AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
Espacios libres: 11/40
Afiliaciones élite: ABIERTAS
Última limpieza: 1/04/24
En Victorian Vampires valoramos la creatividad, es por eso que pedimos respeto por el trabajo ajeno. Todas las imágenes, códigos y textos que pueden apreciarse en el foro han sido exclusivamente editados y creados para utilizarse únicamente en el mismo. Si se llegase a sorprender a una persona, foro, o sitio web, haciendo uso del contenido total o parcial, y sobre todo, sin el permiso de la administración de este foro, nos veremos obligados a reportarlo a las autoridades correspondientes, entre ellas Foro Activo, para que tome cartas en el asunto e impedir el robo de ideas originales, ya que creemos que es una falta de respeto el hacer uso de material ajeno sin haber tenido una previa autorización para ello. Por favor, no plagies, no robes diseños o códigos originales, respeta a los demás.
Así mismo, también exigimos respeto por las creaciones de todos nuestros usuarios, ya sean gráficos, códigos o textos. No robes ideas que les pertenecen a otros, se original. En este foro castigamos el plagio con el baneo definitivo.
Todas las imágenes utilizadas pertenecen a sus respectivos autores y han sido utilizadas y editadas sin fines de lucro. Agradecimientos especiales a: rainris, sambriggs, laesmeralda, viona, evenderthlies, eveferther, sweedies, silent order, lady morgana, iberian Black arts, dezzan, black dante, valentinakallias, admiralj, joelht74, dg2001, saraqrel, gin7ginb, anettfrozen, zemotion, lithiumpicnic, iscarlet, hellwoman, wagner, mjranum-stock, liam-stock, stardust Paramount Pictures, y muy especialmente a Source Code por sus códigos facilitados.
Victorian Vampires by Nigel Quartermane is licensed under a
Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
Creado a partir de la obra en https://victorianvampires.foroes.org
Últimos temas
Draco dormiens nunquam titilandus ~ priv.
2 participantes
Página 1 de 1.
Draco dormiens nunquam titilandus ~ priv.
- Sylvanas, despierta - Un susurro penetra en las nieblas de mi inconsciencia, arrancándome de las garras de Morfeo. Acompañado por una ligera sacudida de hombros, provoca que los últimos recuerdos de mi sueño - ahora volutas de brillantes colores - se desvanezcan entre jirones. Para cuando mi mente empieza a funcionar de nuevo, sólo recuerdo que las llamas eran las protagonistas en mi sueño. Y ahora, con el desconcierto propio de los niños recién levantados, no sé qué papel desempeñaban en las imágenes aisladas que recuerdo de la noche.
Parpadeando un par de veces para acostumbrarme a la intensa luz, busco con mis grandes ojos avellana el origen de la voz. Y lo encuentro sobre mi, recostado entre las mantas; otro par de ojos mucho más oscuros que los míos, brillando a juego con una amplia sonrisa.
- Adriano - Musito, llevándome una mano a la cara para frotármela un poco. Para mi sorpresa, tengo las mejillas húmedas, como si hubiera estado llorando. Mi amigo no dice nada al respecto, sólo continúa sonriendo. Esperando a que parezca un poco menos dormida para seguir insistiendo en que me levante.
- Ya era hora; Bosco estaba a punto de venir a despertarte él mismo - Dice el chico, un muchacho de ensortijados cabellos castaños del color del chocolate. Su piel olivácea, tan similar a la mía, reluce dorada por el efecto de los rayos de sol. Y es lo único que Adrianno lleva puesto en ese momento. De modo que cuando se incorpora, tendiéndome una mano para ayudar a levantarme, no hay nada que cubra su desnudez. Tampoco es algo que me incomode; estamos más que acostumbrados a vernos sin ropa. Ninguno de los huérfanos que vivimos en ese desván tiene ganas de pasar la noche con los harapos que vestimos, así que nos despojamos de ellos cuando nos metemos entre las mantas. Yo incluida; cuando aparto las mantas para incorporarme, yo tampoco llevo puesta prenda alguna que me tape.
- ¿Hoy es el último día? - Le pregunto, alzando mi diestra para sujetar la mano que me tiende. Bostezando visiblemente por el cansancio, me impulso hacia arriba, hasta quedar completamente erguida sobre el suelo.
- El último - Asiente, tendiéndome el ajado vestido pardo que he vestido durante los últimos dos años. Remendado más veces de las que puedo contar, me va tan corto que se me ven los tobillos. Suerte que tengo tan poco pecho; si me hubiera pasado como a otras de las chicas, no sería capaz de enfundármelo de nuevo. - Y te falta casi la mitad de la cuota, si no he contado mal. ¿Qué harás hoy si no consigues darle lo que te falta a Bosco?
- Lo conseguiré - Le respondo, algo más tajante de lo que desearía. Él no dice nada mientras acaba de vestirse, pero sé qué es lo que está pensando: que, igual que el resto de chiquillos antes que yo, empiezo a perder facultades. - Bosco no va a echarme, Adrianno, confía en mi - Insisto, apartándome a un lado la enmarañada melena pelirroja. - Puede que ya no sea tan pequeña como antes, y que llame más la atención, pero sigo siendo capaz de hacer cosas que nadie más puede hacer. Y no hay burdel que le pague lo suficiente como para sustituirme.
El castaño sigue sin responder, abotonándose los últimos resquicios de la mugrienta camisa que viste. Continúa en silencio, y sé porqué lo hace: porque igual que el resto de niños, no me cree cuando le digo que puedo hacer cosas que no sé cómo explicar. Cree que, como siempre que un niño crece y ya no sirve para robar, Bosco me venderá al mejor postor y jamás volverá a verme. Un prostíbulo, un barco esclavista; eso al italiano le es indiferente, porque sólo le importa ganar dinero con la entrega. Pero en el fondo de mi corazón, sé que no será así. Aunque no tenga ninguna prueba que sirva para demostrárselo. Sólo un instinto que hasta ahora jamás me ha fallado.
Juntos, bajamos las escaleras en dirección a la planta inferior de la casa. Nosotros, junto con el resto de huérfanos a cargo del explotador, ocupamos el antiguo desván de la casa. Allí guardamos nuestras escasas pertenencias, y dormimos arrebujados en mantas sobre el duro suelo de madera. Son nuestros dominios, aunque nadie se queda allí demasiado si no es que está enfermo. Hay mucho por hacer durante el día, y demasiadas pocas horas para cumplir los objetivos.
La primera planta de la casa, la planta noble, está completamente reservada para la familia de Bosco. Tenemos prohibido pisarla si no es con su consentimiento expreso, igual que dirigirnos a cualquiera de sus hijas. Sólo podemos hablar con su mujer, y porque es la que nos hace el desayuno. Siempre está en la cocina, horneando hogazas o suculentas galletas. Que no podemos comer si ella no nos la da, so pena de que su marido se deshaga de nosotros para siempre. Es muy simpática, aunque nunca discute las decisiones de su marido. Y es igual de tacaña que él; intenta ahorrar hasta en la cantidad de mantequilla que podemos echarnos en el desayuno.
Como cada mañana, Donna está repartiendo comida entre mis hermanos. Colocados en una ordenada fila, los huérfanos realizan su rutina habitual; toman una pequeña hogaza cada uno, que pueden untar con un poco de mermelada o de mantequilla. Nunca los dos, si no quieren enfrentarse a un cucharazo de Donna. Después, se hacen a un lado y van a comérsela a la calle, donde pasan el resto del día hasta el anochecer. Y donde tengo que robar hoy la mitad de la cuota que me falta por pagar, si quiero quedarme con Adrianno y el resto de chicos hasta que encuentre un sitio mejor.
El pan quema cuando lo cojo, así que me lo meto en un bolsillo a la espera de que se enfríe un poco. Adrianno empieza a desmenuzarlo nada más conseguirlo; anoche no cenó nada, y está tan hambriento que no le importa quemarse las manos. A paso lento para que le de tiempo a acabarlo, nos dirigimos al mercado que hay junto al Vaticano. Es un buen sitio para cortar bolsas, porque sólo los ricos pueden permitirse comprar las flores que allí se venden. Las personas pobres sólo gastan en cazuelas, zurcidos o comida, no en plantas muertas que sólo sirven para decorar.
- Será mejor que nos dividamos. Hay demasiada gente, y si tenemos que huir, nos será más difícil si tenemos que evitar pisarnos mutuamente - Le digo al castaño, masticando lentamente la humeante corteza del pan. Éste tiene la vista clavada en las níveas columnas de la plaza de San Pedro, cerrada para que los laicos no estorben a los religiosos. - ¿Qué pasa, Adrianno? - Le pregunto, metiéndome el último trozo de pan en la boca. - ¿Qué has visto?
- Una ejecución - Dice con tono lúgubre, señalando con la barbilla el carro con barrotes que se acerca cada vez más a donde estamos. La gente se hace a un lado para dejar paso al carromato, en el interior del cual una mujer con un cabello mucho más rojo que el mío dedica gestos enfebrecidos al público. Figuras encapuchadas flanquean el carro montadas a caballo; grandes crucifijos de oro, plata y madera tallada cuelgan de sus capas, dando a entender que se trata de eclesiásticos, o aún peor, la Inquisición. - Seguro que es una bruja. La quemarán donde siempre, al otro lado de la plaza. Habrá mucha gente viendo el espectáculo. Si somos de los primeros en llegar, podremos sacar mucho dinero. - Adrianno se gira para mirarme fijamente a los ojos. Noto la compasión reflejada en ellos, y es que él, igual que el resto de niños de más edad, sabe que mi madre murió en una de esas hogueras. No era ninguna bruja, sólo una prostituta del montón. Pero por alguna razón que se me escapa, encontró la muerte a manos de la horrible pira de la Iglesia. Desde entonces que siento un temor irracional ante cualquier figura religiosa, otra de las razones por las cuales no soy capaz de abandonar a Bosco. Los comedores de caridad religiosos podrían bastar para mantenerme, pero eso sería como tragarme mi orgullo. No pienso perdonarle jamás a Dios que me arrebatase a lo único que tenía en el mundo. Y preferiría acabar yo misma en un burdel antes que rebajarme a vivir de sus sirvientes. - Es tu último día. - Me recuerda, intentando animarme para que le siga al otro extremo de la calle. - Anímate, Syl; haremos tanto dinero que podremos quedarnos una parte. Podríamos incluso comprarnos algo de comer en los puestos del mercado. O un vestido nuevo. Ese te queda algo pequeño.
Asiento silenciosamente a las palabras de mi amigo, algo más pálida de lo normal. Sé que tiene razón, pero no puedo evitar que mis instintos se disparen por ello. No sé porqué lo hacen; el riesgo de que te descubran en una ejecución es casi ridículo, porque todo el mundo está distraído mirando al condenado. Pero ahí están, revolviéndome el estómago mientras nos dirigimos a la pira preparada por la Iglesia.
- Suerte - Me susurra Adrianno antes de perderse entre la muchedumbre. Observando cómo sus rizos desaparecen tras una oronda carnicera, me escabullo suavemente en busca de alguna bolsa abultada. No tardo mucho en encontrar una; la de un joven caballero con un alto sombrero de copa, cuyas monedas cuelgan elegantemente de un lado de su cinturón.
A la espera de que comience la ejecución, deslizo mi cortabolsas de mi antebrazo a mi mano. Esperemos que haya más oro y plata que cobre en esa bolsa.
Parpadeando un par de veces para acostumbrarme a la intensa luz, busco con mis grandes ojos avellana el origen de la voz. Y lo encuentro sobre mi, recostado entre las mantas; otro par de ojos mucho más oscuros que los míos, brillando a juego con una amplia sonrisa.
- Adriano - Musito, llevándome una mano a la cara para frotármela un poco. Para mi sorpresa, tengo las mejillas húmedas, como si hubiera estado llorando. Mi amigo no dice nada al respecto, sólo continúa sonriendo. Esperando a que parezca un poco menos dormida para seguir insistiendo en que me levante.
- Ya era hora; Bosco estaba a punto de venir a despertarte él mismo - Dice el chico, un muchacho de ensortijados cabellos castaños del color del chocolate. Su piel olivácea, tan similar a la mía, reluce dorada por el efecto de los rayos de sol. Y es lo único que Adrianno lleva puesto en ese momento. De modo que cuando se incorpora, tendiéndome una mano para ayudar a levantarme, no hay nada que cubra su desnudez. Tampoco es algo que me incomode; estamos más que acostumbrados a vernos sin ropa. Ninguno de los huérfanos que vivimos en ese desván tiene ganas de pasar la noche con los harapos que vestimos, así que nos despojamos de ellos cuando nos metemos entre las mantas. Yo incluida; cuando aparto las mantas para incorporarme, yo tampoco llevo puesta prenda alguna que me tape.
- ¿Hoy es el último día? - Le pregunto, alzando mi diestra para sujetar la mano que me tiende. Bostezando visiblemente por el cansancio, me impulso hacia arriba, hasta quedar completamente erguida sobre el suelo.
- El último - Asiente, tendiéndome el ajado vestido pardo que he vestido durante los últimos dos años. Remendado más veces de las que puedo contar, me va tan corto que se me ven los tobillos. Suerte que tengo tan poco pecho; si me hubiera pasado como a otras de las chicas, no sería capaz de enfundármelo de nuevo. - Y te falta casi la mitad de la cuota, si no he contado mal. ¿Qué harás hoy si no consigues darle lo que te falta a Bosco?
- Lo conseguiré - Le respondo, algo más tajante de lo que desearía. Él no dice nada mientras acaba de vestirse, pero sé qué es lo que está pensando: que, igual que el resto de chiquillos antes que yo, empiezo a perder facultades. - Bosco no va a echarme, Adrianno, confía en mi - Insisto, apartándome a un lado la enmarañada melena pelirroja. - Puede que ya no sea tan pequeña como antes, y que llame más la atención, pero sigo siendo capaz de hacer cosas que nadie más puede hacer. Y no hay burdel que le pague lo suficiente como para sustituirme.
El castaño sigue sin responder, abotonándose los últimos resquicios de la mugrienta camisa que viste. Continúa en silencio, y sé porqué lo hace: porque igual que el resto de niños, no me cree cuando le digo que puedo hacer cosas que no sé cómo explicar. Cree que, como siempre que un niño crece y ya no sirve para robar, Bosco me venderá al mejor postor y jamás volverá a verme. Un prostíbulo, un barco esclavista; eso al italiano le es indiferente, porque sólo le importa ganar dinero con la entrega. Pero en el fondo de mi corazón, sé que no será así. Aunque no tenga ninguna prueba que sirva para demostrárselo. Sólo un instinto que hasta ahora jamás me ha fallado.
Juntos, bajamos las escaleras en dirección a la planta inferior de la casa. Nosotros, junto con el resto de huérfanos a cargo del explotador, ocupamos el antiguo desván de la casa. Allí guardamos nuestras escasas pertenencias, y dormimos arrebujados en mantas sobre el duro suelo de madera. Son nuestros dominios, aunque nadie se queda allí demasiado si no es que está enfermo. Hay mucho por hacer durante el día, y demasiadas pocas horas para cumplir los objetivos.
La primera planta de la casa, la planta noble, está completamente reservada para la familia de Bosco. Tenemos prohibido pisarla si no es con su consentimiento expreso, igual que dirigirnos a cualquiera de sus hijas. Sólo podemos hablar con su mujer, y porque es la que nos hace el desayuno. Siempre está en la cocina, horneando hogazas o suculentas galletas. Que no podemos comer si ella no nos la da, so pena de que su marido se deshaga de nosotros para siempre. Es muy simpática, aunque nunca discute las decisiones de su marido. Y es igual de tacaña que él; intenta ahorrar hasta en la cantidad de mantequilla que podemos echarnos en el desayuno.
Como cada mañana, Donna está repartiendo comida entre mis hermanos. Colocados en una ordenada fila, los huérfanos realizan su rutina habitual; toman una pequeña hogaza cada uno, que pueden untar con un poco de mermelada o de mantequilla. Nunca los dos, si no quieren enfrentarse a un cucharazo de Donna. Después, se hacen a un lado y van a comérsela a la calle, donde pasan el resto del día hasta el anochecer. Y donde tengo que robar hoy la mitad de la cuota que me falta por pagar, si quiero quedarme con Adrianno y el resto de chicos hasta que encuentre un sitio mejor.
El pan quema cuando lo cojo, así que me lo meto en un bolsillo a la espera de que se enfríe un poco. Adrianno empieza a desmenuzarlo nada más conseguirlo; anoche no cenó nada, y está tan hambriento que no le importa quemarse las manos. A paso lento para que le de tiempo a acabarlo, nos dirigimos al mercado que hay junto al Vaticano. Es un buen sitio para cortar bolsas, porque sólo los ricos pueden permitirse comprar las flores que allí se venden. Las personas pobres sólo gastan en cazuelas, zurcidos o comida, no en plantas muertas que sólo sirven para decorar.
- Será mejor que nos dividamos. Hay demasiada gente, y si tenemos que huir, nos será más difícil si tenemos que evitar pisarnos mutuamente - Le digo al castaño, masticando lentamente la humeante corteza del pan. Éste tiene la vista clavada en las níveas columnas de la plaza de San Pedro, cerrada para que los laicos no estorben a los religiosos. - ¿Qué pasa, Adrianno? - Le pregunto, metiéndome el último trozo de pan en la boca. - ¿Qué has visto?
- Una ejecución - Dice con tono lúgubre, señalando con la barbilla el carro con barrotes que se acerca cada vez más a donde estamos. La gente se hace a un lado para dejar paso al carromato, en el interior del cual una mujer con un cabello mucho más rojo que el mío dedica gestos enfebrecidos al público. Figuras encapuchadas flanquean el carro montadas a caballo; grandes crucifijos de oro, plata y madera tallada cuelgan de sus capas, dando a entender que se trata de eclesiásticos, o aún peor, la Inquisición. - Seguro que es una bruja. La quemarán donde siempre, al otro lado de la plaza. Habrá mucha gente viendo el espectáculo. Si somos de los primeros en llegar, podremos sacar mucho dinero. - Adrianno se gira para mirarme fijamente a los ojos. Noto la compasión reflejada en ellos, y es que él, igual que el resto de niños de más edad, sabe que mi madre murió en una de esas hogueras. No era ninguna bruja, sólo una prostituta del montón. Pero por alguna razón que se me escapa, encontró la muerte a manos de la horrible pira de la Iglesia. Desde entonces que siento un temor irracional ante cualquier figura religiosa, otra de las razones por las cuales no soy capaz de abandonar a Bosco. Los comedores de caridad religiosos podrían bastar para mantenerme, pero eso sería como tragarme mi orgullo. No pienso perdonarle jamás a Dios que me arrebatase a lo único que tenía en el mundo. Y preferiría acabar yo misma en un burdel antes que rebajarme a vivir de sus sirvientes. - Es tu último día. - Me recuerda, intentando animarme para que le siga al otro extremo de la calle. - Anímate, Syl; haremos tanto dinero que podremos quedarnos una parte. Podríamos incluso comprarnos algo de comer en los puestos del mercado. O un vestido nuevo. Ese te queda algo pequeño.
Asiento silenciosamente a las palabras de mi amigo, algo más pálida de lo normal. Sé que tiene razón, pero no puedo evitar que mis instintos se disparen por ello. No sé porqué lo hacen; el riesgo de que te descubran en una ejecución es casi ridículo, porque todo el mundo está distraído mirando al condenado. Pero ahí están, revolviéndome el estómago mientras nos dirigimos a la pira preparada por la Iglesia.
- Suerte - Me susurra Adrianno antes de perderse entre la muchedumbre. Observando cómo sus rizos desaparecen tras una oronda carnicera, me escabullo suavemente en busca de alguna bolsa abultada. No tardo mucho en encontrar una; la de un joven caballero con un alto sombrero de copa, cuyas monedas cuelgan elegantemente de un lado de su cinturón.
A la espera de que comience la ejecución, deslizo mi cortabolsas de mi antebrazo a mi mano. Esperemos que haya más oro y plata que cobre en esa bolsa.
Salamandra- Hechicero Clase Baja
- Mensajes : 70
Fecha de inscripción : 31/10/2016
Localización : Las callejuelas de París.
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Draco dormiens nunquam titilandus ~ priv.
Era una de las tareas que más detestaba de su profesión; espiar a sus propios compañeros, pero era parte de ella -de Chantelle Reuven y, a la vez, de su profesión de espía- y debía hacerlo. Cuando un inquisidor espía supervisaba a un colega, se presentaba ante él como un compañero más, un simple soldado asignado, para que quien fuese monitoreado no estuviese sobre aviso y preparado, para que nada escondiese.
Por eso, Domenico –un joven soldado de veinticuatro años- no tenía idea de que su nueva compañera era en realidad la responsable de evaluar su desempeño, de transmitir luego a los superiores si podía considerárselo o no como confiable o si por el contrario lo juzgaba como alguien a quien no se podía dejar solo. Por supuesto que ella debería denunciarlo también en caso de que viera alguna irregularidad en él, por más que el joven le cayese bien, era Chantelle la encargada de evaluar la lealtad del romano y no era una mujer dada a las segundas oportunidades. Nadie se las había dado a ella por lo que no se sentía en la obligación de otorgarlas tampoco.
La Piazza San Pietro estaba llena, a penas se podía caminar por ella. ¿Por qué la gente sentía tanto morbo ante las ejecuciones? ¿Por qué la Sagrada Orden se empeñaba en hacer públicos los ajusticiamientos? Le habían dicho siempre que lo exponían para inspirar a cualquier sobrenatural o desviado a entregarse y encausar su vida, a cambiar y ponerse a servicio de Cristo antes de que fuese demasiado tarde y ya no pudiesen acceder a la salvación de sus almas. Chantelle no lo veía tan claro, pero la vida ya le había enseñado que había cosas en las que era mejor no detenerse a indagar.
Mientras la condenada a morir tomaba su lugar en el centro de la plaza –escoltada por dos inquisidores- y gritaba cientos de cosas inentendibles. Chantelle se dispuso a estudiar el entorno. Debían estar atentos, pues cabía la posibilidad de que algún familiar de la mujer –que tuviera sus mismas diabólicas habilidades- se hiciese presente en el lugar.
Embozada como iba, observaba todo mientras caminaba lentamente entre la multitud. Su compañero la seguía algo desorientado entre el gentío, pero bien predispuesto. Hasta el momento, ella no tenía queja alguna sobre él ni sobre su desempeño. Domenico era hábil con los cuchillos, veloz con su cuerpo y con su mente, bueno en la lucha cuerpo a cuerpo y además parecía un cristiano muy devoto. ¿Qué más podía pedirse de un soldado? Podría ser un marido perfecto si no se dedicase a atrapar demonios…
En esos pensamientos rondaba su mente mientras su cuerpo estaba alerta y su mirada vagaba sobre los rostros desconocidos buscando algo fuera de lugar, aquella chispa que siempre le hacía notar que se hallaba frente a un enemigo. Se giró para hacerle algún comentario a su compañero cuando la vio; una niña alta y de cabellera rojiza cortaba la bolsa de un distraído espectador.
-¡Domenico, esa niña! –atinó a decir, señalándola. No era solo una ladronzuela más dispuesta a hacer una diferencia monetaria gracias a la muerte de la bruja en aquella plaza. Su instinto le decía que debían atraparla.
Su compañero la vio y ambos comenzaron a correr tras ella empujando a los asistentes de la Piazza San Pietro que se hallaban ávidos de justicia divina. Ávidos de muerte, en definitiva.
Por eso, Domenico –un joven soldado de veinticuatro años- no tenía idea de que su nueva compañera era en realidad la responsable de evaluar su desempeño, de transmitir luego a los superiores si podía considerárselo o no como confiable o si por el contrario lo juzgaba como alguien a quien no se podía dejar solo. Por supuesto que ella debería denunciarlo también en caso de que viera alguna irregularidad en él, por más que el joven le cayese bien, era Chantelle la encargada de evaluar la lealtad del romano y no era una mujer dada a las segundas oportunidades. Nadie se las había dado a ella por lo que no se sentía en la obligación de otorgarlas tampoco.
La Piazza San Pietro estaba llena, a penas se podía caminar por ella. ¿Por qué la gente sentía tanto morbo ante las ejecuciones? ¿Por qué la Sagrada Orden se empeñaba en hacer públicos los ajusticiamientos? Le habían dicho siempre que lo exponían para inspirar a cualquier sobrenatural o desviado a entregarse y encausar su vida, a cambiar y ponerse a servicio de Cristo antes de que fuese demasiado tarde y ya no pudiesen acceder a la salvación de sus almas. Chantelle no lo veía tan claro, pero la vida ya le había enseñado que había cosas en las que era mejor no detenerse a indagar.
Mientras la condenada a morir tomaba su lugar en el centro de la plaza –escoltada por dos inquisidores- y gritaba cientos de cosas inentendibles. Chantelle se dispuso a estudiar el entorno. Debían estar atentos, pues cabía la posibilidad de que algún familiar de la mujer –que tuviera sus mismas diabólicas habilidades- se hiciese presente en el lugar.
Embozada como iba, observaba todo mientras caminaba lentamente entre la multitud. Su compañero la seguía algo desorientado entre el gentío, pero bien predispuesto. Hasta el momento, ella no tenía queja alguna sobre él ni sobre su desempeño. Domenico era hábil con los cuchillos, veloz con su cuerpo y con su mente, bueno en la lucha cuerpo a cuerpo y además parecía un cristiano muy devoto. ¿Qué más podía pedirse de un soldado? Podría ser un marido perfecto si no se dedicase a atrapar demonios…
En esos pensamientos rondaba su mente mientras su cuerpo estaba alerta y su mirada vagaba sobre los rostros desconocidos buscando algo fuera de lugar, aquella chispa que siempre le hacía notar que se hallaba frente a un enemigo. Se giró para hacerle algún comentario a su compañero cuando la vio; una niña alta y de cabellera rojiza cortaba la bolsa de un distraído espectador.
-¡Domenico, esa niña! –atinó a decir, señalándola. No era solo una ladronzuela más dispuesta a hacer una diferencia monetaria gracias a la muerte de la bruja en aquella plaza. Su instinto le decía que debían atraparla.
Su compañero la vio y ambos comenzaron a correr tras ella empujando a los asistentes de la Piazza San Pietro que se hallaban ávidos de justicia divina. Ávidos de muerte, en definitiva.
Chantelle Reuven- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 60
Fecha de inscripción : 06/02/2017
Re: Draco dormiens nunquam titilandus ~ priv.
La cuchilla corta el suave cuero de la bolsa, que cae sobre mi palma extendida con un leve tintineo metálico. Pesa más de lo que esperaba, una buena señal; cuanto más contenga ese botín, menos veces tendré que arriesgarme a lo largo de la mañana.
El sonido de las monedas pasa desapercibido para el propietario, demasiado ocupado en observar el cruento espectáculo para percatarse de la ausencia de su dinero. De modo que me desplazo discretamente entre la muchedumbre, voceando igual que ellos para evitar llamar la atención. Con una mano, señalo la hoguera para desviar la atención de los ciudadanos. Con la otra, guardo las monedas en mi zurrón y la cuchilla en su sitio habitual bajo mi manga.
No es hasta que miro de nuevo hacia el escenario que veo a los extraños correr. Son un hombre y una mujer, cubiertos con sendas capas que tapan completamente sus rostros. No es su aspecto lo que llama mi atención, si no la prisa con la que se mueven. Apartando a todo aquel que se interponga en su camino con brusquedad y urgencia, acercándose cada vez más a mi posición.
Mi reacción es instintiva: echo a correr en dirección contraria, buscando la seguridad de las callejuelas romanas. Mi sexto sentido me indica que es a mi a quien buscan, y no precisamente para darme un bocadillo. Puede que sean policías de incógnito, y me hayan visto robarle a ese hombre. O tal vez, inquisidores de la Iglesia. Lo único que sé no es lo que quieren; sólo que no estoy nada dispuesta a caer en sus garras, mientras pueda hacer algo para evitarlo.
Así que me concentro con todas mis fuerzas en invocar mi magia mientras corro, algo que no había hecho hasta ahora más que en un par de ocasiones. No hay palabras mágicas, ni tampoco gestos ancestrales. Sólo sensaciones instintivas, que me indican que mi conjuro ha surtido efecto. En estos instantes ya no parezco una pelirroja niñita menuda para su edad, sino un fornido muchacho de rostro anodino. Espero que eso sirva para que me pierdan de vista, durante el tiempo que tarde en salir de la plaza y perderme en los callejones.
El sonido de las monedas pasa desapercibido para el propietario, demasiado ocupado en observar el cruento espectáculo para percatarse de la ausencia de su dinero. De modo que me desplazo discretamente entre la muchedumbre, voceando igual que ellos para evitar llamar la atención. Con una mano, señalo la hoguera para desviar la atención de los ciudadanos. Con la otra, guardo las monedas en mi zurrón y la cuchilla en su sitio habitual bajo mi manga.
No es hasta que miro de nuevo hacia el escenario que veo a los extraños correr. Son un hombre y una mujer, cubiertos con sendas capas que tapan completamente sus rostros. No es su aspecto lo que llama mi atención, si no la prisa con la que se mueven. Apartando a todo aquel que se interponga en su camino con brusquedad y urgencia, acercándose cada vez más a mi posición.
Mi reacción es instintiva: echo a correr en dirección contraria, buscando la seguridad de las callejuelas romanas. Mi sexto sentido me indica que es a mi a quien buscan, y no precisamente para darme un bocadillo. Puede que sean policías de incógnito, y me hayan visto robarle a ese hombre. O tal vez, inquisidores de la Iglesia. Lo único que sé no es lo que quieren; sólo que no estoy nada dispuesta a caer en sus garras, mientras pueda hacer algo para evitarlo.
Así que me concentro con todas mis fuerzas en invocar mi magia mientras corro, algo que no había hecho hasta ahora más que en un par de ocasiones. No hay palabras mágicas, ni tampoco gestos ancestrales. Sólo sensaciones instintivas, que me indican que mi conjuro ha surtido efecto. En estos instantes ya no parezco una pelirroja niñita menuda para su edad, sino un fornido muchacho de rostro anodino. Espero que eso sirva para que me pierdan de vista, durante el tiempo que tarde en salir de la plaza y perderme en los callejones.
Salamandra- Hechicero Clase Baja
- Mensajes : 70
Fecha de inscripción : 31/10/2016
Localización : Las callejuelas de París.
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Draco dormiens nunquam titilandus ~ priv.
¡Pero qué fastidio sentía! La muchedumbre todo lo dificultaba, no se movían a tiempo, empujaban y obstruían el camino. ¡Qué inútiles! Estaban hipnotizados por el dolor ajeno, por el morbo que produce la cercanía de la muerte impropia.
-¡Muévanse! ¡Apártense! –gritaba Chantelle mientras codeaba sin consideración a mujeres y hombres, a grandes y a niños, para abrirse paso.
Pero sus gritos se quedaban ahogados, había alguien en aquella plaza llena que gritaba mucho más alto y se robaba, con sus últimos minutos, todas las miradas, todo el interés de los embobados asistentes. Ellos, en cambio, debían darle la espalda a la ejecución por fuego, dado que tenían un objetivo que alcanzar: la ladronzuela.
-No la pierdas, Domenico –ordenó, segura de que había algo especial en la niña de cabellos rojos-. Debemos atraparla –susurró, más para ella que para su compañero pues él no podría oírla, mientras empujaba a un hombre robusto provocando que este aplastase a una anciana contra el cuerpo de un joven imberbe.
Odiaba muchas cosas de la Inquisición, aunque por supuesto no podía reconocerlo en voz alta pues sería suficiente para meterla en problemas. Una de las cosas que más detestaba de la Santa Orden era que hicieran públicos los ajusticiamientos; según creía Chantelle, ningún niño –como las varias decenas de pequeños que había en San Pietro en esos momentos- debía presenciar algo así. Era inhumano, un final espantoso y tan antinatural como la hechicera que sacrificaban en ese instante por no querer renunciar a sus prácticas, por no arrepentirse de toda su maldad, de sus sabidos pecados e impurezas.
Llegaron al final de la plaza, pero de un momento al otro Chantelle dejó de ver a la pequeña. ¡Era tan extraño! No había quitado la vista de su cuerpo, no la había perdido, pero de pronto se había esfumado ante ellos…
“Tiene que ser brujería”, se indignó la espía mientras se detenía en la esquina para mirar a los lados.
-No la perdimos –le dijo a su compañero, pues necesitó tranquilizarlo al ver su gesto pesimista-, se ha escondido y solo debemos observar bien el entorno. Debemos esperar a que aparezca, pero no la perdimos –repitió-, está cerca. Lo sé.
-¡Muévanse! ¡Apártense! –gritaba Chantelle mientras codeaba sin consideración a mujeres y hombres, a grandes y a niños, para abrirse paso.
Pero sus gritos se quedaban ahogados, había alguien en aquella plaza llena que gritaba mucho más alto y se robaba, con sus últimos minutos, todas las miradas, todo el interés de los embobados asistentes. Ellos, en cambio, debían darle la espalda a la ejecución por fuego, dado que tenían un objetivo que alcanzar: la ladronzuela.
-No la pierdas, Domenico –ordenó, segura de que había algo especial en la niña de cabellos rojos-. Debemos atraparla –susurró, más para ella que para su compañero pues él no podría oírla, mientras empujaba a un hombre robusto provocando que este aplastase a una anciana contra el cuerpo de un joven imberbe.
Odiaba muchas cosas de la Inquisición, aunque por supuesto no podía reconocerlo en voz alta pues sería suficiente para meterla en problemas. Una de las cosas que más detestaba de la Santa Orden era que hicieran públicos los ajusticiamientos; según creía Chantelle, ningún niño –como las varias decenas de pequeños que había en San Pietro en esos momentos- debía presenciar algo así. Era inhumano, un final espantoso y tan antinatural como la hechicera que sacrificaban en ese instante por no querer renunciar a sus prácticas, por no arrepentirse de toda su maldad, de sus sabidos pecados e impurezas.
Llegaron al final de la plaza, pero de un momento al otro Chantelle dejó de ver a la pequeña. ¡Era tan extraño! No había quitado la vista de su cuerpo, no la había perdido, pero de pronto se había esfumado ante ellos…
“Tiene que ser brujería”, se indignó la espía mientras se detenía en la esquina para mirar a los lados.
-No la perdimos –le dijo a su compañero, pues necesitó tranquilizarlo al ver su gesto pesimista-, se ha escondido y solo debemos observar bien el entorno. Debemos esperar a que aparezca, pero no la perdimos –repitió-, está cerca. Lo sé.
Chantelle Reuven- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 60
Fecha de inscripción : 06/02/2017
Re: Draco dormiens nunquam titilandus ~ priv.
No necesito girarme para saber que los desconocidos no han desistido en su persecución; las quejas, pisadas y gritos de los espectadores son suficientes para percatarme de ello. Allí donde van, empujan sin compasión, a la espera de que la muchedumbre se abra para ellos. Sin embargo, están todos tan ocupados divirtiéndose con el espectáculo que no se apartan a tiempo; sólo cuando sus miradas se encuentran con las de los Inquisidores -que es lo que creo que son, si tenemos en cuenta dónde y qué está sucediendo- se hacen a un lado para que ellos puedan pasar. Siempre escudriñando con expresión pensativa los rostros del público, en busca de la más mínima sospecha del Diablo.
Satisfecha, estoy a punto de alcanzar el callejón cuando una mano ajena me retiene por el hombro. Una mano indudablemente femenina, que se aferra como una garra a la basta tela de mi capucha. Frena mi carrera, impidiéndome continuar hacia la libertad. Y es que aunque la ilusión sea material para sus sentidos, no oculta mi verdadera constitución: la de una adolescente de trece años, con menos fuerza y masa muscular que la de esta mujer.
¡Tú! - Me grita, su mirada de ojos castaños chispeando por la ira. Son el rasgo más bonito en un rostro que es más bien feúcho, de dientes torcidos y piel marcada por las enfermedades. La muchacha, que no tendrá más de dieciséis años, tuerce los labios en un mohín de frustración. Acompañado por un enarcamiento de ceja al percibir mi intento por liberarme de su presa. - ¡Esta vez no te escaparás de mi, Filippo! ¿Sabes cuántos días hacía que no sabía de ti? ¡Más de un mes! ¿Es que pretendes que críe a nuestro hijo sola? - Con la mano libre, la mujer señala su abultado vientre, para divertimento de los espectadores, que acaban de descubrir una función tan buena como la quema principal. Estupendo, justo lo que necesitaba: llamar más la atención.- Me dijiste que era especial. Que ibas a dejar a tu esposa, y vendrías a buscarme tan pronto como lo hubieses dejado todo solucionado. Me mentiste. Y lo peor es que yo te creí.
- Se está equivocando de hombre, señora – Le digo, ansiosa al percatarme de que los Inquisidores están cada vez más cerca. Algunas de las mujeres que nos están escuchando niegan con la cabeza al oírme, y una de ellas incluso murmura entre dientes algo así como “habértelo pensado antes”. - No sé quién es Filippo pero yo tengo que irme. Si me disculpa.
¡Plas! La mano de la muchacha vuela hasta mi mejilla, dejando una marca rojiza tan ardiente que las lágrimas aparecen en mis ojos. Aturdida, me llevo la zurda a la cara, notando cómo mi piel palpita por el golpe.
¡Eres un cerdo Filippo! ¡Un auténtico cerdo! ¡Serás...!
Pero el público y yo jamás llegamos a saber qué más soy, porque de pronto, una exclamación generalizada recorre a los romanos. Los ojos de la castaña se abren en sobremanera, y sus labios empiezan a temblar, precediendo a su tartamudeo. No necesito mirarme para saber lo que habrán visto, porque he sentido el cosquilleo de la magia recorrer mi cuerpo tras la bofetada. El hechizo se ha roto, y ahora vuelvo a ser sólo yo: la niña Sylvannas, larguirucha, pecosa y de largos y enmarañados cabellos pelirrojos.
Tú... tú no eres Filippo. ¿Cómo lo has hecho? - Dice la joven, retrocediendo un par de pasos para alejarse de mi. En lugar de responderle, busco con la mirada una salida hacia el exterior, para descubrir, horrorizada, que el público ha cerrado filas a mi alrededor. - ¡Bruja! ¡Bruja! ¡Es una bruja! - Chilla la embarazada, levantando ambos índices en mi dirección para crear la señal de la cruz.
Al escuchar su grave acusación, el público se santigua con un veloz y aprendido movimiento; algunos de ellos incluso musitan plegarias silenciosas, encomendándose a María, Jesús y cualquier santo que tenga fama de misógino e ignorante. Como un animalito acorralado, me lanzo en dirección a los que están más cerca de la salida. Con los Inquisidores tan cerca, es mi última oportunidad de escapar; si no lo hago, ya puedo darme por muerta.
Satisfecha, estoy a punto de alcanzar el callejón cuando una mano ajena me retiene por el hombro. Una mano indudablemente femenina, que se aferra como una garra a la basta tela de mi capucha. Frena mi carrera, impidiéndome continuar hacia la libertad. Y es que aunque la ilusión sea material para sus sentidos, no oculta mi verdadera constitución: la de una adolescente de trece años, con menos fuerza y masa muscular que la de esta mujer.
¡Tú! - Me grita, su mirada de ojos castaños chispeando por la ira. Son el rasgo más bonito en un rostro que es más bien feúcho, de dientes torcidos y piel marcada por las enfermedades. La muchacha, que no tendrá más de dieciséis años, tuerce los labios en un mohín de frustración. Acompañado por un enarcamiento de ceja al percibir mi intento por liberarme de su presa. - ¡Esta vez no te escaparás de mi, Filippo! ¿Sabes cuántos días hacía que no sabía de ti? ¡Más de un mes! ¿Es que pretendes que críe a nuestro hijo sola? - Con la mano libre, la mujer señala su abultado vientre, para divertimento de los espectadores, que acaban de descubrir una función tan buena como la quema principal. Estupendo, justo lo que necesitaba: llamar más la atención.- Me dijiste que era especial. Que ibas a dejar a tu esposa, y vendrías a buscarme tan pronto como lo hubieses dejado todo solucionado. Me mentiste. Y lo peor es que yo te creí.
- Se está equivocando de hombre, señora – Le digo, ansiosa al percatarme de que los Inquisidores están cada vez más cerca. Algunas de las mujeres que nos están escuchando niegan con la cabeza al oírme, y una de ellas incluso murmura entre dientes algo así como “habértelo pensado antes”. - No sé quién es Filippo pero yo tengo que irme. Si me disculpa.
¡Plas! La mano de la muchacha vuela hasta mi mejilla, dejando una marca rojiza tan ardiente que las lágrimas aparecen en mis ojos. Aturdida, me llevo la zurda a la cara, notando cómo mi piel palpita por el golpe.
¡Eres un cerdo Filippo! ¡Un auténtico cerdo! ¡Serás...!
Pero el público y yo jamás llegamos a saber qué más soy, porque de pronto, una exclamación generalizada recorre a los romanos. Los ojos de la castaña se abren en sobremanera, y sus labios empiezan a temblar, precediendo a su tartamudeo. No necesito mirarme para saber lo que habrán visto, porque he sentido el cosquilleo de la magia recorrer mi cuerpo tras la bofetada. El hechizo se ha roto, y ahora vuelvo a ser sólo yo: la niña Sylvannas, larguirucha, pecosa y de largos y enmarañados cabellos pelirrojos.
Tú... tú no eres Filippo. ¿Cómo lo has hecho? - Dice la joven, retrocediendo un par de pasos para alejarse de mi. En lugar de responderle, busco con la mirada una salida hacia el exterior, para descubrir, horrorizada, que el público ha cerrado filas a mi alrededor. - ¡Bruja! ¡Bruja! ¡Es una bruja! - Chilla la embarazada, levantando ambos índices en mi dirección para crear la señal de la cruz.
Al escuchar su grave acusación, el público se santigua con un veloz y aprendido movimiento; algunos de ellos incluso musitan plegarias silenciosas, encomendándose a María, Jesús y cualquier santo que tenga fama de misógino e ignorante. Como un animalito acorralado, me lanzo en dirección a los que están más cerca de la salida. Con los Inquisidores tan cerca, es mi última oportunidad de escapar; si no lo hago, ya puedo darme por muerta.
Última edición por Salamandra el Dom Mayo 21, 2017 8:38 am, editado 1 vez
Salamandra- Hechicero Clase Baja
- Mensajes : 70
Fecha de inscripción : 31/10/2016
Localización : Las callejuelas de París.
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Draco dormiens nunquam titilandus ~ priv.
Solo era una intuición, pues la había visto robando como robaban decenas de muchachitos siempre que la plaza estuviera concurrida al punto de desbordar, como se hallaba en esos momentos. ¿Qué tenía eso de extraño en un lugar como San Pietro? Ah, pero había algo más, algo en la seguridad con la que la niña se movía tal vez, que le decía que estaba frente a un ser sobrenatural... No podría explicarlo o describirlo, simplemente lo sentía. Luego de tantos años su cuerpo había aprendido a alertarla.
La seguía, con Domenico por detrás, porque en el peor de los casos solo atraparía a una ladronzuela que de igual modo necesitaba un escarmiento, y en el mejor… en el mejor Chantelle confirmaría que nunca se equivocaba al seguir sus intuiciones. No sabía quien era ni qué era –en caso de que se encontrara, en efecto, siguiendo a una sobrenatural-, pero de una cosa estaba segura: la atraparían si persistían en la persecución.
Al perderla de vista, Domenico sugirió desistir, pero Chantelle se negó instándolo a observar el entorno. Si la niña estaba escondida en algún rincón no tardaría en querer moverse hacia un lugar más seguro. Saltaría de un escondite al otro como todos hacían siempre y si ellos tenían paciencia acabarían por descubrirla en pleno movimiento.
Un tumulto a unos metros llamó la atención de Chantelle, pero no se acercó. No quería distraerse… Siguió observando las calles tan congregadas mientras más y más gente se reunía en torno a lo que parecía ser una discusión marital.
No le hubiera prestado atención en lo absoluto si no fuera por las exclamaciones de las personas y los gritos desesperados de quienes estaban ahí que, a los pocos minutos, comenzaron a acusar de brujería a uno de los protagonistas.
-Ahí estás –susurró Chantelle sonriendo y se acercó rápidamente solo para ver que la muchacha continuaba su huida.
Se volteó para instar a Domenico a que rodee la zona para así poder encerrar a la chiquilla, pero él ya no estaba. Complacida descubrió que no había necesitado ordenarle nada, él mismo había tomado la iniciativa.
“Aprende rápido”, se alegró mientras veía que la cabellera rojiza de la muchacha ondeaba mientras corría pocos metros delante de ella.
-¡Detente, hazlo ahora mismo y obtendrás el perdón de Dios! –la tentó, ya viendo que la niña estaba acorralada por completo.
Domenico se acababa de aparecer delante de su camino y en caso de que quisiera retroceder chocaría con Chantelle que ya tenía su cuchillo empuñado.
La seguía, con Domenico por detrás, porque en el peor de los casos solo atraparía a una ladronzuela que de igual modo necesitaba un escarmiento, y en el mejor… en el mejor Chantelle confirmaría que nunca se equivocaba al seguir sus intuiciones. No sabía quien era ni qué era –en caso de que se encontrara, en efecto, siguiendo a una sobrenatural-, pero de una cosa estaba segura: la atraparían si persistían en la persecución.
Al perderla de vista, Domenico sugirió desistir, pero Chantelle se negó instándolo a observar el entorno. Si la niña estaba escondida en algún rincón no tardaría en querer moverse hacia un lugar más seguro. Saltaría de un escondite al otro como todos hacían siempre y si ellos tenían paciencia acabarían por descubrirla en pleno movimiento.
Un tumulto a unos metros llamó la atención de Chantelle, pero no se acercó. No quería distraerse… Siguió observando las calles tan congregadas mientras más y más gente se reunía en torno a lo que parecía ser una discusión marital.
No le hubiera prestado atención en lo absoluto si no fuera por las exclamaciones de las personas y los gritos desesperados de quienes estaban ahí que, a los pocos minutos, comenzaron a acusar de brujería a uno de los protagonistas.
-Ahí estás –susurró Chantelle sonriendo y se acercó rápidamente solo para ver que la muchacha continuaba su huida.
Se volteó para instar a Domenico a que rodee la zona para así poder encerrar a la chiquilla, pero él ya no estaba. Complacida descubrió que no había necesitado ordenarle nada, él mismo había tomado la iniciativa.
“Aprende rápido”, se alegró mientras veía que la cabellera rojiza de la muchacha ondeaba mientras corría pocos metros delante de ella.
-¡Detente, hazlo ahora mismo y obtendrás el perdón de Dios! –la tentó, ya viendo que la niña estaba acorralada por completo.
Domenico se acababa de aparecer delante de su camino y en caso de que quisiera retroceder chocaría con Chantelle que ya tenía su cuchillo empuñado.
Chantelle Reuven- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 60
Fecha de inscripción : 06/02/2017
Re: Draco dormiens nunquam titilandus ~ priv.
Un pie sale de la nada mientras intento escapar, haciéndome tropezar y caer al suelo en medio de la muchedumbre. Mis reflejos me permiten poner ambas manos frente a mi para amortiguar con ellas el impacto, pero aun así, noto cómo mis rodillas se raspan por la rápida fricción. En cualquier otro momento, habría notado el ardor de la piel al ser retirada de la carne. Sin embargo, ahora mismo la adrenalina no me permite sentir nada más que el miedo. Miedo a ser atrapada y acabar igual que mi madre. Miedo por todo lo que siempre he querido hacer y ahora jamás podré llegar a cumplir.
¡Clac! Un chasquido metálico resuena junto a mi mano, que de pronto está en contacto con algo frío y rasposo. Huele a óxido y a sal, y al desviar mi mirada en su dirección, veo que se trata de un grueso grillete de hierro. Unido por una pesada cadena a otro que sostiene un encapuchado, de rostro sudoroso pero triunfal.
- ¡Te tengo! - Masculla el desconocido, con una voz indudablemente masculina. Su túnica se entreabre para mostrar la gruesa cruz plateada que cuelga de su cuello, centelleando bajo los intensos rayos de sol que invaden la plaza. Horrorizada, doy un par de tirones en un intento desesperado por escapar. Sin éxito; los grilletes no se abrirán sin la llave, y son demasiado fuertes como para ceder ante mis débiles intentos por abrirlos. - Estate quieta, bruja; Dios es misericordioso con quienes buscan su perdón, pero si te reafirmas en intentar escapar, es como si estuvieras admitiendo a gritos tu afiliación con el Diablo.
- ¡Déjame! ¡Yo no tengo nada que ver con Satanás!- Le grito, notando cómo mis ojos empiezan a empañarse por las lágrimas. Los espectadores, que habían empezado a aplaudir tan pronto Domenico rodeó mi mano con un grillete, ahora abuchean cada una de mis palabras. Incapaces de ver en mi a la niña, cegados por su odio e intolerancia hacia los que son diferentes a ellos. - ¡Suéltame! ¡Suéltame!
Estoy a punto de llamar también a Adriano, pero en el último momento decido que es mejor que me calle. El chico no tiene nada que ver en esto, y no quiero ponerle en peligro por el simple hecho de ser mi amigo.
¡Clac! Un chasquido metálico resuena junto a mi mano, que de pronto está en contacto con algo frío y rasposo. Huele a óxido y a sal, y al desviar mi mirada en su dirección, veo que se trata de un grueso grillete de hierro. Unido por una pesada cadena a otro que sostiene un encapuchado, de rostro sudoroso pero triunfal.
- ¡Te tengo! - Masculla el desconocido, con una voz indudablemente masculina. Su túnica se entreabre para mostrar la gruesa cruz plateada que cuelga de su cuello, centelleando bajo los intensos rayos de sol que invaden la plaza. Horrorizada, doy un par de tirones en un intento desesperado por escapar. Sin éxito; los grilletes no se abrirán sin la llave, y son demasiado fuertes como para ceder ante mis débiles intentos por abrirlos. - Estate quieta, bruja; Dios es misericordioso con quienes buscan su perdón, pero si te reafirmas en intentar escapar, es como si estuvieras admitiendo a gritos tu afiliación con el Diablo.
- ¡Déjame! ¡Yo no tengo nada que ver con Satanás!- Le grito, notando cómo mis ojos empiezan a empañarse por las lágrimas. Los espectadores, que habían empezado a aplaudir tan pronto Domenico rodeó mi mano con un grillete, ahora abuchean cada una de mis palabras. Incapaces de ver en mi a la niña, cegados por su odio e intolerancia hacia los que son diferentes a ellos. - ¡Suéltame! ¡Suéltame!
Estoy a punto de llamar también a Adriano, pero en el último momento decido que es mejor que me calle. El chico no tiene nada que ver en esto, y no quiero ponerle en peligro por el simple hecho de ser mi amigo.
Salamandra- Hechicero Clase Baja
- Mensajes : 70
Fecha de inscripción : 31/10/2016
Localización : Las callejuelas de París.
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Draco dormiens nunquam titilandus ~ priv.
-¡Buen trabajo! –Chantelle Reuven felicitó a su compañero, palmeando su brazo fuerte y duro, y se plantó a su lado mientras él terminaba de reducir a la chiquilla.
La gente se había arremolinado en torno a ellos, al parecer disfrutando del nuevo espectáculo. ¡Eran como moscas que susurraban y juzgaban la escena! Quería apartarlos, pero sabía que lo conveniente era dejarlos mirar, dejarles opinar para que quien ocultase un secreto, tan o más demoniaco que el de la pequeña, se sintiese turbado y acudiese voluntariamente ante la Santa Orden para pedir perdón de sus pecados y maldades.
Entonces empezaron los aplausos y los insultos… Chantelle ya no pudo soportarlo más y a los gritos les ordenó que se desconcentraran, que volvieran a sus quehaceres. De inmediato se dispusieron a obedecerle, pues le temían. Ya se había acostumbrado a esa reverencia inmerecida, a ese acatamiento presto de todos los que descubrían quien era y qué hacía.
“Yo no soy así. Esto es lo que hago, pero no es lo que soy”, quería gritar a veces, pero no podía.
Se ajustó la caperuza negra sobre la cabeza, no debía olvidar también que ella era una espía y que su identidad debía permanecer en el anonimato todo lo que le fuese posible. Aunque media población de Roma acabase de ver su rostro…
Se giró y vio a la chiquilla que pataleaba y se retorcía, pero que nada podía hacer contra la fuerza de Domenico.
-Vamos, debemos llevarla –le dijo a su compañero y se apuró a levantarla-. Saquémosla de aquí.
No le despertaba compasión, quizás algo de misericordia soslayada… No podía evitarlo –y por eso había dispersado a las personas, para evitar que la niña se sintiese aún más humillada-, después de todo ella era madre y sus hijos solo serían un poco mayores que aquella chica.
Tal vez fue esa misma misericordia la que la impelió a susurrarle algunos consejos que creyó podrían serle útiles:
-Te encerraremos y luego serás interrogada. Confiesa y arrepiéntete, niña, solo así podrás vivir bien. Sólo así Dios podrá perdonarte y aceptarte como su seguidora, como una soldado más de sus filas. –Pasó su brazo con fuerza por detrás de la espalda de la niña, que era bastante alta, mientras Domenico tiraba de ella por las calles sucias de la ciudad, arrastrándola rumbo al Santo Edificio mientras la gente seguía observándolos pero desde lejos-. Escucha mi consejo, agradécelo pues te aseguro que nadie más será así de gentil contigo: arrepiéntete y cambia tu vida. No es tu mejor opción, pero es la única que tienes.
La gente se había arremolinado en torno a ellos, al parecer disfrutando del nuevo espectáculo. ¡Eran como moscas que susurraban y juzgaban la escena! Quería apartarlos, pero sabía que lo conveniente era dejarlos mirar, dejarles opinar para que quien ocultase un secreto, tan o más demoniaco que el de la pequeña, se sintiese turbado y acudiese voluntariamente ante la Santa Orden para pedir perdón de sus pecados y maldades.
Entonces empezaron los aplausos y los insultos… Chantelle ya no pudo soportarlo más y a los gritos les ordenó que se desconcentraran, que volvieran a sus quehaceres. De inmediato se dispusieron a obedecerle, pues le temían. Ya se había acostumbrado a esa reverencia inmerecida, a ese acatamiento presto de todos los que descubrían quien era y qué hacía.
“Yo no soy así. Esto es lo que hago, pero no es lo que soy”, quería gritar a veces, pero no podía.
Se ajustó la caperuza negra sobre la cabeza, no debía olvidar también que ella era una espía y que su identidad debía permanecer en el anonimato todo lo que le fuese posible. Aunque media población de Roma acabase de ver su rostro…
Se giró y vio a la chiquilla que pataleaba y se retorcía, pero que nada podía hacer contra la fuerza de Domenico.
-Vamos, debemos llevarla –le dijo a su compañero y se apuró a levantarla-. Saquémosla de aquí.
No le despertaba compasión, quizás algo de misericordia soslayada… No podía evitarlo –y por eso había dispersado a las personas, para evitar que la niña se sintiese aún más humillada-, después de todo ella era madre y sus hijos solo serían un poco mayores que aquella chica.
Tal vez fue esa misma misericordia la que la impelió a susurrarle algunos consejos que creyó podrían serle útiles:
-Te encerraremos y luego serás interrogada. Confiesa y arrepiéntete, niña, solo así podrás vivir bien. Sólo así Dios podrá perdonarte y aceptarte como su seguidora, como una soldado más de sus filas. –Pasó su brazo con fuerza por detrás de la espalda de la niña, que era bastante alta, mientras Domenico tiraba de ella por las calles sucias de la ciudad, arrastrándola rumbo al Santo Edificio mientras la gente seguía observándolos pero desde lejos-. Escucha mi consejo, agradécelo pues te aseguro que nadie más será así de gentil contigo: arrepiéntete y cambia tu vida. No es tu mejor opción, pero es la única que tienes.
Chantelle Reuven- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 60
Fecha de inscripción : 06/02/2017
Re: Draco dormiens nunquam titilandus ~ priv.
La otra inquisidora no tarda en reunirse con nosotros, felicitando a su compañero por haberme atrapado. Lleva el rostro oculto bajo una capa, pero aun así, su fría mirada centellea bajo los brillantes rayos de sol. Durante unos instantes, parece casi como si sintiera lástima por mi; tuerce el gesto en una mueca de desagrado, tan leve que más tarde creeré haberla imaginado. Lo más probable es que esté pensando en la de papeleo que tendrá que tramitar por mi captura; y es que se dice que la Iglesia tiene un complejo sistema establecido para fichar a los "criminales". También conocidos como cualquiera que amenace su sistema de creencias, aun con su mera existencia.
- No he hecho nada - Repito, esta vez más bajo. Siento cómo las lágrimas amenazan con anegar mis pupilas, así que parpadeo un par de veces para dispersarlas. No voy a darles el lujo de verme llorar; no después del fatal desenlace de mi día. Que ya había empezado mal por la mañana, y está acabando de la peor manera posible. - Ha sido sin querer. Yo no soy una bruja. Os habéis equivocado de persona.
Ambos hacen oídos sordos a mis súplicas, empujándome cada vez que amenazo con detenerme. Paso a paso, me alejan de la plaza en la que se encuentra oculto Adriano, dispersando a todos aquellos que se interponen en su camino. Hasta que al final, mis palabras no son más que murmullos que pronuncio como un mantra para tranquilizarme. Acompañadas por respiraciones profundas para evitar caer en la histeria.
Soy inocente, pienso mientras inhalo lentamente una bocanada de aire. No he hecho nada. Exhalo. Nada para merecer acabar así. Inhalo. No quiero morir quemada. Exhalo. Por favor.
Salvadme.
***
Horas más tarde, me hallo encerrada en uno de los calabozos del Vaticano. Oculta en las entrañas de la ciudad italiana, aguardo mi sentencia hecha un ovillo en un rincón. Las cadenas me impiden moverme, pero aunque no estuviera presa, tampoco tendría ningún lugar al que ir. La celda es apenas un rectángulo estrecho, húmedo y frío, que podría recorrer de extremo a extremo en dos pasos. Además, en el improbable caso de que lograse liberarme, está custodiada por un guardián de mirada severa; un vampiro que, con el ceño fruncido constantemente, camina por el pasillo vigilando que los condenados no corran riesgo de fuga. Sus pisadas son sólo uno de los sonidos que pueblan el lugar, y casi resultan tranquilizantes por ser rítmicas y constantes. A diferencia del gemido de los demás presos, bajo y meditabundo, que se entremezcla con el tintineo metálico de sus cadenas.
Rodeándome el cuerpo con los brazos, froto mi piel enérgicamente para calmar mis constantes temblores. Estoy dividida entre el frío y el miedo, entre el terror y la apatía. Mi cuerpo no es capaz de decidirse por ningún sentimiento en concreto, colapsado por el exceso de emociones fuertes de hoy. Y demasiado aturdido para procesar el futuro que me espera.
El movimiento alerta a las ratas con las que comparto celda, que chillan mientras corretean oliéndolo todo en busca de comida. Espero que tengan más suerte que yo; hace horas que no pruebo bocado. Ni siquiera hay agua a mi disposición, provocando que mis labios estén secos y agrietados. Mientras me planteo si estoy lo suficientemente sedienta como para lamer las cadenas -están ligeramente mojadas por la humedad-, el crujir de la madera al otro extremo del pasillo resuena en el abovedado espacio de la prisión. Indica que la puerta de acceso a las mazmorras ha sido abierta, por alguien que procede del exterior del lugar. Algún "afortunado" está a punto de recibir una visita, pienso sin dejar de frotarme los brazos. Un pobre desgraciado, cuyas horas están contadas en este mundo.
- No he hecho nada - Repito, esta vez más bajo. Siento cómo las lágrimas amenazan con anegar mis pupilas, así que parpadeo un par de veces para dispersarlas. No voy a darles el lujo de verme llorar; no después del fatal desenlace de mi día. Que ya había empezado mal por la mañana, y está acabando de la peor manera posible. - Ha sido sin querer. Yo no soy una bruja. Os habéis equivocado de persona.
Ambos hacen oídos sordos a mis súplicas, empujándome cada vez que amenazo con detenerme. Paso a paso, me alejan de la plaza en la que se encuentra oculto Adriano, dispersando a todos aquellos que se interponen en su camino. Hasta que al final, mis palabras no son más que murmullos que pronuncio como un mantra para tranquilizarme. Acompañadas por respiraciones profundas para evitar caer en la histeria.
Soy inocente, pienso mientras inhalo lentamente una bocanada de aire. No he hecho nada. Exhalo. Nada para merecer acabar así. Inhalo. No quiero morir quemada. Exhalo. Por favor.
Salvadme.
***
Horas más tarde, me hallo encerrada en uno de los calabozos del Vaticano. Oculta en las entrañas de la ciudad italiana, aguardo mi sentencia hecha un ovillo en un rincón. Las cadenas me impiden moverme, pero aunque no estuviera presa, tampoco tendría ningún lugar al que ir. La celda es apenas un rectángulo estrecho, húmedo y frío, que podría recorrer de extremo a extremo en dos pasos. Además, en el improbable caso de que lograse liberarme, está custodiada por un guardián de mirada severa; un vampiro que, con el ceño fruncido constantemente, camina por el pasillo vigilando que los condenados no corran riesgo de fuga. Sus pisadas son sólo uno de los sonidos que pueblan el lugar, y casi resultan tranquilizantes por ser rítmicas y constantes. A diferencia del gemido de los demás presos, bajo y meditabundo, que se entremezcla con el tintineo metálico de sus cadenas.
Rodeándome el cuerpo con los brazos, froto mi piel enérgicamente para calmar mis constantes temblores. Estoy dividida entre el frío y el miedo, entre el terror y la apatía. Mi cuerpo no es capaz de decidirse por ningún sentimiento en concreto, colapsado por el exceso de emociones fuertes de hoy. Y demasiado aturdido para procesar el futuro que me espera.
El movimiento alerta a las ratas con las que comparto celda, que chillan mientras corretean oliéndolo todo en busca de comida. Espero que tengan más suerte que yo; hace horas que no pruebo bocado. Ni siquiera hay agua a mi disposición, provocando que mis labios estén secos y agrietados. Mientras me planteo si estoy lo suficientemente sedienta como para lamer las cadenas -están ligeramente mojadas por la humedad-, el crujir de la madera al otro extremo del pasillo resuena en el abovedado espacio de la prisión. Indica que la puerta de acceso a las mazmorras ha sido abierta, por alguien que procede del exterior del lugar. Algún "afortunado" está a punto de recibir una visita, pienso sin dejar de frotarme los brazos. Un pobre desgraciado, cuyas horas están contadas en este mundo.
Salamandra- Hechicero Clase Baja
- Mensajes : 70
Fecha de inscripción : 31/10/2016
Localización : Las callejuelas de París.
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Draco dormiens nunquam titilandus ~ priv.
No era la primera vez que capturaban a alguien tan joven, había visto niños transformarse en demonios a merced de la luna… Pero esa niña, la que habían capturado la mañana anterior en la plaza de San Pedro, no dejaba de dar vueltas en su mente. Tal vez fuera porque le había recordado a su pequeña hija, esa a la que hacía años que no veía. Tenía el mismo color de cabello y, al igual que a Lucille, las pecas le avivaban el rostro.
“Debe confesar para no prolongar la agonía, espero que haya entendido mi consejo”, meditaba mientras era testigo de la tortura a la que sometían a un joven vampiro.
Con ellos era todo muy fácil si se los tenía debilitados –dándoles sangre sólo en pequeñas dosis con el mero objetivo de que no muriesen-, pues bastaba con abrir una ventana lejana para que sus pieles comenzaran a sentir la letal idea de tener al sol cerca. Eran los únicos seres que gustaban de estar en las mazmorras más oscuras y subterráneas donde a penas había aire y todo era humedad y gusanos…
El demonio al que torturaban en esos momentos se retorcía una y otra vez mientras el padre Luciano le exigía una confesión que él no podía dar mientras sufriera de ese modo.
A Chantelle aquellos espectáculos no le gustaban –tampoco le desagradaban, ya estaba acostumbrada-, pero tenía que acudir a algunos interrogatorios pues cada sacerdote debía contar con un inquisidor testigo. Era la absurda medida que habían tomado los líderes para asegurar que estaban haciendo algo contra el abuso de poder, dadas las cientos de denuncias que habían recibido en los últimos dos años. ¡Como si a Chantelle, en su carácter de testigo, fuese a importarle que Luciano hiriera por demás a ese demonio que en realidad debería estar convertido en polvo hacía mucho tiempo!
“Hay muertos que hasta la tierra rechaza”, recordó de pronto, pues era una de las enseñanzas que les habían dado en el primer nivel inquisitorial.
Luego de no haber sacado ninguna confesión provechosa, el padre Luciano se cansó de divertirse en nombre de Cristo, ordenó que se llevaran al vampiro a las mazmorras y que trajesen al siguiente desgraciado. Chantelle suspiró mientras el hombre, obeso y propenso a las más fétidas sudoraciones, tomaba asiento a su lado y se servía una copa de vino. Ella sabía que la siguiente en ser interrogada era la niña a la que habían capturado el día anterior.
-De seguro la próxima será una pequeña, Luciano –comenzó a decir, como si quisiera pedirle que se comportara de forma más amable-, yo misma la he traído. Es una pobre ladronzuela que atrapamos a medio transformarse…
Luciano la interrumpió y le pidió la interrogase ella misma, adujo que estaba agotado y que le vendría bien intercambiar roles. Él le sería de testigo.
Se puso en pie y se acercó a la sucia mesa de tortura, los elementos que solía usar el sacerdote se encontraban colgados en la pared lateral y ella esperaba no tener que tomar ninguna entre sus manos para usarla en contra de la niña, aunque si ella la provocaba tendría que hacerlo, sin dudas...
Oyeron el lejano abrir y cerrar de la puerta pesada y unos pasos retumbaron sobre el piso de mármol. En cuestión de un minuto le traerían a la niña y Chantelle no sabía si era bueno o malo para la cautiva que fuese ella la encargada de arrancarle una confesión.
“Debe confesar para no prolongar la agonía, espero que haya entendido mi consejo”, meditaba mientras era testigo de la tortura a la que sometían a un joven vampiro.
Con ellos era todo muy fácil si se los tenía debilitados –dándoles sangre sólo en pequeñas dosis con el mero objetivo de que no muriesen-, pues bastaba con abrir una ventana lejana para que sus pieles comenzaran a sentir la letal idea de tener al sol cerca. Eran los únicos seres que gustaban de estar en las mazmorras más oscuras y subterráneas donde a penas había aire y todo era humedad y gusanos…
El demonio al que torturaban en esos momentos se retorcía una y otra vez mientras el padre Luciano le exigía una confesión que él no podía dar mientras sufriera de ese modo.
A Chantelle aquellos espectáculos no le gustaban –tampoco le desagradaban, ya estaba acostumbrada-, pero tenía que acudir a algunos interrogatorios pues cada sacerdote debía contar con un inquisidor testigo. Era la absurda medida que habían tomado los líderes para asegurar que estaban haciendo algo contra el abuso de poder, dadas las cientos de denuncias que habían recibido en los últimos dos años. ¡Como si a Chantelle, en su carácter de testigo, fuese a importarle que Luciano hiriera por demás a ese demonio que en realidad debería estar convertido en polvo hacía mucho tiempo!
“Hay muertos que hasta la tierra rechaza”, recordó de pronto, pues era una de las enseñanzas que les habían dado en el primer nivel inquisitorial.
Luego de no haber sacado ninguna confesión provechosa, el padre Luciano se cansó de divertirse en nombre de Cristo, ordenó que se llevaran al vampiro a las mazmorras y que trajesen al siguiente desgraciado. Chantelle suspiró mientras el hombre, obeso y propenso a las más fétidas sudoraciones, tomaba asiento a su lado y se servía una copa de vino. Ella sabía que la siguiente en ser interrogada era la niña a la que habían capturado el día anterior.
-De seguro la próxima será una pequeña, Luciano –comenzó a decir, como si quisiera pedirle que se comportara de forma más amable-, yo misma la he traído. Es una pobre ladronzuela que atrapamos a medio transformarse…
Luciano la interrumpió y le pidió la interrogase ella misma, adujo que estaba agotado y que le vendría bien intercambiar roles. Él le sería de testigo.
Se puso en pie y se acercó a la sucia mesa de tortura, los elementos que solía usar el sacerdote se encontraban colgados en la pared lateral y ella esperaba no tener que tomar ninguna entre sus manos para usarla en contra de la niña, aunque si ella la provocaba tendría que hacerlo, sin dudas...
Oyeron el lejano abrir y cerrar de la puerta pesada y unos pasos retumbaron sobre el piso de mármol. En cuestión de un minuto le traerían a la niña y Chantelle no sabía si era bueno o malo para la cautiva que fuese ella la encargada de arrancarle una confesión.
Chantelle Reuven- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 60
Fecha de inscripción : 06/02/2017
Re: Draco dormiens nunquam titilandus ~ priv.
La llegada del Inquisidor provoca una oleada de silencio, rota únicamente por el goteo del agua en algún rincón de la mazmorra. Agazapados en sus celdas, los prisioneros permanecen inmóviles, mudos; intentan pasar desapercibidos ante el escrutinio del religioso, que busca con la mirada el número de habitáculo que corresponde a su presa. Manteniendo el rostro oculto bajo una ancha capucha, recorre el pasillo con pasos firmes y sonoros, que resuenan en el abovedado espacio con el eco de la muerte. Y cuando finalmente se detiene, lo hace frente a mi puerta, observándome pensativamente a través de los oxidados barrotes de hierro.
- Si haces alguna tontería, lo pagarás caro. - Me advierte el encapuchado, tomando la llave que el vigilante le tiende para poder abrir la puerta de mi celda. Su tono de voz es grave y severo, marcadamente masculino. Y lo que peor me sienta: completamente indiferente. Es como si para él no fuese más importante que un objeto o animal. Simple rutina, que realiza con el secreto placer que otorga el fanatismo. Puede que por ello decida mirarle fijamente a los ojos, con expresión desafiante. Afianzando mis pies en el mugriento suelo de piedra para dificultarle la tarea de sacarme de allí. - A eso me refería con tonterías - Masculla, descolgando mis cadenas y tironeando de ellas para levantarme. Cuando intento volver a sentarme de nuevo, su mano vuela hacia mi rostro tan rápidamente que no soy capaz de esquivarla. Restalla contra mi pómulo, con un chasquido que resuena por toda la oscura y silenciosa mazmorra. Dejando la sombra de un cardenal en la mitad izquierda de mi rostro.- Caminarás, niña. O esto habrá sido sólo un aperitivo. - Gruñe, tirando con brusquedad de las metálicas cadenas.
Mareada por el golpe, me dejo conducir con relativa docilidad a través de las dependencias del Vaticano. Atravesamos pasillos húmedos y oscuros, iluminados tenuemente por candelabros sujetos a las paredes. Escaleras desgastadas, que nos conducen a las secretas entrañas de la tierra. Pasamos frente a otras mazmorras igual que la que acabo de abandonar; frente a despachos y archivos. Hasta que al final, nos detenemos frente a una maciza puerta igual que las demás, que mi carcelero abre tras golpear un par de veces la gastada madera.
- Adelante - Pronuncia una voz en su interior, señal que el Inquisidor aprovecha para accionar el bruñido pomo de la puerta.
El interior está mucho más iluminado que el resto del pasillo, puede que por hallarse en él dos Inquisidores. Uno de ellos es la pelirroja mujer que me capturó en la plaza, que observa con expresión impasible cómo soy atada en un extremo de la habitación. El otro es un completo desconocido, que muestra violáceas ojeras bajo sus fríos ojos grisáceos.
- Avisadme cuando acabéis. - Se limita a decir el tercer hombre, marchándose de nuevo por donde ha venido sin dedicarme ni una última mirada. Eso es lo que más me asusta de todo, casi tanto como la estrafalaria colección de herramientas que reposa en una mesa de trabajo: el hecho de que a nadie parece importarle allí nada, siendo las reglas que rigen el lugar completamente desconocidas para mi.
- Si haces alguna tontería, lo pagarás caro. - Me advierte el encapuchado, tomando la llave que el vigilante le tiende para poder abrir la puerta de mi celda. Su tono de voz es grave y severo, marcadamente masculino. Y lo que peor me sienta: completamente indiferente. Es como si para él no fuese más importante que un objeto o animal. Simple rutina, que realiza con el secreto placer que otorga el fanatismo. Puede que por ello decida mirarle fijamente a los ojos, con expresión desafiante. Afianzando mis pies en el mugriento suelo de piedra para dificultarle la tarea de sacarme de allí. - A eso me refería con tonterías - Masculla, descolgando mis cadenas y tironeando de ellas para levantarme. Cuando intento volver a sentarme de nuevo, su mano vuela hacia mi rostro tan rápidamente que no soy capaz de esquivarla. Restalla contra mi pómulo, con un chasquido que resuena por toda la oscura y silenciosa mazmorra. Dejando la sombra de un cardenal en la mitad izquierda de mi rostro.- Caminarás, niña. O esto habrá sido sólo un aperitivo. - Gruñe, tirando con brusquedad de las metálicas cadenas.
Mareada por el golpe, me dejo conducir con relativa docilidad a través de las dependencias del Vaticano. Atravesamos pasillos húmedos y oscuros, iluminados tenuemente por candelabros sujetos a las paredes. Escaleras desgastadas, que nos conducen a las secretas entrañas de la tierra. Pasamos frente a otras mazmorras igual que la que acabo de abandonar; frente a despachos y archivos. Hasta que al final, nos detenemos frente a una maciza puerta igual que las demás, que mi carcelero abre tras golpear un par de veces la gastada madera.
- Adelante - Pronuncia una voz en su interior, señal que el Inquisidor aprovecha para accionar el bruñido pomo de la puerta.
El interior está mucho más iluminado que el resto del pasillo, puede que por hallarse en él dos Inquisidores. Uno de ellos es la pelirroja mujer que me capturó en la plaza, que observa con expresión impasible cómo soy atada en un extremo de la habitación. El otro es un completo desconocido, que muestra violáceas ojeras bajo sus fríos ojos grisáceos.
- Avisadme cuando acabéis. - Se limita a decir el tercer hombre, marchándose de nuevo por donde ha venido sin dedicarme ni una última mirada. Eso es lo que más me asusta de todo, casi tanto como la estrafalaria colección de herramientas que reposa en una mesa de trabajo: el hecho de que a nadie parece importarle allí nada, siendo las reglas que rigen el lugar completamente desconocidas para mi.
Salamandra- Hechicero Clase Baja
- Mensajes : 70
Fecha de inscripción : 31/10/2016
Localización : Las callejuelas de París.
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Draco dormiens nunquam titilandus ~ priv.
Atada a la pared, con las manos y las piernas estiradas formando una X, viva, asustada y diabólica… Así estaba la pequeña.
Chantelle se acercó a ella en silencio, solo el eco de sus pasos quebraba la tensa atmósfera del lugar. La miró durante varios segundos, clavando sus ojos en los de ella como si esperara ser desafiada. Pero ella quería intimidarla, darle tiempo para que aceptase cual era su posición en aquel sitio, aunque evidente era. ¿En qué estaría pensando? ¿Qué imaginaba que ocurriría allí en la próxima media hora? ¿Qué esperaba para los próximos días? ¿Cuánto tardaría en confesar y suplicar el perdón de Dios?
-Dime, ¿hace cuanto tiempo que sirves a Satán? –le preguntó de forma directa, cruzando sus brazos sobre su pecho-. Eres pequeña, supongo que tus padres te habrán entregado a él desde que estabas en el vientre materno…
En los años que le había dedicado a la inquisición, Chantelle había oído las historias más oscuras. Bebés iniciados en rituales de sangre, consagrados desde sus primeros días para el servicio del demonio… Mujeres embarazadas que eran vejadas una y otra vez –durante los meses de gestación- por decenas hechiceros que buscaban traspasar sus poderes oscuros al nonato que luego le arrebataban a la madre y adiestraban para las fuerzas de la oscuridad. Incluso había conocido a un hechicero que aseguraba haber visto cara a cara al Diablo, quien lo había ungido personalmente…
“De nada le sirvió, pues acabó quemado pese a creerse íntimo amigo de Satanás”, recordó ella.
Caminó lentamente hacia la pared de la que colgaban distintos elementos de tortura: látigos, cuchillas de fino filo para desollar, garrotes, agujas pequeñas… Sabía con qué debía comenzar, pero antes de tomar su arma favorita, esa que siempre hacía hablar a los más débiles, Chantelle se paró allí y desde la distancia volvió a dirigirse a la sucia niña:
-¿Hablarás? ¿O prefieres que empecemos a jugar con todo esto? –le dijo señalando los elementos que tenía a sus espaldas-. No me gustaría ensuciarme con tu asquerosa sangre impía –le aseguró, más por saber que Luciano la observaba que por el placer de sentirse temida-, pero tú decides…
Luciano rió mientras se servía la tercera o cuarta copa de vino. Era como si disfrutase todo aquello y Chantelle se sintió repugnada. Ella nunca lo disfrutaría, por eso –en definitiva-, era espía y no torturadora.
Chantelle se acercó a ella en silencio, solo el eco de sus pasos quebraba la tensa atmósfera del lugar. La miró durante varios segundos, clavando sus ojos en los de ella como si esperara ser desafiada. Pero ella quería intimidarla, darle tiempo para que aceptase cual era su posición en aquel sitio, aunque evidente era. ¿En qué estaría pensando? ¿Qué imaginaba que ocurriría allí en la próxima media hora? ¿Qué esperaba para los próximos días? ¿Cuánto tardaría en confesar y suplicar el perdón de Dios?
-Dime, ¿hace cuanto tiempo que sirves a Satán? –le preguntó de forma directa, cruzando sus brazos sobre su pecho-. Eres pequeña, supongo que tus padres te habrán entregado a él desde que estabas en el vientre materno…
En los años que le había dedicado a la inquisición, Chantelle había oído las historias más oscuras. Bebés iniciados en rituales de sangre, consagrados desde sus primeros días para el servicio del demonio… Mujeres embarazadas que eran vejadas una y otra vez –durante los meses de gestación- por decenas hechiceros que buscaban traspasar sus poderes oscuros al nonato que luego le arrebataban a la madre y adiestraban para las fuerzas de la oscuridad. Incluso había conocido a un hechicero que aseguraba haber visto cara a cara al Diablo, quien lo había ungido personalmente…
“De nada le sirvió, pues acabó quemado pese a creerse íntimo amigo de Satanás”, recordó ella.
Caminó lentamente hacia la pared de la que colgaban distintos elementos de tortura: látigos, cuchillas de fino filo para desollar, garrotes, agujas pequeñas… Sabía con qué debía comenzar, pero antes de tomar su arma favorita, esa que siempre hacía hablar a los más débiles, Chantelle se paró allí y desde la distancia volvió a dirigirse a la sucia niña:
-¿Hablarás? ¿O prefieres que empecemos a jugar con todo esto? –le dijo señalando los elementos que tenía a sus espaldas-. No me gustaría ensuciarme con tu asquerosa sangre impía –le aseguró, más por saber que Luciano la observaba que por el placer de sentirse temida-, pero tú decides…
Luciano rió mientras se servía la tercera o cuarta copa de vino. Era como si disfrutase todo aquello y Chantelle se sintió repugnada. Ella nunca lo disfrutaría, por eso –en definitiva-, era espía y no torturadora.
Última edición por Chantelle Reuven el Miér Jun 21, 2017 8:16 pm, editado 1 vez
Chantelle Reuven- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 60
Fecha de inscripción : 06/02/2017
Re: Draco dormiens nunquam titilandus ~ priv.
Me había prometido a mi misma que sería valiente, pero no puedo evitar que mis piernas tiemblen incontrolablemente mientras la pelirroja habla. Sus palabras, heladas y violentas, calan tan hondo en mi como el frío de los grilletes. Acompañadas por la silenciosa presencia de los instrumentos de tortura, amenazan con desbaratar todas mis defensas; con destruir ese autocontrol construido tras años soportando el desdén al que se nos somete a todos los niños de la calle.
Si como mínimo supiera que mi silencio protegería algo más importante que mi dignidad, me resultaría más sencillo resistir. ¿Pero quién me espera a mi si consigo salir viva de aquí? ¿Adriano? No ha hecho nada por ayudarme, mientras los Inquisidores me arrastraban por las mugrientas callejuelas de la ciudad. ¿Bosco? Seguro que ya estaba pensando en venderme a algún prostíbulo o barco. Si mi madre todavía viviese, las cosas serían diferentes. Sabría que merece la pena luchar, por algo más que volver a una vida de hambre y dolor. Pero murió hace más tiempo del que puedo recordar, y yo no tardaré en seguirla.
- N-n-o sirvo a nadie. Y mi madre tampoco lo hacía. - Susurro en voz baja, cuando por fin reúno el valor para pronunciar más de dos letras seguidas. Mi voz resuena en la cavernosa y marmórea estancia, para disgusto del Inquisidor, que chasquea la lengua antes de dar un nuevo sorbo de su copa. Su mirada, del color de una esquirla de hielo sucio, deja claro que no importa lo que pueda decir; a sus ojos, seré culpable demuestre lo que demuestre. Y eso me aterra. Ojalá tuviera valor suficiente para enfrentarme a la muerte con la cabeza bien alta, en lugar de hacerlo como una chiquilla temblorosa y asustada. - No puedo decirte lo que quieres oír porque sería mentira. Y lo será aunque te manches con mi sangre, porque bajo dolor admitiría haber asesinado a quienes murieron antes siquiera de que yo naciera.
Si como mínimo supiera que mi silencio protegería algo más importante que mi dignidad, me resultaría más sencillo resistir. ¿Pero quién me espera a mi si consigo salir viva de aquí? ¿Adriano? No ha hecho nada por ayudarme, mientras los Inquisidores me arrastraban por las mugrientas callejuelas de la ciudad. ¿Bosco? Seguro que ya estaba pensando en venderme a algún prostíbulo o barco. Si mi madre todavía viviese, las cosas serían diferentes. Sabría que merece la pena luchar, por algo más que volver a una vida de hambre y dolor. Pero murió hace más tiempo del que puedo recordar, y yo no tardaré en seguirla.
- N-n-o sirvo a nadie. Y mi madre tampoco lo hacía. - Susurro en voz baja, cuando por fin reúno el valor para pronunciar más de dos letras seguidas. Mi voz resuena en la cavernosa y marmórea estancia, para disgusto del Inquisidor, que chasquea la lengua antes de dar un nuevo sorbo de su copa. Su mirada, del color de una esquirla de hielo sucio, deja claro que no importa lo que pueda decir; a sus ojos, seré culpable demuestre lo que demuestre. Y eso me aterra. Ojalá tuviera valor suficiente para enfrentarme a la muerte con la cabeza bien alta, en lugar de hacerlo como una chiquilla temblorosa y asustada. - No puedo decirte lo que quieres oír porque sería mentira. Y lo será aunque te manches con mi sangre, porque bajo dolor admitiría haber asesinado a quienes murieron antes siquiera de que yo naciera.
Salamandra- Hechicero Clase Baja
- Mensajes : 70
Fecha de inscripción : 31/10/2016
Localización : Las callejuelas de París.
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Draco dormiens nunquam titilandus ~ priv.
-Ahh, como los odio cuando comienzan con sus mentiras… Ve tranquila -le dijo Luciano poniéndose en pie y dejando la copa a un lado-, ve que yo puedo encargarme.
Chantelle giró hacia el hombre y no tardó en gruñir la respuesta:
-No. Siéntate y sigue bebiendo.
Le había dado una orden directa, había atacado, y no sabía cómo podía reaccionar el hombre ante eso. Contra todo pronóstico, el sacerdote comenzó a reír y volvió a llenar su copa antes de tomar su lugar nuevamente.
Chantelle se relajó, bien sabía que aquello era lo mejor para todos, y volvió a centrarse en la mocosa sucia y asustadiza que tenía delante.
Lo cierto era que odiaba muchas cosas en la vida, una de las que se llevaba las palmas era la mentira. No podía soportarlo. ¿Cómo se atrevía aquella niña a intentar siquiera engañarla? ¿Cómo podía negar lo evidente? ¡Ella misma la había visto transformarse en plena calle! Sin pudor, sin recato, sin remordimiento ni culpa… ¡En plena calle! ¿Cómo venía ahora a fingir no ser servidora de Satán? ¿Cómo podía pretender no ser lo que la mismísima Chantelle había visto que sí era?
Necesitó suspirar porque le partiría los huesos de las manos en ese mismo instante si no se tranquilizaba. Afortunadamente, tantos años de espionaje le habían enseñado a no demostrar jamás lo que le ocurría, no había ningún gesto involuntario en el rostro –o en el cuerpo- de la inquisidora que evidenciase lo que pensaba o sentía. Sabía manejarse, se conocía bien, y solo mostraba lo que le convenía.
-¿Mentira? Así que todo sería una mentira… –Chantelle sonrió con su sonrisa más fría-. Todos dicen lo mismo la primera vez, y la segunda, y la tercera, y la sexta, y la décima… pero, en algún momento, cuando ya les duele hasta ser vistos, acaban confesando. Hazme caso, niña, dí la verdad, toda la verdad, ahora. ¡Dilo y ahórrate los dolores! ¡Arrepiéntete y suplica por el perdón de Dios ahora que todavía estás entera!
Para que viera a qué se refería con eso de estar entera, Chantelle tomó una afilada cuchilla y acarició con su filo los dedos de la niña. Los cortes fueron delgados, finos, pero la sangre impía comenzó a brotar.
-¿A quién sirves? ¿Qué pretendían hacer en la Plaza de San Pedro? Confiesa y Dios será misericordioso contigo… Confiesa y te aseguro que tu sufrimiento no será el que en verdad mereces.
En honor a la verdad, Chantelle no quería mancharse con sangre. Le daba asco, más si provenía de un ser oscuro. Si le gustase aquello se hubiera quedado como soldado en lugar de aceptar la propuesta que le hicieron desde la facción cuarta… Pero allí estaba ahora, teniendo que torturar a la sucia muchachita en frente del idiota de Luciano. Había meditado en irse y dejarla a solas con el sacerdote, aceptando su propuesta, pero bien sabido era entre los inquisidores que el hombre gustaba de torturar sexualmente a los prisioneros, más si eran pequeños. Por eso Chantelle se quedaba. Había límites que no permitiría que se cruzasen, no mientras ella pudiese evitarlo.
Con su mano derecha presionó el cuello de la niña, apretaba y liberaba una y otra vez, jugando a quitarle y devolverle la vida, viendo como su piel se amorataba. Era una buena manera de asustarla sin tener que mancharse.
-Última oportunidad, niñita –dijo en tono amenazante-. ¿A quién sirves y qué hacías en la plaza? ¿Cuántos eran? Te lo juro, no quieres quedarte a solas con mi compañero –lo último lo susurró.
Chantelle giró hacia el hombre y no tardó en gruñir la respuesta:
-No. Siéntate y sigue bebiendo.
Le había dado una orden directa, había atacado, y no sabía cómo podía reaccionar el hombre ante eso. Contra todo pronóstico, el sacerdote comenzó a reír y volvió a llenar su copa antes de tomar su lugar nuevamente.
Chantelle se relajó, bien sabía que aquello era lo mejor para todos, y volvió a centrarse en la mocosa sucia y asustadiza que tenía delante.
Lo cierto era que odiaba muchas cosas en la vida, una de las que se llevaba las palmas era la mentira. No podía soportarlo. ¿Cómo se atrevía aquella niña a intentar siquiera engañarla? ¿Cómo podía negar lo evidente? ¡Ella misma la había visto transformarse en plena calle! Sin pudor, sin recato, sin remordimiento ni culpa… ¡En plena calle! ¿Cómo venía ahora a fingir no ser servidora de Satán? ¿Cómo podía pretender no ser lo que la mismísima Chantelle había visto que sí era?
Necesitó suspirar porque le partiría los huesos de las manos en ese mismo instante si no se tranquilizaba. Afortunadamente, tantos años de espionaje le habían enseñado a no demostrar jamás lo que le ocurría, no había ningún gesto involuntario en el rostro –o en el cuerpo- de la inquisidora que evidenciase lo que pensaba o sentía. Sabía manejarse, se conocía bien, y solo mostraba lo que le convenía.
-¿Mentira? Así que todo sería una mentira… –Chantelle sonrió con su sonrisa más fría-. Todos dicen lo mismo la primera vez, y la segunda, y la tercera, y la sexta, y la décima… pero, en algún momento, cuando ya les duele hasta ser vistos, acaban confesando. Hazme caso, niña, dí la verdad, toda la verdad, ahora. ¡Dilo y ahórrate los dolores! ¡Arrepiéntete y suplica por el perdón de Dios ahora que todavía estás entera!
Para que viera a qué se refería con eso de estar entera, Chantelle tomó una afilada cuchilla y acarició con su filo los dedos de la niña. Los cortes fueron delgados, finos, pero la sangre impía comenzó a brotar.
-¿A quién sirves? ¿Qué pretendían hacer en la Plaza de San Pedro? Confiesa y Dios será misericordioso contigo… Confiesa y te aseguro que tu sufrimiento no será el que en verdad mereces.
En honor a la verdad, Chantelle no quería mancharse con sangre. Le daba asco, más si provenía de un ser oscuro. Si le gustase aquello se hubiera quedado como soldado en lugar de aceptar la propuesta que le hicieron desde la facción cuarta… Pero allí estaba ahora, teniendo que torturar a la sucia muchachita en frente del idiota de Luciano. Había meditado en irse y dejarla a solas con el sacerdote, aceptando su propuesta, pero bien sabido era entre los inquisidores que el hombre gustaba de torturar sexualmente a los prisioneros, más si eran pequeños. Por eso Chantelle se quedaba. Había límites que no permitiría que se cruzasen, no mientras ella pudiese evitarlo.
Con su mano derecha presionó el cuello de la niña, apretaba y liberaba una y otra vez, jugando a quitarle y devolverle la vida, viendo como su piel se amorataba. Era una buena manera de asustarla sin tener que mancharse.
-Última oportunidad, niñita –dijo en tono amenazante-. ¿A quién sirves y qué hacías en la plaza? ¿Cuántos eran? Te lo juro, no quieres quedarte a solas con mi compañero –lo último lo susurró.
Chantelle Reuven- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 60
Fecha de inscripción : 06/02/2017
Temas similares
» Ego redibo, tu nunquam.
» Draco Dragenzen-Vronsky
» [Priv]Un cambio inesperado [Priv][Noah]
» Perdition — Priv.
» Noe it's a Eon (Priv)
» Draco Dragenzen-Vronsky
» [Priv]Un cambio inesperado [Priv][Noah]
» Perdition — Priv.
» Noe it's a Eon (Priv)
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér Sep 18, 2024 9:16 am por Afiliaciones
» REACTIVACIÓN DE PERSONAJES
Mar Jul 30, 2024 4:58 am por Frederick Truffaut
» AVISO #49: SITUACIÓN ACTUAL DE VICTORIAN VAMPIRES
Miér Jul 24, 2024 2:54 pm por Nigel Quartermane
» Ah, mi vieja amiga la autodestrucción [Búsqueda activa]
Jue Jul 18, 2024 4:42 am por León Salazar
» Vampirto ¿estás ahí? // Sokolović Rosenthal (priv)
Miér Jul 10, 2024 1:09 pm por Jagger B. De Boer
» l'enlèvement de perséphone ─ n.
Sáb Jul 06, 2024 11:12 pm por Vivianne Delacour
» orphée et eurydice ― j.
Jue Jul 04, 2024 10:55 pm por Vivianne Delacour
» Le Château des Rêves Noirs [Privado]
Jue Jul 04, 2024 10:42 pm por Willem Fokke
» labyrinth ─ chronologies.
Sáb Jun 22, 2024 10:04 pm por Vivianne Delacour