No es oro todo lo que reluce, ni todo lo que anda errante está perdido. [Privado]

por **Aredhel Darbauchet** Dom Sep 02, 2012 9:51 pm

El viento mecía las ramas de los árboles y las desprotegidas flores con brutalidad. A pesar de la estación en la que se encontraban, aún quedaban vestigios del invierno pasado, y el frio era uno de ellos.

Era por lo mismo que Aredhel estaba muy abrigada, el vestido no era de seda, sino de una tela más gruesa, de un hermoso color verde. Llevaba guantes de encaje grueso y almidonado, el cual le protegía los largos y delicados dedos, mientras que los pies estaban cubiertos con unos zapatos negros, que ni siquiera se veían por lo largo del vestido.

Ese día había tenido suerte, su madre estaba de buen humor y la chica había podido salir sola de su barrio. Al verse enfrentada a la libertad, estuvo un tanto complicada con la elección de su destino, así que tan solo se estaba dedicando a recorrer las calles con aspecto ensimismado y curioso, fijándose disimuladamente en el rostro de las personas, en los elegantes señores y en las bien amadas de sus esposas. A pesar del frío, la vida transcurría en Paris como todos los días, cosa que a Aredhel le enfermaba. Quería que algo pasara, algo sorprendente, novedoso, por lo menos, inusual.

Había escuchado en las fiestas, en las reuniones de las “ancianas” –como ella las llamaba- que había llegado mucha gente a la ciudad, gente extraña y curiosa. Aredhel dejo volar su imaginación e inventó su propia historia, en la que conocía a una de esas personas, y que le enseñaba lo maravilloso que era el mundo, lleno de cosas que ella no conocía, de personas sorprendentes, y de seres fantásticos.

El sol empezaba ya a desaparecer, a pesar de que no era muy tarde; era sencillamente la sensación que daba por la cantidad de nubes que había en el cielo. Aredhel miró a su alrededor y sintió como un nudo se le formaba en la garganta: No sabía dónde estaba. Se giró a la derecha y luego a la izquierda, dándose cuenta de que la gente que había a su alrededor la miraba extrañamente.

Tragó aire… era sencillo, tan solo tenía que girarse y caminar por donde había venido. Esa gente era como ella había sido, así que no había nada que temer, nada de nada.

Sintió unas manos sobre sus hombros, y ahí mismo quedo petrificada. Sentía el aliento a alcohol rodeando su nuca y su cabello. Los vellitos de su brazo se erizaron. Ingreso aire con una gran bocanada y lo mantuvo allí, en su boca y sus pulmones. Sentía como su corazón se aceleraba. Pero, a pesar de todo ello, movió su mano hacia adelante, impulsando un pequeño puñal que llevaba escondido en la manga del vestido.

Si tenía que usarlo, lo usaría.

por **Brigitte Guielle** Lun Sep 03, 2012 1:29 pm

― ¡Brigitte, te toca bajar! ― Antaño, aquella frase le hubiese producido ciertos nervios a la muchacha. Nervios indeseables por lo que significaba. Sin embargo, las cosas habían cambiado mucho, y ahora "bajar" ya no era nada que se le antojara desagradable. Desde su habitación, sus pequeños dominios, observó la luz que todavía entraba por la ventana. Meses atrás no le habrían ordenado bajar a aquellas horas tan prontas, dado que el burdel no abría oficialmente hasta pasadas las nueve de la noche, con todo oscuro e iluminado únicamente por luz artificial. Pero eso era el pasado. ― ¡Ya voy! ― Respondía, si bien no alegremente, tampoco con ningún sentimiento de desagrado. Neutra sería la mejor palabra para describirlo. Brigitte siempre se había caracterizado por su neutralidad, sobretodo en público. Algo que, poco a poco, estaba cambiando con el curso del tiempo. Desde que la habían echo oficialmente cantinera del pequeño bar que había dentro del burdel, a penas estaba con uno o dos clientes (Tres, a lo sumo) mensualmente. Eso había sido un cambio brutal para ella, en el mejor de los sentidos. Y gracias a aquella nueva oportunidad, sentía sus ganas de vivir mucho más renovadas. Inclusive, había llegado a admitirse el disfrutar de aquellas pocas relaciones mantenidas, con hombres que esta vez era ella quien escogía. Y por ello, eran un mínimo de su agrado.

Colocándose el pequeño trozo de tela que se consideraba un delantal sobre un desgastado vestido, dio paso a la jornada diaria. Duraría hasta el amanecer. Durante aquel mes como "Camarera" había aprendido lo duro que eran ese tipo de trabajos y lo fácil que resultaba la prostitución, para alguien que disfrutara de una condición sexual muy activa. Que no era su caso. Brigitte prefería hacer más horas que un reloj a volver atrás. Por eso, siempre agarraba los turnos que podía. Las sustituciones que hacían favor a sus compañeros o bien el horario más indeseado de todos, que consistía en quedarse hasta el amanecer. Hasta que todo lo que había allí era carne humana completamente borracha a la que había que echar, la hora de cerrar. A ella no le importaba. Si hacía falta, tendría más mano dura que nadie. Pensar en el horror de día a día que había sido para ella antes le daba las fuerzas de un hombre el doble de grande y de pesado que ella. Literalmente hablando. Todo estaba en la mente.

― La jefa ha dicho que quiere ver a Iván ya sabes dónde, me preguntaba si... ― Antes de que la muchacha terminara con aquella petición, Brigitte ya movía la cabeza en un gesto de afirmación. ― ¡Gracias! Está en la parte de atrás, creo que le ha echado el ojo a algo.. En fin, ten cuidado ― Con una suave mueca de desagrado, señalaba la puerta que llevaba hasta la parte de atrás del Burdel. Ivan era un hombre con mucho dinero, sin pudores ni inhibiciones a la hora de tratar tanto con mujeres como con hombres. Según se había "oído" (Puros rumores), era un importante benefactor del lugar, y por ello nadie que trabajara allí le llevaba la contraria. Excepto "La jefa", su superiora. La mujer que años atrás había salvado la vida de Brigitte, ofreciéndole aquel lugar para vivir.

Desechando esos pensamientos, se limpió las manos enjabonadas en el delantal dejándolo a un lado y salió sin prisa pero sin pausa. Todos sabían que Iván no era un hombre de fiar y a la mayoría de chicas las había probado con o contra su voluntad. A Brigitte, según le había escuchado decir, la encontraba demasiado "mustia". Porque no se arreglaba en exceso ni hacía gala de sus encantos. Brigitte nunca había necesitado coquetear para conseguir clientes, unas miradas y pequeñas caricias habían bastado. Podía fingir, pero no hasta ese extremo. En el fondo siempre había tenido la esperanza de no ser productiva y que le buscaran otro lugar, antes de echarla. Y a pesar de que era todo lo contrario, las cosas habían acabado bien. ― ¡Iván! ― Vociferó, solo para que el otro dejara de prestar atención a lo que le ocupaba en ese momento. Una mujer que no parecía precisamente disfrutar. "Que extraño en él" Se dijo, irónicamente. A saber a cuántas habría violado en callejones como aquel.

― La Madame te está buscando, dice que es importante y que subas ya ― Habiéndose colocado frente a la "feliz pareja", los observó ajena solo por unos pocos segundos. Aprovechando que la noticia parecía haber sorprendido al hombre, Brigitte agarró a la mujer por un brazo con la suficiente fuerza como para atraerla hacia si. ― Yo me quedo con ella, sabes que no le gusta esperar ― Mostró una de sus más falsas sonrisas, en parte divertida de haberle fastidiado el plan. Y de que se le notara tanto en su cara. Marchó, maldiciendo en voz baja y completamente fastidiado. Dio un rápido vistazo hacia la muchacha ¿Y ahora qué hacía con ella?.

por **Aredhel Darbauchet** Lun Sep 03, 2012 5:11 pm

Sentía como esos segundos en los que el hombre la sujetaba se convertían en minutos, los que a su vez se convertían en días y años. Otras de las personas que estaban cerca de ellos, no hacían nada más que observarlos, algunos con ojos resignados y otros con gestos divertidos. Aredhel sentía su corazón bombear sangre más rápido que nunca en su vida, y como la fuerza de sus piernas la abandonaba con rapidez. Tiritaba entera, y tragaba saliva constantemente –Demonios- pensó contrariada- Si vas a hacer algo, hazlo luego- ¿Acaso era que ese hombre sentía un placer morboso al verla muerta de susto? Poco a poco ese terror se iba transformando en rabia, una rabia inhóspita y extraña en ella.

Tragó aire, y ahogo un pequeño grito de asombro, cuando sintió la manos bajando lentamente por su hombro, acariciando su brazo y desviándose cerca de sus senos. Estaba ahí, lista para contraatacar con la daga escondida, cuando una voz melodiosa y divina, casi como salida del cielo mismo, llamaba al hombre: ¡Iván! La presión que este ejercía sobre el escuálido cuerpo de la chica, ahora más pequeño y debilucho que nunca, disminuyo notoriamente, al igual que su estrés momentáneo, y después de unos cuantos gruñidos, diálogos y frases, finalmente se desligo de ella, alejándose con paso molesto.

En menos de un segundo, luego de la separación, se apoyó contra la pared más cercana, y se llevó una mano al pecho, respirando agitadamente –Maldito corsé- Se quejó en un susurro, ya que la prenda no le dejaba ingresar el tan necesitado aire. Luego de unos instantes, ingreso una bocanada muy grande y su respiración se normalizo. Miró a la chica que la había salvado fugazmente, y subió ambas manos hasta su rostro, el cual masajeo en las sienes y los ojos, sintiendo unas pequeñas gotas de sudor. Estaba prácticamente en estado de shock después de la estupidez que acababa de vivir.

-Yo…-empezó con la voz débil, cargada de miles de emociones. Tuvo que parar un instante, no era capaz de seguir. Miraba el suelo, a sus pies escondido entre los pliegues de su vestido, y de reojo, conseguía observar el sube y baja de su pecho- Yo…No sé cómo agradecértelo- Y realmente no sabía cómo. Alzó el rostro, un poco más calmada, y en un gesto para nada protocolar, le tendió la mano a la chica con la intención de estrecharla- En serio, muchas gracias. Estaba perdida y no creí que pasaría eso-

Por supuesto que no lo sabía ¡Dichoso seria quien pudiese saber el futuro!, pero Aredhel estaba tan contrariada con la situación que no sabía cómo tenía que actuar. Toda la formación que su madre le había dado, toda esa falsa educación de alta cuna se había ido a la mierda, para ser explícito.

-Mi nombre es Aredhel- su voz sonó incluso más fuerte de lo que quería, sin embargo, no llego a gritar. Recién en ese momento notó la belleza de la mujer que estaba en frente de ella, y lo curioso de su cabello multicolor. ¿Qué haría esa chica allí? ¿Estaría perdida? Se fijó en el mandil que llevaba y recordó lo que le había dicho al hombre, algo de la “Madame”. Supuso que, si no vivía por allí, si debía frecuentar ese lugar- Y me gustaría saber cuál es el suyo, si es que no es molestia-

por **Brigitte Guielle** Jue Sep 06, 2012 6:21 am

Brigitte se quedó mirando a la chica. Había dos opciones: O era una muchacha de buena corte a la que le avergonzaba haber sido pillada en semejante situación, O era una chica a la que Iván había pillado de improviso y de forma completamente involuntaria. Por la expresión que acertaba a adivinar en ella, dedujo que la segunda opción resultaba mucho más realista. "No sé cómo agradecértelo" esas palabras confirmaban sus sospechas. ¡Vaya! Había resultado la buena acción del día. Sus ojos inevitablemente fueron a parar hacia su pecho, que bajaba y subía como loco. Se notaba una respiración entrecortada, casi como un jadeo, pero no de los placenteros precisamente. Aquel hombre la había dejado con el alma en vilo, muerta de miedo. Y Brigitte conocía esa sensación, aunque había aprendido a ocultarla con el tiempo. Gracias a que podía recordar esa sensación fue que no intervino con palabras estúpidas de consuelo ni se le arrimó, años atrás ella había odiado que fingieran semejantes cosas con ella. Del mismo modo, no esperaba se agradecida de ninguna forma. ¿Qué tenía que agradecerle? Realmente, no lo había echo con la intención de "salvarla". Ella no era de ese tipo heroico que se preocupaba por los demás.

― Brigitte ― Alargó su mano para tomar la que ella le ofrecía, en un mero gesto de cortesía. Aunque jamás se había saludado de semejante forma con otra fémina ¿Sería cosa de que todas las que conocía pertenecían al ramo de la prostitución? Y, para qué negarlo, por su peculiar fama a penas se llevaba con alguna más de dos frases. Lo justo para pasar el rato, en algún momento de aburrimiento. La personalidad asocial de Brigitte tampoco ayudaba demasiado, todo sea dicho. ― Y no tienes que agradecerme nada, solo fue casualidad ― Mostró una sutil sonrisa, parcialmente sincera y parcialmente formal ¿Lo estaría haciendo bien? Últimamente se animaba a sonreír con más frecuencia y se sentía mucho más receptiva a disfrutar de la vida. Ya no todo era oscuro y falso en ella, puede que gracias a eso le hubiese evitado aquel mal trago a la muchacha. ¿Por qué os creéis que se lo habían pedido a ella? No muchas sabían enfrentarse a los hombres. Y eso que en el burdel era el pan de cada día.

Observó entonces los ropajes de la muchacha. Rió por dentro recordando la forma en que había maldecido su corsé. Sí, recordaba lo incómodos que eran y la manera tan poco discreta y vulgar en que levantaban los senos; aunque no fueran grandes. Era como una invitación a que los hombres miraran lo que quisieran ¿Quién demonios en su sano juicio lo usaría por voluntad propia? Tampoco te dejaba respirar como es debido. Toda una tortura femenina de la que Brigitte se había visto librada, por eso ella acostumbraba a no llevar prácticamente nada bajo el vestido. En los turnos de noche y madrugada, no quería dar motivos a ningún hombre para insinuar que los estaba provocando. Por lo menos, no con sus senos que (Según ella) nada de especial tenían. ― Esta no es una buena zona para que alguien como tú camine, sobretodo cuando el sol se pone ― La miró de arriba a abajo en un gesto poco discreto y, tal vez, cortés. Pero ella no estaba nada acostumbrada a lo cortés precisamente.. ― Eh, me refiero, por el vestido y demás.. Se nota que no eres de por aquí cerca ¿Me equivoco? ― Sabía perfectamente que no, claramente era una muchacha un mínimo de bien acomodada. Allí solo frecuentaban prostitutas o mujeres con un ropaje nada elegante ni mucho menos que le tapara hasta los mismísimos pies. Las mujeres de allí, cuanto más enseñaran, más ganaban. Y Aredhel no era una de ellas ni de lejos.

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