AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Rondando esquinas - Rumanella Tocci
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Rondando esquinas - Rumanella Tocci
Tomar un baño era todo lo que aquel sujeto quería y más deseaba poder sacarse todo ese aroma de sudor y sangre de tanto romper rostros y bajar dientes, hasta cierto punto se estaba cansando de ello pero al final cuando mira sus puños con las marcas de los dientes tirados reía y ansiaba que otro mal nacido se propasara en el burdel donde trabajaba. Cuando estaba ahí solo con alzar la mirada hombres y mujeres dejaban alborotar el panal de miel de ese antro sucio porque aquel bruto ser no le importaba si tenía que golpear a mujeres, hombres o desviados y desviadas para él todos eran igual y todos debían pagar por igual no hacía distinciones porque no le importaba esas bobadas.
Ahora en su mugre y sucio hogar buscó la poca monta de agua limpia que recibía pero a lo lejos entre los nauseabundos pantanos alcanzó a escuchar ruidos pero los dejó pasar porque no eran des u importancia, cuando salió de su baño con el cuerpo ahora mojado y los cabellos dejando caer por donde pasaba las gotas de agua limpia que al tocar el suelo se volvían al polvo, colocó sus pantalones nuevos y sin camisa salió con una espada en mano.
Sus pies se movían como si estuviera en una batalla pero solo era para recordar a su madre, asestó dos golpes a uno de los robles hasta que lanzó con una fuera que dejó a su arma clavada veinte centímetros dentro del árbol ¡coño que he hecho! Pensó que había dañado el único recuerdo de su madre y fue corriendo a sacarlo de aquel árbol que gracias a la madre Gaia no le había pasado nada lo que le hizo suspirar y es ahí cuando escuchó un grito de alguien, maldiciendo su suerte, llamando su atención porque en aquella parte del bosque era casi imposible que alguna alma decente se acercara, a menos que fuera un maldito como aquel hombre.
Ahora en su mugre y sucio hogar buscó la poca monta de agua limpia que recibía pero a lo lejos entre los nauseabundos pantanos alcanzó a escuchar ruidos pero los dejó pasar porque no eran des u importancia, cuando salió de su baño con el cuerpo ahora mojado y los cabellos dejando caer por donde pasaba las gotas de agua limpia que al tocar el suelo se volvían al polvo, colocó sus pantalones nuevos y sin camisa salió con una espada en mano.
Sus pies se movían como si estuviera en una batalla pero solo era para recordar a su madre, asestó dos golpes a uno de los robles hasta que lanzó con una fuera que dejó a su arma clavada veinte centímetros dentro del árbol ¡coño que he hecho! Pensó que había dañado el único recuerdo de su madre y fue corriendo a sacarlo de aquel árbol que gracias a la madre Gaia no le había pasado nada lo que le hizo suspirar y es ahí cuando escuchó un grito de alguien, maldiciendo su suerte, llamando su atención porque en aquella parte del bosque era casi imposible que alguna alma decente se acercara, a menos que fuera un maldito como aquel hombre.
Última edición por Varg Steit el Jue Mayo 18, 2017 9:55 pm, editado 1 vez
Varg Steit- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 25/04/2014
Re: Rondando esquinas - Rumanella Tocci
¿Por qué había decidido usar vestido? Rumanella se odiaba a sí misma por esa decisión. Sucedía que aquella tarde, cuando su maestro le había dicho cual sería el entrenamiento práctico, a ella no se le había ocurrido ni por asomo que acabaría dando vueltas por el pantano a la caza de un neófito vampiro.
Su mentor era un hombre disciplinado, un experimentado cazador con una creatividad inimaginable cuando se trataba de poner en dificultades reales a su alumna. Era la primera vez que él ponía a Rumanella tras la pista de un vampiro fácil de cazar –según las propias palabras de él- y ella no sabía bien cómo sentirse. Por un lado la embargaba el orgullo, si su maestro le entregaba una misión como aquella era porque la creía capaz de salir airosa y porque estaba aprendiendo más rápido de lo que ambos creían. A la vez no podía evitar temer, pues no sabía si realmente se hallaba capacitada. Solo había matado a un ser sobrenatural en su vida –vampiro, claro, pues los cambiantes y los licántropos no eran su objetivo y a ellos no les daba caza- y había estado acompañada de un inquisidor en aquella lucha. ¿Qué haría ahora que estaba sola?
A caballo –y con el arco y las flechas de madera a su espalda-, se había dirigido hacia las afueras de la ciudad y no había tardado en ver al inmortal que su maestro le había referido. Parecía un adolescente, nadie le daría más de veinte años, su andar despreocupado, por momentos violento, mostraba que de seguro no tenía más que unos meses de convertido.
Lo siguió a la distancia, sin saber bien en qué momento sorprenderlo, y los pasos de él los guiaron a ambos hasta el pantano.
Bien adentrados ya en ese sitio, Rumanella lamentó su vestimenta poco adecuada mientras se acercaba a él que parecía hablar solo mientras apoyaba su frente en el tronco de un gran árbol. Ruma, sigilosa, se acercó a una distancia prudente mientras tomaba con mano firme su arco y una de las flechas. Sabía que era buena, estaba segura de sus habilidades en cuanto a la puntería, pero no podía evitar que los nervios se alojaran en su vientre pues el peligro era real, después de todo era de noche y la luna no era lo suficientemente grande como para brindarle toda la luz que necesitaba. Eso no era un entrenamiento junto a su maestro; estaba sola en aquel lugar y si fallaba el neófito podría atacarla. Era buena en combate cuerpo a cuerpo, pero no tenía tanta fuerza como un inmortal.
Inspiró, tensando su arma y apuntando directamente a la parte de la espalda tras la que se escondía el corazón del eterno.
“Madre, padre, esto es por ustedes”, pensó y lanzó la flecha.
Falló. No supo si ella había errado su cálculo o si él se había movido, lo cierto era que la flecha se había clavado en el hombro del neófito haciendo que él gritase y se apurase a arrancársela. Cuando él se volvió, los ojos de ambos se encontraron y esa mirada -cargada de odio por ambas partes- salvó los ocho metros que los separaban. Rumanella se apuró a volver a cargar su arco y disparó, fallando porque el vampiro se movía, corriendo hacia ella.
De nada le serviría intentar huir pues la velocidad de él era incomparable, así que se preparó para pelear, sacándose el gran cuchillo del cinturón.
Cuando él la embistió, Ruma gritó a todo pulmón, no era por el dolor sino por la euforia y el miedo que sentía. Giraron sobre el suelo de ese bosque empantanado. Él le asestó un golpe en el rostro y su labio se rajó. Ruma permanecía con el cuchillo entre los dedos de su mano derecha y le clavó la punta -sin ver bien dónde lo hacía-, una y otra vez, una y otra vez.
Él parecía reír y ella se estaba desesperando pues el cuchillo parecía no cumplir su cometido, a penas lo hería y no le quitaba sus fuerzas. Quedó debajo del vampiro y el lamió la sangre que brotaba de su labio inferior antes de decirle:
-Te beberé toda.
Ella no pudo responderle pues él cerró sus fríos dedos sobre su garganta quitándole el aire mientras se inclinaba sobre el costado de su cuello.
“Voy a morir”, pensó Rumanella. Pero lo improbable ocurrió, alguien más apareció en la escena, liberándola del peso que el inmortal le aplicaba a su cuerpo.
Su mentor era un hombre disciplinado, un experimentado cazador con una creatividad inimaginable cuando se trataba de poner en dificultades reales a su alumna. Era la primera vez que él ponía a Rumanella tras la pista de un vampiro fácil de cazar –según las propias palabras de él- y ella no sabía bien cómo sentirse. Por un lado la embargaba el orgullo, si su maestro le entregaba una misión como aquella era porque la creía capaz de salir airosa y porque estaba aprendiendo más rápido de lo que ambos creían. A la vez no podía evitar temer, pues no sabía si realmente se hallaba capacitada. Solo había matado a un ser sobrenatural en su vida –vampiro, claro, pues los cambiantes y los licántropos no eran su objetivo y a ellos no les daba caza- y había estado acompañada de un inquisidor en aquella lucha. ¿Qué haría ahora que estaba sola?
A caballo –y con el arco y las flechas de madera a su espalda-, se había dirigido hacia las afueras de la ciudad y no había tardado en ver al inmortal que su maestro le había referido. Parecía un adolescente, nadie le daría más de veinte años, su andar despreocupado, por momentos violento, mostraba que de seguro no tenía más que unos meses de convertido.
Lo siguió a la distancia, sin saber bien en qué momento sorprenderlo, y los pasos de él los guiaron a ambos hasta el pantano.
Bien adentrados ya en ese sitio, Rumanella lamentó su vestimenta poco adecuada mientras se acercaba a él que parecía hablar solo mientras apoyaba su frente en el tronco de un gran árbol. Ruma, sigilosa, se acercó a una distancia prudente mientras tomaba con mano firme su arco y una de las flechas. Sabía que era buena, estaba segura de sus habilidades en cuanto a la puntería, pero no podía evitar que los nervios se alojaran en su vientre pues el peligro era real, después de todo era de noche y la luna no era lo suficientemente grande como para brindarle toda la luz que necesitaba. Eso no era un entrenamiento junto a su maestro; estaba sola en aquel lugar y si fallaba el neófito podría atacarla. Era buena en combate cuerpo a cuerpo, pero no tenía tanta fuerza como un inmortal.
Inspiró, tensando su arma y apuntando directamente a la parte de la espalda tras la que se escondía el corazón del eterno.
“Madre, padre, esto es por ustedes”, pensó y lanzó la flecha.
Falló. No supo si ella había errado su cálculo o si él se había movido, lo cierto era que la flecha se había clavado en el hombro del neófito haciendo que él gritase y se apurase a arrancársela. Cuando él se volvió, los ojos de ambos se encontraron y esa mirada -cargada de odio por ambas partes- salvó los ocho metros que los separaban. Rumanella se apuró a volver a cargar su arco y disparó, fallando porque el vampiro se movía, corriendo hacia ella.
De nada le serviría intentar huir pues la velocidad de él era incomparable, así que se preparó para pelear, sacándose el gran cuchillo del cinturón.
Cuando él la embistió, Ruma gritó a todo pulmón, no era por el dolor sino por la euforia y el miedo que sentía. Giraron sobre el suelo de ese bosque empantanado. Él le asestó un golpe en el rostro y su labio se rajó. Ruma permanecía con el cuchillo entre los dedos de su mano derecha y le clavó la punta -sin ver bien dónde lo hacía-, una y otra vez, una y otra vez.
Él parecía reír y ella se estaba desesperando pues el cuchillo parecía no cumplir su cometido, a penas lo hería y no le quitaba sus fuerzas. Quedó debajo del vampiro y el lamió la sangre que brotaba de su labio inferior antes de decirle:
-Te beberé toda.
Ella no pudo responderle pues él cerró sus fríos dedos sobre su garganta quitándole el aire mientras se inclinaba sobre el costado de su cuello.
“Voy a morir”, pensó Rumanella. Pero lo improbable ocurrió, alguien más apareció en la escena, liberándola del peso que el inmortal le aplicaba a su cuerpo.
Rumanella Tocci- Cazador Clase Media
- Mensajes : 33
Fecha de inscripción : 22/01/2017
Re: Rondando esquinas - Rumanella Tocci
Al ir a pasos que parecían más zancadas de gigante, de un ogro, se topó con algo no le tomo importancia al principio pero cuando oyó una voz y sonidos extraños que provenían del bosque volteo para ver un par de troncos o quizás árboles, no, no era ello, eran dos personas un vampiro y una ¿mujer? movió su mano balanceando su espada en ella apuntando hacia ese par de dementes. El aroma de la mujer traía mucha muerte encima además de tener esa pestilencia de cazadores con lo que gruñe casi deseando dejarla en manos de aquel parásito. El lobo percibe que la mujer está entrando en una posible inconsciencia y actúa con imprudencia.
Guardó su espada dando zancadas más grandes hasta tomar por los hombres al hombre arrojándolo lejos, el vampiro mostró los colmillos al lobo y este saco la espada clavándola en el vientre del tipo llevándolo contra un árbol dejándolo un poco imposibilitado para moverse más que las manos, no era una espada de plata así que solo les daría tiempo. Se acercó a la mujer pero en vez de tenderle la mano con la punta del pie pateó sus piernas varias veces para que se levantará –oye estas bien mujer– el vampiro sacó la espada del hombre lanzándola de regreso a su dueño hiriéndolo en el hombro por cubrir con su enorme cuerpo a la débil humana. Sus ojos se tornaron ámbar de la furia arremetiendo cuerpo a cuerpo con aquel vampiro que no dudo en usar sus habilidades para tener la batalla ganada, pero la mano del lobo es más grande como para tronarle la cabeza.
Volteó la cabeza de aquel vampiro. Cansado respirando agitadamente y con heridas en su cuerpo trató de descansar pero mantenía un ojo en la mujer que le enfurecía –¿por qué mierdas se meten aquí malditos cazadores? Acaso querías morir si estás sola que no te han enseñado a cazar en grupo ¿qué demonios pasa por tu cabeza niña? Responde– su hombro está lastimado, el vampiro se la ha jalado al morderle así como romperle algunas costillas. Quizás mañana ya esté mejor pero la fiebre que le dará por el veneno de ese maldito chupasangre es lo que más le molesta –Esto me pasa por meterme donde no me llaman– Refunfuñando estaba por haber brindado ayuda
Guardó su espada dando zancadas más grandes hasta tomar por los hombres al hombre arrojándolo lejos, el vampiro mostró los colmillos al lobo y este saco la espada clavándola en el vientre del tipo llevándolo contra un árbol dejándolo un poco imposibilitado para moverse más que las manos, no era una espada de plata así que solo les daría tiempo. Se acercó a la mujer pero en vez de tenderle la mano con la punta del pie pateó sus piernas varias veces para que se levantará –oye estas bien mujer– el vampiro sacó la espada del hombre lanzándola de regreso a su dueño hiriéndolo en el hombro por cubrir con su enorme cuerpo a la débil humana. Sus ojos se tornaron ámbar de la furia arremetiendo cuerpo a cuerpo con aquel vampiro que no dudo en usar sus habilidades para tener la batalla ganada, pero la mano del lobo es más grande como para tronarle la cabeza.
Volteó la cabeza de aquel vampiro. Cansado respirando agitadamente y con heridas en su cuerpo trató de descansar pero mantenía un ojo en la mujer que le enfurecía –¿por qué mierdas se meten aquí malditos cazadores? Acaso querías morir si estás sola que no te han enseñado a cazar en grupo ¿qué demonios pasa por tu cabeza niña? Responde– su hombro está lastimado, el vampiro se la ha jalado al morderle así como romperle algunas costillas. Quizás mañana ya esté mejor pero la fiebre que le dará por el veneno de ese maldito chupasangre es lo que más le molesta –Esto me pasa por meterme donde no me llaman– Refunfuñando estaba por haber brindado ayuda
Varg Steit- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 25/04/2014
Re: Rondando esquinas - Rumanella Tocci
Claro que era una cazadora novata, lo sabía y no se avergonzaba de eso. Aún así supo de inmediato que estaba frente a otro sobrenatural y que éste la estaba ayudando. Esa fuerza, ese porte, esa seguridad… No podía tratarse de un simple mortal, de un humano como ella, tenía que ser alguien dotado de una fuerza sobre humana.
“Un cambiante o un licántropo”, se dijo mientras intentaba volver a respirar con normalidad. Le costaba, el aire a penas le pasaba.
Miró al hombre que la estaba ayudando mientras intentaba incorporarse y pensó que lo mismo le daba, ella no tenía nada en contra de los cambiantes o los licántropos. Su lucha era contra los vampiros y sólo por ellos –por acabarlos- había comenzado su entrenamiento como cazadora. Veía ahora todo lo que le restaba por aprender… ¡había cometido una estupidez enorme al seguir a ese maldito hasta allí!
Le admiró la fuerza, la facilidad resolutiva, con la que acabó con ese vampiro. Sabía que por mucho que se ejercitase, por mucho que se entrenase con las armas, nunca llegaría a poder actuar así y eso podía ser su ruina también, ahí podría estar su final porque muy cerca había estado hacía solo unos minutos.
-Gracias –le dijo y se levantó sin su ayuda, apurándose en tomar su arma y en alisar su vestido. Lo tendría que dar por perdido, estaba demasiado sucio ya.
No le dijo nada acerca del mal humor que le notaba –porque le pareció que hasta era innecesariamente agresivo para con ella- porque juzgó que tenía razón; ella se había metido donde no la habían llamado y, además, ahora estaba debiéndole un favor a ese desconocido con mal genio y cara de pocos amigos.
-Soy algo nueva en esto de las cacerías –le dijo-, pero he visto a ese maldito chupasangre y no pude evitar querer acabar con él, aunque todo hubiera salido al revés si no llegabas en mi ayuda. Gracias –le repitió su gratitud.
Notó que él estaba algo herido y si bien sabía que los sobrenaturales poseían la capacidad de sanar de forma más rápida, Rumanella no pudo evitar querer ayudarle, retribuirle de alguna forma la ayuda que le había dado.
-Estás sangrando –dijo y apoyó su mano sobre el hombro de él antes de ofrecer-: ¿Puedo ayudarte con eso?
“Un cambiante o un licántropo”, se dijo mientras intentaba volver a respirar con normalidad. Le costaba, el aire a penas le pasaba.
Miró al hombre que la estaba ayudando mientras intentaba incorporarse y pensó que lo mismo le daba, ella no tenía nada en contra de los cambiantes o los licántropos. Su lucha era contra los vampiros y sólo por ellos –por acabarlos- había comenzado su entrenamiento como cazadora. Veía ahora todo lo que le restaba por aprender… ¡había cometido una estupidez enorme al seguir a ese maldito hasta allí!
Le admiró la fuerza, la facilidad resolutiva, con la que acabó con ese vampiro. Sabía que por mucho que se ejercitase, por mucho que se entrenase con las armas, nunca llegaría a poder actuar así y eso podía ser su ruina también, ahí podría estar su final porque muy cerca había estado hacía solo unos minutos.
-Gracias –le dijo y se levantó sin su ayuda, apurándose en tomar su arma y en alisar su vestido. Lo tendría que dar por perdido, estaba demasiado sucio ya.
No le dijo nada acerca del mal humor que le notaba –porque le pareció que hasta era innecesariamente agresivo para con ella- porque juzgó que tenía razón; ella se había metido donde no la habían llamado y, además, ahora estaba debiéndole un favor a ese desconocido con mal genio y cara de pocos amigos.
-Soy algo nueva en esto de las cacerías –le dijo-, pero he visto a ese maldito chupasangre y no pude evitar querer acabar con él, aunque todo hubiera salido al revés si no llegabas en mi ayuda. Gracias –le repitió su gratitud.
Notó que él estaba algo herido y si bien sabía que los sobrenaturales poseían la capacidad de sanar de forma más rápida, Rumanella no pudo evitar querer ayudarle, retribuirle de alguna forma la ayuda que le había dado.
-Estás sangrando –dijo y apoyó su mano sobre el hombro de él antes de ofrecer-: ¿Puedo ayudarte con eso?
Rumanella Tocci- Cazador Clase Media
- Mensajes : 33
Fecha de inscripción : 22/01/2017
Re: Rondando esquinas - Rumanella Tocci
Había oído bien, el hombre no daba crédito a lo que estaba escuchando en ese momento, una mujer le estaba dando las gracias, una mujer estaba aceptando que él tenía razón, por primera vez una mujer no le estaba gritando ni encima de él golpeando o insultando como suelen hacerlo. Se acercó a ella mirándole casi sin comprender de qué tipo de especie pertenecía aquella hembra pero al verla bien y olerla era solo una humana más, una simple y común humana que se metía en líos con chupasangres de manera imprudente.
La miró serio, molesto y escupió al suelo en ese momento y sin esperarlo le dio un golpe en la cabeza a la mujer, uno de esos como manotazos que se daban entre los de su manada, como un castigo por su idiotez –eres como todos esos pendejos de tu raza que solo dicen “es mi naturaleza veo algo y tengo que asesinarlo” pues déjame decirte algo niñata esa cosa casi te mata a ti hay mejores formas de entrar en una guerra con una estrategia de entrar y acabar o con una idiotez de entrar de cabeza y ser acabado y tu usaste la segunda opción y agradece a Odin que no te llevó aquel maldito chupasangre o de lo contrario estarías colgado o dentro de su maldito y asqueroso harem– comenzó a andar adolorido en sus huesos pero se tronó alguno de ellos poniéndolos en su sitio –espero que no se ocurra hacerlo una segunda vez porque a la próxima no te ayudaré y dejaré que te devoren esos malditos seres, si entendiste– regresó la mirada y vió su herida a la que la humana le hizo referencia
No le tomó importancia la verdad, tenía más marcas de heridas que no sanaron que aquella que con algo de descanso y buen sexo se arreglaría –esta pequeña cosa– preguntó soltando una sonora carcajada –vamos mujer para un hombre como yo esto no es más que un rasguño, con una lamida y algo de buen sexo, comida y bebida terminará desapareciendo para mañana, los soldados no se quejan de sus heridas o serán su debilidad ¿pero qué coños están enseñando a soldados? Son todos unos debiluchos maricones que se quejan por todo o que, bah no hubieran sobrevivido tu pueblo a un enfrentamiento contra mi pueblo– fue por el camino que conducía a su casa invitando a la mujer al menos le había hecho gracia aquella pequeña humana. La invitó con la cabeza a que le siga , en su casa tenía algo de ron con lo que podía limpiar sus heridas y un poco de comida aunque no consumible para humanos sin maldiciones, aunque si podría darle algo de agua.
La miró serio, molesto y escupió al suelo en ese momento y sin esperarlo le dio un golpe en la cabeza a la mujer, uno de esos como manotazos que se daban entre los de su manada, como un castigo por su idiotez –eres como todos esos pendejos de tu raza que solo dicen “es mi naturaleza veo algo y tengo que asesinarlo” pues déjame decirte algo niñata esa cosa casi te mata a ti hay mejores formas de entrar en una guerra con una estrategia de entrar y acabar o con una idiotez de entrar de cabeza y ser acabado y tu usaste la segunda opción y agradece a Odin que no te llevó aquel maldito chupasangre o de lo contrario estarías colgado o dentro de su maldito y asqueroso harem– comenzó a andar adolorido en sus huesos pero se tronó alguno de ellos poniéndolos en su sitio –espero que no se ocurra hacerlo una segunda vez porque a la próxima no te ayudaré y dejaré que te devoren esos malditos seres, si entendiste– regresó la mirada y vió su herida a la que la humana le hizo referencia
No le tomó importancia la verdad, tenía más marcas de heridas que no sanaron que aquella que con algo de descanso y buen sexo se arreglaría –esta pequeña cosa– preguntó soltando una sonora carcajada –vamos mujer para un hombre como yo esto no es más que un rasguño, con una lamida y algo de buen sexo, comida y bebida terminará desapareciendo para mañana, los soldados no se quejan de sus heridas o serán su debilidad ¿pero qué coños están enseñando a soldados? Son todos unos debiluchos maricones que se quejan por todo o que, bah no hubieran sobrevivido tu pueblo a un enfrentamiento contra mi pueblo– fue por el camino que conducía a su casa invitando a la mujer al menos le había hecho gracia aquella pequeña humana. La invitó con la cabeza a que le siga , en su casa tenía algo de ron con lo que podía limpiar sus heridas y un poco de comida aunque no consumible para humanos sin maldiciones, aunque si podría darle algo de agua.
Varg Steit- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 25/04/2014
Re: Rondando esquinas - Rumanella Tocci
Se hallaba frente a un hombre vulgar, violento y gruñón, eso estaba a la vista. Aún así, Rumanella sentía que tenía mucho que aprender de él, después de todo para eso había dejado su Italia natal, embarcándose en una aventura cargada de adrenalina y sorpresas: para aprender todo lo que pudiese sobre asesinar vampiros. No entendía bien algunas cosas a las que él se refería, hablaba como si no fuese igual que ella… Rumanella decidió creer que se trataba de la barrera idiomática, que no entendía porque aún no dominaba del todo el francés.
Eligió seguirlo, pese a saber que no era la mejor decisión que podía tomar, principalmente porque él había acabado herido por su culpa, por ayudarla a ella, y en eso él tenía toda la razón, aunque sus modos violentos dejasen mucho que desear.
-¿Cómo es que no te estás retorciendo del dolor? –le preguntó, curiosa, mientras caminaba junto a él, y en verdad no lo entendía; lo veía y no podía creérselo-. Yo estaría muerta del dolor luego de algo así…
Debía contenerse, se dijo que había cosas que no eran de su incumbencia, pero Rumanella era curiosa por naturaleza y no podía eludir la tentación de preguntar, necesitaba saber.
-¿Cómo supiste que estaba en peligro? ¿Dónde aprendiste a pelear así? ¿Quién ha sido tu maestro entrenador? –Estaba fascinada por lo que le había visto hacer, por como había manejado la situación, y eso hacía que le disculpase en parte sus malos modos y su forma de hablarle.
Aún así, Rumanella no se confiaba –porque no lo hacía con nadie, a decir verdad- y podía sentir el peso de su cuchillo colgando de su cinturón, su daga encajada en su bota, lista para lastimar a quien quisiese atacarla.
No esperaba que allí naciese una amistad, Rumanella Tocci no era así, ella nunca esperaba nada de la vida, simplemente se entregaba para que las cosas sucediesen, pero lo que en verdad le preocupaba era saber cómo hallaría el camino de regreso a la casa de su maestro. Estaba perdida, otra vez.
Eligió seguirlo, pese a saber que no era la mejor decisión que podía tomar, principalmente porque él había acabado herido por su culpa, por ayudarla a ella, y en eso él tenía toda la razón, aunque sus modos violentos dejasen mucho que desear.
-¿Cómo es que no te estás retorciendo del dolor? –le preguntó, curiosa, mientras caminaba junto a él, y en verdad no lo entendía; lo veía y no podía creérselo-. Yo estaría muerta del dolor luego de algo así…
Debía contenerse, se dijo que había cosas que no eran de su incumbencia, pero Rumanella era curiosa por naturaleza y no podía eludir la tentación de preguntar, necesitaba saber.
-¿Cómo supiste que estaba en peligro? ¿Dónde aprendiste a pelear así? ¿Quién ha sido tu maestro entrenador? –Estaba fascinada por lo que le había visto hacer, por como había manejado la situación, y eso hacía que le disculpase en parte sus malos modos y su forma de hablarle.
Aún así, Rumanella no se confiaba –porque no lo hacía con nadie, a decir verdad- y podía sentir el peso de su cuchillo colgando de su cinturón, su daga encajada en su bota, lista para lastimar a quien quisiese atacarla.
No esperaba que allí naciese una amistad, Rumanella Tocci no era así, ella nunca esperaba nada de la vida, simplemente se entregaba para que las cosas sucediesen, pero lo que en verdad le preocupaba era saber cómo hallaría el camino de regreso a la casa de su maestro. Estaba perdida, otra vez.
Rumanella Tocci- Cazador Clase Media
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