Caminos perdidos hacía la luna || Morten Harket

Destrocé un par de árboles aquella noche. Era mi deseo construirme una pequeña construcción de madera, que sirviese de refugio improvisado para cuando no estuviese anclado en el puerto. El Drakkar era una estupenda manera de adentrarse en el mar para alejarse de miradas curiosas, puesto que una embarcación como aquella tan singular, era por demás vista tanto con buenos, como por malos ojos. No convenía a mis intereses llamar poderosamente la atención. Cuanto más estuviese alejado de la civilización, cuanto más seguro y solitario estaría, o estarían aquellos que osaran traspasar mi territorio. Era muy celoso de mis pertenencias, y aunque aquel pedazo de tierra ganado al mar, nunca fue pagado por mí, sino que lo tomé por puro placer, porque podía, porque tenía el poder suficiente para reclamarla como mía - no me satisfacía en plenitud, puesto que lo mío era el mar; navegar a través del basto océano y luchar batallas contra todo aquello que se interpusiese en mi camino.

Maderos al hombro que fueron echados a tierra haciendo un sonido sordo, servirían para construir la parte alta del techo que estaba casi a término. Había estado ocupado las tres últimas noches en solucionar algunos desperfectos ocasionados por las incesantes lluvias nocturnas que sólo me causaban dolores de cabeza.  El ser un muerto viviente, no me proporcionaba el poder suficiente de controlar el clima, hecho que me fastidiaba enormemente, exacerbando mi mal humor.

Antes de continuar con mi labor, tomé a grandes sorbos aquel líquido rojo y viscoso que había recolectado media hora atrás dentro de mi inseparable cuerno vikingo. Algunos hilillos de sangre resbalaron por las comisuras de los labios, mismas que retiré con el antebrazo dejándome una mancha roja en la mejilla.

En el acto mi cuerpo se tensó. Mis pupilas se dilataron y en mi mente comenzaron a  formarse imágenes nítidas y borrosas de algún acontecimiento venidero. El cuerno cayó de mi mano, derramando la sangre sobre mis pies: Una mujer rubia abriéndose paso por la espesura del bosque, caminando en su dirección.

Moví la cabeza de derecha a izquierda para devolverme  la realidad. Ella… Esa mujer no tardaría en llegar, por lo que me apresté a ir por mis inseparables armas que descansaban enterradas dentro de un viejo tronco seco. Tomé una de ellas depositándola en mi cinturón de cuero a la altura de la cintura – el hacha- y la otra la sujeté con fuerza por el mango. Trepé con rapidez a un árbol alto que poseía una frondosa copa y me oculté tras las ramas. Desde ahí tendría una magnífica visión sobre la misteriosa mujer que deambulaba sola por aquellas partes olvidadas del mundo. Una mujer “sola” caminando por ahí, sólo podía representar algo: Problemas.

No me fiaba de sus palabras, el tono de su voz era dulce melodioso, casi podría jurar que angelical, pero desconfiado como soy como era y como seguiré siendo, debía mantener los pies sobre la tierra y mis distancias. Si bien el árbol no iba ofrecerme un anonimato permanente - ni tampoco lo estaba buscando -  me había dado  la posibilidad de observarle desde el momento en que mis ojos entraron en contacto con su figura. Su porte, su gracia, la seguridad de sí misma y... Completamente sola. Éste detalle sobre cualquier otra cosa, me daba grandes pensamientos, grandes ideas certeras, para darme cuenta de que el bosque no le representaba ninguna clase de peligro,p;  además su aura podía identificala perfectamente, como el color que presentaban regularmente y en casi todos los casos las hechiceras. Una hechicera rubia, muy atractiva desde luego, pero que en su belleza escondía algo maligno. Mi instinto de supervivencia me decía que no me fiara de su actitud dócil, que no me podía fiar de lo gentil e indefensa que ella podía parecer.

En ese momento - de cualquier modo-  de un brinco, aterricé en el suelo, aún con mis armas en todo lo alto. Jugué con ellas entre mis manos, antes de dirigirle la palabra:

-Dime hechicera ¿qué es lo que te ha traído a las profundidades del bosque? -le observé a detalle, sin despegar la vista ni un segundo. Ella podría revelar sus verdaderas intenciones si encontraba la oportunidad idónea para ello. No era lo primera hechicera con la que me topaba y no iba a ser la última. Todas y cada una de ellas, eran criaturas manipuladoras y mentalmente inestables. De un momento a otro podían cambiar de actitud. De la euforia a la ira, de la ira a la tristeza y así sucesivamente -. Si hay algo o no qué temer, lo decidiré yo. No eres bienvenida a mis tierras - escupí directamente, siempre al grano.- Regresa por donde has venido, no quiero mancharme con tu sangre, todavía no tengo apetito... - sonreí ligeramente. La verdad sea dicha de paso, es que no deseaba una pelea innecesaria, no aquella noche, y no cerca de mi casa.

Por supuesto que sabía que se trataba de una hechicera, apenas tuvo la oportunidad de encontrarse frente a ella. No era ningún estúpido, ningún improvisado y ningún vampiro que se jactase de actuar por impulso. Aquella era una de esas veces, en las que prefería guardar las distancias, porque si bien es cierto él era inmortal, también podría morir por segunda ocasión. Y sería una auténtica desgracia morir a manos de una hermosa hechicera rubia. ¿Para qué negar que era muy bella? pero que dentro de esa misma belleza, radicaba su malignidad. Su aura negra - que podía percibir en ése preciso momento - indicaba que era un alma putrefacta, con sonrisa angelical.  

Estaba casi seguro, de que utilizaba algunas de sus artimañas físicas, intelectuales, y ¿por qué no? sexuales para traer a sujetos estúpidos que se dejaban arrastrar por ese aire exótico sensual, que transmitía a través del modo de hablar, de caminar, e inclusive de mirar. Parecía intentar ser un poco agradable con él, pero estaba seguro de que lo haría con cualquir sujeto que se cruzara por su camino, para propósitos inciertos. No había nacido ayer y no iba a dejarme engatusar tan fácilmente; porque una mujer como ella, a altas horas de la noche caminando por un bosque, debía tener un plan maligno que realizar. No era mera casualidad, que ella estuviese por ahí deambulando simplemente porque le apetecía respirar aire puro.

Intenté manipular mi mente para que me mostrase algunas imágenes sobre el futuro inmediato, sin embargo nada ocurrió. Estaba bloqueado, y sólo lo lograría si me acercaba lo suficientemente a ella. Un simple roce y las imágenes llegaran a mí como por arte de magia, pero repito, no soy idiota. Sé cuando debo de ser prudente y no voy a arriesgarme por satisfacer mi curiosidad.

-Llevo caminando por este bosque, más de lo que tú pudieses imaginar. Necesitarías tres vidas para darte cuenta de lo que te estoy diciendo es la verdad. Ahora sin embargo, no me interesa poner este punto en claro, porque yo vivo aquí y me considero dueño de mi tierra. ¿A quedado claro éste punto? - alcé una ceja, esperando fervientemente que dejara de pelear por un pedazo de tierra que no le pertenecía-. ¿Para qué necesita una criatura como tú, saber mi nombre? Ni yo mismo sé cuál es el verdadero. Hace tanto tiempo que deje de ser humano que ya lo olvidé.

Mi actitud no cambió ningún momento. Continuaba serio, firme y reacio a dejarme amedrentar por una mujer como ella. El orgullo por delante, como buen vikingo.