A base de golpes se aprende {Morten, +18}

por **Aura Núñez** Vie Ago 28, 2015 6:19 pm

Era uno de aquellos días. Aquellos días en los que no importaba cuántos sitios visitaras ni cuántas personas hubiera en ellos que siempre te sentías sola, aunque intentaran brindarte su compañía o compartir un par de frases en un acto de cortesía. Todo ser u objeto a mi alrededor se fundía con las paredes y desaparecía de mi campo de visión. Todo menos la botella de whisky y el vaso de cristal que tenía frente a mí. En la jornada del día anterior había podido conseguir algo de dinero, lo suficiente como para permitirme darle un par de sorbos a una de mis bebidas favoritas. Seamos sinceros, había una cosa que tenía mucha más prioridad que el alcohol: la comida. Pero en aquellos momentos lo único que necesitaba era ese calor específico recorriendo mi garganta. Una y otra vez.

Me dejé caer durante un par de minutos sobre la barra de madera de la taberna, manchado parte de mi cabello rubio de una mezcla de suciedad y alcohol variado. Era consciente de que cuchicheaban acerca de mi comportamiento irresponsable, pero no me importaba lo que los demás pensaran de mí, ¿desde cuándo me ha importado?. La noche estaba a punto de caer sobre París para dejarla a merced de la oscuridad y pronto debería emprender la marcha si quería ganarme algo de sustento. Decidí esperar a que alguien me reclamara en vez de ir deambulando por ahí; a decir verdad, siempre hacía eso. Hasta hace unos meses estaba acostumbrada a permanecer en una habitación y recibir cliente tras cliente, sin necesidad de ir por ahí, esquina tras esquina. Era algo irónico, el cómo lograba lucir tan perfecta (el cabello bien arreglado y un cuerpo algo dorado por el Sol, cubierto por un vestido turquesa pálido) cuando por dentro estaba hecha mierda literalmente.

No tardó en acercarse un hombre que, antes de saludarme, se concedió a sí mismo la libertad de pellizcar mi trasero. Ya sabía de lo que era hora, así que sonreí amablemente de forma fingida y me erguí para estar a su altura. -Hola ricura, ¿estás de servicio?- preguntó al mismo tiempo que me analizaba de arriba a abajo. -Sí, claro. Deja que me termine esto- le confirmé y enseguida ya había arramplado con lo que quedaba de whisky. Lamí mis labios para aumentar su deseo por mí, aunque en realidad me muriera de ganas por escupir en el suelo -por no decir en su cara-. Hay una clara diferencia entre prostituirse en el burdel y en las calles: al burdel -habitualmente- única y exclusivamente acceden gente de dinero que cuidan de su higiene, mientras que en las calles ya podía salirte el viejo apestoso o el que cree que lo que me pagará es una millonada cuando no es nada más que chatarra.

Dejé que el hombre me sacara del lugar y me llevara unas calles más adelante, a un callejón apartado de cualquier señal de vida. En un abrir y cerrar de ojos, ya estaba siendo desnudada y besada por todo mi pecho. Sus labios rasposos buscaron los míos en un afán de humedecerse y transitar más fácilmente por mi delicada piel. Me costó un poco reaccionar, pero yo también me puse manos a la obra y comencé a regalarle lo que podía ofrecerle. Al notar su erección, descendí y, una vez arrodillada, liberé su pene del pantalón y sin preámbulos le practiqué poco a poco una felación. Por mucho que lo odiara, debía ser una buena actriz y hacer como si realmente me gustase. Cuando él acabó -corriéndose en dirección ajena a la mía-, le dediqué una sonrisa al apreciar que estaba complacido.

Pero las cosas se tornaron agresivas de un momento para otro, cuando me negué a tener sexo anal con él. Puedo arrastrarme lo que quieras por los suelos, pero si hay una cosa que realmente no quiero hacer, no la haré, así de claro. El hombre en un principio se rió, pero tan sólo estaba ocultando su rabia, que no tardó en salir a la luz. -Eres una puta, y las putas hacen todo lo que se les dice. Me importa una mierda si no te gusta. ¿Entiendes?- Y me agarró por el cuello con tal intensidad que pensaba que iba a quedarme sin aire, pero tan sólo me liberó para lanzarme al suelo. No me iba a quedar calladita, no. -¡Hijo de puta!- pero volví a recibir otro golpe, esta vez propinado por él directamente. Caí tan severamente al suelo que me raspé manos y piernas y me hice daño en la muñeca. Recapacité entonces, debía tener la boca cerrada. -No te pienso dar ni un duro que lo sepas. No vales nada- siguió dándome patadas, impidiendo que me levantara. Asimilé el dolor con efecto retardado, porque era incapaz de pensar con claridad. Era incapaz de ver más allá de las fuertes manos y piernas ajenas. Y...todo era un no parar. Tanto me dolía que hasta las lágrimas no pudieron resistirse en aparecer. Estaba siendo fuerte, manteniéndome firme y recibiendo los golpes sin cambiar mi expresión de indiferencia. Sin embargo, no sabía cuánto más sería capaz de soportar y, gradualmente sucumbía...notando cómo mis párpados se hacían cada vez más pesados.

Sangre...hay un buen charco de sangre a mi alrededor. ¿Esto es lo que el destino tiene preparado para mí?. ¿De verdad podía caer más bajo?.

por **Morten Harket** Vie Sep 04, 2015 2:27 pm

Había llovido todo el maldito día a causa de un frente frío. Me gustaba la lluvia, si… Pero particularmente aquella noche no podía disfrutarla tanto como hubiese querido. Sólo me limité a caminar entre la gente, enfundado en una gabardina negra, fingiendo ser una persona más. No llevaba una trayectoria fija, sólo me dejé llevar hasta donde mis pies quieran aventurarse, disfrutando del delicioso aroma de la sangre humana. Necesitaba alimentarme, estaba más que claro, pero a pesar de la ansiedad, me daría el tiempo necesario para ello. Con el transcurso de los años, había aprendido a controlar la sed, sin embargo un pequeño paseo nocturno para cazar algún tipo de víctima – o víctimas – potenciales no me vendría nada mal. Necesitaba esa especie de estupor que me incitaba a querer y hacer más con éstos poderes que los Dioses me otorgaron. Me sorprendí sonriendo sobre lo que cruzaba por mi mente. Sonreír, había olvidado el maravilloso poder que esto podría representar. Negué. Yo ya no era un humano, por más que pudiese aparentar lo contrario a ojos de propios y extraños. Yo era un vampiro, un asesino, una máquina para matar…

Algunos establecimientos comerciales, apostados a ambos flancos de la avenida, estaban abarrotados; sobre todo los de comida caliente. Me detuve un momento y recordé lo mucho que me gustaba comer, cuando había un plato sobre la mesa de mi humilde y único hogar, al lado de mi esposa e hijos. ¡Ah! la deliciosa comida que tanto me gustaba comer, y que ahora debía conformarme con el recuerdo de viejas glorias. Extrañaba los viejos tiempos. Demasiado… Algunas cosas de mi vida pasada no eran tan detestables.

Ahora lo que debía hacer, era continuar acoplándome a mi nuevo estilo de vida, en una nueva ciudad como lo era París. Ya no era un vampiro joven y aunque era hasta cierto punto lógico (eso quería creer) que algunos los recuerdos siguieran frescos, quizás con el transcurso de los años, se fueran difuminando poco a poco. No lo sabía con certeza, y creo que nunca lo iba a saber a ciencia cierta. Reflexionar acerca del tiempo y el espacio me inquietaba, porque no estaba seguro de querer ser lo que era, por los siglos de los siglos. Pudiera ser que la noche menos pensada, me pusiera un hacha en el cuello y decapitarme. Morir de propia mano es algo que siempre había tenido contemplado en mis pensamientos, en el apartado: Asuntos pendientes. Resaltado con tinta rojo sangre y letras muy grandes y garigoleadas escritas en un viejo manuscrito.

Me he detenido alzando la vista. Había llegado a una calle nueva. Al parecer ya me había alejado demasiado del centro y era justo que me daba cuenta de que era una zona poco transitada. A mi izquierda, una luz parpadeaba, a mi derecha, un oscuro callejón, desde donde puedo apreciar claramente a dos figuras. Una de ellas tratando de luchar por su vida, y a otro ser - que ya me he dado cuenta de que es un completo bastardo- golpeándole casi al grado de morir.

Mi primera reacción es llevar mi mano hacia la parte de atrás de la espalda y sacar mi hacha corta, pero para mi mala fortuna, y por las premuras de abandonar mi cabaña improvisada en el centro de la espesura del bosque, me doy cuenta de que lastimosamente la he olvidado. Niego con la cabeza por ser tan estúpido y haber olvidado algo tan importante. De cualquier manera no tengo ganas de comenzar una riña o defender a alguien a quien ni siquiera conocía. No tenía un espíritu altruista o el ánimo suficiente para ir al encuentro de aquellos dos y cazar al maldito humano. Sin embargo… ¡Ah! ¡Mi espíritu vikingo jugándome otra trastada más! La noche había estado demasiado aburrida, estirar los dedos y los colmillos no estaría nada mal después de todo. Sonreí de medio lado.

De un salto, me prendí de los bordes de una de las ventanas que se encontraban encima de ambas siluetas. Cómo una auténtica alimaña nocturna, fui deslizándome hacia abajo, evitando hacer el menor ruido. Para cuando tuve al humano cerca de mi agarre lo tomé por la ropa y lo cargué hacia arriba. No es que hubiese necesitado la sangre de aquel infeliz para saciar mi eterna sed. Simplemente le desgarré el cuello por el simple y puro placer de escuchar cómo se rasgaba su piel lentamente al contacto con mis afilados colmillos. El sentirme poderoso avivaba mí ya de por sí acrecentado ego vikingo; no había nada que no pudiese hacer en ésta no –Vida. Creía estar ya la altura de los mismos Dioses, y que llegado el día en que por fin las puertas del Valhala se abriesen para Morten, me sentaría codo a codo a su mesa.

Cuando el sujeto mal oliente dejó de respirar, terminé por cercenarle la cabeza y escupirla hacia cualquier parte. Arrojé posteriormente su cuerpo a un grupo de cajas, que formaban parte de un basurero monumental, del cual se alimentaban algunos gatos callejeros que maullaron al sentirse aplastados por el cuerpo de aquel humano despreciable.

Volví a poner los pies sobre la tierra. Me acerqué la mujer que parecía convulsionarse, echando sangre por la boca. Seguía con vida y la perdería si no se le prestaba ayuda inmediata. Entre cerré los ojos. Al juzgar por sus ropas desgarradas y coloridas, podía presumir que se trataba una mujer de la vida galante. Bien, no sería la primera ni la última en morir a causa de su trabajo, decenas de mujeres corrían con la misma suerte todas las noches por diversos factores; le haría un gran favor si terminaba por romperle el cuello y de ésta forma parara de sufrir.

Fue en el preciso momento en que le toqué, que mis pupilas se dilataron. Las imágenes en mi mente comenzaron a mostrarme escenas de ésa misma mujer rubia, blandiendo una espada y sosteniendo un escudo con la otra mano. Parpadeé. Había tenido un nuevo incidente de clarividencia ¡maldita sea! Odiaba que esto me ocurriese. Gruñí por lo bajo dispuesto a marcharme de inmediato de aquel lugar, pero… No. Algo no estaba bien ahí. Las piezas del rompecabezas no estaban en un orden preciso, habría que acomodarlas y de ésta manera darme cuenta del por qué las imágenes en mi cabeza.

Por orgullo, por ser una situación incierta y probablemente importante, la tomé en brazos en contra de mis creencias. Aun no estando seguro de actuar correctamente, le llevé conmigo hasta la negrura del bosque, en aquél lugar recóndito que me servía como guarida. Una vez dentro, le acomodé encima de la mesa de madera. Su pulso era débil, pero de haber querido los Dioses, ella ya habría dejado de respirar. Le observé detenidamente, a pesar de los golpes y la sangre, parecía ser una mujer agraciada y muy joven. Medité un momento en el “que” debía hacer con la mujer. Opté por acercarme al riachuelo que circundaba mi propiedad, llené un gran balde de agua fría, remojé un pañuelo y con éste fui limpiando su rostro ensangrentado, aunque las salpicaduras de su propio elixir malva, le cubrían prácticamente por todas partes.

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