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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Radu V. Rosenthal Jue Dic 29, 2016 12:23 am

ADVERTENCIA
Este tema presenta contenido +18. Si se desea leer, será bajo su responsabilidad; las partes involucradas manifiestan pleno consentimiento sobre los temas aquí tratados y reconocen que este contenido se rige en el marco exclusivo de la ficción.




Lieber bruder, despise me
Cuerpo, tiempo y alma de mi propiedad, ¿quién les gobierna si no me  pertenezco?

Cinco campanadas. Una, imprevista; dos, predecible; tres, sacrosanta; cuatro, un consuelo; la quinta, definitiva. Y silencio. La catedral que arropaban las calles aledañas había dado su veredicto y a las cinco de la tarde Radu aguardaba. Las agujas del reloj de pared se deslizaban a su antojo sobre la elíptica pista de baile a la que los hombres las habían subyugado, pero no existía compasión para los quejidos del segundero que paso a paso rendía tributo al transcurrir del tiempo.
El joven ya conocía de memoria el patrón de grietas que surcaba el roble del que se había extirpado la puerta, tantas veces había escrutado el bronce pulido que, habiendo hurtado la gracia de la begonia, envejecía jactándose de su función de picaporte. Era tarde, Bertok iba tarde y cuando él era impuntual Radu se exasperaba; todo se convertía en un fastidio, las cadenas rasguñando el suelo, el hedor a jazmines que brotaba de la frazada, su reflejo en el espejo del tocador, la silueta de un hombre sometido a la espera, arraigado a las paredes mediante una horda de hierro fundido.

Contemplar la única ventana del dormitorio se había convertido en su nueva afición, como si el acoso del sol fuera a menguar con cada instante que él pasara concediéndole su atención y así pudiera, luego, reprochar a su captor por ausentarse hasta el momento en que la luz fuese engullida por la sátira nocturna.
El segundero seguía haciendo alarde de su agonía y la paciencia del lobo enjaulado se evaporaba con cada nuevo manifiesto de ello.
Maldito bastardo –murmuró entre dientes, echando un vistazo al dichoso reloj–, ¿crees que malgastar mi tiempo es el mejor castigo?
Se puso de pie en un instante y comenzó a merodear en círculos por la zona desprovista de mobiliario que aportaba la habitación, tan lejos como las cadenas le permitían explayarse.
Joder, joder, ¡joder! –cerró el puño y arremetió contra el muro, provocando que el reloj y sus lamentos se hicieran añicos y aterrizaran sobre el suelo, plagándolo con desagradables residuos de cristal.
Jalar de sus esposas era un vano cometido, pero la furia que se arremolinaba en sus entrañas le llevó a intentarlo un par de veces. Cuando no era cautivo de las mazmorras le confinaban en aquella habitación, apenas dotada de inaccesibles y angostas ventanas, cuya única funcionalidad era la de delatar los dominios del día y la extensión de la noche, y una puerta impenetrable de madera maciza, que sin su correspondiente llave no era más que un trozo adicional de muro; y, claro estaba, las cadenas, infaltables alhajas que concedían a sus muñecas y tobillos el más funesto encanto de sumisión. Le tachaban de bestia –no negaba ser una–, pero más aún, de propiedad y ese ínfimo detalle le irritaba de sobremanera.

Ya no perduraba el perturbador tictac de las horas, pero el silencio constituía un ruido aún más irritante. La ausencia de distracciones le recordaba que no se pertenecía, que estaba a merced de un traidor y abusivo, un soberbio conde de la lujuria y él, manzanita tentadora, era el bocado preferido, un manjar que, curiosamente, disfrutaba de ser engullido. Pero no era propiedad de nadie, no, eso le gustaba inculcarse y así era seducido por el errar del destino que le conducía a infortunios con sus despreciables consecuencias. Entonces Radu no era más que un esclavo portador de la última palabra –él era consciente de ello, y cuán desdichado su captor cuando asistiera a su juicio–, limitado a los caprichos de un hermano mayor que no se privaba de nada, quitándole a él todo su libre albedrío. Claro, cuando no era cautivo de la mazmorras ni le confinaban en aquella habitación, paseaba encadenado a su «amo» cual perro de exhibición. Irónico, pero tristemente cierto.

¡Excelente! A raíz de su pasional disputa con el reloj, había perdido la posibilidad de conocer la hora. Bufó con furia y se aproximó a tan escasa distancia de la puerta como sus grilletes le permitieron.
¡Bertok! ¡¡Bertok!! ¡Déjate de idioteces y ven de una jodida vez! –su hermano le estaba fastidiando de aquella forma porque, según su veredicto «había faltado al pacto»; ahora resultaba ser que no solo había accedido a ir esposado y siguiéndole los pasos de forma literal, sino que también debía serle devoto en todo cuanto envolviera a su cuerpo e interacción con los demás. El día en que se le permitía merodear a gusto por la ciudad había sido vetado la semana anterior como reprimenda y, esta vez, se retrasaba con el horario.
El odio que le infundía su hermano se acrecentaba con cada capricho que éste tomaba a su antojo, le daría cinco minutos, si no se dignaba a aparecer entonces, se encargaría de recordarle por qué era que le encadenaban a las paredes.


Última edición por Radu V. Rosenthal el Mar Ene 31, 2017 8:17 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Sokolović Rosenthal Jue Ene 12, 2017 6:24 pm

Tic, tac, tic, tac, se estaban yendo los segunderos con una rapidez, concluyendo el tiempo de encerramiento de su hermano, este no hacía más que provocarle, empeñándose a enfurecer a la bestia; yendo a la contraria de las reglas impuesta por el Conde, las órdenes que como hermano le exigió, pero era de saberse que de acuerdo no este, mas, ¿qué otra opción le quedaba? Nunca lo iba a liberar, siempre lo mantendrá bajo las ataduras de las cadenas, obligándolo a estar a su lado, hasta que lo pactado se lleve a cabo, pero se nota que ansía ya el momento, en sus pupilas puede percibir como quiere matarlo. Pero a causa de sus juegos estúpidos, el retarlo, el faltar a sus advertencias le impuso un nuevo tiempo para que aprendiera a seguirlo, a obedecerlo, ya que cada dia, cada noveno dia, lo liberaba, le brindaba una especie de libertad, pero esta vez, le iba a dar más tiempo en su prisión para que se acordara de él, de que no debe ser un malcriado. Que el cariño que le profesa, no será de cumplir caprichos ni dejar que le ofenda, al contrario por ser él, su hermano. Le debía todo, asumir las consecuencias a su mal comportamiento. Que no le importaba que sus muñecas, ni que sus tobillos como el cuello estuviesen heridos por las cadenas de las cuales tira para deshacerse de ellas, estaban diseñadas para en realidad apresar a una peligrosa bestia, tan salvaje que traten de romperlas, les era imposible, y peor, si de un licántropo se tratara, era letal el veneno que se esconden de estas si logran destrozarlas. Ni que el escándalo en la mansión perdure, disfruta interpretar esa melodía brutal, el goce de que le ponía furioso, pues tiende a desear domarlo, ese maldito deseo que cada vez que lo observa le invade. Provocando aún más, quería ver que tan resistente era, el ver si era capaz de seguir gritando, maldiciendo y alocándose en ese cuarto que pronto le quitara la comodidad, ya que era lo que se estaba ganando, le complació con una ventana al menos en el cuarto, un alcoba donde su templo yazca, y decorado como a sus gustos demandaron, más, estaba a punto de perder eso con sus actitudes, era un alcoba sumamente majestuosa para un animal como él.  

Aumentó el ritmo de una música siniestra, melodías perturbadoras y energéticas de un piano, armonías de algo imposible, de un escape que jamás llegara, pues oscuramente son desgarradas de las teclas, invitando a Vasska, a ver su propio fin si seguía de escandaloso, podía imitar sus ruidos, regresarlos si eso quería, su rebeldía era el réquiem perfecto y danzante para seguir luchando en ese guerra de ruidos, mueve sus manos como un endemoniado, regocijándose de una burla, y pensar que él tiene su muerte y salvación, era peor que una befa. Pero era momento de iniciar el caos, domarlo que desafino al golpear la base del piano, escuchándose una grave nota donde todo estaba perdido, una destrucción en el cinismo cuando se convierte, anunciando que las tinieblas llegaron y el Conde de su escondite salió.

Alzándose del banco, vaya manera del letargo adquirido, camina, resonando sus pisadas, con el perfil recto, como la figura de un padre molesto para educar a su hijo, como la de un amante enfadado porque su mujer no le da lo que quiere. Así de esa forma sube las escaleras, en ello solo hay congoja, luto, destrucción, daño, y placer. Prohibido que la servidumbre pisara ese lugar, demandó que nadie, exclusivamente nadie se acercara  o serían castigados, y era muy perverso en ese sentido por lo que los criados atendía a sus peticiones, nadie le traicionaba, le eran fieles pues con amenazas se aprendió a educarlos de esa manera. Una que comenzará con Vasska, no aprende de lo que le hace, parece como si le gustara ser castigados por su mano. Y tomo la perilla, girándola al mismo tiempo en que iba empujando. Abriéndose la puerta que se adentra, ahí estaba, con esa mirada monstruosa, decorando su pocilga en demolición, destrozadas por su rabia, a unos pasos de él, negando, desaprobando todo su accionar, como sus palabras. Acercándose, no temía a su bestialidad, su preponderancia le hizo tomarlo de su cuello, apretujándolo como si fuese una diminuta cosa. — ¿Que tanto alardeas? ¿Quieres en verdad gritar? te hare gritar… — ¿Que podía hacer él en esa condición? Nada, aunque no lo quería encadenado, si era cierto que se aprovecha de las debilidades pero no en un acto de cobardía, por lo que lo arrojó a su catre —su cómoda cama, pero ¿por qué decir una cama si era realmente la de un perro? — No tenía intenciones de agredirlo, pero su ostentoso carácter le purga, le hace perder los estribos y cambia sus planes. No le interesa que su traje sea destruido, pelearía una vez con él, ya que eso quiere y se lo dará. — Vamos, empieza a ladrar, mueve esa puta cola para ver si te quito las cadenas o es que, ¿ya te gusto ser mi mascota? porque al parecer ya estás acostumbrando a tu cuerpo a que me reciba como me gusta; exudado, alterado, y servil para mis apetitos. — se mantuvo de pie, frente a su oponente, arrebatándose la corbata, desabrochando los primeros botones de la camisa, que espero a su actuación. — ¿Crees que te liberare?, ¿crees que tomas las decisiones bajo tu voluntad? Déjame aclararte algo... Eres un títere de esta farsa creación humana, y danzas elocuentemente al ritmo de mi urbe. ¿Por qué? Porque eres débil, y me lo has demostrado. —, miró a su alrededor, esbozando una sonrisa y negando al mismo tiempo. — ¿quieres que retire los privilegios que tienes? ¿Qué te trate como un verdadero perro? ¿Eso quieres? porque estas a punto de que te ponga en cuatro patas. —saltó sobre él pues permanecía en la cama, imitando a un perro rabioso, más bien a él, con una descares incontrolable. Mostrando los colmillos y sujetando sus muñecas, mientras hace presión con el propio peso en su bulto. — ¿Crees que es un juego? ¿Seguirás quejándote?... Hazlo aún tengo mucho por ver, húndete, sufre, destrúyeme, finalmente es lo que mejor sabemos hacer, pero no causes lastima, no se te ocurra pedir ayuda, ni supliques compasión, si lo haces te iré destruyendo yo mismo. Te llevare al borde de la decadencia y te dejare caer. Que solo te aferraras a esta realidad, así que obedéceme, no pierdas tiempo ya, —y el track del seguro resonó, se abrió el grillete tras poner la llave y girarla, liberando una de sus manos, haciendo lo mismo con la otra, dándole oportunidad para que se defienda, ataque ya que jamás cambiará, esa era su naturaleza.

Ladeando el rostro, olfateando un lado de su rostro, muy cerca de su oreja y cabellos, era sorprendente la manera en la que actúa, ronroneando para mostrarle como es que debía hacerlo. Para después tirar de sus cabellos al entrelazar los dedos en estos. — Aun no veo que muevas ese maldito trasero, hazlo, o ¿que estas esperando? ¿que te motive a que lo hagas?—se alzó con agilidad, recorriendo las falanges directo a su cuello, presionando este sin moverse del grosor de su pelvis. Ya que resulta placentero y erótico amaestrarlo, es un aliado del peligro, ansía demasiado lo que este puede generar.


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Mensaje por Radu V. Rosenthal Dom Ene 15, 2017 8:11 pm





Lieber bruder, despise me
Devuelve ese suspiro que hurtaste a los muertos y prueba mi aliento sin mediadores.

¡Ah!, cuán satisfactorio resonaba en sus oídos el indicio de los pasos aproximándose hacia su habitación. Nadie además de su hermano le frecuentaba en su cautiverio, y aunque se tratara de una oportuna excepción, por la cual algún sirviente portara la orden de atenderle en privado, la prepotencia del andar no podía pertenecer a otro que no fuera su conde impostor.
Aguardó colérico a que la puerta se abriera, introduciendo en sus dominios al dueño de la llave que encajaba en sus cerrojos. El semblante del recién llegado era la más sublime ilustración de la impaciencia y el rencor, no demoró demasiado en asirle por el cuello, en un intento por remarcar la identidad de aquel que llevaba el control de la situación. En éste como en tantos otros episodios, los arrebatos del vampiro se escoltaban de vanidosos discursos; pero las palabras del mayor eran un eslabón habitual en el juego de ambas bestias y generaban en Radu, no el temor que perseguían, sino un profundo deseo de volarle los sesos.

Su repentino aterrizaje sobre el lecho distaba de consumarse con entrañable gracia, pero lo prefería a las incontables ocasiones en que había sido arrojado contra los muros. El monólogo de su hermano no era más que un repugnante hilado de provocaciones en las que, jactándose de su indiscutible liderazgo, pretendía humillarle; el lobo se limitaba a clavarle la mirada con altivez, invitándole a cerrar la boca de una buena vez y dar lugar al creciente deseo que centelleaba en sus ojos.
Acomodó su cuerpo sobre la superficie mullida del colchón, conservando la altura del torso con cimiento en sus brazos; no estaba sometiéndose, no, simplemente afiliándose al partido de Bertok. Aquel se comportaba como un desquiciado, no lograba concebir el odio que le infundía su propio hermano; su grosera anatomía destilaba el aroma de perfumes variados, uno más pestilente que el otro, conformando una nauseabunda amalgama que estorbaba al respirar.
Verse presa de tan robusta complexión no era algo que le fuera ignorado, de hecho, tampoco un factor de su desagrado; detestaba sentirse incitado por el autor en potencia de todos sus disgustos, que un traidor y desertor practicara en él sus morbosas preferencias, expulsara en su oído el aliento que hurtaba al destino sin derecho ni legitimidad. En resumen de cuentas, le odiaba con devoción; pero al mismo tiempo le deseaba obsesivamente, jugar a encontrarse en la palma de su mano, hacerle creer que unas cadenas bastaban para mantenerlo cautivo, a su lado, fastidiarle para ser el único ser viviente en el que cosechar interés. El sabueso leal a su amo, primero en propinar la mordida cuando éste le diera la espalda.

Tan pronto como la plata se desprendió de sus muñecas, las llagas comenzaron a hervir para sanar; Radu se recostó con parsimonia, abriéndose espacio entre las sábanas con un perezoso desperezarse. La insistente provocación verbal de su hermano, hasta entonces desbaratada por su perseverante silencio, concluyó de una vez y el lobo hizo buen empleo de su obtenida libertad para extender la diestra y aferrar con rudeza la mandíbula del vampiro; le obligó a aproximarse hasta su rostro, en constante amenaza de su intensa mirada.
¿Desde cuándo exiges mi colaboración, hermanito? ¿Es que acaso se te olvida esa costumbre de siempre tomar cuanto te viene en gana sin permiso?, –le espetó entre dientes, ejerciendo mayor presión en el agarre–. ¿Cuándo has visto que infundiera lástima, en qué momento clamé por ayuda o supliqué compasión? ¿Será que moverte entre tantos cristianos te ha convertido en el buen padre que recibe a su hijo pródigo? ¡Bastardo! –Gruñó a la par del grito, jalando más hacia sí el semblante ajeno. De inmediato lo desvió hacia su cuello y alojó sus labios a escasos milímetros de su oído.
Me fascina, me enloqueces –murmuró, sonriente–. Crees que lo tienes todo bajo control, que bastarán las cadenas para retenerme aquí, que posees lo absoluto y nada ni nadie podrá suponer una piedra en tu camino.
»¿Pero en qué momento todo esto dejó de ser un juego? Nunca accedí a que fueras el titiritero, mucho menos a que me trataras de marioneta; simplemente me divierto haciendo lo que quieres pero privándote de lo que anhelas.
–Exhaló un suspiro sobre la piel y clavó los dientes en el carnoso lóbulo.
Me subestimas, Bertok, y no me encanta que lo hagas; ¿o vas a negarme que soy tu agujero preferido? El único al que regresas una y otra vez, con la consciencia pútrida si es que aún te queda. Sabes lo bien que te conozco, que me mantienes encadenado y por ello siempre podrás encontrarme.
»Porque te conozco es que te detesto, que jamás lograrás obtener de mí lo que deseas sino lo que yo esté dispuesto a darte. ¿Es por eso que me haces enfadar? ¿Aún eres un chiquillo consentido que se niega a cumplir sus promesas cuando no le gustan las condiciones? Estás tarde, Bertok, es hora de que me dejes salir a pasear, no querrás que me vuelva un fastidio.


Liberó la mandíbula del mayor, deslizando su índice por la longitud del hueso hasta darle fuga por debajo de la barba. Removió el brazo, apartando el ajeno y desprendiéndose la mano del cabello; retiró la cabeza y volvió a dedicarle una intensa y provocadora mirada de hielo. En virtud de sus impulsos, decidió balancear ligeramente su cadera, comprobando la proximidad de la pelvis del conde. Por un instante le apeteció el inconfundible desenlace de los hechos, que le acorralara como a una bestia y le ultrajara con la lascivia que sólo su hermano era capaz de profesar; pero el orgullo se le clavó en las costillas y prefirió perseverar en su actitud preponderante, apostando por la obtención de su noche de autonomía condicionada.


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Mensaje por Sokolović Rosenthal Jue Ene 26, 2017 3:46 pm

Los pedidos de la bestia;

¿Cómo ha llegado en que el dolor deberá de reeducar a un animal? Que el placer sólo se generará en el maltrato, en la humillación, en el desafiante método para que cumplan todas sus expectativas, porque no entiende el licántropo que la única forma que existirá será bajo las órdenes de su Conde, si, su jodido Conde, porque no hay nadie, no existe alguien que proclame suyo a ese animal, solo ese don lo posee Sokolovic, es suyo, le pertenece cada parte que le conforma; el hocico, sus colmillos, su parte animal, su parte humana, sus segmentos, hasta las diminutas partes de un todo, como lo son: sus evocaciones, su libertad, su vida misma. No hay nadie que le corresponda más que al Conde que sea suyo. Le plazca o no, así esté en su contra, en defenderse o pelear por su libertad, siempre buscará la manera de encadenarlo a él, tenían ya una relación compleja que con ningún otro tenían. Porque así como el Conde se jacta de señor de las pasiones, de los vicios y de los placeres que generen satisfacción. A él, a Radu, solo él lo podía tener. Y es la manera en la que se lo demuestra, le educa para que se conserve sólo para él, mostrándole una vida que nadie cambiara, y el pacto en que quedaron, que al final sería matado, era difícil de ejecutar, por lo que lo pacto, sabiéndose de su dificultad para alargar esa conexión. Que por más que le mirase retante, desdeñado, desmembrado por la furia en la que se expresa, en la que reacciona, en la que aguarda para atacar, no le complacería. Que así aumente su deseo de arrancarle la cabeza, este aumentaba para tenerlo. Demostrado tas ir liberando las muñecas, sus heridas se sanaban, como si su físico se quisiera conservar para él, el verse perfecto para morbosearlo, desearlo y quizás, pecar un poco una vez más. Que su cuerpo desafiante, y después, tentador, exponiéndose de la vil manera tranquila para que fuese notorio, observado, examinado, y terminando con desnudarlo con las pupilas. Si, era un enfermo deseo, asqueroso pero el más excitante. Esperando que sus demandas fuesen cumplidas, pero el muy bastardo le sujeto de la mandíbula, obligando a que se acercara a él, era un juego peligroso, ya que por la obstrucción, la presión fundada, expuso sus colmillos, gruñendo, como si de una mordida lo fuese a degollar. Pero, su mano fue la que se desplaza hacia la que le está sujetando, incrustando las garras en su brazo, presionando para apartar su mano. Aún no, debía disfrutar de su fiereza un poco, que el ser llevado a su cuello, joder, como deseaba morderlo, beber de su sangre (un poco, igual no es idiota para morir por esta) que el veneno le calentara, le hiciera hervir por dentro, que la congoja le invadiera para llegar a un aproximado orgasmo, y desquitarse con aquel, pero solo lo deseo, jamás lo ejecutó. Y este aumentaba todo, sus palabras, las mentiras o quizás verdades muy en el fondo que escuchaba, eran conducto de retozar con aquel, como si lo estuviera amenazando con ello reacciona, pues provocarlo, siempre era lo peor, pues esperaban a ser más sometidos que nada. Y ser aquel punto de enfoque, en el que le muerde el lóbulo, explotó, sus irises, se tornaron de un carmín, rojas como la sangre. Hasta que fue suficiente, con fuerza retira ese brazo, obligándolo a liberarle de la mandíbula. Y empleando ambas manos presionando su cuello, ahorcándolo, como si lo matara en ese instante.

— Veo que poco a poco estas aprendiendo a esperar por mí, pero no te equivoques, cuando ordeno algo es porque así se hará. No eres una excepción, estas conociéndome, pero aún no lo suficiente como para intentar engañarme. ¡Ay Vasska!, todo tú me expone la lastima, pides, gritas por ayuda, solo mírate, en tus pupilas lo veo, justo ahora ese brillo. ¡Oh, siento hasta como tu hombría se expone a que le liberen! Dímelo tú, acaso, ¿no soy un perfecto prójimo para ti? Me recibes cuan amena añoranza, debería darte vergüenza, que emplees tus bajos instintos para intentar desafiarme, pero sabes bien que perderás.

Sonreía, su puta sonrisa hacía que el miedo se fundiera en los demás, moviendo la cadera a tremenda provocación, conoce ya el juego, eso le fascina, pero las sorpresas no son algo que le hagan gracia. Jugaba, soltando y apretando de su cuello, mostrándole que para juegos era el mejor. Miró hacia su bulto moviéndose, pero forjando presión, lo toreaba, lo provocaba, la adrenalina le carcomía, la seducción no es problema, el fuego lo llevan ambos. Sus gruñidos solo hacían que enloqueciera más, con él, el control no existía, no en forma personal, ya que para él, sería distinto. Abandonando su cuello, ya rojiza su piel lucía, esperando su ataque.

— ...mmm, deberías decirme algo que no sepa, hasta el endurecerte lo conozco a la perfección. Así como el dominio que tengo hacia ti, eres mío, yo sé cuándo y cómo te usó, hasta la manera en la que te tendré, con o sin cadenas me servirás, nadie y nada puede decir lo contrario. Que aquel que ose desobedecerme la muerte conocerá, no es un juego lo que te estoy diciendo, ni intentes ponerme a prueba, porque te ira mal, así como aquellos que algún día quisieron liberarte, ¿recuerdas? Fue sencillo matarlos, que contigo, será aún mucho más. ¿Qué mierda? Vasska, fuiste el primero en querer que hiciera de las mías, sino, ¿por qué sigues reaccionando con candela a mis pedidos? Desde el primer dia de tu encierro, ya estabas aclamando que lo hiciera, ya lo has dicho, mas, no veo que me prives de lo que en este momento quiero de ti.

En cuanto el dedo que se deslizaba llegando a la barbilla, volvió a tomar sus manos, cuando de la otra le apartó de sus cabellos (ambas, sujetándolo por si se opone a lo que iba a realizar) agachándose, inclinándose hacia su cuerpo, donde libera la lengua y recorre las líneas que contornean sus figura, su abdomen como en pausa a sus pezones, a cada uno, redondeándolos, jugando con estos con la boca, que iba bajando poco a poco, cuando de un balanceo le invitaba a destrozar esas prendas para descubrir más de lo que esconde debajo de su pelvis, que alzó el rostro, ladeándolo cuando sostuvo con ambas manos su pantalón, abriéndolo de un tirón, destrozando hasta la prenda íntima, que lo único que se enfocó, fue en ese falo, un duro falo que pego solo por diversión. (Como un cacheteo por recibimiento)

— Subestimarte es lo menos que hago, pero no, errado estás hermano mío, no eres mi preferido, si no estaría aquí todo el dia jugando contigo, pero como veras, solo cuando eres la última opción vengo, en todo este tiempo mi conciencia está muy tranquila. No te tengo encerrado porque no vaya a encontrarte si lo hice una vez, ¿crees que no lo volvería hacer? , solo piensa, estas así porque así lo quiero, porque así me gusta verte. Oh, ¿me detestas? Y yo que creía que me amabas como a tu único hermano sobreviviente, y en algo estamos de acuerdo, me estás dando lo que quieres darme, eso no es novedoso, mas, acéptalo, sabes que te gusta ser como mi puta. A la que poco a poco se le olvida, y después, solo pides mi atención, así como tu desobediencia, tus groserías, y tus deseos te traicionan. No me conoces si dices aquello, o quizás nunca lo has hecho, Vasska, no te hagas el idiota, que sabes bien que este noveno dia, no saldrás, dime tu porque estoy haciendo esto, como dueño debo hacer que mi mascota me sea fiel.

Enarco la ceja, paseando la palma de la mano en su miembro, seduciéndolo un poco, manoseándolo lascivamente, que idiota que creyera que iba a soltarlo, no, jamás fue su intención, que sin o con el permiso, se inclinó a apoderarse de ese tronco en su boca, comenzando a mamar, oh, pero vaya, no era suave, ni con cuidado, al contrario, sus colmillos rasgaban aquella piel, le torturaba con las manos en esos dídimos, apachurrándolos, agresivamente le trataba, como siempre ha sido su relación, con sangre de por medio, midiéndose porque no terminaría muerto en el acto.


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Mensaje por Radu V. Rosenthal Mar Ene 31, 2017 8:14 pm





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Entre tus brazos mendigo una condena que me aparte de la soledad.

Presa constante. Presa de traición, del abandono, de la soledad, de las cadenas, de aquel par de robustas manos, que se enredaron sobre su cuello con rudeza, obstruyendo sus vías respiratorias, dejándole sin voz y, poco más, sin capacidad de razonar. Sin importar cuánta palabrería elaborase su hermano, ignorando el hecho de que le estaba estrangulando, prevaleció con el desafío impregnado en la mirada, dispuesto a perecer con el ceño fruncido y el odio dibujado en las facciones. Sus pulmones se habían vaciado y ya poco podía hacer para volverlos a hinchar; clavó los dedos en las muñecas de su agresor, sin recelar pizca alguna de brusquedad, no reparando –o quizá promulgando– el daño que le confería.
Aquella sonrisa, tan amplia y espeluznante, era el reflejo de la ausencia de piedad, inexistencia de remordimiento, un manifiesto de la disposición para cometer cualquier atrocidad sin el instinto que inspirara el verse inmutado. Pero Radu no le temía, no era la primera vez que la veía, tampoco sería la última y, aunque su naturaleza debiera inducirle escalofríos, el cuerpo la socavaba, sumiéndose en un estado de éxtasis inmaculado, de deseo inmoral.

Y como si sus poros le hubieran gritado que le recorriese con sus falanges, el vampiro comenzó a explorarle con la lengua –visitarle, si se quiere, pues no eran páramos que no hubiera conocido antes–, el aire ingresó en espasmos hasta su pecho y se sintió desfallecer al volverse nuevamente vivo y consciente, manjar para la bestia de su estirpe. Cerró los ojos y se abandonó al desquicio de las caricias, cada fracción de su anatomía que recibiera el roce del hombre parecía incendiarse, endureciendo el órgano privilegiado con la expresión del placer.
La piel se estremecía víctima de su húmedo aliento, su pecho se endureció al ser introducido en una lasciva danza por la conquista y enredó sus dedos entre las sábanas que escondían su lecho, capaz de despedazarlas en su caprichoso cometido por no poner en manifiesto los indicios del gozo.
Espetó un gruñido en represalia, ser tratado de objeto de dominio le enfurecía hasta la demencia, hacía tiempo que se había hartado de ser un esclavo, un cautivo, una existencia considerada débil y de fácil manipulación, cuando su espíritu se retorcía con desaprobación removiéndole las entrañas. La furia le consumía, cegada por el desorden en que se convertía su cuerpo.
Él se hacía la misma pregunta, ¿por qué era, entonces, que atendía todos los caprichos de su captor? En ese momento se encontraba inmerso en el oleaje de sensaciones que reunía su físico, pero, de haberse detenido a meditarlo con sinceridad y disposición, habría descubierto aquello que se negaba rotundamente a asimilar. Consentía a su hermano porque no podía evitarlo, aun si le resultaba imposible comprenderlo, temía volver a encontrarse en soledad. No iría a reconocerlo, no entonces y posiblemente tampoco en un futuro próximo; pero ser abandonado, que Bertok le diera la espalda, hubiese sido insoportable; se esforzaba constantemente por rechazar esa verdad, por detestar a la fuente de todas sus confusiones, al único que adoraba sin que le diera motivos para hacerlo. Odiarle era la única manera de conservarse fiel a sus principios, de negar que estaba dispuesto a entregarlo todo por conservarlo un segundo más a su lado.

Estaba desnudo, había sido despojado de sus prendas inferiores, y ahora exponía el estandarte irrevocable del complejo deleite que le surtía ser presa de su hermano. Tantas veces había yacido sin vestiduras frente a él, cuando pequeños durante las duchas comunitarias y, desde su reencuentro, en cada ocasión que éste consideraba oportuna para incrustarse en sus profundidades y quebrantar toda fingida compostura. Incluso en ésta, como en tantas otras oportunidades, al saberse descubierto, temía que ese par de ojos sanguinarios escrutaran, no sólo su piel, sino también su alma enjaulada.
¿Cuántos cuerpos habrían yacido bajo el peso de esos lacerantes rubíes? Aseguraba que no era su preferido, sino una puta a la que recurría en últimas instancias, cuán intrigante se hacía el motivo, pues, por el cuál le mantenía con vida bajo ese argumento. Mascota, le llamaba, y aunque su accionar se hallara ligado al hecho de detestar su propia debilidad por el mayor, se negaba a reconocer tal denominación. Él era su juez, el único capaz de brindarle la redención que conlleva la muerte y, frente a su inminencia, debería postrarse el día de la sentencia final.

De un instante al siguiente se vio engullido, cautivo entre las fauces de Bertok. Radu cerró los ojos y presionó los dientes para evitar la emisión de sonido alguno. Su interior resultaba cálido y húmedo, sofocante y sumamente placentero, al menos hasta el instante en que decidió hacer uso de sus colmillos para propiciarle las lesiones que ocasionaban el mayor suplicio a un hombre. Se sumió en una contienda entre el dolor y el gozo, perdiéndose en los confines de la inconsciencia. Al final de cuentas, su hermano sólo pretendía herirle y, transcurridos escasos minutos, se declaró un vencedor.
La agonía le recordó su posición, sus mudas convicciones y lo muy decidido que se encontraba a levantarse en protesta contra su opresor. Incorporó las caderas y cerró sin consideración las piernas alrededor de su rostro, comenzando a presionarle la mandíbula, propiciándole el daño necesario para que finalmente abandonara su intensiva actividad y dejara en libertad a su falo. De inmediato balanceó la cintura y lo retiró de su cavidad, aprovechando la oportunidad de atestarle un brusco rodillazo en la mejilla.
En un abrir y cerrar de ojos, tomó a Bertok por la camisa y lo montó sobre el colchón, alojando ambas piernas flexionadas a los costados de su abdomen. Esbozó una amplia sonrisa y, sin concederle posibilidad de oponer resistencia, le desgarró la camisa, dejando al descubierto su amplio pecho, sobre el cuál incrustó las uñas como si de garras se tratase.
¿A quién llamas puta, hermanito? –Le espetó con sorna, al tiempo en que deslizaba sus dedos, arrancándole la carne-. Elegiste terriblemente a tu mascota, Bertok. Sabes que seré el primero en degollarte tan pronto como me des la espalda, quien mueva su rabo a tu gusto no voy a ser yo.

El deseo arremolinado en sus entrañas le condujo a comportarse como un salvaje; creyó que, si no iba a liberarlo, al menos debería sacar el mejor provecho de la nefasta ocasión. Se perforó la lengua con los incisivos, sintiendo la sangre acumularse presurosa y se inclinó, reteniéndole por los hombros, para reunir sus labios con los ajenos. Mordió al mayor, instándolo a abrir la boca y, tan pronto percibió la vía despejada, introdujo su lengua. Recorrió sus dientes, escrutó su paladar, batalló sin cansancio con el órgano ajeno, infligiéndose heridas al rozar sus colmillos, todo con el único cometido de hacerle beber su sangre y bajar sus defensas; su toxina le revolvería las tripas y le haría palidecer, cuánto disfrutaba él de verle en esas condiciones, cuando aún en contra de sus síntomas intentaba someterlo a gusto, impulsado por la ira o quizá el anhelo, fundidos sus instintos en él, en Radu, y en ningún otro ser sobre la faz del mundo.


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Mensaje por Sokolović Rosenthal Vie Feb 17, 2017 10:16 pm

Grave juego se torna entre él y su hermano,  tantas riñas entre ellos, reforzaban esa unión existente;; el ahorcarlo le inundaba de sumo placer, no por la adrenalina ni la sangre que le está tentando, sino el hecho de que su carne le pertenece, su cuerpo, sus sensaciones (cada una deben ser suyas, así sea la abominación, lo quiere) no permitirá que nadie, absolutamente nadie goce de él como lo está haciendo, le enojaba que trajera olores de otros, que este le provocara con insinuaciones que lo endurecen, no de manera de un segmento a flote, o mejor dicho, de manera escandalosa, que su falo se alzara, sino su carácter, se embravece,  explotaba por el hecho de que alguien tome lo que es suyo. Por ello, lo reeduca, ese cuerpo llegó a ser manoseado, y sabe que es mentira que lo hayan tomado (su castigo se basó en eso, desobedeció cuando le liberó el anterior noveno dia) pues esa es la razón por lo que le trata como lo hace, no lo tacha de una puta, el que le gritara, ¡lo inundara de dolor!, es porque le molesta que se le acerquen. Nadie debía mirarlo, ni olfatearlo, mucho menos tocarle, esas atribuciones le pertenecen que no accedió a nadie para que las haga en su lugar. Así, continuo con el castigo, ver como sus venas resaltan, su piel se torna rojiza, su enfado, parecía que le acariciaba con ello, ser víctima de un encanto le garantizaban su vida, porque ya lo habría matado por el hecho de que no le siguiera. Más, sus garras siempre son bienvenidas, le fascina que se defendiera, mas no lo demostraba, si se satisface del dolor, la agresión que le causara, como ahora que sus muñecas tienen marca de su agarre, ¿cuánta intimidad ofrece uno al otro? Como ha avanzado su relación prontamente, ayer eran golpes, hoy lo carnal, y mañana, ¿quizás algo romántico? Ya que la manera de su respiración le incita a adorarlo, caía, rotundamente no rechaza a su Conde; ya ha aprendido, sabe que esa noche iría por más.  Sin poder abandonar su falo, su boca a pesar de que sus colmillos lo torturaran, la lengua le acariciaba, era exquisito que después de una herida, la suavidad te masajee, así era con él. Los gruñidos servían como afrodisiaco para elevar su libido, tan pervertido, tan morboso mueve la cabeza, logrando adentrarse el tronco por completo a la garganta, lo suficiente para iniciar vaivenes, golpeando con la yema de los dedos esos dídimos mientras su boca juega. Pero como respuesta, la opresión a su cuello, esas piernas le ahorcaban, duró poco en retener el miembro, su mandíbula recibe el daño, que ante su patada, su rostro fue obligado a girarse, la verdad es que pudo haberlo detenido, pero la idea de dejar que se defendiera, aumentaba la diversión.

Moviendo de un lado a otro, acomodando la quijada, amarrando la mirada cuando este le tomó y lo aventó, quedando debajo de él, llevando las falanges a sus redondas y musculosas posaderas, magreando, apretando y soltando, entreteniéndose con su control, quiere gemir pero no lo hace, más el Conde, solo por provocarlo aún más, emite quejidos libidinosos ante sus acciones brutales, su piel sangraba ante las líneas dibujadas por las garras, alzando la cadera por causa de estas, exponiendo sus colmillos por el gesto, la afectación de cada golpe. Seguro de que querrá debilitarlo, ya lo esperaba, pero en lo que errado esta es que aún no era momento para ello. Le ofreció la oportunidad de contraatacar, eso anhelaba, eso quiere, revolcarse con brutalidad, una bestialidad que solo los llevará al éxtasis. Y ante percibir la sangre, una caliente y agria linfa, supo su maña, aprovechándose de su decisión, hará que se arrepienta de ello. Opreso, recibí la mordida en la boca, lo espero con gusto, abriendo esta que después de ser mordido y probar escasa sangre, (no era idiota, y no  que el deseo domine, no al menos en ese instante) razón por la que entre sus bocas se derramaba de esta, siendo un desperdicio innecesario, se apresuró con ese movimiento, respondiendo tras sujetar su lengua con la boca, mamando de esta, chupándola acompañándola con una serie de mordidas, como si la danza de labios se tratara, así como aquel debió de haber ingerido de su propia sangre, tendría el mismo efecto, le pagó con su propia moneda. Comenzando a mover la lengua en su interior cuando la introdujo, una beso agresivo, prolongado. Volviendo a la escena interrumpida, aquella donde estaba situada su mano en el miembro,  regresando a masturbarle, pero con solo su mano, sin abandonar esos labios,  la humedad y el sabor extremadamente amargo, si se mareaba, por lo que era momento de separarse. Mientras le dice su obligación, la conexión entre ellos, ¡ay, que romántico lo era todo! Decirle su posición en lo que agita su mano, elevando el ritmo en los vaivenes, llegando en la cabeza y apretándolo, golpeando su base con los dedos, para después estirar el cuero y volver a hacer lo mismo consecutivas veces. Sin antes, escupir la sangre que retuvo, ensuciando su pecho, salpicando un poco al ajeno, (escaso, mínimamente unas cuantas gotas)

— Y, dices no ser mi puta, ¿por qué? o ¿cómo prefieres que te diga? ¿Mascota? ¿no es lo mismo acaso el término? Ya que ambos tienen el prometido de obedecer a sus dueños. ¡Ah! No es la manera correcta de hablarle a tu dueño, puedes enfurecerlo y puede que te eche de una patada. No lo provoques si no quieres  que te dé la espalda. No teme, no se ablanda si sales de sus dominios, así que, ¿crees que te eligió sin saber qué clase de animal eres? Por eso, mi querido Vasska, si no has aprendido a mover tu puta cola, haré que lo hagas sin importar que.

Escupió verbalmente, siendo ronca su voz por la quemazón que producía esta, palpando su pecho, golpeando uno de sus pezones, otorgando placer al mover un dedo de arriba hacia abajo y viceversa, redondeándolo, bastando unos segundos para extender la palma de la mano, ascendiendo a su cuello,  estirando hasta subir a su quijada, presionando y deslizando unos cuantos dedos a delinear sus labios,  adentrándolos a su boca, inspeccionando con estos. Que se abalanza, una magnífica posición amatoria, demoró demasiado, lamiendo su carnosidad de los labios aun con los dedos en el interior, acariciando su órgano húmedo; su lengua Y la otra falange, masturbando con candela.

— Entonces, ¿es pronto para que aceptes que te gusta que te haga mío? Si sirve de consuelo, eres el único que cumple todas mis expectativas después de todo, y se que podrás hacerlo más, si quedas amaestrado por completo. Ahora, dame de tu saliva, escupe aquí si no quieres que duela.

Demandó, advirtió, pero si fuese por él, le penetraría sin piedad, por lo que liberó su boca, uniendo los dedos, formulando un espacio para conservar lo que escupiría, y en cuanto lo hiciera, (pues vamos, no le quedaba otra alternativa, y lo sabía) así como le tiene, con las piernas abiertas, accediendo a sus posaderas, untaría para lubricar su cavidad, el prepararlo para la peor situación; las embestidas.


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Mensaje por Radu V. Rosenthal Mar Feb 28, 2017 7:55 pm





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Someterse al ensueño de un vuelo despejado consuela al insecto presto para el banquete.

Jugar con Bertok implicaba zarpar en una aventura desprovista de retorno; la astucia no suponía una ventaja a la hora de enfrentarse a su temperamento, cualquiera podía arriesgarse con la espalda cubierta y el arma en la mano hábil, mas siempre acabaría de rodillas –en su caso, aquella expresión resultaba innecesariamente literal– lloriqueando por piedad o en pos de obtener una pizca de atención. Radu siempre se había jactado de ser su perfecto némesis, capaz de plantarse frente a él sin dar brazo a torcer; sin embargo, el transcurso del tiempo, la constante pugna entre ambos por imponer autoridad, además de la soledad capaz de ser erradicada, únicamente, por la compañía del otro, le habían conducido a comportarse como un rebelde sin causa, un cachorro herido que mordisqueaba antes de ladrar si con ello lograba impregnarse en la esencia de aquel siquiera por un instante.
La memoria de haberle admirado había sido enterrada junto con su antigua felicidad el día en que hubiera contemplado la muerte de su último familiar, y con su regreso en la piel del traidor, había sido encadenado a la fuente de su más traslúcido odio, logrando escalar la posibilidad de una reconciliación hasta la cima de lo inadmisible. Pero Radu le necesitaba, le adoraba involuntariamente y la lucha que mantenía consigo mismo se prolongaba con el único objetivo de repeler esa realidad.

Había iniciado aquel beso con la intención de envenenarlo, inducirlo en la enfermedad que enemistaba sus razas; sin embargo, Bertok sabía por naturaleza cómo salirse con la suya y a medida que la sangre se derramaba entre sus cuerpos, inaugurando el coctel desbocado de fluidos que acostumbraba condicionarse cuando compartían lecho, el lobo se iba perdiendo en aquella danza apasionada interpretada por sus labios. Sus bocas se complementaban con excesiva precisión, abatiendo a la contraria cuando se hallara en reposo; el licántropo debió interrumpir el trance cuando, embebido por la ira, descubrió cómo su hermano procuraba jugarle el mismo truco al convidarle de su propia linfa maldita.
La contienda entre ambos se extendía más allá de sus cavidades bucales, donde el miembro de Radu se erigía, latente, en manifiesto de su irrevocable excitación. Las heridas infligidas por los colmillos del mayor ya se encontraban en proceso de cicatrización, cediendo paso únicamente al placer de su tacto. La palma de su mano era suave y ardía en el roce con su intimidad; las yemas de sus dedos se sentían ásperas mas increíblemente placenteras al agredirle la piel. Con cada vaivén, Radu removía sus caderas, balanceándose sin escrúpulos sobre el bulto que nacía en los pantalones de su hermano.

Recuperó el aliento tras liberarse de aquel beso e irguió el torso para volver a ser partícipe de otro de sus fastidiosos monólogos. Cuán repulsivo resonaba en sus oídos el que aquel hombre se creyera su dueño, osaba amenazarle, camuflando el discurso con la prosa de una advertencia. No iría a reconocer que el haber sido elegido según su juicio le hinchaba de orgullo y que deseaba mover el trasero a su gusto únicamente para cerrarle la boca y ahogarle en sinigual éxtasis. Una vez pronunciada la última palabra, reunió la sangre almacenada entre sus muelas y la escupió a un costado de la cama, despreciándola con ese gesto y también al que se la había proporcionado.
Exhaló un prolongado suspiro cuando nuevamente se vio presa de sus caricias y olvidó por un momento todas sus convicciones, permitió que el tacto le nublara la visión, atrofiara sus sentidos e impidiera que reparara en cualquier otra cosa que no fuera Bertok. Estiró el cuello y se cubrió el ojo derecho con el dorso de la mano, como si con ello fuera a bastar para recuperar la conciencia extraviada.

Quizá hubiese obsequiado una mirada delatora del deseo que le exasperaba a quien llevaba el control de su ánimo, pues se encontró sometido al peso del cuerpo contrario en un abrir y cerrar de ojos, tal y como, receloso de su propio instinto, siempre adoraba verse.
Era un millón de años temprano para que aceptara cualquiera de sus imposiciones, el anhelo desmedido del calor de su opresor, de su atención y monopolio eran una faceta que alojaba enterrada en los confines de su conciencia, donde ni siquiera él lograba rebuscar a voluntad. ¡Ah! Pero saberse el único, sin importar a qué se refiriera, ascendía su genio, su autoestima hasta las nubes, obligándole a pugnar por recibir sus elogios.
Incrustó su par de orbes húmedos en el rostro de aquel monstruo que le extirpaba de sus goznes y se alimentaba de su confusión, mientras desistía de perder la cordura a sabiendas de que la tela era la única barrera interpuesta entre su interior y el órgano que en él se fundiría.
Púdrete –le espetó sobre los labios, previo a introducir aquel par de falanges en el interior de su boca. Los recorrió con la lengua y succionó de ellos con peligrosa lascivia, superpoblándolos con saliva, imitando el modo en que se desempeñaba durante una felación. Al cabo de unos minutos, extrajo los dedos de su cavidad y se abalanzó sobre el cuello de su hermano.
Besó su piel con insistencia, clavando los incisivos en su carne para evitar que la voz se le escurriera; anhelar locamente la culminación de aquella introducción le llevó a rodear el torso de Bertok con los brazos, aferrándose con las manos a su espalda. Mientras sus labios se perdían en el límite entre la garganta y el hombro, curvó ligeramente la cadera, de modo en que alcanzarle resultase más sencillo. Allí donde su hombría delataba su apetito, un mar de fluidos inspiraba el preámbulo del festín que las pasiones reprimidas organizaban en honor del ilegítimo desprecio.


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Mensaje por Sokolović Rosenthal Lun Mar 20, 2017 9:41 pm

Erótico; en el beso candente, salvaje y grotesco meneo bucal, donde las lenguas chocaban una con otra, la saliva se intercambiaba con la linfa, conquistando su boca a que sea víctima de su propio juego ese cachorrito, que contento prosigue, agreste y solo entendiéndose entre la barbarie de cada uno, excitados, frotándose, uno masturbando y el otro detonando gestos que pervierten la mente del Conde, recorriéndose la linfa de su pecho, una sensación placida que si pudiese erizar sus bellos lo haría, más es suficiente con que perdure endurecido, sabiéndose jugar de la mala manera, se regocijaba de domarlo, y aún más en ese lecho, cuatro paredes que silencian las peores atrocidades sexuales que se cometen por dañar uno al otro, impregnar caricias que recuerden las marcas de que tiene dueño, castigar como así premiarle, se conocen ambos, saben que fechorías les encanta uno como al otro, basándose su relación de esa manera, y aunque no lo reconozca, solo era el único con quien realmente se jacta en ese tipo de juegos, claro, después de haberlo capturado, porque en el pasado sería una befa por completo. Y qué imagen es la que capta, chupando la falange del Conde con esa mesura, esa morbosidad, hace que desprenda lamidas a su rostro, mirándole directamente a sus irises, alterado, seducido por semejantes felaciones, ¡ah! Si así era con los dedos, cuan entretenido ha de ser en su miembro, y hubiese preferido verlo un poco más de aquella forma, más es sujetado por el cuello, abandonando el onanismo y sosteniéndose de la cama con esta, mientras con la otra, la dirige entre sus posaderas, abriendo paso con la misma y untando aquella humedad por su cavidad al irle masajeando en su búsqueda, soltando un quejido sonoro, la mordedura dada le hacían perder los estribos, resbalándose uno de sus dedos por su cavidad, comenzando a dilatar, removiéndolo circularmente y, lubricar por lo menos un poco, bajando el rostro a su pecho, en cuanto a su curva recorría con la lengua cada segmento, tirando de entre sus colmillos la carne que apenas alcanzaba a obtener, acompañando con otro dedo, empujándolo. — Solo son dos dedos y ya estas fogoso. Como siempre has perdido, mi querido Vasska, el día que no respondas a mis demandas, he de preocuparme, porque sé que va en serio, mientras tanto, déjame adorarte como yo solo sé hacerlo, y que sin aceptarlo, siempre esperas por este momento.

Molestarlo, provocar era lo de menos, se recrea con él, retirado los dedos, púes la crueldad es que si iba a doler después de todo, pero, ¿quién no se excita con ello? Era el punto de ebullición para altivar los meneos, por lo que al desalojar su cavidad, tomo con su falange el falo, posicionándolo para rozar su abertura, magreando esta y golpeándolo con la base, poco a poco se auto complacía, hasta que ahí, al colocar la extremidad, comenzó a impulsar desde el tronco, estaba un estrecho, pero no era impedimento, de un empujón comenzó a introducirse, coronando su falo, desprendiendo un gemido, la manera en la que se presiona su glande, era la única razón por lo que opto en penetrarle de esa forma, contorneando su curva, siguiendo el camino de sus costados al presionarle y de ahí, sostenerse para emprender su bailoteo,  un minué; lento, sensual, impulsado de adentro hacia afuera, apasionados meneos que iba logrando estar en  su interior por completo, agitando la cadera, contrayendo las posaderas, aumentando poco a poco el ritmo. Alzando un poco de él para continuar con la pelea bucal, gusta de morder, de mamar su órgano húmedo, por lo que recorre su barbilla, mordiendo de esta, capturando ambos labios, hasta adentrar la propia lengua, enredándose con la ajena, esta vez sin herir, a menos que el otro lo incite, llevando el mismo ritmo de entre sus caderas, sacado la lengua moviendo de arriba hacia abajo con la ajena, para después mamar, consecutivas veces.


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Mensaje por Radu V. Rosenthal Sáb Mar 25, 2017 10:33 pm





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Ahóndame, hermano, en los páramos de la inconsciencia. Que olvide tu nombre y tu rostro, la fuente de mi pesar.

Desde el primer momento, había sido él quien hubiera firmado su propia sentencia. La batalla campal que entablaba en contra de sí mismo perdía legitimidad cuando se veía sometido a los deseos de su hermano; el embiste de sentimientos promulgaba una temporal amnesia, camuflada por el somnífero de aquella agitada respiración que reclamaba su cuerpo. ¿Cómo negarse a un hombre que no le temía a nada? Al portador del nombre que llevaba grabado en carne viva sobre el alma, el único ser al que recurría cuando se sentía ahogarse en la más nefasta soledad. Y en ocasiones como aquella, cuando el mundo pertenecía únicamente a ambos, cuando sus cuerpos se entrelazaban, enterrándose sus mutuas espinas, para mutar en una misma integridad, entonces se le olvidaba que anhelar a Bertok era su más despreciada rutina, el fundamento del odio puro que acogía en su interior.
Un escalofrío ascendió por su espina dorsal cuando su cavidad se vio profanada por las falanges del mayor; instintivamente curvó la espalda, ocasionando que se enterrase en él con mayor profundidad. Por un momento se olvidó de respirar y cerró los puños sobre la superficie que los alojaba, aunque ya no recordara el sitio del que se trataba. La actividad en sus profundidades resultaba innecesariamente incómoda, sentía sus músculos dilatarse en contra de su voluntad, como si fueran pellizcados, mientras el calor de los intrusos se infundía arrasador de principio a fin. Cerró los párpados en determinado momento y concentró sus esfuerzos en regularizar la actividad de sus pulmones, incluso si con ello debía dejar escapar los reprochables gemidos que formulaba su garganta, no cedería ante el único privilegio que podía ofrecer a su hermano.

Logró abrir los ojos con algo de dificultad, aunque las lágrimas no tenían permitido humedecerle las mejillas, sí se hallaban congregadas sobre su párpado inferior. Se vio obligado a contener un quejido, hecho que dificultó el que las palabras arribaran nítidas a sus oídos.
Nunca nada –musitó, con la respiración entrecortada– es por ti. ¡No lo hago por ti! –Le espetó, aunque sin comprender plenamente a qué estaba refiriéndose–. Así que… no decidas por mí, ¡maldito!
El ilustre meollo del asunto se avecinó inminente cuando las falanges del vampiro desalojaron el cuerpo del licántropo y, en su lugar, presentó su hombría. Las sábanas se acumularon a los costados de su cuerpo, sumisas a las contorciones de sus extremidades, estimulada su impaciencia por el juego inconcluso que realizaba Bertok allí donde más le deseaba. Por un leve instante se arrepintió por haberse dejado arrastrar hasta aquel limbo amalgamado entre el gozo y la agonía. Si hubiera resistido su imposición, quizá en ese momento se encontraría deambulando en las calles parisinas; si hubiese ignorado sus palabras, tal vez estaría regocijándose en la húmeda tibieza de una maldecida taberna, consolándose en la ardiente caricia del alcohol.
Todo pensamiento se esfumó cuando el mayor arremetió, impiadoso, en sus profundidades; rasguñando su interior con su órgano desnudo, mofándose de la precaria preparación llevada a cabo por sus dedos. Radu se incorporó de improviso, descubriendo débiles sus brazos al momento de aterrizar nuevamente sobre el colchón. Frunció el ceño y presionó la mandíbula, respirando con rudeza y profesando un centenar de incomprensibles injurias camufladas por la horda de gemidos que le fue incapaz de contener.

Había estado claro desde el principio que la experiencia no iría a ser una meramente placentera, Bertok era un individuo egoísta y dotado con reprochables preferencias destructivas; siempre era igual cuando se trataba de sexo –al menos, en base a la experiencia del lobo–, gustaba de intercalar esperanza y desasosiego, dulzura y rudeza, una especie de cariño ponzoñoso, que inducía la unión inquebrantable del alma y el cuerpo de su amante, privándole de poder, siquiera intentar, el apreciar lo uno o lo otro por separado.
Radu se aferró a las cobijas y jaló de ellas hasta oír el crujido de las costuras al despedazarse; fue entonces que sus labios se vieron cautivos de los ajenos, instante en que se entabló una nueva disputa entre sus lenguas, un reciente número de baile corrosivo, portador de toda la pasión que incendiaba sus complexiones. El más joven extendió sus brazos y rodeó con ellos el torso de su hermano, aferrándose de su espalda como si la vida se le fuera en ello, incrustándole las uñas sin consideración. Sostener su cadera se había convertido en un tortuoso obstáculo, así que se aventuró a abrazar la cintura de su captor con ambas piernas, entrelazando los pies donde finalizaba su columna.
La agonía iba cediendo paso, lentamente, al placer; el miembro del vampiro colisionaba una y otra vez con su próstata, induciéndole en un delirio protagonizado por la comunión entre el dolor y el deleite.
Besó a su némesis con todo su ímpetu y se acopló a su cuerpo con sublime compatibilidad; mordió sus orejas, succionó su cuello y jaló de sus cabellos, mas se privó de mirarle a los ojos, temía enfrentarse al núcleo de todo su pesar, y algo que se prohibiría hasta el último de sus suspiros, era la imprudencia de clamar su nombre. Aunque le hurgaran en las entrañas y encontraran la fuente de su voz, jamás se atrevería a llamarlo mientras se hallara emprendiendo el peregrinaje en ascenso hacia el éxtasis.


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Mensaje por Sokolović Rosenthal Dom Mar 26, 2017 1:17 pm

El arrobamiento se acumula en la extremidad que porta el Conde en dirección a una cavidad que conoce a su exacta observancia, conoce de la debilidad que genera el empujar hacia un ángulo en el que la punta filosa es presionada por la carne endurecida, ahí, es donde van sus movimientos, comenzando a sonar los choques de su pelvis y aquella cavidad, conforme el baile erótico se va entornando a las demandas, contra las posaderas, siendo el soporte para la intensidad de los vaivenes, olfateando los dedos que una vez habían obstruido en su interior, saboreándolos, cuan enfermo amante se regocija de su perfume, de la esencia producida por sus uniones, lamiéndolos, hasta chuparlos, mirándolo como un animal hambriento, era curioso que esa carne sea su especialidad, aunque le genere impedimentos para devorarlo por completo, quizás por ello, es que más lo desea. Incrementando la sed, arrebatándole su saliva cuando se fundía en su boca, debía admitir que aquella posición amatoria le seducía, había aprendido Vasska a cómo capturarlo con su propio cuerpo, más le divierte verse presa por unos instantes, de la misma manera en la que sus piernas presionan sus costados, el como sus manos con desespero quieren estrujarlo, era él quien le ofrecía una sensación alocada, su temperatura elevada le incita a colisionar, el roce del pecho, del abdomen, se iba aumentando el ritmo, entre abriendo la boca cuando permitía que respirara su compañero, no en un acto humano lo mataría, por lo que quiso provocarlo aún más, su necedad de pelear, de sentir toda su fuerza era estimulante.

— Si ese es el caso, ¿por qué o por quien lo haces? dime que quieres, porque entre más empuje, más te tenga, puedo mandar a tu cuerpo como se me plazca, ¿quieres descubrirlo? Pero cuidado, puede que llores en el acto, aunque sería pernicioso verte en ese semblante, y gimiendo, porque me dan ganas de íntimamente dañarte, más de las que ya tengo por embestirte como nunca.

Hambriento suena, no le importa, eso quiere, que lo vea tan apetitoso por su cuerpo. Tal que la resistencia de su cuerpo la percibe, el cómo se aferra a una insignificante tela de seda, sus manos estaban posicionadas en el lugar incorrecto, debían pelear, crear una escaramuza carnal, embravecerle es su cometido, revolcarse de manera grotesca a su lado, moviéndose con la música de fondo de sus gemidos, deslizando las falanges en torno a las de Vasska, arañando su exquisita piel conforme se plasman las caricias, sujetándolo con fuerza de los puños que forjó entre la sabanas, abriendo de estas para entrelazar las manos, presionándolas, impulsado con estas que se manchan de la poca sangre que obtuvo de sus brazos, hasta que sus garras hicieron de las suyas, ya en su espalda se situaban, causando un dolor gratificante, quejándose entre su boca, liberando el aliento cuando de su lengua soltó, presionando con fuerza sus carnosos labios, reclamando un prolongado beso en lo que se unen al compás de las embestidas, formulando un pergamino en su pecho con la palma, acariciándolo conforme se agita, ladeando el rostro cuando su voz resuena en el tímpano, mordido, sujetado con rudeza, permite ser de él, por lo que le jalo de la nuca, sentándose con las piernas dobladas, tocando las plantas de los pies con las posaderas, sin salirse de ese interior, recorre su pecho, rasgando su piel con los colmillos, desplegándose por su templo, subiendo y bajando su cadera al sujetarle, invitándole a que vaya por lo que más ansía en ese momento, hasta que tomo de su falo, masturbándolo, mordiendo con solo los labios su mentón, tirando con los mismos su barba.

— ¿Me negarás que sientes placer ahora mismo? Dime que es lo que más quieres en este preciso instante, te lo daré con una condición, que seas tú quien lo tome, ¿quieres tu libertad, o que es lo que tanto ansias? Tómalo en ese caso.

Un juego malvado se torna, el irse tirando el cuero de su falo, humedeciéndose este conforme el calor le envuelve, el ser abrazado por sus paredes, el estar masturbando al mismo tiempo, conforme al meneo, era un aprovechamiento total, ya que la libertad en esa escena está olvidada, sabe cómo jugar y con que, no está idiota para ofrecer en sus sentidos, estaba sumergido al placer, era claro que entre sus cuestiones la perversidad acecha. Por lo que para motivar, se acercó a su oído, delineando con la lengua su espiral en esta, introduciendo un poco la punta, otorgando ronroneos, cual minino travieso que araña con la mano libre su pecho, detonando su morbosidad de verlo saltar y que sea él quien tome ese placer con sus movimientos.


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Mensaje por Radu V. Rosenthal Dom Abr 09, 2017 8:16 pm





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¿Por qué será que a los cristianos os enseñan siempre a decir que sí?

Recorrer la ciudad en custodia de las estrellas era parte, ya, de otra utopía; entablar una disputa por el poder contra el cuerpo de su hermano perseguía consecuencias nefastas y su conciencia se había sometido, desde hacía tiempo, al confinamiento en la habitación, a participar de la infranqueable competencia y salir victorioso de ella.
Sobre él yacía la causa de su existencia, en su interior colisionaba su más profunda contradicción, el odio y la necesidad en comunión, ejerciendo prepotente coacción para con sus emociones. Alojaba, su pecho, un creciente desprecio por su propia debilidad y ferviente motivación para destronar al heredero y servirse a gusto de su integridad.
La voz de Bertok era un odioso somnífero, disputado entre su palabra y sus suspiros, cuyo único objeto era el de conducirle a la demencia y traerlo de regreso mediante una simple provocación. Escarbó en la carne de su espalda con mayor rudeza, presionando con insistencia los dientes para no liberar ninguna impropiedad denigrante.

De improviso, su cuerpo fue manipulado para desprenderse del colchón y, con la espalda curvada a merced de la nada, debió acomodar la posición de su cuello de modo en que no le resultara excesivamente incómodo. ¡Aquel idiota se creía que estaba tratando con un maldito contorsionista! Y, en aquella postura, le sentía enterrarse más profundo en su interior, incordiando sin descanso la zona que más placer le infundía; debió hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no soltar un vergonzoso quejido, mas el requerimiento del sostén de sus brazos le privó de la única vía de escape que restaba para contener los consiguientes gemidos.
Su pecho era, ahora, una pista de libre tránsito para los lascivos labios de su hermano, su piel un cascarón dispuesto para recibir el filo de sus punzantes colmillos. No solo era su torso fuente de entretenimiento para el mayor, puesto que ahora se contentaba masturbando su expuesto órgano según sus caprichos; Radu sabía que pronto experimentaría el orgasmo, mas no daría por concluida la sesión hasta no haber humillado, siquiera un pequeño porcentaje, al malnacido de su opresor.

Lo último que deseaba era darle aquello que estaba pidiendo, pero el lobo tenía medianamente establecidas sus prioridades y el hecho de que envolviera su cuerpo, jugara a delinear su oído como si no restara célula capaz de dar batalla, que mantuviera encastrara su cadera sobre aquellos muslos, como si ese fuera su único soporte, era completamente inadmisible.
Radu rodeó el cuello de Bertok y arremetió contra su vientre en colaboración de sus piernas, induciendo, así, la anhelada eyaculación. Sus propios fluidos se diseminaron por su pelvis y el estómago opuesto, estableciendo una contradictoria barrera o un erótico adhesivo.
Cierra la boca –le espetó entre suspiros, instantes previos a forzar el peso de su cuerpo sobre el contrario, obligándole a derrumbarse contra el colchón. En un abrir y cerrar de ojos, el menor se halló sentado sobre la cadera ajena, flexionadas sus piernas a los costados y con las manos enterradas en su rígido pecho.
¿Crees que necesito de tu permiso para tomar lo que quiero? Te estás malacostumbrando a dar las órdenes, hermanito, y te olvidas que no siempre eres el que porta la última palabra. –Se inclinó sobre su torso, reptando contra su piel, lamiendo la aureola de uno de sus pezones.
Placer… el placer es algo sencillo de obtener, ¿sabes?, el que seas tú o cualquier otro es indistinto, la única diferencia reside en que tú vienes a mí por cuenta propia y me ahorras el esfuerzo –sentenció sin gentileza, extendiendo las manos hasta el cuello del vampiro–. Y sin importar cuántos deseos de despedazarte logres infundirme –murmuró, haciendo presión contra su garganta–, hasta que dicte mi sentencia, seguirás siendo mi juguete.

Se volteó ligeramente y, con sumo atrevimiento, envolvió el falo de su hermano con los dedos, apuntándolo en dirección de su cavidad antes de introducirlo con exasperante lentitud nuevamente hasta sus profundidades. Un espasmo surcó su columna de forma ascendente una vez se halló a gusto con su ubicación; a continuación, volvió a enfrentar el rostro de Bertok y con el deseo impregnado en cada milímetro de sus facciones, esbozó media sonrisa provocadora.
¿Ahora quién folla a quién, querido? –le espetó. Y como si hubiesen encendido una hoguera en su estómago, comenzó a balancear las caderas con ímpetu, aferrado al cabello del contrario, obviando el dolor que pudieran producirle los jalones. La noche era el hábitat natural de los monstruos, y como uno, debía reclamar su parte del festín.


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Mensaje por Sokolović Rosenthal Vie Abr 21, 2017 10:02 pm

¡Joder! Fiebre, la enfermedad se agita, incendiando el templo, derritiendo la frialdad del tímpano que el Conde representa, cabalgando y el jinete mostrándole las riendas, a galope, lento y fuerte, profundo y excitante, el peso no es problema alguno, su exudación apestaba, muy propio de su naturaleza,, intenso aroma untando a la propia, combinando perfumes, invitados a gozar del apeste del sexo, del choque entre la pelvis y sus posaderas, subiendo y bajando, recibiéndolo ya con el empuje, ¡pequeño saltamontes!, le morbosea su miembro, tanto que le masturba, tirando del cuero con presión en el puño, recibiendo sus afectos con un amorío intachable, su espalda placentera recibe aquellas garras, y como respuesta, clava las puntiagudas uñas en su extremidad, obligarlo a que grite, a que gime del dolor, necesitaba escucharlo, verlo sometido a las provocaciones, a sus travesuras sexuales, más le incita a que prosiga a atormentarlo al verlo morderse, ¡le encanta que lo haga! pero su linfa a ese paso es peligrosa, porque si está tentado, seducido por esta, es que las irises le afloran entre un carmín y un oro abstractos.

Recorriendo su espalda, delineando la línea que divide tan exquisito templo, llegando a acariciar la ralladura de entre sus nalgas, a la mitad, pues resulta que tenerlo de esa manera, es muy apetitoso. Debían de ser detallados en mármol, una auténtica escultura de aquella posición amatoria. Como añoro que “Vitus” aquel inmortal culto, semejante a la pasión, fuese el escultor a tan grotesca obra, que la manera en la que curvea su espalda, en la que le toma por la espalda resbalando las manos, arriba y abajo, al compás del bailoteo, sediento por su piel, por la manera latente que su escandaloso corazón grita, se mueve, alocando a sus venas, examinando ese laberinto que decoran, tragando saliva, si, tiene sed, ansia de lamerlo, chuparlo, morderlo, inclinado a satisfacer sus deseos. Degustando del sabor de su piel, no le arrebata la linfa, porque quiere su esencia, siendo el principal cometido de esa mano que volvía a hacer de las suyas, agitándolo con brusquedad, humedeciendo su oreja, tomándola entre sus labios para morderla, recorriendo su rostro, primero la mejilla, y después su nariz, llegando a la barbilla del otro lado expuesto, ese que no había ni un roce y celosa se mostraba. ¡Tan hipócrita era! Lo conocía a la perfección para aceptar sus palabrerías, por algo es que lo mantiene a su lado, yendo al movimiento contrario, mientras él iba hacia adelante, el Conde lo hace hacia atrás, sincronizando los desplazamientos, chupando su cuello.

Cuando ahí, en la palma el espesor del semen, la abundancia de su esencia no bastaba, dejando que se escurriera por entre sus piernas, que le sirvieran de lubricante, soltando el aliento entre ronroneos por ver como se corría, empujado sobre la cama, se recuesta y desnuda los colmillos en un gesto de dolor gratificante, chasqueando, llevando a entrelazar los dedos en sus cabellos y los presionaba, moviendo la cadera en lo que se endurece su pezón por la humedad, soltándolo porque la fuerza es lo que le mantiene en esa cama, lo ansía como animal, el fornicar como tal y apenas veía un poco de eso al ser sujetado del cuello con un desprecio, un coraje inerme en sus irises las cuales sostuvo, intentando hablar con la voz ronca entre befas.

— Deberías galopear si es que no quieres que te monte como a un perro, requieres de pedirlo, pero continúa, hoy estoy dispuesto a dejarte hacer lo que se te plazca, más no prometo que las represalias se ausente. Soy tu Conde, que no se te olvide, tú señor, eres mi fiel perro, te guste o no, puede que de una perfecta fornicación, tengas la última palabra, pero hasta que llegue, mi amado Radu, no tienes otra alternativa más que saltar. Porque eso me da placer, no es fácil obtenerlo, claro que no, sino, mírate, ¿crees que si fuese como dices, te estaría exigiendo? No hables por tu cuerpo, es fácil hacerte correr y peor, tan aceleradamente.

Río, tan iluso Vasska parece una maldita novia masoquista, queriendo ser golpeado, humillado, ultrajado de la peor manera, porque eso se estaba ganando, las contaba, cada una le haría pagar con las peores creces que ni se imagina, alzando un poco la cabeza, solo por ver cómo actuaba como una prostituta, así son como las que montaba de vez en cuando, alabándose, creyéndose dominantes, cuando muestran a plena penetración, la pérdida de valor, convirtiéndose en ínfimas. Más no niega que el calor que envuelve nuevamente su falo, es grato, no suficiente, nunca lo será, que el bailoteo en proceso, un ritmo candente, cachondo para provenir de tan fiera en desarrollo, hizo que tomara sus costados para ayudarle al meneo, alzando las rodillas para que se sostuviera y actuará alocadamente, porque si él no lo hacía, terminaría pagando por ello.

—¿Esfuerzo? Mejor dedícate a gemir, es lo mejor que sabes hacer, preguntándome si es que te aconsejas de putas, o ¿por qué siempre tienes que actuar como una? Escúchate, obsérvate, estoy aquí porque harás que me corra, estoy aquí revolcándome contigo, ¿ya pronto renunciaste a tu libertad? ¿No era la paga el fornicar por ello? ¡Ja! Vamos a demostrar quien coge a quien, por cuanto y quien ira con quien, porque parece que te saque de un maldito burdel.

Logró enfurecerle, soltando un puñetazo, el cual con brutalidad lo arrojó directo en la cama, liberando su cavidad en la que pronto fue obstruida de un empujón fuerte, al empotrar el miembro, emprendiendo embestidas, si, era cruel al ir empujando, abriendo lo suficiente esas piernas, le advirtió y prosiguió, si sangraba del culo ya no era por capricho, era su castigo, complaciendo su necesidad por arrojar el semen en su jodido ano, que elevó el ritmo, siendo el que golpee entre sus piernas, saltando por la rapidez en la que se agita, escuchándose la vulgaridad de los choques, el desquite en sus acciones, viendo por sí mismo, segregando entre las embestidas, corriéndose dentro de él, sin dejar de montarlo, arrojando hasta la última gota, mordiéndose los labios porque después de todo, el penetrar a un perro, era un espasmo asombroso, y solo por su temperatura que hace eyacular y sea ardiente. Jodiendolo porque es claro que lo dejara pudriéndose en esa cama despues de todo, y por idiota.


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Mensaje por Radu V. Rosenthal Vie Mayo 12, 2017 10:46 am





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Ódiame, querido hermano, ódiame abiertamente, sólo así lograré reedificar mi derrumbada existencia.

¿Hasta qué punto iría su hermano a despedazarle? En su plena existencia el concepto de equilibrio se había desdibujado y el día a día se edificaba en medio de una lucha entablada entre sus incomprendidos sentimientos. En momentos como aquel, cuando su cuerpo era fuente de distracción, del cerebro independiente y somnífero, era que podía hallar, en cierta medida, una dosis de estabilidad. Pensar se había convertido en una tortura, no tanto por la incompatibilidad de sus emociones, sino por la constante confrontación entre ellas; anhelar, por un lado, erradicar de la faz de la Tierra al único individuo que le proveía de agonía y, por el otro, permanecer  a su lado, al costo de cualquier cosa, sólo para sentirse miembro de una diminuta unidad.
¡Ah!, aquel hombre agredía su cuerpo y, a la vez, le colmaba de delirante placer, debatirse si decantarse por el umbral del dolor o el del éxtasis se convertía en un complejo laberinto de prioridades a atender y, evidentemente, en pleno acto, la toma de una decisión resultaba imposible.

Radu se sentía un completo desorden, mantener relaciones sexuales tomaba parte preponderante en su espectro de placeres, pero si su compañero era Sokolović, la situación se tornaba mucho más compleja. En algún pasado remoto habría admirado a sus hermanos mayores, combatido con sus propias limitaciones para desenvolverse con la habilidad requerida para enfrentárseles de igual a igual; el tiempo había dado su sentencia y el joven lo había perdido todo en un abrir y cerrar de ojos plagado de maldiciones. Aún se presentaba sumamente dificultoso aceptar que, luego de asimilar que se había quedado completamente solo, uno de los hombres a los que más había admirado y al que había creído muerto, regresó íntegro, convertido en su peor enemigo y reclamando sobre él derechos que no había atribuido a nadie jamás.

Nuevamente, la arrogancia del tacto de su hermano se difuminaba por todo su cuerpo, obstruyendo los poros de su piel, alterando el trabajo de sus pulmones, erizándole cada vello y arrastrándolo hacia un abismo regido por su omnipotencia.
El licántropo estaba seguro de que la experiencia habría sido más llevadera si el conde se hubiese privado de abrir la boca. Cada palabra que emanaba de sus labios era un motivo más que añadir a la lista de motivos por los que asesinarle; su insistencia en relación con su propiedad sobre él le irritaba de sobremanera, aunque comprendiera el gozo de sentirse superior a la víctima, consideraba innecesario recalcarlo insistentemente cuando el simple hecho de pasearlo encadenado ya daba cuenta de ello. Compréndase que Radu no se sentía a gusto con aquella condición, lo consideraba un mero requisito en el camino hacia su fin definitivo.
Oh, ¿la puta?, ¿yo? Al menos no soy un maldito sátiro adicto al sexo, imbécil. –Le espetó, instantes previos a recibir un puñetazo.

El impacto le llevó a perder el equilibrio –venga, no se lo había esperado– y a aterrizar sobre la cama con el trasero nuevamente vacío. Su hermano, sin embargo, no demoró mucho en volver a penetrarle, con desmesurada insistencia y grado en ascenso de brusquedad, el menor creyó que acabaría partido a la mitad.
¡Jodido animal! –Le increpó, al tiempo en que pugnaba por sostenerse de las sábanas.
Su completa anatomía dejó de obedecer a sus instrucciones para verse sometida al hacer del vampiro; los sonidos inundaron la habitación hasta socavar al silencio y el perfume de la lujuria impregnó el aire, el joven perdió el control de su voz y permitió que aflorara de su garganta tanto como lo requiriera. Ahora más que nunca se sintió ultrajado, puesto que perdió toda capacidad de objeción, se había transformado en un endeble muñeco de trapo dispuesto para satisfacer la lascivia de un monstruo.
La violencia de las embestidas fue en aumento y culminó en su auge cuando Bertok eyaculó en el interior de su recto. Radu alcanzó su segundo orgasmo casi en sincronía con el mayor y sucumbió, de improviso, a una desgarradora extenuación.

Flexionó su pierna derecha y atestó una certera patada contra el vientre de su hermano, obligándole a desprenderse de su cuerpo. Inmediatamente después, volteó y se arrastró hacia el otro extremo de la cama, agonizando por el terrible dolor que abordaba sus caderas. Estaba arruinado, bañado en bochornosos fluidos, con la carne desgarrada y el orgullo hecho pedazos.
¡Bastardo! –Espetó, de espaldas al hombre, exponiendo vulnerabilidad–. ¡Desaparece de mi vista en este instante! Regresa a tu detestable infierno y quédate allí por la eternidad –continuó, presa de la furia–, sátiro demente. –Concluyó en un murmullo.
Con el rostro enterrado en la almohada, aguardó a que la segunda presencia en la habitación se esfumara, abandonando, a su paso, su inconfundible aroma y un vacío casi imperceptible de inmortal calidez. Radu cerró los ojos y pronunció para sí mismo una buena lista de improperios, su complexión entera se sentía de plomo y no podía desatender la intensa molestia que se alojaba en su cintura. Llevó una mano hasta sus posaderas y tanteó con el índice los vestigios de su orificio anal; no fue sorpresa que se ensuciara con los fluidos que rebosaban de su interior, hecho por el que añadió, sin embargo, otra decena de insultos a su temprano monólogo.
No le restaban energías para hacer algo al respecto, su único consuelo residía en el letargo, al que decidió rendirse sin reparar en todo lo demás. La habitación se percibía extrañamente vacía al igual que el pecho del joven después de cada experiencia similar; cuando su físico se convertía en un trasto y volvía a encontrarse con la soledad, las emociones afloraban como aves rapaces para devorar el cadáver de su conciencia; odiaba recapitular los desgarros en el alma, creerse aquel engaño sobre ser un objeto de posesión y, más aún, pugnar por una atención que le era brindada apenas y por medios fatídicos. Instantes previos a caer dormido solía anhelar el recibir un abrazo, cálido como los que sólo su madre había sabido brindar, y lograba olvidar, siquiera por un momento efímero, todo lo que le había sido arrebatado.


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Mensaje por Sokolović Rosenthal Sáb Mayo 13, 2017 10:28 pm

— Eso es bien sabido, El Conde promiscuo que siempre rodeado de las mejores putas anda, pero eres mío, y cuantas veces quiera cogerte lo haré, no es una novedad, mi Vasska, quisiste esto, así que no te quejes, habiendo cerrado tu puta boca, pero no, querías alardear, y aquí están las consecuencias.

Escupió rabioso, maltratándole de la peor manera. ¡La bestia llegó a su límite! Si no se apresuraba, iba a cometer una catástrofe, una tragedia en el cual en pleno acto sexual, montando a su amante, lo degollaría, ahorcándolo con las propias manos hasta que muriera, mientras le embestía hasta que no haya movilidad en ese cuerpo, para después, incendiarlo y que se convierta con aquella mansión en restos de cenizas, porque se lo aclamaba el maldito con sus provocaciones, no puede ni una sola vez callarse, y obedecer las demandas de su Conde, ¿por qué siempre tenía que complicar todo? ¿Acasos e ha acostumbrado a ser humillado? Porque así se basaba su relación, en las agresiones de cada uno, el herirse mutuamente, al grado que aquel lecho era manchado por ambas linfas, por ambos líquidos, bañados de sudor, ya que el Sokolovic apestaba a él, era contagiado por las sudoraciones del cachorro, embravecido, alocado libera su recelo ante las embestidas, destruyendo aquella cavidad, él lo ocasionó, lo hacía perder el juicio y por la manera en la que le demuestra quien manda, lo recordaría por mucho tiempo, sin ser eterno el orgasmo, se corrió, e hizo que el otro escupiera por ese falo, concluyendo el acto, ya el maldito no debía de ser premiado, no se merecía que le empotrara.

Frívolo, mezquino ante su templo, con la exacta prontitud de ser arrojado por aquel, ya que dicho rodillazo, le causa gracia, lo disfrutaba, eso es lo que le encaraba en el rostro, que le excitaba ser tratado por su hermano como prisionero, sino, ¿porque su jodido cuerpo seguía candente? Era lo único que no podía esconder ese perro, más el dolor se profundizó en el abdomen, se sostuvo por un instante para recomponer su estado, y el ver cómo escapaba como rata de alcantarilla, ladeo el rostro, aquel trasero siempre lucía espléndido ante sus irises, no se percataba cuán atrayente es para él, ni que tan profundo es la evocación, yendo más allá de placeres carnales por algo le sigue manteniendo a su lado, pero el imbécil no lo comprende, ni tiene conocimiento que la relación entre familia no existe que es un pretexto más para retenerlo, ya que si en realidad fuese su hermano de sangre, jamás le miraría de la forma en la que lo hace, en la que se posesiona. Negando por milésima vez, ya ni observarlo, toma un trozo de la sabana al arrancarla y se limpia el miembro, el cual era bañado por linfa y semen, y cuando le miró, sólo pudo seguir la finura de su espalda. Echado de su cama, de su presencia, de aquel aposento, lucía tan hermosamente que hubiese otorgado un abrazo antes de marcharse, pero no fue de esa manera, se levantó, exponiendo su esbelto templo, desnudo, con la masculinidad y el dote, acomodándose los cabellos para después ir con la barba, se vislumbraba tan frágil, el verlo recostado como un pequeño, le hicieron desprender una sonrisa, una natural, representando su real conforte, ese mocoso era todo lo que tenía.

— Mi amado hermano, me iré, ya no hay nada que tenga que hacer, descansa y espero que no tengas más ganas de salir, nos pudriremos en este infierno, tu y yo, por la eternidad. Y sabes dónde encontrarme, después de todo, puedes soltarte esta vez, se libre…

Se giró, caminando hacia la puerta, ya sin querer verlo, se alejó lo pronto posible que no le preocupaba el hecho de que no le encadenara, si decidía salir de la mansión, es que aceptaba las consecuencias, ya que el Conde jamás se queda con los brazos cruzados, siempre se las ingeniaba para salir victorioso qué fue aquello que le hizo irse de manera gustosa, yendo a la propia habitación para asearse y descansar, pues hay muchos preparativos reales, y el trabajo sin duda alguna era la manera en la que desquitaba su furia.


FINALIZADO


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