Escrito que no encuentras en la biblia sino en el corazón de la humanidad

Mi cuerpo respingó debido al ruido que se escuchó en la cabina. Me giré rápidamente para buscar la causa de aquel sonoro escándalo. Un señor entrado en años, había dejado caer su pesada maleta. Todas sus pertenencias se habían desparramado en el pequeño pasillo.
Casi enseguida, el encargado de nuestro vagón, llegó para tratar de ayudar en lo que fuese posible. Ropas, libros, monedas, y demás cosillas, yacían regadas por doquier.

Aparté la mirada de aquella escena. Yo que siempre me quejaba de la gente cotilla, justo ahora comprobaba que no era más que una del montón, por lo que centré mi atención en el libro que se encontraba en mi regazo y que había servido como distracción en el muy corto viaje. Mi equipaje se complementaba con un bolso en color negro, bastante amplio quizá, para las pocas pertenencias que cargaba conmigo. En todo el camino no había hecho más que adentrarme en las palabras manuscritas de las hojas amarillentas. Palabras que, me habían hecho cuestionarme en todo el camino el si no hubiera.
Detestaba que alguien formulara esa frase, porque el hubiera no existía, no había existido antes y no existiría nunca.

Cerré de golpe el libro, culpaba mi exasperación al viaje. No más lecturas por hoy, no más lecturas para mañana. Agregando que, no quedaba mucho para llegar, ya que la gente había comenzado a reunir sus pertenencias.
Tomé mi bolso, introduciendo el pequeño libro que me había dejado un muy mal sabor de boca.
La señora que se encontraba frente a mí, se removió inquieta cuando su bebé comenzó a llorar. Lloraba con desesperación, como si algo realmente malo le pasara. Suponía que sentir hambre o sentirse húmedo, era algo realmente malo para un ser tan pequeño y frágil.
Aquella joven mujer parecía tener uno o dos años más que yo. Miró a todas direcciones como queriendo encontrar algo –¿Le puedo ayudar?– la mujer me dedicó una verdosa mirada, pegó a su cuerpo la delicada silueta de su bebé y habló –Sí. Se lo agradecería mucho– tiró de una manta con gravados florales y arropó al pequeño –En mi bolso se encuentra un pequeño gorro, no sé cómo está el clima y no quiero correr riesgos– dijo mirando el pequeño cuerpecito. Asentí incorporándome de mi lugar. Indagué a mis anchas en sus pertenencia hasta que di con lo que me pedía, el cual coloqué sin problema alguna en la tibia cabecita de su hijo –Muchas gracias, señorita– su sonrisa fue sincera, su gracias, aún más. Bajo el gorro, no había más una redonda cabecita escasa en cabello. Apenas y se veían finos vellos dorados.

El tren paró y uno a uno los pasajeros comenzaron a bajar. Ya en la estación, el clima se sentía un tanto fresco. Comencé a caminar para alejarme de la multitud y encontrar algún lugar, sentarme y esperar a que pudiesen entregarme el paquete para Marie. Había llegado a tiempo, pero demasiado temprano para la entrega.