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Mejor es el amigo que hiere que el enemigo que abraza. (Privado) 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Chantelle Reuven Dom Mar 26, 2017 1:34 am

“Oh, Fernand, Fernand, tú solo te has metido en esto”, meditaba Chantelle mientras cabalgaba hasta las zonas alejadas de la ciudad.
Su informante le había dado una pista certera: el hombre se reunía en una armería clandestina con su grupo heterogéneo de soldados insurrectos y allí los aleccionaba. Estaban preparando un gran golpe al parecer... Eso mismo quería averiguar ella, qué tenía entre manos aquel hombre capaz de todo.

Su nombre era un ícono de la rebeldía, un caso de estudio en todas las facciones de la inquisición, siempre se lo ponía de ejemplo como el desobediente, el insensato. Chantelle y Fernand habían sido compañeros en la época en la que ella era solo una jovencita asustada y enojada con el mundo y que por mandato paterno había tenido que seguir la tradición familiar: servir a Cristo en las filas de la Santa Inquisición. Fernand era una de las primeras personas a las que se había acercado en aquel nuevo mundo –ese que acabaría abrazando con completa resignación-, uno de los primeros con los que había hablado y en quienes ella había confiado. Por eso estaba allí en esos momentos, debía hacer lo que creía correcto.

Su informante había llegado cerca del mediodía al lugar por orden de Chantelle. El joven aprendiz se había acercado al líder de todo aquello –Fernand Louvencourt, ¿quién más podría ser? ¿Quien sería mejor que él para estar al frente de algo como aquello?- y le había avisado que alguien que él conocía bien le esperaría en el pequeño bosque que se abría detrás de la armería al atardecer. Hacia allí se dirigía ella en su caballo árabe, hacia el encuentro -pactado por medio de un tercero- con quien supo ser su compañero, su par.
Si bien deseaba tener una conversación en buenos términos –pues quería que él estuviese seguro de que podía confiar en ella- Chantelle llevaba su pistola bien cargada en la cintura. Ya no era una jovencita crédula, la vida ya la había desilusionado lo suficiente y sabía que mejor llevarla en vano que no llevarla y necesitarla.

Cuando estuvo en el lugar que creyó indicado, detuvo su caballo y desmontó de un salto. Miró varias veces hacia todos lados antes de relajarse y atar al animal a la rama baja de uno de los árboles. Se ajustó la capa y cubrió su cabello rojizo con la caperuza, no quería ser reconocida por nadie, después de todo ya no estaba en Roma, ahora estaba en París, su tierra, y ser marcada era, en definitiva, perjudicar también a sus hijos. La vida de una espía era siempre mucho más difícil que la de un soldado, pero ya no intentaba explicarse los caminos por los que la vida la había obligado a conducirse.
Todavía sin saber bien qué debía hacer, Chantelle se dispuso a aguardar que Fernand acudiese a la cita.
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Mensaje por Fernand de Louvencourt Jue Mar 30, 2017 6:11 am

Ese día, tan singular para la mayoría, era tan cotidiano para Fernand como los combatientes malheridos. Otra mañana que, bajo las alas beneméritas de otros rebeldes, un oculto entrenamiento se libraba. Fusiles, distancias y blancos. Eso repasaba durante aquella jornada en particular, montado en su caballo, frente a las juventudes hambrientas de justicia. Estaba en la gloria, con singular complacencia de los amantes a la sagrada causa que defendía las armas de la libertad.

Después de medio año de agitaciones sobre la infeliz suerte de la Orden de los Insurrectos, Fernand creía que podía su romance felicitarse en la esperanza de su consecución, apoyada por los sentimientos generosos de los insurrectos y su verdadero interés por la causa. Por eso, miraba entrenar a los combatientes como una fábula alegre tras un triste desarrollo.

Cuando las armas fallen, recuerden que el arsenal principal se encuentra en nosotros. Es nuestra ventaja sobre la mayoría de ellos. – enseñaba Fernand – Incluso fuera del campo de batalla podemos evitar el lance de los opositores. ¿Cómo? Introduciendo a todo trance el espíritu de oposición popular, tanto más aceptable cuando es indubitable la general exasperación de los condenados bajo el yugo de los tiranos.

Porque no importaba cuán grande fuera el enemigo. El tamaño de sus fuerzas se traducía en contratiempos, pero nada más que eso. Al triunfar, Fernand estaba convencido de que el socorro a los condenados sería tan grande como su romanticismo.

Un hombre irrumpió el entrenamiento susurrando una frase inaudible, pero determinante, a los oídos del fundador. Fernand asintió como si nada, a pesar de la información que recibió. Nadie debía enterarse de lo que acontecía tras ese gesto difuminado. Sólo el licántropo, sólo el libertario. Fue así que ordenó a los presentes que se tomaran un momento para descansar y se dirigió sin más demora hacia el bosque tras la armería. Allí chocarían presente y pasado, en un día.

Fui informado de que vendrías. No lo creí. No quise hacerlo. Arriesgaste mucho al venir aquí, Chantelle. – regañó en un comienzo el estratega militar, intentando evitar con nostalgia mirar. Falló; tras cinco segundos, la sonrisa terminó por aflojar. – Pero me alegra que lo hayas hecho. Qué diablos, ven aquí.

Sin la delicadeza de una “mariposa de salón”, como denominaba Fernand, se adelantó a estrechar a Chantelle con la ternura de una larga espera. Tantos años había sido su compañera. Tanto que lamentaba tener que esconderla.
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Mensaje por Chantelle Reuven Vie Mar 31, 2017 8:42 am

Lo esperó durante algunos minutos, siempre alerta viendo hacia un lado y hacia otro del pequeño bosque, procurando tener la espalda pegada al tronco grueso de un árbol desnudo. Si era cierto lo que le habían dicho –y sabía que sí, pues su informante jamás le había fallado- se hallaba sola y muy cercana a un grupo de hombres y mujeres que la odiaban simplemente por ser una representante de la Inquisición, ellos se entrenaban muy cerca de allí para combatir a simples servidores de Cristo como Chantelle. Tenía mucho que temer, demasiado que perder también, ¿pero cómo podía no ir a verlo? ¿Cómo podía no buscarlo ella antes que los otros se enterasen? ¡Sería incapaz de enviar a alguien más! No se trataba de un desconocido insurrecto; era Fernand, alguien sumamente querido para ella pese a que los años habían pasado y sus caminos se habían separado llevándolos a lugares completamente distintos.

Lo vio acercarse con pasos seguros -como quien sabe que tiene todas las armas para la victoria de su lado-, la miraba como si no pudiera creer que ella estuviera allí, como si estuviera enfadado ante aquella exposición a la cual Chantelle se había sometido voluntariamente por él, sólo por él. Para demostrarle sin palabras que no se arrepentía, que no retrocedería, ella se bajó la caperuza exponiendo su cabellera rojiza: estaba segura de lo que hacía, pocos eran los motivos valederos por los que un espía de la Santa Inquisición se permitía exponerse así y ella creía que ese, convencer a un amigo de su error, era uno. Esa forma tan arriesgada era la única que tenía.


-Fernand –susurró cuando solo unos pocos metros los separaban. Centró su mirada en sus ojos y supo que no aprobaba que ella se expusiera así, de hecho no tardó en hacérselo saber, pero acabó sonriéndole y abriendo sus brazos para recibirla. Se fundieron en un abrazo confiado y apretado. Él la envolvía y la mecía.
Sin separarse de su cuerpo, Chantelle le dijo:


-Oh, es tan hermoso volver a verte, Fernand -de inmediato recordó que no tenía tiempo que perder, que no estaba allí para entregarse a sentimentalismos sino para darle a su amigo querido una última oportunidad, un último aviso para salvar su vida-, pero temo tanto por ti. ¿Qué haces? ¡Eres tan loco! Todos te están buscando, no tardarán en encontrarte así como te encontré yo… Por favor, Fernand, por favor, tienes que dejar esto –le pidió desesperada, pues sabía mucho más de lo que en verdad podía referirle, y se separó solo un poco, aún entre sus brazos, para que sus miradas se encontrasen, para que él viera en sus ojos su preocupación y entendiera sus miedos. Apoyó su mano derecha en la mejilla de él y la acarició-: Fernand… te encontrarán, ¿por qué haces esto?
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Mensaje por Fernand de Louvencourt Sáb Abr 01, 2017 7:03 am

Entre tanto derramamiento de sangre, un alto precio se pagaba por un minuto de bienestar. Daba para respirar lento y profundo, procurando que el presente se alargara. Eso compartieron Chantelle y Fernand, mientras ojos discrepantes no los alcanzaban. Pero un minuto es un minuto, y apenas acabado éste se instaló de lleno la realidad.

Múltiples suspiros salieron del licántropo al escuchar las advertencias de Chantelle. Intentaba protegerlo de sus riesgosos afanes, al igual que sus padres en una etapa inicial, pero poco sabían que el filoso ímpetu de Fernand ya no tenía vuelta. Seguía respetando a su familia y valorando amistades como la de la pelirroja, pero ¿cómo autodeclararse la guerra si su principal obligación era obedecer a su atrevido corazón?

Chantelle… — habló con dulzura, sujetándola de los hombros y tomando ligera distancia para verla mejor — Me conoces desde hace años. A Évrard también lo conociste. Nos unimos a la inquisición y recibimos la mordida de la maldición con el coraje de un tonto. Dime tú si viste a dos novatos más entusiastas. No desfallecimos ni arrojamos la toalla, porque creíamos que si había una causa por la cual valía la pena morir era salvando nuestras almas en la Inquisición. Mi hermano murió y yo casi le seguí, todo por unos mezquinos generales que prefirieron eliminar el objetivo sin importar cuántos hombres, cuántas vidas se sacrificasen en combate. Fuimos la moneda de cambio. Y me di cuenta de que los condenados no éramos diferentes a sus fusiles: objetos inanimados y reemplazables. ¿Cómo aceptar eso, Chantelle? ¿Cómo?

Tomó un respiro, dándose cuenta de que hablaba con una inquisidora. Una amiga, pero del otro bando. Era confuso fraternizar con alguien que podía lastimarte tanto.

Tú no tienes que lidiar con eso. Eres humana, qué bueno que lo seas. Menos mierda en la que verte involucrada. Goza de tu condición, es el consejo que te doy. Pero yo tengo responsabilidades con la mía. Que me encuentren, responderé con plomo y acero de ser necesario. Moriré en batalla y será glorioso. Otros gozarán de las recompensas. Esta es la causa en la que mi hermano creía. Si es cierto que nuestras almas pueden salvarse, no hay otra sino esta vía. Seremos vistos como iguales, fuera de una tumba o dentro de ella.
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Mensaje por Chantelle Reuven Dom Abr 02, 2017 12:22 am

Sí, sabía bien lo que le habían hecho. A él y a tantos otros… los habían mordido obligándoles a convertirse en esos monstruos que combatían, los habían vuelto parte de esos demonios que tanto perseguían solo para usarlos en combate. Pero las guerras no eran eternas y las maldiciones como aquella sí. Chantelle lo sabía y cada vez que recordaba aquellas prácticas de la Inquisición no podía evitar dudar de todo, por eso ignoraba esos pensamientos cada vez que la asaltaban, pues dudar de la Santa Inquisición era dudar de sí misma, de lo que ella era, de lo que creía y, también, de toda la vida que a Cristo le había ofrendado.

-No fuiste tonto, fuiste valiente y tu hermano también lo fue –agregó, completamente convencida-. Solo querías mostrar que tenías el coraje que hacía falta para servir a Cristo –le dijo, intentando reconfortarlo.

Entendía que se sintiera usado, ella también había pasado por eso durante varias etapas de su vida y de su carrera dentro de su facción –que sabido era por todos: la cuatro era la que más le exigía a sus soldados pues no cualquiera contaba con las habilidades para ser un espía- pero ambos eran bien diferentes. Mientras Chantelle simplemente aceptaba lo que se le ordenaba con la cabeza gacha y sin hacer -ni hacerse- preguntas, Fernand todo lo cuestionaba y si algo veía como injusto o impropio lo hacía saber… ¿No era eso lo que estaba haciendo ahora? ¿Acaso no entrenaba a un grupo de rebeldes para demostrar que no estaba de acuerdo con el manejo de la Santa Inquisición?


-¡No, no digas eso! –le pidió y volvió a abrazarlo-. No hables de muerte, eso no tiene por qué sucederte… Oh, Fernand –susurró, sabiendo que él ya había tomado su decisión y que eso le obligaba a ella a tomar la suya-, escapa ahora que puedes… Sé que no lo harás y que continuarás adelante con tus planes, pero ¿qué clase de amiga sería si no te diera este consejo? Sé que no soy como tú y lo lamento –le aseguró, separándose de él una vez más-, pero si de algo sirve; esta simple espía –le dijo, señalándose-, esta servidora de una causa a veces injusta, siempre te vio como a un igual. No eres menos que yo por ser un rebelde y tampoco yo soy menos que tú por no haberme ido, por no haber escapado, cuando pude hacerlo. Somos iguales: dos soldados que pelean en distintos bandos, pero dos soldados que al final solo hacen lo que creen mejor y caminan por el camino que consideran correcto.
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Mensaje por Fernand de Louvencourt Lun Abr 03, 2017 9:05 pm

Abrazos como los de Chantelle hacían que Fernand añorara el hogar. La última persona que lo había estrechado de esa forma había sido su madre, el día en que decidió abandonar definitivamente la Inquisición para embarcarse en una travesía aún mayor. Pero ya no podía volver… ¿a dónde? ¿con quién? Su núcleo familiar estaba destruido y seguiría desmoronándose si no hacía algo. Si él renunciaba, ¿quién lucharía por la libertad? No, Fernand estaba entregado a la suerte que él había edificado. Ya no era un crío. Hacía muchos años que no lo era.

Se dejó estrechar por la inquisidora sin verla a los ojos, reflexivo, como viendo hacia una pared. Lo hacía por ella más que por él. A Fernand llegaban a dolerle los abrazos, por el símbolo esperanzador que acarreaban.

¿No hablar de la única cosa que tiene en común tu camino con el mío? Míranos, Chantelle. Hemos vivido años regalados con extrema bondad para lo que se supone que deberíamos haber vivido. Cualquier día pueden matarte, lo mismo en mi caso. Los bandos son los que chocan. Por lo demás, te juro que moriría mañana con una sonrisa en mi rostro, con tal de que otros se levantaran con mi deceso. — Fernand se enorgulleció al imaginarlo, el coro majestuoso de rugidos combinados — ¿Puedes verlo? Si hay alguien capaz de comprenderlo, esa eres tú. Si dejé la Inquisición, no fue para hacerme el levantisco. Era el exilio o mi dignidad en un cajón.

De pronto se imaginó a la pelirroja corriendo el mismo destino que él había temido para los suyos. Ella no se había convertido en una herramienta, no todavía. Por algo había concertado una reunión con él, exponiéndose, entregándose a la suerte. Tanto la Inquisición como la Orden de los Insurrectos podían aniquilarla.

Una idea demencial surgió de improvisto en Fernand. Y como seguía sus impulsos, lo largó y ya.

La revolución ya está instalada, ya la tenemos casi consolidada y no nos agita la idea de que podamos perder nuestras vidas en manos pútridas. Todavía puedes venir conmigo. — dijo inyectando la oscuridad de sus ojos — Entre los insurrectos y nosotros no hay más que unos metros y un minuto, con suerte. Atrévete, hazlo. Piénsalo, no hay nada que te ate, es lo que ellos quieren que creas, pero te veo y sé, porque tú me lo dices, que no existen más frenos que los autoimpuestos.
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Mensaje por Chantelle Reuven Jue Abr 06, 2017 9:45 pm

Que hablase con tanta libertad –sin el menor atisbo de temor- acerca de la muerte con propósito, de su muerte en definitiva, la estaba enloqueciendo. ¿Cómo podía pensar siquiera en dar su vida por algo así? Les habían metido en la cabeza de que morir por Cristo en caso de que fuese necesario sería una bendición, pero definitivamente esto que él aseveraba era todo lo contrario... ¿Por qué no podía celebrar que había logrado salir de la maraña mentirosa que la Inquisición representaba e irse lejos, encontrar una mujer que sí pudiera amarlo y formar con ella una familia? ¿Por qué era así de valiente, de tonto?
Que él deseara morir combatiendo con la bandera de justicia atada en su muñeca enfrentaba a Chantelle con su propia realidad. Después de todo, lo mismo les habían enseñado, los mismos maestros los habían entrenado, habían oído las mismas mentiras durante años y peleado algunas batallas codo a codo, antes de que a ella la pasasen a la facción cuatro… ¿Por qué Chantelle no podía dar su vida, entonces, por lo que creía real y él sí? ¿En qué momento habían dejado de pensar igual? No podía entenderlo, lo aceptaba, pero no lo entendía.

No iba a convencerlo de desistir, desde que lo vio caminar hacia ella, desde el momento en el que Fernand la envolvió en su abrazo, ella lo supo: no podría contra sus ideales. Pocas veces había visto a alguien tan seguro, tan plantado, como estaba Fernand en esos momentos. La misión de Chantelle Reuven –autoimpuesta, por supuesto- estaba fallando, no había logrado persuadirlo, no iba a poder moverlo de su postura y eso la orillaba hacia el final insoslayable.
Para agregar más dramatismo al momento, y para llenarle los ojos de lágrimas, Fernand le propuso lo único que ella jamás podría hacer. Todo lo que le pidiese se lo daría, todo lo que tuviera –emocional o material- se lo entregaría sin pensarlo, pero eso no. No podía traicionar a la Inquisición. No podía darle la espalda a la sagrada orden. No podía condenar a sus hijos.

Se alejó de inmediato de su cuerpo y volvió a cubrir su cabeza con la caperuza negra. Dio dos o tres pasos hacia atrás y sintió que un muro invisible brotaba desde la tierra húmeda de aquel bosquecillo, separándolos; mostrándoles la realidad que jamás podrían cambiar porque cada uno ya había hecho sus elecciones que, en definitiva, hacia allí los habían conducido; para bien o para mal aquella historia ya estaba escrita. Fernand y Chantelle sabían cómo seguirían sus vidas, posiblemente también cómo acabarían.


-No puedo –le dijo en un susurro entrecortado y tuvo que volver a repetirlo-: No puedo, tú lo sabes. Sabes que no puedo hacer eso, no puedo seguirte, Fernand. Es lo único que no puedo hacer, lo único que no podría darte –se abrazó el cuerpo-. Lo sé, la revolución es un hecho… Sucederá, gane quien gane y pierda quien pierda; habrá un enfrentamiento más pronto que tarde. Lo sé –dijo y agachó la cabeza, odiándose por no poder verlo a los ojos, odiándose por estar a punto de llorar, odiándose por lo que sucedería-. Rezaré por ti, para que no tengas que morir, para que no mueras nunca –le dijo y era sincera, al menos en eso.
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Mensaje por Fernand de Louvencourt Dom Abr 09, 2017 8:04 pm

Fernando suspiró, viéndola darle la espalda y encomendarse a sus oraciones. Él se lo había buscado, con su proposición de lunático. Tenía que intentarlo. Intentarlo y fracasar. Que la realidad lo abofeteara otra vez, sin piedad. Las cosas irían cuesta arriba para conservar la camaradería. Mientras más grande se hacía la Orden de los Insurrectos, más se prolongaba la llegada del próximo encuentro, si es que habría otro.

Esto no es sano para ninguno de los dos. Me ahogo en mi propio coraje cuando recuerdo que trabajas para ellos. No tiene sentido para mí que alguien como tú esté del lado de esos canallas, pero así es. Es sólo por respeto a ti y a tus hijos que en este instante no te llevo a la fuerza de aquí, grites o patalees. La vida que yo puedo ofrecerles no es vida. Pero déjame decirte algo: la que ellos te ofrecen tampoco. — exclamó enaltecido, dejando que fluyera lo que sentía. Nunca se guardaría sus pasiones, nunca. — ¿Ya ves por qué no podemos tantear este terreno? Estaremos siempre así, defendiéndonos el uno del otro. ¿Te gusta que nos tratemos así? Porque a mí no. Eso es algo que no va a cambiar. No me acostumbraré a verte como enemiga.

Iba contra sus principios, contra todo lo que creía. Que Dios no quisiera que llegara el día en que la Orden capturara a Chantelle. Que no tuviera que verla de rodillas, esperando a ser ejecutada y esparcida junto con los otros desafortunados. Inquisición maldita, repulsiva prisión, separando a la gente, su gente.

Molesto, Fernand dirigió la vista a la vegetación alrededor de ambos, como buscando intrusos, serpientes venenosas. Quería asesinarlos, convertirse bajo la luna y aniquilarlos uno por uno, para que temieran ser la próxima víctima. Deseos oscuros generados por la amenaza constante de un mal mayor.

Espero que te hayan seguido y que oigan lo que les tengo que decir. ¿Disfrutan dinamitando los lazos que unen a las personas? ¿Les gusta acechar en las sombras, maricones de mierda? Diles que pueden venir cuando quieran, que me atrapen de frente, si pueden. Reza para que les quepa en la cabeza que, si me matan, será de pie. Porque me harté, ¡me cansé de vivir arrodillado!
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Mensaje por Chantelle Reuven Mar Abr 11, 2017 1:41 am

Nada deseaba más. ¡Oh, que él la tomase por la fuerza y la arrastrase al seno de las filas enemigas! Nada deseaba más que al fin salirse de la Inquisición y esa vez tendría una buena excusa; podría decir que había sido contra su voluntad, que la habían capturado, que era una simple rehén de aquella guerra interminable… Nada deseaba más y Dios era su fiel testigo, pues de noche y de día rezaba a Él pidiéndole la fortaleza para abandonar la vida que llevaba. Queriendo saber si la deuda de gratitud que ella tenía con el Creador había sido ya saldada con toda una vida de entrega a Él. Pero Dios no le respondía y ella acababa entendiendo que el Señor la quería en sus filas hasta el último de sus días.

-Soy tan cobarde –se lamentó-, ni siquiera merezco tu amistad, Fernand. Soy tan cobarde y tú tan valiente. Perdóname, pero no puedo. Aunque quisiera no podría hacerlo y si esto me cuesta nuestro vínculo que así sea  –dijo, con la voz quebrada y las lágrimas corriendo por su rostro-. ¡Claro que esto no me gusta! ¡Por supuesto que no quiero verte jamás como mi enemigo! ¡Tú no eres mi enemigo y nunca lo serás! –le aseguró, refrenando el impulso de tomar su mano-. Pero sí eres enemigo de lo que yo soy, tú no puedes dejar de ser un licántropo rebelde y yo no puedo dejar de ser una idiota inquisidora. ¿Me odiarás por eso? –Seguramente Fernand tuviera motivos para odiarla, aunque no lo supiera todavía-. ¡Yo jamás podría odiarte! Por todas las cosas que juntos vivimos, por nuestros recuerdos más felices y por los más dolorosos... por las veces que he llorado en tu hombro y tú has calmado mis miedos, por las batallas perdidas y las ganadas en nuestra juventud. Por la confianza que tengo en ti. Yo jamás podría odiarte. -Soltó todo aquello apasionada y dolida a la vez.

Pero Fernand estaba en lo cierto: su vínculo, su lazo, su relación, se rompía por culpa de la maldita guerra aquella. La inquisición y la Orden de los rebeldes podían irse al infierno si por ella fuese. Solo quería tener una vida normal, una vida en la que ella y Fernand pudieran quererse sin tener que encontrarse a escondidas en las zonas alejadas… ¿Por qué todo había sido así? ¿Qué les habían hecho? ¿Por qué habían arrasado así con sus vidas?


-Estoy sola –le dijo cuando él se alejó para observar el entorno. Se sentía ofendida al ver que su amigo podía creer que era tan idiota como para que alguien la siguiera-. Vine sola ante ti y del mismo modo me iré. Aunque a mí también me gustaría subirte a mi caballo aunque patalees y grites –no pudo evitar sonreír ante la imagen que su mente le daba y se secó las lágrimas con el dorso de la mano-, me gustaría llevarte a mi casa y esconderte allí para que nadie te encuentre, para que nadie te lastime. Prefieres combatir, Fernand, y lo respeto. Fue estúpido de mi parte venir a verte, lamento haberte molestado, pero quería verte.

Quería volver a abrazarlo porque, ¿y si era esa la última vez? ¿Y si eran esas las últimas palabras que se dirían en la vida? Ella debía hacer lo correcto y de seguro él no querría volver a verla si se enterase. Esos podían ser los últimos momentos que compartían juntos y los estaban desperdiciando en una discusión que no tenía sentido pues ninguno de los dos cedería en su posición.

-No me odies, Fernand –le suplicó buscando su mirada y acercándose otra vez a él-. Por favor, no me odies nunca.
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Mensaje por Fernand de Louvencourt Mar Abr 25, 2017 11:17 am

A lo mejor sí lo terminaría odiando. Si conocía a Chantelle como se conocía a sí mismo, era perfectamente capaz de transformar el afecto en llaga, rencor, y posteriormente un vengativo odio. Era la consecuencia más directa de un corazón apasionado. Lo compartían, tenían ese rasgo en común. Por algo eran amigos. Fernand estaba seguro de que eran perfectamente capaces de odiarse, porque se querían, pero no se lo diría. No hacía falta. Ella se daría cuenta, eventualmente.

Cuánta fatiga, cuánto dolor en su rostro. Quedaba muy poco de la mujer que había conocido. Aún podía salvarse, pero eso era decisión de ella. Chantelle había elegido su camino, al igual que él. El asunto era que Fernand estaba orgulloso y ella no se podía la cabeza con tantas dudas y contradicciones.

No es tiempo para sentimientos individuales. No pediré perdón ni indulgencia para volver a la tiranía del enemigo. ¿Y qué pasaría con el resto? ¿Qué pasaría con todo aquel que no puede subirse a un caballo o contar con amistades benefactoras? ¿Debería dejarlos atrás, como se hizo en Inglaterra? ¿Abandonarlos al odio y la violencia de la Inquisición? No, Chantelle. Los insurrectos no nos moveremos ni bajaremos las armas, porque con nadie estaremos más seguros que con nuestros compañeros. Y si en esta hora adversa no hoy capaz de cuidar a mis hermanos, que vengan mil años de penurias para mi alma, pues entonces no soy digno de la libertad que profeso.

Dio un paso para escoltar a Chantelle a su caballo, pero ahí acabó quedándose. No podía seguirla, ya no. Adiós a los abrazos sin miedo y a los consejos sin suspicacia. Ella podía quererlo, pero no podía tapar con eso a quién obedecía.

El odio que tú profesas por ti misma alcanza para los dos. No hace falta que yo me sume. No hace falta. No te equivoques conmigo: no soy un hombre que olvide las lealtades. — “a diferencia de ti” quiso decir una oscura razón — Ahora cabalga firme de regreso y no te distraigas en el camino. Hay ojos buscándome por todas partes, Chantelle. Podrían verte. Vete.

Adquirió una postura erguida y firme, como la de un buen militar, y esgrimió un último gesto de solemnidad para quien fue su par.

Libertad o muerte. — se despidió con el lema de la insurrección.
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Mensaje por Chantelle Reuven Jue Mayo 11, 2017 11:52 am

Al parecer todo estaba dicho ya y que Dios le sea como fiel testigo: ella lo había intentado. Le había dado a Fernand una oportunidad –y tal vez eso era más de lo que el rebelde se merecía y de lo que en definitiva tendría-, arriesgándose al acercarse a él y a lo que representaba.
Él tampoco tenía más que decir, lo evidenció al escoltarla en silencio junto a su caballo.
¿En qué momento había comenzado todo aquello? ¿Cuándo habían comenzado a pelear batallas impropias que los llevaban a distanciarse y a lastimarse?


“Puedo matarlo ahora y acabar con esto ya mismo. Tengo mi arma, puedo dispararle aquí mismo y dar por terminada la Orden de los Insurrectos”, pensó pero ni siquiera sintió el deseo de acariciar el mango de su pistola. Sabía que no lo haría, ella no era así. Hacía tiempo que Chantelle sólo daba las órdenes que otros ejecutaban por ella.

Se montó sobre el animal y volvió a fijar su mirada en la de Fernand. ¿Había algo más? ¿Alguna última frase que pudiera decir para volver al inicio, para impedir que él siguiera metiéndose en ese mundo ilógico y arriesgado?
No. No había nada más.

Él soltó su lema y al oír su voz segura ella levantó el mentón, se irguió en actitud digna, como quien sabe que ha hecho lo correcto, como quien no tiene de qué avergonzarse. Sin pensar demasiado en que tal vez podía herir las susceptibilidades de quien había sido su amigo en un tiempo enterrado ya, ella también habló con un tono monocorde que no dejaba ver qué era lo que en verdad estaba sucediéndole:


-Exurge Domine et judica causam tuam –le respondió con uno de los lemas utilizados por el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición; Álzate, oh Dios, a defender tu causa.

Lo miró una vez más, despidiéndose de él y de la Chantelle que junto a Fernand ella había sido. Se despidió con esa mirada de la joven que en él había confiado, que en su hombro había llorado, de la muchacha a la que le costaba manejar la espada… Le dijo adiós a una parte importante de su vida, pues esa vieja Chantelle moriría así como moriría pronto él.

Con las piernas golpeó los costados de su caballo y le ordenó correr. Tenía mucho que hacer, para bien o para mal Fernand había elegido y ahora el turno de actuar era suyo.
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