AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Toc-toc (Yvette Béranger)
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Toc-toc (Yvette Béranger)
Odiaba París. La verdad sea dicha: era una ciudad en exceso pretenciosa, sucia y superpoblada. Tenía demasiado que envidiarle a su San Petersburgo natal y mucho que aprender también de la sociedad rusa.
Era la segunda vez que visitaba aquella tierra y la encontraba aún más sobrevalorada que en el pasado. Pero Ilanka estaba allí con un objetivo fijo y no se iría hasta cumplirlo, ella no era de las que temían y acababan por retroceder.
Se registró en el Hotel Des Arenes, que sería su hogar por un tiempo indeterminado, y le fue asignada una habitación amplia y confortable.
Una vez acomodada, Ilanka corrió las cortinas del dormitorio y estudió la vista: Notre Dame se alzaba, imponente y misteriosa, a un costado.
En diez días debía presentarse en la Académie de París para tomar su puesto como nueva profesora de Astronomía. Se sabía capacitada, en Rusia había aprendido de los mejores. El cielo era su pasión y ella estaba convencida que nadie podía instruir mejor a otros que una persona llena de pasión.
Sin cambiarse de ropa, Ilanka se acostó en la enorme cama. Descansaría unas horas antes de recorrer la ciudad, prefería hacerlo de noche. La oscuridad siempre había sido su cómplice.
A penas hubo cerrado los ojos, un sueño acudió a su mente:
Vagaba por calles sucias y pestilentes. La tarde comenzaba a caer y ella recorría un camino que sus pies parecían conocer bien pese a que sus ojos no lo habían visto jamás.
Rodeó el College en dirección a la Notre Dame, pero ni siquiera la miró. Cruzó la calle y un coche por poco no la atropelló, pese a eso no detuvo su andar.
Se veía las manos, pero no las reconocía como suyas. ¿De quien eran esos dedos largos y pálidos? ¿En el cuerpo de quien estaba? Intuía que pronto lo sabría.
Continuó caminando hasta llegar al Hotel Des Arenes –su nuevo hogar- y entró en él. Pasó directamente hacia las escaleras, sin siquiera saludar al personal administrativo ni pedir referencias. No las necesitaba, sabía a donde se dirigía.
Decidida, se plantó frente a una puerta que reconoció como la suya. Y golpeó.
El golpe en la puerta la despertó. Ila se apuró a sentarse en la cama, confundida. Notó que ya era de noche. Antes de abrir la puerta corrió las cortinas y se acomodó el cabello que llevaba recogido en lo alto de la cabeza.
Inspiró y tomó el picaporte. Con la adrenalina recorriéndole el cuerpo, hasta el punto de erizarle la piel, Ilanka abrió la puerta y le sonrió a su visitante. No le conocía, pero intuía que estaba allí por algo importante.
Era la segunda vez que visitaba aquella tierra y la encontraba aún más sobrevalorada que en el pasado. Pero Ilanka estaba allí con un objetivo fijo y no se iría hasta cumplirlo, ella no era de las que temían y acababan por retroceder.
Se registró en el Hotel Des Arenes, que sería su hogar por un tiempo indeterminado, y le fue asignada una habitación amplia y confortable.
Una vez acomodada, Ilanka corrió las cortinas del dormitorio y estudió la vista: Notre Dame se alzaba, imponente y misteriosa, a un costado.
En diez días debía presentarse en la Académie de París para tomar su puesto como nueva profesora de Astronomía. Se sabía capacitada, en Rusia había aprendido de los mejores. El cielo era su pasión y ella estaba convencida que nadie podía instruir mejor a otros que una persona llena de pasión.
Sin cambiarse de ropa, Ilanka se acostó en la enorme cama. Descansaría unas horas antes de recorrer la ciudad, prefería hacerlo de noche. La oscuridad siempre había sido su cómplice.
A penas hubo cerrado los ojos, un sueño acudió a su mente:
Vagaba por calles sucias y pestilentes. La tarde comenzaba a caer y ella recorría un camino que sus pies parecían conocer bien pese a que sus ojos no lo habían visto jamás.
Rodeó el College en dirección a la Notre Dame, pero ni siquiera la miró. Cruzó la calle y un coche por poco no la atropelló, pese a eso no detuvo su andar.
Se veía las manos, pero no las reconocía como suyas. ¿De quien eran esos dedos largos y pálidos? ¿En el cuerpo de quien estaba? Intuía que pronto lo sabría.
Continuó caminando hasta llegar al Hotel Des Arenes –su nuevo hogar- y entró en él. Pasó directamente hacia las escaleras, sin siquiera saludar al personal administrativo ni pedir referencias. No las necesitaba, sabía a donde se dirigía.
Decidida, se plantó frente a una puerta que reconoció como la suya. Y golpeó.
El golpe en la puerta la despertó. Ila se apuró a sentarse en la cama, confundida. Notó que ya era de noche. Antes de abrir la puerta corrió las cortinas y se acomodó el cabello que llevaba recogido en lo alto de la cabeza.
Inspiró y tomó el picaporte. Con la adrenalina recorriéndole el cuerpo, hasta el punto de erizarle la piel, Ilanka abrió la puerta y le sonrió a su visitante. No le conocía, pero intuía que estaba allí por algo importante.
Ilanka Kratorova- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 69
Fecha de inscripción : 22/01/2017
Re: Toc-toc (Yvette Béranger)
Llevaba despierta desde antes del amanecer. Cuando abrió los ojos, sobresaltada, la luz de la luna se colaba entre las cortinas de la ventana. Su pulso era rápido y un ligero sudor perlaba su frente. Tumbada boca arriba, miraba el techo fijamente mientras intentaba tranquilizarse, sin mucho éxito. Había vuelto a soñar, y sabía que aquel sueño no era corriente. De alguna manera, sabía que aquel se cumpliría.
No volvió a dormirse, y el alba la alcanzó en la misma postura en la que se había despertado. Se levantó antes incluso que el servicio, y vagó por la casa hasta que el desayuno estuvo listo. La mañana la pasó completamente abstraída del mundo que la rodeaba, pensando en el sueño de aquella noche. El mediodía llegó y con él el almuerzo. Arnaud estaba fuera, y una amiga de su madre fue la compañía que tuvieron las dos en la mesa. Mientras ellas charlaban de las últimas noticias de sociedad, Yvette jugueteaba con la comida sin probar bocado. Clara se percató enseguida de que algo le pasaba, y no dudó en preguntar si todo iba bien.
—Sí, es sólo que no he dormido bien esta noche. Creo que subiré a acostarme un rato —contestó la joven y, tras disculparse frente a ambas mujeres, se dirigió a su habitación.
Se tumbó en la cama, mullida y caliente, y no tardó en quedarse dormida, incluso con la ropa puesta. Parecía que todo iba bien, hasta que volvió a ver aquellas imágenes en su cabeza. Era un hotel que ella conocía, había pasado frente a su puerta en unas cuantas ocasiones. El Hotel Des Arenes, en París. En su sueño, entraba como si fuera una huésped, pasando la recepción y subiendo las escaleras que llevaban a las habitaciones. Llegaba frente a una puerta y llamaba suavemente, dando dos golpes con los nudillos. Unos segundos después, una mujer rubia y elegante la recibía en la habitación, sonriente. ¿Quién era ella?
Se despertó aspirando aire fuertemente. Al igual que aquella noche, tenía el pulso acelerado y sudor en su frente. Respiró hondo un par de veces y se levantó para refrescarse la piel. Fuera hacía frío, pero ella sentía un calor que la asfixiaba. Se mojó la cara con agua fresca y se miró en el espejo. Tenía bajo los ojos una ligera sombra, producto de la falta de sueño. Se quedó mirando su reflejo, con la imagen de aquella puerta en la mente. «No vayas. No vayas», se decía. «...que ignores los sueños no quita que vayan a convertirse en realidad...». Las palabras de la pantera volvían a su mente, contradiciendo las suyas propias. «No vayas. Se convertirán en realidad. No vayas». La rabia y el miedo la hicieron llorar.
—Voy a salir —anunció a su doncella, que esperaba fuera de la habitación—. Sola.
La joven fue a replicar, pero Yvette salió tan rápido como pudo, agachando la cabeza para ocultar así los ojos humedecidos. Una vez en la calle se planteó una y otra vez qué demonios estaba haciendo, pero sus pies se movían solos, siguiendo una dirección ya fijada en su subconsciente por calles desconocidas. Llegó un momento en el que ni siquiera sentía que fuera consciente de lo que pasaba a su alrededor. Sólo caminaba. La maravillosa Notre Dame fue completamente ignorada por una inexperta hechicera que había reunido el valor suficiente para seguir lo que su extraño y reincidente sueño le había mostrado. Escuchó los gritos de un cochero que había tenido que frenar en seco para no atropellarla, pero Yvette ni siquiera le miró. La gente se apartaba para dejarle vía libre, como si estuviera infectada con alguna enfermedad terminal. Finalmente, el hotel se mostró frente a ella. Entró como si fuera un huésped, pasando la recepción y subiendo las escaleras que llevaban a las habitaciones. Frente a ella estaba la ya conocida puerta, que extrañamente sentía como suya. ¿Suya? Ella no había estado nunca ahí dentro, pero, a la vez, sentía que no era la primera vez que entraba.
Tocó a la puerta, la mujer misteriosa la recibió con una sonrisa, tal y como lo había soñado. De pronto, volvió a tomar conciencia de su cuerpo y su entorno. La miró. ¿Quién era ella?
—No sé qué hago aquí —dijo, sin siquiera saludar primero. Estaba a punto de echarse a llorar de nuevo—, pero he soñado con esta puerta, y contigo. —Se pasó una mano por la frente y se echó el pelo hacia atrás. Se mordió los labios, nerviosa—. Algo me decía que tenía que venir, pero ha sido una pésima idea. Siento haber molestado.
No volvió a dormirse, y el alba la alcanzó en la misma postura en la que se había despertado. Se levantó antes incluso que el servicio, y vagó por la casa hasta que el desayuno estuvo listo. La mañana la pasó completamente abstraída del mundo que la rodeaba, pensando en el sueño de aquella noche. El mediodía llegó y con él el almuerzo. Arnaud estaba fuera, y una amiga de su madre fue la compañía que tuvieron las dos en la mesa. Mientras ellas charlaban de las últimas noticias de sociedad, Yvette jugueteaba con la comida sin probar bocado. Clara se percató enseguida de que algo le pasaba, y no dudó en preguntar si todo iba bien.
—Sí, es sólo que no he dormido bien esta noche. Creo que subiré a acostarme un rato —contestó la joven y, tras disculparse frente a ambas mujeres, se dirigió a su habitación.
Se tumbó en la cama, mullida y caliente, y no tardó en quedarse dormida, incluso con la ropa puesta. Parecía que todo iba bien, hasta que volvió a ver aquellas imágenes en su cabeza. Era un hotel que ella conocía, había pasado frente a su puerta en unas cuantas ocasiones. El Hotel Des Arenes, en París. En su sueño, entraba como si fuera una huésped, pasando la recepción y subiendo las escaleras que llevaban a las habitaciones. Llegaba frente a una puerta y llamaba suavemente, dando dos golpes con los nudillos. Unos segundos después, una mujer rubia y elegante la recibía en la habitación, sonriente. ¿Quién era ella?
Se despertó aspirando aire fuertemente. Al igual que aquella noche, tenía el pulso acelerado y sudor en su frente. Respiró hondo un par de veces y se levantó para refrescarse la piel. Fuera hacía frío, pero ella sentía un calor que la asfixiaba. Se mojó la cara con agua fresca y se miró en el espejo. Tenía bajo los ojos una ligera sombra, producto de la falta de sueño. Se quedó mirando su reflejo, con la imagen de aquella puerta en la mente. «No vayas. No vayas», se decía. «...que ignores los sueños no quita que vayan a convertirse en realidad...». Las palabras de la pantera volvían a su mente, contradiciendo las suyas propias. «No vayas. Se convertirán en realidad. No vayas». La rabia y el miedo la hicieron llorar.
—Voy a salir —anunció a su doncella, que esperaba fuera de la habitación—. Sola.
La joven fue a replicar, pero Yvette salió tan rápido como pudo, agachando la cabeza para ocultar así los ojos humedecidos. Una vez en la calle se planteó una y otra vez qué demonios estaba haciendo, pero sus pies se movían solos, siguiendo una dirección ya fijada en su subconsciente por calles desconocidas. Llegó un momento en el que ni siquiera sentía que fuera consciente de lo que pasaba a su alrededor. Sólo caminaba. La maravillosa Notre Dame fue completamente ignorada por una inexperta hechicera que había reunido el valor suficiente para seguir lo que su extraño y reincidente sueño le había mostrado. Escuchó los gritos de un cochero que había tenido que frenar en seco para no atropellarla, pero Yvette ni siquiera le miró. La gente se apartaba para dejarle vía libre, como si estuviera infectada con alguna enfermedad terminal. Finalmente, el hotel se mostró frente a ella. Entró como si fuera un huésped, pasando la recepción y subiendo las escaleras que llevaban a las habitaciones. Frente a ella estaba la ya conocida puerta, que extrañamente sentía como suya. ¿Suya? Ella no había estado nunca ahí dentro, pero, a la vez, sentía que no era la primera vez que entraba.
Tocó a la puerta, la mujer misteriosa la recibió con una sonrisa, tal y como lo había soñado. De pronto, volvió a tomar conciencia de su cuerpo y su entorno. La miró. ¿Quién era ella?
—No sé qué hago aquí —dijo, sin siquiera saludar primero. Estaba a punto de echarse a llorar de nuevo—, pero he soñado con esta puerta, y contigo. —Se pasó una mano por la frente y se echó el pelo hacia atrás. Se mordió los labios, nerviosa—. Algo me decía que tenía que venir, pero ha sido una pésima idea. Siento haber molestado.
Yvette Béranger- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 96
Fecha de inscripción : 17/07/2016
Re: Toc-toc (Yvette Béranger)
Ilanka no la dejaría marchar por nada del mundo, si había ido en su busca a esas horas -y, al parecer, sola- debía de ser por algo realmente importante. Extendió rápidamente su brazo y, con su mano derecha, atrapó la muñeca izquierda de la joven. Sintió su pulso latiendo, acelerado, contra su palma. Asustada como parecía estar, su visitante aparentaba no ser más que una niña. ¿Qué edad tendría? ¿Qué clase de padres permitían que una jovencita como ella vagara sola por las peligrosas calles de París? Estaba sorprendida y, casi, escandalizada. Pero lo supo: aquella era una muchacha valiente, aunque todavía no lo sabía ni asumía.
Sus ojos entraron en contacto durante dos o tres segundos y sus poderosas miradas se midieron y estudiaron, respetadas por un tenso silencio que Ila quebró:
-No has venido hasta aquí solo para tocar mi puerta y luego marcharte –le dijo con voz segura y lentamente aflojó el agarre de sus dedos, pero no la soltó-. También soñé que vendrías, de hecho te estaba esperando –mezcló la verdad con la dosis justa de engaño. Las cosas más importantes de la vida se regían por esas mixturas bien acabadas, hacía tiempo que lo había aprendido e incorporado-. Entra, por favor, podremos hablar más tranquilas. En el pasillo cualquiera podría oírnos e intuyo que no quieres que algo así ocurra –volvió a sonreírle y se movió para dejarle pasar.
La notaba intranquila, asustada e intimidada, tal vez… Pero Ilanka era de las mujeres que creían que era mejor llegar hasta el final de las cosas, retroceder no era para ella. Bajo esa premisa, levantando esa bandera desafiante, se había ganado sus buenos problemas, era cierto, pero su esencia era curiosa, siempre ávida de verdades. Si ambas habían tenido visiones similares -en sueños- era por algo, solo debían averiguarlo. La curiosidad comenzaba a anidar en su pecho, de pronto sentía un subidón de adrenalina de lo más encantador. Excitante.
Segura de sí, se acerco hasta el sector de la habitación en la que dos butacas doradas rodeaban una pequeña mesa redonda. Se sentó en la más próxima al ventanal y le hizo una seña con la cabeza a su visitante para invitarla a tomar el otro lugar, junto a la lámpara de aceite que las iluminaba.
-Veamos como resolvemos juntas este misterio que la noche nos regala… Mi nombre es Ilanka y acabo de llegar a la ciudad. Notarás por mi acento que soy rusa –dijo, suponiendo lo obvio-. ¿Quién eres tú?
Sus ojos entraron en contacto durante dos o tres segundos y sus poderosas miradas se midieron y estudiaron, respetadas por un tenso silencio que Ila quebró:
-No has venido hasta aquí solo para tocar mi puerta y luego marcharte –le dijo con voz segura y lentamente aflojó el agarre de sus dedos, pero no la soltó-. También soñé que vendrías, de hecho te estaba esperando –mezcló la verdad con la dosis justa de engaño. Las cosas más importantes de la vida se regían por esas mixturas bien acabadas, hacía tiempo que lo había aprendido e incorporado-. Entra, por favor, podremos hablar más tranquilas. En el pasillo cualquiera podría oírnos e intuyo que no quieres que algo así ocurra –volvió a sonreírle y se movió para dejarle pasar.
La notaba intranquila, asustada e intimidada, tal vez… Pero Ilanka era de las mujeres que creían que era mejor llegar hasta el final de las cosas, retroceder no era para ella. Bajo esa premisa, levantando esa bandera desafiante, se había ganado sus buenos problemas, era cierto, pero su esencia era curiosa, siempre ávida de verdades. Si ambas habían tenido visiones similares -en sueños- era por algo, solo debían averiguarlo. La curiosidad comenzaba a anidar en su pecho, de pronto sentía un subidón de adrenalina de lo más encantador. Excitante.
Segura de sí, se acerco hasta el sector de la habitación en la que dos butacas doradas rodeaban una pequeña mesa redonda. Se sentó en la más próxima al ventanal y le hizo una seña con la cabeza a su visitante para invitarla a tomar el otro lugar, junto a la lámpara de aceite que las iluminaba.
-Veamos como resolvemos juntas este misterio que la noche nos regala… Mi nombre es Ilanka y acabo de llegar a la ciudad. Notarás por mi acento que soy rusa –dijo, suponiendo lo obvio-. ¿Quién eres tú?
Ilanka Kratorova- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 69
Fecha de inscripción : 22/01/2017
Re: Toc-toc (Yvette Béranger)
Había sido una estupidez ir allí. Lo supo desde el momento en el que había recuperado la conciencia y volvió a ser dueña de su cuerpo y sus acciones. Pero ya era tarde para entonces, puesto que la mujer desconocida la agarró fuertemente de la muñeca, impidiendo que Yvette se marchara por donde había venido. Estaba muy asustada; su cuerpo temblaba tanto que no supo como no había empezado a cambiar el tiempo en el exterior. Con todo eso que sentía, bien podía provocar un huracán. Por suerte, nada de eso pasó, sólo que… la mujer no parecía dispuesta a dejarla marchar.
Yvette murmuró palabras sin sentido mientras tiraba de su brazo para intentar zafarse de la mano de ella, que la tenía sujeta con decisión hasta que, en un momento dado, la presión sobre su muñeca se aflojó, y fue entonces cuando la joven creyó que podría volver a casa. Se disponía a ello cuando escuchó lo que dijo la mujer a continuación, que la dejó clavada donde estaba. Giró el cuerpo entero para quedar mirándola de frente y acortó la distancia que las separaba dando un solo paso adelante. ¿Era posible que las dos hubieran soñado con aquel encuentro o era tan sólo un truco para que se confiara? La misma Yvette había confesado, fruto del miedo, que había tenido un sueño premonitorio en el que aparecía la desconocida que tenía delante. ¿Quién le decía a ella que no estaba diciéndole aquello que quería escuchar? La invitó a pasar con la excusa de que el pasillo no era lugar seguro. En eso llevaba razón, al menos. No podía permitir que alguien descubriera el porqué de su visita al hotel, ni otras cosas que era capaz de hacer. Negó con la cabeza como respuesta a su pregunta; no quería que nadie se entrometiera en lo que fuera a pasar entre ellas dos, si es que algo estaba predestinado a ocurrir.
Respiró hondo y avanzó hacia el centro de la habitación. Miró a su alrededor; todo desprendía lujo por cada esquina, desde las cortinas hasta las alfombras que cubrían gran parte del suelo. Los muebles, los cuadros, las lámparas de aceite… todo estaba cuidadosamente colocado para agradar al visitante y, de encontrarse en otra situación, Yvette lo hubiera disfrutado con gusto. Pero la incertidumbre de lo que estaba por venir la tenía inquieta y nerviosa. Se abrazó a sí misma y esperó a que la otra hechicera dijera algo siguiéndola con la mirada.
Llegó hasta unos sofás que había cerca del ventanal. Desde allí se podía ver la catedral de Notre Dame, el río Sena y los puentes que lo cruzaban. La luz caía poco a poco, anunciando la próxima noche. Un cosquilleo se le instaló en el estómago cuando la invitó a sentarse en la butaca sobrante. Se acercó dando pasos muy cortos, dudosa, y se sentó en el borde del asiento. Dejó las manos sobre las rodillas con los dedos entrelazados con fuerza.
—Yo soy Yvette —se presentó con un hilo de voz—. Vivo en París desde hace casi dos años. Antes vivía en Saint-Denis, pero cuando mi padre falleció mi madre volvió a contraer matrimonio con un hombre de aquí. —Miró a su alrededor un segundo y volvió la vista hacia Ilanka—. He notado que no eres francesa, pero no habría sabido decir de qué país provienes.
El acento era muy notorio en ella, pero Yvette desconocía si se trataba de rusia o algún país cercano. En realidad, no había tenido apenas trato con gente de fuera de Francia. Las fiestas y bailes a lo que acudía y dónde era más probable que conociera gente siempre habían estado limitados para ella, por lo que no tenía mucha experiencia diferenciando acentos extranjeros.
Apretó el nudo de sus dedos y tomó aire despacio. Tenía muchas preguntas que hacerle, empezando por la de si era cierto eso que decía de que había soñado con ella, pero desconocía si debía hacerlas o no. A pesar del miedo, su curiosidad era grande. ¿Estaría delante de una hechicera como ella? Se mordió el labio inferior y esperó para ver si ella hacía algún comentario al respecto, pero la espera se le hizo demasiado larga y la presión del pecho empezaba a agobiarla.
—¿De verdad has soñado que vendría? —dijo en un susurro, adelantando el cuerpo para que solo ella lo oyera.
Yvette murmuró palabras sin sentido mientras tiraba de su brazo para intentar zafarse de la mano de ella, que la tenía sujeta con decisión hasta que, en un momento dado, la presión sobre su muñeca se aflojó, y fue entonces cuando la joven creyó que podría volver a casa. Se disponía a ello cuando escuchó lo que dijo la mujer a continuación, que la dejó clavada donde estaba. Giró el cuerpo entero para quedar mirándola de frente y acortó la distancia que las separaba dando un solo paso adelante. ¿Era posible que las dos hubieran soñado con aquel encuentro o era tan sólo un truco para que se confiara? La misma Yvette había confesado, fruto del miedo, que había tenido un sueño premonitorio en el que aparecía la desconocida que tenía delante. ¿Quién le decía a ella que no estaba diciéndole aquello que quería escuchar? La invitó a pasar con la excusa de que el pasillo no era lugar seguro. En eso llevaba razón, al menos. No podía permitir que alguien descubriera el porqué de su visita al hotel, ni otras cosas que era capaz de hacer. Negó con la cabeza como respuesta a su pregunta; no quería que nadie se entrometiera en lo que fuera a pasar entre ellas dos, si es que algo estaba predestinado a ocurrir.
Respiró hondo y avanzó hacia el centro de la habitación. Miró a su alrededor; todo desprendía lujo por cada esquina, desde las cortinas hasta las alfombras que cubrían gran parte del suelo. Los muebles, los cuadros, las lámparas de aceite… todo estaba cuidadosamente colocado para agradar al visitante y, de encontrarse en otra situación, Yvette lo hubiera disfrutado con gusto. Pero la incertidumbre de lo que estaba por venir la tenía inquieta y nerviosa. Se abrazó a sí misma y esperó a que la otra hechicera dijera algo siguiéndola con la mirada.
Llegó hasta unos sofás que había cerca del ventanal. Desde allí se podía ver la catedral de Notre Dame, el río Sena y los puentes que lo cruzaban. La luz caía poco a poco, anunciando la próxima noche. Un cosquilleo se le instaló en el estómago cuando la invitó a sentarse en la butaca sobrante. Se acercó dando pasos muy cortos, dudosa, y se sentó en el borde del asiento. Dejó las manos sobre las rodillas con los dedos entrelazados con fuerza.
—Yo soy Yvette —se presentó con un hilo de voz—. Vivo en París desde hace casi dos años. Antes vivía en Saint-Denis, pero cuando mi padre falleció mi madre volvió a contraer matrimonio con un hombre de aquí. —Miró a su alrededor un segundo y volvió la vista hacia Ilanka—. He notado que no eres francesa, pero no habría sabido decir de qué país provienes.
El acento era muy notorio en ella, pero Yvette desconocía si se trataba de rusia o algún país cercano. En realidad, no había tenido apenas trato con gente de fuera de Francia. Las fiestas y bailes a lo que acudía y dónde era más probable que conociera gente siempre habían estado limitados para ella, por lo que no tenía mucha experiencia diferenciando acentos extranjeros.
Apretó el nudo de sus dedos y tomó aire despacio. Tenía muchas preguntas que hacerle, empezando por la de si era cierto eso que decía de que había soñado con ella, pero desconocía si debía hacerlas o no. A pesar del miedo, su curiosidad era grande. ¿Estaría delante de una hechicera como ella? Se mordió el labio inferior y esperó para ver si ella hacía algún comentario al respecto, pero la espera se le hizo demasiado larga y la presión del pecho empezaba a agobiarla.
—¿De verdad has soñado que vendría? —dijo en un susurro, adelantando el cuerpo para que solo ella lo oyera.
Yvette Béranger- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 96
Fecha de inscripción : 17/07/2016
Re: Toc-toc (Yvette Béranger)
-Yvette –repitió su nombre-. Eres una joven muy valiente, Yvette –le aseguró y se acomodó de manera descontracturada en su butaca. Estaba realmente intrigada, no imaginaba qué buscaba la chica ni qué esperaba de ella.
Ila suspiró, con esa sonrisa pretenciosa que jamás abandonaba sus labios. Sabía que era una recién llegada, pero aquella ciudad -que tantos malos recuerdos le traía- ya le estaba dando una sorpresa más que curiosa: una mujer que decía haber soñado con ella y estaba segura que ese sueño iba reflejado en el suyo propio, como si de un espejo se tratase.
Se dedicó a observar a su visitante mientras ésta hablaba, contándole un poco de ella. Estaba aterrada, hasta la voz parecía temblarle y eso que solo era un susurro arrastrado, una mezcla de miedo, nerviosismo y vergüenza. Ilanka pensó, por segunda vez en un breve lapso de tiempo, que estaba frente a una joven fuerte, pero insegura. ¿Podrían ambas características convivir en una misma personas? Sí, podían y de hecho lo estaban haciendo dentro de Yvette que era valiente pero lo desconocía. No quería ser impertinente, después de todo eran solo desconocidas, pero había algo dentro de ella que deseaba empujar a la joven al autoconocimiento, a la autovaloración.
-Tranquilízate –le dijo, al ver como apretaba sus manos con nerviosismo-, no debes temerme. Ni a mí ni a nada cuando estés conmigo. Sí, soñé que vendrías… Dime, ¿no estuvo un cochero a punto de atropellarte mientras cruzabas la calle? ¿Acaso has preguntado referencias en la recepción de éste hotel? Yo sé que no, Yvette, se que has subido de manera directa. Y lo sé porque lo vi. –Se incorporó sobre la butaca, intentado acercarse un poco más a ella, antes de preguntarle-: ¿Suele sucederte? Lo de los sueños… ¿Sueles soñar cosas que luego ocurren?
Sabía que con voz despreocupada estaba lanzando frases realmente estremecedoras para quien nada supiera de la hechicería, pero algo le decía que aquella muchacha entendía mejor que ella lo que allí ocurría.
-Creo que sabes a qué has venido a verme esta noche, aunque todavía no seas conciente de eso. ¿Qué te aqueja? ¿Qué te quita el sueño? ¿Qué pensamiento no abandona jamás tu mente? Dímelo, dímelo y veamos qué puedo hacer por ti.
Extendió su mano izquierda sobre la mesa redonda de madera para tomar una de las de Yvette. Estaba helada.
Ila suspiró, con esa sonrisa pretenciosa que jamás abandonaba sus labios. Sabía que era una recién llegada, pero aquella ciudad -que tantos malos recuerdos le traía- ya le estaba dando una sorpresa más que curiosa: una mujer que decía haber soñado con ella y estaba segura que ese sueño iba reflejado en el suyo propio, como si de un espejo se tratase.
Se dedicó a observar a su visitante mientras ésta hablaba, contándole un poco de ella. Estaba aterrada, hasta la voz parecía temblarle y eso que solo era un susurro arrastrado, una mezcla de miedo, nerviosismo y vergüenza. Ilanka pensó, por segunda vez en un breve lapso de tiempo, que estaba frente a una joven fuerte, pero insegura. ¿Podrían ambas características convivir en una misma personas? Sí, podían y de hecho lo estaban haciendo dentro de Yvette que era valiente pero lo desconocía. No quería ser impertinente, después de todo eran solo desconocidas, pero había algo dentro de ella que deseaba empujar a la joven al autoconocimiento, a la autovaloración.
-Tranquilízate –le dijo, al ver como apretaba sus manos con nerviosismo-, no debes temerme. Ni a mí ni a nada cuando estés conmigo. Sí, soñé que vendrías… Dime, ¿no estuvo un cochero a punto de atropellarte mientras cruzabas la calle? ¿Acaso has preguntado referencias en la recepción de éste hotel? Yo sé que no, Yvette, se que has subido de manera directa. Y lo sé porque lo vi. –Se incorporó sobre la butaca, intentado acercarse un poco más a ella, antes de preguntarle-: ¿Suele sucederte? Lo de los sueños… ¿Sueles soñar cosas que luego ocurren?
Sabía que con voz despreocupada estaba lanzando frases realmente estremecedoras para quien nada supiera de la hechicería, pero algo le decía que aquella muchacha entendía mejor que ella lo que allí ocurría.
-Creo que sabes a qué has venido a verme esta noche, aunque todavía no seas conciente de eso. ¿Qué te aqueja? ¿Qué te quita el sueño? ¿Qué pensamiento no abandona jamás tu mente? Dímelo, dímelo y veamos qué puedo hacer por ti.
Extendió su mano izquierda sobre la mesa redonda de madera para tomar una de las de Yvette. Estaba helada.
Ilanka Kratorova- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 69
Fecha de inscripción : 22/01/2017
Re: Toc-toc (Yvette Béranger)
¿En serio la creía valiente? ¡Rayos! Lo único que había hecho había sido seguir una intuición, o lo que fuera que la había impulsado a llegar hasta allí. Sentada en aquella mullida butaca, Yvette se veía a sí misma como una loca de remate que había hecho caso de un maldito sueño que había resultado ser… cierto, al igual que otros antes que él. A pesar de su reticencia a creer lo que estaba experimentando, hacía tiempo que había dejado de creer que eran meras casualidades. Los hechos estaban ahí, esperando que ella hiciera algo al respecto. Y, sin saberlo aún, eso había hecho.
Ilanka le aseguró que también había soñado con aquel encuentro entre ambas, y no sólo eso, sino que le había dado pruebas más que suficientes para creerlo. Los ojos de la joven rubia se abrieron como platos. ¡Sí! Había estado a punto de ser atropellada, y al llegar sabía perfectamente dónde debía ir. Contestaba sólo con gestos de la cabeza, porque estaba tan impresionada por lo que veía que era incapaz de articular palabra. ¿Podría Ilanka también alterar el tiempo a su paso? Quizá ella podía enseñarle a controlar su ataques, o, por qué no, a ocultar por completo cualquier rastro de magia que había en ella.
—Sí —contestó a su pregunta—. Pero no siempre. Quiero decir —le costaba mucho expresar lo que sentía con aquellos sueños, porque si algo había aprendido era a diferenciar los sueños premonitorios del resto—, no es algo que me ocurra cada noche, pero sí cada vez más a menudo. Normalmente son sueños sin importancia: visitas que nos sorprenderán en el día o, qué sé yo, alguna indisposición del servicio en días clave como fiestas o recepciones importantes. Pero hay otros —miró por la ventana un segundo antes de continuar y la devolvió hacia la rusa—, como el de hoy, que son mucho más intensos. Yo, al menos, los siento mucho más que los demás, hasta el punto de que me despiertan en medio de la noche. Esos son los peores, porque siempre traen algo importante detrás.
Recordó el inesperado embarazo de su madre que había visto en otro de sus sueños. Ilanka podía entenderla, ¿verdad? Debía hacerlo, porque Yvette estaba desesperada. Necesitaba con urgencia alguien que la ayudara con aquello, un mentor, un guía. Y si conseguía deshacerse de aquel martirio, mucho mejor.
—Yo no quiero seguir soñando, quiero que esto pare. Quiero ser una persona normal, sin poderes de ningún tipo.
Introdujo los dedos entre el cabello y apoyó la cabeza en las manos. Después se relamió los labios impaciente y apoyó las manos sobre la mesita que tenía enfrente. La rusa alargó la suya y le cogió una de las manos, animándola a seguir hablando. Aunque Yvette lo deseaba con todas sus fuerzas, ¿podía realmente confiar en ella? ¿Tenía acaso otra opción? Si aquello era una trampa había caído de lleno en ella. Si estaban tras ella, daba igual que supieran más o menos, ¿no?
—Hay otra cosa —dijo sin apartar la mano que tenía agarrada Ilanka. Miró por la ventana; había empezado a llover—. Lux in tenebris —repitió las palabras con las que también había soñado durante innumerables noches y un rayo cruzó el cielo en la lejanía, alumbrando el oscuro cielo nocturno de París. Sus ojos estaban anegados de lágrimas cuando volvió a mirarla esperando su reacción. ¿Entendería ella qué había pasado?
Ilanka le aseguró que también había soñado con aquel encuentro entre ambas, y no sólo eso, sino que le había dado pruebas más que suficientes para creerlo. Los ojos de la joven rubia se abrieron como platos. ¡Sí! Había estado a punto de ser atropellada, y al llegar sabía perfectamente dónde debía ir. Contestaba sólo con gestos de la cabeza, porque estaba tan impresionada por lo que veía que era incapaz de articular palabra. ¿Podría Ilanka también alterar el tiempo a su paso? Quizá ella podía enseñarle a controlar su ataques, o, por qué no, a ocultar por completo cualquier rastro de magia que había en ella.
—Sí —contestó a su pregunta—. Pero no siempre. Quiero decir —le costaba mucho expresar lo que sentía con aquellos sueños, porque si algo había aprendido era a diferenciar los sueños premonitorios del resto—, no es algo que me ocurra cada noche, pero sí cada vez más a menudo. Normalmente son sueños sin importancia: visitas que nos sorprenderán en el día o, qué sé yo, alguna indisposición del servicio en días clave como fiestas o recepciones importantes. Pero hay otros —miró por la ventana un segundo antes de continuar y la devolvió hacia la rusa—, como el de hoy, que son mucho más intensos. Yo, al menos, los siento mucho más que los demás, hasta el punto de que me despiertan en medio de la noche. Esos son los peores, porque siempre traen algo importante detrás.
Recordó el inesperado embarazo de su madre que había visto en otro de sus sueños. Ilanka podía entenderla, ¿verdad? Debía hacerlo, porque Yvette estaba desesperada. Necesitaba con urgencia alguien que la ayudara con aquello, un mentor, un guía. Y si conseguía deshacerse de aquel martirio, mucho mejor.
—Yo no quiero seguir soñando, quiero que esto pare. Quiero ser una persona normal, sin poderes de ningún tipo.
Introdujo los dedos entre el cabello y apoyó la cabeza en las manos. Después se relamió los labios impaciente y apoyó las manos sobre la mesita que tenía enfrente. La rusa alargó la suya y le cogió una de las manos, animándola a seguir hablando. Aunque Yvette lo deseaba con todas sus fuerzas, ¿podía realmente confiar en ella? ¿Tenía acaso otra opción? Si aquello era una trampa había caído de lleno en ella. Si estaban tras ella, daba igual que supieran más o menos, ¿no?
—Hay otra cosa —dijo sin apartar la mano que tenía agarrada Ilanka. Miró por la ventana; había empezado a llover—. Lux in tenebris —repitió las palabras con las que también había soñado durante innumerables noches y un rayo cruzó el cielo en la lejanía, alumbrando el oscuro cielo nocturno de París. Sus ojos estaban anegados de lágrimas cuando volvió a mirarla esperando su reacción. ¿Entendería ella qué había pasado?
Yvette Béranger- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/07/2016
Re: Toc-toc (Yvette Béranger)
Según le confiaba, los sueños no le ocurrían a menudo, pero tampoco solían fallarle.
Ilanka sonrió al recordar que así había comenzado ella, la diferencia era que había tenido a sus padres –ambos hechiceros- para orientarla y aconsejarle. En cambio Yvette parecía no tener a nadie. Se sintió conmovida, la desesperación de la joven era evidente.
-¿No quieres aprender? –le preguntó con voz calma, estaba asombrada ante el pedido: la muchacha quería dejar de soñar. Ilanka creía que algo así no era posible, no había conocido a nadie que, por propia voluntad, hubiera perdido sus poderes innatos-. Por algo tus sueños te han traído a mí, ¿no deseas conocerte y conocer lo que eres capaz de hacer? –le preguntó, asombrada-. Qué pena, pues con gusto sería tu maestra –se ofreció.
Si ya sospechaba lo que la chica era, ahora lo tenía confirmado: la joven habló –en susurros- y el rayo nació en el exterior, cruzando la noche parisina.
-No llores –le rogó al ver como sus ojos se llenaban de lágrimas ante lo que acababa de hacer-, es algo maravilloso que no debe apenarte, tampoco debes temerle pues sería como temerte a ti misma –le aseguró porque no sabía qué más agregar.
¿Qué podía decirle? ¿Que eran iguales? ¿Que se sentía identificada y que al verla veía a la joven que ella había sido hacía varios años ya?
Apretó su mano antes de soltarla. Se puso en pie y se acercó al ventanal. Sin dejar de verla a los ojos elevó una de sus manos, ella no necesitaba hablar, cuando volvió a bajarla –con rapidez- los vidrios temblaron producto del trueno.
Por si no era suficiente demostración, Ilanka se volvió hacia la noche –dándole la espalda a Yvette- y levantó ambos brazos con los puños de sus manos cerrados con fuerza como si la retención de las nubes del cielo dependiera de lo prietos que estuviesen sus dedos. Concentró toda sus fuerzas en las manos y cuando las abrió –extendiéndolas al máximo que su piel le permitía- la lluvia pesada azotó la ciudad.
En realidad no le era necesario hacer toda aquella fantochada, pero le pareció oportuna para que la muchacha viera con claridad como eran las cosas, para que no necesitara oír quién y qué era Ilanka, sino que lo supiera al verlo y se sintiera identificada también.
-Que curioso, que oportuno… Mira cómo nos vinimos a encontrar –le dijo volviéndose hacia ella-, al parecer somos más parecidas de lo que creemos. Puedo ayudarte, Yvette, y quiero hacerlo. Déjame hacerlo –le pidió porque, ¿qué no lograrían dos mujeres como ellas si unían sus poderes?
Ilanka sonrió al recordar que así había comenzado ella, la diferencia era que había tenido a sus padres –ambos hechiceros- para orientarla y aconsejarle. En cambio Yvette parecía no tener a nadie. Se sintió conmovida, la desesperación de la joven era evidente.
-¿No quieres aprender? –le preguntó con voz calma, estaba asombrada ante el pedido: la muchacha quería dejar de soñar. Ilanka creía que algo así no era posible, no había conocido a nadie que, por propia voluntad, hubiera perdido sus poderes innatos-. Por algo tus sueños te han traído a mí, ¿no deseas conocerte y conocer lo que eres capaz de hacer? –le preguntó, asombrada-. Qué pena, pues con gusto sería tu maestra –se ofreció.
Si ya sospechaba lo que la chica era, ahora lo tenía confirmado: la joven habló –en susurros- y el rayo nació en el exterior, cruzando la noche parisina.
-No llores –le rogó al ver como sus ojos se llenaban de lágrimas ante lo que acababa de hacer-, es algo maravilloso que no debe apenarte, tampoco debes temerle pues sería como temerte a ti misma –le aseguró porque no sabía qué más agregar.
¿Qué podía decirle? ¿Que eran iguales? ¿Que se sentía identificada y que al verla veía a la joven que ella había sido hacía varios años ya?
Apretó su mano antes de soltarla. Se puso en pie y se acercó al ventanal. Sin dejar de verla a los ojos elevó una de sus manos, ella no necesitaba hablar, cuando volvió a bajarla –con rapidez- los vidrios temblaron producto del trueno.
Por si no era suficiente demostración, Ilanka se volvió hacia la noche –dándole la espalda a Yvette- y levantó ambos brazos con los puños de sus manos cerrados con fuerza como si la retención de las nubes del cielo dependiera de lo prietos que estuviesen sus dedos. Concentró toda sus fuerzas en las manos y cuando las abrió –extendiéndolas al máximo que su piel le permitía- la lluvia pesada azotó la ciudad.
En realidad no le era necesario hacer toda aquella fantochada, pero le pareció oportuna para que la muchacha viera con claridad como eran las cosas, para que no necesitara oír quién y qué era Ilanka, sino que lo supiera al verlo y se sintiera identificada también.
-Que curioso, que oportuno… Mira cómo nos vinimos a encontrar –le dijo volviéndose hacia ella-, al parecer somos más parecidas de lo que creemos. Puedo ayudarte, Yvette, y quiero hacerlo. Déjame hacerlo –le pidió porque, ¿qué no lograrían dos mujeres como ellas si unían sus poderes?
Ilanka Kratorova- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 69
Fecha de inscripción : 22/01/2017
Re: Toc-toc (Yvette Béranger)
“Temerlo sería como temerte a ti misma”. Y así era. Yvette tenía miedo, mucho miedo, de lo que era capaz de hacer. Y más que por lo que era capaz, de lo que tenía verdadero miedo era de que alguien que no debía saberlo lo descubriera algún día. Ya había comprobado que no era difícil averiguarlo para los que sabían qué buscar, y con el paso del tiempo sólo había conseguido que aquello se descontrolara hasta el punto de que cualquier cosa, por banal que fuera, la hacía explotar. Levantó la mirada cuando escuchó el tono de la mujer. Parecía sorprendida por la confesión de la joven, pero era la realidad. No, no deseaba aprender, y por no querer, no quería ni siquiera tener aquellos poderes, pero como sabía que aquello era imposible —porque intuía que iban ligados a ella— se conformaba con que se mantuvieran latentes como hasta la muerte de su padre. ¡Qué feliz había sido ella hasta entonces y qué desgraciada se sentía ahora!
Aguantó el llanto mientras Ilanka se acercaba hacia el ventanal y elevaba la mano. Yvette no apartó los ojos de los de ella hasta que sintió la vibración del trueno en las ventanas, primero, y escuchó el sonido después. La angustia de su pecho se esfumó ante la inesperada acción de la bruja, y su demostración posterior hizo que los ojos de la joven se abrieran de par en par. Estaba causando una tormenta, de la misma manera que podía hacer ella. Sólo había una diferencia: las de Yvette eran accidentales y caóticas, mientras que Ilanka controlaba el tiempo a voluntad.
Se levantó del sofá como si hubieran ralentizado el tiempo y se colocó junto a ella, pero ligeramente atrasada, sin apartar los ojos de la cristalera. Contra todo lo esperado, eso que estaba presenciando le estaba pareciendo algo realmente maravilloso.
—Puedes controlar la lluvia con tus manos —dijo embobada. Ella se miró las manos e hizo un movimiento similar al de la rusa, pero mucho más suave y, por supuesto, sin obtener ningún resultado—. Y no necesitas hablar. ¿Cómo lo haces?
La miró. Deseaba enseñarle a controlar la magia, pero ella ¿quería? Desvió los ojos hacia la calle donde la lluvia seguía cayendo sin parar. Se acercó al cristal y miró a través, sopesando sus palabras. Aquel encuentro no había sido casualidad, el destino había querido que ambas se conocieran, y la forma de hacerlo había sido mediante los sueños. Sueños cruzados en los que una había visto a la otra, y tan vívidos que, ahora, cualquier otro resultado que no hubiera sido encontrarse en esa habitación de hotel parecía remotamente estúpido. Si no estaba allí de casualidad, ¿para qué estaba?
—¿De verdad me ayudarás? —preguntó sin volverse—. ¿Crees que alguna vez podré controlarlo como lo haces tú? —Abrió y cerró las manos, tensando más los dedos esta vez, pero la magia de Ilanka era la más poderosa de las dos, así que, aunque hubiera querido, la lluvia de fuera no la obedeció—. Cuando yo hago que llueva es porque estoy enfadada, o triste, o nerviosa. No sé cómo comienza, tampoco sé cómo detenerlo y, como con los sueños, cada vez ocurre con más frecuencia. Y no sólo es más frecuente, sino que las tormentas cada vez son más virulentas y duran más tiempo —le explicó, más tranquila en apariencia, pero muy excitada y confundida en su interior—. Al principio todo terminaba cuando me tranquilizaba, pero ahora con eso sólo no basta. Muchas veces me quedo dormida antes de que pare, así que me resulta imposible averiguar qué lo detiene. Con eso sólo consigo estar más confusa, lo que hace que la siguiente tormenta sea peor.
Se apartó de la ventana y se acercó al sofá en el que había estado sentada. Se colocó detrás y apoyó las manos en el respaldo, recargando el peso de su cuerpo sobre ellas y metiendo la cabeza entre los brazos con los ojos cerrados. Estaba hecha un completo lío.
—Necesito saber cómo controlarlo, porque si no alguien terminará descubriéndolo, y no quiero imaginar lo que… —la frase quedó sin terminar, porque el mero hecho de pensar en lo que podrían llegar a hacerle le hacía temblar. El único dato que omitió fue que había alguien que ya lo había descubierto, y sólo era cuestión de tiempo que otros llegaran detrás. Tenía que aprender a controlarlo, y tenía que hacerlo ya.
Aguantó el llanto mientras Ilanka se acercaba hacia el ventanal y elevaba la mano. Yvette no apartó los ojos de los de ella hasta que sintió la vibración del trueno en las ventanas, primero, y escuchó el sonido después. La angustia de su pecho se esfumó ante la inesperada acción de la bruja, y su demostración posterior hizo que los ojos de la joven se abrieran de par en par. Estaba causando una tormenta, de la misma manera que podía hacer ella. Sólo había una diferencia: las de Yvette eran accidentales y caóticas, mientras que Ilanka controlaba el tiempo a voluntad.
Se levantó del sofá como si hubieran ralentizado el tiempo y se colocó junto a ella, pero ligeramente atrasada, sin apartar los ojos de la cristalera. Contra todo lo esperado, eso que estaba presenciando le estaba pareciendo algo realmente maravilloso.
—Puedes controlar la lluvia con tus manos —dijo embobada. Ella se miró las manos e hizo un movimiento similar al de la rusa, pero mucho más suave y, por supuesto, sin obtener ningún resultado—. Y no necesitas hablar. ¿Cómo lo haces?
La miró. Deseaba enseñarle a controlar la magia, pero ella ¿quería? Desvió los ojos hacia la calle donde la lluvia seguía cayendo sin parar. Se acercó al cristal y miró a través, sopesando sus palabras. Aquel encuentro no había sido casualidad, el destino había querido que ambas se conocieran, y la forma de hacerlo había sido mediante los sueños. Sueños cruzados en los que una había visto a la otra, y tan vívidos que, ahora, cualquier otro resultado que no hubiera sido encontrarse en esa habitación de hotel parecía remotamente estúpido. Si no estaba allí de casualidad, ¿para qué estaba?
—¿De verdad me ayudarás? —preguntó sin volverse—. ¿Crees que alguna vez podré controlarlo como lo haces tú? —Abrió y cerró las manos, tensando más los dedos esta vez, pero la magia de Ilanka era la más poderosa de las dos, así que, aunque hubiera querido, la lluvia de fuera no la obedeció—. Cuando yo hago que llueva es porque estoy enfadada, o triste, o nerviosa. No sé cómo comienza, tampoco sé cómo detenerlo y, como con los sueños, cada vez ocurre con más frecuencia. Y no sólo es más frecuente, sino que las tormentas cada vez son más virulentas y duran más tiempo —le explicó, más tranquila en apariencia, pero muy excitada y confundida en su interior—. Al principio todo terminaba cuando me tranquilizaba, pero ahora con eso sólo no basta. Muchas veces me quedo dormida antes de que pare, así que me resulta imposible averiguar qué lo detiene. Con eso sólo consigo estar más confusa, lo que hace que la siguiente tormenta sea peor.
Se apartó de la ventana y se acercó al sofá en el que había estado sentada. Se colocó detrás y apoyó las manos en el respaldo, recargando el peso de su cuerpo sobre ellas y metiendo la cabeza entre los brazos con los ojos cerrados. Estaba hecha un completo lío.
—Necesito saber cómo controlarlo, porque si no alguien terminará descubriéndolo, y no quiero imaginar lo que… —la frase quedó sin terminar, porque el mero hecho de pensar en lo que podrían llegar a hacerle le hacía temblar. El único dato que omitió fue que había alguien que ya lo había descubierto, y sólo era cuestión de tiempo que otros llegaran detrás. Tenía que aprender a controlarlo, y tenía que hacerlo ya.
Yvette Béranger- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 96
Fecha de inscripción : 17/07/2016
Re: Toc-toc (Yvette Béranger)
-Sí, claro que podría ayudarte –le aseguró, mientras la idea de sacar algún tipo de rédito de aquel casual encuentro daba vueltas por su cabeza. Dinero no necesitaba, las conexiones nunca estaban de más, pero el poder… el poder era difícil de encontrar, el poder no se metía en los hoteles para golpear puertas muy a menudo-. Tranquila, no debes temer. No te tengas miedo a ti, no me lo tengas a mi –le dijo y se acercó a ella-. Mis padres… ambos son como yo, en realidad yo soy como ellos –sonrió-, ya sabes… así, especial. –Se cuidó de no utilizar palabras específicas, después de todo desconocía si se encontraban o no en un sitio seguro y debía protegerse de las puntualizaciones. A veces a las paredes le crecían orejas-. Sí, creo que puedes controlarlo. En realidad ya lo haces aunque no seas conciente de ello –ya se lo explicaría en un momento, primero quería que ella se relajase-. Solo deberías… ejercitar –dijo, no muy convencida de que ese fuese el verbo correcto, ¡oh, como odiaba el francés!
¿Cómo podía alguien temerle a un don así? ¿Cómo podía preferir ser una mujer común, corriente y vulgar cuando la vida la había coronado con un regalo tal? No lo entendía, estaba azorada. Desde pequeña Ilanka había sido especial, había heredado de sus padres todo lo que hoy sabía, lo que podía manejar. Ambos le habían enseñado con paciencia y naturalidad el camino por el que había de andar y ella estaba agradecida al cielo por ello. Ilanka, al igual que sus padres, creía que todo dependía siempre de la estrella que más brillaba en el firmamento al momento de la concepción de una nueva vida. Y ella había sido bendecida por el cielo en aquel instante preciso –desde el principio de su gestación-, al igual que lo había sido su visitante inesperada aunque no lo supiera, aunque no lo viera.
Pese a que la muchacha seguía de pie, algo tensa y preocupada, Ilanka decidió volver a sentarse. Su lenguaje corporal hablaba de dominio, de control, de seguridad. ¡Todo lo daría por un buen trago de vodka! ¿Qué tomaban los franceses cuando querían relajarse? De seguro brandy, que espanto.
-Veamos –dijo, cruzando las piernas y acariciándose la barbilla- , creo que lo controlas más de lo que puedes entender. Dices que a veces te duermes sin que la tormenta acabe, ¿y en qué momento crees que acaba? Tal vez justo en el instante en el que tu cuerpo se relaja y se entrega confiado al sueño… No mientras temes, no mientras dudas y te espantas… Acaba cuando te tranquilizas –quiso mostrarle- y, aunque no puedas verlo con claridad, yo creo que ese es un buen comienzo para iniciar el trayecto hacia el entendimiento. En cierto punto, sin saber cómo, lo controlas. Te falta mucho por aprender, claro, pero estás aquí ante mí ahora, y eso es por algo. Casi podría decirte que no creo que las casualidades.
¿Cómo podía alguien temerle a un don así? ¿Cómo podía preferir ser una mujer común, corriente y vulgar cuando la vida la había coronado con un regalo tal? No lo entendía, estaba azorada. Desde pequeña Ilanka había sido especial, había heredado de sus padres todo lo que hoy sabía, lo que podía manejar. Ambos le habían enseñado con paciencia y naturalidad el camino por el que había de andar y ella estaba agradecida al cielo por ello. Ilanka, al igual que sus padres, creía que todo dependía siempre de la estrella que más brillaba en el firmamento al momento de la concepción de una nueva vida. Y ella había sido bendecida por el cielo en aquel instante preciso –desde el principio de su gestación-, al igual que lo había sido su visitante inesperada aunque no lo supiera, aunque no lo viera.
Pese a que la muchacha seguía de pie, algo tensa y preocupada, Ilanka decidió volver a sentarse. Su lenguaje corporal hablaba de dominio, de control, de seguridad. ¡Todo lo daría por un buen trago de vodka! ¿Qué tomaban los franceses cuando querían relajarse? De seguro brandy, que espanto.
-Veamos –dijo, cruzando las piernas y acariciándose la barbilla- , creo que lo controlas más de lo que puedes entender. Dices que a veces te duermes sin que la tormenta acabe, ¿y en qué momento crees que acaba? Tal vez justo en el instante en el que tu cuerpo se relaja y se entrega confiado al sueño… No mientras temes, no mientras dudas y te espantas… Acaba cuando te tranquilizas –quiso mostrarle- y, aunque no puedas verlo con claridad, yo creo que ese es un buen comienzo para iniciar el trayecto hacia el entendimiento. En cierto punto, sin saber cómo, lo controlas. Te falta mucho por aprender, claro, pero estás aquí ante mí ahora, y eso es por algo. Casi podría decirte que no creo que las casualidades.
Ilanka Kratorova- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 69
Fecha de inscripción : 22/01/2017
Re: Toc-toc (Yvette Béranger)
Podía ayudarla, y parecía que estaba dispuesta a hacerlo allí mismo. Al menos, a empezar, porque Yvette pensaba que aprender a usar y controlar su magia no sería algo que pudiera hacer en un par de horas, ni en un par de días. Para ella, sus poderes eran un completo misterio, desde la forma de usarlo hasta el cómo los había obtenido. La joven hechicera desconocía sus verdaderos orígenes y ni siquiera era capaz de imaginar lo que habría llegado a ser de haber seguido viviendo en su ciudad natal. Su madre fue una gran hechicera que recibía en su casa a todo aquel que buscara algún remedio o que necesitara una ayuda, según ellos, divina. Yvette habría seguido sus pasos hasta convertirse en su heredera, y sus hijas habrían seguido el mismo destino, continuando así el linaje de hechiceras que había perdurado durante siglos.
—Me gustaría pensar que sí lo controlo, pero no creo que sea así. Si de verdad pudiera manejarlo lo haría de la misma manera que lo haces tú, a voluntad —explicó, aunque no sabía si lo estaba logrando—. Eso es lo que me da miedo, no poder evitar que salga a la luz en el peor momento. Si fuera como tú creo que no lo temería.
La imitó y se sentó en el mismo sofá que había ocupado al entrar. La escuchaba atenta, como una buena pupila frente a su maestro. Porque así la veía, como una maestra de la que deseaba aprenderlo absolutamente todo. Lo que decía la rusa tenía sentido: sus tormentas se terminaban cuando por fin conseguía tranquilizarse, es decir, cuando caía rendida y se dejaba llevar de la mano hasta el mundo de los sueños. Era lógico que, cuanto más fuertes fueran las trombas de agua y los vientos, más tranquilidad necesitara para que se terminaran. Asintió despacio, indicando que comprendía lo que ella quería contarle, y carraspeó antes de hablar; sentía la garganta muy seca.
—Comprendo —agregó para darle más énfasis a sus gestos—. Sí, creo que dormir es lo que hace que me tranquilice. Pero es que hay veces que me cuesta tanto que siento que no parará nunca. —Suspiró—. Gracias por ofrecerte a ayudarme, Ilanka. Yo sí creo en las casualidades, pero esto, sin duda, no ha podido ser una. No sé cómo, pero creo que sí debía estar hoy aquí. —Volvió a carraspear y buscó a su alrededor algo de beber—. ¿Tienes algo que pueda…? —Se señaló la garganta y tosió un poco.
También tenía los labios resecos, así que se pasó la punta de la lengua para humedecerlos, sin conseguir un gran resultado. Se miró las manos un momento y después a su nueva conocida, por la que cada vez sentía más curiosidad
—¿Tus padres también eran…? —No terminó la frase por el mismo motivo que Ilanka antes que ella—. Es que, desde que me ocurren estas cosas no he parado de pensar en cómo y por qué puedo hacerlas. Mis padres nunca me hablaron de producir tormentas o de ver el futuro en sueños, así que supongo que ellos no saben nada de esto, así que ¿cómo he terminado yo con estos poderes si ellos no saben hacerlo? —le preguntó—. También he pensado que puede que les pase como a mí, y sí sean capaces pero lo desconozcan.
—Me gustaría pensar que sí lo controlo, pero no creo que sea así. Si de verdad pudiera manejarlo lo haría de la misma manera que lo haces tú, a voluntad —explicó, aunque no sabía si lo estaba logrando—. Eso es lo que me da miedo, no poder evitar que salga a la luz en el peor momento. Si fuera como tú creo que no lo temería.
La imitó y se sentó en el mismo sofá que había ocupado al entrar. La escuchaba atenta, como una buena pupila frente a su maestro. Porque así la veía, como una maestra de la que deseaba aprenderlo absolutamente todo. Lo que decía la rusa tenía sentido: sus tormentas se terminaban cuando por fin conseguía tranquilizarse, es decir, cuando caía rendida y se dejaba llevar de la mano hasta el mundo de los sueños. Era lógico que, cuanto más fuertes fueran las trombas de agua y los vientos, más tranquilidad necesitara para que se terminaran. Asintió despacio, indicando que comprendía lo que ella quería contarle, y carraspeó antes de hablar; sentía la garganta muy seca.
—Comprendo —agregó para darle más énfasis a sus gestos—. Sí, creo que dormir es lo que hace que me tranquilice. Pero es que hay veces que me cuesta tanto que siento que no parará nunca. —Suspiró—. Gracias por ofrecerte a ayudarme, Ilanka. Yo sí creo en las casualidades, pero esto, sin duda, no ha podido ser una. No sé cómo, pero creo que sí debía estar hoy aquí. —Volvió a carraspear y buscó a su alrededor algo de beber—. ¿Tienes algo que pueda…? —Se señaló la garganta y tosió un poco.
También tenía los labios resecos, así que se pasó la punta de la lengua para humedecerlos, sin conseguir un gran resultado. Se miró las manos un momento y después a su nueva conocida, por la que cada vez sentía más curiosidad
—¿Tus padres también eran…? —No terminó la frase por el mismo motivo que Ilanka antes que ella—. Es que, desde que me ocurren estas cosas no he parado de pensar en cómo y por qué puedo hacerlas. Mis padres nunca me hablaron de producir tormentas o de ver el futuro en sueños, así que supongo que ellos no saben nada de esto, así que ¿cómo he terminado yo con estos poderes si ellos no saben hacerlo? —le preguntó—. También he pensado que puede que les pase como a mí, y sí sean capaces pero lo desconozcan.
Yvette Béranger- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 96
Fecha de inscripción : 17/07/2016
Re: Toc-toc (Yvette Béranger)
-Puedes controlarlo –le aseguró apasionada y volvió a acariciar sus manos sobre la mesilla-. Puedes, pero todavía no has descubierto cómo hacerlo… Pero lo harás. ¿Cuándo comenzó esto en ti? ¿Recuerdas la primera vez? –necesitó preguntar y recordó ella misma su historia, vio a esa pequeña niña que había sido una vez… Afortunadamente había contado con el sostén y las enseñanzas de sus padres, ¿estaría sola aquella joven?-. Claro que esto no es una casualidad, por algo has venido a mí –le repitió-, te ayudaré.
Se puso en pie y buscó algo que ofrecerle para beber. Lo cierto era que acababa de llegar de un viaje extremadamente largo y agotador… Más que agua fresca necesitaba un buen vodka, pero dudaba que los franceses tuviesen uno que pudiera ser del agrado de ella, una rusa.
-Hay agua fresca y… -se agachó para ver qué eran esas botellas que contenían un líquido ambarino- whisky. –Giró y la miró durante algunos instantes-: Algo me dice que el agua es para ti y el whisky para mí –dijo y procedió a servir-. Ya casi es la hora de cenar, si gustas podemos bajar al salón comedor en unos minutos. ¿Nadie te está buscando? ¿No notarán tu ausencia?
Sirvió los dos vasos y volvió a su lugar, frente a ella con la mesa en medio. Le tendió el agua mientras ella se acomodaba en la butaca y se calentaba el alma con el calor grato del whisky. Sin ningún lugar a dudas era escocés y del bueno.
-Sí, mis padres lo son. Heredé de ellos todo lo que tengo y también aprendí todo lo que sé. Entiendo que soy una afortunada por eso y lamento que no hayas tenido a nadie hasta ahora.
Hizo énfasis en la última parte porque estaba dispuesta a ser su mentora. ¿Qué no podía lograr si unía a sus poderes los de una discípula? Además no había muchos hechiceros capaces de controlar el tiempo, ellas dos juntas podían ser muy difíciles de vencer… Le convenía a ella tanto como a Yvette consolidar aquella dupla.
-Tal vez tus padres te estén ocultando algunas cosas –sugirió, porque era una posibilidad-. Dime, ¿quienes conocen tus secretos? Me refiero a éstos secretos especiales, claro. –De un trago acabó el whisky que se había servido y disfrutado.
Beber alcohol siendo una dama no era algo aceptado por la sociedad, era poco femenino y lo sabía, pero hacía tiempo que Ilanka Kratorova había dejado de hacer caso de las imposiciones ridículas.
Se puso en pie y buscó algo que ofrecerle para beber. Lo cierto era que acababa de llegar de un viaje extremadamente largo y agotador… Más que agua fresca necesitaba un buen vodka, pero dudaba que los franceses tuviesen uno que pudiera ser del agrado de ella, una rusa.
-Hay agua fresca y… -se agachó para ver qué eran esas botellas que contenían un líquido ambarino- whisky. –Giró y la miró durante algunos instantes-: Algo me dice que el agua es para ti y el whisky para mí –dijo y procedió a servir-. Ya casi es la hora de cenar, si gustas podemos bajar al salón comedor en unos minutos. ¿Nadie te está buscando? ¿No notarán tu ausencia?
Sirvió los dos vasos y volvió a su lugar, frente a ella con la mesa en medio. Le tendió el agua mientras ella se acomodaba en la butaca y se calentaba el alma con el calor grato del whisky. Sin ningún lugar a dudas era escocés y del bueno.
-Sí, mis padres lo son. Heredé de ellos todo lo que tengo y también aprendí todo lo que sé. Entiendo que soy una afortunada por eso y lamento que no hayas tenido a nadie hasta ahora.
Hizo énfasis en la última parte porque estaba dispuesta a ser su mentora. ¿Qué no podía lograr si unía a sus poderes los de una discípula? Además no había muchos hechiceros capaces de controlar el tiempo, ellas dos juntas podían ser muy difíciles de vencer… Le convenía a ella tanto como a Yvette consolidar aquella dupla.
-Tal vez tus padres te estén ocultando algunas cosas –sugirió, porque era una posibilidad-. Dime, ¿quienes conocen tus secretos? Me refiero a éstos secretos especiales, claro. –De un trago acabó el whisky que se había servido y disfrutado.
Beber alcohol siendo una dama no era algo aceptado por la sociedad, era poco femenino y lo sabía, pero hacía tiempo que Ilanka Kratorova había dejado de hacer caso de las imposiciones ridículas.
Ilanka Kratorova- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 69
Fecha de inscripción : 22/01/2017
Re: Toc-toc (Yvette Béranger)
Hizo memoria, vaya que si lo hizo. ¿Cuándo fue la primera vez que sus poderes se manifestaron en ella? No lo recordaba con exactitud, había habido tantas veces en las que la llovió de manera completamente aleatoria que nunca supo con exactitud si había sido ella la que lo había provocado o había sido fruto de la naturaleza. Los cambios en el tiempo no la ayudarían a acotar el período en el que todo comenzó, así que tuvo que buscar otros fenómenos extraños que no tuvieran que ver con lo que Dios —o quién fuera el que provocara la lluvia— quisiera o no quisiera hacer. Pensó entonces en los sueños, y no sólo en los premonitorios. Había otro sueño que se repetía en numerosas ocasiones, aquel en el que tiraban a esa mujer a un pozo y dejaban que se ahogara. Yvette sabía que ese era distinto, principalmente, porque se veía a sí misma entre el público que se congregaba para mirar el espectáculo. Lo que más la inquietaba era que esa Yvette del sueño llamaba “madre” a la mujer que moría, pero no era Clara. Era otra, rubia como ella, desconocida y familiar al mismo tiempo. Aunque no fuera un sueño premonitorio, le dejaba la misma sensación de vértigo en el estómago.
—Creo que todo comenzó cuando mi padre murió —dijo al fin, tras pensarlo durante unos minutos—. Ocurrió de repente, nadie se esperaba que algo así ocurriría, pero después empecé a tener estos sueños, aunque al principio no creí que serían cosas que ocurrirían en el futuro. —Ilanka se levantó a por algo de beber e Yvette esperó hasta que se volvió con los vasos en la mano—. Hay un sueño que se repite, pero no es… especial. Lo siento de manera distinta, pero me deja la misma sensación. Es casi como un recuerdo, pero yo no he vivido eso nunca… —O eso creía ella. Dio un trago largo de su agua, casi tan largo como el que la rusa dio a su whisky. La inexperta hechicera la miró sorprendida y ligeramente celosa al mismo tiempo. Parecía una mujer tan fuerte, a la que nada podía pararla, que deseó ser como ella, sin miedo, y con un control tan fuerte sobre la magia que podría llegar a hacer cualquier cosa. Parecía que estaba dispuesta a ser su mentora, así que, probablemente, terminaría pareciéndose a ella más de lo que pensaba que lo haría—. Lo cierto es que no he probado bocado en todo el día y me muero de hambre. Supongo que me llamarán para cenar, pero mi doncella sabe que he salido, así que espero que me pueda cubrir las espaldas. —Jugueteó con el vaso dándole vueltas—. No tengo muchas ganas de volver todavía, hay días en los que la casa se me cae encima.
Fue una confesión que no iba destinada a Ilanka directamente, pero que tampoco se molestó en ocultarlo. La casa de Arnaud se le hacía ahora una jaula de verdad, y había pasado tantos momentos malos en ella que pensar en volver cuando el sueño de aquella noche estaba tan fresco le producía náuseas. Se sentía más a gusto con la hechicera rusa en aquella habitación, confesando sentimientos que sólo ella podría entender, porque ¡ambas eran hechiceras! Todavía se le antojaba extraño denominarse a sí misma de esa manera, cuando al último que se había atrevido a llamarla bruja le había cruzado la cara.
—¿Crees que están ocultándome algo? Si conocen lo que sé hacer… eso sería un alivio, desde luego. —Dio otro sorbo, más pausado esta vez, mientras reflexionaba sobre ese asunto—. Si ellos también son hechiceros… deberían habérmelo contado, ¿no? O puede que tampoco les guste y deseen que yo desconozca toda esa historia… O quizá ellos no sepan nada y yo lo haya heredado de mi abuela, o mi bisabuela... —divagó y divagó hasta que Ilanka le preguntó sobre si alguien más conocía su secreto. Entonces calló como lo haría un culpable, porque sí, había alguien que lo sabía. Asintió a modo de respuesta y apuró lo que quedaba en su vaso—. Hay alguien, una persona tan sólo. —Imaginó los ojos ambarinos de la bestia negra y un escalofrío le recorrió el cuerpo—. Pero no hay de qué preocuparse, no lo contará. No puedo decir nada más, hice una promesa —aclaró, y aunque sus palabras sonaron seguras, en realidad no tenía ni idea de si él habría dicho algo sobre ella.
Yvette se levantó de su butaca y se acercó a las botellas, donde se sirvió un poco más de agua antes de regresar a los sofás.
—¿Puedo confesarte algo? Me ha gustado la forma en la que has controlado la lluvia, y ni siquiera has necesitado hablar. Yo sólo consigo controlar los rayos, pero tengo que decir esas palabras extrañas que no entiendo. Las oigo en ese sueño del que te he hablado, y lo único que hago es repetirlas. —Miró por la ventana y se dio cuenta de que la lluvia ya había cesado—. Me gustaría poder hacerlo yo también, de la misma manera que lo haces tú. —Miró a Ilanka de nuevo—. ¿Cómo lo haces? —preguntó sin rodeos, deseando recibir una respuesta que le ayudara.
—Creo que todo comenzó cuando mi padre murió —dijo al fin, tras pensarlo durante unos minutos—. Ocurrió de repente, nadie se esperaba que algo así ocurriría, pero después empecé a tener estos sueños, aunque al principio no creí que serían cosas que ocurrirían en el futuro. —Ilanka se levantó a por algo de beber e Yvette esperó hasta que se volvió con los vasos en la mano—. Hay un sueño que se repite, pero no es… especial. Lo siento de manera distinta, pero me deja la misma sensación. Es casi como un recuerdo, pero yo no he vivido eso nunca… —O eso creía ella. Dio un trago largo de su agua, casi tan largo como el que la rusa dio a su whisky. La inexperta hechicera la miró sorprendida y ligeramente celosa al mismo tiempo. Parecía una mujer tan fuerte, a la que nada podía pararla, que deseó ser como ella, sin miedo, y con un control tan fuerte sobre la magia que podría llegar a hacer cualquier cosa. Parecía que estaba dispuesta a ser su mentora, así que, probablemente, terminaría pareciéndose a ella más de lo que pensaba que lo haría—. Lo cierto es que no he probado bocado en todo el día y me muero de hambre. Supongo que me llamarán para cenar, pero mi doncella sabe que he salido, así que espero que me pueda cubrir las espaldas. —Jugueteó con el vaso dándole vueltas—. No tengo muchas ganas de volver todavía, hay días en los que la casa se me cae encima.
Fue una confesión que no iba destinada a Ilanka directamente, pero que tampoco se molestó en ocultarlo. La casa de Arnaud se le hacía ahora una jaula de verdad, y había pasado tantos momentos malos en ella que pensar en volver cuando el sueño de aquella noche estaba tan fresco le producía náuseas. Se sentía más a gusto con la hechicera rusa en aquella habitación, confesando sentimientos que sólo ella podría entender, porque ¡ambas eran hechiceras! Todavía se le antojaba extraño denominarse a sí misma de esa manera, cuando al último que se había atrevido a llamarla bruja le había cruzado la cara.
—¿Crees que están ocultándome algo? Si conocen lo que sé hacer… eso sería un alivio, desde luego. —Dio otro sorbo, más pausado esta vez, mientras reflexionaba sobre ese asunto—. Si ellos también son hechiceros… deberían habérmelo contado, ¿no? O puede que tampoco les guste y deseen que yo desconozca toda esa historia… O quizá ellos no sepan nada y yo lo haya heredado de mi abuela, o mi bisabuela... —divagó y divagó hasta que Ilanka le preguntó sobre si alguien más conocía su secreto. Entonces calló como lo haría un culpable, porque sí, había alguien que lo sabía. Asintió a modo de respuesta y apuró lo que quedaba en su vaso—. Hay alguien, una persona tan sólo. —Imaginó los ojos ambarinos de la bestia negra y un escalofrío le recorrió el cuerpo—. Pero no hay de qué preocuparse, no lo contará. No puedo decir nada más, hice una promesa —aclaró, y aunque sus palabras sonaron seguras, en realidad no tenía ni idea de si él habría dicho algo sobre ella.
Yvette se levantó de su butaca y se acercó a las botellas, donde se sirvió un poco más de agua antes de regresar a los sofás.
—¿Puedo confesarte algo? Me ha gustado la forma en la que has controlado la lluvia, y ni siquiera has necesitado hablar. Yo sólo consigo controlar los rayos, pero tengo que decir esas palabras extrañas que no entiendo. Las oigo en ese sueño del que te he hablado, y lo único que hago es repetirlas. —Miró por la ventana y se dio cuenta de que la lluvia ya había cesado—. Me gustaría poder hacerlo yo también, de la misma manera que lo haces tú. —Miró a Ilanka de nuevo—. ¿Cómo lo haces? —preguntó sin rodeos, deseando recibir una respuesta que le ayudara.
Yvette Béranger- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 96
Fecha de inscripción : 17/07/2016
Re: Toc-toc (Yvette Béranger)
Finalmente, Ilanka descubría que no era la ambición quien guiaba los poderes de la joven Yvette –como sí lo hacía en ella misma-, sino el dolor. Al menos en una primera instancia, hasta que aprendiese a separar el dolor del poder porque, ¿qué bueno puede nacer del dolor? Solo el caos, el ciego desorden. Necesitaba saber más acerca del padre, pero no quería preguntar, acababan de conocerse y –aunque ella le había abierto su corazón, contándole sus secretos más cuidados- evidente era que su compañera no estaba estable emocionalmente. Había mucha angustia en ella.
Que la joven era dominada por ese caos resultaba obvio. Ilanka quería y podía ayudarla a desentramarlo todo, pero debían hacerlo por partes, ya le preguntaría por los sueños luego, primero podían comenzar con algo más simple y sustancial, algo que no era abstracto en lo absoluto.
-Yo creo que ellos te lo hubieran dicho si lo supieran, Yvette. ¿Qué clase de familia le ocultaría algo así a su hija? ¿Cómo podrían dejarte pensar que has enloquecido en lugar de ayudarte a comprenderte a ti misma? No tiene sentido, ni las personas más crueles le harían algo así a su propia hija…
Contempló el vaso vacío que bailaba entre sus dedos y refrenó su impulso de ir a por más whisky. Vio en su invitada, y nueva aprendiz, cierta mirada de deseo, como si le envidiase el poder tomar aquella bebida fuerte… Estuvo a punto de ofrecerle un trago, pero recapacitó en que lo último que necesitaba era tener a una bella jovencita indefensa y alcoholizada en su habitación de hotel. No podía comenzar con problemas su estadía en París, tenía que seguir pasando desapercibida, pretender que solo vivía una vida tranquila, una predecible rutina. Además, lo más seguro era que la familia de Yvette no tardara en comenzar a buscarla y, en caso de tener que conocerlos, Ilanka prefería presentarse a ellos como quien cuidó de la muchacha y no como quien la pervirtió dándole de beber alcohol.
-Quisiera que me cuentes acerca de tus sueños también, un poco más en profundidad de lo que ya lo has hecho. –Sabía que podía guiarla por medio de sus palabras, su madre le había enseñado a guiar la mente de las personas y si bien solo lo había hecho una vez, sabía que la mente de Yvette no sería muy difícil de recorrer-. Pero creo que antes de meternos con tus sueños, antes de que me confíes a quien le has referido tus secretos… Antes incluso de comer algo –dijo, sonriendo y se puso de pie. Tenía hambre, pero la cena debería esperar. Tendió su mano hacia ella, esperando que la joven la siguiera-, debemos ir a redescubrir el cielo.
Buscó un abrigo, pues fuera, en las calles, hacia frío y pronto a eso se le sumaría la mejor tormenta que aquella sucia ciudad vería en años.
Que la joven era dominada por ese caos resultaba obvio. Ilanka quería y podía ayudarla a desentramarlo todo, pero debían hacerlo por partes, ya le preguntaría por los sueños luego, primero podían comenzar con algo más simple y sustancial, algo que no era abstracto en lo absoluto.
-Yo creo que ellos te lo hubieran dicho si lo supieran, Yvette. ¿Qué clase de familia le ocultaría algo así a su hija? ¿Cómo podrían dejarte pensar que has enloquecido en lugar de ayudarte a comprenderte a ti misma? No tiene sentido, ni las personas más crueles le harían algo así a su propia hija…
Contempló el vaso vacío que bailaba entre sus dedos y refrenó su impulso de ir a por más whisky. Vio en su invitada, y nueva aprendiz, cierta mirada de deseo, como si le envidiase el poder tomar aquella bebida fuerte… Estuvo a punto de ofrecerle un trago, pero recapacitó en que lo último que necesitaba era tener a una bella jovencita indefensa y alcoholizada en su habitación de hotel. No podía comenzar con problemas su estadía en París, tenía que seguir pasando desapercibida, pretender que solo vivía una vida tranquila, una predecible rutina. Además, lo más seguro era que la familia de Yvette no tardara en comenzar a buscarla y, en caso de tener que conocerlos, Ilanka prefería presentarse a ellos como quien cuidó de la muchacha y no como quien la pervirtió dándole de beber alcohol.
-Quisiera que me cuentes acerca de tus sueños también, un poco más en profundidad de lo que ya lo has hecho. –Sabía que podía guiarla por medio de sus palabras, su madre le había enseñado a guiar la mente de las personas y si bien solo lo había hecho una vez, sabía que la mente de Yvette no sería muy difícil de recorrer-. Pero creo que antes de meternos con tus sueños, antes de que me confíes a quien le has referido tus secretos… Antes incluso de comer algo –dijo, sonriendo y se puso de pie. Tenía hambre, pero la cena debería esperar. Tendió su mano hacia ella, esperando que la joven la siguiera-, debemos ir a redescubrir el cielo.
Buscó un abrigo, pues fuera, en las calles, hacia frío y pronto a eso se le sumaría la mejor tormenta que aquella sucia ciudad vería en años.
Ilanka Kratorova- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 69
Fecha de inscripción : 22/01/2017
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