AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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¡Feliz cumpleaños! (+18) (Privado)
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¡Feliz cumpleaños! (+18) (Privado)
Cuando Pieter se acercó a él para decirle que la señora lo mandaba a llamar, Eliah no supo si alegrarse ante tal noticia o temer. Es que podía esperar lo impredecible, así era la relación que tenía con ella: bastante caótica.
Cepillaba el cuerpo del tercer caballo antes de dejarlo en su cubículo, ya que como cochero todo aquello era parte de sus tareas, y meditaba en que el día entero había pasado ya y que ahora tenía veintiséis años.
No creía que la señora lo mandase a llamar para felicitarlo en su día, era mujer muy ocupada y de seguro no se acordaría de una nimiedad tal. Tampoco se sentiría mal por ello, estaba acostumbrado a no celebrar nada, después de todo se había criado en un orfanato. Debía dar gracias al cielo porque, al menos, conocía su nombre y fecha de nacimiento. Varios niños con los que había crecido no habían podido contar con un privilegio tal.
-Iré a darme un baño antes de entrar a la casa –le dijo al hombre y dejó todo lo que estaba haciendo de inmediato.
-No, ha dicho que quiere que te presentes con presteza –lo contradijo el anciano, siempre con el ceño fruncido.
-Al menos déjame vestirme mejor –le pidió, señalándose, y sin darle tiempo a responder corrió hasta su pequeña habitación en la parte trasera de la casa, allí en la zona en la que vivían todos los sirvientes.
Se dio un baño de agua fría –pese a que era pleno invierno y la noche estaba realmente helada- a las apuradas y se vistió de prisa pues quería presentarse ante ella de la mejor forma posible. ¿Qué tenía aquella mujer que lo había atrapado desde el principio? Todo era distinto en el mundo de Eliah desde esa noche en la que, de forma casual, tuvo la oportunidad de reemplazar al cochero de la casa. Antoinette al verlo le ofreció trabajo y ahora Eliah se sentía irremediablemente unido a ella. Enamorado. Enamorado, sí, de alguien imposible de alcanzar. Sus ojos, tenían que ser sus ojos quienes lo tenían hechizado, perdido por completo. No, ¡era su voz! Esa voz dulce y segura, tan determinante y dominante…
Entró en la casa sin saber bien a dónde se dirigía, Pieter no le había dicho dónde era puntualmente el sitio en el que la señora lo esperaba.
Subió la escalera con pasos tímidos, esperando encontrar a alguien que pudiese orientarlo. Se adentró en el largo y ancho pasillo de la planta superior, pero no le fue necesario caminar mucho más porque un escalofrío recorrió su espalda esparciéndose a gran velocidad por su piel para erizarla y eso le hizo saber que ella, desde algún lugar, lo estaba observando.
Cepillaba el cuerpo del tercer caballo antes de dejarlo en su cubículo, ya que como cochero todo aquello era parte de sus tareas, y meditaba en que el día entero había pasado ya y que ahora tenía veintiséis años.
No creía que la señora lo mandase a llamar para felicitarlo en su día, era mujer muy ocupada y de seguro no se acordaría de una nimiedad tal. Tampoco se sentiría mal por ello, estaba acostumbrado a no celebrar nada, después de todo se había criado en un orfanato. Debía dar gracias al cielo porque, al menos, conocía su nombre y fecha de nacimiento. Varios niños con los que había crecido no habían podido contar con un privilegio tal.
-Iré a darme un baño antes de entrar a la casa –le dijo al hombre y dejó todo lo que estaba haciendo de inmediato.
-No, ha dicho que quiere que te presentes con presteza –lo contradijo el anciano, siempre con el ceño fruncido.
-Al menos déjame vestirme mejor –le pidió, señalándose, y sin darle tiempo a responder corrió hasta su pequeña habitación en la parte trasera de la casa, allí en la zona en la que vivían todos los sirvientes.
Se dio un baño de agua fría –pese a que era pleno invierno y la noche estaba realmente helada- a las apuradas y se vistió de prisa pues quería presentarse ante ella de la mejor forma posible. ¿Qué tenía aquella mujer que lo había atrapado desde el principio? Todo era distinto en el mundo de Eliah desde esa noche en la que, de forma casual, tuvo la oportunidad de reemplazar al cochero de la casa. Antoinette al verlo le ofreció trabajo y ahora Eliah se sentía irremediablemente unido a ella. Enamorado. Enamorado, sí, de alguien imposible de alcanzar. Sus ojos, tenían que ser sus ojos quienes lo tenían hechizado, perdido por completo. No, ¡era su voz! Esa voz dulce y segura, tan determinante y dominante…
Entró en la casa sin saber bien a dónde se dirigía, Pieter no le había dicho dónde era puntualmente el sitio en el que la señora lo esperaba.
Subió la escalera con pasos tímidos, esperando encontrar a alguien que pudiese orientarlo. Se adentró en el largo y ancho pasillo de la planta superior, pero no le fue necesario caminar mucho más porque un escalofrío recorrió su espalda esparciéndose a gran velocidad por su piel para erizarla y eso le hizo saber que ella, desde algún lugar, lo estaba observando.
Última edición por Eliah Sainz el Mar Mar 21, 2017 9:09 pm, editado 1 vez
Eliah Sainz- Humano Clase Baja
- Mensajes : 35
Fecha de inscripción : 14/03/2017
Re: ¡Feliz cumpleaños! (+18) (Privado)
El invierno azotaba con la mayor crudeza del año, haciendo que en la mansión hicieran falta varios calefactores para mantener la temperatura en su punto ideal. Claro que todos aquellos detalles eran para los mortales, pues la naturaleza sobrehumana de la heredera le impedía sentir algún tipo de calor, o de frío. Sin embargo, sí que había algo que sentía casi todo el tiempo: sed. La garganta ardía con intensidad, recordándole aquella necesidad insaciable de sangre que tenía casi todo el tiempo. Había aprendido a controlar sus impulsos, distrayendo la mente con cualquier nimiedad. Aquel día en particular, se había concentrado en la nada, acompañada de un baño de sales y esencias, dejando que impregnasen su sedosa y perfecta piel.
—Dorotea, llama al muchacho. —Solicitó, sabiendo que no eran necesarias mayores explicaciones. La doncella que permanecía en silencio asintió, sabiendo con exactitud a quien se refería. Dejando a un lado la esponja con la cual estaba jabonando la espalda de su señora, se alejó de la tina y abandonó la estancia. Antoinette cerró momentáneamente los ojos, disfrutando de los últimos minutos de su baño. Sabiendo que no podía pasarse toda la noche allí, soltó un suspiro, a la vez que se incorporó con lentitud de la tina, dejando que hilillos agua perfumada corrieran a través de su cuerpo desnudo. Melibeth, la otra criada fiel, se acercó con presteza hacia la heredera, ayudándole a secarse y también a cubrir su desnudez con una fina bata de seda, que si bien no dejaba nada a la vista, marcaba de manera interesante las curvas de su delicada figura. Con la rapidez de quien tiene experiencia en lo que hace, la criada soltó el moño que sostenía los cobrizos rizos de la vampiresa, dejándolos caer libres por su espalda, justo en el momento que el cochero hacía presencia en la habitación.
—Déjenos solos. —Ordenó de forma delicada, de espaldas al muchacho, sabiendo que lo que sea que saliese de su boca sería acatado de inmediato. Estaba acostumbrada a ser servida con fidelidad por todos sus criados, ya sea porque hubo tenido que hipnotizarlos para que así fuera, o porque algunos conservaban el anhelante e ingenuo deseo de ser convertidos a la inmortalidad por su señora. Ella los dejaba ser, disfrutando en su interior de lo iluso de su pensamiento. La verdad era que no planeaba convertir otro compañero, —desde Elliot no había convertido a nadie más— y así se consideraba completa. Sin embargo… el cochero era un tema completamente diferente, pues le servía con absoluta devoción y estima. A él nunca había tenido que convencerlo de hacer nada que no hubiese querido hacer.
La puerta se cerró con un estruendo silencioso, o al menos así lo percibió ella. Sus sentidos agudizados apreciaban el latir acelerado del corazón del humano, además de que podía sentir el ritmo acompasado de su respiración. Un atisbo de sonrisa se formó en sus labios, y volteó, quedando finalmente de frente junto a Eliah.
—Tardaste. —Reprochó, con voz aterciopelada, aquella voz, seductora y tranquila en apariencia, no hacía más que anunciar peligro a quien supiera escuchar. Disfrutaba en demasía del efecto que su persona tenía en el joven muchacho, y aunque apreciaba su compañía, se aseguraba de no hacérselo notar.
Se acercó a él con lentitud, sin quitar sus orbes azules de su humanidad. Sus pies descalzos no hacían ruido alguno mientras avanzaba, y paró, apenas a un metro del inmóvil sujeto.
—Sabes que no me gusta que me hagan esperar.
—Dorotea, llama al muchacho. —Solicitó, sabiendo que no eran necesarias mayores explicaciones. La doncella que permanecía en silencio asintió, sabiendo con exactitud a quien se refería. Dejando a un lado la esponja con la cual estaba jabonando la espalda de su señora, se alejó de la tina y abandonó la estancia. Antoinette cerró momentáneamente los ojos, disfrutando de los últimos minutos de su baño. Sabiendo que no podía pasarse toda la noche allí, soltó un suspiro, a la vez que se incorporó con lentitud de la tina, dejando que hilillos agua perfumada corrieran a través de su cuerpo desnudo. Melibeth, la otra criada fiel, se acercó con presteza hacia la heredera, ayudándole a secarse y también a cubrir su desnudez con una fina bata de seda, que si bien no dejaba nada a la vista, marcaba de manera interesante las curvas de su delicada figura. Con la rapidez de quien tiene experiencia en lo que hace, la criada soltó el moño que sostenía los cobrizos rizos de la vampiresa, dejándolos caer libres por su espalda, justo en el momento que el cochero hacía presencia en la habitación.
—Déjenos solos. —Ordenó de forma delicada, de espaldas al muchacho, sabiendo que lo que sea que saliese de su boca sería acatado de inmediato. Estaba acostumbrada a ser servida con fidelidad por todos sus criados, ya sea porque hubo tenido que hipnotizarlos para que así fuera, o porque algunos conservaban el anhelante e ingenuo deseo de ser convertidos a la inmortalidad por su señora. Ella los dejaba ser, disfrutando en su interior de lo iluso de su pensamiento. La verdad era que no planeaba convertir otro compañero, —desde Elliot no había convertido a nadie más— y así se consideraba completa. Sin embargo… el cochero era un tema completamente diferente, pues le servía con absoluta devoción y estima. A él nunca había tenido que convencerlo de hacer nada que no hubiese querido hacer.
La puerta se cerró con un estruendo silencioso, o al menos así lo percibió ella. Sus sentidos agudizados apreciaban el latir acelerado del corazón del humano, además de que podía sentir el ritmo acompasado de su respiración. Un atisbo de sonrisa se formó en sus labios, y volteó, quedando finalmente de frente junto a Eliah.
—Tardaste. —Reprochó, con voz aterciopelada, aquella voz, seductora y tranquila en apariencia, no hacía más que anunciar peligro a quien supiera escuchar. Disfrutaba en demasía del efecto que su persona tenía en el joven muchacho, y aunque apreciaba su compañía, se aseguraba de no hacérselo notar.
Se acercó a él con lentitud, sin quitar sus orbes azules de su humanidad. Sus pies descalzos no hacían ruido alguno mientras avanzaba, y paró, apenas a un metro del inmóvil sujeto.
—Sabes que no me gusta que me hagan esperar.
Antoinette Bellerose- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 22/07/2013
Edad : 31
Localización : París
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Re: ¡Feliz cumpleaños! (+18) (Privado)
Cuando las mujeres se retiraron y Eliah se quedó a solas con la señora, el muchacho experimentó una dicha difícil de definir con palabras ya creadas. Se sentía privilegiado, pues de todos los hombres que había en la ciudad, de todos los que ella conocía, aún entre aquellos que le servían en esa casa, Antoinette lo prefería a él.
Era importante, era elegido, y no creía que nadie pudiera llegar a comprender en plenitud lo que aquello significaba en la vida de alguien a quien nunca nadie había preferido. Podía pensar y analizar que aquello se debía a la incesante decepción que había sentido de pequeño al ver que siempre que una familia acudía al orfanato para escoger a un pequeño al que hacer propio -al que cambiarle la vida-, él había tenido que verlo de lejos.
Era muy mayor, o muy miedoso, o poco fuerte… No lo sabía, pues nunca nadie le había dado una razón que explicase por qué no se lo llevaban a él. Había pasado noches enteras buscando el motivo por el cual las personas no lo adoptaban, no entendía qué era lo que estaba mal en él, y Eliah nunca había llegado a una conclusión certera.
Mas ahora, sentirse elegido por Antoinette –esa mujer que tanto le gustaba, que tan fascinado lo tenía desde la primera vez que la vio- estaba sanando de a poco esa herida que se había abierto en él cuando era solo un pequeño que nada entendía de la vida, alcanzando una dolorosa profundidad.
Puso sus manos detrás de la espalda, tomando una postura obediente –como siempre le ocurría cuando estaba ante Antoinette-, cuando ella comenzó a aproximarse a él. Suspiró, como solo suspiran los enamorados, antes de responderle:
-Lo siento, señora –se disculpó-. He tardado porque me hallaba sucio y sudoroso a causa del trabajo del día, no quería presentarme así ante usted que siempre está tan hermosa y perfumada –le sonrió.
Sintiendo en sus propios oídos el retumbar de su corazón, apretándose las manos tras su espalda pues ellas querían rebelarse locamente para poder abrazar a la mujer, Eliah volvió a hablarle:
-¿Qué necesita de mí, señora? ¿En qué puedo ayudarle?
Desde el principio, desde que lo supo, Eliah había querido pronunciar en voz alta, y en presencia de ella, su tan bello nombre, pero no se animaba. Al menos no todavía.
Era importante, era elegido, y no creía que nadie pudiera llegar a comprender en plenitud lo que aquello significaba en la vida de alguien a quien nunca nadie había preferido. Podía pensar y analizar que aquello se debía a la incesante decepción que había sentido de pequeño al ver que siempre que una familia acudía al orfanato para escoger a un pequeño al que hacer propio -al que cambiarle la vida-, él había tenido que verlo de lejos.
Era muy mayor, o muy miedoso, o poco fuerte… No lo sabía, pues nunca nadie le había dado una razón que explicase por qué no se lo llevaban a él. Había pasado noches enteras buscando el motivo por el cual las personas no lo adoptaban, no entendía qué era lo que estaba mal en él, y Eliah nunca había llegado a una conclusión certera.
Mas ahora, sentirse elegido por Antoinette –esa mujer que tanto le gustaba, que tan fascinado lo tenía desde la primera vez que la vio- estaba sanando de a poco esa herida que se había abierto en él cuando era solo un pequeño que nada entendía de la vida, alcanzando una dolorosa profundidad.
Puso sus manos detrás de la espalda, tomando una postura obediente –como siempre le ocurría cuando estaba ante Antoinette-, cuando ella comenzó a aproximarse a él. Suspiró, como solo suspiran los enamorados, antes de responderle:
-Lo siento, señora –se disculpó-. He tardado porque me hallaba sucio y sudoroso a causa del trabajo del día, no quería presentarme así ante usted que siempre está tan hermosa y perfumada –le sonrió.
Sintiendo en sus propios oídos el retumbar de su corazón, apretándose las manos tras su espalda pues ellas querían rebelarse locamente para poder abrazar a la mujer, Eliah volvió a hablarle:
-¿Qué necesita de mí, señora? ¿En qué puedo ayudarle?
Desde el principio, desde que lo supo, Eliah había querido pronunciar en voz alta, y en presencia de ella, su tan bello nombre, pero no se animaba. Al menos no todavía.
Eliah Sainz- Humano Clase Baja
- Mensajes : 35
Fecha de inscripción : 14/03/2017
Re: ¡Feliz cumpleaños! (+18) (Privado)
La heredera miró al joven de forma inquisitiva. Le resultaba sí, atractivo de cierta manera, pero no era sólo su físico lo que le llamaba la atención. El aura del muchacho era pura y clara, y se veía atraída a ella de forma irremediable, como una polilla a la luz. Era un aura pura y bella, un aura más que podía corromper a su antojo.
—Eliah, Eliah… —pronunció de forma juguetona, dejando que sus labios acariciaran las sílabas que componían el nombre del chico. Se acercó con lentitud, depositando la mano diestra en el hombro masculino, apenas tocándolo, dejando que su presencia estuviera lo suficientemente cerca y lo embriagase. Acto seguido rodeó al chico, que permanecía inmóvil, y quedó a sus espaldas, lo suficientemente cerca del oído masculino como para que su voz fuera escuchada sin necesidad de sobrepasar los susurros.
—Pues, hay muchas cosas que puedes ofrecerme… —Un pálido dedo se alzó entonces, recorriendo el cuello del Sainz con delicadeza, dejando un rastro helado a medida que avanzaba a la yugular. Lo sintió estremecerse y sonrió, aunque él no podía verle.
Sus orbes claras le recorrieron, fijándose que traía ambas manos en la espalda. Tomó una de ellas, sintiendo casi de inmediato la calidez de su piel, la deliciosa sangre caliente corriendo por sus venas… y lo guió, tomando la delantera y sin mirarle siguiera hasta un sillón estilo canapé.
Las palabras sobraban, realmente. En el fondo, el muchacho sabía lo que deseaba su señora, y ella estaba segura se lo concedería como tantas otras veces. Sin separar sus ojos de los suyos, la vampiresa lo guió con suavidad, hasta que con un empujoncito sutil, lo tuvo sentado ante sí, a su disposición. La castaña había escuchado rumores aquella velada entre los demás siervos, aquello de que ese era un día especial para el bello mortal. “Cumpleaños” era una palabra que había perdido sentido para la inmortal hace tantos años…
Sin vergüenza alguna, careciendo de pudor, Antoinette se sentó a horcajadas sobre el joven cochero, tan cerca que el espacio entre ambos cuerpos era casi nulo. Pudo sentirlo tensarse ante su contacto, y eso hizo que una sonrisa inocente se dibujara en los labios de la heredera.
Mirándolo con determinación a través de sus largas pestañas, dejó que sus manos revoloteasen en caricias sutiles, en el rostro, en el cuello, en el pecho de su acompañante… la cena tenía un mejor sabor cuando se mezclaba con algo de lujuria.
—Eliah, Eliah… —pronunció de forma juguetona, dejando que sus labios acariciaran las sílabas que componían el nombre del chico. Se acercó con lentitud, depositando la mano diestra en el hombro masculino, apenas tocándolo, dejando que su presencia estuviera lo suficientemente cerca y lo embriagase. Acto seguido rodeó al chico, que permanecía inmóvil, y quedó a sus espaldas, lo suficientemente cerca del oído masculino como para que su voz fuera escuchada sin necesidad de sobrepasar los susurros.
—Pues, hay muchas cosas que puedes ofrecerme… —Un pálido dedo se alzó entonces, recorriendo el cuello del Sainz con delicadeza, dejando un rastro helado a medida que avanzaba a la yugular. Lo sintió estremecerse y sonrió, aunque él no podía verle.
Sus orbes claras le recorrieron, fijándose que traía ambas manos en la espalda. Tomó una de ellas, sintiendo casi de inmediato la calidez de su piel, la deliciosa sangre caliente corriendo por sus venas… y lo guió, tomando la delantera y sin mirarle siguiera hasta un sillón estilo canapé.
Las palabras sobraban, realmente. En el fondo, el muchacho sabía lo que deseaba su señora, y ella estaba segura se lo concedería como tantas otras veces. Sin separar sus ojos de los suyos, la vampiresa lo guió con suavidad, hasta que con un empujoncito sutil, lo tuvo sentado ante sí, a su disposición. La castaña había escuchado rumores aquella velada entre los demás siervos, aquello de que ese era un día especial para el bello mortal. “Cumpleaños” era una palabra que había perdido sentido para la inmortal hace tantos años…
Sin vergüenza alguna, careciendo de pudor, Antoinette se sentó a horcajadas sobre el joven cochero, tan cerca que el espacio entre ambos cuerpos era casi nulo. Pudo sentirlo tensarse ante su contacto, y eso hizo que una sonrisa inocente se dibujara en los labios de la heredera.
Mirándolo con determinación a través de sus largas pestañas, dejó que sus manos revoloteasen en caricias sutiles, en el rostro, en el cuello, en el pecho de su acompañante… la cena tenía un mejor sabor cuando se mezclaba con algo de lujuria.
Antoinette Bellerose- Vampiro Clase Alta
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Re: ¡Feliz cumpleaños! (+18) (Privado)
Su voz sonaba como la más hermosa melodía que había oído y eso que él no era dado a las artes, ¿qué podía saber de música alguien como Eliah Sainz? No, nada sabía él, pero sentía.
Ella susurró su nombre y todo su cuerpo se tensó, desesperado por poder pronunciar el de ella, deseando acariciarla, saciarla y elogiarla hasta que la noche acabase. Claro que no podía hacerlo todavía, conocía cual era su lugar –ese que ella le había dado- y sabía que Antoinette Bellerose era quien marcaba y marcaría siempre el ritmo entre ambos. Empezarían a jugar ese juego cuando ella lo dictaminase.
Cada caricia suave –tramposamente ingenua- que ella le regalaba, provocaba y desafiaba a su cuerpo, a su entereza. Confiado se dejó conducir hasta el canapé y deseoso la recibió sobre él. No era la primera vez, ya había sentido su cuerpo sobre el suyo varias veces, pero siempre era especial y diferente a las veces anteriores. Nunca se aburría. ¿Qué le hacía? Juraría él que se trataba de una hechicera sumamente poderosa porque, ¿cómo lograba embelesarlo de aquella manera? ¿Qué embrujo poseían sus manos que parecían conocerlo por completo? ¿Qué le hacía a su mente que era incapaz de pensar con claridad? ¿Por qué su respiración cambiaba cuando el perfume de ella lo envolvía? ¿Qué tenía su señora que no tenían las demás mujeres con las que había estado? Lo seguro era que jamás volvería a ver a una mujer sin compararla con Antoinette, porque ninguna era como ella que –francamente- no tenía competencia.
Ya no pudo soportarlo más y posó ambas palmas de sus manos en el cuerpo de ella, bajándolas y subiéndolas para acariciar sus nalgas. Ese perfume lo estaba embriagando… quería decirle cuanto la adoraba, que estaba irremediablemente perdido bajo su influjo, que haría siempre lo que ella le pidiera, que no quería dejar de trabajar jamás para ella.
Alzó sus ojos para encontrar los de ella, tan claros, tan maravillosos y crueles a la vez. Le sonrió, deseando que fuese Antoinette quien lo besase con fuerza, hasta que los labios le doliesen…
-Hoy es mi cumpleaños –le dijo. Aunque de seguro a ella no le importase para él era algo importante, siempre lo había sido pero ese año mucho más porque veía aquel encuentro y todo lo que de seguro ocurriría entre ellos en las próximas horas como un regalo-, ¿no va a felicitarme? –le preguntó, mirando su boca.
Ella susurró su nombre y todo su cuerpo se tensó, desesperado por poder pronunciar el de ella, deseando acariciarla, saciarla y elogiarla hasta que la noche acabase. Claro que no podía hacerlo todavía, conocía cual era su lugar –ese que ella le había dado- y sabía que Antoinette Bellerose era quien marcaba y marcaría siempre el ritmo entre ambos. Empezarían a jugar ese juego cuando ella lo dictaminase.
Cada caricia suave –tramposamente ingenua- que ella le regalaba, provocaba y desafiaba a su cuerpo, a su entereza. Confiado se dejó conducir hasta el canapé y deseoso la recibió sobre él. No era la primera vez, ya había sentido su cuerpo sobre el suyo varias veces, pero siempre era especial y diferente a las veces anteriores. Nunca se aburría. ¿Qué le hacía? Juraría él que se trataba de una hechicera sumamente poderosa porque, ¿cómo lograba embelesarlo de aquella manera? ¿Qué embrujo poseían sus manos que parecían conocerlo por completo? ¿Qué le hacía a su mente que era incapaz de pensar con claridad? ¿Por qué su respiración cambiaba cuando el perfume de ella lo envolvía? ¿Qué tenía su señora que no tenían las demás mujeres con las que había estado? Lo seguro era que jamás volvería a ver a una mujer sin compararla con Antoinette, porque ninguna era como ella que –francamente- no tenía competencia.
Ya no pudo soportarlo más y posó ambas palmas de sus manos en el cuerpo de ella, bajándolas y subiéndolas para acariciar sus nalgas. Ese perfume lo estaba embriagando… quería decirle cuanto la adoraba, que estaba irremediablemente perdido bajo su influjo, que haría siempre lo que ella le pidiera, que no quería dejar de trabajar jamás para ella.
Alzó sus ojos para encontrar los de ella, tan claros, tan maravillosos y crueles a la vez. Le sonrió, deseando que fuese Antoinette quien lo besase con fuerza, hasta que los labios le doliesen…
-Hoy es mi cumpleaños –le dijo. Aunque de seguro a ella no le importase para él era algo importante, siempre lo había sido pero ese año mucho más porque veía aquel encuentro y todo lo que de seguro ocurriría entre ellos en las próximas horas como un regalo-, ¿no va a felicitarme? –le preguntó, mirando su boca.
Eliah Sainz- Humano Clase Baja
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Re: ¡Feliz cumpleaños! (+18) (Privado)
Ambos cuerpos se encontraban tan juntos, que la Bellerose sentía el pecho del Sainz subir y bajar al compás de su acelerada respiración. Ella hacía lo propio de forma metódica, casi automática. ¿Podía notar Eliah el hielo que era la piel de la vampiresa? Sus níveos rasgos y su diabólica belleza hubieran sido señales suficientes para ponerle los pelos de punta a cualquier mortal, pero no para él. Si algo sospechaba lo disimulaba bastante bien, tanto que Antoinette tenía que ser mucho más cautelosa estando a su alrededor, lo que resultaba particularmente difícil dado que la relación que los marcaba era tan… pasional.
No recordaba con claridad a qué momento habían cruzado la línea que los separaba como ama y servidor, solo sabía que luego de haberlo tenido como amante, era difícil olvidarse de él. Y no es que la heredera careciera de ese tipo de compañía. Caprichosa como era, no faltaba quien calentase su cama; pero Eliah era distinto, ya que no solo la deseaba, sino que también la amaba, y ella lo sabía. De cierta forma fingirse humana resultaba liberador.
Las manos del mortal encontraron fácilmente su camino hacia su anatomía, con caricias determinadas. No se podía negar que entre ambos cuerpos siempre había existido un sentido tal de pertenencia, que hacía que se movieran en perfecta sincronía. Las caricias de la heredera continuaron, creciendo en intensidad. Sin desatender el gélido toque de sus manos, dirigió el rostro acercándolo a la comisura de los labios del humano, recorriendo con los propios la curva de su mentón, hasta llegar al lóbulo de su oreja. Le costaba mucho controlarse, sobre todo teniendo tan cerca de sí la fuente de la deliciosa sangre, y quizás eso era lo que aumentaba profusamente su excitación.
Lo escuchó hablar, lo que le trajo lentamente a la realidad. Los onomásticos eran tan sobrevalorados, al menos sabiendo que tenía una eternidad de ellos… sin embargo pudo percibir la emoción en las palabras dichas por el Sainz, que no pudo evitar regalarle una sonrisa traviesa. —¿Ah sí? —Inquirió, mordiéndose el labio con suavidad. Sus manos proseguían, desabotonando lentamente la camisa del cochero.
—Se me ocurre que puedo darte un obsequio, no sé… —Ambos rostros se encontraban tan cerca, que sus labios casi se tocaban. Decidida a eliminar la distancia entre ambas bocas, lo asió por los cabellos con fiereza, fundiéndose con él en un beso lento, lleno de deseo. Se separó de él con delicadeza, con los dedos de la diestra todavía entrelazados en el cabello masculino. —Pide lo que desees y te será concedido. —Ofreció, mirándolo con intensidad. ¿Qué podía pedirle? ¿Desde cuándo ella hacía esas ofertas? Definitivamente, era una extraña velada.
No recordaba con claridad a qué momento habían cruzado la línea que los separaba como ama y servidor, solo sabía que luego de haberlo tenido como amante, era difícil olvidarse de él. Y no es que la heredera careciera de ese tipo de compañía. Caprichosa como era, no faltaba quien calentase su cama; pero Eliah era distinto, ya que no solo la deseaba, sino que también la amaba, y ella lo sabía. De cierta forma fingirse humana resultaba liberador.
Las manos del mortal encontraron fácilmente su camino hacia su anatomía, con caricias determinadas. No se podía negar que entre ambos cuerpos siempre había existido un sentido tal de pertenencia, que hacía que se movieran en perfecta sincronía. Las caricias de la heredera continuaron, creciendo en intensidad. Sin desatender el gélido toque de sus manos, dirigió el rostro acercándolo a la comisura de los labios del humano, recorriendo con los propios la curva de su mentón, hasta llegar al lóbulo de su oreja. Le costaba mucho controlarse, sobre todo teniendo tan cerca de sí la fuente de la deliciosa sangre, y quizás eso era lo que aumentaba profusamente su excitación.
Lo escuchó hablar, lo que le trajo lentamente a la realidad. Los onomásticos eran tan sobrevalorados, al menos sabiendo que tenía una eternidad de ellos… sin embargo pudo percibir la emoción en las palabras dichas por el Sainz, que no pudo evitar regalarle una sonrisa traviesa. —¿Ah sí? —Inquirió, mordiéndose el labio con suavidad. Sus manos proseguían, desabotonando lentamente la camisa del cochero.
—Se me ocurre que puedo darte un obsequio, no sé… —Ambos rostros se encontraban tan cerca, que sus labios casi se tocaban. Decidida a eliminar la distancia entre ambas bocas, lo asió por los cabellos con fiereza, fundiéndose con él en un beso lento, lleno de deseo. Se separó de él con delicadeza, con los dedos de la diestra todavía entrelazados en el cabello masculino. —Pide lo que desees y te será concedido. —Ofreció, mirándolo con intensidad. ¿Qué podía pedirle? ¿Desde cuándo ella hacía esas ofertas? Definitivamente, era una extraña velada.
Antoinette Bellerose- Vampiro Clase Alta
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Re: ¡Feliz cumpleaños! (+18) (Privado)
Luego de la palabra obsequio ella lo besó y mientras él le devolvía aquella pasión –adentrándose en su boca, penetrándola con su lengua, sintiendo su sabor y la suavidad de sus dientes. Intentando, en definitiva, estar a la altura de ella-, Eliah pensó que ese beso era el obsequio que ella le haría. Lejos de parecerle poco, él lo agradecía porque lo había deseado durante todo el día creyendo que no sucedería.
“¡Hacía tanto tiempo que no me buscaba!”, pensó, creyendo al fin que aquella larga espera valdría la pena.
Nunca sabía en qué momento la señora lo mandaría a llamar, a veces podía pasar días enteros sin verla mientras que otras yacían juntos dos o tres noches consecutivas. Ella no seguía orden o patrón alguno, simplemente hacía lo que quería cuando lo quería y él le admiraba esa libertad.
Se separó de él, pero no del todo porque siguió acariciando su cabello, para decirle que podía pedirle cualquier cosa a modo de regalo por su natalicio. ¡Y qué valiente era proponerle algo así a quien siempre había deseado todo, pero nunca había alcanzado nada!
Eliah suspiró y se perdió en el perfume de ella. Cerró sus brazos alrededor del cuerpo de Antoinette para sentirla lo más cercana que le fuese posible, aunque sabía que la cercanía era solo física de parte de su señora, no creía que ella lo quisiese como él la quería.
Podía pedir cualquier cosa, lo primero que pensó fue solicitarle que pasara un día entero de paseo con él en algún sitio de la ciudad, que le regalase un día entero de su vida para pasarlo juntos bajo la luz del sol porque deseaba ver cómo su piel tomaba color, como su cabello se mecía por el viento de la mañana… Pero no era una buena idea, de seguro ella no querría ser vista por nadie paseando con su humilde cochero, sería exponerla a que la gente hablase a sus espaldas. Eliah desestimó el deseo, no podía pedirle eso.
El segundo pensamiento que cruzó su mente fue mucho más íntimo: quería conocerla más allá de aquellos encuentros sexuales. Quería saber su historia, quién era ella, cómo era su familia, de dónde venía, qué cosas anhelaba en realidad… Todo lo que ella pudiera contarle sería bienvenido. Pero tampoco le pediría aquello, pues quería que si alguna vez Antoinette confiaba en él lo hiciese por propia voluntad y no porque él se lo demandaba como obsequio de cumpleaños. De esa manera sería todavía más especial.
-Sé que usted toca muy bien el piano –le dijo-, algunos sirvientes lo han comentado. ¿Tocaría algo para mí? Cualquier cosa, lo que usted desee, pero que sea para mí…
Como temió oír una negativa de sus labios se apuró por volver a besarlos.
“¡Hacía tanto tiempo que no me buscaba!”, pensó, creyendo al fin que aquella larga espera valdría la pena.
Nunca sabía en qué momento la señora lo mandaría a llamar, a veces podía pasar días enteros sin verla mientras que otras yacían juntos dos o tres noches consecutivas. Ella no seguía orden o patrón alguno, simplemente hacía lo que quería cuando lo quería y él le admiraba esa libertad.
Se separó de él, pero no del todo porque siguió acariciando su cabello, para decirle que podía pedirle cualquier cosa a modo de regalo por su natalicio. ¡Y qué valiente era proponerle algo así a quien siempre había deseado todo, pero nunca había alcanzado nada!
Eliah suspiró y se perdió en el perfume de ella. Cerró sus brazos alrededor del cuerpo de Antoinette para sentirla lo más cercana que le fuese posible, aunque sabía que la cercanía era solo física de parte de su señora, no creía que ella lo quisiese como él la quería.
Podía pedir cualquier cosa, lo primero que pensó fue solicitarle que pasara un día entero de paseo con él en algún sitio de la ciudad, que le regalase un día entero de su vida para pasarlo juntos bajo la luz del sol porque deseaba ver cómo su piel tomaba color, como su cabello se mecía por el viento de la mañana… Pero no era una buena idea, de seguro ella no querría ser vista por nadie paseando con su humilde cochero, sería exponerla a que la gente hablase a sus espaldas. Eliah desestimó el deseo, no podía pedirle eso.
El segundo pensamiento que cruzó su mente fue mucho más íntimo: quería conocerla más allá de aquellos encuentros sexuales. Quería saber su historia, quién era ella, cómo era su familia, de dónde venía, qué cosas anhelaba en realidad… Todo lo que ella pudiera contarle sería bienvenido. Pero tampoco le pediría aquello, pues quería que si alguna vez Antoinette confiaba en él lo hiciese por propia voluntad y no porque él se lo demandaba como obsequio de cumpleaños. De esa manera sería todavía más especial.
-Sé que usted toca muy bien el piano –le dijo-, algunos sirvientes lo han comentado. ¿Tocaría algo para mí? Cualquier cosa, lo que usted desee, pero que sea para mí…
Como temió oír una negativa de sus labios se apuró por volver a besarlos.
Eliah Sainz- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 14/03/2017
Re: ¡Feliz cumpleaños! (+18) (Privado)
Aguardó a la respuesta embargada por la curiosidad. Si bien no conocía al muchacho más allá de lo visible, podía percibir su aura, pura, tan blanca que era casi transparente. En esa cabeza no existían pensamientos de malicia, mucho menos de ambición. Eliah Sáinz le atraía de muchas formas, sobre todo porque le recordaba mucho a la Antoinette del pasado, un alma tan pura y tan noble que no pudo conservarse como tal cuando pasó por aquella maldita conversión, pues tanta pureza era incompatible con el vampirismo.
Conocía a Eliah apenas hace unos meses. Un par de ellos en los que pasó observándolo de lejos, permaneciendo un total misterio ante sus ojos. Lo llamaba únicamente para lo necesario, y le veía únicamente cuando deseaba tomar algún paseo largo. Y de ahí, los siguientes meses, lo había disfrutado en su cama, se había encaprichado con el cochero que además se había convertido en una compañía peculiar, deliciosa, interesante. Lo que sentía por él era fácilmente definible: ¿amor? Ni pensarlo. La única vez que se había enamorado, había sido presa de su propia ingenuidad. Ahora, había conocido tanta depravación que creía imposible que un sentimiento como ése le dominara otra vez. Sin embargo, el humano se había ganado su secreta admiración, y un difuso aprecio que se incrementaba a cada encuentro que tenían. De todos sus amantes, él era el único que podía jactarse de haberla disfrutado completamente dulce, o al menos, sin tanta perversión de por medio.
La respuesta que obtuvo no decepcionó, al contrario, le sorprendió a tal grado que cuando él volvió a besarla con urgencia, la heredera tardó unos segundos en fundirse en ese nuevo beso. Se entregó con facilidad a esos labios dulces, mordiéndoselos con suavidad, mientras se pegaba más a él: no había ni un centímetro de sus torsos que no estuviera en contacto ya.
—Para alguien que pudo pedir con facilidad riqueza o poder… — “o inmortalidad” pensó, mientras hacía una pausa, —…una pieza de mi piano parece algo muy sobreevaluado. —Pero halagador, en todo caso. Las níveas manos se habían hecho ya con todos los botones, dejando visible parte del marcado torso masculino. Disfrutando bastante lo que sus ojos veían, Bellerose despojó al hombre de la camisa con lentitud, mordiendo, lamiendo, besando la piel desnuda. Sus caderas por otro lado, danzaban en un delicado vaivén, frotando su femineidad contra la masculinidad del Sainz a través de fina tela que cubría ambos cuerpos, provocándolo, tentándolo.
¿Alguna vez había perdido él la compostura? No lo recordaba. Sin embargo, sabía que no tenía que hacer mucho esfuerzo para que él perdiera la cabeza. —Si lo quieres lo tendrás…—Ronroneó, refiriéndose a lo del piano. Hasta esa noche, no había notado que la servidumbre ponía atención a las piezas que tocaba, o quizás era que olvidaba fácilmente la existencia del entorno cuando se sumía en cuerpo y alma a la música. Sería la primera vez que tocase para alguien que no fuera sí misma.
Conocía a Eliah apenas hace unos meses. Un par de ellos en los que pasó observándolo de lejos, permaneciendo un total misterio ante sus ojos. Lo llamaba únicamente para lo necesario, y le veía únicamente cuando deseaba tomar algún paseo largo. Y de ahí, los siguientes meses, lo había disfrutado en su cama, se había encaprichado con el cochero que además se había convertido en una compañía peculiar, deliciosa, interesante. Lo que sentía por él era fácilmente definible: ¿amor? Ni pensarlo. La única vez que se había enamorado, había sido presa de su propia ingenuidad. Ahora, había conocido tanta depravación que creía imposible que un sentimiento como ése le dominara otra vez. Sin embargo, el humano se había ganado su secreta admiración, y un difuso aprecio que se incrementaba a cada encuentro que tenían. De todos sus amantes, él era el único que podía jactarse de haberla disfrutado completamente dulce, o al menos, sin tanta perversión de por medio.
La respuesta que obtuvo no decepcionó, al contrario, le sorprendió a tal grado que cuando él volvió a besarla con urgencia, la heredera tardó unos segundos en fundirse en ese nuevo beso. Se entregó con facilidad a esos labios dulces, mordiéndoselos con suavidad, mientras se pegaba más a él: no había ni un centímetro de sus torsos que no estuviera en contacto ya.
—Para alguien que pudo pedir con facilidad riqueza o poder… — “o inmortalidad” pensó, mientras hacía una pausa, —…una pieza de mi piano parece algo muy sobreevaluado. —Pero halagador, en todo caso. Las níveas manos se habían hecho ya con todos los botones, dejando visible parte del marcado torso masculino. Disfrutando bastante lo que sus ojos veían, Bellerose despojó al hombre de la camisa con lentitud, mordiendo, lamiendo, besando la piel desnuda. Sus caderas por otro lado, danzaban en un delicado vaivén, frotando su femineidad contra la masculinidad del Sainz a través de fina tela que cubría ambos cuerpos, provocándolo, tentándolo.
¿Alguna vez había perdido él la compostura? No lo recordaba. Sin embargo, sabía que no tenía que hacer mucho esfuerzo para que él perdiera la cabeza. —Si lo quieres lo tendrás…—Ronroneó, refiriéndose a lo del piano. Hasta esa noche, no había notado que la servidumbre ponía atención a las piezas que tocaba, o quizás era que olvidaba fácilmente la existencia del entorno cuando se sumía en cuerpo y alma a la música. Sería la primera vez que tocase para alguien que no fuera sí misma.
Antoinette Bellerose- Vampiro Clase Alta
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Re: ¡Feliz cumpleaños! (+18) (Privado)
No se le había pasado por la cabeza aprovecharse de ella ni de su posición económica. Simplemente no era así. Cuando salió del orfanato lo hizo junto a algunos compañeros más, prontamente ellos comenzaron a ganarse la vida hurtando, sirviendo como matones de gente adinerada que buscaba aleccionar a algún enemigo… Pero Eliah no los había seguido en ese camino. Había pasado hambre, era cierto, conocía bien la sensación de tener el estómago vacío hasta el dolor, las arcadas que se producían vacías pues no había nada en su interior que devolver. Sabía lo que era pasar frío, el primer invierno había sido duro y él había dormido en la calle. Nunca olvidaría la noche en la que dejó de sentir las manos a causa del frío, ni siquiera podía mover sus dedos… Creyó que moriría, pero allí estaba ahora vivo y sintiendo el calor más puro que puede sentirse: el provocado por el amor.
Con el tiempo se había dado cuenta que no había seguido el camino de sus compañeros por una sola razón –que ahora, luego de que ocho años pasasen desde ese invierno cruel, le parecía de lo más absurdo-: Eliah Sainz quería que su madre estuviese orgullosa de él. Si acaso alguna vez lograba encontrarla, si podía hablar con ella y contarle su vida, quería decirle que había sido bueno, que jamás había abusado de la confianza de nadie.
-Nunca me aprovecharía de usted, señora –le prometió y se dio cuenta que ya sobraban todas las palabras. Los besos de esa mujer le quitaban la posibilidad de hablar.
Lo había despojado ya de su camisa y él planeaba hacer lo mismo con su bata de seda fina. Con manos apresuradas la desató y comenzó a bajarla sobre sus hombros, deseando besar su piel como la seda la besaba en esos momentos al caer. Su piel era fría –seguramente a causa del reciente baño que había tomado- y perfecta, él la acariciaba como si esa suavidad fuese la fuente de su energía.
Ella se removía sobre él de forma provocadora, besaba y mordía su pecho sabiendo lo que en él provocaba y el cuerpo de Eliah respondía, porque no podía ni quería hacer nada por evitarlo. Sentía cómo palpitaba completamente duro su falo y la presión de los pantalones se le estaba haciendo insoportablemente dolorosa. Necesitaba liberarlo y liberarse, pero temía que el simple roce provocase su estallido como si volviera a ser un mocoso de quince años que a penas tiene control sobre su propio cuerpo. Volvió a apretarla contra él, como si le perteneciese, como si fuese suya.
-¿Puede sentir cuanto la necesito? –le susurró y elevó la cadera para que, con la presión, Antoinette notara como estaba ya gracias a ella.
Con el tiempo se había dado cuenta que no había seguido el camino de sus compañeros por una sola razón –que ahora, luego de que ocho años pasasen desde ese invierno cruel, le parecía de lo más absurdo-: Eliah Sainz quería que su madre estuviese orgullosa de él. Si acaso alguna vez lograba encontrarla, si podía hablar con ella y contarle su vida, quería decirle que había sido bueno, que jamás había abusado de la confianza de nadie.
-Nunca me aprovecharía de usted, señora –le prometió y se dio cuenta que ya sobraban todas las palabras. Los besos de esa mujer le quitaban la posibilidad de hablar.
Lo había despojado ya de su camisa y él planeaba hacer lo mismo con su bata de seda fina. Con manos apresuradas la desató y comenzó a bajarla sobre sus hombros, deseando besar su piel como la seda la besaba en esos momentos al caer. Su piel era fría –seguramente a causa del reciente baño que había tomado- y perfecta, él la acariciaba como si esa suavidad fuese la fuente de su energía.
Ella se removía sobre él de forma provocadora, besaba y mordía su pecho sabiendo lo que en él provocaba y el cuerpo de Eliah respondía, porque no podía ni quería hacer nada por evitarlo. Sentía cómo palpitaba completamente duro su falo y la presión de los pantalones se le estaba haciendo insoportablemente dolorosa. Necesitaba liberarlo y liberarse, pero temía que el simple roce provocase su estallido como si volviera a ser un mocoso de quince años que a penas tiene control sobre su propio cuerpo. Volvió a apretarla contra él, como si le perteneciese, como si fuese suya.
-¿Puede sentir cuanto la necesito? –le susurró y elevó la cadera para que, con la presión, Antoinette notara como estaba ya gracias a ella.
Eliah Sainz- Humano Clase Baja
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Re: ¡Feliz cumpleaños! (+18) (Privado)
Él le aseguró que nunca se aprovecharía de ella, y eso fue algo que creyó totalmente cierto. Podía detectar la nobleza de su alma, y quizás por esa misma razón la inmortal estaba tan encaprichada con él. —Shhhhhh… —Acalló las palabras de Eliah con más besos, embriagada de lujuria y de deseo. Era estimulante sentir como ambas lenguas se entrelazaban en esos besos y la suavidad de sus labios…
La heredera sintió como la fina bata que la cubría resbalaba de sus hombros, dejándole el torso desnudo y exponiendo su marmolea piel. Su inquietante danza continuaba, y no le pasó desapercibido el resultado. Sintió la dureza acrecentarse debajo de sí, y no pudo hacer otra cosa que relamerse en anticipación, la humedad se hacía cada vez presente.
Cuando los fuertes brazos le apretaron, se estremeció, apegándose más hacia él. Ahora, ya no había tela que separe ambos torsos, podía sentir el fuego de su piel en contraste con el hielo de la suya. Eran pocas las ocasiones en las que se sentía tan viva, y aquella era una de ellas.
Si hubiera tenido un corazón latiente, hubiera estado tan desbocado como el de Eliah, que bombeaba la deliciosa sangre a gran velocidad, tentándola con su irresistible tibieza. Sin embargo, la inmortalidad tenía sus ciertos beneficios. Sus sentidos estaban conectados al máximo, y cada toque, cada roce de ambos cuerpos llenaba de éxtasis a la inmortal, que suspiraba, dejándolo hacer.
Sintiendo que no podía controlarse por mucho más, Antoinette se levantó con delicadeza, sintiendo cómo la bata caía finalmente hasta sus pies. Regalándole una sonrisa a su confundido acompañante, lo asió por ambas manos, invitándole a levantarse, y lo condujo entre risas traviesas hasta su cama adoselada. Se sentía como una niña traviesa, y lo era, solo que mucho peor.
Retomando el juego en la suavidad de su propio lecho, se dispuso a deshacerse de la última prenda de ropa que se atravesaba en su camino. Con dedos diestros, desabrochó el cinturón, y luego, con suavidad, uno a uno los botones del pantalón, liberando finalmente el erecto falo de su compañero.
—Muéstrame cuanto me necesitas… —Ordenó, con aquella hechizante voz.
La heredera sintió como la fina bata que la cubría resbalaba de sus hombros, dejándole el torso desnudo y exponiendo su marmolea piel. Su inquietante danza continuaba, y no le pasó desapercibido el resultado. Sintió la dureza acrecentarse debajo de sí, y no pudo hacer otra cosa que relamerse en anticipación, la humedad se hacía cada vez presente.
Cuando los fuertes brazos le apretaron, se estremeció, apegándose más hacia él. Ahora, ya no había tela que separe ambos torsos, podía sentir el fuego de su piel en contraste con el hielo de la suya. Eran pocas las ocasiones en las que se sentía tan viva, y aquella era una de ellas.
Si hubiera tenido un corazón latiente, hubiera estado tan desbocado como el de Eliah, que bombeaba la deliciosa sangre a gran velocidad, tentándola con su irresistible tibieza. Sin embargo, la inmortalidad tenía sus ciertos beneficios. Sus sentidos estaban conectados al máximo, y cada toque, cada roce de ambos cuerpos llenaba de éxtasis a la inmortal, que suspiraba, dejándolo hacer.
Sintiendo que no podía controlarse por mucho más, Antoinette se levantó con delicadeza, sintiendo cómo la bata caía finalmente hasta sus pies. Regalándole una sonrisa a su confundido acompañante, lo asió por ambas manos, invitándole a levantarse, y lo condujo entre risas traviesas hasta su cama adoselada. Se sentía como una niña traviesa, y lo era, solo que mucho peor.
Retomando el juego en la suavidad de su propio lecho, se dispuso a deshacerse de la última prenda de ropa que se atravesaba en su camino. Con dedos diestros, desabrochó el cinturón, y luego, con suavidad, uno a uno los botones del pantalón, liberando finalmente el erecto falo de su compañero.
—Muéstrame cuanto me necesitas… —Ordenó, con aquella hechizante voz.
Antoinette Bellerose- Vampiro Clase Alta
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Re: ¡Feliz cumpleaños! (+18) (Privado)
Cuando ella sonreía, todo cambiaba para Eliah. Ya no sentía el cansancio de todo un día de trabajo en el cuerpo, ya no tenía preocupaciones… Con una sonrisa de su boca dulce y hermosa todo su entorno tomaba un nuevo color, un nuevo aroma, un mejor sabor. Ah, Madame Bellerose -su señora- era la mujer más maravillosa de París…
“¡La más maravillosa del mundo entero!” , pensó porque, pese a que nunca había salido de la ciudad, podría asegurarlo categóricamente.
La tenía frente a él completamente desnuda, pero solo sus manos se tocaban porque ella lo conducía a la cama, hacia ese sitio sagrado que siempre los cobijaba, los ayudaba y sostenía cuando perdían noción del tiempo y el espacio, cuando no sabían si subían o bajaban, cuando morían y revivían.
Con manos sabias, Antoinette comenzó a aflojar la presión de sus pantalones, lentamente incitándolo con miradas y sonrisas, rozándolo de forma descarada como si quisiera torturarlo usando a su favor el lento correr de los segundos, llevándolo al límite de su control. Eliah sentía el palpitar de su miembro deseoso, ilusionado y preparado.
Era un hombre sano y fuerte, joven principalmente, y por eso le costaba dominar su cuerpo que siempre buscaba imponerse. Pese a que su mente y su corazón entendían que era ella y solo ella quien tenía el control, Eliah sentía deseos de empujarla sobre la cama, subirse a su cuerpo y entrar en ella mientras su nariz se perdía en el perfume de la piel de su cuello, mientras su lengua bajaba hasta encontrar el dulce sabor de sus senos, esos que quería morder y succionar... Y no podía hacerlo, no sería brusco a no ser que ella se lo pidiese.
Se desenredó de sus pantalones que ya tenía en los tobillos y bajó la mirada hasta su virilidad. Su pene, de punta brillante y húmeda, se erguía orgulloso para ella. Creía que con esa imagen su pedido quedaba resuelto, le mostraba sin palabras cuanto la necesitaba.
¿Estaría ella en iguales condiciones? ¿Lo desearía tanto como Eliah lo hacía? La miró -como un esclavo miraría a su reina, con temor, sabiéndose sin derecho- y volvió a besarla. Mientras su lengua se mentía en el interior de la de ella, mientras exploraba la suavidad de sus dientes y el delicado filo de sus colmillos, las manos del cochero descendían sobre la piel de Antoinette para comprobar cuánto lo deseaba, para asegurarse que estaba lista. Sus dedos hallaron rápidamente la delicada hendidura, estaba húmeda y al comprobarlo Eliah supo que ese sería el mejor cumpleaños que había pasado en su vida.
-¿Qué me hace, señora? –le preguntó mientras introducía uno de sus dedos en el cuerpo de ella y comenzaba a moverlo-. ¿Acaso me ha hechizado? ¿Por qué la deseo tanto? No tiene aspecto de bruja, pero de seguro estoy embrujado… atado a usted.
“¡La más maravillosa del mundo entero!” , pensó porque, pese a que nunca había salido de la ciudad, podría asegurarlo categóricamente.
La tenía frente a él completamente desnuda, pero solo sus manos se tocaban porque ella lo conducía a la cama, hacia ese sitio sagrado que siempre los cobijaba, los ayudaba y sostenía cuando perdían noción del tiempo y el espacio, cuando no sabían si subían o bajaban, cuando morían y revivían.
Con manos sabias, Antoinette comenzó a aflojar la presión de sus pantalones, lentamente incitándolo con miradas y sonrisas, rozándolo de forma descarada como si quisiera torturarlo usando a su favor el lento correr de los segundos, llevándolo al límite de su control. Eliah sentía el palpitar de su miembro deseoso, ilusionado y preparado.
Era un hombre sano y fuerte, joven principalmente, y por eso le costaba dominar su cuerpo que siempre buscaba imponerse. Pese a que su mente y su corazón entendían que era ella y solo ella quien tenía el control, Eliah sentía deseos de empujarla sobre la cama, subirse a su cuerpo y entrar en ella mientras su nariz se perdía en el perfume de la piel de su cuello, mientras su lengua bajaba hasta encontrar el dulce sabor de sus senos, esos que quería morder y succionar... Y no podía hacerlo, no sería brusco a no ser que ella se lo pidiese.
Se desenredó de sus pantalones que ya tenía en los tobillos y bajó la mirada hasta su virilidad. Su pene, de punta brillante y húmeda, se erguía orgulloso para ella. Creía que con esa imagen su pedido quedaba resuelto, le mostraba sin palabras cuanto la necesitaba.
¿Estaría ella en iguales condiciones? ¿Lo desearía tanto como Eliah lo hacía? La miró -como un esclavo miraría a su reina, con temor, sabiéndose sin derecho- y volvió a besarla. Mientras su lengua se mentía en el interior de la de ella, mientras exploraba la suavidad de sus dientes y el delicado filo de sus colmillos, las manos del cochero descendían sobre la piel de Antoinette para comprobar cuánto lo deseaba, para asegurarse que estaba lista. Sus dedos hallaron rápidamente la delicada hendidura, estaba húmeda y al comprobarlo Eliah supo que ese sería el mejor cumpleaños que había pasado en su vida.
-¿Qué me hace, señora? –le preguntó mientras introducía uno de sus dedos en el cuerpo de ella y comenzaba a moverlo-. ¿Acaso me ha hechizado? ¿Por qué la deseo tanto? No tiene aspecto de bruja, pero de seguro estoy embrujado… atado a usted.
Eliah Sainz- Humano Clase Baja
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