Back to Black.

Recuerdo del primer mensaje :


Nota:
La historia de Hania y Assur se puede leer AQUI
La relacion entre Hania y Uryan se puede leer AQUÍ  y el episodio en el que Esthia y Hania corretean desnudos por el jardín y la fuente AQUÍ

Esta es la continuación de ESTA TRAMA







Los días siguientes transcurrieron tranquilos, Assur se marchaba a hacer sus gestiones o se quedaba acompañado en su suite, y Hania se dedicaba a leer, dibujar, mirar por la ventana y aburrirse enormemente. No habían vuelto a hablar del tema, en realidad no habían hablado casi nada y volvían a estar distanciados.

Las noches eran un contínuo de horas iguales, y los días eran tan tristes como la imposibilidad de salir al sol. Caminaba por la enorme habitación del hotel, a veces salía al pasillo o a la terraza donde se quedaba durante horas escuchando el latido de la ciudad, la gente que vivía en ella pensando y discurriendo. No soportaba ese tipo de vida. Creía que podría, cuando Assur regresaba con ganas de verla, cuando le traía alguna cosa, que el regalo en si era lo de menos, lo que a ella le valía es que hubiera pensado en ella al comprarlo. Pero ahora su sol se marchaba y regresaba de la misma forma, como un león indiferente ante el ratón.

Echaba de menos a Uryan y a Esthia. Se vistió con un conjunto de falda blanca y camisa de flores, se cepilló el pelo y lo dejó suelto cayendo por la espalda, saliendo por la puerta principal del hotel. Si Assur se enteraba de eso montaría en cólera pero eso siempre sería mejor que su indiferencia.

Caminó hasta el antiguo orfanato de Saint Clemence y se detuvo en la puerta. ¿Sería capaz de despedirse de la Serpiente y del Verano? quizás fuera la última vez que los viera, había pensado en despedirse para prtegerlos de la furia de Assur, pero lo cierto es que le dolía mucho hacerlo. La verja oxidada chirrió cuando la empujó y se adentró en los jardines llenos de malezas, en busca de los dos lobos.

Saint Clemence:

Uryan estaba ya haciendo el petate, envolvió todo en una de las mantas que había estado usando, no era muy escrupuloso, ya iría recogiendo las cosas que echase en falta. Estaba muy cabreado, muy fuera de sí y el dolor estaba empezando a pasar de presión a agudos pinchazos en un lugar u otro del cuerpo. Las heridas más profundas aun no habían dejado de sangrar y de hecho la del cuello parecía la más prolífica. Se estaba dando la vuelta cuando vio al copo delante, echó las orejas hacia atrás, incómodo. Esperó a que cambiase de forma, no se podía sorprender ya de que volviera de esa forma tan mansa, fingiendo preocuparse ahora por su hueso roto. Él no se había vuelto humano, seguía en crinos, pero él no era capaz de hablar, su lobo era demasiado...Animal, sin embargo si podía hacerse entender, mediante gestos si el otro licántropo no estaba también en aquella forma.- Si te vuelves a meter en mi camino te destrozo.-Mostró los dientes un instante, manchados de sangre.-Debí arrancarte la cabeza. ¿Un vampiro entra en tu maldita casa y le invitas a beber? Bien. Os podéis quedar los dos con él.- Bufó y dio un paso hacia delante.

Se le nubló la vista por un momento y sacudió la cabeza cuando notó que se desvanecía, terco como él solo. Por suerte Slang no descansaba, estaba alerta siempre independientemente de la situación, así que una de sus orejas se movió cuando la verja que chirriaba hizo el sonido característico al ser abierta. Movió la cabeza hacia esa dirección, prácticamente por instinto. Estaba muy, pero que muy cabreado, no contento con traer a un vampiro las putas sanguijuelas ahora le traían un ejército, a las puertas de la maldita guarida. ¿Cómo cojones había sobrevivido ese inútil tantos años? Él se largaba. Se giró de nuevo cuando se encontró a la rubia que directamente se enganchó de su brazo de crinos. Uryan estaba tenso, nunca había rechazado el tacto de Hania pero en ese momento estaba disgustado, estado..Dolido. Indignado. Me cago en la puta. MUY cabreado.

Apartó el brazo, echando las orejas hacia atrás. No era un inválido no necesitaba ayuda. Miró al vampiro con ganas de arrancarle la maldita lengua. ¿Perro? Él no era el chucho de nadie, de hecho el único perro que había ido detrás de la rubia era Assur, pero no le apetecía aguantarle más. Hizo una mueca de dolor y cambió con lentitud, no estaba de humor para que le llevasen a cuestas como a un niño y sabía perfectamente dónde refugiarse, cosa que estaba claro que ellos no. Sus huesos empezaron a crujir, el cambio no fue ligero ni fluido, fue grotesco, seguido de una banda sonora de chasquidos, completamente forzada hasta encontrarse en forma de lobo. Cogió con la boca el petate que había hecho y empezó a caminar, cojeaba exageradamente de la pata trasera que se había recolocado, pero no se quejó pese a que era evidente que estaba más cerca de la tumba que de estar bien. Empezó a caminar para salir del orfanato, sin ser consciente todavía de la gravedad de sus heridas.

Enarqué una ceja observando la caótica escena, el lobo rojo ademas de muy herido no parecía entrar en razón, aunque en mi opinión él era el único con sentido común. Eramos enemigos naturales y yo había irrumpido en su guarida, destruirnos mutuamente era la única lógica que albergaban nuestras razas.
No le dejaba el cuidado de Hania porque simpatizara con ninguno de esas dos bolas peludas, si no porque era mi única opción para alejarla del peligro, la batalla que me esperaba no iba a ser fácil y aunque me mantenía en pie disimulando el claro dolor de la ponzoña del licantropo, mi cuerpo también se resentía de la lucha que habíamos mantenido ambos.

Mi pecho sangraba en abundancia, heridas que lejos de cerrar parecían abrirse con mas fuerza, mordisco en mi cuello, y cuerpo endolorido por el brutal choque de yunque y martillo.
No era el momento de pensar en mi, si no en mi “chiquilla” la quería a salvo y sabia que ese lobo también la quería del mismo modo.
-Lobo -dije con la voz ronca, odiaba tener que pedir algo a mis congéneres imagínate pedírselo a la raza que mas odiaba en este mundo.
-Déjate de tonterías, no es el momento y ambos lo sabemos, apelo a tu sentido común, coge a tu lobo blanco y a mi “chiquilla” y alejaros lo mas lejos que podáis de aquí, si no quieres ver ante tus ojos como caen en la batalla, obedeceme, yo los mantendré entretenidos para daros ventaja.

Me di la vuelta corriendo hacia la entrada de la casa, allí se congregaba la mayor cantidad de poder, de auras que detectaba y aunque sabia que por la puerta de atrás también habían algunos vástagos confiaba que ese lobo rojo pudiera derrotarlos.
Desconocía como luchaba el blanco, pero el lobo rojo era un contrincante a tener muy en cuenta, pocos lobos habían logrado herirme como él lo había hecho y si conocía lo peligrosa que era Hania, aunque su poder era descontrolado y era complicado saber exactamente como afectaría a todos inclusive a si misma.

Abrí la puerta con una sonrisa ladeada, abrí mis brazos mostrandoles mi cuerpo maltrecho, una risa sádica escapó de mis labios mientras repasaba a todos y cada uno de esos cainitas a los que padre daba su nombre.
-¿quien sera el primero? -rugí relamiendome los labios. Mis colmillos crecían de forma desorbitada y todo mi cuerpo se tensaba.
Ojos rojos como el fuego, posiblemente y por muy acostumbrados que estuvieran a la guerra este enfrentamiento les resultara el mas peligroso de sus no vidas y no se equivocaban, pues yo no era uno mas, yo era su maldito dios.
-¡Vamos! -rugí cerrando los ojos para usar el poder mental del dolor.
Pronto los vi quebrarse frente a mis ojos, gruñí al sentir algunas cabezas explotar frente a los aterrados ojos del resto.
-¡Vamos! -rugí a los que aun estaban en pie que ahora se lanzaban voraces contra mi cuerpo.

La rubia también notó la presencia de aquel pequeño contingente de guerreros inmortales, todos sedientos de cazar a la presa mayor, de darle caza al rey de la baraja, al más cotizado cainita. Se marcharía con los lobos, tal y como Assur había mandado, pero no se iría de allí sin antes inclinar la balanza a favor de su sire, el amor por sí mismo no protegía de una centenar de vampiros con ganas de sajarte el cuello.

Se apartó de Uryan como él había pedido, que lo dejaran en paz, pero de reojo vio como Esthia lo cargaba y sintió cierto alivio, porque Slang era muy tozudo y ella no podía ayudarlo si él no quería. Se detuvo un segundo y se apoyó en una pared porque necesitaba concentrarse, demasiadas mentes pensantes bullendo cerca de ellos. No sabía lo que podía hacer pero su instinto la guió y tras focalizarse en tres de ellos, aisló sus voces mentales, siguió los hilos hasta el foco de donde emenaban y empezó a elevar la temepratura. Su propia sangre también vibraba, notaba el calor del caldero de sangre apoderándose de ella y obligando a aquellos cainitas a que su vitae hirviese dentro de las arterias, consiguiendo que sangrasen por por los jos, nariz y boca antes de explotar. Tras los tres primeros, escogió a otros tres y repitió la misma operación... su cerebro estaba preso de un ansia asesina sin igual, sólo podía pensar en Assur lleno de mordiscos, inerte, drenado, sin vida. No lo permitiría de ninguna de las maneras. Cuando hubo acabado con ellos, escogió otros tres y repitió el camino mental, pero esta vez empezaba a sangrar por la nariz, estaba esforzándose en liberar ese don destructivo que le había sido dado, sin tener ni idea de cómo hacerlo para sufrir menos daños colaterales. En la siguiente tanda, le flaquearon las rodillas y se escurrió hasta el suelo, sangrando también por un oído. Aquella excursión iba a costarles caro a todos, pero desde luego no iba a dejar de luchar por quienes amaba, nadie le tocaría un pelo a Assur o a los lobos sin que ella al menos les friese el cerebro.

Solo le faltaba eso, ser tratado como un cachorro que no sabía lo que estaba pasando. Cuando alguien atacaba algo importante, se atacaba al agresor, no al que te importaba, eso lo sabía hasta el más insensible de los seres, que era él. Ahora que no le vendiera el cuento de que intentaba protegerlo. La manera que tenía Esthia de proteger a los suyos era sin duda de lo más variopinta y no le hubiera cabreado tanto de no ser porque había entrado un vampiro destruyendo y por una vez en su maldita vida no había sido él el que inició la maldita pelea.

Apartó la cabeza cuando intentó cogerle el petate, cada vez más cansado, cada vez más dolorido y eso se traducía a cada vez más cabreado. Le gruñó. No, no iba a colaborar más con él. Se podían ir todos a la mierda, bien lejos de él, eso le pasaba por dejar “entrar” a quien no debía. Funcionaba mejor solo, la vida le salía más rentable si no estaba con nadie que le trajera problemas.

Tampoco iba a aceptar órdenes de nadie y menos del mismo cainita que había irrumpido en el orfanato y había atraído como un gilipollas a esa horda de imbéciles. Él los había traído y él iba a sacarse el rabo de ahí porque Uryan no iba a mover ni un maldito dedo más por ninguno de ellos. No podía importarle menos el cainita, tuviera 10 o ochocientos mil años. No le podía importar menos Esthia por muy bien que follase y no le importaría la rubia de no ser por Slang que estaba mirando atentamente cómo la chica perdía fuerza pero se resistía a hacer nada por ello, se negaba a sacarla de allí o ayudarla. ¿Qué ayuda le había prestado la cainita de todas formas? Ninguna. Le había traído un jodido anciano hasta ahí y la mejor forma que tenía de pagarle es dejándole como el gilipollas mayor. Se acabó. Se acabó.

Soltó el petate y sin comerlo ni beberlo mordió a la rubia, para desconcentrarla y que dejara de reventar cabezas antes de que la suya acabase también en mil pedazos. Slang se retorció, gruñó, mordió a Uryan pero le permitió hacerlo, porque en forma de lobo no tenía otra manera de que la rubia saliera de ese estado. Dejó el petate en el suelo, no quería nada que le recordase al orfanato, así que empezó a caminar. Si el seguían bien y si no, a la mierda con todo.

Le dolía hasta el alma, caminaba cojeando y sentía la falta de sangre embotando su mente, pero un animal salvaje herido era mucho más peligroso. A pesar de oler al resto de sanguijuelas en la parte trasera, no le importó, no estaba para bromas y se comería a cualquiera tan inconsciente como para acercarse demasiado a él.

Rodeada la bestia emergió de las profundidades de mi ser. No había piedad, resquicio de humanidad en esta cuando los ojos burdeos se convirtieron en mi único modo de ver.
Inmortales que habían condenado sus almas para dar caza al descendiente de Cain, revelándose contra su propia estirpe, obedeciendo al consejo firmaban su sentencia de muerte.

Como hienas se abalanzaron sobre el león. Rey de la selva que se defendió con uñas y dientes desgarrando sus gargantas, sajando sus yugulares con la sangre goteando por mis labios.
Estaba herido, algo que alentaba a los monstruos que sobre mi trataban de arrancar mi eterna vida.
Pobres necios que creen que por superar en numero al demonio pueden robarle el infierno.
No yo era el mal en estado puro y esos infelices solo eran aprendices.
Sus corazones caían al suelo mojado.
Ligero chapoteo de los condenados que se fundía con la risa sádica de la bestia feliz por haber logrado emerger de las profundidades de mi.
Hubo un tiempo en el que ella era yo, jamas saciado, solo vivía devastando todo a mi paso.
Después lo tiempos cambiaron, había que adaptase y la encadené con férreos grilletes tras este traje y corbata que me quedaba como un guante y que como reflejo de esa prisión inexistente ahora quedaba echo añicos frente a los inconscientes vástagos que no verían un nuevo anochecer.

No estaba solo, la fuerza de Hania pronto se dejo ver. Cabezas que explotaban por doquier haciéndome enloquecer de placer. Mi bestia disfrutaba con ese espectáculo, con lo que mi chiquilla era capaz de hacer. Como un padre aventajado por la calidad de su hijo me sentía en pleno derecho de tomarlo todo a mi paso.
Así hice, no solo les robé sus vidas, si no también la sangre de los cainitas.
Mi bestia no conocía limites, poco le importaba que ese acto caníbal estuviera penado y quedara solo relegado al placer de dos vástagos enlazados.
Yo ahora era el jinete muerte y no necesitaba armas para obtener la victoria a mi lado.