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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Bénédicte Rivérieulx Dom Mar 19, 2017 6:17 pm

Había dejado de llover cuando el carruaje llegó a destino. Se acababan los últimos minutos de la tarde. Afuera estaba casi oscuro, y a través de una de las ventanas penetraba el resplandor vago, fantasmal, del agónico crepúsculo. El vampiro se sonrió cuando finalmente falleció. Bajó de su transporte y contempló el cementerio recientemente adquirido. Su mirada escrutiñadora pareció ascender por el aire nocturno, extenderse como un espectro y perderse poco a poco, devorada por la oscuridad. Su rostro, no obstante, bañado en luz blanquecina, poseía un aire siniestro, de cadáver o espíritu errante.

Sus pasos fueron guiados por trabajadores hasta uno de los mausoleos. Ya había problemas, para variar. ¿Otro saqueador de tumbas? ¿Un ladrón de cadáveres, quizás? Los estudiantes de medicina necesitaban aprender anatomía de alguna forma. Los empleados lo instaron a que lo viera con sus propios ojos.

Cuando llegó, sólo vio a un muchacho encerrado dentro del mausoleo.

¿Un niño? Hacen su ronda cada noche burlando fantasmas, sapos y culebras, ¿y me dicen un púber los tiene temblando de miedo? — sonrió burlesco, hacia el mancebo — Un poco delgado para mantenerlo prisionero aquí dentro, ¿no creen?

Los mortales se miraron entre ellos.

Esa es la cuestión, señor. Ninguno de nosotros lo puso ahí. Tampoco quiere hablar. Creímos que lo mejor era esperar a que usted llegara y nos diera la orden de qué hacer con él.

El sentido juguetón del vampiro fue inyectado de energía con esas pequeñas pistas que los trabajadores le dieron. Ellos no tenían por qué comprender qué estaba pasando, pero Bénédicte, además de entender a cabalidad qué clase de malandrín había caído entre sus redes, lo disfrutaba. Sólo un niño frente a su nueva y reluciente locomotora podía apreciar cuánto se estaba divirtiendo el ateniense de los ojos tensos.

Ah, feérico travieso. Mamá estará muy disgustada, pequeño amigo. — recitó el vampiro contra los barrotes, hablando por lo bajo — ¿Qué parte deberíamos enviarle para que sepa que estás bien? ¿Un retazo de esa piel lozana? ¿Un mordisco de tu ombligo?


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Mensaje por Melchior Jue Mar 23, 2017 8:00 pm



Juguemos en las tumbas, mientras los muertos no están
pon queso y congregarás a los ratones, pon oro e invocarás mil demonios

¡Ah, la desdicha! Ni siquiera los insectos podían escurrirse entre las grietas del mausoleo, era mucho más que una tumba, fungía como prisión. ¿Se hallarían, allí con él, los espíritus de los difuntos? ¡Bah! Lo dudaba fervientemente, aquella edificación era la más espantosa de todo el cementerio, por ello, quizá, carecía de vecinas; nadie querría que sus muertos reposaran en las proximidades de tan ruinoso monumento; las rocas en el exterior eran un tributo a los pantanos, bañadas en lodo y revestidas del lastimoso moho, hacia el cielo se extendía un par de cúpulas gemelas, ya desmoronada su cúspide en cruz en consecuencia de los temporales, de los años, del olvido. No le hubiese sorprendido al muchachito que aquella tumba hubiera residido en territorio sacrosanto más tiempo que todas las demás; nadie jamás la visitaba, los mortales no le ofrecían flores a los cadáveres en su seno ni limpiaban el óxido de sus longevos barrotes. Pero era por ello que Melchior le había seleccionado, allí donde los ladrones no se aventuraban ya que los huesos eran el único botín a disposición.
En el centro de un tórax vacío, sitio que alguna vez hubiera alojado un corazón, el cambiante depositaba sus objetos de valor. La madera podrida del ataúd había resultado sencilla de roer y la luz se filtraba por los hoyos que devotamente habían abierto los insectos durante su corrosiva labor. La osamenta de un noble cuyo nombre el tiempo había borrado de la historia era, ahora, morada perpetua de los tesoros obtenidos por el lirón.

Melchior disponía de modesta cantidad de guaridas a lo largo y ancho de la ciudad; allí donde alcanzaban sus diminutas plantas se encontraría un botín. Debido al reducido tamaño de su contextura animal y lo tedioso que resultaba trasladar los objetos de un punto a otro –especialmente en inverno–, se había encargado de establecer puntos medios de descanso en variadas regiones del territorio, de modo en que pudiera conservar numerosos bienes con mayor facilidad y sin riesgo de extravíos.  
El ruinoso mausoleo era uno de sus refugios predilectos, en las inmediaciones del cementerio se erigían las residencias más añejas y ostentosas del sector, residencia de opulentas familias poseedoras de los artilugios más brillantes y curiosos. El niño no demostraba real interés en el valor monetario de sus trofeos, para él era mayor objeto de codicia un pañuelo bordado que un reluciente céntimo, su accionar era factor del instinto del momento y solo poseyendo el impulsor de su capricho era que encontraba conformidad.

Su última gran adquisición había resultado ser un pendiente de plata adornado con una piedra de sinigual belleza, nunca antes había contemplado una forma tan similar al cristal y que reflejara con tal gracia la luz de su entorno; había sido cuestión de inmiscuirse en los aposentos de su propietaria original y escoger aquel del par que más destellara. Huir resultaba tan sencillo como ingresar y la concreción de la gran hazaña se redujo a transitar el laberinto de lápidas en una carrera contra el sol.
Mas nada de todo lo relatado justifica el motivo por el que Melchior se hallara atrapado dentro de su propio escondite y aquí es donde reside la fuente de su desdicha –o bien, descuido–. Para ingresar al mausoleo, empleaba un orificio comprendido entre las rocas del muro en una de sus esquinas, había escarbado la tierra para que su cuerpo diminuto cupiera y así, además, su ingreso se conservara desconocido para los centinelas. Los nichos se hallaban construidos contra la pared opuesta a la entrada, tres repisas de roca que sostenían los féretros; el más próximo al techo era el que alojaba los tesoros del jovencito, pero en su complexión animal le era imposible alcanzarle, por ello, una vez dentro, adoptaba su figura humana y se apoyaba en los estantes de abajo logrando, así, igualar la altura del superior. No era la primera vez que realizaba aquella actividad y, a juzgar por el desenlace de los hechos, posiblemente sus intentos previos hubieran deteriorado la integridad de la construcción por lo que, cuando recargó el peso de su cuerpo sobre el primer sepulcro, el barro de antaño que mantenía adheridas las rocas, se desmoronó, tumbando al niño y el nicho entero sobre el suelo, bloqueando el agujero que empleaba para colarse allí.
El escándalo alertó a los guardas, que se aproximaron para comprobar el origen del alboroto; en cuanto divisaron al intruso, comenzaron a hacerle preguntas que él no comprendió y mucho menos pudo responder, por lo que el mausoleo se convirtió en su prisión.
Le hubiera fascinado poder escapar, pero ya no restaban orificios que comunicaran con el exterior y los tragaluces en la edificación estaban fuera de su alcance, sin mencionar que apenas lograba asomar la mitad de su rostro por la única abertura en la puerta –hacía tiempo desprovista de cristal– resguardada por un conjunto de corroídos barrotes.

El sol se había puesto cuando el conjunto de individuos regresó a visitarle, para entonces, se encontraba recostado sobre el suelo. La presencia de un tercero que no reconocía le alarmó; hablaba de un modo diferente, olía como los que frecuentaban a su tío, el rostro que vislumbró por el orificio, aunque en tinieblas, refulgía con frivolidad y su aura, pútrida, le incomodó.
Melchior se puso en pie y aproximó hasta la entrada, la noche se cernía sobre aquella faz del mundo y el frío le hacía cosquillas sobre el cuerpo desnudo. El hombre desconocido le confería cierto recelo y no le fascinaba la idea de depender de él para salir de su encierro; con la altivez que le caracterizaba clavó en aquella nívea tez sus azulados orbes y, frunciendo el ceño, expuso sus dientes para dedicarle un malicioso gruñido.


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Mensaje por Bénédicte Rivérieulx Lun Mar 27, 2017 4:24 am

Niño problema, rebelde sin causa, planta arrastrada por el viento, roca azotada por las olas. Con ese mugido déspotamente honesto de parte del cambiante, Bénédicte soltó una risa que, si bien no alcanzó el nivel de carcajada, destacó por su espontaneidad. Qué cosa más divertida había ido a parar a sus dominios. Ah, pero no terminaría de gozarla con esos mentecatos malgastando el aire puro. No dejaban a su ratón oxígeno suficiente para roer su jaula. Así sería llamado: el ratón. Ya no tendría otro nombre. Nadie lo llamaría por su nombre, si es que acuñaba oficialmente uno.

El vampiro sabía qué mecanismos burdos y simplones utilizar para espantar a las moscas para que no intervinieran en su entretención

¿Saben de dónde viene?

¿Señor?

Sólo mírenlo. Ciertamente está delgado, pero sucio no. Puedo distinguir el tono blanquecino de su piel desde el otro lado del cementerio. Esas manos lisas no han trabajado el campo un solo día de su vida. — siguió enumerando señales que le tenían sin cuidado, pero que a los mortales hacían sentido. Payasos inútiles. Por eso morían tan pronto: por bobos. — Averigüen de qué casa desciende. Si es el solecito de alguien, lo sabremos.

El hecho fue, que tan pronto quedó a solas con el muchacho, le inyectó su mirada ardiente de la insensata demencia que a veces se apoderaba de él, y a la vez de un pueril placer, como el que experimentas los niños durante el trayecto hacia el patio de juegos. Es que podía mover con tanta facilidad ese cuerpo. Podía quebrar los huesos del mundo selectivo, triturarlo, morder sus orejas. Lo que se le antojara. Pero más que todo, necesitaba jugar con él.

Adelante, niño. Otra vez. Bufa más fuerte. Es que eres aterrador. — desafió divertido el milenario vampiro, tomando los barrotes con las manos sin temor a ser mordido. Que lo intentara, y el desgraciado ya vería lo que pasaría con sus encías — Comienza a decirme tu nombre y hasta dónde eres capaz de llegar para salir de entre mis manos, mi estimado roedor. Mis oídos te escuchan atentos. No me fuerces a hacer que lo chilles; sería deleznable para mí tener que dejar de ser un caballero y fragmentar tus flancos.

Demetrius sabía a cabalidad que el cambiante no le contestaría. Que así fuera. Liberaría cada una de las etapas de su juego.


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Mensaje por Melchior Miér Abr 05, 2017 10:44 pm



Juguemos en las tumbas, mientras los muertos no están
teme a la inocencia, pecador, una vez perdida, solo pugna la redención

Resultaba sumamente entretenido contemplar a los hombres hablar, siendo que él poco comprendía de su idioma balbuceante, restaba prioridad al aprehender significados para concentrarse en apreciar el simpático comportamiento de los labios. Las aves abrían el pico y al son del temblor de su buche, proferían prolongados y oscilantes trinos; los sabuesos entreabrían el morro y expulsaban por él una peculiar combinación de saliva y ladridos; pero los humanos habían desarrollado una danza exclusiva para sus bocas, una que tropezaba, que competía, un arte singular capaz de explayarse más allá de los simples sonidos para manifestar emociones. Melchior creía comprender mejor el lenguaje de los animales que el de los hombres, a su parecer, aquellos seres bípedos y sociales habían estructurado su supervivencia sobre cimientos exageradamente complicados. La conversación era un espectáculo irrelevante y repetitivo, indigno de verdadera atención; después de todo, hablar no le proveía de nada valioso.

Sus orbes alcanzaban a vislumbrar con mayor claridad el rostro del tercer desconocido, la plática debió conferir alguna especie de mensaje desertor a los otros dos individuos ya que, de improviso, se esfumaron. ¿Sería, aquel espectro de marfil, el alfa de la manada?
Restaron, únicamente, Melchior y el extraño. El primero buscaba hurgar en aquel rostro algún indicio de existencia concreta, si bien no iba a negar que se hallara allí, de pie, que portara una voz y aparentara respirar, además de evidenciar que disponía de un cuerpo tangible, el niño estaba casi seguro de que ese hombre no estaba del todo vivo.
La criatura le habló y se atrevió, además, a exponer sus manos de mármol; el cambiante perseveró en su escrutinio visual, cada instante más convencido de que aquel ser no era un humano convencional. Que le dirigiera la palabra era inútil, apenas lograba asimilar algún término aislado y, aunque estuviese interesado en aquella construcción sonora por la cual cada ser humano era identificado distintamente, él no iría a formular respuesta alguna. Melchior no era idiota, sabía a la perfección que su captor era todo menos un aliado y, en tanto no le precisara, estaba dispuesto a permanecer tan apartado de él como aquellas cuatro paredes se lo permitieran.

El pequeño se dio la media vuelta, ofreciéndole una burda visión de su blanquecina espalda y se aproximó hasta el montón de escombros que taponaba el ingreso a su guarida. Se comportó como si el sujeto no estuviera allí, palpó las rocas, removió algunas maderas entre estruendos e intentó, en vano, desplazar los bloques más pesados del camino. En sus condiciones resultaba imposible darse a la fuga y ahora el problema se había ampliado de manera alarmante puesto que el estómago había comenzado a rugirle. ¡Y ni un solo insecto!
Melchior volvió a enfrentar al desconocido; aunque cada poro en su complexión le advirtiera sobre el peligro, la única fuente segura de alimento en sociedad residía, siempre, en los adultos.
Avanzó con cautela nuevamente hasta la puerta y se aferró de los barrotes en desuso, forzando su altura de puntillas; incrustó su par de zafiros entre las facciones del hombre, en manifiesto de su exuberante determinación. Ahora su único interés descansaba en obtener algo de alimento y, siendo como era, si debía entregar su alma al demonio para lograrlo, lo haría sin miramientos; ya luego la reclamaría de regreso.


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Mensaje por Bénédicte Rivérieulx Vie Abr 14, 2017 7:58 pm

Qué cosa más divertida, la ardilla que había caído en su ratonera. Y estaba en estado bruto, como intacta, para que hiciera y deshiciera cuanto se le antojara. Tan fácil que no lo podía creer, y por eso Demetrius hacía como que reía. Dios no existía y aquello lo probaba. De existir, no lo premiaría a ese punto irrisorio.

¿Qué no lo estaba premiando? ¡Pero evidente que sí! Sólo había que echarle una mirada a ese primitivo ser. Dubitativo, tosco, casi parecía ciego, porque no reaccionaba a sus palabras. No era que aparentara, no. Lo sentía. Él no estaba totalmente presente para engullir la oscuridad que Bénédicte le estaba ofreciendo. Excelente juego para comenzar la noche: sacar a la tortuga de su caparazón.

Incitado por esos ojos, entre agresivos y dubitativos, defendiéndose de lo que fuera que pudiese herirlo, el vampiro decidió cómo lo abordaría. Entrando al juego nebuloso del cambiante, Demetrius hizo uso de su llave maestra, entró al mausoleo y lo cerró inmediatamente tras él. No esperó para intimidar al muchacho con ese amenazante contemplar.

Te aconsejo que, si vas a chillar, lo hagas ahora. Aún estás a tiempo de que los muertos nos acompañen. — pensó en cada uno de los niños muertos bajo sus labios y sus pies. Qué maravilloso grito coral gemirían todos juntos al resucitar. ¿Y si aventaba al intruso a aquel foso de desesperación? — ¿Te comieron la lengua? No te preocupes, yo te puedo ayudar a llamarlos. Ellos hacen más ruido cuando oyen esto.

Y entonces, los labios del no muerto formaron un círculo y silbaron como si llamaran a un perro, pero en realidad, llamaba a la catástrofe. El mensaje que entregaba con ese inquietante y traicionero sonido era nítido como el hecho de que el chico no saldría incólume de allí: Corre que te atrapo, o prepárate para conocer a tu verdugo. El verdugo de la inocencia.


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Mensaje por Melchior Sáb Mayo 06, 2017 9:54 pm



Juguemos en las tumbas, mientras los muertos no están
no es que a los ratones les apasione el queso, es lo único que se les quiere dar

¡Ah! El sujeto pareció atender su mirada y, a una velocidad sorprendente, profanó la cerradura del mausoleo para ingresar a su guarida como ratón en su madriguera. Aunque no pudiera olfatearlo, Melchior deseó que llevara nueces en los bolsillos, había muchos nobles que predicaban aquella costumbre, solía ser sumamente útil, especialmente en momentos como aquel.
Pero el desconocido cerró la entrada detrás de sí y devolvió la llave al sitio en donde, ya definitivamente, no llevaría alimento, puesto que el metal nunca se aloja en compañía de las semillas.
El pequeño estaba intrigado, se preguntaba qué tan toscos serían los dedos en los pies de aquel sujeto, si acaso tan blanquecinos como lo eran sus pómulos y tan rígidos como el orden de sus facciones. ¡Oh, venga! ¿En qué otra cosa puede pensar un niño sino en comida cuando se encuentra hambriento?

Melchior creyó estar siendo amenazado por el intenso contemplar del individuo, pero no iba a temerle, no entonces; debiérase al orgullo o a la inocencia, a la soberbia incluso, que no cediera ante su imposición. Cuando se nacía y crecía en soledad, a merced del humor de la naturaleza, víctima del desinterés de una madre, el miedo y la angustia se convertían en ilusiones, meras concepciones superfluas de una rutina que se vuelve esencia y una promesa de eventualidad que se prolonga demasiado.
Ah, ahí estaba otra vez, pronunciado palabras que no lograba comprender. Quizá las hubiese escuchado antes, para él todo vocablo resultaba parecido y, a pesar de convivir con seres parlanchines, siempre había preferido ignorar el fragmento de realidad que se atribuía a cada composición sonora. Lo poco que recordaba, se conservaba en sueco y así de aislado como se hallaba arraigado en su mente era como prefería mantener su voluntad para comunicarse.

De pronto, algo imprevisto y desconcertante aconteció, el idioma se volvió música y un prolongado silbido se desprendió de los labios del adulto para deslizarse sobre el aire hasta estrellarse contra los muros de roca. Melchior frunció el ceño, entre confuso e impaciente, y retrocedió una serie de pasos, sintiendo la desconfianza crecer.
Deseó esfumarse de allí cuanto antes, mas las vías de escape continuaban sepultadas y la puerta yacía cerrada detrás del obstáculo que representaba su compañía, a quien decidió catalogar como predador. La llave residía en su bolsillo y, con ella, la fuerza de voluntad del lirón.
Si estaba por cometer un error, lo descubriría posteriormente, en ese entonces, únicamente podía interesare por el cuerpecillo de metal que conservaba, entre sus dientes, la certeza de libertad. No meditó demasiado lo realizado a continuación, quizá unas tres veces a toda velocidad para estarse seguro de no dar pasos en falso. Cuando algo se instalaba en su pensamiento, la única manera de desecharlo era llevándolo a cabo.

Siseó como lo hacían los gatos, enseñando sus dientes mientras fruncía el ceño, y con una velocidad superior a la de cualquier ser humano, avanzó en dirección del sujeto. Alzó la pierna y la incrustó en el robusto pecho de su contrincante, al tiempo en que introducía sus hábiles dedos dentro del bolsillo. Le sorprendió la rigidez de su tórax, más aún sentir un dolor tan agudo en la pierna propulsora del impacto, no supo hallar la llave y tampoco derribar a su oponente, apenas alcanzó a aterrizar en el suelo, con su gracia y precisión características, sumadas a la nueva probada amarga de la derrota. ¡Su pie, maldición!, iba a salirle un terrible magullón.
Estaba metido en un lío, tío Reginald iba a reprenderle como nunca. Bufó sumamente irritado y se incorporó para tomar asiento a un costado de los escombros; con los brazos cruzados y el gesto ensombrecido, echó un vistazo a su captor, cuya sombra pareció expandirse de improviso.


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Mensaje por Bénédicte Rivérieulx Miér Jul 12, 2017 6:54 am

Lo había provocado, sí. Le enseñaba la dentadura, fiero como cualquier bestia. No se hacía autoanálisis antes de actuar; sólo importaba sobrevivir, demostrando de qué estaba hecho. Aquel muchacho quería hacerle daño a sus anchas. Se veía más bello así, salvaje. La naturaleza había hecho bien su trabajo; que gritara y arañara, para verla en toda su majestuosidad.

Por eso, lejos de molestarse, halló placer en el fallido ataque del chico. Le abrió los brazos, para que intentara lastimarlo más. Lo vio más de cerca, más allá de su desnudez. Todavía le quedaba ingenuidad, esa falta de comprensión tan rudimentaria que bañaba con una deseable luz dorada lo que tocaba.

Cuando el chico tocó el suelo, Bénédicte se preguntó si era la primera vez que trataba con un vampiro tan de cerca. Señales había de sobra para suponerle; su pecho reaccionó inflado de orgullo. Se hincó y tomó el adolorido pie entre sus manos.

¿Te dolió? — preguntó acariciando esa zona. Era como el agua del río, tras el deshielo — ¿Cómo te puede doler, si no te lo he hecho yo? — rio burlonamente.

No había martirio en la tierra lo suficientemente agónico para superar el daño que él podía hacerle al cambiante. De eso estaba seguro, y se relamía el labio superior con las múltiples opciones que tenía para jugar con el roedor. Lo dejaría con plena libertad para actuar. Así las ratas entretenían más.

Demetrius se apartó de Melchior y volvió a su puesto junto a la puerta, como si no hubiese pasado nada después de su primera entrada.

Levántate. Hazlo otra vez. — desafió, no sin un posterior aviso — Luego será mi turno. Anda, vamos.


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