400 patadas altas y 350 golpes.... (LIBRE)

Algo en este ambiente evocaba un recuerdo de la pelirroja. El día en que buscaba caracoles en la playa junto a su abuela. Un día en que contactó por vez primera una línea luminosa, de aquellas que el poder se centra en el cuerpo de un portador, de un brujo por descendencia. "Corría su estación favorita, el otoño, estaba sentada frente a las grandes olas del mar, con ese azul profundo y las aguas tibias calentadas por el sol. Miraba los rayos del sol tocar los granos de arena pálida donde su abuela dibujaba con un palito las diferentes runas para que la pequeña Galatea pudiera aprenderlas. Ese día, corrió y jugueteó en la arena, y las orillas del mar, había sido un día de lo más agradable. Tranquilo y sencillo" Justo como ahora, con el joven de quien no sabía nada salvo que quería ser un cazador.

Su sonrojo se incrementó dejando ese rosado pálido sobre su piel, ahora se tornaba rojo como manchones del calor en las blancas mejillas de la pelirroja. No quería haber importunado al caballero, no era própio de una dama hacer comentarios tan atrevidos y menos cuando era un sujeto a quien no conocía. Ni siquiera había tenido la amabilidad de darle su nombre. Su abuela había reprendido tal atrevimiento. —No, por favor, no intente darme explicaciones, en realidad creo que he hablado de más y le pido disculpas caballero— suspiró.

Sus palabras no habían servido de nada, el joven ya se encontraba platicándole algunos aspectos de su vida. Estaba adentrándose a las historias de su pasado, excarvando en su memoria y atrayendo consigo las ideas de un porqué. Galatea intentó pensar en lo que le decía, se imaginaba la escena, muchas veces la había visto. En ese momento extrañó a sus abuelos que como mera coincidencia tenía con Dufort, ella también había sido educada por sus abuelos al morir sus padres. Y también, la bruja seguía los pasos de la única madre que conoció. Salvo que había una variante, Mozambique ya traía la magia en su sangre, no podía huirle, no había elección y él..., si, era difícil comprender la decisión del chico.

—Bueno...— miró sus pies atravez del agua, —pues no soy la indicada de decirlo— chapoteó un poco —pero, creo que si, cada quien forja su camino, decide que ser, a qué dedicarse— le miró de soslayo —pienso que siempre debemos hacer aquello que nos llena, que nos hace sentir libres pese al oficio que se refiera, que nos haga hacer aquello en lo que creemos, no algo que ya han decidido que seamos, creo que a la larga aquello que alguien más decidió por nosotros llegará a ser una carga para nuestra mente que se cuestionará el porqué no vivimos como quisimos— mojó su vestido y dejó de chapotear —pero— le miró y se encogió de hombros —si aquello que quieres coincide con lo que otros desean de ti, pues supongo que es lo mejor— un suspiro más y se silenció por un momento.

—Oh— rió limpiando su mano en el vestido y la extendió como toda una dama —Galatea Mozambique, señor Dufort— hizo un gesto con la cabeza a manera de reverencia e inclinó la cabeza a la derecha haciendo que sus risitos traviezos le siguieran con cierta coquetería. —Debo decir que es todo un placer, además de que me ha encantado la forma en que se expresa de la naturaleza— sonrió —Yo también soy adoradora de todo aquello creado por nuestro ser supremo, es hermoso y pacífico vivir aqui, rodeado del ambiente natural, libre y puro— dedicó una mirada risueña a su alrededor y sonrió —por cierto, ¿quiere acompañarme a la merienda? Sería buena idea comer lo que la naturaleza nos ofrece— se puso de pie y regresó donde su pequeña canastilla, esperaba indicaciones, como mujer no podía tomarse más atrevimientos que estos.

Bajo la luz del astro rey, podían encontrarse miles de razones por los cuales sonreir, aquellos que le dicen: Hey, hoy es un día nuevo, el soy te recibe con todas las cosas interesantes de la vida. En ocasiones Galatea no era capaz de ver ese mensaje escrito en las esponjosas nubes, estaba cegada por aquella soledad que le sumía ese estado de letargo. Pero días como hoy bien podía darse cuenta de que en efecto había un sinfín de momentos y personas interesantes a las que aún no conocía. Dufort rescataba esa idea de la mente de pelirroja. La vida, valía la pena de vivirse con todos y cada uno de sus aspectos, porque solo pasando penurias se podía apreciar lo que realmente era..., especial. Justo como ese sonrojo que le sorprendió, podía ver en aquel caballero la fortuna de una vida lejos de la maldad que moraba en los corazones y calles de París.

Una sorprendida Mozambique le sonrió con encanto. Le agradaba encontrarse con esa clase de personas tan blancas. Solía pensar que no existían en un mundo como este, plagado de gente que solamente se dejaba llevar por el poder banal e individualista. Sin embargo, le era grato equivocarse como ahora. Esta era una prueba fiel de que se podía seguir confiando en la basura de humanidad. Todavía existía mucho que salvar. Dios, bien podría encontrar a las diez personas por salvar al estilo Sodoma y Gomorra. Rió suavemente por aquellos pensares y soltó un suspiro.

Su sonrisa se ensanchó al ver el rostro iluminado del joven. Se plisó el vestido con las manos e hizo un gesto reverente hacia él —adelante caballero— dijo con un gesto pensativo. No había comido queso cuando ese era uno de los alimentos que nunca faltaba en la casa de la mujer, sus abuelos se dedicaban a la elaboración de lácteos por ello era un comestible de siempre.

Tomó una rodaja de pan y untó un toque de mantequilla y le dio un pequeño mordisco mientras, sacó un jícara de leche y la colocó frente al hombre. Escuchó la pregunta y torció el gesto negando —no, no lo sé— mintió con sutileza, le gustaba escuchar a Dufort, su manera de expresarse era exquisita, con amor e interés hacia todo. Era perfecto. —Vaya, es lindo escucharlo, saber que encuentra un motivador aún en las criaturas más pequeñas del mundo— mordió su labio pensando en ello, acto seguido sonrió —bueno, siempre he sentido un especial cariño hacia los gatos— como bruja era bastante comprensible —creo que tienen cualidades que yo jamás tendré— suspiró recordando que aún ningún gato le había elegido, quizá nunca tendría a un compañero de naturaleza.

Bajo su franca mirada el joven delataba algo más fuerte que una simple ilusión de ser un gran cazador, escondía la valentía que por sus sangre corría presurosa. En su rostro, grabado, el emblema de una nación que cobijaba cada uno de sus pasos en ese arduo entrenamiento que no solo le decía, serás mejor, sino que lo convertía en un guerrero de esta fatídica humanidad, un sobreviviente. Después de todo Galatea se alegró de que él pudiera bien elegir su camino a seguir, así siempre podría enfrentarse a los peligros que acechaban ya no solo a las sombras sino a la cruel luz que se reflejaba cual cristal en una típica mañana de primavera como ahora.

La verde mirada de la mujer se desliza travieza por el cuerpo del joven quien mostraba evidentes signos de su constancia. Con un sonrojo poco usual, la pelirroja desvía la mirada perdiéndola en la frialdad del río que galopa triunfante en su cauce, derramando pequeñas gotas de agua a su alrededor. Da un discreto mosdisco a su pan con mantequilla y sorbe un poco de leche. Su mente divagaba en las situaciones de una vida muy distinta a la acostumbrada. Ojalá pudiera cambiar su pasado y regresar a ser la feliz campesina en su la nación que le vio nacer.

Sonrió ante los comentarios que le dieron la impresión de venir de un muchacho soñador. Era un joven apenas, no alcanzaba a descubrir la vida. Un chico que buscaba su camino en el mundo, su lugar. —Tiene razón, siempre he pensado que el trabajo conjunto, en equipo es la mejor solución, incluso para los de mi especie— soltó sin pensar en lo dicho, ni siquiera se percató de lo atroz de su revelación. Quizá el joven tampoco lo hubiera notado o solo pensaría que era una forma en que ella se refería a los irlandeses.

Galatea no solía estar rodeada de personas que hablaran mucho con ella. Porque incluso la bruja era reservada y solitaria, pero, realmente estaba disfrutando mucho de esta conversación, le hacía creer que alguien sentía confianza para con ella que hasta revelaba observaciones de su entera personalidad. Era agradable. Podía decirse que hasta ella estuviera a punto de decir todas aquellas ideas frescas e idealistas por las cuales muchos le reprendían y callaban. "Una mujer nunca debe expresar sus ideas, solo debe seguir las de los hombres, sean erróneas o acertivas" solían decir las mujeres de grandes parajes. Por ende la bruja callaba.

—Correcto, son animales muy suspicaces, leales y reservados. Aman su individualidad pero aceptan a trabajar en equipo cuando amerita la ocasión, orgullosos por naturaleza y narcisistas también— rió al recordar al gato de su abuela. Nunca dejaba que lo acariciara y se erizaba todo su pelo oscuro cuando molesto no quería comer lo que la brujita le brindaba. Pero más de una vez ayudó a la abuela a salir de una desastroza situación. Era por ello que los gatos eran los ayudantes y amigos naturales de las brujas.

—No caballero— suspiró con desesperanza negando con la cabeza. levantó la mirada y le sonrió —ningun gato me ha elegido aún— calló de pronto rememorando lo dicho y hasta ese momento se percató de que estaba revelando más de lo que debería. Le entró un poco de miedo —es decir, mi abuela solía decir que cada animal sabe elegir a su dueño, porque busca en él la calidez de un hogar, justo lo que desean, ven las virrtudes de las personas quienes van a cuidar de el y a cambio cuidan el alma viajera de ellos— sonrió encogiéndose de hombros —algunos dicen que son tus mascotas quienes te ayudan en la travesía de la muerte— dio un sorbo más y miró al cielo y el sol que poco a poco se escondía.

Suaves oleadas de aire puro alborotaban sus rojizos cabellos que danzaban con el viento en una armoniosa sincronía. Sus blancas manos se deslizaban por entre su ropaje para mantenerlo liso y libre de las fastidiosas arrugillas que difícilmente podía quitarlas con los artefactos tan rudimentarios de su actualidad. Contemplaba al muchacho con un creciente interés que se transformaba en un orgullo por la humanidad. Le encantaría poder verle cuando ya fuese un hombre triunfador siendo todo lo que él quisiera ser.

Paladeo el exquisito sabor de la miel en su boca antes de dar un pequeño sorbo de su leche que poco a poco se volvía fresca. Le gustaba más la leche tibia por su calorsito que deleitaba su garganta, pero cualquier clase de sustancia de este estilo era bienvenida para la bruja que muchas veces tuvo que conformarse por simple agua del pozo de la ciudad. Comió el último trozo que le quedaba de pan y se acomodó ladeando ligeramente el cuerpo -cosa que se suponía que nunca se debería hacer- y escuchó el relato gracioso que Durfort le contaba. Admiraba su rostro haciendo gestos e imitando su sorpresa ante el gato y no pudo evitar reír por ello. Alzó su mano hacia la boca para contener una risotada, como siempre las mujeres solo debían mostrar sonrisas misteriosas y contenidas para no seducir a los hombres.

—Oh— soltó una risita —que relato de lo más peculiar— bajó la mano de su rostro —seguro que era el gato de alguien de la realeza, o de los gitanos, suelen entrenar a los animales por diversión— dijo con una coqueta sonrisa. Imaginó que era un cambiaformas, porque de otra manera se habría comportado como cualquier animal. Recordó aquel minino al que conoció hacía tantos meses atrás, no supo que era un cambiaformas sino que solo fue parte de su especulación, hubiera querido comporbarlo.

Suspiró pasando un pequeño pañuelo sobre sus rojos labios. —Señor Dufort, ¿quiere algún fruto?— inquirió rebuscando en su pequeña cesta —solo tengo duraznos. ¿Le apetece?— tendió el fruto frente a ella con una suave sonrisa, mientras que con la derecha pasaba un despistado rizo detrás de su oreja. —Vamos, no sea tímido— soltó una risita divertida. Le agradaba mucho la plática con él, era divertido, perspicaz, inocente y maduro. Le había agradado que incluso se atreviera a hacer caras y gestos en su relato, cuando la mayoría de los hombres buscaban impresionar a maneras serias y misteriosas. Ciertamente, era algo nuevo.

Ya el día abanzaba presurosa con esos matices que adornan un cielo matutino. Le encantaba ver esas luces serpenteantes sobre el azul de la bóveda de Dios, con los pajarillos surcándo en graznadas delicadas y coquetas canciones que acompañaban incluso al amanecer. Eran esta clase de días en los que realmente disfrutaba ser una bruja terrenal porque era capaz de sentir todo aquello que la naturaleza tenía por ofrecer, como ese árbol que inclinaba sus ramas donde el sol para tomar los rayos en el esplendor de sus verdes hojas, o la tierra húmeda que amaba su frescura que la lluvia le había regalado por la noche. Y más amaba estos días cuando tenía a alguien con quien compartirlos. La soledad siempre era su fiel compañera, pero, a veces gozaba de la compañía de seres intelectuales.

Asintió soltando un suspiro, no era odiadora de los gitanos pero nunca los había visto con los mejores ojos; la mayoría de ellos no tenían poder alguno, eran simples embaucadores, mentirosos y que gozaban del sufrir ajeno. ¿Que te leían la mano? Solo decían aquello que querias escuchar, y en cuanto a los animales, pues eran peores. Mucho peores...

—Eso dicen, tampoco he comprobado que los gitanos lo hagan, son muy reservados con sus raíces— murmuró soltando un suspiro. Era el priincipal choque entre brujas y gitanos. Además gracias a ellos repudiaban a los brujos por la iglesia que los creía herejes (que muchos lo eran) y los llevaban a la hoguera, mismo que muchos eran los gitanos a los cuales confundían como hechiceros. Una masacre horrible se desarrollaba hoy día, cuando había cacería de brujas donde incluso a humanos comunes y corrientes a los que señalaban mandaban a la hoguera. Le recorrió un escalofrío que apagó con el morder de sus labios.

Le sonrió volviendo a sentir un escalofrío recorrer su mano al sentir la mano trabajada del muchacho, propia de alguien que ha pasado su vida bajo el mandato de los deberes. En ese aspecto se diferenciaba de los hombres que tenían las riquezas en sus hogares, pues sus manos contaban el dinero que poseían mientras que las de personas como las de Dufort, eran las que trabajaban por no poseer ese dinero. Acarició su durazno pincelando las líneas rojizas sobre su piel texturizada.

Miró al joven mordiendo su labio inferior. —Hermosa perspectiva caballero— murmuró mirando el chapotear del agua que saltaba hasta el cesped cual rocío. —O algunos tienen una vista tan hermosa pero que por dentro son lo opuesto a lo que pensabas— desechó el recuerdo de su esposo al instante, antes de que quisiera ser evocado por una memoria que yacía marchita en algún lugar de su subconsciente abrumado, solitario y triste.

—Oh, no— alcanzó a decir y soltó un suspiro —..., es que me gusta señor Dufort, mi historia realmente es muy aburrida— dejó su fruto sobre el mandil de su vestido —soy una intermediaria, por eso trabajo con los campesinos, soy quien ayuda a que sus productos sean consumidos por los nobles de París— sonrió timidamente —no hago muy buen trabajo, el ser mujer simboliza barrera en los "negocios", pero igual me gusta ser de ayuda para todas estas personas, que a su vez me ayudan a subsistir. Una ayuda mútua.