•Algo ha salido mal•Tres golpes si eres tú •• Adrians & Evolet••

Aferro con fuerza la carta entre mis manos y suspiro. ¿Realmente necesito volver a verlo? No, por supuesto que no, sin embargo aquí me encuentro, de camino a él. El carruaje tiembla sobre los adoquines parisinos mientras la noche nos engulle y ello trae recuerdos ya casi olvidados. La última vez que nos encontramos se respiraba un aire similar, de inquietante silencio. En esta ocasión por el contrario, sí conozco las razones por las que he recibido su carta, sé qué esconden las palabras a tinta fina y la intención de este encuentro. Y ello me perturba, porque no es nada bueno.

Cuando el vehículo se detiene no espero a ser escoltada, abro la purta yo misma y el vuelo de mi vestido cae antes que mis pies. Camino con la seguridad de quien tiene su destino aceptado y, antes de que el portón ante mí se abra para recibirme guardo la carta en mi modesto bolso. Como es de esperar la Biblioteca Nacional no recibe visitas a altas horas de la noche y el lugar permanece mudo. Deniego ante la oferta de deshacerme de la capa y decido que no me quitaré la capucha hasta llegar a mi destino, el terciopelo negro de la tela se funde con el azabache de mi vestido, las mangas hasta las muñecas y el poco encaje en éste me dan un aspecto modesto y discreto. Sin necesidad de dar explicaciones la persona que me recibe hace una leve reverencia y me invita a seguirlo, tiene el pelo canoso peinado en una modesta coleta y su vestimenta concuerda con la de un mayordomo pese a que en un lugar como este está fuera de lugar. A medida que avanzamos mis pasos llegan a resultar molestos ya que son lo único que rompe la calma, bajo la luz ténue solo somos sombras. Solo cuando llegamos a una puerta con brocados de oro nuestro paso se detiene.

-El señor la espera, mademoiselle-y sin más, se marcha por donde hemos venido. Debe haber recibido instrucciones de no traspasar esta puerta bajo ningún concepto si no, no entiendo cómo no se adelanta y me presenta. Entonces recuerdo, y un escalofrío recorre mi cuerpo. "Tres golpes si eres tú". Esas fueron las últimas palabras que el brujo tuvo la decencia de escribir en su carta. Inspiro profundamente. Un golpe de nudillos sobre la puerta. Suelto el aire y mi rostro se calma. Segundo golpe. Esto es un error. Con el tercer golpe abro la puerta y desaparezco para el resto del mundo.

Adrians. Ahí está frente a la chimenea, rodeado de libros y mil motivos en sus labios. La estancia es cálida y poco modesta con pinturas de Courbet brillando ante las llamas, una mesa de roble sin nada sobre ella nos separa, huele a páginas antiguas y, sobretodo a magia. Mantengo el silencio mientras nuestras miradas se cruzan tratando de averiguar si algo en su rostro ha cambiado desde la última vez que nos vimos. Sin saber porqué recordaba su rasgos menos afilados y duros, y me digo que debe ser la luz de la lumbre lo que le ortorga este aspecto. Desde donde estoy me es imposible distinguir el brillo en sus ojos.

-Monsieur Blancquart-mi voz se escucha por encima del crepitar de las llamas como un suspiro. Procuro mantener mi rostro reseno y la postura tranquila pese a que interiormente desearía poder comenzar con todo aquello que tengo que reprocharle-Ha pasado tiempo. Debe de tratarse de un asunto muy importante para sacar a una mujer casada de su hogar a media noche ¿Me pregunto qué podrá ser?-digo mientras me quito los guantes casi con parsimonia, el deliberado sarcásmo en mi tono y mis ojos sobre él lo dicen todo. Solo espero que no se ande con tapujos, sea lo que sea en el fondo ambos sabemos porqué estamos aquí. Jamás pregunte las razones en su momento, no quise saberlas, pero es hora de tener respuestas. Por fin me quito la capucha y deshago el lazo, la capa se desliza sobre mis hombros y la coloco sobre una sillón de cuero. Espero paciente sus palabras ya que lo que debe decir puede que no sea fácil, por el aura entorno a él lo que tenga que venir no es nada bueno.