AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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No siempre el errante está perdido ~ priv.
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No siempre el errante está perdido ~ priv.
Acomodándome mejor la desgastada mochila, dedico una última mirada a la ciudad que se alza a mis espaldas. Las luces han empezado a despuntar en ella, haciéndola brillar en medio de la oscuridad de una manera casi atrayente. Titilan desde la distancia, sin llegar a apagarse pese a la fuerza con la que sopla el viento. A diferencia de lo que sucedía en Le Havre, el perímetro de la gran urbe está perfectamente perfilado; y es que incluso las calles pequeñas tienen aquí unas cuantas farolas, encendidas al caer la noche hasta que el aceite acabe con ellas. Es otra evidencia más de cómo le importamos a Su Majestad el Rey la mayoría de sus súbditos; sólo los que vivan cerca de él merecen tener luces por la noche, mientras los demás nos hacinamos alrededor de una vela hasta que el sueño vence nuestros temores.
Pensativo, observo las luces un par de minutos más antes de reanudar mi camino. No importa cuánto lo retrase; ningún recuerdo hará más atractivo el recorrido que me espera. El bosque que se extiende frente a mi no es para nada tan atractivo como lo que dejo atrás. Perturbado únicamente por el sibilar del viento entre su foresta, se cierne amenazador sobre el pequeño sendero de tierra batida. Las copas de los árboles son altas, tanto que se funden con la oscuridad del firmamento. Sus troncos, gruesos y enmohecidos, podrían ocultar tras su perímetro a mil astutos enemigos. Y el suelo no es más que un resbaladizo y traicionero cúmulo de tierra congelada por el frío de la estación. Un sólo paso en falso y acabaré en el suelo, igual que mi dignidad; es lo menos valioso que podría perder en un sitio como éste. En cualquier otra ocasión no sería tan cauteloso; tengo una pequeña hacha oculta bajo mi capa, y otras armas menos agradables para sorprender a los incautos. Quien espere encontrar en mi una presa fácil lo lleva claro. Sin embargo, me encuentro en un terreno completamente desconocido para mi; un lugar hostil, cargado tanto de vida como de muerte. Un lugar que jamás creí que pisaría. Y en el que ahora tengo que buscar a una quimera de mi infancia.
Caminando silenciosamente, observo la capa de hielo que se extiende por la hojarasca mientras cavilo sobre todo lo que ha sucedido. Cruje bajo mis pies con cada paso que realizo, astillándose hasta formar una pequeña capa de granizo. No se parece en nada al lugar en el que creía que iba a conocer a mi padre, pero no se puede tener todo en esta vida. Y mucho menos ahora que uno de los grandes anhelos de mi infancia está a punto de verse cumplido.
Nostálgico, buceo en mis recuerdos para amenizar mi ruta por el bosque. Cuando era pequeño, soñaba con un hombre de brazos fuertes que me alzaba por los aires. La esencia de mi fantasía no era su aspecto, que variaba cada vez que fantaseaba con él; ni tampoco el hecho de que estuviera o no con mi madre. No; lo que hacía que años después todavía atesorase aquellas ensoñaciones, era que aquel hombre me quería. No le importaban las circunstancias de mi nacimiento, ni tampoco mi carácter; estaba orgulloso de mi existencia, por el simple hecho de ser yo. Era un estúpido sueño pueril, que esfumó tan pronto tuve edad para comprender qué era un bastardo, poco más que una consecuencia del trabajo de mi madre. Hacía tiempo que sabía qué era lo que comportaba su profesión, y lo asumía y aceptaba con una mentalidad inocente e infantil. Pero aun así, sentía que me habría gustado tener un padre. Jamás habría pensado que ahora, veintidós años después, iba a ver cumplido mi deseo. Que mi padre ya no sería una figura borrosa en mi mente, sino que tendría nombre, e incluso apellido. Leif Paine. Un licántropo.
Y si se parece en algo a mi, también un asesino.
Una ráfaga de viento helado sopla en ese momento en dirección contraria, aturdiendo mi olfato con el aroma helado del invierno. Sacudiendo la cabeza para desenredar mis cabellos, continúo adentrándome en el bosque. Espero que la brisa no alerte de mi presencia a nadie peligroso antes de que alcance mi destino.
Pensativo, observo las luces un par de minutos más antes de reanudar mi camino. No importa cuánto lo retrase; ningún recuerdo hará más atractivo el recorrido que me espera. El bosque que se extiende frente a mi no es para nada tan atractivo como lo que dejo atrás. Perturbado únicamente por el sibilar del viento entre su foresta, se cierne amenazador sobre el pequeño sendero de tierra batida. Las copas de los árboles son altas, tanto que se funden con la oscuridad del firmamento. Sus troncos, gruesos y enmohecidos, podrían ocultar tras su perímetro a mil astutos enemigos. Y el suelo no es más que un resbaladizo y traicionero cúmulo de tierra congelada por el frío de la estación. Un sólo paso en falso y acabaré en el suelo, igual que mi dignidad; es lo menos valioso que podría perder en un sitio como éste. En cualquier otra ocasión no sería tan cauteloso; tengo una pequeña hacha oculta bajo mi capa, y otras armas menos agradables para sorprender a los incautos. Quien espere encontrar en mi una presa fácil lo lleva claro. Sin embargo, me encuentro en un terreno completamente desconocido para mi; un lugar hostil, cargado tanto de vida como de muerte. Un lugar que jamás creí que pisaría. Y en el que ahora tengo que buscar a una quimera de mi infancia.
Caminando silenciosamente, observo la capa de hielo que se extiende por la hojarasca mientras cavilo sobre todo lo que ha sucedido. Cruje bajo mis pies con cada paso que realizo, astillándose hasta formar una pequeña capa de granizo. No se parece en nada al lugar en el que creía que iba a conocer a mi padre, pero no se puede tener todo en esta vida. Y mucho menos ahora que uno de los grandes anhelos de mi infancia está a punto de verse cumplido.
Nostálgico, buceo en mis recuerdos para amenizar mi ruta por el bosque. Cuando era pequeño, soñaba con un hombre de brazos fuertes que me alzaba por los aires. La esencia de mi fantasía no era su aspecto, que variaba cada vez que fantaseaba con él; ni tampoco el hecho de que estuviera o no con mi madre. No; lo que hacía que años después todavía atesorase aquellas ensoñaciones, era que aquel hombre me quería. No le importaban las circunstancias de mi nacimiento, ni tampoco mi carácter; estaba orgulloso de mi existencia, por el simple hecho de ser yo. Era un estúpido sueño pueril, que esfumó tan pronto tuve edad para comprender qué era un bastardo, poco más que una consecuencia del trabajo de mi madre. Hacía tiempo que sabía qué era lo que comportaba su profesión, y lo asumía y aceptaba con una mentalidad inocente e infantil. Pero aun así, sentía que me habría gustado tener un padre. Jamás habría pensado que ahora, veintidós años después, iba a ver cumplido mi deseo. Que mi padre ya no sería una figura borrosa en mi mente, sino que tendría nombre, e incluso apellido. Leif Paine. Un licántropo.
Y si se parece en algo a mi, también un asesino.
Una ráfaga de viento helado sopla en ese momento en dirección contraria, aturdiendo mi olfato con el aroma helado del invierno. Sacudiendo la cabeza para desenredar mis cabellos, continúo adentrándome en el bosque. Espero que la brisa no alerte de mi presencia a nadie peligroso antes de que alcance mi destino.
Última edición por Kethyr Paine el Lun Ene 23, 2017 4:18 pm, editado 1 vez
Kethyr Paine- Licántropo Clase Baja
- Mensajes : 58
Fecha de inscripción : 21/01/2017
Re: No siempre el errante está perdido ~ priv.
Reposando estaba en la entrada de la cueva que, con el tiempo, se había convertido en un sucedáneo de hogar. El único detalle que podía señalar que aquella gruta tenía dueño era la tosca entrada de madera que construyó hacía ya un par de años y que servía como puerta, evitando así visitas inesperadas o que el aire frío apagara el fuego que solía encender dentro al caer la noche. Acostado sobre la húmeda tierra en la entrada, disfrutaba de un relajado sueño tras haber cenado como un rey del ciervo que aún colgaba en la rama de un árbol, sus tripas sanguinolentas formando un charco espeso a los pies de este. Algún día su hija comprendería que los palacios y comodidades no hacían mejor la vida de un salvaje como él. Eran aquellas cosas tan sencillas, como cazarse la comida y dormir donde quisiera, lo que ofrecían algo de consuelo ante la desesperación de vivir condenado en tierra.
Solamente con verlo, al hombre, podría decirse que nada perturbaría su sueño. Mas no era así. Cualquier sonido u olor, incluso la más mínima variación en el aire, eran percibidos por la bestia latente que dormía en su interior. Una noche con agitada ventisca como aquella convertían su descanso en un sueño intermitente, más aún cuando el ron escaseaba y no podía someter a la bestia. Así fue como llegó a su oído, mucho antes que a su olfato, la presencia de un extraño acercándose al que hacía tiempo había convertido en su territorio. Prestó más atención sin moverse aún del sitio, buscando averiguar si valía la pena el esfuerzo de alzarse.
Un olor le sacudió. Una esencia con sabor a nostalgia acarició su lengua y le acabó de despertar. Fuera de quien fuera el aroma desprendido le era familiar, recordando el día que se encontró por primera vez con su hija Elora. Deja vú lo llamaban los franceses y le parecía bien, pues Leif Paine no creía en las casualidades. Se puso en pie sin más demora y fue comiéndose distancia al encuentro del -aún desconocido- destino. Conforme se acercaba le llegaban más matices de aquel desconocido. Era un lobo, de eso no cabía duda alguna, pero había algo más... algo que, por un instante, no quiso creer. De haber bebido aquella noche habría culpado al ron, pues no era posible estar oliéndose a sí mismo en la distancia. Más joven, menos salvaje, no obstante con la misma base de su esencia.
Se ocultó entre los árboles observando al joven, cuyos pasos parecían no tener destino más que el adentrarse en el bosque. Creyó estar frente un espejismo, una ilusión de su maltratada mente, al ver su pasada jovialidad en el cuerpo de ese extraño. Decidió, tras darse cuenta del miedo que atenazaba al otro, satisfacer su curiosidad y salir de las sombras para mostrarse ante él. A diferencia de otros encuentros fortuitos que tenía en el bosque, en los cuales el pobre desgraciado que se perdía corría muy mala suerte, en esta ocasión avanzó sin presentarse como una amenaza. Solo una precavida curiosidad rondaba en sus ojos, que afilados cual navajas se clavaron sin misericordia en quien no podía ser más que otro hijo del que jamás tuvo conocimiento.
-Mala hora has elegido para adentrarte en este bosque. ¿Qué haces aquí, si no es buscar tu propia muerte? - Por mucha curiosidad que sintiera no pensaba bajar la guardia.
Solamente con verlo, al hombre, podría decirse que nada perturbaría su sueño. Mas no era así. Cualquier sonido u olor, incluso la más mínima variación en el aire, eran percibidos por la bestia latente que dormía en su interior. Una noche con agitada ventisca como aquella convertían su descanso en un sueño intermitente, más aún cuando el ron escaseaba y no podía someter a la bestia. Así fue como llegó a su oído, mucho antes que a su olfato, la presencia de un extraño acercándose al que hacía tiempo había convertido en su territorio. Prestó más atención sin moverse aún del sitio, buscando averiguar si valía la pena el esfuerzo de alzarse.
Un olor le sacudió. Una esencia con sabor a nostalgia acarició su lengua y le acabó de despertar. Fuera de quien fuera el aroma desprendido le era familiar, recordando el día que se encontró por primera vez con su hija Elora. Deja vú lo llamaban los franceses y le parecía bien, pues Leif Paine no creía en las casualidades. Se puso en pie sin más demora y fue comiéndose distancia al encuentro del -aún desconocido- destino. Conforme se acercaba le llegaban más matices de aquel desconocido. Era un lobo, de eso no cabía duda alguna, pero había algo más... algo que, por un instante, no quiso creer. De haber bebido aquella noche habría culpado al ron, pues no era posible estar oliéndose a sí mismo en la distancia. Más joven, menos salvaje, no obstante con la misma base de su esencia.
Se ocultó entre los árboles observando al joven, cuyos pasos parecían no tener destino más que el adentrarse en el bosque. Creyó estar frente un espejismo, una ilusión de su maltratada mente, al ver su pasada jovialidad en el cuerpo de ese extraño. Decidió, tras darse cuenta del miedo que atenazaba al otro, satisfacer su curiosidad y salir de las sombras para mostrarse ante él. A diferencia de otros encuentros fortuitos que tenía en el bosque, en los cuales el pobre desgraciado que se perdía corría muy mala suerte, en esta ocasión avanzó sin presentarse como una amenaza. Solo una precavida curiosidad rondaba en sus ojos, que afilados cual navajas se clavaron sin misericordia en quien no podía ser más que otro hijo del que jamás tuvo conocimiento.
-Mala hora has elegido para adentrarte en este bosque. ¿Qué haces aquí, si no es buscar tu propia muerte? - Por mucha curiosidad que sintiera no pensaba bajar la guardia.
Leif Paine- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 01/04/2016
Localización : Bosques
Re: No siempre el errante está perdido ~ priv.
Un efluvio almizclado me advierte de su presencia antes de escuchar su voz. El viento lo mantenía oculto al soplar en dirección contraria, pero ni siquiera la fuerte ventisca es suficiente para evitar que pueda olerle a tan corta distancia. Su aroma es fuerte, salvaje y familiar; como si lo hubiera olido en algún momento de mi vida, hace muchos, muchos años. Despierta en mi una serie de sentimientos contradictorios que no sé cómo interpretar. Nostalgia. Calidez. Turbación. Cauteloso, coloco mi diestra sobre la pequeña hacha que reposa en mi cadera. No sé quién es ni dónde nos hemos visto antes, pero su presencia en este bosque sólo puede significar dos cosas: o bien está de caza, o bien es un proscrito. Y ninguna de las dos perspectivas me gusta demasiado.
- Busco a alguien. Leif, le llaman. Me dijeron que podría encontrarlo vagando por este bosque - Le digo con voz calmada, mis músculos tensos por si la charla termina en un ataque. Su aura no parece amenazadora, pero la vida me ha enseñado a no fiarme de nadie. Y es que el carácter de los demás puede ser muy voluble, pasando de la tranquilidad más absoluta a una ira demoledora en apenas cuestión de segundos. Sosteniendo su mirada sin pestañear, continúo hablando con el licántropo. No pienso amedrentarme con su actitud, si es eso lo que pretende. - Si lo conoces, te agradecería que me llevases hasta él. Y si no, que continuases con tu camino. No quiero empezar una pelea contra alguien de mi propia especie, y menos en una ciudad tan plagada de cazadores como ésta. No les pondré en bandeja mi vida ni la tuya si puedo evitarlo.
- Busco a alguien. Leif, le llaman. Me dijeron que podría encontrarlo vagando por este bosque - Le digo con voz calmada, mis músculos tensos por si la charla termina en un ataque. Su aura no parece amenazadora, pero la vida me ha enseñado a no fiarme de nadie. Y es que el carácter de los demás puede ser muy voluble, pasando de la tranquilidad más absoluta a una ira demoledora en apenas cuestión de segundos. Sosteniendo su mirada sin pestañear, continúo hablando con el licántropo. No pienso amedrentarme con su actitud, si es eso lo que pretende. - Si lo conoces, te agradecería que me llevases hasta él. Y si no, que continuases con tu camino. No quiero empezar una pelea contra alguien de mi propia especie, y menos en una ciudad tan plagada de cazadores como ésta. No les pondré en bandeja mi vida ni la tuya si puedo evitarlo.
Kethyr Paine- Licántropo Clase Baja
- Mensajes : 58
Fecha de inscripción : 21/01/2017
Re: No siempre el errante está perdido ~ priv.
Las sombras creadas por su anguloso rostro bajo la luz de la luna ocultaron una sagaz sonrisa al comprobar que el joven no sabía ante quién estaba. Pudo oler la verdad de su ignorancia, comprobando que solo se le había dado un nombre y poco más, y confirmar que hacía poco tiempo que la bestia dormía en su interior. Por la forma en que se aferraba al hacha de su cinto sabía que no sería problema alguno el reducirle en caso que buscara un enfrentamiento, aquel joven no suponía ninguna amenaza por ahora. De todos modos no era él quien le preocupaba, sino aquel que lo hubiera mandado a su encuentro. ¿Sería amigo o enemigo? Era igual de imposible saber los hijos que tenía que recordar las mujeres con las que había estado en el pasado, o cuántas de ellas le guardarían el rencor suficiente para mandar a alguien a cobrar venganza, tal como hizo Edora aquella bruja malnacida.
Decidió que lo mantendría en la situación de no saber hasta que encontrara respuesta a esa pregunta.
-Te han informado bien, Leif merodea estos bosques. ¿Pero quién soy yo para revelar su paradero a un desconocido? - Avanzó un par de pasos saliendo de las sombras. La espesa barba de algunos días que llenaba su mandíbula distorsionaba el resto de su rostro haciéndolo lucir como una calavera. ¿Le habría contado aquel detalle quien fuera que mandara al chico a por él? - ¿Quién eres y para qué lo requieres? No es un hombre al que le agraden las sorpresas, mucho menos las que llegan en medio de la noche y sin un nombre... - Avanzó otro par de pasos, dejando la distancia suficiente entre ambos para poder analizar mejor su rostro. Sin duda se parecía a él cuando era joven, antes que el exceso de aventuras y de alcohol le cargara con más años de los que tenía al ser mordido. - La única forma de llegar hasta él es a través de mí, así que te aconsejo que empieces a hablar.
Decidió que lo mantendría en la situación de no saber hasta que encontrara respuesta a esa pregunta.
-Te han informado bien, Leif merodea estos bosques. ¿Pero quién soy yo para revelar su paradero a un desconocido? - Avanzó un par de pasos saliendo de las sombras. La espesa barba de algunos días que llenaba su mandíbula distorsionaba el resto de su rostro haciéndolo lucir como una calavera. ¿Le habría contado aquel detalle quien fuera que mandara al chico a por él? - ¿Quién eres y para qué lo requieres? No es un hombre al que le agraden las sorpresas, mucho menos las que llegan en medio de la noche y sin un nombre... - Avanzó otro par de pasos, dejando la distancia suficiente entre ambos para poder analizar mejor su rostro. Sin duda se parecía a él cuando era joven, antes que el exceso de aventuras y de alcohol le cargara con más años de los que tenía al ser mordido. - La única forma de llegar hasta él es a través de mí, así que te aconsejo que empieces a hablar.
Leif Paine- Licántropo Clase Baja
- Mensajes : 223
Fecha de inscripción : 01/04/2016
Localización : Bosques
Re: No siempre el errante está perdido ~ priv.
El salvaje avanza un par de pasos hacia mi, rodeando uno de los troncos que flaquean el estrecho sendero. Su cuerpo, de constitución muy similar a la mía, se mueve con una elegancia casi felina. Apenas hace ruido al caminar, pese a que sus marcados músculos señalan una poderosa fuerza en ellos. Está claro que sabe cómo moverse por el bosque; es su terreno, mientras que el mío queda atrás, en Le Havre, junto con los restos de mi antigua vida.
Todavía con la mano sobre mi hacha, observo cómo se detiene justo en la linde, para evitar que sus rasgos sean bañados completamente por la suave luz de la luna. El juego de luz y sombras que la noche crea en él aumenta la dureza de sus rasgos, semiocultos por una enmarañada barba gruesa y descuidada. Aun así, su cercanía me permite apreciar detalles que hasta entonces eran difusos; como el duro gesto de su mandíbula, o lo marcado de sus pómulos oscurecidos por el sol. Dubitativo, entrecierro los ojos un instante, escudriñándolo con atención. Pese a que se acerca un par de pasos más no retrocedo, sino que me quedo donde estoy para seguir observando su rostro. Hay algo en él que me resulta tan familiar... sus gestos, sus rasgos, su olor. El iris de su mirada, el castaño claro de sus cabellos. La manera en la que tuerce la boca mientras me observa. Me recuerda a alguien, estoy seguro. Alguien a quien conozco bien.
El problema es que no soy capaz de recordar a quién.
Algo molesto conmigo mismo (¡Piensa, inútil! ¿A quién te recuerda?), escucho cómo el extraño hombre pregunta por la razón de mi visita. Sus ojos brillan mientras lo hace, inquisitivos y curiosos. Me da la impresión de que saben algo que yo desconozco, y eso no me gusta; ya conozco demasiado poco el entorno que me rodea, como para añadir otras variables con las que no contaba en un principio. Sin apartar mi mirada de la suya, decido que seré parcialmente sincero con él. No tengo porqué decirle qué es exactamente lo que me ha traído hasta aquí, pero puedo darle suficientes muestras de confianza como para que me conduzca hasta Leif. Si es que no está muerto, claro, y lo que pretende es acabar conmigo fingiendo que quiere ayudarme.
- Me llamo Kethyr, vengo de Le Havre - Le digo al final, midiendo cada una de las palabras que pronuncio. Si es como yo, seguro que puede oler las mentiras ajenas; pero nadie ha dicho nada de las medias verdades, que por más parcas o rebuscadas que puedan ser, no dejan de reflejar la realidad - Y aunque sé que estas no son horas para visitar a nadie, también sé que hay muchos de nuestra especie que prefieren cazar durante la noche, así que tenía las mismas posibilidades de encontrarlo que durante el día - no podía pagarme una posada, y no quería dormir en la calle, podría haberle dicho. Pero esa es información adicional que no necesita saber; podría despejar sus dudas sobre si matarme o no, si supiera que no hay nadie en París esperando mi regreso - ¿Eres de su manada? Me resultas familiar. - Pregunto, observando su actitud. Sin saber más sobre él, no me parece buena idea decirle de quién cree mi madre que soy hijo. Porque si al final resultase que Leif es un monstruo, o alguien odiado por los demás, podría acabar conmigo en un intento completamente inútil por vengarse de él. Después de todo, él ni siquiera sabe que existo. - La confianza funciona en dos direcciones, desconocido. Si no sé quién eres, no puedo decirte qué me trae hasta aquí. El que debe decidir qué hacer con la información que le traigo es Leif, y si te la contase, estaría traicionando su derecho a ser el primero en escucharla.
Todavía con la mano sobre mi hacha, observo cómo se detiene justo en la linde, para evitar que sus rasgos sean bañados completamente por la suave luz de la luna. El juego de luz y sombras que la noche crea en él aumenta la dureza de sus rasgos, semiocultos por una enmarañada barba gruesa y descuidada. Aun así, su cercanía me permite apreciar detalles que hasta entonces eran difusos; como el duro gesto de su mandíbula, o lo marcado de sus pómulos oscurecidos por el sol. Dubitativo, entrecierro los ojos un instante, escudriñándolo con atención. Pese a que se acerca un par de pasos más no retrocedo, sino que me quedo donde estoy para seguir observando su rostro. Hay algo en él que me resulta tan familiar... sus gestos, sus rasgos, su olor. El iris de su mirada, el castaño claro de sus cabellos. La manera en la que tuerce la boca mientras me observa. Me recuerda a alguien, estoy seguro. Alguien a quien conozco bien.
El problema es que no soy capaz de recordar a quién.
Algo molesto conmigo mismo (¡Piensa, inútil! ¿A quién te recuerda?), escucho cómo el extraño hombre pregunta por la razón de mi visita. Sus ojos brillan mientras lo hace, inquisitivos y curiosos. Me da la impresión de que saben algo que yo desconozco, y eso no me gusta; ya conozco demasiado poco el entorno que me rodea, como para añadir otras variables con las que no contaba en un principio. Sin apartar mi mirada de la suya, decido que seré parcialmente sincero con él. No tengo porqué decirle qué es exactamente lo que me ha traído hasta aquí, pero puedo darle suficientes muestras de confianza como para que me conduzca hasta Leif. Si es que no está muerto, claro, y lo que pretende es acabar conmigo fingiendo que quiere ayudarme.
- Me llamo Kethyr, vengo de Le Havre - Le digo al final, midiendo cada una de las palabras que pronuncio. Si es como yo, seguro que puede oler las mentiras ajenas; pero nadie ha dicho nada de las medias verdades, que por más parcas o rebuscadas que puedan ser, no dejan de reflejar la realidad - Y aunque sé que estas no son horas para visitar a nadie, también sé que hay muchos de nuestra especie que prefieren cazar durante la noche, así que tenía las mismas posibilidades de encontrarlo que durante el día - no podía pagarme una posada, y no quería dormir en la calle, podría haberle dicho. Pero esa es información adicional que no necesita saber; podría despejar sus dudas sobre si matarme o no, si supiera que no hay nadie en París esperando mi regreso - ¿Eres de su manada? Me resultas familiar. - Pregunto, observando su actitud. Sin saber más sobre él, no me parece buena idea decirle de quién cree mi madre que soy hijo. Porque si al final resultase que Leif es un monstruo, o alguien odiado por los demás, podría acabar conmigo en un intento completamente inútil por vengarse de él. Después de todo, él ni siquiera sabe que existo. - La confianza funciona en dos direcciones, desconocido. Si no sé quién eres, no puedo decirte qué me trae hasta aquí. El que debe decidir qué hacer con la información que le traigo es Leif, y si te la contase, estaría traicionando su derecho a ser el primero en escucharla.
Última edición por Kethyr Paine el Jue Ene 26, 2017 3:01 pm, editado 1 vez
Kethyr Paine- Licántropo Clase Baja
- Mensajes : 58
Fecha de inscripción : 21/01/2017
Re: No siempre el errante está perdido ~ priv.
La fugaz sombra de un murciélago sobrevolando sus cabezas terminó de convencerlo. La vibración de luces sobre su figura por aquel baile aéreo confirmaban que no se trataba de un engaño traicionero de la última botella de ron que vació momentos antes. Era real. Y era su hijo. Un joven recio cuyo brillo en los ojos denotaba la inocencia que él jamás tuvo. Nuevamente el pasado le hacía una visita y solo podía preguntarse si venía en pos de rendir cuentas. En tiempos de bonanza, Le Havre se había convertido en destino seguro en cada una de sus estancias en tierra por tener las más bellas mujeres de toda Francia. No necesitaban maquillaje para ocultar sus magullados ojos, pues ningún hombre que se preciara dañaría jamás a mujeres tan trabajadoras de carácter tan tenaz. Y, el que osara hacerlo, era rápidamente expulsado de aquel pequeño paraíso corsario. Pensar, pues, en cuál de todas ellas habría engendrado a su hijo era como encontrar la aguja en el pajar.
Saber quién tenía delante era saber cuánto estaba callando, y por su tono de voz supo que no era venganza lo que había impulsado su viaje. Aún así desconocía qué historias le habría contado su madre, qué imagen -real o distorsionada- tendría el joven de su padre. Lanzarse al bosque en plena noche era señal de urgencia, algo agitaba su vida que no podía esperar siquiera al sol para buscarle y, por la torpeza con la que parecía dominar sus dones, podía hacerse una idea. Sonrió, o creyó hacerlo -pues estaba concentrado- y dio una sutil muestra de relajación para tranquilizar al joven.
-Paine no tiene manada - habló al fin, - soy la única persona en quien confía. Sígueme.
Dio vuelta ofreciéndole la espalda en total confianza y guió sus pasos camino a la cueva. No había sendero que llevara a esta, la única forma de llegar era abriéndose paso por arbustos y raíces enroscadas, cuidando no ser víctima de las ramas traicioneras que apuntaban hacia el suelo. Conforme se acercaban la maleza era más espesa y el silencio más agudo. Ni ciervos, ni pájaros, ni siquiera las cigarras, osaban establecerse cerca de la guarida de una bestia que durante el día les daba caza. Los únicos ruidos eran los de sus pasos avanzando, el follaje crujiendo bajo sus pies y la respiración acompasada de ambos hombres. Aunque, para el buen oído de un lobo, podía apreciarse también que no muy lejos de donde estaban había un riachuelo.
Le inundó el hedor a sangre tras varios minutos caminando y miró de soslayo a su hijo en busca de cualquier posible reacción ante ese hecho. ¿Sería capaz de diferenciar el olor de sangre animal a la humana? ¿Podría siquiera olerlo tan vívidamente como él lo hacía? Finalmente cruzó los últimos metros de maraña silvestre para adentrarse en un claro donde se encontraron de nuevo con la luz de la luna. El ciervo seguía colgando en el árbol y el fuego estaría aún ardiendo en el interior de la grieta, por el sutil reflejo anaranjado que se apreciaba entre los troncos de la puerta.
-Leif Paine vive ahí dentro. No necesitas anunciarte, él ya sabe que estás aquí. Adelante... - estiró el brazo invitándole a entrar con una pequeña sonrisa taimada. Esperó que se adentrara, escuchando el ruido de sus pasos, para hacer lo mismo enseguida y encontrarle en el fondo de la cueva. - ¿Y bien? ¿Qué es lo que quieres de mí... hijo? - la seriedad había vuelto a su rostro.
Saber quién tenía delante era saber cuánto estaba callando, y por su tono de voz supo que no era venganza lo que había impulsado su viaje. Aún así desconocía qué historias le habría contado su madre, qué imagen -real o distorsionada- tendría el joven de su padre. Lanzarse al bosque en plena noche era señal de urgencia, algo agitaba su vida que no podía esperar siquiera al sol para buscarle y, por la torpeza con la que parecía dominar sus dones, podía hacerse una idea. Sonrió, o creyó hacerlo -pues estaba concentrado- y dio una sutil muestra de relajación para tranquilizar al joven.
-Paine no tiene manada - habló al fin, - soy la única persona en quien confía. Sígueme.
Dio vuelta ofreciéndole la espalda en total confianza y guió sus pasos camino a la cueva. No había sendero que llevara a esta, la única forma de llegar era abriéndose paso por arbustos y raíces enroscadas, cuidando no ser víctima de las ramas traicioneras que apuntaban hacia el suelo. Conforme se acercaban la maleza era más espesa y el silencio más agudo. Ni ciervos, ni pájaros, ni siquiera las cigarras, osaban establecerse cerca de la guarida de una bestia que durante el día les daba caza. Los únicos ruidos eran los de sus pasos avanzando, el follaje crujiendo bajo sus pies y la respiración acompasada de ambos hombres. Aunque, para el buen oído de un lobo, podía apreciarse también que no muy lejos de donde estaban había un riachuelo.
Le inundó el hedor a sangre tras varios minutos caminando y miró de soslayo a su hijo en busca de cualquier posible reacción ante ese hecho. ¿Sería capaz de diferenciar el olor de sangre animal a la humana? ¿Podría siquiera olerlo tan vívidamente como él lo hacía? Finalmente cruzó los últimos metros de maraña silvestre para adentrarse en un claro donde se encontraron de nuevo con la luz de la luna. El ciervo seguía colgando en el árbol y el fuego estaría aún ardiendo en el interior de la grieta, por el sutil reflejo anaranjado que se apreciaba entre los troncos de la puerta.
-Leif Paine vive ahí dentro. No necesitas anunciarte, él ya sabe que estás aquí. Adelante... - estiró el brazo invitándole a entrar con una pequeña sonrisa taimada. Esperó que se adentrara, escuchando el ruido de sus pasos, para hacer lo mismo enseguida y encontrarle en el fondo de la cueva. - ¿Y bien? ¿Qué es lo que quieres de mí... hijo? - la seriedad había vuelto a su rostro.
Leif Paine- Licántropo Clase Baja
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Re: No siempre el errante está perdido ~ priv.
El hombre permanece unos instantes en silencio, pensativo. Recostado despreocupadamente contra el tronco de un árbol, deja vagar su mirada entre el entorno que nos rodea, señal de que está sumido en sus pensamientos. De vez en cuando clava sus intensos iris verdosos sobre los míos; como si estuviera cavilando sobre si soy de confianza, y si mis intenciones van en contra de los intereses de Leif. Sin embargo, no hace movimientos bruscos; se limita a esperar, dejando que el tiempo fluya como los copos que ahora caen sobre la foresta. Manteniendo una expresión de serenidad en el rostro, respeto su silencio, mis brazos cruzados ahora bajo la capa. En las numerosas ocasiones en las que me busca con la mirada, sostengo la vista clavada en la suya, sin rehuírle. Mis orbes son dos estanques de pura tranquilidad, imperturbables pese a la tensión que transmite el momento. Quiero que vea que no tengo nada que esconder, y tampoco de lo que arrepentirme. Y que por lo tanto, no represento una amenaza, sino un reflexivo aliado que posee más armas que la mera fuerza bruta. Alguien muy observador podría percatarse de que, bajo mi aparente aspecto de despreocupación y tranquilidad, estoy conteniendo el aliento. Pero es normal; es mucho de lo que depende que le cause buena impresión, y su decisión podría cambiar mi vida completamente.
Cuando por fin esboza una leve media sonrisa, mi corazón se detiene en mi pecho durante un instante. Ya sabe qué es lo que hará conmigo, pero bajo las sombras de la noche, su gesto podría significar tanto un sí como que está a punto de matarme. Pasándome una mano por los largos cabellos, escruto su rostro, en busca de la respuesta. Espero que el largo viaje desde Le Havre no termine en una carnicería, de la que difícilmente podría resultar el vencedor contra alguien tan experimentado como él.
Por suerte, parece que ha decidido otorgarme un voto de confianza. Relajando la tensión que agarrotaba sus hombros, me indica que le siga. No se detiene a ver si lo hago o no, sino que continúa avanzando, apartando ramas, arbustos y cualquier cosa que se interponga en su camino. Utilizando al máximo mis recién adquiridos sentidos, intento seguirle el ritmo al moreno. No me resulta sencillo, y no sólo porque no sé moverme en la naturaleza; la oscuridad es casi completa en esta zona del bosque, y aumenta con cada paso con el que nos adentramos más en él. Aun así, fuerzo los músculos de mis pantorrillas para llegar hasta su altura. Hay algo me impele a entablar conversación con él, la misma atracción inexplicable que sentía antes respecto a su aroma. Y no quiero hacerlo siguiéndole como si fuera un débil cachorrito, sino como un igual, mirándole a los ojos mientras le hablo.
- ¿Porqué Leif no tiene manada? - Pregunto, rompiendo el silencio que se había impuesto entre nosotros desde que salimos del camino. Puede que no sea buena idea preguntarle a este hombre acerca de mi padre, pero no puedo evitarlo. Si hay algo que destaca mucho en mi, es la curiosidad. Necesito conocer cómo son las personas que me rodean para poderme sentir cómodo con ellas. Es parte de mi personalidad. Porque sólo cuando noto que puedo preveer sus comportamientos, cuando sé que no van a traicionarme sin que yo me de cuenta, puedo permitirme ser yo mismo. Confiar en ellas. - París parece un lugar muy inseguro para la gente como nosotros. Hay demasiada concentración de inquisidores, cazadores y demás gente de su calaña. Y por más bueno que uno sea, siempre necesita que le guarden las espaldas. La daga que no ves es la que te mata.
Iba a preguntarle algo más, pero antes de despegar siquiera los labios capto un olor metálico que me hace olvidar mis palabras. Arrugando la nariz por el hedor, me quedo algo rezagado, intentando recordar dónde he olido antes yo eso. Una nueva ráfaga de viento aumenta la intensidad del aroma, espeso y cuajado, hasta que por fin caigo en la cuenta de qué es. Sangre. Y reciente, muy probablemente de esta misma noche. Reduciendo un poco más la velocidad, aparto un par de ramas de mi camino sin saber qué hacer ahora. Porque cabe la posibilidad de que el moreno sólo haya estado jugando conmigo, que me haya tendido una emboscada para matarme. Y yo he picado como un imbécil, confiando en que me llevaría hasta Leif.
- ¿Qué...? - Empiezo, deteniéndome al ver el cadáver colgando en el árbol. La tenue luz de la luna ilumina los regueros de sangre que de él gotean, formando un charco escarlata entre las gruesas raíces. La piel, hecha jirones por el flanco, muestra dónde el hombre lobo le dio alcance. Acabo de descubrir de dónde salía ese hedor a muerte, y por suerte, no es de un humano. Sintiéndome más ligero y seguro, sigo al castaño hasta el alumbrado claro. Es la antesala del hogar de mi padre, o eso dice mientras me invita a entrar en la cueva. - ¿Cómo puede saber quién soy? Aunque pueda percibir mi presencia, no debería saber de quién se trata. - Empiezo, entrando en la oculta abertura en la piedra. Coloco la diestra en el techo para no golpearme con la roca, mientras penetro en la iluminada caverna del licántropo. Su interior, cálido y reconfortante, no crea en mi el efecto esperado. Porque aquí dentro no hay nadie esperándome. Sólo nosotros. - Oh.- Musito, girándome lentamente hacia él. Las sospechas se habían ido formando en mi mente conforme avanzábamos en la espesura, pero sólo eran eso, sospechas. Y han resultado ser reales. - Tú eres Leif.
Sus palabras preguntándome por mis intenciones son toda la confirmación que necesito, pero por si acaso no lo era, añade un "hijo" al final que me hace estremecer. Despierta sensaciones desconocidas en mi interior, un torbellino de emociones que me esfuerzo en acallar. No estoy seguro de querer experimentarlas ahora que soy adulto. Después de todo, hemos pasado veintidós años sin saber de la existencia del otro. ¿Hasta qué punto es legítimo que ahora nos tratemos como si fuéramos padre e hijo? Es absurdo. Y sin embargo, jamás había deseado nada tan fervientemente como ésto. Mirándole fijamente a los ojos, avanzo un par de pasos hacia él. Necesito saber si lo sabía. Y si, sea cual sea su respuesta, está dispuesto a aceptarme como suyo.
- Mi madre me habló de ti cuando me mordieron - Empiezo, susurrando lentamente.- Ella siempre me había dicho que no sabía quién era mi padre. Y yo la creí, porque después de todo, eran muchos los hombres con los que compartía su cama cada semana. Creo que en el fondo, siempre lo supo. Las mujeres siempre saben ese tipo de cosas, son más intuitivas que nosotros - Las anaranjadas llamas de la fogata crean un juego de luces sobre mi rostro, que titilan con cada crepitar que se produce en la madera. Sin apartar la mirada de su rostro, continúo con mi relato sobre cómo llegué hasta aquí, y las penalidades que me asaltaron durante el camino. Bandidos, bestias, un condenado que me reconoció nada más verme; todo con el objetivo de alcanzarle, y de que pudiera ayudarme a controlar ésto. - Si hubiera podido controlarlo, habría tardado más tiempo en buscarte. No sé nada de ti, y no sabía cómo reaccionarías ante mi presencia. Ni siquiera si me creerías, o en lugar de ello, te limitarías a matarme diciendo que no soy hijo tuyo. Pero no quiero ser un monstruo, Leif. Quiero seguir siendo yo mismo. Y haría cualquier cosa a cambio, incluso arriesgarme a morir por alguien de cuya existencia no estaba seguro hasta ahora.
Cuando por fin esboza una leve media sonrisa, mi corazón se detiene en mi pecho durante un instante. Ya sabe qué es lo que hará conmigo, pero bajo las sombras de la noche, su gesto podría significar tanto un sí como que está a punto de matarme. Pasándome una mano por los largos cabellos, escruto su rostro, en busca de la respuesta. Espero que el largo viaje desde Le Havre no termine en una carnicería, de la que difícilmente podría resultar el vencedor contra alguien tan experimentado como él.
Por suerte, parece que ha decidido otorgarme un voto de confianza. Relajando la tensión que agarrotaba sus hombros, me indica que le siga. No se detiene a ver si lo hago o no, sino que continúa avanzando, apartando ramas, arbustos y cualquier cosa que se interponga en su camino. Utilizando al máximo mis recién adquiridos sentidos, intento seguirle el ritmo al moreno. No me resulta sencillo, y no sólo porque no sé moverme en la naturaleza; la oscuridad es casi completa en esta zona del bosque, y aumenta con cada paso con el que nos adentramos más en él. Aun así, fuerzo los músculos de mis pantorrillas para llegar hasta su altura. Hay algo me impele a entablar conversación con él, la misma atracción inexplicable que sentía antes respecto a su aroma. Y no quiero hacerlo siguiéndole como si fuera un débil cachorrito, sino como un igual, mirándole a los ojos mientras le hablo.
- ¿Porqué Leif no tiene manada? - Pregunto, rompiendo el silencio que se había impuesto entre nosotros desde que salimos del camino. Puede que no sea buena idea preguntarle a este hombre acerca de mi padre, pero no puedo evitarlo. Si hay algo que destaca mucho en mi, es la curiosidad. Necesito conocer cómo son las personas que me rodean para poderme sentir cómodo con ellas. Es parte de mi personalidad. Porque sólo cuando noto que puedo preveer sus comportamientos, cuando sé que no van a traicionarme sin que yo me de cuenta, puedo permitirme ser yo mismo. Confiar en ellas. - París parece un lugar muy inseguro para la gente como nosotros. Hay demasiada concentración de inquisidores, cazadores y demás gente de su calaña. Y por más bueno que uno sea, siempre necesita que le guarden las espaldas. La daga que no ves es la que te mata.
Iba a preguntarle algo más, pero antes de despegar siquiera los labios capto un olor metálico que me hace olvidar mis palabras. Arrugando la nariz por el hedor, me quedo algo rezagado, intentando recordar dónde he olido antes yo eso. Una nueva ráfaga de viento aumenta la intensidad del aroma, espeso y cuajado, hasta que por fin caigo en la cuenta de qué es. Sangre. Y reciente, muy probablemente de esta misma noche. Reduciendo un poco más la velocidad, aparto un par de ramas de mi camino sin saber qué hacer ahora. Porque cabe la posibilidad de que el moreno sólo haya estado jugando conmigo, que me haya tendido una emboscada para matarme. Y yo he picado como un imbécil, confiando en que me llevaría hasta Leif.
- ¿Qué...? - Empiezo, deteniéndome al ver el cadáver colgando en el árbol. La tenue luz de la luna ilumina los regueros de sangre que de él gotean, formando un charco escarlata entre las gruesas raíces. La piel, hecha jirones por el flanco, muestra dónde el hombre lobo le dio alcance. Acabo de descubrir de dónde salía ese hedor a muerte, y por suerte, no es de un humano. Sintiéndome más ligero y seguro, sigo al castaño hasta el alumbrado claro. Es la antesala del hogar de mi padre, o eso dice mientras me invita a entrar en la cueva. - ¿Cómo puede saber quién soy? Aunque pueda percibir mi presencia, no debería saber de quién se trata. - Empiezo, entrando en la oculta abertura en la piedra. Coloco la diestra en el techo para no golpearme con la roca, mientras penetro en la iluminada caverna del licántropo. Su interior, cálido y reconfortante, no crea en mi el efecto esperado. Porque aquí dentro no hay nadie esperándome. Sólo nosotros. - Oh.- Musito, girándome lentamente hacia él. Las sospechas se habían ido formando en mi mente conforme avanzábamos en la espesura, pero sólo eran eso, sospechas. Y han resultado ser reales. - Tú eres Leif.
Sus palabras preguntándome por mis intenciones son toda la confirmación que necesito, pero por si acaso no lo era, añade un "hijo" al final que me hace estremecer. Despierta sensaciones desconocidas en mi interior, un torbellino de emociones que me esfuerzo en acallar. No estoy seguro de querer experimentarlas ahora que soy adulto. Después de todo, hemos pasado veintidós años sin saber de la existencia del otro. ¿Hasta qué punto es legítimo que ahora nos tratemos como si fuéramos padre e hijo? Es absurdo. Y sin embargo, jamás había deseado nada tan fervientemente como ésto. Mirándole fijamente a los ojos, avanzo un par de pasos hacia él. Necesito saber si lo sabía. Y si, sea cual sea su respuesta, está dispuesto a aceptarme como suyo.
- Mi madre me habló de ti cuando me mordieron - Empiezo, susurrando lentamente.- Ella siempre me había dicho que no sabía quién era mi padre. Y yo la creí, porque después de todo, eran muchos los hombres con los que compartía su cama cada semana. Creo que en el fondo, siempre lo supo. Las mujeres siempre saben ese tipo de cosas, son más intuitivas que nosotros - Las anaranjadas llamas de la fogata crean un juego de luces sobre mi rostro, que titilan con cada crepitar que se produce en la madera. Sin apartar la mirada de su rostro, continúo con mi relato sobre cómo llegué hasta aquí, y las penalidades que me asaltaron durante el camino. Bandidos, bestias, un condenado que me reconoció nada más verme; todo con el objetivo de alcanzarle, y de que pudiera ayudarme a controlar ésto. - Si hubiera podido controlarlo, habría tardado más tiempo en buscarte. No sé nada de ti, y no sabía cómo reaccionarías ante mi presencia. Ni siquiera si me creerías, o en lugar de ello, te limitarías a matarme diciendo que no soy hijo tuyo. Pero no quiero ser un monstruo, Leif. Quiero seguir siendo yo mismo. Y haría cualquier cosa a cambio, incluso arriesgarme a morir por alguien de cuya existencia no estaba seguro hasta ahora.
Kethyr Paine- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 21/01/2017
Re: No siempre el errante está perdido ~ priv.
Usar la palabra hijo solo tenía como finalidad demostrarle que sabía quién estaba ante él, que raramente algo escapaba a sus instintos. Era demasiado pronto para aceptar, o incluso confiar, en aquella llamada de la sangre. Igual que un año antes con Elora, no se dejaría seducir fácilmente por la idea de una fuerte descendencia que mantuviera su nombre vivo. Aunque fuerte no fuera precisamente el adjetivo más adecuado para el joven Paine. Todo él parecía un manojo de dudas e inseguridades, de temores nacidos a raíz de algún error. El amor de una madre entregada marcaba la diferencia entre él y Elora. Si el joven llegaba con la esperanza de encontrarse a un padre cariñoso iba a llevarse una gran desilusión, aunque si el chico era listo ya se habría dado cuenta de ello nada más ver las condiciones en las que vivía.
La cueva solo era eso, una cueva. Una grita en medio del bosque rodeada de vegetación para ofrecerle una mejor posición oculta. Dentro, un lecho improvisado con pieles de sus cazas, algo de paja y un par de telas remendadas por su hija. Un viejo baúl en un rincón, rescatado de sus pertenencias y cuyo cierre rezaba 'propiedad de L.Paine', dentro del cual guardaba la poca ropa que tenía, usada principalmente para ir a la ciudad, pues en el bosque se acostumbró a ir medio desnudo. Algunos huesos olvidados, pergaminos en un malas condiciones y algo de leña amontonada para no tener que salir en busca de más a media noche. No había absolutamente nada que indicara que era un hombre familiar o tuviera a alguien más que a sí mismo que cuidar.
Tomó asiento cerca del fuego mientras escuchaba su relato, indicándole con un marcado movimiento de cejas que hiciera lo mismo ante él. Iba a concederle tiempo para hablar de hombre a hombre, saber si su hijo era digno del apellido Paine.
-¿Nunca has oídos historias acerca de mí allá en Le Havre? - sonó ciertamente decepcionado, esperaba que su legado durara algo más de tiempo o que alguien llegara a echarle de menos. Sus hombres, por ejemplo. Decidió empezar a resolver algunas de sus dudas. - No necesito que digas en voz alta quien eres para saber que eres mi hijo. No solo por el olor, algo que tú mismo deberías aprender a detectar, sino porque eres mi viva imagen a tu edad. Desconozco quién pueda ser tu madre, he estado con muchas mujeres en Le Havre y de eso hace ya bastante tiempo... - no hubo nostalgia en sus palabras, más sí en sus ojos. - ¿Cuál es su nombre? Tal vez aún la recuerde - poco probable, sin embargo.
-No tengo manada porque no me considero como ellos aunque la sangre de lobo corra por mi cuerpo. Fui y siempre seré un hombre, pero sobretodo, un pirata. Esa es mi identidad. Que en noches de luna llena me convierta en una bestia no cambia las cosas, solo las... complica - como el no poder volver a alta mar, por ejemplo. - El que vengas a verme esperando no convertirte en un monstruo es señal de que no sabes nada de mí. Solo tienes que indagar mejor para saber que soy uno de los peores que habitan estos bosques - la sutil mueca orgullosa que cruzó su rostro era muestra de cuánto alimentaba el miedo de la gente a su alma. - ¿Qué esperas que yo haga? Si tuviera alguna solución ya me la habría aplicado hace tiempo. Pero no la hay. Esto es lo que seremos a partir de ahora, te guste o no.
Sacó de entre sus ropas un puro a medias que encendió con las mismas llamas del fuego que ardía entre ambos. - Por otro lado - empezó menos serio, más relajado, dando una profunda calada antes de seguir, - si vienes para que te entrene no tengo problema, pero no esperes que sea fácil o sienta compasión.
La cueva solo era eso, una cueva. Una grita en medio del bosque rodeada de vegetación para ofrecerle una mejor posición oculta. Dentro, un lecho improvisado con pieles de sus cazas, algo de paja y un par de telas remendadas por su hija. Un viejo baúl en un rincón, rescatado de sus pertenencias y cuyo cierre rezaba 'propiedad de L.Paine', dentro del cual guardaba la poca ropa que tenía, usada principalmente para ir a la ciudad, pues en el bosque se acostumbró a ir medio desnudo. Algunos huesos olvidados, pergaminos en un malas condiciones y algo de leña amontonada para no tener que salir en busca de más a media noche. No había absolutamente nada que indicara que era un hombre familiar o tuviera a alguien más que a sí mismo que cuidar.
Tomó asiento cerca del fuego mientras escuchaba su relato, indicándole con un marcado movimiento de cejas que hiciera lo mismo ante él. Iba a concederle tiempo para hablar de hombre a hombre, saber si su hijo era digno del apellido Paine.
-¿Nunca has oídos historias acerca de mí allá en Le Havre? - sonó ciertamente decepcionado, esperaba que su legado durara algo más de tiempo o que alguien llegara a echarle de menos. Sus hombres, por ejemplo. Decidió empezar a resolver algunas de sus dudas. - No necesito que digas en voz alta quien eres para saber que eres mi hijo. No solo por el olor, algo que tú mismo deberías aprender a detectar, sino porque eres mi viva imagen a tu edad. Desconozco quién pueda ser tu madre, he estado con muchas mujeres en Le Havre y de eso hace ya bastante tiempo... - no hubo nostalgia en sus palabras, más sí en sus ojos. - ¿Cuál es su nombre? Tal vez aún la recuerde - poco probable, sin embargo.
-No tengo manada porque no me considero como ellos aunque la sangre de lobo corra por mi cuerpo. Fui y siempre seré un hombre, pero sobretodo, un pirata. Esa es mi identidad. Que en noches de luna llena me convierta en una bestia no cambia las cosas, solo las... complica - como el no poder volver a alta mar, por ejemplo. - El que vengas a verme esperando no convertirte en un monstruo es señal de que no sabes nada de mí. Solo tienes que indagar mejor para saber que soy uno de los peores que habitan estos bosques - la sutil mueca orgullosa que cruzó su rostro era muestra de cuánto alimentaba el miedo de la gente a su alma. - ¿Qué esperas que yo haga? Si tuviera alguna solución ya me la habría aplicado hace tiempo. Pero no la hay. Esto es lo que seremos a partir de ahora, te guste o no.
Sacó de entre sus ropas un puro a medias que encendió con las mismas llamas del fuego que ardía entre ambos. - Por otro lado - empezó menos serio, más relajado, dando una profunda calada antes de seguir, - si vienes para que te entrene no tengo problema, pero no esperes que sea fácil o sienta compasión.
Leif Paine- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 01/04/2016
Localización : Bosques
Re: No siempre el errante está perdido ~ priv.
- Había oído historias sobre Leif el Loco, uno de los piratas más temidos de los mares. Y sobre las extrañas circunstancias de su desaparición. - Reconozco, tomando asiento frente a la cálida fogata. La tierra apisonada que cubre el suelo de la cueva está a una temperatura casi agradable, recalentada por la cercanía de las llamas. - Pero jamás las relacioné con la figura de mi padre, de modo que me las tomaba como meras leyendas. Historias para no dormir que se mezclaban con la fantasía, para explicar porqué habías abandonado tu tripulación de una manera tan abrupta como se contaba. Algunas de ellas las escuchaba en el prostíbulo en el que vivía con mi madre, Maud; muchos marineros borrachos especulaban sobre ti, cuando el aguardiente les inhibía hasta ese extremo. Pero nunca en presencia de antiguos miembros de tu tripulación; no si no querían arriesgarse a ser apalizados hasta la muerte, sin que nadie moviera un dedo por evitar que se convirtieran en despojos ensangrentados en algún oscuro callejón.
Hago una pausa, escrutando fijamente el rostro del pirata ahora que sé porqué me resultaba tan familiar. Tiene razón; es como si me estuviera mirando en un espejo. Tiene la nariz algo más afilada, y los pómulos, algo más elevados. Además, su piel es mucho más oscura que la mía. Pero esos ojos son demasiado similares a los míos, y su cuerpo tiene exactamente la misma constitución esbelta pero fuerte. Es a mi a quien me recordaba; por eso no lo relacionaba con nadie a quien hubiera visto con anterioridad. Porque jamás me había visto a mi mismo desde la perspectiva de unos años extra, ni con el rostro torcido en una mueca ególatra como la que refleja el del pirata mientras habla de sí mismo. Mirándole fijamente sin parpadear, permanezco en silencio un par de minutos más. Son demasiadas las cosas que tengo que procesar después de este encuentro, que no está resultando ser como imaginaba durante el largo camino desde Le Havre.
- Nunca espero nada de nadie. Es la mejor manera para evitar que los demás te decepcionen - Empiezo lentamente, alargando la diestra hacia las llamas para disfrutar del calor de la fogata. Es una indirecta que tal vez no entienda sobre el orgullo que muestra de su fama, tan cruel y despiadada que no sé dónde acaba la realidad y empieza la ficción. Y por el hecho de que, aparentemente, no muestra ningún remordimiento sobre lo que pueda sucederle a los incautos con los que se cruce durante las noches de luna llena. - Si no hay solución y estás dispuesto a enseñarme, aprenderé todo lo que quieras mostrarme sobre mi nueva naturaleza. Sin rencor. Sin quejas. Pero sin participar tampoco en tus correrías, sea cual sea su naturaleza. Hay algo en lo que tienes razón; no sé nada de ti. No te conozco, y probablemente nunca lo haga. Sin embargo, tú tampoco sabes cómo soy. Quién soy. Ni lo que pueda haber hecho. Y no es algo que esté dispuesto a repetir, así que si ese es el precio por tener un padre, no quiero pagarlo. Me marcharé de vuelta a Le Havre, y no volverás a saber de mi. Podrás seguir con tu vida de "pirata". Si es que a vivir escondido en un agujero del bosque asaltando a unos cuantos campesinos indefensos se le puede llamar así.
Hago una pausa, escrutando fijamente el rostro del pirata ahora que sé porqué me resultaba tan familiar. Tiene razón; es como si me estuviera mirando en un espejo. Tiene la nariz algo más afilada, y los pómulos, algo más elevados. Además, su piel es mucho más oscura que la mía. Pero esos ojos son demasiado similares a los míos, y su cuerpo tiene exactamente la misma constitución esbelta pero fuerte. Es a mi a quien me recordaba; por eso no lo relacionaba con nadie a quien hubiera visto con anterioridad. Porque jamás me había visto a mi mismo desde la perspectiva de unos años extra, ni con el rostro torcido en una mueca ególatra como la que refleja el del pirata mientras habla de sí mismo. Mirándole fijamente sin parpadear, permanezco en silencio un par de minutos más. Son demasiadas las cosas que tengo que procesar después de este encuentro, que no está resultando ser como imaginaba durante el largo camino desde Le Havre.
- Nunca espero nada de nadie. Es la mejor manera para evitar que los demás te decepcionen - Empiezo lentamente, alargando la diestra hacia las llamas para disfrutar del calor de la fogata. Es una indirecta que tal vez no entienda sobre el orgullo que muestra de su fama, tan cruel y despiadada que no sé dónde acaba la realidad y empieza la ficción. Y por el hecho de que, aparentemente, no muestra ningún remordimiento sobre lo que pueda sucederle a los incautos con los que se cruce durante las noches de luna llena. - Si no hay solución y estás dispuesto a enseñarme, aprenderé todo lo que quieras mostrarme sobre mi nueva naturaleza. Sin rencor. Sin quejas. Pero sin participar tampoco en tus correrías, sea cual sea su naturaleza. Hay algo en lo que tienes razón; no sé nada de ti. No te conozco, y probablemente nunca lo haga. Sin embargo, tú tampoco sabes cómo soy. Quién soy. Ni lo que pueda haber hecho. Y no es algo que esté dispuesto a repetir, así que si ese es el precio por tener un padre, no quiero pagarlo. Me marcharé de vuelta a Le Havre, y no volverás a saber de mi. Podrás seguir con tu vida de "pirata". Si es que a vivir escondido en un agujero del bosque asaltando a unos cuantos campesinos indefensos se le puede llamar así.
Kethyr Paine- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 21/01/2017
Re: No siempre el errante está perdido ~ priv.
El relato de Kethyr sobre el recuerdo que dejó su nombre en Le Havre le arrancó una sonrisa ladina teñida de orgullo. Desde que la malnacida bruja Edora lo condenara a ser esclavo de la luna no había tenido más contacto con su pasado, ni siquiera una merecida despedida o explicación de por qué desaparecía tan de repente abandonando todo aquello que fue. Durante mucho tiempo, aquel en el que más odio quemaba en su interior, creyó a pies juntillas que los adjetivos 'cobarde' y 'asustado' habrían impregnado su nombre en boca de todos los que alguna vez le conocieron, convencidos de que Leif el Loco había escapado de su destino. También pensó que probablemente le dieran por muerto, pues la última vez que les vio fue siendo apresado por sus crímenes y condenado a la horca.
Kethyr, quien solo tenía la intención de ponerle al tanto de la situación cuando pequeño, acababa de darle un giro a la vida de Paine. Se había mantenido oculto no solo para evitar ser cazado, también para que ninguno de aquellos que le conocían lo viera en tal desesperante circunstancia: Leif el Loco castigado vilmente por una bruja a la que, por un fatal error, no dio muerte cuando tuvo la oportunidad. Para él supuso durante mucho tiempo una tremenda vergüenza hacia sí mismo, no obstante, las palabras de su recién llegado hijo acababan de abrirle los ojos: seguía siendo Leif Paine, un temido pirata. No podía dejarse vencer por su pasado. Debía empezar a renacer de sus propias cenizas y alzar su nombre de nuevo para ser merecedor de aquellas leyendas -todas ellas ciertas- que corrían aún por los mares.
El nombre de Maud le resultó muy familiar, pero a falta de poder ponerle un rostro prefirió callar y no ofender al chico, quien parecía tener una fuerte unión con su vendida madre. Dejó que le observara sabiendo por qué lo hacía, pues era la misma situación pero al revés de cuando lo vio minutos antes vagando por la oscuridad del bosque. La única diferencia entre ambos, a parte de la edad y los desgastes de la vida, era la falta de maldad en sus jóvenes y curiosos ojos.
Sonrió con mirada afilada hacia aquel sutil ataque al final de su discurso y tomó el relevo sin mover un ápice su posición.
-Chico, no se trata solamente de ser uno mismo. Es cierto que no sé nada más de ti que lo que me has contado hasta ahora, que no es mucho, pero sí sé que hace poco que aúllas a la luna. No creas que podrás seguir viviendo sin mancharte las manos. Y no me refiero a perder la cabeza cuando eres lobo. Ya sea aquí o en Le Havre, llegará el día en que descubran lo que eres e irán a por ti a muerte. Entonces aprenderás que nadie en este mundo es inofensivo. El campesino que tú llamas indefenso puede señalarte ante la Inquisición. ¿Quieres ser ahorcado? ¿Perseguido y cazado? ¿Que te maten por el simple hecho de una maldición que ni has pedido ni puedes controlar? - su voz rezumaba un rencor latente que seguiría siempre ahí. - Vivo aquí, alejado de la ciudad, porque sé lo que soy. Pero a ellos - señaló hacia lo lejos sin despegar la mirada de sus ojos - eso no les importa lo más mínimo. Da igual si te escondes o te encadenas cuando llegue la luna llena, para ellos serás un asesino. Un monstruo que debe ser aniquilado.
Mantuvo el silencio tras darle aquella nueva visión de la realidad, la cual podía o no haber sufrido el joven, aunque algo le decía que sí. Tal vez aquel desespero en busca de una solución y la reticencia firme de no querer mancharse las manos con sangre inocente eran porque ya tuvo que lavarlas una vez.
Se puso en pie dándole unos minutos para meditar mientras él salía afuera y rescataba del ciervo que colgaba un par de piezas que poder cenar. Las puso al fuego tras volver, clavadas en un bastón sujeto a dos extremos por fuera del fuego. Las gotas de sangre y grasa que caían sobre las llamas producían un siseante ruido en medio del crepitar de la madera; el olor no tardó en llenar la grieta y despertarle el apetito.
-Puedes vivir aquí el tiempo que quieras. Te enseñaré a usar los dones que ahora tienes, pero a cambio tú vas a ayudarme a mí.
Kethyr, quien solo tenía la intención de ponerle al tanto de la situación cuando pequeño, acababa de darle un giro a la vida de Paine. Se había mantenido oculto no solo para evitar ser cazado, también para que ninguno de aquellos que le conocían lo viera en tal desesperante circunstancia: Leif el Loco castigado vilmente por una bruja a la que, por un fatal error, no dio muerte cuando tuvo la oportunidad. Para él supuso durante mucho tiempo una tremenda vergüenza hacia sí mismo, no obstante, las palabras de su recién llegado hijo acababan de abrirle los ojos: seguía siendo Leif Paine, un temido pirata. No podía dejarse vencer por su pasado. Debía empezar a renacer de sus propias cenizas y alzar su nombre de nuevo para ser merecedor de aquellas leyendas -todas ellas ciertas- que corrían aún por los mares.
El nombre de Maud le resultó muy familiar, pero a falta de poder ponerle un rostro prefirió callar y no ofender al chico, quien parecía tener una fuerte unión con su vendida madre. Dejó que le observara sabiendo por qué lo hacía, pues era la misma situación pero al revés de cuando lo vio minutos antes vagando por la oscuridad del bosque. La única diferencia entre ambos, a parte de la edad y los desgastes de la vida, era la falta de maldad en sus jóvenes y curiosos ojos.
Sonrió con mirada afilada hacia aquel sutil ataque al final de su discurso y tomó el relevo sin mover un ápice su posición.
-Chico, no se trata solamente de ser uno mismo. Es cierto que no sé nada más de ti que lo que me has contado hasta ahora, que no es mucho, pero sí sé que hace poco que aúllas a la luna. No creas que podrás seguir viviendo sin mancharte las manos. Y no me refiero a perder la cabeza cuando eres lobo. Ya sea aquí o en Le Havre, llegará el día en que descubran lo que eres e irán a por ti a muerte. Entonces aprenderás que nadie en este mundo es inofensivo. El campesino que tú llamas indefenso puede señalarte ante la Inquisición. ¿Quieres ser ahorcado? ¿Perseguido y cazado? ¿Que te maten por el simple hecho de una maldición que ni has pedido ni puedes controlar? - su voz rezumaba un rencor latente que seguiría siempre ahí. - Vivo aquí, alejado de la ciudad, porque sé lo que soy. Pero a ellos - señaló hacia lo lejos sin despegar la mirada de sus ojos - eso no les importa lo más mínimo. Da igual si te escondes o te encadenas cuando llegue la luna llena, para ellos serás un asesino. Un monstruo que debe ser aniquilado.
Mantuvo el silencio tras darle aquella nueva visión de la realidad, la cual podía o no haber sufrido el joven, aunque algo le decía que sí. Tal vez aquel desespero en busca de una solución y la reticencia firme de no querer mancharse las manos con sangre inocente eran porque ya tuvo que lavarlas una vez.
Se puso en pie dándole unos minutos para meditar mientras él salía afuera y rescataba del ciervo que colgaba un par de piezas que poder cenar. Las puso al fuego tras volver, clavadas en un bastón sujeto a dos extremos por fuera del fuego. Las gotas de sangre y grasa que caían sobre las llamas producían un siseante ruido en medio del crepitar de la madera; el olor no tardó en llenar la grieta y despertarle el apetito.
-Puedes vivir aquí el tiempo que quieras. Te enseñaré a usar los dones que ahora tienes, pero a cambio tú vas a ayudarme a mí.
Leif Paine- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 01/04/2016
Localización : Bosques
Re: No siempre el errante está perdido ~ priv.
Leif no parece inmutarse ante mi cínico comentario. Justo al contrario; esboza una sonrisa inquietante, que aumenta la dureza de sus facciones al ser iluminadas por las llamas de la hoguera. En silencio, escucho cómo me explica la razón de su refugio. Alejado de la sociedad, de la ley, y del resto de sobrenaturales por propia voluntad, pero aún así, incapaz de librarse del estigma que representa su condición para los otros humanos. Cada palabra que pronuncia, impregnada del sabor de la injusticia, me ayuda a comprender un poco mejor su carácter. Cómo se articula su peculiar código moral. Porqué prefiere ser cazador antes que cazado. Qué es lo que se dice para calmar unos remordimientos que ni siquiera sé si tiene. En otro momento, tal vez me habría alegrado de conocerle un poco mejor. Pero ahora, nada de eso me consuela en absoluto. Porque estoy empezando a darme cuenta de que él y yo nos parecemos más de lo que creía. De que nuestra manera de pensar no es tan diferente.
Y eso me asusta.
Mirando fijamente la fogata, dejo que se marche sin decir nada. Sus pasos apenas hollan la roca al caminar, en dirección al frío y oscuro exterior de la grieta. Desde mi lugar junto a las llamas, escucho cómo trajina en el claro con algo blando y pesado. Pero no le presto demasiada atención; no paro de pensar en que lo que ha dicho confirma mis peores sospechas. Con la mirada desenfocada, pienso en que Leif y yo somos el reflejo de lo que hemos vivido. Cambiados por las distintas experiencias que han marcado nuestras vidas, y con un carácter mucho más templado en mi caso. Él creció y navegó con su tripulación desde que tenía uso de razón; saqueaba y violaba sin temor al futuro, buscando sólo la satisfacción inmediata. Sabía que moriría joven, estoy seguro de ello; y fue esa certeza lo que creó esa dureza que ahora muestra, ese ego por su nombre que lleva aun ahora como una orgullosa coraza. Yo, en cambio, lo hice en un burdel; siempre apartado junto con el resto de chiquillos de las putas para no espantar a la barata clientela. Robaba para salir de ese viciado lugar que tanto me oprimía, con el temor de lo que sucedería cuando, más pronto que tarde, mi madre ya no consiguiera dinero con el que pagar algo que llevarnos a la boca. Vi morir a tres hermanos, enfermos, de hambre, de miedo. Caí en manos de la Inquisición cuando todavía no tenía nada que temer de ellos. Y aun así permanecí fiel a mi mismo, pensando antes de actuar, empatizando para evitar que los demás carecieran de esa ayuda que a mi me había sido negada. Porque creía en un mañana mejor para mi, en el que el esfuerzo daría sus frutos por fin.
Pero me equivocaba. Porque lo único que trajo fue dolor, sangre y odio. Que ya no haya un mañana para mi, sólo el presente. Y que, si lo que dice Leif es cierto, todos acaben convirtiéndose tarde o temprano en mis enemigos.
El otro licántropo entra en ese momento acarreando algo, disipando mis cavilaciones. El olor a sangre coagulada me revela antes de verlo de qué se trata; es el ciervo que había antes colgado en la entrada de la cueva, preparado en un espetón para ser cocinado en las llamas. Paine lo coloca cuidadosamente sobre la hoguera, en un tosco soporte al parecer ya preparado para cocinar de esa forma sobre ella.
Sentado junto al fuego, observo cómo le da vueltas de vez en cuando para evitar que una zona quede más quemada que otra. Sangre y grasa chorrean sobre el fuego, evaporándose y volviendo a impregnar con el humo la rojiza pieza de caza. El humo no tarda demasiado en impregnar también la cueva, el aroma a carne asada tan intenso que mi estómago gruñe en un par de ocasiones. Aunque Leif no lo sabe, no he comido nada en todo el día más que un puñado de bellotas machacadas. Mis escasos fondos se acabaron mucho antes de llegar a París, pese a que intentaba evitar pernoctar en fondas y posadas. Una hogaza de pan valía cuatro veces más en las afueras de la gran urbe de lo que lo hacían en Le Havre; y la carne, tan avanzado el invierno, era tan cara que no me la podía permitir. En ocasiones, encontraba unos cuantos huevos ocultos en graneros ajenos; entonces me daba un verdadero banquete, lamentándolo por los campesinos el tiempo justo que tardaba en comérmelos todos. Otras conseguía compartir comida con algunos de los monjes que vagaban por los caminos. Sus votos les obligan a compartir alimento con los necesitados, pero dejé de acercarme a ellos tan pronto como topé de nuevo con la Inquisición. En definitiva, no ha sido un viaje sencillo para mi. Y creo que eso justifica que no pida permiso para empezar a comer.
Alargando una mano en dirección al espetón, tomo uno de los trozos de carne tan pronto como juzgo que ya está lo suficientemente hecho. Eso significa casi crudo, pero desde que me mordieron es así como me gusta la carne; ardiente pero tierna, un punto de cocción tan ligero como sabroso.
- Gracias por la cena - Le digo a Leif, ignorando cómo me arden los dedos mientras sujeto el palo de la carne.
Apenas espero un par de soplidos a que ésta se enfríe antes de comerla; clavo mis dientes en ella con verdadero hambre, pese a que está tan caliente que incluso humea. Hambriento, arranco un par de trozos con la voracidad de un animal; masticando y tragando, para llenar mi dolorido estómago cuanto antes. Durante el proceso me mancho la barbilla y la boca de grasa caliente, pero no me importa. La carne está tan buena que podría soportar cualquier cosa por tal de seguir comiéndola. Masticando un par de veces más, miro fijamente a Leif. Casi había olvidado que estoy acompañado; la emoción por comer algo de verdad me ha hecho perder también los pocos modales que tenía.
- Viviré aquí sólo hasta que encuentre otra cosa. Y te ayudaré en lo que necesites, pero no en lo que sea cruel o despiadado - Matizo, tragando otro trozo de carne con algo más de calma que los anteriores. En silencio, miro fijamente lo que queda de mi cena. Hay una pregunta que quiero hacerle, pero no sé si me responderá a ella. Supongo que no pierdo nada por intentarlo. - Por curiosidad, Leif. - Empiezo, mirándole fijamente a los ojos. - Se cuentan mil historias en Le Havre sobre la razón por la que desapareciste. Algunas mejores que otras, claro está. Pero la real... - Me limpio la boca con la manga antes de continuar - ¿Cuál es la real? ¿Qué es lo que lleva a uno de los piratas más temidos de Francia a esconderse en un bosque? ¿La licantropía? ¿O hay algo más?
Y eso me asusta.
Mirando fijamente la fogata, dejo que se marche sin decir nada. Sus pasos apenas hollan la roca al caminar, en dirección al frío y oscuro exterior de la grieta. Desde mi lugar junto a las llamas, escucho cómo trajina en el claro con algo blando y pesado. Pero no le presto demasiada atención; no paro de pensar en que lo que ha dicho confirma mis peores sospechas. Con la mirada desenfocada, pienso en que Leif y yo somos el reflejo de lo que hemos vivido. Cambiados por las distintas experiencias que han marcado nuestras vidas, y con un carácter mucho más templado en mi caso. Él creció y navegó con su tripulación desde que tenía uso de razón; saqueaba y violaba sin temor al futuro, buscando sólo la satisfacción inmediata. Sabía que moriría joven, estoy seguro de ello; y fue esa certeza lo que creó esa dureza que ahora muestra, ese ego por su nombre que lleva aun ahora como una orgullosa coraza. Yo, en cambio, lo hice en un burdel; siempre apartado junto con el resto de chiquillos de las putas para no espantar a la barata clientela. Robaba para salir de ese viciado lugar que tanto me oprimía, con el temor de lo que sucedería cuando, más pronto que tarde, mi madre ya no consiguiera dinero con el que pagar algo que llevarnos a la boca. Vi morir a tres hermanos, enfermos, de hambre, de miedo. Caí en manos de la Inquisición cuando todavía no tenía nada que temer de ellos. Y aun así permanecí fiel a mi mismo, pensando antes de actuar, empatizando para evitar que los demás carecieran de esa ayuda que a mi me había sido negada. Porque creía en un mañana mejor para mi, en el que el esfuerzo daría sus frutos por fin.
Pero me equivocaba. Porque lo único que trajo fue dolor, sangre y odio. Que ya no haya un mañana para mi, sólo el presente. Y que, si lo que dice Leif es cierto, todos acaben convirtiéndose tarde o temprano en mis enemigos.
El otro licántropo entra en ese momento acarreando algo, disipando mis cavilaciones. El olor a sangre coagulada me revela antes de verlo de qué se trata; es el ciervo que había antes colgado en la entrada de la cueva, preparado en un espetón para ser cocinado en las llamas. Paine lo coloca cuidadosamente sobre la hoguera, en un tosco soporte al parecer ya preparado para cocinar de esa forma sobre ella.
Sentado junto al fuego, observo cómo le da vueltas de vez en cuando para evitar que una zona quede más quemada que otra. Sangre y grasa chorrean sobre el fuego, evaporándose y volviendo a impregnar con el humo la rojiza pieza de caza. El humo no tarda demasiado en impregnar también la cueva, el aroma a carne asada tan intenso que mi estómago gruñe en un par de ocasiones. Aunque Leif no lo sabe, no he comido nada en todo el día más que un puñado de bellotas machacadas. Mis escasos fondos se acabaron mucho antes de llegar a París, pese a que intentaba evitar pernoctar en fondas y posadas. Una hogaza de pan valía cuatro veces más en las afueras de la gran urbe de lo que lo hacían en Le Havre; y la carne, tan avanzado el invierno, era tan cara que no me la podía permitir. En ocasiones, encontraba unos cuantos huevos ocultos en graneros ajenos; entonces me daba un verdadero banquete, lamentándolo por los campesinos el tiempo justo que tardaba en comérmelos todos. Otras conseguía compartir comida con algunos de los monjes que vagaban por los caminos. Sus votos les obligan a compartir alimento con los necesitados, pero dejé de acercarme a ellos tan pronto como topé de nuevo con la Inquisición. En definitiva, no ha sido un viaje sencillo para mi. Y creo que eso justifica que no pida permiso para empezar a comer.
Alargando una mano en dirección al espetón, tomo uno de los trozos de carne tan pronto como juzgo que ya está lo suficientemente hecho. Eso significa casi crudo, pero desde que me mordieron es así como me gusta la carne; ardiente pero tierna, un punto de cocción tan ligero como sabroso.
- Gracias por la cena - Le digo a Leif, ignorando cómo me arden los dedos mientras sujeto el palo de la carne.
Apenas espero un par de soplidos a que ésta se enfríe antes de comerla; clavo mis dientes en ella con verdadero hambre, pese a que está tan caliente que incluso humea. Hambriento, arranco un par de trozos con la voracidad de un animal; masticando y tragando, para llenar mi dolorido estómago cuanto antes. Durante el proceso me mancho la barbilla y la boca de grasa caliente, pero no me importa. La carne está tan buena que podría soportar cualquier cosa por tal de seguir comiéndola. Masticando un par de veces más, miro fijamente a Leif. Casi había olvidado que estoy acompañado; la emoción por comer algo de verdad me ha hecho perder también los pocos modales que tenía.
- Viviré aquí sólo hasta que encuentre otra cosa. Y te ayudaré en lo que necesites, pero no en lo que sea cruel o despiadado - Matizo, tragando otro trozo de carne con algo más de calma que los anteriores. En silencio, miro fijamente lo que queda de mi cena. Hay una pregunta que quiero hacerle, pero no sé si me responderá a ella. Supongo que no pierdo nada por intentarlo. - Por curiosidad, Leif. - Empiezo, mirándole fijamente a los ojos. - Se cuentan mil historias en Le Havre sobre la razón por la que desapareciste. Algunas mejores que otras, claro está. Pero la real... - Me limpio la boca con la manga antes de continuar - ¿Cuál es la real? ¿Qué es lo que lleva a uno de los piratas más temidos de Francia a esconderse en un bosque? ¿La licantropía? ¿O hay algo más?
Kethyr Paine- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 21/01/2017
Re: No siempre el errante está perdido ~ priv.
El silencio que se instaló entre ambos era de agradecer. Acostumbrado a la fría soledad de su mundana -aunque sádica- rutina, tener a alguien ahí a su lado se le hacía extraño e inquietante. Ciertamente, Elora le había visitado varias veces en pos de traerle comida, pero jamás pasó la noche allí. Su hija tenía su propia vida, nada por lo que perder demasiado tiempo en aquellos bosques. La quietud mientras comían le permitió darle vueltas al asunto sentado ante él. Estaba claro que no era lo que el joven esperaba encontrarse y no podía culparlo por ello. Era solo una sombra de lo que una vez fue. Los días grises empañaron aquel característico sentido del humor pirata, el que mantenía a su tripulación con ánimos y montaba jaleo cuando llegaba a cualquier puerto. Nada parecía quedar ya del positivismo con el que iba comiéndose el mundo, de la fuerza y la convicción con la que arrasaba barcos y ciudades. Aquello era lo que se había estado repitiendo durante todos aquellos años siendo esclavo de la luna, una y otra vez, como un mantra aniquilando su hambre por la vida. Sin duda había llegado el momento de poner orden a su nueva vida. Por otro lado, jamás podría darle a aquel joven lo que realmente vino buscando: un padre como los demás.
Sentado de piernas cruzadas, fingía devorar la carne, mas no apartaba la vista del joven aprovechando la cortina de cabellos que le ofrecían disimulo. Kethyr se equivocaba, él no quería un hijo sanguinario que creara pavor a quien se adentrara al bosque. Esa seguiría siendo su función, solo que ya no estaría protegiéndose solo a sí mismo... Le vino a la mente aquella imagen de lo que una vez oyó. Manada. Lobos que se juntaban y vivían cual familia, protegiéndose unos a otros y aquello que era suyo. Pensó en Elora, en aquella otra bruja -Aletheia- y ahora en su hijo ahí delante y se preguntó si sería capaz de hacerlo él. De formar una manada. La familia que siempre se le dijo que no podría jamás tener.
Con los dientes apurando el hueso, apoyó un codo en la rodilla y le miró con la cabeza alta. - Mis motivos tengo - dijo finalmente respondiendo a su pregunta, o más bien esquivándola -, tal vez algún día los comparta contigo. Pero ahora hay otras cosas más importantes de las que quiero hablar contigo - le señaló con el hueso ya blanco antes de tirarlo al fuego. - Tú y yo nos parecemos mucho. Ambos hemos sido criados por putas, nuestras madres lo han sido. No te decantaste por la vida de pirata y eso te ha salvado de convertirte en lo que soy - ahí nacía la diferencia entre ambos; uno con las emociones enterradas por la dureza de la vida, otro con estas a flor de piel por haber tenido quien le enseñe a sentir como debe ser. - Este territorio es mío. Soy yo quien lo protege. Si te quedas conmigo no estás obligado a ello. Mientras sigas siendo un lobo pondrás en riesgo a aquellos con quienes te rodees, pero aquí podrás estar a salvo y en paz. Puedes cazar, pescar, construirte tu propia cabaña... montar tu familia. Me da igual. Eres mi hijo, después de todo...
Guardó silencio observando detenidamente su rostro. Se preguntó si sería demasiado pronto hablarle de Elora. Lo último que quería era ponerla en riesgo, sin embargo su instinto no captaba señal alguna de amenaza por parte del joven Kethyr.
Pasados unos minutos, prosiguió.
-Hay algo más que deberías saber... No eres el único hijo que tengo. Igual que tú, hace un año llegó alguien de mi sangre. Nuestro encuentro fue casual, no sabía de mi existencia, pero desde entonces es y será siempre mi hija - calló. - Tienes una hermana.
Sentado de piernas cruzadas, fingía devorar la carne, mas no apartaba la vista del joven aprovechando la cortina de cabellos que le ofrecían disimulo. Kethyr se equivocaba, él no quería un hijo sanguinario que creara pavor a quien se adentrara al bosque. Esa seguiría siendo su función, solo que ya no estaría protegiéndose solo a sí mismo... Le vino a la mente aquella imagen de lo que una vez oyó. Manada. Lobos que se juntaban y vivían cual familia, protegiéndose unos a otros y aquello que era suyo. Pensó en Elora, en aquella otra bruja -Aletheia- y ahora en su hijo ahí delante y se preguntó si sería capaz de hacerlo él. De formar una manada. La familia que siempre se le dijo que no podría jamás tener.
Con los dientes apurando el hueso, apoyó un codo en la rodilla y le miró con la cabeza alta. - Mis motivos tengo - dijo finalmente respondiendo a su pregunta, o más bien esquivándola -, tal vez algún día los comparta contigo. Pero ahora hay otras cosas más importantes de las que quiero hablar contigo - le señaló con el hueso ya blanco antes de tirarlo al fuego. - Tú y yo nos parecemos mucho. Ambos hemos sido criados por putas, nuestras madres lo han sido. No te decantaste por la vida de pirata y eso te ha salvado de convertirte en lo que soy - ahí nacía la diferencia entre ambos; uno con las emociones enterradas por la dureza de la vida, otro con estas a flor de piel por haber tenido quien le enseñe a sentir como debe ser. - Este territorio es mío. Soy yo quien lo protege. Si te quedas conmigo no estás obligado a ello. Mientras sigas siendo un lobo pondrás en riesgo a aquellos con quienes te rodees, pero aquí podrás estar a salvo y en paz. Puedes cazar, pescar, construirte tu propia cabaña... montar tu familia. Me da igual. Eres mi hijo, después de todo...
Guardó silencio observando detenidamente su rostro. Se preguntó si sería demasiado pronto hablarle de Elora. Lo último que quería era ponerla en riesgo, sin embargo su instinto no captaba señal alguna de amenaza por parte del joven Kethyr.
Pasados unos minutos, prosiguió.
-Hay algo más que deberías saber... No eres el único hijo que tengo. Igual que tú, hace un año llegó alguien de mi sangre. Nuestro encuentro fue casual, no sabía de mi existencia, pero desde entonces es y será siempre mi hija - calló. - Tienes una hermana.
Leif Paine- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 01/04/2016
Localización : Bosques
Re: No siempre el errante está perdido ~ priv.
- ¿Una hermana? - Repito, masticando calmadamente el último trozo de carne que quedaba adherido al hueso.
El tono en el que Leif lo ha mencionado ha sido muy diferente al anterior. No estaba matizado por un timbre pausado, como cuando mencionaba las posibilidades que me ofrecía el bosque, sino por otro muy distinto. Como si temiera alguna reacción por mi parte, al enterarme de que no soy el único retoño Pain en París. Por suerte o por desgracia, no me importa lo más mínimo; por la sencilla razón de que no la conozco, y no soy de los que otorgan privilegios especiales por el mero hecho de compartir sangre conmigo. Y tampoco tengo ninguna razón para estar celoso de ella, ni para odiarla. Así que continúo royendo el hueso sin añadir nada al respecto, partiéndolo para sacar el tuétano una vez el exterior está limpio de comida.
- Comprendo. ¿Vive aquí, contigo? ¿O tiene una cabaña en algún lugar del bosque? - Pregunto únicamente, mirando a mi alrededor mientras me chupo los dedos en busca de cualquier atributo femenino. Me extraña que cualquier mujer, sin importar su carácter, consienta en dormir en semejante agujero. Labrado en la roca viva, y tan frío como si en lugar de un licántropo fuese la guarida de un animal cualquiera. Su única ventaja es que está estratégicamente situado, cerca de recursos como el agua o la espesura. Pero nada más; no hay ni una única alfombra o tapiz que se tercie a suavizar la dureza del lugar, o a aislarlo con ese toque que dejan las mujeres en cualquier lugar en el que residan.
Dejando a un lado el maltrecho hueso, recuerdo que antes el moreno ha dicho que no necesitaba manada alguna, pero también me ha ofrecido la posibilidad de construirme un hogar en cualquier lugar de su territorio. Dos actos contradictorios, puesto que la consecución de uno implica indirectamente la del otro. Puede que sea porque no es la primera vez que hace esa oferta, y que la tal Elora viva en algún lugar aislado de la zona. Es lo que tendría más sentido; aunque sigue dejando muchas otras cuestiones para la incógnita.
Apartándome los sucios mechones castaños del rostro, decido que es demasiado tarde para pensar en el tema. Lo importante es que el licántropo ha accedido a enseñarme a controlar mis habilidades; todo lo demás es secundario en comparación. Si Leif quiere proporcionarme más datos, lo hará; y si no, el tiempo acabará por despejar cualquier pregunta que me surja. Y el de hoy, para mi, ya está más que acabado. Recostándome ligeramente junto al calor de la hoguera, espero por si mi padre quiere decir algo más al respecto. Es su hogar, y por lo tanto, es su derecho el de pronunciar la última palabra.
El tono en el que Leif lo ha mencionado ha sido muy diferente al anterior. No estaba matizado por un timbre pausado, como cuando mencionaba las posibilidades que me ofrecía el bosque, sino por otro muy distinto. Como si temiera alguna reacción por mi parte, al enterarme de que no soy el único retoño Pain en París. Por suerte o por desgracia, no me importa lo más mínimo; por la sencilla razón de que no la conozco, y no soy de los que otorgan privilegios especiales por el mero hecho de compartir sangre conmigo. Y tampoco tengo ninguna razón para estar celoso de ella, ni para odiarla. Así que continúo royendo el hueso sin añadir nada al respecto, partiéndolo para sacar el tuétano una vez el exterior está limpio de comida.
- Comprendo. ¿Vive aquí, contigo? ¿O tiene una cabaña en algún lugar del bosque? - Pregunto únicamente, mirando a mi alrededor mientras me chupo los dedos en busca de cualquier atributo femenino. Me extraña que cualquier mujer, sin importar su carácter, consienta en dormir en semejante agujero. Labrado en la roca viva, y tan frío como si en lugar de un licántropo fuese la guarida de un animal cualquiera. Su única ventaja es que está estratégicamente situado, cerca de recursos como el agua o la espesura. Pero nada más; no hay ni una única alfombra o tapiz que se tercie a suavizar la dureza del lugar, o a aislarlo con ese toque que dejan las mujeres en cualquier lugar en el que residan.
Dejando a un lado el maltrecho hueso, recuerdo que antes el moreno ha dicho que no necesitaba manada alguna, pero también me ha ofrecido la posibilidad de construirme un hogar en cualquier lugar de su territorio. Dos actos contradictorios, puesto que la consecución de uno implica indirectamente la del otro. Puede que sea porque no es la primera vez que hace esa oferta, y que la tal Elora viva en algún lugar aislado de la zona. Es lo que tendría más sentido; aunque sigue dejando muchas otras cuestiones para la incógnita.
Apartándome los sucios mechones castaños del rostro, decido que es demasiado tarde para pensar en el tema. Lo importante es que el licántropo ha accedido a enseñarme a controlar mis habilidades; todo lo demás es secundario en comparación. Si Leif quiere proporcionarme más datos, lo hará; y si no, el tiempo acabará por despejar cualquier pregunta que me surja. Y el de hoy, para mi, ya está más que acabado. Recostándome ligeramente junto al calor de la hoguera, espero por si mi padre quiere decir algo más al respecto. Es su hogar, y por lo tanto, es su derecho el de pronunciar la última palabra.
Kethyr Paine- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 21/01/2017
Re: No siempre el errante está perdido ~ priv.
Le acababa de acoger en su seno, es cierto, y se había ofrecido para ayudarle a superar su nueva condición, aprender a vivir con ella como él mismo aprendió solo y a base de errores, pero por muy hijo suyo que fuera no pondría toda su confianza en él hasta que se la ganara. Recién había llegado y, aunque hasta el momento no percibía ninguna señal de alarma, no significaba que pudiera abrirle las puertas de su 'casa' -metafóricamente hablando- con tal facilidad. Que pronunciara tanta pregunta acerca de Elora le hizo mantener el margen con ese tema, aquella muestra de interés podía ser normal, en efecto, pero también un vago y torpe intento de sonsacarle más información acerca de la bruja, cuya vida protegía con la suya propia.
-No vive conmigo - fue la escueta respuesta que le dio, centrándose en la comida hasta que el último hueso fue bien apurado y arrinconado junto a los demás. Al contrario de cuando la bruja estuvo allí retenida, en esta ocasión no le ofreció la improvisada cama de pieles a su hijo. Debía saber quién mandaba, si es que no estaba claro ya desde un principio. - Duerme, debes estar cansado. Mañana empezaremos, así que debes guardar energías.
Salió afuera como cada noche para asegurarse que no hubiera nadie merodeando su territorio. No tardó más de una hora en recorrer los límites y marcar distancia con un par de osos, antes de volver y tumbarse en silencio en el camastro. Dejó el fuego prendido para mantener el ambiente cálido, aunque no lo necesitaba en absoluto, pero tal vez su hijo no estuviera acostumbrado. Una noche más su sueño se mantuvo cerca de la superficie para tener todos sus sentidos bien despiertos en caso de que su hijo, de quien aún sabía bien poco, tuviera ocultas intenciones. Despertaría antes que él y saldría a cazar con el primer rayo de luz, para así tener el desayuno listo y no perder más tiempo en empezar las lecciones como lobo.
-No vive conmigo - fue la escueta respuesta que le dio, centrándose en la comida hasta que el último hueso fue bien apurado y arrinconado junto a los demás. Al contrario de cuando la bruja estuvo allí retenida, en esta ocasión no le ofreció la improvisada cama de pieles a su hijo. Debía saber quién mandaba, si es que no estaba claro ya desde un principio. - Duerme, debes estar cansado. Mañana empezaremos, así que debes guardar energías.
Salió afuera como cada noche para asegurarse que no hubiera nadie merodeando su territorio. No tardó más de una hora en recorrer los límites y marcar distancia con un par de osos, antes de volver y tumbarse en silencio en el camastro. Dejó el fuego prendido para mantener el ambiente cálido, aunque no lo necesitaba en absoluto, pero tal vez su hijo no estuviera acostumbrado. Una noche más su sueño se mantuvo cerca de la superficie para tener todos sus sentidos bien despiertos en caso de que su hijo, de quien aún sabía bien poco, tuviera ocultas intenciones. Despertaría antes que él y saldría a cazar con el primer rayo de luz, para así tener el desayuno listo y no perder más tiempo en empezar las lecciones como lobo.
Leif Paine- Licántropo Clase Baja
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