AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El reencuentro del destino. [William Bones]
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El reencuentro del destino. [William Bones]
Tras días de ajetreo, Ingrid necesitaba un descanso, uno bien gordo e íntimo, alejada de los griteríos y las fiestas conjuntas. Lo que en París se dice, tomar una copa en solitario. Aunque no estaba en París, la costa de Noruega azotaba el acantilado próximo al poblado Costero en el que se encontraba en su pequeña escapada. El olor a salitre, a humedad junto al del alcohol y el ron barato de posada es lo que se avecinaba al abrir la puerta de madera que delante de ella se encontraba.
Venía un poco calada, y es probable que Ingrid necesitase un baño, pero no tenía mas dinero que el necesario para una o dos jarras y ahogarse en sus propios pensamientos. El día era muy lluvioso y la mar no estaba en calma. Los relampagos acompañados de los estruendos hacían del día de hoy, uno para olvidar.
Entró decidida, aunque en silencio por no conocer a nadie y agradecer ésto mismo internamente. Se sentó en una de las mesas, polvorientas e incluso algo mohosas. Tenía que dar gracias que no fuera una de las mesas del fondo, las cuales hasta parecían tener alguna tela de araña o incluso.. ¿Moluscos? O algún tipo de nido de insecto. Todo muy asqueroso. El poblado era muy pequeño y casi parecía sacado de un cuadro de terror, aquellos cuadros que adornaban los pasillos de aquella lejana vez donde conoció a cierto Blackbird. El posadero se acercó, era alguien extraño.. con rostro de pocos amigos y el cuello tan arrugado que parecía casi tener agallas o branquias. Su tez era algo alargada llegando a la nariz, dando sensación de curva, casi parecía un Pez. Sus ojos eran apagados, como encharcados dentro de las cuencas, ¿Pero quien era ella para juzgar aquello? Ella había venido a lo que había venido. -Una jarra de Hidromiel. -Dijo de forma seca pero mordaz, rozando lo tenaz. El señor asintió, no hicieron falta mas palabras.
Era extraño, la posada estaba casi vacía, y no había fiestas ni canciones piratas. Pero la puerta se abrió de una violenta patada, cargada de música y alegría, entraron varios individuos.
Venía un poco calada, y es probable que Ingrid necesitase un baño, pero no tenía mas dinero que el necesario para una o dos jarras y ahogarse en sus propios pensamientos. El día era muy lluvioso y la mar no estaba en calma. Los relampagos acompañados de los estruendos hacían del día de hoy, uno para olvidar.
Entró decidida, aunque en silencio por no conocer a nadie y agradecer ésto mismo internamente. Se sentó en una de las mesas, polvorientas e incluso algo mohosas. Tenía que dar gracias que no fuera una de las mesas del fondo, las cuales hasta parecían tener alguna tela de araña o incluso.. ¿Moluscos? O algún tipo de nido de insecto. Todo muy asqueroso. El poblado era muy pequeño y casi parecía sacado de un cuadro de terror, aquellos cuadros que adornaban los pasillos de aquella lejana vez donde conoció a cierto Blackbird. El posadero se acercó, era alguien extraño.. con rostro de pocos amigos y el cuello tan arrugado que parecía casi tener agallas o branquias. Su tez era algo alargada llegando a la nariz, dando sensación de curva, casi parecía un Pez. Sus ojos eran apagados, como encharcados dentro de las cuencas, ¿Pero quien era ella para juzgar aquello? Ella había venido a lo que había venido. -Una jarra de Hidromiel. -Dijo de forma seca pero mordaz, rozando lo tenaz. El señor asintió, no hicieron falta mas palabras.
Era extraño, la posada estaba casi vacía, y no había fiestas ni canciones piratas. Pero la puerta se abrió de una violenta patada, cargada de música y alegría, entraron varios individuos.
Última edición por Ingrid Östberg el Dom Sep 09, 2018 2:50 pm, editado 1 vez
Ingrid Östberg- Hechicero Clase Baja
- Mensajes : 55
Fecha de inscripción : 18/10/2017
Re: El reencuentro del destino. [William Bones]
Respuesta a las Plegarias. |
En algún punto de un pueblo costero.
La caza había salido buena, tras hundir algún que otro barco de cierto indeseable que iba contra su Jefe, Ysgramir Gunnarson, la tripulación del Sleipnir se hizo no sólo con un botín, si no con dos. Un bergantín y una Velera, ambos con bandera española. Transportaban cosas variadas, cosas que ahora pertenecían a la tripulación de William el Perro. La lluvia azotaba los rostros llenos de sal y restos de pólvora que traían. Roberts venía cargando varios sacos mientras que Faye repasaba las cuentas. Las cajas mas pesadas, numerosas botellas y alguna que otra moneda las cargaba Corbin, una caja a cada hombro como si no pesasen absolutamente nada. William por su parte, iba entonando una alegre melodía que hablaba del Ron y de la Vida pirata, la Vida mejor.
Pegó senda patada a la madera casi roída de la taberna del Pueblo y enseguida un olor a pescado denso les invadió el olfato. Faye puso cara extraña, los demás no. -Vamos Faye, es solo pescado. -¿Por que olerá todo a pescado? Este pueblo me pone la carne de gallina si se me permite decirlo, Capitán. -Vamos Roberts, le has dado un ramo de flores a Faye y has sobrevivido al encuentro, ésto no es nada comparado con eso. -Dijo sonriendo, a la vez que entraban todos. Los hombres, todos sin nombre aparente, de la tripulación, llenaron el local entero, incluidos los asientos mas asquerosos que eran los que estaban pegados a las ventanas cuyos cristales presentaban un verde amarillento que mejor no preguntar que era.
Corbin observó a las únicas personas que había allí. El posadero, una mujer misteriosa y un hombre sombrío al fondo de la escalera. Se quedó mirando especialmente a la mujer, algo le atraía y seguramente, no sabría el qué. Quizá fuera algún tipo de magia, que enseguida estaría sintonizada con la latente de su interior, o quizá simplemente era curiosidad que invadía al que ahora era Marinero. -Una botella de ron para mi y una para cada uno de los integrantes de mi Tripulación, Pardiez. -Entonó Will, junto a su elocuente sonrisa de medio lado. En su mano derecha llevaba una moneda dorada con la marca de una calavera tuerta que se pasaba por cada uno de los dígitos como si estuviese jugando con ella.
Estuvo así durante varios minutos hasta que el sonido de las botellas le despertó de su sueño. Iba a decir alguna burrada, seguramente a Faye que estaba a su lado bebiendo y contando batallitas a uno de los tripulantes cuándo algo hizo que la mirada de Bones se congelara. Que su corazón se parara. Que cada uno de los músculos de su cuerpo se tensara y le obligaran a ponerse de pie. Dentro, en su interior, un fuego se encendió. Las llamas iluminaron cada recoveco de su corazón hasta izar la bandera negra que clamaba su atención. Sus pies, que reaccionaron solos.. Ante aquél olor familiar. Un olor que ya había olido.. días posteriores a éste, en mitad de una batalla. Juró que estaba equivocado, que aquél aroma no podía ser cierto, que aquella figura lejana que vio junto a uno de sus enemigos... No.. podía ser cierto. Ella había muerto.
Sus pasos le llevaron metros por delante, hasta estar a centímetros de la mujer que poblaba una de las mesas. Una mujer con cabellos rojos y la cara semi pintada. Unos ojos.. que junto a su olor, jamás podría olvidar. Toda la tripulación le observaba, sobretodo Faye y Corbin. Éste último entonó la mirada, analizando la reacción de su capitán. Una reacción que no vio en él jamás, tan solo.. Una vez, y ni siquiera fue tan intenso. La vez que se conocieron y le dijo el porqué de su viaje. William no podía cerrar los ojos, no podía parpadear. No podía… no podía sostenerse en pie. Cayó con todo su peso, sobre ambas rodillas en la madera casi muerta del local. El silenció volvió a reinar. Si se tenía suficiente oído, se podría escuchar el fuerte latido del corazón del Perro, queriendo ser libre. Queriendo salirse del pecho.
-...He recorrido cada ola que Poseidón me ha enviado. He vencido a cada Krakken que Braggi ha engendrado. He asaltado el cielo Cristiano y recorrido los salones del Valhalla. He visto sus Valquirias, sus jarras. Las paredes llenas de escudos y de lanzas. He visto amaneceres caer y renacer en la fría y oscura noche… He navegado por cada rama del Yggdrasill y sus mundos… He visto a los muertos caminar por sus salas en el fondo de una Piramide. He pisado los valles.. Los ríos, los cielos y los siete mares. Y en ninguno de aquellos viajes.. logré hallarte… - … -El mundo podría morir y volver a nacer.. Y yo seguiría buscándote.. Ingrid. No puede ser… -Sus ojos danzaban de un lado a otro del rostro femenino que tenía delante. -...Gauldur, dime que esto no es producto del cántico de una Sirena. Que no es el embrujo de una Lamia. Que no son las mentiras de una Gorgona..
William estaba en shock totalmente, con sendas lágrimas cayendo lentamente por la faz de su rostro. Preguntó a Corbin, pero la realidad era que no estaba aquí. No estaba en ningún lugar. Todo lo que tenía sentido para él.. Se acababa de romper en mil pedazos. No existía lógica ninguna. Él la vio morir. Él la vio.. Pensó que los dioses le habían abandonado.
William B. Midgard- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/02/2017
Re: El reencuentro del destino. [William Bones]
La moira necesitaba tiempo a solas, le había costado que confiasen en ella pero al fin podía ir y venir, con la certeza de que volvería hasta el hombre que le librase de su mayor problema. Estaba allí para despejarse, para disfrutar de la "libertad" que le proporcionaba la confianza, de todos modos apenas comprendía la camaradería de una tripulación, ni de la gente en general, entró en la taberna de la que menos ruido salía. La jarra que estaba tomando sabía a pis de loro, pero era mejor eso que sentirse fuera de lugar u observada. Allí podría al fin relajarse un poco, mascar un pedazo de la tarta que supondría ser finalmente dueña de su vida.
Siempre tenía la sensación de que le perseguían o de ser observada, sus ojos fijos en el líquido dorado que flotaba en la jarra de dudosa higiene, a pesar de su atuendo y sus formas, nadie de los allí presentes pareció importarle ni darle más de una mirada. Ingrid no parecía peligrosa, en primera instancia, hasta que miraba a los ojos, hasta que su presencia se hacía pesada, como si una materia gris y muy cargada le rodease cuanto más tiempo se posase la atención en ella. Su miraba atravesaba el alma de los hombres y las mujeres por igual, no era pasional, eran como una ventana al vacío, con un suave reflejo de uno mismo.
Por eso, cuando los ruidosos entraron, se puso tensa pero no les prestó atención o no lo parecía, escuchó las voces, que reconoció en mayor o menor medida, pero no deseaba ese tipo de ambiente, le gustaba lo tétrico, ruin y decadente que había sido la taberna hasta ese momento. En cuanto la ruidosa y animada tropa entró, decidió que ese había dejado de ser un lugar tranquilo para ella y se animó a beber más del líquido incalificable antes de salir por donde había venido.
Escuchó el entrechocar de las jarras, las historias de los marineros y levantó la vista en el momento que notó la mirada de alguien sobre ella, muy incómoda, no quería problemas pero hacía tiempo que no huía de ellos, había aprendido que huir no servía de nada.
Al principio no supo qué estaba ocurriendo, su única reacción fue dejar la jarra sobre la sucia mesa y mirar fijamente al hombre que a pocos metros se había arrodillado delante de ella como si el peso de los dioses le hubiesen hundido. Extrañada, no dijo nada, pero en cuanto el hombre empezó a hablar, empezó a reconocer el timbre de su voz, un deje conocido, poco a poco la luz empezó a llegar a su cerebro. Tal vez no se parecía en nada al hombre que conoció, no había cambiado tanto de hecho, tal vez el olor a salitre, a sangre y la mugre acumulada durante la travesía le habían despistado, pero los ojos eran los mismos, la misma mirada, la misma intensidad.
Después de que él terminase de hablar, no seguía menos sorprendida, se apoyó en la mesa para poder levantarse de la silla y se acercó con pasos lentos y amplios, hasta colocar la mano en su mejilla, tan alucinada, tan sorprendida como el propio Bones. Lo único que pudo articular fueron tres, tres palabras. Ni una más.- ..¿William? ¿Eres tú?
Siempre tenía la sensación de que le perseguían o de ser observada, sus ojos fijos en el líquido dorado que flotaba en la jarra de dudosa higiene, a pesar de su atuendo y sus formas, nadie de los allí presentes pareció importarle ni darle más de una mirada. Ingrid no parecía peligrosa, en primera instancia, hasta que miraba a los ojos, hasta que su presencia se hacía pesada, como si una materia gris y muy cargada le rodease cuanto más tiempo se posase la atención en ella. Su miraba atravesaba el alma de los hombres y las mujeres por igual, no era pasional, eran como una ventana al vacío, con un suave reflejo de uno mismo.
Por eso, cuando los ruidosos entraron, se puso tensa pero no les prestó atención o no lo parecía, escuchó las voces, que reconoció en mayor o menor medida, pero no deseaba ese tipo de ambiente, le gustaba lo tétrico, ruin y decadente que había sido la taberna hasta ese momento. En cuanto la ruidosa y animada tropa entró, decidió que ese había dejado de ser un lugar tranquilo para ella y se animó a beber más del líquido incalificable antes de salir por donde había venido.
Escuchó el entrechocar de las jarras, las historias de los marineros y levantó la vista en el momento que notó la mirada de alguien sobre ella, muy incómoda, no quería problemas pero hacía tiempo que no huía de ellos, había aprendido que huir no servía de nada.
Al principio no supo qué estaba ocurriendo, su única reacción fue dejar la jarra sobre la sucia mesa y mirar fijamente al hombre que a pocos metros se había arrodillado delante de ella como si el peso de los dioses le hubiesen hundido. Extrañada, no dijo nada, pero en cuanto el hombre empezó a hablar, empezó a reconocer el timbre de su voz, un deje conocido, poco a poco la luz empezó a llegar a su cerebro. Tal vez no se parecía en nada al hombre que conoció, no había cambiado tanto de hecho, tal vez el olor a salitre, a sangre y la mugre acumulada durante la travesía le habían despistado, pero los ojos eran los mismos, la misma mirada, la misma intensidad.
Después de que él terminase de hablar, no seguía menos sorprendida, se apoyó en la mesa para poder levantarse de la silla y se acercó con pasos lentos y amplios, hasta colocar la mano en su mejilla, tan alucinada, tan sorprendida como el propio Bones. Lo único que pudo articular fueron tres, tres palabras. Ni una más.- ..¿William? ¿Eres tú?
Ingrid Östberg- Hechicero Clase Baja
- Mensajes : 55
Fecha de inscripción : 18/10/2017
Re: El reencuentro del destino. [William Bones]
Castillos de arena. |
En algún punto de un pueblo costero.
Corbin parecía dudar en si ayudar a su capitán o no, incluidos Faye y Roberts, quienes no daban crédito a aquella imagen que contemplaban. Roberts se giró a Faye, y como era costumbre… ésta le dio largas sin tratar de insultarle u ofenderle, pero se cambió de sitio, al lado de Gauldr. Parecía susurrarle algo y éste asentir. William seguía con las rodillas posadas sobre aquella madera sempiterna, que parecía morir de un momento a otro ante la idea de ceder al enorme peso del Pirata. Sus ojos se llenaron de lagrimas, lagrimas sinceras. Las lagrimas de un hombre que lo ha dado todo.. por una quimera. Que lo ha buscado todo, por su castillo de arena. Un hombre que ha sido, con todas sus palabras: El significado de un Pirata. Un marino que sueña con algo imposible, y aquí, ha visto que.. Nada es imposible.
Nada.
Se trató de levantar, pues el peso de sus pies y su cuerpo se había transformado en el peso de los años, de las décadas, pues parecía que había pasado una eternidad desde que perdió a Ingrid Ostberg ante sus ojos. Ella murió para darle a él la vida. Un último empujón, el aliento, el ascua para prender la llama que se transformó en una Hoguera que a veces quema todo un bosque. Se aproximó para acariciar el rostro que allí tenía, aquella piel.. Visualmente había cambiado pero, cuando el pirata puso los dedos encima de aquellas mejillas, enseguida regresó en sus pensamientos, en sus recuerdos, en ese cofre del tesoro que tiene en lo más profundo de su mente y que jamás nadie usurpará. Se vio a él y a la joven Ingrid en aquella celda mugrienta, la abrazaba para que entrase en calor, para protegerla de los villanos. Los ojos de ella, en ese sueño, en ese recuerdo idealizado.. Le miraban a él, le contemplaban y entonces, solo entonces; William olvidaba todo el mal que le ha hecho la vida, únicamente para sonreir a aquella niña que jamás imaginó que fuera a darle tanto, en tan poco tiempo. Nunca imaginó que.. le cambiaría la vida.
De nuevo en la realidad, abrió los ojos, tras apartar suavemente la mano de su cara, y sonrió. Como un idiota. Como un tonto. Como un hombre, que lejos de reconocerlo, estaba enamorado. Tenía su diosa, su valquiria, su sueño y su musa, como cualquier marino, y al encontrarla por fín, las palabras no le salían. No las encontraba. No las articulaba. Tan solo asintió a la pregunta de aquella mujer mientras su mano viajó a poner los cabellos rojos tras su oreja, para así poder admirar mejor aquella mirada prístina llena de nostalgia, tristeza y verdad. De tanto sufrimiento. Quería preguntarle como la ha tratado la vida.. que ha sido de ella, pero no podía, su corazón no le dejaba, ¡Maldita sea!. Sus labios temblaron, y entonces, se acercó.
Se acercó lentamente a la altura de aquellos labios carnosos que desprendían los sueños del capitán.
Se acercó lentamente para besarla.
William B. Midgard- Licántropo Clase Baja
- Mensajes : 89
Fecha de inscripción : 18/02/2017
Re: El reencuentro del destino. [William Bones]
La bruja aun estaba intentando comprender por qué los Dioses le ponían ahora a ese hombre en su camino, nunca había oído su nombre de nuevo entre los susurros, ni visto su rostro durante las visiones que le asaltaban, pero si hacía memoria e indagaba con más atención en sus recuerdos tal vez no fuera del todo cierto. Tal vez los Dioses habían conspirado para traerles a los dos hasta ese momento, pero como siempre eran exageradamente crípticos con todo lo concerniente a ella y su futuro, al principio había dado por sentado que el significado era no tener ningún futuro en lo absoluto. Había algo que los Dioses necesitaban de ese lobo, lo presentía y ella estaba también enredada en los hilos del destino del capitán. Quería vivir libre y sin ataduras de ningún tipo, era todo siempre capricho de los Dioses, a menudo con fines egoístas e insignificantes para los hombres, pero por una vez, solo por una, no le importaba.
Observaba los ligeros cambios que el tiempo había impreso en la piel del marinero, la sal y el sol no le habían tratado bien. Su licantropía le confería cierta resistencia por eso mismo no parecía un hombre de cuarenta años, pero su piel estaba curtida, alrededor de sus ojos se perfilaban unas tímidas arrugas que no tenía cuando le conoció. Alzó las manos a su rostro, puesto que su cabeza quedaba bastante por encima de la suya propia, tenía que echar esta hacia atrás para poder seguir mirándole y apreciar los cambios, pero no lo hizo solo con los ojos, tuvo que apoyar ambas manos en sus mejillas y acariciar las arrugas con la yema de sus dedos corazón e índice, fijándose mejor, sus dedos pulgares se posaron sobre las arrugas de expresión de su boca, ocultas por la barba descuidada y levantando nuevamente los ojos hacia los suyos se encontró con la sonrisa del capitán.
Y ella sonrió. Ingrid apenas lo hacía, apenas expresaba sentimientos, como si siempre estuviera en algún lugar no terrenal, con los pensamientos fuera del cuerpo y del mundo corpóreo pero se le contagió la alegría de Willia y fue cuando se dio cuenta de que ella también estaba contenta al verle de nuevo, de saber que estaba vivo y que la vida le había, por lo menos, consentido permanecer de este lado y no del otro.
Al percibir su movimiento, la moira no se movió, le siguió mirando hasta que la proximidad le obligó a cerrar los ojos, recibió el beso sin más, fue apenas un roce y notó el sabor a la sal del mar, del sudor y de a saber qué más, vio tantas cosas en el pasado del lobo que apenas pudo retener unas cuantas. Se echó hacia atrás, consciente de la intimidad hizo espacio alejándose más de él, lo justo para pintar el ambiente con el sonido de un sonoro bofetón. La había estado buscando, había corrido peligros exagerados, había visto la cabeza de un carnero y el Sleipneir e innumerables mujeres alrededor de esos labios. Suspiró y negó con la cabeza.- Maldita sea, William.- Se echó sobre su pecho, rodeando el cuello del hombre con los brazos antes de comerse su boca, sin importarle absolutamente nada más que sentir cada porción de alegría que ese hombre le transmitía.
Observaba los ligeros cambios que el tiempo había impreso en la piel del marinero, la sal y el sol no le habían tratado bien. Su licantropía le confería cierta resistencia por eso mismo no parecía un hombre de cuarenta años, pero su piel estaba curtida, alrededor de sus ojos se perfilaban unas tímidas arrugas que no tenía cuando le conoció. Alzó las manos a su rostro, puesto que su cabeza quedaba bastante por encima de la suya propia, tenía que echar esta hacia atrás para poder seguir mirándole y apreciar los cambios, pero no lo hizo solo con los ojos, tuvo que apoyar ambas manos en sus mejillas y acariciar las arrugas con la yema de sus dedos corazón e índice, fijándose mejor, sus dedos pulgares se posaron sobre las arrugas de expresión de su boca, ocultas por la barba descuidada y levantando nuevamente los ojos hacia los suyos se encontró con la sonrisa del capitán.
Y ella sonrió. Ingrid apenas lo hacía, apenas expresaba sentimientos, como si siempre estuviera en algún lugar no terrenal, con los pensamientos fuera del cuerpo y del mundo corpóreo pero se le contagió la alegría de Willia y fue cuando se dio cuenta de que ella también estaba contenta al verle de nuevo, de saber que estaba vivo y que la vida le había, por lo menos, consentido permanecer de este lado y no del otro.
Al percibir su movimiento, la moira no se movió, le siguió mirando hasta que la proximidad le obligó a cerrar los ojos, recibió el beso sin más, fue apenas un roce y notó el sabor a la sal del mar, del sudor y de a saber qué más, vio tantas cosas en el pasado del lobo que apenas pudo retener unas cuantas. Se echó hacia atrás, consciente de la intimidad hizo espacio alejándose más de él, lo justo para pintar el ambiente con el sonido de un sonoro bofetón. La había estado buscando, había corrido peligros exagerados, había visto la cabeza de un carnero y el Sleipneir e innumerables mujeres alrededor de esos labios. Suspiró y negó con la cabeza.- Maldita sea, William.- Se echó sobre su pecho, rodeando el cuello del hombre con los brazos antes de comerse su boca, sin importarle absolutamente nada más que sentir cada porción de alegría que ese hombre le transmitía.
Ingrid Östberg- Hechicero Clase Baja
- Mensajes : 55
Fecha de inscripción : 18/10/2017
Re: El reencuentro del destino. [William Bones]
El poder de las melodías. |
En algún punto de un pueblo costero.
Un roce en sus labios, fue lo único que bastó para que ambos conectaran de tal forma que.. así como William había visto ciertas.. cosas, algunas de ellas, no le había gustado, ella también vio cosas. Entre ellas.. las pocas veces que William ha estado al borde de la muerte, como la última, en el barco de Ysgrammir en París, cuando le sorprendieron por la espalda y casi muere desangrado, de no ser por su lobo interior.. Hati, quien le dio fuerzas recordando el porqué aquél loco hacía todo aquello: Por ella. Por verla una vez mas, sin siquiera saber por qué, ya que él estaba convencido de que aquella Moira murió delante de él. Tan solo un beso hizo falta. Si fuera una persona normal, Ingrid se habría estremecido nada mas sentir una cuarta parte del dolor que había sufrido William Bones a lo largo de estos años en sus desventuras.
Mas todo aquello se esfumó al mismo tiempo que sonaba el bofetón. Iba a hablar, iba a excusarse, iba a decir inconscientemente que la quería y que estaba deseando de verla. De conocerla de nuevo. De gastar cada minuto de su tiempo junto y por ella, iba a pedirle perdón, iba.. a hacer tantas cosas que todas se acallaron de nuevo cuando Ingrid se abalanzó sobre su pecho y tras aquello, sobre su boca. Ansia que el pirata respondió sin pensarlo dos veces. En una situación normal, Faye habría dejado espacio para la intimidad, pero habían luchado tanto, conocía tanto a su Capitán que por fin, por fin tras tantos viajes.. Conocía a la Mujer de la que tanto hablaban sus palabras, canciones y acciones. Fue, no obstante, Gauldr, el que decidió cerrar el chiringuito de las miradas. -¿Somos hombres o marujones? Invito a una ronda, vamos a llenarnos un rato el gaznate. -No acostumbraba a usar aquellas palabras, no mucho, al menos, no delante de William, pero cuando tenía que ejercer de la mano derecha del Capitán, no le quedaba más remedio. Y esta ocasión, era la ocasión de William e Ingrid.
Siguieron a sus cosas, ahora, sin prestar demasiada atención a la extraña pareja del Lobo y la Bruja. -Maldita sea Ingrid.. -Respondió ahora una ronca voz que salía de la garganta de Will. -...Siento sed. -La besó de nuevo, buscando con ahínco la sinhueso foránea, mientras que sus manos, como si fueran bolígrafos en un papiro, recorrían toda la superficie. Abrió los ojos, encontrándose así con la Rosa de los Vientos de aquél mapa que con las manos cartografiaba con sumo cuidado y a su misma vez, una intensidad nunca vista. Separó sus labios, muy a su pesar. La miró. La miró y lo hizo sin parar. Sin perder el tiempo. -Has… has crecido muchísimo. ¿Que.. que ha sido de ti este tiempo? ..Estas tan hermosa como el día que te conocí. -Él lo había visto, pero había visto alguna cosa que no le gustaba.. Puesto que la vio con cierto imbécil.
Finalmente se calmó, a la espera de escuchar la voz de Ingrid, se acercó a uno de los balcones que daba con vistas al mar, una vista hermosa hasta en aquél pútrido lugar. Se asomó y se posó sobre la baranda de madera mientras la Moira se acercaba. El viento le daba con suavidad en el rostro, haciendo que su trenza fondeara. Comenzó a tararear una melodía en un idioma olvidado.
- Spoiler:
“Iy tho tos ester-os
Iy pota oreh keh tonalee kleston po-doh
Tosa nola ra kolo thee
Areste to neto ro
Etheh he-era ro-o se-eh to stol mundos
Elfcar dios prosko peen
Ton sfoh-hor potmon ...”
“Pa ga leh nee seh
Yono tetas spen feeks seh-nio nee skon dos
Elo ven mee-ro no so-seh-ser
Ee satra pos no nee-mus
An appale nee stapa restion salpos ...”
Sonreía. Ingrid, quien era tan susceptible a aquellas cosas, era probable que viese cierta imagen, cierto.. espíritu remanente, una mujer, al lado del Pirata. Éste no se daría cuenta, pero aún así sonreía como si se sintiese a gusto. A salvo. Y entonces, solo entonces, volvió a virar su mirada hacia el encuentro con la de Ingrid Ostberg.
William B. Midgard- Licántropo Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/02/2017
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