igual que ese envolvente olor que emanaba su cuerpo y que nublaba mis sentidos. ¡Venga ya!, me recriminé a mí misma cuando mis pensamientos se desviaban elocuentemente de mi punto de mira que era terminar con aquella locura ya y marcharme a buscar otro hechicero menos delicado y con más agallas que éste.
Maggie Craig- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 13/11/2016
Re: Qué guardas en la chistera [Privado]
Cuando ya creía que aquella cazadora se iría, noté su presencia a mi lado. Era insistente. Me soltó una perorata sobre que era un mago de poca monta y se extendió en provocaciones varias que no iba a dignarme a responder. Pero de pronto, noté cómo algo puntiagudo apretaba mi entrepierna y giré la cabeza con gesto neutro para mirar a la cazadora. Me soltó un discursito sobre que podría cortarme lo que me colgaba en un giro de muñeca. Me lo susurró al oído, para lo que tuvo que ponerse de puntillas. Esa cazadora novata estaba subestimándome y sobrevalorándose, dos errores que podían costarle la vida. Pero no acabaría tan rápido con ella. Tenía ganas de jugar.
Había comprobado por su respuesta que era una mujer orgullosa, por lo que atacar a sus capacidades la hacía saltar como una rana en su charca. Solté una carcajada sin siquiera inmutarme ante lo cerca que estaba aquel filo metálico de mi hombría.
- No se moleste, señorita Craig, no tengo ningún deseo de ser padre. Pero si tanto le gustan las aventuras y encontrar mi hombría le parece una odisea, le animo a que la busque, quizás se lleve una grata sorpresa y quiera hacer con ella algo alejado de cortarla. - le sonreí provocativamente, sabía que eso la sacaría de sus casillas. Pero de pronto puse gesto serio y susurré: "Dominatem".
Mi hechizo la inundó por completo, arrasando su voluntad y sometiéndola a mis deseos. Le arranqué la daga de la mano sin que pudiera hacer nada y la volví a meter en su cinturón, agarrando éste para atraer sus caderas a las mías, vsto el estrago que provocaba en ella la cercanía de mi cuerpo. Sonreí de manera macabra y le susurré al oído:
- Ahora podrá ir notando cómo la angustia de querer hacer cualquier cosa y no ser capaz la inunda. Es normal, es cosa del hechizo. En este momento podría hacer que me besara, que se acostara conmigo o incluso algo mejor... que se suicidara abriéndose en canal en medio de esta taberna. - subí la mano y acaricié su labio inferior para provocar su ira todavía más, nuestras caderas aún juntas. - Haría todo lo que le pidiese aunque no quisiera... y eso me complacería mucho. Pero está usted hoy de suerte, señorita Craig. Me ha impresionado la estupidez de la que hace gala intentando enfrentarse a uno de los hechiceros más peligrosos de París. - Bajé la mano rozando su escote sin dejar de traspasarla con mi mirada gélida. - Y lo que más le perturba es que desea - remarqué esa última palabra. - hacerlo. Porque le altera estar cerca de mi cuerpo, no crea que no lo he notado. - sonreí provocativamente y mordí su labio inferior. Cogí una de las dagas de su cinturón de nuevo y realicé un corte ligero en su escote, por donde un hilillo de sangre comenzó a caer.
Lancé el cuchillo de repente a la pared contraria sin mirar, donde se clavó con un golpe certero en medio de un cuadro. Sonreí de nuevo y separé su cuerpo del mío. Antes de romper el hechizo con un chasquido de dedos dije:
- No juegue con asuntos de mayores, señorita Craig, o saldrá muy mal parada. Buenas noches.
Chasqueé los dedos y salí a la calle cerrando mi gabardina. ¿Me seguiría? Si era sensata, entendería la amenaza y se iría por donde había venido, pero algo me decía que aquella cazadora no dejaría impune esa provocación.
Había comprobado por su respuesta que era una mujer orgullosa, por lo que atacar a sus capacidades la hacía saltar como una rana en su charca. Solté una carcajada sin siquiera inmutarme ante lo cerca que estaba aquel filo metálico de mi hombría.
- No se moleste, señorita Craig, no tengo ningún deseo de ser padre. Pero si tanto le gustan las aventuras y encontrar mi hombría le parece una odisea, le animo a que la busque, quizás se lleve una grata sorpresa y quiera hacer con ella algo alejado de cortarla. - le sonreí provocativamente, sabía que eso la sacaría de sus casillas. Pero de pronto puse gesto serio y susurré: "Dominatem".
Mi hechizo la inundó por completo, arrasando su voluntad y sometiéndola a mis deseos. Le arranqué la daga de la mano sin que pudiera hacer nada y la volví a meter en su cinturón, agarrando éste para atraer sus caderas a las mías, vsto el estrago que provocaba en ella la cercanía de mi cuerpo. Sonreí de manera macabra y le susurré al oído:
- Ahora podrá ir notando cómo la angustia de querer hacer cualquier cosa y no ser capaz la inunda. Es normal, es cosa del hechizo. En este momento podría hacer que me besara, que se acostara conmigo o incluso algo mejor... que se suicidara abriéndose en canal en medio de esta taberna. - subí la mano y acaricié su labio inferior para provocar su ira todavía más, nuestras caderas aún juntas. - Haría todo lo que le pidiese aunque no quisiera... y eso me complacería mucho. Pero está usted hoy de suerte, señorita Craig. Me ha impresionado la estupidez de la que hace gala intentando enfrentarse a uno de los hechiceros más peligrosos de París. - Bajé la mano rozando su escote sin dejar de traspasarla con mi mirada gélida. - Y lo que más le perturba es que desea - remarqué esa última palabra. - hacerlo. Porque le altera estar cerca de mi cuerpo, no crea que no lo he notado. - sonreí provocativamente y mordí su labio inferior. Cogí una de las dagas de su cinturón de nuevo y realicé un corte ligero en su escote, por donde un hilillo de sangre comenzó a caer.
Lancé el cuchillo de repente a la pared contraria sin mirar, donde se clavó con un golpe certero en medio de un cuadro. Sonreí de nuevo y separé su cuerpo del mío. Antes de romper el hechizo con un chasquido de dedos dije:
- No juegue con asuntos de mayores, señorita Craig, o saldrá muy mal parada. Buenas noches.
Chasqueé los dedos y salí a la calle cerrando mi gabardina. ¿Me seguiría? Si era sensata, entendería la amenaza y se iría por donde había venido, pero algo me decía que aquella cazadora no dejaría impune esa provocación.
Stein Ackerman- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 01/11/2016
Re: Qué guardas en la chistera [Privado]
Si hasta ese momento había tenido mis dudas acerca de si todos los hechiceros estaban mal de la cabeza o por el contrario solo había tenido mala suerte con los que me había encontrado con anterioridad, éstas se disiparon de inmediato cuando Stein comenzó a reírse ante mi amenaza, confundiéndome más de lo que ya estaba por su comportamiento.
Después de unos segundos en lo que me ignoró por completo mientras yo trataba de provocarle sin éxito alguno, se dignó a mirarme; pero en contra de lo que esperaba, no mostró enfado, ni contradicción por mis palabras o amenazas. Simplemente me miró sin emoción alguna en esos preciosos ojos azules que me desconcertaban de forma abrumadora.
-Me alegro que tome la decisión tan sabia de no tener descendencia; ningún inocente debería tener que cargar con un progenitor como vos. - quería molestarle como él había hecho conmigo, demostrarle que yo también sabía jugar a ese juego de tiras y aflojas, aunque con el inconveniente de que a él parecían no afectarle mis provocaciones. Un gruñido cargado de rabia se escuchó en mi garganta por lo que había insinuado con sus palabras, provocándome durante una décima de segundo a cumplir con mi amenaza . Pero decidí jugar un poco más en esa lucha de egos, donde no pensaba quedarme atrás.- Sería más fácil encontrar indicios de la existencia de la Atlántida recorriendo el planeta sobre una mula, que su hombría dentro de sus pantalones.
Su desconcertante sonrisa despareció de pronto de sus labios, mostrando un rostro serio e intimidante como el que más, y aún así, resultaba desconcertantemente excitante. Pude sentir como mi cuerpo se estremecía bajo un escalofrío que lo recorrió por completo antes de que el brujo pronunciase una extraña palabra y una fuerza inexistente me dejase paralizada en contra de mi voluntad.
Confusa por lo sucedido traté de luchar contra aquello que me impedía moverme, sin entender bien que era lo que me pasaba hasta que el hechicero sonrió frente a mí con aires de suficiencia quitándome la daga de la mano para guardarla en mi cinturón. ¿Eso era lo que había sucedido? ¿Una detestable palabra y me había convertido en su marioneta?
Acercó mi cuerpo al suyo tirando de mi cinturón, hablándome tan cerca de mi oído que podía sentir su cálido aliento rozando mi cuello en una mezcla de sentimientos contradictorios que terminarían por volverme loca. Podía sentir como la impotencia inundaba mi ser al mismo tiempo que la rabia y un afán vengativo por devolverle la jugada luchaban por salir; venganza que llevaría a cabo en cuanto me recuperase de esa trampa mortal en la que me hallaba sometida. Si había pensado que quedar bajo el control mental de un inmortal era mi gran problema es porque todavía no había conocido a ese monstruo infernal que acariciaba diversas partes de mi cuerpo mientras yo seguía incapaz de responder; sintiendo interiormente como mi cuerpo temblaba de puro nerviosismo al pensar cual sería su intención esa noche ahora que me tenía a su merced y que poco o nada podía hacerle. Lo peor es que parte de sus palabras encerraban una gran verdad que no estaría dispuesta a reconocer jamás, pero que quedó expuesta cuando tras morderme el labio inferior un suave jadeo salió de mi boca.
Con un leve chasquido de sus dedos volví a sentir como mi cuerpo respondía de nuevo a las ordenes de mi cerebro, como éste iba despertando de un extraño entumecimiento mientras comprobaba que el corte que me había hecho en el pecho era superficial y como su gabardina ondulante desaparecía tras la puerta hacia el exterior. Suspiré contrariada, recuperando la daga que se encontraba clavada en el cuadro, devolviéndola a su sitio y sopesando que debía hacer a continuación. Lo más sensato hubiese sido dejarle marchar y abandonar más tarde la taberna, asegurándome de que no volvería a cruzármelo en mi camino; pero entonces, él habría ganado el juego y a mí no me gustaba perder ni a las canicas. Salí con decisión tras él, dispuesta a un tercer y último asalto tras el cual desearía no volver a encontrármelo en la vida.
-¿Así es como hacéis las cosas? ¿Usando trucos baratos en lugar de dar la cara y luchar como un hombre? ¿Es que acaso tenéis miedo de enfrentar la rabia de un inexperta cazadora como vos decís que soy?- grité bajando a la calzada, parándome a unos metros de donde él se encontraba, preparada para luchar de la forma que fuese, aunque tuviese que morderle la yugular.- No creo que seáis el hechicero más peligroso de París, en todo caso el más cobarde, ya que se marcha antes de que puedan tomar represalias contra vos.- apreté los puños con rabia, notando como los nudillos se me quedaban blancos por la falta de riego en esta zona. Esa era la tensión que buscaba, la que mantenía mis sentidos alerta y con la que me sentía cómoda a la hora de luchar, sin debilidades ni sentimientos desconcertantes.
-¿Necesitáis ayuda o es una pelea de enamorados?- escuché entre risas tras de mí, obligándome a ladear ligeramente la cabeza para comprobar que eran tres hombres que había visto en el interior de la taberna. Aquello era lo que me faltaba, inútiles espectadores con afán protagonista.¿Es que acaso parecía una dama a la que tuviesen que salvar?
-¿Por qué no os vais a entreteneros con otro espectáculo? Este está más que muerto.- respondí volviendo a clavar mi mirada enfurecida en el hechicero, esperando su respuesta, ignorando por completo a esos entrometidos que bien harían marchándose.
Esta vez no subestimaría el poder del hechicero, estaba más que preparada para su ataque, concentrando toda mi atención en sus movimientos. Hecho que me dejó distraída de lo que a continuación sucedería a mi espalda y que no había previsto por estar enfrascada en ese maldito hechicero.
Con una velocidad vertiginosa y antes de que pudiese protestar, mi cuerpo fue arrastrado hasta un callejón y empotrado literalmente contra la pared por una de esas bestias con pocos modales a los que había aconsejado marcharse minutos antes. Puse una mano en el suelo enlosado donde había caído tras el golpe con la intención de levantarme, enfrentando sus miradas y dispuesta a mostrarles que seguía sin ser una dama, cuando vi sus ojos rojos y el alma se me cayó a los pies.
-Sin dudas, es mi noche de suerte.- murmuré con sarcasmo, ayudándome de la pared para ponerme en pie. ¿Qué posibilidad tenía de salir con vida de esa enfrenta? Decidí no pensar en ello y llevarme por delante cuantos más mejor antes de que acabasen conmigo. Saqué una estaca del cinturón, suspirando profundamente y eligiendo cual sería mi primera víctima.
Sin pensar más en cual serían las consecuencias por ello, coloqué la bota sobre la pared para darme un empujón y salté sobre el vampiro que consideré que estaba más próximo a mí, que distraído al estar jactándose de mi lamentable estado con sus compañeros, no previno mi ataque y acabó con la estaca clavada en su corazón. Sonreí de lado por lo fácil que había resultado acabar con el primero, pero la sonrisa me duró poco, pues otro de ellos me cogió por la espalda para pegarme a su pecho antes de hincarme los colmillos sin compasión.
Después de unos segundos en lo que me ignoró por completo mientras yo trataba de provocarle sin éxito alguno, se dignó a mirarme; pero en contra de lo que esperaba, no mostró enfado, ni contradicción por mis palabras o amenazas. Simplemente me miró sin emoción alguna en esos preciosos ojos azules que me desconcertaban de forma abrumadora.
-Me alegro que tome la decisión tan sabia de no tener descendencia; ningún inocente debería tener que cargar con un progenitor como vos. - quería molestarle como él había hecho conmigo, demostrarle que yo también sabía jugar a ese juego de tiras y aflojas, aunque con el inconveniente de que a él parecían no afectarle mis provocaciones. Un gruñido cargado de rabia se escuchó en mi garganta por lo que había insinuado con sus palabras, provocándome durante una décima de segundo a cumplir con mi amenaza . Pero decidí jugar un poco más en esa lucha de egos, donde no pensaba quedarme atrás.- Sería más fácil encontrar indicios de la existencia de la Atlántida recorriendo el planeta sobre una mula, que su hombría dentro de sus pantalones.
Su desconcertante sonrisa despareció de pronto de sus labios, mostrando un rostro serio e intimidante como el que más, y aún así, resultaba desconcertantemente excitante. Pude sentir como mi cuerpo se estremecía bajo un escalofrío que lo recorrió por completo antes de que el brujo pronunciase una extraña palabra y una fuerza inexistente me dejase paralizada en contra de mi voluntad.
Confusa por lo sucedido traté de luchar contra aquello que me impedía moverme, sin entender bien que era lo que me pasaba hasta que el hechicero sonrió frente a mí con aires de suficiencia quitándome la daga de la mano para guardarla en mi cinturón. ¿Eso era lo que había sucedido? ¿Una detestable palabra y me había convertido en su marioneta?
Acercó mi cuerpo al suyo tirando de mi cinturón, hablándome tan cerca de mi oído que podía sentir su cálido aliento rozando mi cuello en una mezcla de sentimientos contradictorios que terminarían por volverme loca. Podía sentir como la impotencia inundaba mi ser al mismo tiempo que la rabia y un afán vengativo por devolverle la jugada luchaban por salir; venganza que llevaría a cabo en cuanto me recuperase de esa trampa mortal en la que me hallaba sometida. Si había pensado que quedar bajo el control mental de un inmortal era mi gran problema es porque todavía no había conocido a ese monstruo infernal que acariciaba diversas partes de mi cuerpo mientras yo seguía incapaz de responder; sintiendo interiormente como mi cuerpo temblaba de puro nerviosismo al pensar cual sería su intención esa noche ahora que me tenía a su merced y que poco o nada podía hacerle. Lo peor es que parte de sus palabras encerraban una gran verdad que no estaría dispuesta a reconocer jamás, pero que quedó expuesta cuando tras morderme el labio inferior un suave jadeo salió de mi boca.
Con un leve chasquido de sus dedos volví a sentir como mi cuerpo respondía de nuevo a las ordenes de mi cerebro, como éste iba despertando de un extraño entumecimiento mientras comprobaba que el corte que me había hecho en el pecho era superficial y como su gabardina ondulante desaparecía tras la puerta hacia el exterior. Suspiré contrariada, recuperando la daga que se encontraba clavada en el cuadro, devolviéndola a su sitio y sopesando que debía hacer a continuación. Lo más sensato hubiese sido dejarle marchar y abandonar más tarde la taberna, asegurándome de que no volvería a cruzármelo en mi camino; pero entonces, él habría ganado el juego y a mí no me gustaba perder ni a las canicas. Salí con decisión tras él, dispuesta a un tercer y último asalto tras el cual desearía no volver a encontrármelo en la vida.
-¿Así es como hacéis las cosas? ¿Usando trucos baratos en lugar de dar la cara y luchar como un hombre? ¿Es que acaso tenéis miedo de enfrentar la rabia de un inexperta cazadora como vos decís que soy?- grité bajando a la calzada, parándome a unos metros de donde él se encontraba, preparada para luchar de la forma que fuese, aunque tuviese que morderle la yugular.- No creo que seáis el hechicero más peligroso de París, en todo caso el más cobarde, ya que se marcha antes de que puedan tomar represalias contra vos.- apreté los puños con rabia, notando como los nudillos se me quedaban blancos por la falta de riego en esta zona. Esa era la tensión que buscaba, la que mantenía mis sentidos alerta y con la que me sentía cómoda a la hora de luchar, sin debilidades ni sentimientos desconcertantes.
-¿Necesitáis ayuda o es una pelea de enamorados?- escuché entre risas tras de mí, obligándome a ladear ligeramente la cabeza para comprobar que eran tres hombres que había visto en el interior de la taberna. Aquello era lo que me faltaba, inútiles espectadores con afán protagonista.¿Es que acaso parecía una dama a la que tuviesen que salvar?
-¿Por qué no os vais a entreteneros con otro espectáculo? Este está más que muerto.- respondí volviendo a clavar mi mirada enfurecida en el hechicero, esperando su respuesta, ignorando por completo a esos entrometidos que bien harían marchándose.
Esta vez no subestimaría el poder del hechicero, estaba más que preparada para su ataque, concentrando toda mi atención en sus movimientos. Hecho que me dejó distraída de lo que a continuación sucedería a mi espalda y que no había previsto por estar enfrascada en ese maldito hechicero.
Con una velocidad vertiginosa y antes de que pudiese protestar, mi cuerpo fue arrastrado hasta un callejón y empotrado literalmente contra la pared por una de esas bestias con pocos modales a los que había aconsejado marcharse minutos antes. Puse una mano en el suelo enlosado donde había caído tras el golpe con la intención de levantarme, enfrentando sus miradas y dispuesta a mostrarles que seguía sin ser una dama, cuando vi sus ojos rojos y el alma se me cayó a los pies.
-Sin dudas, es mi noche de suerte.- murmuré con sarcasmo, ayudándome de la pared para ponerme en pie. ¿Qué posibilidad tenía de salir con vida de esa enfrenta? Decidí no pensar en ello y llevarme por delante cuantos más mejor antes de que acabasen conmigo. Saqué una estaca del cinturón, suspirando profundamente y eligiendo cual sería mi primera víctima.
Sin pensar más en cual serían las consecuencias por ello, coloqué la bota sobre la pared para darme un empujón y salté sobre el vampiro que consideré que estaba más próximo a mí, que distraído al estar jactándose de mi lamentable estado con sus compañeros, no previno mi ataque y acabó con la estaca clavada en su corazón. Sonreí de lado por lo fácil que había resultado acabar con el primero, pero la sonrisa me duró poco, pues otro de ellos me cogió por la espalda para pegarme a su pecho antes de hincarme los colmillos sin compasión.
Maggie Craig- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 13/11/2016
Re: Qué guardas en la chistera [Privado]
Observé con cierta sorna cómo la cazadora salía entre improperios y gritos de la taberna, increpándome por haber ignorado sus provocaciones y negarme a prestarle mis servicios en esa misión inútil que pretendía emprender, y que la llevaría a una muerte inevitable a manos del primer inmortal antiguo que se encontrase.
Aquella cazadora empezaba a intrigarme. La había dominado con extrema facilidad y había podido comprobar cómo mi cuerpo causaba estragos en sus nervios, con aquel suave jadeo que había salido de su boca cuando le había mordido el labio. Y aún así se había atrevido a seguirme fuera de la taberna intentando presentar batalla, una batalla que tenía perdida desde el primer momento, cuando había sacado la daga del cinturón. Fue entonces cuando escuché las palabras de uno de los hombres que habían salido detrás de nosotros. Sabía quiénes eran, había escuchado sus nombres en el local en alguna ocasión. Aquellos vampiros de poca monta solían frecuentar aquel tugurio, en busca de muchachas inocentes que les sirvieran de cena o de cosas peores. Ellos también me habían detectado a mí, pero parecíamos haber llegado a un acuerdo tácito que se basaba en no meterse en los asuntos del contrario. Así todos ganábamos.
Eran tres, Bentley, Rushford y Clain. Desconocía nada más de ellos, ya que mi poder no me permitía navegar tan libremente por la mente de los inmortales aunque pudiera repeler sus intentos de dominación mental. Retaron a la cazadora, preguntando si necesitaba ayuda o nuestra pequeña disputa era una pelea de enamorados. ¿La habían convertido en su objetivo de esa noche? Interesante. Aunque siempre jugaban con la baza de la superioridad, tanto física como númerica, lo que denotaba que eran unos cobardes que iban de poderosos, cuando en realidad les perdía la bravuconería. Me giré hacia el espectáculo improvisado y esperé, observando cómo se desenvolvía la cazadora... pero la cazadora tenía la mirada fija en mí. No lo vio venir.
Bentley la cogió de la chaqueta y la arrastró contra el callejón de atrás, haciendo que se golpeara contra la pared y cayera al suelo. Rushford le siguió hacia la oscuridad y Clain, el jefe de aquel trío de matones, me miró con la amenaza impresa en los ojos, rojos como la sangre de la cazadora que se disponían a derramar:
"Tú no has visto nada."
Desapareció entre las sombras al callejón y por un momento estuve tentado de girarme e irme hacia la habitación que tenía alquilada en el Golden Cat, una taberna bastante ecléctica que se caracterizaba por la diversidad de sus clientes, tanto en oficio como en raza. Allí pasaba desapercibido y por unas monedas de más, incluso se había deshecho de algún cadáver inesperado. Pero entonces recordé la tenacidad de sus ojos oscuros, y algo que no supe describir me hizo darme la vuelta con lentitud. Me había enfrentado con unos cuantos cazadores desde mi llegada a París, pero todos habían huido aterrorizados ante el poder que les sometía a mi voluntad.
Pero ella... no sabía si por estúpida o inconsciente, había seguido intentando plantarme cara tras haber sufrido la angustia de mi hechizo de dominación.
Chasqueé la lengua, molesto por aquel impulso que me embargaba mientras me internaba en las sombras donde habían desaparecido los tres vampiros y el cuerpo vapuleado de la cazadora. Lo que me encontré me hizo enarcar una ceja.
Maggie se había abalanzado contra Bentley, clavándole una estaca en el corazón al vampiro y desintegrándolo en el acto. Desde luego, la fanfarronería de aquellos matones con medio cerebro les había jugado una mala pasada. Se quedaron mirando a la chica como quien ve un fantasma, incrédulos mientras yo lo observaba todo un poco más atrás, a la entrada del callejón y con las manos metidas en los bolsillos de mi gabardina negra. Pero aquellos seres estaban demasiado entretenidos como para reparar en mi presencia.
Rushford gruñó con rabia y atrapó a la cazadora por detrás, cogiéndole con fuerza de los brazos e inmovilizándola, dejándola indefensa ante cualquier ataque en esa posición. Podría haberle lanzado con facilidad una patada a Clain, que se acercaba a ellos; pero Rushford fue más rápido y le mordió el hombro izquierdo con fuerza, provocándole un grito de dolor y dejando caer un espeso hilo de sangre por su clavícula. Fue entonces cuando Clain tomó la palabra:
- Vaya vaya, cazadora, pareces una fierecilla enjaulada... y yo que te tomaba por una muchachita indefensa jugando con cuchillos... pero descuida. - le dedicó una mueca que pretendía ser una sonrisa ladina. - No volveré a cometer el mismo error...
Se acercó a Maggie con la maldad pintada en el rostro y la recorrió con la mirada, desnudándola con los ojos mientras Rushford seguía bebiendo de ella a ritmo constante, debilitándola por momentos e impidiendo que la chica se defendiera. Clain fijó la mirada en sus pechos y acercó una de sus retorcidas y grandes manos hacia uno de ellos, apretándolo un poco con la lujuria impregnada en sus intenciones.
- Sólo pensábamos matarte, pero a lo mejor tenemos que hacerte sufrir un poquito antes... tranquila, si no te resistes no te dolerá tanto... o quizás sí.
Empezó a desabrocharse el botón del pantalón, pero de repente un grito desagarrador rasgó la noche.
Rushford soltó de golpe a Maggie y se agarró la cabeza con las manos entre alaridos de dolor, cayendo de rodillas al suelo, agonizando ante el horrible dolor de cabeza que le estaba provocando al estallar, uno a uno, todos los vasos sanguíneos de su cerebro. Mi sonrisa de medio lado pareció brillar en la oscuridad cuando Clain gruñó y se dio la vuelta, mirándome con rabia.
- ¡¿Qué crees que estás haciendo brujo?! ¿Tú también quieres morir? ¡Lárgate de inmediato y mete el hocico en tus asuntos!
Solté una fría carcajada, sin inmutarme ante sus palabras mientras mis manos seguían en mis bolsillos, gesto que sin duda le provocaría todavía más. Mi voz profunda resonó sobre los gritos de dolor de Rushford, que seguía agonizando en el suelo. Saqué una mano y chasqueé los dedos, inflamando con mi hechizo "Piro" los tejidos del vampiro, que se redujo a cenizas en cuestión de segundos detrás de Maggie. Clain cayó entonces en que se había quedado completamente solo y empezó a recular ante mi avance, lento y amenazante.
- No... no sabíamos que era tuya... - dijo refiriéndose a la cazadora con voz temblorosa. - Te... teníamos... un trato hechicero.
- Pues el trato acaba de romperse. - sonreí de oreja a oreja y saqué un pequeño crucifijo de plata, que balanceé ante el rostro aterrorizado de Clain, que chocó su espalda contra una de las paredes del callejón. Con un movimiento rápido, se lo estampé en la frente y murmuré un hechizo que hizo que el metal empezara a fundirse en ella, quemando la piel del vampiro ante la plata bendita. Los alaridos de Clain rasgaron de nuevo el aire y me agaché levemente a coger la estaca que había en el suelo delante de Maggie, utilizada para matar a Bentley momentos antes. De un movimnto certero se la clavé en el corazón, cortando de golpe todo signo de vida inmortal que momentos antes ocupaba ese espacio. La cruz de plata medio derretida cayó con un tintineo al suelo entre el montón de cenizas que antes era Clain. Mis orbes celestes refulgieron en la oscuridad con una sonrisa malévola.
Miré entonces enarcando una ceja a la debilitada cazadora, obligándome a decir frunciendo el ceño:
- ¿Puedes andar o también tengo que llevarte?
Aquella cazadora empezaba a intrigarme. La había dominado con extrema facilidad y había podido comprobar cómo mi cuerpo causaba estragos en sus nervios, con aquel suave jadeo que había salido de su boca cuando le había mordido el labio. Y aún así se había atrevido a seguirme fuera de la taberna intentando presentar batalla, una batalla que tenía perdida desde el primer momento, cuando había sacado la daga del cinturón. Fue entonces cuando escuché las palabras de uno de los hombres que habían salido detrás de nosotros. Sabía quiénes eran, había escuchado sus nombres en el local en alguna ocasión. Aquellos vampiros de poca monta solían frecuentar aquel tugurio, en busca de muchachas inocentes que les sirvieran de cena o de cosas peores. Ellos también me habían detectado a mí, pero parecíamos haber llegado a un acuerdo tácito que se basaba en no meterse en los asuntos del contrario. Así todos ganábamos.
Eran tres, Bentley, Rushford y Clain. Desconocía nada más de ellos, ya que mi poder no me permitía navegar tan libremente por la mente de los inmortales aunque pudiera repeler sus intentos de dominación mental. Retaron a la cazadora, preguntando si necesitaba ayuda o nuestra pequeña disputa era una pelea de enamorados. ¿La habían convertido en su objetivo de esa noche? Interesante. Aunque siempre jugaban con la baza de la superioridad, tanto física como númerica, lo que denotaba que eran unos cobardes que iban de poderosos, cuando en realidad les perdía la bravuconería. Me giré hacia el espectáculo improvisado y esperé, observando cómo se desenvolvía la cazadora... pero la cazadora tenía la mirada fija en mí. No lo vio venir.
Bentley la cogió de la chaqueta y la arrastró contra el callejón de atrás, haciendo que se golpeara contra la pared y cayera al suelo. Rushford le siguió hacia la oscuridad y Clain, el jefe de aquel trío de matones, me miró con la amenaza impresa en los ojos, rojos como la sangre de la cazadora que se disponían a derramar:
"Tú no has visto nada."
Desapareció entre las sombras al callejón y por un momento estuve tentado de girarme e irme hacia la habitación que tenía alquilada en el Golden Cat, una taberna bastante ecléctica que se caracterizaba por la diversidad de sus clientes, tanto en oficio como en raza. Allí pasaba desapercibido y por unas monedas de más, incluso se había deshecho de algún cadáver inesperado. Pero entonces recordé la tenacidad de sus ojos oscuros, y algo que no supe describir me hizo darme la vuelta con lentitud. Me había enfrentado con unos cuantos cazadores desde mi llegada a París, pero todos habían huido aterrorizados ante el poder que les sometía a mi voluntad.
Pero ella... no sabía si por estúpida o inconsciente, había seguido intentando plantarme cara tras haber sufrido la angustia de mi hechizo de dominación.
Chasqueé la lengua, molesto por aquel impulso que me embargaba mientras me internaba en las sombras donde habían desaparecido los tres vampiros y el cuerpo vapuleado de la cazadora. Lo que me encontré me hizo enarcar una ceja.
Maggie se había abalanzado contra Bentley, clavándole una estaca en el corazón al vampiro y desintegrándolo en el acto. Desde luego, la fanfarronería de aquellos matones con medio cerebro les había jugado una mala pasada. Se quedaron mirando a la chica como quien ve un fantasma, incrédulos mientras yo lo observaba todo un poco más atrás, a la entrada del callejón y con las manos metidas en los bolsillos de mi gabardina negra. Pero aquellos seres estaban demasiado entretenidos como para reparar en mi presencia.
Rushford gruñó con rabia y atrapó a la cazadora por detrás, cogiéndole con fuerza de los brazos e inmovilizándola, dejándola indefensa ante cualquier ataque en esa posición. Podría haberle lanzado con facilidad una patada a Clain, que se acercaba a ellos; pero Rushford fue más rápido y le mordió el hombro izquierdo con fuerza, provocándole un grito de dolor y dejando caer un espeso hilo de sangre por su clavícula. Fue entonces cuando Clain tomó la palabra:
- Vaya vaya, cazadora, pareces una fierecilla enjaulada... y yo que te tomaba por una muchachita indefensa jugando con cuchillos... pero descuida. - le dedicó una mueca que pretendía ser una sonrisa ladina. - No volveré a cometer el mismo error...
Se acercó a Maggie con la maldad pintada en el rostro y la recorrió con la mirada, desnudándola con los ojos mientras Rushford seguía bebiendo de ella a ritmo constante, debilitándola por momentos e impidiendo que la chica se defendiera. Clain fijó la mirada en sus pechos y acercó una de sus retorcidas y grandes manos hacia uno de ellos, apretándolo un poco con la lujuria impregnada en sus intenciones.
- Sólo pensábamos matarte, pero a lo mejor tenemos que hacerte sufrir un poquito antes... tranquila, si no te resistes no te dolerá tanto... o quizás sí.
Empezó a desabrocharse el botón del pantalón, pero de repente un grito desagarrador rasgó la noche.
Rushford soltó de golpe a Maggie y se agarró la cabeza con las manos entre alaridos de dolor, cayendo de rodillas al suelo, agonizando ante el horrible dolor de cabeza que le estaba provocando al estallar, uno a uno, todos los vasos sanguíneos de su cerebro. Mi sonrisa de medio lado pareció brillar en la oscuridad cuando Clain gruñó y se dio la vuelta, mirándome con rabia.
- ¡¿Qué crees que estás haciendo brujo?! ¿Tú también quieres morir? ¡Lárgate de inmediato y mete el hocico en tus asuntos!
Solté una fría carcajada, sin inmutarme ante sus palabras mientras mis manos seguían en mis bolsillos, gesto que sin duda le provocaría todavía más. Mi voz profunda resonó sobre los gritos de dolor de Rushford, que seguía agonizando en el suelo. Saqué una mano y chasqueé los dedos, inflamando con mi hechizo "Piro" los tejidos del vampiro, que se redujo a cenizas en cuestión de segundos detrás de Maggie. Clain cayó entonces en que se había quedado completamente solo y empezó a recular ante mi avance, lento y amenazante.
- No... no sabíamos que era tuya... - dijo refiriéndose a la cazadora con voz temblorosa. - Te... teníamos... un trato hechicero.
- Pues el trato acaba de romperse. - sonreí de oreja a oreja y saqué un pequeño crucifijo de plata, que balanceé ante el rostro aterrorizado de Clain, que chocó su espalda contra una de las paredes del callejón. Con un movimiento rápido, se lo estampé en la frente y murmuré un hechizo que hizo que el metal empezara a fundirse en ella, quemando la piel del vampiro ante la plata bendita. Los alaridos de Clain rasgaron de nuevo el aire y me agaché levemente a coger la estaca que había en el suelo delante de Maggie, utilizada para matar a Bentley momentos antes. De un movimnto certero se la clavé en el corazón, cortando de golpe todo signo de vida inmortal que momentos antes ocupaba ese espacio. La cruz de plata medio derretida cayó con un tintineo al suelo entre el montón de cenizas que antes era Clain. Mis orbes celestes refulgieron en la oscuridad con una sonrisa malévola.
Miré entonces enarcando una ceja a la debilitada cazadora, obligándome a decir frunciendo el ceño:
- ¿Puedes andar o también tengo que llevarte?
Stein Ackerman- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 01/11/2016
Re: Qué guardas en la chistera [Privado]
Los desgarradores gritos promovidos por el dolor que sentía en la zona donde los colmillos de ese desgraciado inmortal continuaban clavados en mi hombro, quedaban ahogados en mi garganta, incapaces de salir al exterior y alertar a quien estuviese cerca de ese callejón de que mi vida se encontraba en una situación más que precaria, reconociendo muy a mi pesar que dudaba salir victoriosa de ésta.
Forcejeé como pude de ese fuerte agarre que me tenía inmovilizada con los codos hacia atrás, sacudiéndome en vano hacia ambos lados cuando pude sentir el aliento del inmortal rozando mi cuello, divertido por el hecho de que continuase luchando por liberarme, gesto que me crispó los nervios ¿Acaso se pensaría que era la típica humana que se desiste en luchar por ver su futuro de un negro oscuro? Me revolvería hasta mi último aliento, o tal y como se estaba dando el caso, hasta mi última gota de sangre.
Intenté darle un fuerte golpe en la cara ayudándome de la zona posterior de mi cráneo, echando mi cabeza hacia atrás con un golpe seco, que no obtuvo otro resultado que un punzante dolor que me atravesó el pecho cuando sus colmillos se hincaron más en mi carne. Siseé de dolor y temí desfallecer, pero entonces el otro vampiro optó por hacerse partícipe de nuestra particular fiesta y se aproximó a nosotros.
-No desista tan pronto, señor “voy a intentar intimidarte hasta que te mueras de miedo”.- siseé clavando la mirada en los ensangrentados ojos del inmortal que se detuvo frente a mí, sopesando si sería capaz de sacar la fuerza necesaria para darle una patada en la entrepierna y al menos fastidiarle un rato la existencia, -Tengo ensayado un espectáculo muy entretenido con la lanza de dagas que seguro que es de vuestro interés. Solo tenéis que soltarme y os demuestro..-no pude terminar la frase cuando el inmortal que me tenía sujeta succionó con fuerza al tiempo que pegaba más mi espalda contra él, y mi vista se nubló definitivamente.
Gruñí cuando sus manos recorrieron mi pecho, impotente por ser incapaz si quiera de mantener los ojos abiertos para enfrentar los suyos, para mostrarle que todavía no estaba muerta y que seguía siendo potencialmente peligrosa. Podía sentir como la vida se escapaba por cada gota de sangre succionada por ese vampiro que parecía no saciarse nunca y que provocaba en mí un entumecimiento total de los músculos del cuerpo.
-Si os atrevéis a tocarme un solo pelo, juro que os mataré lentamente para que recordéis mientras estéis en el infierno la agonía que sufristeis cuando una pequeña cazadora consiguió venceros y humillaros de ese modo.- susurré con apenas un hilo de voz, sintiéndome tan débil que temí no poder llevar a cabo mi amenaza y terminar esa misma noche el camino que había emprendido hacía meses.
Mis ojos se cerraron durante unos segundos, quizás minutos, abriéndose de súbito cuando un grito ensordecedor a mis espaldas desgarró la noche y me dejó desubicada durante unos instantes. El agarre que me sostenía cesó de pronto, arrebatándome de todo el sustento que tenía entonces y dejándome caer irremediablemente de rodillas sobre el frío suelo del callejón, apoyando mis manos en éste para no darme de bruces con la cara. Mi captor no tardó en postrarse a mi lado, echándose las manos a la cabeza ante mi total estupefacción. Traté de recordar sin éxito que podía haber cenado esa noche para provocarle al vampiro tal dolor por beberse mi sangre, pero entonces entendí que era lo que estaba sucediendo en realidad.
No fue la grave voz del inmortal que continuaba en pie lo que me hizo salir de mi letargo, sino una palabra que resonó en mi mente como si de un sueño se tratase. Sonreí levemente cuando comprendí que era lo que había sucedido allí; ese hechicero terco y prepotente con el que me había enfrentado en la taberna, no se había marchado tras la aparición de esos tres dejándome a mi suerte, sino que me había salvado de un triste final.
Negué con la cabeza presa de una extraña sensación al saber que estaba a mi lado, sintiéndome a salvo solamente por su presencia mientras se encargaba del vampiro que por su forma de hablar parecía temerle.
Confundida por no saber el motivo que le había empujado a defenderme de esa forma, dirigí mi borrosa mirada hacia el macabro espectáculo que estaba teniendo lugar a escasos metros de donde me encontraba, todavía de rodillas y apoyándome ligeramente sobre mis talones. Era inquietante observar a ese inmortal suplicándole al hechicero, como éste con esa tranquilidad que lo caracterizaba y ese porte poderoso lo sometía a su antojo con una simple cruz y terminaba con su vida con la estaca que recogía del suelo.
-Puedo levantarme perfectamente sin ayuda, igual que podría haber terminado yo sola con la vida de esos desgraciados sin necesidad de que interviniese.- refunfuñé ayudándome de la pared para ponerme en pie a duras penas, débil y dolorida por el esfuerzo.
Me di la vuelta para enfrentar su azulada mirada, comprobando como su cercanía volvía a hacer estragos en mi ser. ¿Qué tenía ese hechicero que me hacía tambalear de esa forma?
-Aunque haya sido innecesaria, creo que lo correcto es que le agradezca su ayuda. Si desea tomar una última copa, le invitaré como recompensa por su tiempo.- concluí esperando que no decidiese andar hasta muy lejos, pues dudaba que siquiera pudiese dar un paso sin mostrar la debilidad de mi cuerpo.
Forcejeé como pude de ese fuerte agarre que me tenía inmovilizada con los codos hacia atrás, sacudiéndome en vano hacia ambos lados cuando pude sentir el aliento del inmortal rozando mi cuello, divertido por el hecho de que continuase luchando por liberarme, gesto que me crispó los nervios ¿Acaso se pensaría que era la típica humana que se desiste en luchar por ver su futuro de un negro oscuro? Me revolvería hasta mi último aliento, o tal y como se estaba dando el caso, hasta mi última gota de sangre.
Intenté darle un fuerte golpe en la cara ayudándome de la zona posterior de mi cráneo, echando mi cabeza hacia atrás con un golpe seco, que no obtuvo otro resultado que un punzante dolor que me atravesó el pecho cuando sus colmillos se hincaron más en mi carne. Siseé de dolor y temí desfallecer, pero entonces el otro vampiro optó por hacerse partícipe de nuestra particular fiesta y se aproximó a nosotros.
-No desista tan pronto, señor “voy a intentar intimidarte hasta que te mueras de miedo”.- siseé clavando la mirada en los ensangrentados ojos del inmortal que se detuvo frente a mí, sopesando si sería capaz de sacar la fuerza necesaria para darle una patada en la entrepierna y al menos fastidiarle un rato la existencia, -Tengo ensayado un espectáculo muy entretenido con la lanza de dagas que seguro que es de vuestro interés. Solo tenéis que soltarme y os demuestro..-no pude terminar la frase cuando el inmortal que me tenía sujeta succionó con fuerza al tiempo que pegaba más mi espalda contra él, y mi vista se nubló definitivamente.
Gruñí cuando sus manos recorrieron mi pecho, impotente por ser incapaz si quiera de mantener los ojos abiertos para enfrentar los suyos, para mostrarle que todavía no estaba muerta y que seguía siendo potencialmente peligrosa. Podía sentir como la vida se escapaba por cada gota de sangre succionada por ese vampiro que parecía no saciarse nunca y que provocaba en mí un entumecimiento total de los músculos del cuerpo.
-Si os atrevéis a tocarme un solo pelo, juro que os mataré lentamente para que recordéis mientras estéis en el infierno la agonía que sufristeis cuando una pequeña cazadora consiguió venceros y humillaros de ese modo.- susurré con apenas un hilo de voz, sintiéndome tan débil que temí no poder llevar a cabo mi amenaza y terminar esa misma noche el camino que había emprendido hacía meses.
Mis ojos se cerraron durante unos segundos, quizás minutos, abriéndose de súbito cuando un grito ensordecedor a mis espaldas desgarró la noche y me dejó desubicada durante unos instantes. El agarre que me sostenía cesó de pronto, arrebatándome de todo el sustento que tenía entonces y dejándome caer irremediablemente de rodillas sobre el frío suelo del callejón, apoyando mis manos en éste para no darme de bruces con la cara. Mi captor no tardó en postrarse a mi lado, echándose las manos a la cabeza ante mi total estupefacción. Traté de recordar sin éxito que podía haber cenado esa noche para provocarle al vampiro tal dolor por beberse mi sangre, pero entonces entendí que era lo que estaba sucediendo en realidad.
No fue la grave voz del inmortal que continuaba en pie lo que me hizo salir de mi letargo, sino una palabra que resonó en mi mente como si de un sueño se tratase. Sonreí levemente cuando comprendí que era lo que había sucedido allí; ese hechicero terco y prepotente con el que me había enfrentado en la taberna, no se había marchado tras la aparición de esos tres dejándome a mi suerte, sino que me había salvado de un triste final.
Negué con la cabeza presa de una extraña sensación al saber que estaba a mi lado, sintiéndome a salvo solamente por su presencia mientras se encargaba del vampiro que por su forma de hablar parecía temerle.
Confundida por no saber el motivo que le había empujado a defenderme de esa forma, dirigí mi borrosa mirada hacia el macabro espectáculo que estaba teniendo lugar a escasos metros de donde me encontraba, todavía de rodillas y apoyándome ligeramente sobre mis talones. Era inquietante observar a ese inmortal suplicándole al hechicero, como éste con esa tranquilidad que lo caracterizaba y ese porte poderoso lo sometía a su antojo con una simple cruz y terminaba con su vida con la estaca que recogía del suelo.
-Puedo levantarme perfectamente sin ayuda, igual que podría haber terminado yo sola con la vida de esos desgraciados sin necesidad de que interviniese.- refunfuñé ayudándome de la pared para ponerme en pie a duras penas, débil y dolorida por el esfuerzo.
Me di la vuelta para enfrentar su azulada mirada, comprobando como su cercanía volvía a hacer estragos en mi ser. ¿Qué tenía ese hechicero que me hacía tambalear de esa forma?
-Aunque haya sido innecesaria, creo que lo correcto es que le agradezca su ayuda. Si desea tomar una última copa, le invitaré como recompensa por su tiempo.- concluí esperando que no decidiese andar hasta muy lejos, pues dudaba que siquiera pudiese dar un paso sin mostrar la debilidad de mi cuerpo.
Maggie Craig- Cazador Clase Media
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Re: Qué guardas en la chistera [Privado]
El orgullo de esa cazadora no dejaba de sorprenderme. Estaba herida y prácticamente desangrada, y se empeñaba en fingir fortaleza delante de mí. Esos vampiros la hubieran hecho puré de no haber sido por mi intervención y ella lo menospreciaba, invitándome a una copa por mi "tiempo". Me dieron ganas de reírme a carcajadas y eso me extrañó, ya que pocas veces lo hacía sin esa tonalidad irónica y cínica que me caracterizaba. Esa maldita cazadora estaba resultando ser más interesante de lo que había previsto.
En vez de reírme le dirigí una enigmática media sonrisa y meneé la cabeza en señal de contrariedad, sin perder el toque burlón.
- Sí, se te veía muy capaz cuando estabas inmovilizada y a punto de desangrarte. ¿Tendría que haber dejado entonces que ese matón te tocara antes de dejarte seca? Lo tendré en cuenta para la próxima vez.
Me percaté entonces de la herida en su hombro, que sangraba profusamente. Chasqueé la lengua y me quité la gabardina algo reticente, más conmigo mismo que con ella, por sentir el impulso de ayudarla cuando lo normal hubiera sido haberme marchado de allí y estar a esas alturas en mi habitación con una taza de café.
Arranqué sin previo aviso la manga izquierda de mi camisa negra, dejando al descubierto mi brazo tatuado con motivos celtas y llamas sinuosas que lo recorrían. Sin esperar a que se quejara, hice una especie de torniquete en su hombro y le puse mi gabardina por los hombros. Con la cantidad de sangre que parecía haber perdido, su temperatura corporal había bajado y ni siquiera podría dar unos pasos sin tambalearse, aún menos pedir copas como pretendía o regresar a donde demonios viviese. Resoplé, enfrentado conmigo mismo por lo que estaba a punto de hacer.
Rodeé su cintura con un brazo. Noté su pequeño cuerpo frío y sin mucha resistencia a mi paso, lo que demostraba lo débil que se encontraba. Si no la llevaba a algún sitio cálido y paraba la hemorragia, no tardaría en desangrarse por muy cazadora que fuera.
No le di tiempo a revolverse. La miré con mis ojos de hielo y puse la mano que no tenía en su cintura en su frente, extendida y cubriéndole los ojos. Invoqué mi poder y susurré: "Somnia."
Maggie cayó inconsciente contra mi cuerpo, sumida en un profundo sueño al que le había sometido con aquel hechizo. La cogí en brazos y eché a andar en la fría noche de invierno que me auguraba aquella cloaca que era París.
Llegué a mi habitación poco después. La chimenea estaba encendida y el contraste de temperatura me hizo estremecerme. Dejé a la cazadora dormida sobre la cama que había en el cuarto, y retirando mi gabardina examiné su herida. Aquel matón se había ensañado bien. La desinfecté con alcohol y suturé los extremos con sumo cuidado, no era la primera vez que lo hacía ni sería la última. Le realicé un vendaje experto en el hombro cruzándoselo por el costado y la metí en la cama para que cogiera calor. Con otro chasquido de dedos disipé el hechizo del sueño y dejé que se fuera despertando lentamente después de quitarle las botas y el cinturón repelto de estacas y dagas. Dejé todas sus armas en la pared de enfrente y me senté en la silla que había cerca, apoyando las piernas cruzadas en la mesa y disfrutando de un café caliente. Me quedé observando con intriga a la cazadora, me daba la impresión de que no se iba a tomar bien el hecho de despertarse en mi habitación.
En vez de reírme le dirigí una enigmática media sonrisa y meneé la cabeza en señal de contrariedad, sin perder el toque burlón.
- Sí, se te veía muy capaz cuando estabas inmovilizada y a punto de desangrarte. ¿Tendría que haber dejado entonces que ese matón te tocara antes de dejarte seca? Lo tendré en cuenta para la próxima vez.
Me percaté entonces de la herida en su hombro, que sangraba profusamente. Chasqueé la lengua y me quité la gabardina algo reticente, más conmigo mismo que con ella, por sentir el impulso de ayudarla cuando lo normal hubiera sido haberme marchado de allí y estar a esas alturas en mi habitación con una taza de café.
Arranqué sin previo aviso la manga izquierda de mi camisa negra, dejando al descubierto mi brazo tatuado con motivos celtas y llamas sinuosas que lo recorrían. Sin esperar a que se quejara, hice una especie de torniquete en su hombro y le puse mi gabardina por los hombros. Con la cantidad de sangre que parecía haber perdido, su temperatura corporal había bajado y ni siquiera podría dar unos pasos sin tambalearse, aún menos pedir copas como pretendía o regresar a donde demonios viviese. Resoplé, enfrentado conmigo mismo por lo que estaba a punto de hacer.
Rodeé su cintura con un brazo. Noté su pequeño cuerpo frío y sin mucha resistencia a mi paso, lo que demostraba lo débil que se encontraba. Si no la llevaba a algún sitio cálido y paraba la hemorragia, no tardaría en desangrarse por muy cazadora que fuera.
No le di tiempo a revolverse. La miré con mis ojos de hielo y puse la mano que no tenía en su cintura en su frente, extendida y cubriéndole los ojos. Invoqué mi poder y susurré: "Somnia."
Maggie cayó inconsciente contra mi cuerpo, sumida en un profundo sueño al que le había sometido con aquel hechizo. La cogí en brazos y eché a andar en la fría noche de invierno que me auguraba aquella cloaca que era París.
Llegué a mi habitación poco después. La chimenea estaba encendida y el contraste de temperatura me hizo estremecerme. Dejé a la cazadora dormida sobre la cama que había en el cuarto, y retirando mi gabardina examiné su herida. Aquel matón se había ensañado bien. La desinfecté con alcohol y suturé los extremos con sumo cuidado, no era la primera vez que lo hacía ni sería la última. Le realicé un vendaje experto en el hombro cruzándoselo por el costado y la metí en la cama para que cogiera calor. Con otro chasquido de dedos disipé el hechizo del sueño y dejé que se fuera despertando lentamente después de quitarle las botas y el cinturón repelto de estacas y dagas. Dejé todas sus armas en la pared de enfrente y me senté en la silla que había cerca, apoyando las piernas cruzadas en la mesa y disfrutando de un café caliente. Me quedé observando con intriga a la cazadora, me daba la impresión de que no se iba a tomar bien el hecho de despertarse en mi habitación.
Stein Ackerman- Hechicero Clase Media
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Re: Qué guardas en la chistera [Privado]
Un par de tambaleantes pasos hacia el lugar donde Stein se había detenido, fue todo lo que pude avanzar antes de tener que pararme a tomar aire cuando sentí un leve mareo, esperando así evitar desmayarme delante del hechicero y quedar en evidencia. Espera, ¿desde cuándo me importaba lo que pensasen los demás de mí? ¿Y más ese arrogante brujo de hechizantes ojos azules? Resoplé confundida por el extraño rumbo que estaban tomando mis pensamientos esa noche, culpando de ello a la falta de sangre en mi organismo provocada por el mordisco de ese maldito vampiro
-Espero sinceramente que no haya una próxima vez entre nosotros, señor Ackerman. Por estar pendiente de vos esos inmortales han estado a punto de convertirme en su cena. – respondí altiva, sopesando si sería capaz de dar otro paso más hacia donde quisiera que fuésemos. Era incapaz de mover el brazo y cada vez que tomaba aire todo mi cuerpo se estremecía. El golpe contra el muro del callejón debía haberme lastimado alguna costilla por el punzante dolor que atravesaba mi pecho solo por respirar. Llegar a mi habitación del hostal sería un suplicio, y eso si llegaba.
Incliné la cabeza incrédula cuando comenzó a despojarse de su gabardina en silencio tras mirarme fijamente. Hacía un frío de mil demonios, y ese hombre se quitaba la ropa como si de una noche estival se tratase. A sus cualidades de egocéntrico y sociópata, había que sumarle ahora desequilibrado. Sin duda un espécimen digno de investigar.
Suspiré involuntariamente cuando pude apreciar la tonicidad de su cuerpo a través de esa fina camisa negra entallada, donde podían notarse sus delineados músculos. Sentí como una suave calidez embargaba mi cuerpo y la boca se me secaba. ¿Tendría fiebre por el mordisco? Sería la primera vez que tras ser mordida me daba fiebre, pero no encontraba otra explicación a ese calor repentino.
Pero si lo que acababa de hacer el brujo con su gabardina me había desconcertado, lo que hizo a continuación con su camisa me dejó estupefacta. Se arrancó de un tirón la manga de ésta, mientras de mis labios se escapaba un inaudible jadeo cuando vi el tatuaje que había llamado mi atención en el interior de la taberna, incapaz de evitar que mis ojos lo recorriesen hasta que se escondía de nuevo bajo la prenda.
Cuando volví a la realidad de nuevo, lo vi acercarse para poner la tela arrancada sobre mi hombro herido, mirándolo desconcertada durante unos segundos al sentir sus manos volando sobre mi brazo para concluir en un provisional torniquete. ¿Me salvaba la vida y luego me curaba las heridas? Algo se me escapaba, pero no sabía el qué.- ¿Quién le ha dado permiso para tocarme? – elevé la ceja cuando colocó su gabardina sobre mis hombros y rodeó mi cintura con su brazo. Muchas confianzas se estaba tomando ese hechicero del demonio.
Nuestros cuerpos estaban peligrosamente juntos y mis nervios a flor de piel terminarían por traicionarme tarde o temprano. El calor de su cuerpo pegado al mío me envolvió en un cálida sensación de bienestar, en la que mi corazón latía como el de un cervatillo asustado. Pero una vez más la contradicción hizo gala en mi persona y frunciendo el ceño lo miré, hablándole con tono irónico.- ¿No estará pensando que pienso agradecerle su intervención de otra forma? No le dejaría que me tocase ni con un palo.- sentencié demasiado cerca de su rostro, cuando sin previo aviso, murmuró otra palabreja extraña y perdí el conocimiento por completo.
No me aventuraría a decir cuanto tiempo había pasado en ese estado, solo que retomé la consciencia sintiendo un dolor punzante en el hombro. Estaba acostada, de eso no me cabía la menor duda, y por extraño que pareciese me encontraba bastante bien. El húmedo frío que me había calado hasta los huesos había desaparecido y una manta me cubría por completo. Sin abrir todavía los ojos me acurruqué con una sonrisa en los labios, tirando de aquella manta hacia arriba para taparme hasta las orejas y seguir durmiendo un ratito más en esa mullida cama en la que estaba. Había sido una noche complicada y me merecía con creces descansar hasta el medio día. ¿Había dicho cama? Como si un resorte me empujase, me levanté de golpe, recordando cuando la herida del hombro me dio un latigazo porque tenía que tomarme las cosas con más calma.
Miré alrededor confundida al encontrarme en una habitación que desconocía, con el hombro curado y perfectamente inmovilizado, sin botas ni armas. ¿Qué había pasado allí? Entonces me encontré con su penetrante mirada, que se clavaba en la mía desde un asiento cercano. Fue en ese momento cuando vi en mi mente el último recuerdo con el hechicero, y me levanté encolerizada para enfrentarme a él.
-¿Pero quién se ha creído que es para hacer conmigo lo que le plazca?- grité frente a él, que parecía impasible ante mi locura transitoria que solo él había provocado.- Le digo que no dejaría que me tocase ni con un palo, ¿y me trae a su habitación? Espero por su bien que no haya sido tan ruin como para aprovecharse de mí mientras estaba inconsciente, puesto que en este caso dejaré de cazar inmortales y me centraré únicamente en daros caza a vos.- busqué con la mirada las botas y el cinturón que antes de desmayarme estaban sujetos a mi cuerpo, para encontrarlos rápidamente en la pared del fondo. Acudí hasta allí para devolverlos a su sitio y salir de allí cuanto antes.
-Y dígame, ¿qué le hace diferente de esos monstruos por los que vine a solicitar su ayuda? Absolutamente nada. Todos toman las cosas como les viene en gana sin tener en cuenta la voluntad de los demás.- continué con mi particular soniloquio cargado de rabia mientras me calzaba y colocaba el cinturón sobre mis caderas.
Lo peor de todo es que no me molestaba que se hubiese comportado así conmigo, sino todo lo contrario. Tras ese gesto de protegerme en el callejón para después asegurarse de que saldría con vida aquella noche llevándome a su casa y curando mis heridas, algo había cambiado en mi interior. Aparte de rabia e impotencia por sentirme una marioneta una vez más, había otro sentimiento que no atinaba a clasificar.
-Maldigo el momento en que se me ocurrió buscar su ayuda.- me acerqué de nuevo a él, tiritando presa de tanta contradicción cuando el hechicero se encontraba tan próximo a mí. Con un bufido indignado, o eso me pareció a mí, dirigí mis pasos hacia la puerta. Giré el pomo con la intención de salir, pero cuando estaba a punto de abandonar a ese brujo para siempre me detuve.- Gracias.- susurré con un tono de voz bien distinto del utilizado hasta ahora con él, cerrando después la puerta tras de mí. Me quedé paralizada durante unos segundos, con una extraña sensación de vacío en el pecho, retomando después el camino hacia mi hostal, donde pensaba dormir una semana seguida, olvidándome de momento de buscar ayuda de ningún hechicero.
-Espero sinceramente que no haya una próxima vez entre nosotros, señor Ackerman. Por estar pendiente de vos esos inmortales han estado a punto de convertirme en su cena. – respondí altiva, sopesando si sería capaz de dar otro paso más hacia donde quisiera que fuésemos. Era incapaz de mover el brazo y cada vez que tomaba aire todo mi cuerpo se estremecía. El golpe contra el muro del callejón debía haberme lastimado alguna costilla por el punzante dolor que atravesaba mi pecho solo por respirar. Llegar a mi habitación del hostal sería un suplicio, y eso si llegaba.
Incliné la cabeza incrédula cuando comenzó a despojarse de su gabardina en silencio tras mirarme fijamente. Hacía un frío de mil demonios, y ese hombre se quitaba la ropa como si de una noche estival se tratase. A sus cualidades de egocéntrico y sociópata, había que sumarle ahora desequilibrado. Sin duda un espécimen digno de investigar.
Suspiré involuntariamente cuando pude apreciar la tonicidad de su cuerpo a través de esa fina camisa negra entallada, donde podían notarse sus delineados músculos. Sentí como una suave calidez embargaba mi cuerpo y la boca se me secaba. ¿Tendría fiebre por el mordisco? Sería la primera vez que tras ser mordida me daba fiebre, pero no encontraba otra explicación a ese calor repentino.
Pero si lo que acababa de hacer el brujo con su gabardina me había desconcertado, lo que hizo a continuación con su camisa me dejó estupefacta. Se arrancó de un tirón la manga de ésta, mientras de mis labios se escapaba un inaudible jadeo cuando vi el tatuaje que había llamado mi atención en el interior de la taberna, incapaz de evitar que mis ojos lo recorriesen hasta que se escondía de nuevo bajo la prenda.
Cuando volví a la realidad de nuevo, lo vi acercarse para poner la tela arrancada sobre mi hombro herido, mirándolo desconcertada durante unos segundos al sentir sus manos volando sobre mi brazo para concluir en un provisional torniquete. ¿Me salvaba la vida y luego me curaba las heridas? Algo se me escapaba, pero no sabía el qué.- ¿Quién le ha dado permiso para tocarme? – elevé la ceja cuando colocó su gabardina sobre mis hombros y rodeó mi cintura con su brazo. Muchas confianzas se estaba tomando ese hechicero del demonio.
Nuestros cuerpos estaban peligrosamente juntos y mis nervios a flor de piel terminarían por traicionarme tarde o temprano. El calor de su cuerpo pegado al mío me envolvió en un cálida sensación de bienestar, en la que mi corazón latía como el de un cervatillo asustado. Pero una vez más la contradicción hizo gala en mi persona y frunciendo el ceño lo miré, hablándole con tono irónico.- ¿No estará pensando que pienso agradecerle su intervención de otra forma? No le dejaría que me tocase ni con un palo.- sentencié demasiado cerca de su rostro, cuando sin previo aviso, murmuró otra palabreja extraña y perdí el conocimiento por completo.
No me aventuraría a decir cuanto tiempo había pasado en ese estado, solo que retomé la consciencia sintiendo un dolor punzante en el hombro. Estaba acostada, de eso no me cabía la menor duda, y por extraño que pareciese me encontraba bastante bien. El húmedo frío que me había calado hasta los huesos había desaparecido y una manta me cubría por completo. Sin abrir todavía los ojos me acurruqué con una sonrisa en los labios, tirando de aquella manta hacia arriba para taparme hasta las orejas y seguir durmiendo un ratito más en esa mullida cama en la que estaba. Había sido una noche complicada y me merecía con creces descansar hasta el medio día. ¿Había dicho cama? Como si un resorte me empujase, me levanté de golpe, recordando cuando la herida del hombro me dio un latigazo porque tenía que tomarme las cosas con más calma.
Miré alrededor confundida al encontrarme en una habitación que desconocía, con el hombro curado y perfectamente inmovilizado, sin botas ni armas. ¿Qué había pasado allí? Entonces me encontré con su penetrante mirada, que se clavaba en la mía desde un asiento cercano. Fue en ese momento cuando vi en mi mente el último recuerdo con el hechicero, y me levanté encolerizada para enfrentarme a él.
-¿Pero quién se ha creído que es para hacer conmigo lo que le plazca?- grité frente a él, que parecía impasible ante mi locura transitoria que solo él había provocado.- Le digo que no dejaría que me tocase ni con un palo, ¿y me trae a su habitación? Espero por su bien que no haya sido tan ruin como para aprovecharse de mí mientras estaba inconsciente, puesto que en este caso dejaré de cazar inmortales y me centraré únicamente en daros caza a vos.- busqué con la mirada las botas y el cinturón que antes de desmayarme estaban sujetos a mi cuerpo, para encontrarlos rápidamente en la pared del fondo. Acudí hasta allí para devolverlos a su sitio y salir de allí cuanto antes.
-Y dígame, ¿qué le hace diferente de esos monstruos por los que vine a solicitar su ayuda? Absolutamente nada. Todos toman las cosas como les viene en gana sin tener en cuenta la voluntad de los demás.- continué con mi particular soniloquio cargado de rabia mientras me calzaba y colocaba el cinturón sobre mis caderas.
Lo peor de todo es que no me molestaba que se hubiese comportado así conmigo, sino todo lo contrario. Tras ese gesto de protegerme en el callejón para después asegurarse de que saldría con vida aquella noche llevándome a su casa y curando mis heridas, algo había cambiado en mi interior. Aparte de rabia e impotencia por sentirme una marioneta una vez más, había otro sentimiento que no atinaba a clasificar.
-Maldigo el momento en que se me ocurrió buscar su ayuda.- me acerqué de nuevo a él, tiritando presa de tanta contradicción cuando el hechicero se encontraba tan próximo a mí. Con un bufido indignado, o eso me pareció a mí, dirigí mis pasos hacia la puerta. Giré el pomo con la intención de salir, pero cuando estaba a punto de abandonar a ese brujo para siempre me detuve.- Gracias.- susurré con un tono de voz bien distinto del utilizado hasta ahora con él, cerrando después la puerta tras de mí. Me quedé paralizada durante unos segundos, con una extraña sensación de vacío en el pecho, retomando después el camino hacia mi hostal, donde pensaba dormir una semana seguida, olvidándome de momento de buscar ayuda de ningún hechicero.
Maggie Craig- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 13/11/2016
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