AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El poder de los cuarzos [William Bones]
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El poder de los cuarzos [William Bones]
Era pronto por la mañana, a pesar de que habían pasado unas cuantas horas desde que la ciudad había empezado a despertar. Aquel día había trabajado limpiando los platos y vasos que la posada había usado durante la noche, en las cenas y después durante la madrugada. Cuando terminé la mujer del dueño de la posada, madame Peltier me ofreció una cena caliente y una cama durante un par de horas. No pude rechazarlos, además, había trabajado duro. Así era como sobrevivía desde que era lo suficientemente mayor para no dar pena y las limosnas comenzaron a descender.
Con la primera luz del alba, madame Peltier me hizo despertar por uno de sus hijos: tenía que librar la cama, pues necesitaba ser recogida y puesta a punto para cualquier posible huésped que sí pagaría por ella. Me aseé y cogí la ropa nueva que me había dejado el hijo de los dueños de aquella posada. Siempre me habían tratado bien, pero nunca estaba más de lo necesario para sobrevivir unos días. No después de que el señor Peltier intentara propasarse conmigo una noche en la que había bebido demasiadas jarras de cerveza. Su mujer lo sabía, y por eso intentaba compensarme cada vez que podía. A veces me daba algunas monedas y otras, como hoy, me dejaba algo de ropa nueva. Me puse la casaca blanca, que quedaba bastante holgada en mi fino cuerpo, y unos pantalones que tuve que agarrar con una especie de cinto que me había encontrado hacía muchos años. Até en mi cadera la bolsita de mis escasas pertenencias, que se reducían a unas cuantas piedrecitas y a un colgante en forma de péndulo que había llevado de pequeña al cuello y que era lo único que me quedaba de mí; y me calcé mis raídas botas.
Era un buen día, hacia sol, tenia ropa limpia y nueva y había dormido y comido caliente. Salí a la calle comiéndome un chusco de pan que había rapiñado de las cocinas y caminé entre la gente, sintiendo el titilar de las piedrecitas que había ido recolectando a lo largo de los años y que siempre me habían llamado la atención. Iba a ser un día largo, pero de momento no me apetecía preocuparme por donde iba a hacer noche, así que caminé por un sendero hasta llegar a una zona arbolada en la que nos solíamos reunir unos cuantos niños de la calle. Pegaba el sol así que la hierba estaba seca, me senté y sacando las piedritas comencé a jugar con ellas, pasándolas de una mano a otra con cuidado de que no cayeran y las perdiera.
Con la primera luz del alba, madame Peltier me hizo despertar por uno de sus hijos: tenía que librar la cama, pues necesitaba ser recogida y puesta a punto para cualquier posible huésped que sí pagaría por ella. Me aseé y cogí la ropa nueva que me había dejado el hijo de los dueños de aquella posada. Siempre me habían tratado bien, pero nunca estaba más de lo necesario para sobrevivir unos días. No después de que el señor Peltier intentara propasarse conmigo una noche en la que había bebido demasiadas jarras de cerveza. Su mujer lo sabía, y por eso intentaba compensarme cada vez que podía. A veces me daba algunas monedas y otras, como hoy, me dejaba algo de ropa nueva. Me puse la casaca blanca, que quedaba bastante holgada en mi fino cuerpo, y unos pantalones que tuve que agarrar con una especie de cinto que me había encontrado hacía muchos años. Até en mi cadera la bolsita de mis escasas pertenencias, que se reducían a unas cuantas piedrecitas y a un colgante en forma de péndulo que había llevado de pequeña al cuello y que era lo único que me quedaba de mí; y me calcé mis raídas botas.
Era un buen día, hacia sol, tenia ropa limpia y nueva y había dormido y comido caliente. Salí a la calle comiéndome un chusco de pan que había rapiñado de las cocinas y caminé entre la gente, sintiendo el titilar de las piedrecitas que había ido recolectando a lo largo de los años y que siempre me habían llamado la atención. Iba a ser un día largo, pero de momento no me apetecía preocuparme por donde iba a hacer noche, así que caminé por un sendero hasta llegar a una zona arbolada en la que nos solíamos reunir unos cuantos niños de la calle. Pegaba el sol así que la hierba estaba seca, me senté y sacando las piedritas comencé a jugar con ellas, pasándolas de una mano a otra con cuidado de que no cayeran y las perdiera.
Aylyn Kraemer- Gitano
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Fecha de inscripción : 06/12/2016
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Re: El poder de los cuarzos [William Bones]
Los primeros rayos de la luz del día atravesaban los poros de la recia piel de la que se constituía el cuerpo entero de William Bones, un Pirata que ahora era mas mercenario que marinero y que la noche pasada, tras acabar borracho como una cuba follando en la calle a alguna buena mujer de compañía pagada o sin pagar, despertaba cuidadosamente al filo de la formación de piedra de una bonita fuente de la cual emanaban cuyos chorros brillantes como diamantes en una caverna profunda en la tierra. Los ojos de Will se despertaban, había algunos pajarillos picoteando en el suelo, el cual cada vez veía mas cerca al cuerpo de Bones ya que él, sin darse cuenta, estaba a punto de caerse por la estadía de los límites fisicos de la fuente.
Mas no fue así, se levantó antes. Despeinado, ya que la melena rubia le había comenzado a crecer lo suficiente como para necesitar peinarse. Claro está.. que lo necesite no significa que vaya a hacerlo, pues era holgazan, flojo, además de putero, todo dicho sea. Miraba con remoloneada holgazanería el agua cristalina salír de aquel manantial que actuaba a su vez de fuente para que cualquiera pudiera acercarse y beber o llenar cualquier recipiente para su posterior uso.
Giraba su cabeza, todo estaba aún de aquél color azul frío muy típico de las mañanas en París con aquella suave neblina que si no te fijabas bien, apenas la vislumbrabas con nitidez. Observó como los pajarillos salían volando con la llegada de dos perros que jugaban a perseguir a una de las gallinas de aquél barrio bajo en el cual, antes de acabar borracho como una cuba metiendola en caliente y sin acordarse de esas escenas, Will ayudó a descargar varias cajas para los almacenes del lugar. Alzó la vista, cerca estaba el mercado de esta parte de la enorme ciudad, si equivocado no se hallaba.. claro está.
Tras alzar la vista pudo contemplar a una anciana que parecía venir de comprar el pan, el cual por cierto olía de una manera que con el simple gesto de abrir las fosas nasales ya te alimentabas de lo rico que era el olor. Will sonreía, mirando la escena de la anciana, que lanzaba algunas migajitas de pan para los pájaros, y partía algunos trozos para los niños pobres del lugar que aceptaban sin dudar. Todo era genial y bastante común en la visión del Licántropo hasta que algo le despertó del todo..
Alguien vino corriendo, parecía ser un hombre, el cual asaltó a la anciana tirándola al suelo sin preocupación si se hizo daño o no y le quitó tanto el pan como el dinero que le quedaba. William, enfurecido se acercó raudo a la víctima que lejos de poderse defender, gemía de dolor por algun mal golpe en la espalda. La ayudó a recuperar la verticalidad, sentándola en la fuente. -Señora.. espere aqui. -Dijo sin más dilación puesto que no era demasiado conversador y con la velocidad que le atribuía su condición racial de Lobo se lanzó a la carrera, saltando agilmente por los tejados a la vez que sus ojos titilaban de color ambar y las garras de manos y pies le crecían, junto a su musculatura que se tensaba tanto que tuvo que deshacerse de su camiseta maltrecha y tirarla a un lado del camino.
Saltando de tejado en tejado sin perder de vista su objetivo y sin darse cuenta de que se acercaban a una zona arbolada, Will saltó de manera agil, emitiendo un gruñido gutural pero de baja frecuencia. Aterrizando encima del ladrón, no dudó en golpear su frente una y otra vez, hasta unas 17 veces contra el suelo hasta que decoró la piedra que pavimentaba la zona arbolada con un rojo carmín que traía noticias de la muerte del ladrón, pues era tal la ira que sintió Bones al ver como abusó de alguien que no podía siquiera alzar la voz para gritar "¡Al ladrón!". Mostró algo sus colmillos antes de tratar de calmarse levemente.. Cogiendo el pán y el dinero, además del dinero que llevaba encima de por sí aquél ladrón.
Giró su cabeza por el camino que había venido, su intención era devolver el pan, y el dinero. Y quedarse con el dinero de más que llevaba aquél estúpido ladrón. Pero algo captó su curiosidad sin tiempo casi para dudar.. no sabía si los titilos de unas preciosas piedras, o si la joven hermosa que si no se equivocaba.. era aquella hermosa muchacha de la calle que ya se encontró una vez en una taberna no lejos de aqui.. No sabía cual de ambas cosas había captado su mirada, el caso era que...
"Maldita sea. Es.. ella. De nuevo.. esos ojos que como cristaleras del cielo, penetran en tu fuero interno.. sin darte opción a la negación"
No podía apartarla.
William B. Midgard- Licántropo Clase Baja
- Mensajes : 89
Fecha de inscripción : 18/02/2017
Re: El poder de los cuarzos [William Bones]
Estaba ensimismada observando la variedad de luces de colores que se proyectaban en mi camisa debido al sol que pegaba sobre las piedritas, me encantaba como cada color, cada textura de ellas, me trasmitían algo, me provocaban algo. Durante años era lo único que hacía que en mi interior algo viviera, que no todo fuera supervivencia. Ahora mismo me sentía en paz, tranquila, escuchando el piar de los pájaros, del chocar de mis piedrecitas y como París iba despertando, como las calles se iban llenando de voces, de movimiento. Sin embargo me vi forzada a salir de tal estado de tranquilidad al escuchar un gran revuelo no muy lejos de mí.
Cuando conseguí localizar el motivo de semejante bulla, quise apartar la mirada de inmediato, pero había algo que no me lo permitía, tal vez el hecho de sentir que el artífice de esa escena tan atroz era alguien que me resultaba conocido, alguien que en algún momento de mi corta y triste vida había aparecido y había hecho algo bueno por mí. No sabría decir su nombre, ni quién era, ni que había hecho por mí, pero estaba segura de que lo conocía. No podía decir lo mismo de aquel que sufría su ira, siendo su cráneo reventado contra el empedrado de la calle parisina, de quien conocía hasta su nombre, sabia quien era perfectamente. Había sufrido el mismo camino de vida que yo, pero siempre había sido algo oscuro, tenebroso, había algo en él que nunca me había gustado, desde el primer día en el que, siendo muy pequeños, nos cruzamos en la plaza. Mientras yo intentaba ganarme la supervivencia a base de trabajos respetables y dignos, para aquel hombre todo valía si el resultado era que él estuviera vivo. Nunca había hablado con él más de lo justo, para quitármelo de encima alguna que otra noche en la que su catre estaba demasiado frío para su gusto.
Me obligué a apartar mis ojos del espectáculo que se había convertido la cabeza de aquel hombre y mire al autor de la escena, quien había tardado poco en saquear los bolsillos del, ahora, cadáver y que ahora se centraba en mi. Sentí pánico, pero no por lo que podría pasarme a mí pues había aceptado que la muerte llegaba en cualquier momento, sino por la ira que me trasmitían sus ojos, mis manos se paralizaron y las piedritas que tenía en mis manos cayeron desparramándose por la hierba. Aquello fue suficiente para apartar la mirada de aquel hombre, cuyo pecho desnudo se agitaba con cada respiración profunda.
Agache la cabeza segundos después de que nuestros ojos se encontraran, presa del pánico que aquella ira me había provocado, y por la vergüenza de haberme visto descubierta observando una escena que no me incumbía. Sabía cómo funcionaba Paris, sabía que si te metías donde no te llamaban, no acababas bien. Aparenté centrarme en las piedras, en recogerlas, en contarlas y saber cual me faltaba, mientras con el rabillo del ojo no perdía de vista a quien no apartaba los ojos de mí, haciendo que se me erizase el pelo de la nuca.
-¡Mierda! –Pensé, me faltaba una.
Aylyn Kraemer- Gitano
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Fecha de inscripción : 06/12/2016
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Re: El poder de los cuarzos [William Bones]
Bones seguía sin poder apartar la mirada de aquella joven cercana al lugar de la pequeña e inocente matanza por parte del Licántropo en pos de la justicia real y verdadera, o lo que para él significaba la justicia, en otras palabras. Las miradas se cruzaron durante unos instantes que al lobo le parecieron eternos muy para su bien, lógicamente, ya que la joven a la que miraba, a la que ya había mirado en otra ocasión, decirle hermosa, le parecía incluso un insulto que ni se le acercaba a hacerle justicia a la hermosa figura que ella ostentaba. Casi sin darse cuenta sus labios congelados en el tiempo sonrieron de forma semi-automática de medio lado dibujando su rostro de forma más que elocuente en un intento de hacer que ella se fijara por remota que fuera la oportunidad; En él.
Tras la vista echada hacia abajo de la chica, William siguió durante unos segundos mas observándola. Contemplando cada acción titubeante, nerviosa.. incluso miedosa, pero no es miedo a él lo que huele, si no miedo a su.. ira, a su furia. A las acciones que acababa de cometer delante de la preciosa muchacha, entonces comprendió que debía disculparse de un modo u otro, y por supuesto que es lo que haría. El sol que cada vez estaba mas en lo alto, añadía una capa de luz y belleza, haciendo aún mas agradecida la visión si cabe, de la jovencita sentada en aquél lugar, jugando con aquellas piedrecitas que lanzaban destellos diluidos en inocencia.
William se iba a levantar para acercarse sin miedo ni pudor, con toda naturalidad, a la chica de la que no recuerda el nombre, tan solo sus ojos cristalinos. Dificiles de olvidar. Imposibles mas bien. De hecho.. antes moriría que atreverse a olvidarlos. Ensimismado en sus pensamientos, en sus ilusiones de una amistad duradera en la que la hacía reir sin parar, pues aunque no lo parezca, lo que mas le gustaba a Bones era hacer reir y sonreir a las personas que el sentía como sus alegadas. Algo le paró en seco, algo le impidió levantarse como debiera o como planeaba. Algo, un sonido. Varios sonidos. Uno en concreto entre esos varios.
Los destellos que como luciernagas nerviosas y ciegas bailaban sin compas ninguno, cayeron esparcidos por el suelo que rapidamente captaron la totalidad de la atención de las retinas del lobo. Ella recogía todos, o eso pensaba.. ya que William vio un destello distinto.. incluso en color, olor y.. sonido. Uno que se fue al pie de aquel pequeño arbol.. demasiado separado al banco en el que ella sentada estaba como para que se diera cuenta.. Escuchó el "¡Mierda!" que pronunciaba aquella dulce voz que si bien podría ser totalmente apta para entonar una cancion al son del arpa no era momento en distraerse con aquello.
Rápido y veloz se lanzó a por el último de los destellos tintineantes y lo cogió con su enorme y cicatrizada mano de marinero. De pirata. De trabajador. De alguien que no ha tenido en absoluto ningún lujo. Apretó la mano, como si eso significara abrazar con fuerza a alguien, a algo. Lo que sea. Al abrirla comprobó que la piedrecita estaba a buen recaudo en su dura piel. Con la mano libre se acomodó algo el cabello que se había estando dejando crecer y se volvió a fijar en la joven, a tras luz, lo que le hacia dificil verla en su totalidad. No obstante se acercó, ella no parecía darse cuenta, pues seguía lamentándose a los mil demonios que le faltaba una piedrecita, tan distinta a las demas, como semejante a su misma vez.
Se acercó lo suficiente. Bastante. Abrió su palma de la mano mostrando el brillante, con una sonrisa en su rostro y aún desnudo de torso. No podía dejar de contemplarla, lejos de pensar cosas morbosas con ella, que es lo que normalmente haría, no podía evitar en enternecerse por verla, saber que vivía en la calle.. ahondando en sus pensamientos de ayudarla o intentarlo. Fuera como fuera. De algún modo. Del que sea. Seguro que hubiera uno. Con uno bastaba.
-Esto se le ha caido, señorita...
William B. Midgard- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/02/2017
Re: El poder de los cuarzos [William Bones]
Seguía recontando las piedrecitas, y todas las veces me faltaba una. Era una aguamarina. A mí, personalmente, era de las que menos me trasmitía, pero le tenía cariño porque su color me había llamado la atención, y además era de las primeras piedras que había comenzado a recoger, a coleccionar. Era curioso, la emotividad que se le daba a la pérdida de algo estúpido cuando no tenías nada más. - Era una maldita piedra, Aylyn - Susurré.
Solté un suspiro de resignación. Lo mejor sería que recogiera todas y cada una de ellas, las que quedaban al menos, y las guardara en la bolsa, a buen recaudo, de forma que no volviera a perder ni una más. Mientras me dedicaba a recogerlas, recordé cuando encontré aquella piedra, tendría apenas 10 años, era un día con mucho sol, brillante. Era por la tarde, en plena hora punta, un ladrón corría por el mercado escapando de sus captores, tropezó con el tenderete de la anciana que vendía las piedras y volcó los cestitos que contenían las piedras. Pronto, apresaron al ladrón y enseguida se dispusieron a ayudar a la anciana, conocida y respetada entre todos los tenderos del mercado. Sin embargo, olvidaron una pequeña piedra, oculta tras un saco de patatas. Jamás olvidare como el reflejo del sol en aquel objeto llamó mi atención, haciéndose cada vez más brillante a mis ojos. El resto de guijarros que había por el suelo desaparecieron para mi, solo existía aquella brillante azul. Me hice con ella en cuanto pude, y desde entonces muchas de las piedras que veía en el mercado comenzaron a llamarme, comenzando así la colección que tenia hoy en día.
Olvidado había quedado en mi presente, mientras me perdía en aquel pasado tan lejano, el chico que con el rabillo del ojo había estado vigilando y que ahora se hallaba junto a mí, con la mano extendida y con mi aguamarina en ella. Sin remedio, y sin poder evitarlo, me asuste pegando un pequeño botecito al verle. Alcé la vista hasta encontrarme con su cara, tuve que alzarla realmente. Era enorme, el sol de la mañana se ocultaba tras su cuerpo, haciendo que su sombra se proyectara sobre mí. - Gracias- Dije con un susurro de voz, realmente agradecida, pero algo atemorizada por lo que la primera vez que le había visto esta mañana había provocado en mi. Sin embargo, ahora era diferente, aquella ira salvaje se había disipado, a pesar de seguir sintiendo un salvajismo latente en él. No me atrevía a levantarme, ni a moverme.
Solté un suspiro de resignación. Lo mejor sería que recogiera todas y cada una de ellas, las que quedaban al menos, y las guardara en la bolsa, a buen recaudo, de forma que no volviera a perder ni una más. Mientras me dedicaba a recogerlas, recordé cuando encontré aquella piedra, tendría apenas 10 años, era un día con mucho sol, brillante. Era por la tarde, en plena hora punta, un ladrón corría por el mercado escapando de sus captores, tropezó con el tenderete de la anciana que vendía las piedras y volcó los cestitos que contenían las piedras. Pronto, apresaron al ladrón y enseguida se dispusieron a ayudar a la anciana, conocida y respetada entre todos los tenderos del mercado. Sin embargo, olvidaron una pequeña piedra, oculta tras un saco de patatas. Jamás olvidare como el reflejo del sol en aquel objeto llamó mi atención, haciéndose cada vez más brillante a mis ojos. El resto de guijarros que había por el suelo desaparecieron para mi, solo existía aquella brillante azul. Me hice con ella en cuanto pude, y desde entonces muchas de las piedras que veía en el mercado comenzaron a llamarme, comenzando así la colección que tenia hoy en día.
Olvidado había quedado en mi presente, mientras me perdía en aquel pasado tan lejano, el chico que con el rabillo del ojo había estado vigilando y que ahora se hallaba junto a mí, con la mano extendida y con mi aguamarina en ella. Sin remedio, y sin poder evitarlo, me asuste pegando un pequeño botecito al verle. Alcé la vista hasta encontrarme con su cara, tuve que alzarla realmente. Era enorme, el sol de la mañana se ocultaba tras su cuerpo, haciendo que su sombra se proyectara sobre mí. - Gracias- Dije con un susurro de voz, realmente agradecida, pero algo atemorizada por lo que la primera vez que le había visto esta mañana había provocado en mi. Sin embargo, ahora era diferente, aquella ira salvaje se había disipado, a pesar de seguir sintiendo un salvajismo latente en él. No me atrevía a levantarme, ni a moverme.
Aylyn Kraemer- Gitano
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Fecha de inscripción : 06/12/2016
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Re: El poder de los cuarzos [William Bones]
William le entregaba aquél cuarzo brillante a la preciosa chica de la calle que ya había conocido en una ocasión donde sus nombres no se dijeron. Recordaba aquella escena como si fuese ayer mismo. Fue en una taberna, no muy lejos de este lugar, donde ella parecía buscar algo de comer o almenos, eso fue lo que él juzgó por entonces. Él le dio un muslo de pollo que le habría sobrado, ya que a él tampoco le sobraba el dinero, pues era pirata, ladrón, y su trabajo "honrado" de descargar barcos tampoco le hacía demasiado rico. No obstante, él siempre se habia solidarizado con las gentes de la calle, desde que vivía en Nassau, y aquello no iba a cambiar por nada del mundo. Ni siquiera del lugar.
Varios días, semanas, o incluso meses de aquél fugaz encuentro donde ella comió agusto y él agusto durmió esa noche por la buena acción, la vuelve a ver aquí, sentadita en aquél sitio en el que pareciera que los rayos de luz del sol se pusieran de acuerdo para bañar la escena y hacerla aún mas angelical si es que se podía llegar a ser más. Bones sonrió de forma muy cercana, amable, cordial, cuando ella le agradeció la acción de haber buscado la piedra y habérsela entregado. Tras aquello los ojos de William se clavaron en ella, estudiándola, contemplándola, no sabía donde encontrar una respuesta, una excusa, algo que diera credito a semejante belleza encontrada en la calle con forma de gitana. Comparada con ella él era un gigante de armas tomar, asi que imagina que la chica aún estaba asustada por todo el conjunto de imagenes que le había regalado, e incluso confusa por ésta última.
-Siento que hayas tenido que ver esa escena.. Pero no soporto cuando alguien, sea quien sea, pasa por encima de alguien a quien considera inferior en todos los aspectos, a quien considera que no podrá defenderse ante sus acciones. No soporto esa idea de la gente que abusa de su propio poder como si éste fuera único sin miedo a represalias. Yo soy sus represalias. -Dijo, eso último más serio que antes, pero sonriendo no obstante. Acarició la mano de la gitana, cerrándola para sujetar bien aquél cuarzo que tanto había ella buscado. -Guárdalo bien, pues pocas cosas me temo que rivalizan con semejante belleza.. Y no me refiero al cuarzo. -Dijo, sin pudor, sin verguenza, sin temor. Cayó en la cuenta de que aún tenía las pertenencias de la anciana, asi que amablemente se giró a la chica. -Aunque me gustaría estar todo el día frente a ti, sin ánimos de mentir.. He de devolver esto a su legítima dueña. Seguro que esa anciana sigue esperándome en aquella fuente.
Sonrió, y con su pulgar acarició levemente los labios de la joven chica. El habría dado lo que fuera, habría vendido su alma, por un ratito de calor con ella, donde sea. Sentía ternura, y sin duda, al igual que cierta vampiresa.. Aquella gitana despertaba en él, su lado mas tierno y entrañable, su lado mas protector, como si quisiera protegerla de cualquier cosa. Se lo gritaría, se lo diría. Lo dejaría pintado en las paredes si pudiera. Pero ahora tenía que devolver el motivo por el que había matado a un mal hombre. Sonriendo hace ademán de dirigirse hacia aquella fuente que atrás dejó.
"Ojalá viniese conmigo. Ojalá no desapareciera. Ojalá jamás la perdiera de vista de nuevo. Ojalá... a mi lado permaneciera. Ojalá.. "
"Ojalá"
Pensaba en voz alta en su mente, una y otra vez. Sin parar. En eterno bucle. El eterno bucle de la vida misma.
William B. Midgard- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/02/2017
Re: El poder de los cuarzos [William Bones]
Observé al que me daba la piedra, no sabía de qué le conocía, por mucho que pensara, por más que buscara en mi cabeza, no lograba recordar dónde le había visto. Solo tenía la certeza de que había sido alguien positivo en mi vida. Nerviosa por cómo me hacía sentir su mirada que seguía clavada en mí, aparte la mirada y me centré en la mano sobre la que reposaba la aguamarina. No me gustaba que me observaran, en la calle eso significaba falta de libertad a la hora de moverte, de hacer y deshacer. Que alguien se fijara en ti durante un tiempo, significaba peligro, ya que por algún motivo le habrías llamado la atención. Incómoda, me centré en cerrar la bolsita de piedras y en volver a atarla a mi cintura. Aun me encontraba sentada en el banco, con la sombra de aquel gigante proyectada sobre mí.
Justo en el momento en el que me quedé sin qué hacer, y la situación se tornaba incómoda al menos para mí, comenzó a hablar, disculpándose, no por su comportamiento, sino porque yo hubiera tenido que verlo. La verdad era que aquella escena no había sido de las más fuertes que había visto en mi vida, una se acostumbra a muchas cosas viviendo como vivía yo. Sin embargo, me asustó la ira que había detrás, diferente a muchas de las que había visto reflejada en los ojos de los borrachos que se peleaban en el bar hasta matar a su oponente. Su justificación me pareció coherente, al final era algo que yo misma cumplía cuando no me quedaba más remedio y tenía que robar, observaba quien lo necesitaba más o menos, quien sufriría menos impacto a la hora de cogerle algo. Cogí la piedra de aquella enorme mano, al hacerlo, sus manos se detuvieron escasos segundos, acariciando mi piel de forma sutil. Aparté la mano con rapidez, apresurándome a guardar la piedrita para no volver a perderla. No entendí muy bien a lo que se refería con sus palabras, pero decidí dejarlo pasar, ya que muchas veces, preguntar era peor.
Tenía que irse con la anciana, era lo lógico. Su gesto me pillo desprevenida, su mano sobre mis labios me dejaron momentáneamente paralizada. Ese conocido era muy cercano, demasiado para lo que yo estaba acostumbrada, sorprendiéndome cada gesto de él, haciéndome dudar de sus intenciones. Si bien por un lado era amable e incluso tierno, por otro lado sus gestos me indicaban todo aquello por lo que mis alarmas saltaban cuando estaba delante de un hombre. Por eso me sorprendí al escucharme pronunciar las siguientes palabras: -¡Espera! Iré contigo- Me levanté- Es posible que conozca a la dueña de eso y seguramente le costara fiarse de un desconocido- Dije mirándolo, era probable que la anciana me conociera. Si bien no tenía amigos, ni nadie lo suficientemente cercano como para preocuparse por mí o yo por ellos, sí que conocía a muchísima gente, vivir en la calle tantos años tenía que tener algo bueno.
Justo en el momento en el que me quedé sin qué hacer, y la situación se tornaba incómoda al menos para mí, comenzó a hablar, disculpándose, no por su comportamiento, sino porque yo hubiera tenido que verlo. La verdad era que aquella escena no había sido de las más fuertes que había visto en mi vida, una se acostumbra a muchas cosas viviendo como vivía yo. Sin embargo, me asustó la ira que había detrás, diferente a muchas de las que había visto reflejada en los ojos de los borrachos que se peleaban en el bar hasta matar a su oponente. Su justificación me pareció coherente, al final era algo que yo misma cumplía cuando no me quedaba más remedio y tenía que robar, observaba quien lo necesitaba más o menos, quien sufriría menos impacto a la hora de cogerle algo. Cogí la piedra de aquella enorme mano, al hacerlo, sus manos se detuvieron escasos segundos, acariciando mi piel de forma sutil. Aparté la mano con rapidez, apresurándome a guardar la piedrita para no volver a perderla. No entendí muy bien a lo que se refería con sus palabras, pero decidí dejarlo pasar, ya que muchas veces, preguntar era peor.
Tenía que irse con la anciana, era lo lógico. Su gesto me pillo desprevenida, su mano sobre mis labios me dejaron momentáneamente paralizada. Ese conocido era muy cercano, demasiado para lo que yo estaba acostumbrada, sorprendiéndome cada gesto de él, haciéndome dudar de sus intenciones. Si bien por un lado era amable e incluso tierno, por otro lado sus gestos me indicaban todo aquello por lo que mis alarmas saltaban cuando estaba delante de un hombre. Por eso me sorprendí al escucharme pronunciar las siguientes palabras: -¡Espera! Iré contigo- Me levanté- Es posible que conozca a la dueña de eso y seguramente le costara fiarse de un desconocido- Dije mirándolo, era probable que la anciana me conociera. Si bien no tenía amigos, ni nadie lo suficientemente cercano como para preocuparse por mí o yo por ellos, sí que conocía a muchísima gente, vivir en la calle tantos años tenía que tener algo bueno.
Aylyn Kraemer- Gitano
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