AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Último epitafio [Privado]
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Último epitafio [Privado]
A pesar de llevar varios meses alojada en una modesta habitación de un hostal cualquiera de París, hasta donde había llegado siguiendo el rastro del asesino de mi padre,- búsqueda que no había sido del todo satisfactoria todo sea dicho-, nunca antes había visitado el camposanto de la capital francesa que no estaba situado muy lejos del hostal, con el fin de buscar por este tétrico lugar alguna pista que me permitiese dar con el vampiro que se había convertido en mi némesis por tal crimen. Un monstruo de las tinieblas que era más escurridizo de lo que había previsto en un primer momento cuando salí de Escocia, mi hogar, para vengar una muerte que no solo había supuesto una gran pérdida para el gremio de los cazadores, sino que había dejado a mi madre y hermanas destrozadas y a mí sin un maestro a quien seguir.
Era consciente de que mi visita al lugar, y más realizándola por la noche, no sería aprobada por Kenner, un vampiro psicópata con cierta inclinación a sembrar el caos allí donde se presentaba, y que sin tener muy claro el por qué, se había convertido en alguien muy especial para mí. Sonreí divertida al recordar su extraña obsesión de querer protegerme del resto del mundo, cuando era a su lado donde más peligro corría. Esta era una de las relaciones más inverosímiles que había establecido en la ciudad, donde cada vez sumaba a mi lista más excepciones entre los sobrenaturales.
Armada hasta los dientes y sin la intención de demorarme mucho en la visita a aquel lugar que me ponía los pelos como escarpias, rodeé el elevado muro de piedra que lo protegía, saltando hacia el interior cuando alcancé la parte posterior de éste, cercionándome de que nadie pudiese verme allanando ese lugar sagrado; bastante había tenido ya con la inquisición como para tener que explicar a un simple párroco el porque me había colado de noche en su colección de huesos.
La luz de la luna era suficiente para alumbrar un camino cuanto menos tenebroso entre lápidas medio derruidas y frondosos árboles. En apenas tres días sería luna llena y cambiaría mi objetivo durante dos noches en cazar licántropos, que se había convertido en un mero entretenimiento de esa ardua misión de encontrar a un inmortal concreto. Un repentino escalofrío recorrió toda mi columna cuando la gélida brisa nocturna azotó mi rostro y me prometí a mi misma que sería un vistazo rápido. No era la primera vez que había escuchad que algunos inmortales visitaban estos lugares buscando ese silencio sepulcral que tanto les atraía; podía imaginar que después de tantos siglos caminando por la faz de la Tierra uno disfrutaba de la tranquilidad que un lugar como aquel le pudiese brindar.
Estaba leyendo el epitafio de una de las lápidas que llamó mi atención puesto que habían dejado varias velas encendidas sobre ella, cuando un extraño ruido a mi espalda me sobresaltó. Con rapidez dirigí mi mano al cinturón, donde tomé con fuerza una estaca de madera dispuestas a dar las buenas noches a quien quisiese que se escondía entre las sombras.- ¿Quién anda ahí?- pregunté con tono claro y conciso, sin temor alguno en la voz, aunque podía sentir como el ritmo de mi corazón se volvía frenético.
Era consciente de que mi visita al lugar, y más realizándola por la noche, no sería aprobada por Kenner, un vampiro psicópata con cierta inclinación a sembrar el caos allí donde se presentaba, y que sin tener muy claro el por qué, se había convertido en alguien muy especial para mí. Sonreí divertida al recordar su extraña obsesión de querer protegerme del resto del mundo, cuando era a su lado donde más peligro corría. Esta era una de las relaciones más inverosímiles que había establecido en la ciudad, donde cada vez sumaba a mi lista más excepciones entre los sobrenaturales.
Armada hasta los dientes y sin la intención de demorarme mucho en la visita a aquel lugar que me ponía los pelos como escarpias, rodeé el elevado muro de piedra que lo protegía, saltando hacia el interior cuando alcancé la parte posterior de éste, cercionándome de que nadie pudiese verme allanando ese lugar sagrado; bastante había tenido ya con la inquisición como para tener que explicar a un simple párroco el porque me había colado de noche en su colección de huesos.
La luz de la luna era suficiente para alumbrar un camino cuanto menos tenebroso entre lápidas medio derruidas y frondosos árboles. En apenas tres días sería luna llena y cambiaría mi objetivo durante dos noches en cazar licántropos, que se había convertido en un mero entretenimiento de esa ardua misión de encontrar a un inmortal concreto. Un repentino escalofrío recorrió toda mi columna cuando la gélida brisa nocturna azotó mi rostro y me prometí a mi misma que sería un vistazo rápido. No era la primera vez que había escuchad que algunos inmortales visitaban estos lugares buscando ese silencio sepulcral que tanto les atraía; podía imaginar que después de tantos siglos caminando por la faz de la Tierra uno disfrutaba de la tranquilidad que un lugar como aquel le pudiese brindar.
Estaba leyendo el epitafio de una de las lápidas que llamó mi atención puesto que habían dejado varias velas encendidas sobre ella, cuando un extraño ruido a mi espalda me sobresaltó. Con rapidez dirigí mi mano al cinturón, donde tomé con fuerza una estaca de madera dispuestas a dar las buenas noches a quien quisiese que se escondía entre las sombras.- ¿Quién anda ahí?- pregunté con tono claro y conciso, sin temor alguno en la voz, aunque podía sentir como el ritmo de mi corazón se volvía frenético.
Maggie Craig- Cazador Clase Media
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Re: Último epitafio [Privado]
Las calles de Francia, alumbradas una vez más por los puntos que fugaces emitían su luz sobre la oscuridad, plagada de manera casi solemne sobre el cielo, el mismo que durante siglos y milenios había sido testigo de la vida inmortal y larga en la que el vampiro se complacía día con día y noche con noche disfrutando cada milisegundo de esa inmortalidad a la que se había apegado de manera tan visceral, tan egoísta, que ya cada fracción de su cuerpo sin vida pedía a gritos más y más, envolviéndose en los deseos y los excesos del tiempo y las culturas, y no podía, por supuesto, quizá ser diferente el lugar que ahora habitaba y era testigo de los pecados a los que alma condenada de Leonardo Saveedra, esa criatura que demostraba cada que podía la verdadera careta de su alma contaminada. Esa noche en particular, en donde las largas horas de la oscuridad nocturna se abrían a él como las demás, llenas de presas exquisitas, pero algo era diferente, distinto del todo incluso para él, y es que por supuesto, la inmoralidad generaba cosas extrañas que podrían ser difíciles de comprender, y esta era una de ellas. Había noches en las que el inmortal era diferente, y la compañía mortal, la sangre viva que corría por las venas de las presas y sus cortas pero suculentas vidas era un hastío incluso para él mismo.
Vagando a través de la oscuridad, con ligera sutileza mientras, lo que parecía ser aliento, aspiraba el aire del lugar tenebre y triste para él. Un olor a muerte tan distintivo y que pese a tener que quizá generarle cierta satisfacción y sentimiento de agrado, le era un poco triste y melancólico, porque en definitiva le era difícil comprender porque tenía que ir a lugares así, ya que aquello no iba para nada con él. No sabe cuánto había pasado quizá, parado observando el cielo y pensando quien sabe en qué cosa de manera seria, pero asimismo y de manera rápida, había decidido que ya era suficiente de tales complejidades porque la no vida era demasiado larga como para detenerse a tener ese tipo de momentos aburridos. Disponiéndose a dejar el lugar e ir en busca de un lugar más asiduo y propio para sí, algo había llamado su atención, un sonido que se trasmitía como rápidos pasos venidos de la zona norte. Una pequeña sonrisa ladina de interés se dibujaba en su rostro y poco a los pensamientos que se asomaban en la necesidad de soledad quedaban solapados cuando sus ojos, en medio de la oscuridad y cargados de esa aura distintiva de un ser inmortal, miraban la figura fémina que corría rápidamente hacia el interno sitio mientras Leonardo reposaba su cuerpo cerca de la columna de un pequeño mausoleo.
El interés, de alguna manera, no se dejaba esperar, y mirando hacia la puerta del cementerio, cerrada, dubitativo, decidió que aquella persona suponía parte de su interés concluyendo que, teniendo no más de un día sin alimentarse, una presa fácil no caería nada mal, pero la verdad era, que Leonardo era más interesado que eso, y un deseo más profundo era el que le llevaría a moverse de manera silenciosa hasta la mujer. Por largo tiempo, le observó desde la lejanía sabiendo ocultar de manera perfecta su presencia, un arte que los milenios perfeccionaba de una manera abrumadora. El mismo tiempo que aquella mujer llevaba vagueando era el que la oscura presencia de Leonardo, como en una perfecta sincronía con el panorama del lugar y el frío de la noche, dedicaba interesado. Intencionalmente, había decido revelarse a sabiendas claras ya de que era una cazadora y esas, en definitiva, siempre resultaban ser presas divertidas. Al hacer un pequeño sonido mientras se acercaba, miró como la estaca se levantó y ya anticipado al movimiento, fácilmente fue pan comido atajar la mano de la mujer en el acto. –Oh…cuidado con eso, Madame.– Siguió un silencio extrañó que resultó, extrañamente distinto del acto que había ideado seguir al notar que un extraño pero conocido hedor se impregnaba en la piel de aquella mujer, cosa que le llevó a fruncir el ceño y mirarle a los ojos. –Esto si que es curioso...–
Vagando a través de la oscuridad, con ligera sutileza mientras, lo que parecía ser aliento, aspiraba el aire del lugar tenebre y triste para él. Un olor a muerte tan distintivo y que pese a tener que quizá generarle cierta satisfacción y sentimiento de agrado, le era un poco triste y melancólico, porque en definitiva le era difícil comprender porque tenía que ir a lugares así, ya que aquello no iba para nada con él. No sabe cuánto había pasado quizá, parado observando el cielo y pensando quien sabe en qué cosa de manera seria, pero asimismo y de manera rápida, había decidido que ya era suficiente de tales complejidades porque la no vida era demasiado larga como para detenerse a tener ese tipo de momentos aburridos. Disponiéndose a dejar el lugar e ir en busca de un lugar más asiduo y propio para sí, algo había llamado su atención, un sonido que se trasmitía como rápidos pasos venidos de la zona norte. Una pequeña sonrisa ladina de interés se dibujaba en su rostro y poco a los pensamientos que se asomaban en la necesidad de soledad quedaban solapados cuando sus ojos, en medio de la oscuridad y cargados de esa aura distintiva de un ser inmortal, miraban la figura fémina que corría rápidamente hacia el interno sitio mientras Leonardo reposaba su cuerpo cerca de la columna de un pequeño mausoleo.
El interés, de alguna manera, no se dejaba esperar, y mirando hacia la puerta del cementerio, cerrada, dubitativo, decidió que aquella persona suponía parte de su interés concluyendo que, teniendo no más de un día sin alimentarse, una presa fácil no caería nada mal, pero la verdad era, que Leonardo era más interesado que eso, y un deseo más profundo era el que le llevaría a moverse de manera silenciosa hasta la mujer. Por largo tiempo, le observó desde la lejanía sabiendo ocultar de manera perfecta su presencia, un arte que los milenios perfeccionaba de una manera abrumadora. El mismo tiempo que aquella mujer llevaba vagueando era el que la oscura presencia de Leonardo, como en una perfecta sincronía con el panorama del lugar y el frío de la noche, dedicaba interesado. Intencionalmente, había decido revelarse a sabiendas claras ya de que era una cazadora y esas, en definitiva, siempre resultaban ser presas divertidas. Al hacer un pequeño sonido mientras se acercaba, miró como la estaca se levantó y ya anticipado al movimiento, fácilmente fue pan comido atajar la mano de la mujer en el acto. –Oh…cuidado con eso, Madame.– Siguió un silencio extrañó que resultó, extrañamente distinto del acto que había ideado seguir al notar que un extraño pero conocido hedor se impregnaba en la piel de aquella mujer, cosa que le llevó a fruncir el ceño y mirarle a los ojos. –Esto si que es curioso...–
Leonardo Saveedra- Vampiro Clase Alta
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Re: Último epitafio [Privado]
Un silencio sepulcral me envolvió de un modo extraño desde que percibí ese sonido. Era como si hasta el más pequeño insecto hubiese dejado de moverse en sus quehaceres nocturnos. E incluso los búhos y lechuzas que revoloteaban el camposanto a esas horas hubiesen decidido ocultarse por una noche para evitar algún mal mayor. La suave brisa nocturna azotaba un mechón de pelo contra una de mis mejillas, avisándome de que una nueva aventura estaba a punto de suceder. Cerré los ojos durante unos segundos, tratando de mimetizarme con el ambiente, buscando con atención cual era allí el intruso, sensación que no tardé en percibir.
Transcurrieron unos pocos segundos, interminables segundos, desde que el dueño del sonido que quebrantó la tranquilidad del camposanto, hizo acto de presencia frente a mí. Sonreí levemente en cuando confirmé sin temor a equivocarme que se trataba de un demonio de la noche, un alma errante que se alimentaba de sangre humana y de las esperanzas de la gente para poder subsistir una día más, o mejor dicho, una noche más hasta su siguiente víctima, alargando una no-vida abominable y carente de humanidad. Sus cásicos ropajes, la gracilidad de sus movimientos, hasta la forma de dirigirse a mí eran señales inequívocas de que se trataba de un inmortal.
Haciendo gala de esa velocidad anormal y propia de los vampiros, éste se situó frente a mí poco después de haber aparecido en mi campo visual, sujetándome con fuerza la muñeca que todavía empuñaba la estaca.- No se preocupe, monseiur, no me voy a lastimar a mí misma ni a clavársela a vos en el sitio equivocado.-forcejée con una pícara sonrisa en los labios, tratando de soltame de su agarre.- Si me permite, le demostraré que a pesar de parecer joven, soy muy eficaz cuando me propongo algo.
Suspiré despacio sin dejar de observar al inmortal, que parecía perdido en alguna parte de sus pensamientos. Estos seres estaban un tanto idos de la cabeza, lo cual era lógico después de tanto siglos de existencia. Debía ser terriblemente aburrido estar tanto tiempo dando vueltas por el mundo sin ser capaz de sentir nada en absoluto.- ¿Qué es curioso? ¿Qué sea capaz de clavarle una estaca y hablarle al mismo tiempo? Es cosa de mujeres; los hombres no sabéis hacer más de una cosa al mismo tiempo.- apunté divertida, deslizando mi otra mano hasta la empuñadura de otra de mis estacas. En cuanto se descuidase para responderme, habría un inmortal menos en el mundo.
Transcurrieron unos pocos segundos, interminables segundos, desde que el dueño del sonido que quebrantó la tranquilidad del camposanto, hizo acto de presencia frente a mí. Sonreí levemente en cuando confirmé sin temor a equivocarme que se trataba de un demonio de la noche, un alma errante que se alimentaba de sangre humana y de las esperanzas de la gente para poder subsistir una día más, o mejor dicho, una noche más hasta su siguiente víctima, alargando una no-vida abominable y carente de humanidad. Sus cásicos ropajes, la gracilidad de sus movimientos, hasta la forma de dirigirse a mí eran señales inequívocas de que se trataba de un inmortal.
Haciendo gala de esa velocidad anormal y propia de los vampiros, éste se situó frente a mí poco después de haber aparecido en mi campo visual, sujetándome con fuerza la muñeca que todavía empuñaba la estaca.- No se preocupe, monseiur, no me voy a lastimar a mí misma ni a clavársela a vos en el sitio equivocado.-forcejée con una pícara sonrisa en los labios, tratando de soltame de su agarre.- Si me permite, le demostraré que a pesar de parecer joven, soy muy eficaz cuando me propongo algo.
Suspiré despacio sin dejar de observar al inmortal, que parecía perdido en alguna parte de sus pensamientos. Estos seres estaban un tanto idos de la cabeza, lo cual era lógico después de tanto siglos de existencia. Debía ser terriblemente aburrido estar tanto tiempo dando vueltas por el mundo sin ser capaz de sentir nada en absoluto.- ¿Qué es curioso? ¿Qué sea capaz de clavarle una estaca y hablarle al mismo tiempo? Es cosa de mujeres; los hombres no sabéis hacer más de una cosa al mismo tiempo.- apunté divertida, deslizando mi otra mano hasta la empuñadura de otra de mis estacas. En cuanto se descuidase para responderme, habría un inmortal menos en el mundo.
Última edición por Maggie Craig el Jue Abr 20, 2017 2:00 pm, editado 1 vez
Maggie Craig- Cazador Clase Media
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Re: Último epitafio [Privado]
Aquellas eran las palabras que, en algún punto hacían cierto aire de mello en la antigua y longeva mente milenaria de Leonardo, cuyos sentidos estaban en sumo, cansados pues de escuchar tantos improperios venidos de los labios más hermosos y las figuras de sangre caliente y corazón palpitante más exuberantes, algo que no hizo más que causarle aguardar un tanto se silenció acompañado de un leve arqueo de ceja y una sonrisa ladina viendo como cada palabra salía de manera tan directa y verosímil de los labios de la mujer, algo que le habría parecido un tanto divertido y humorístico si, por supuesto, hubiesen venido de una dama de la nobleza, o la clase alta, aquellas que generalmente eran las propias pertenecientes a la Santa Inquisición de la Iglesia Romana. Lo evidente era, y claramente, que ella no era de los modos de la inquisición si no de los cazadores furtivos, de esos que tantas veces habían querido hacerle frente intentando no más que conseguir una victoria entre los de su gremio y no siendo más que patrocinantes de sus más vergonzosas muertes. –Ya me queda claro que no, por supuesto, “madame”.– Respondió, sarcásticamente mientras la sonrisa ladina se mantenía en labios y hacían de las palabras una gala de clara burla utilizando las palabras de la mujer en su propia contra. –Un reto, sutilmente cautivador, sin embargo, perdóneme usted, Mademoiselle, pero no es una petición a la que voy a acceder por ahora.– Respondió ante el forcejeo de esta, y riéndose esta vez, mostrando los colmillos cuando esta inútilmente forcejeo.
–Oh, vamos, ¿qué sucede, muy fuerte para tu impetuoso carácter?– Exclamó, irónicamente ante la clara fuerza que los diferenciaba uno del otro, sin embargo, y pese a que el juego con lo que había, en un principio, decidido fuese su presa, se tornaba en una curiosa interrogante añadida en los sentidos agudos de la milenaria oscura presencia. Aquel olor que parecía rozar, y no de una simple manera: su Sire, su maestro, aquel que hacía más de 3500 años le había brindado el poder que ahora poseía, lo habría sentido pero todo ello, quedaba relegado a una teoría y una suposición cuya verdad podía catalogarse de clara inexactitud, perse, su olor seguía siendo el mismo que destilaba cada fragmento de la esencia de Apsu, o Kenner Clapton, al cual llevaba alrededor de dos milenios sin ver. Consiente del movimiento que la cazadora realizaba, su rostro, lejos de mostrarle una respuesta a su interrogante, le hizo que la sonrisa se borrara de inmediato y un rosto más frio, serio y oscuro semblante se mostrase. –Tú... – Pronuncio, obligándola a que soltase la estaca y tomando con su otra mano su cuello de manera exabrupta, casi cortando la respiración de golpe obligándola a que tuviese que subir ambas manos para que forcejease por su vida y haciéndola retroceder a su paso.
–Vas a entender una cosa, niña.– Exclamó, en tono frío, seco, serio completamente oscuro que en consonancia con cara casi carente de emociones y propia de un sádico incapaz de sentir, muy diferente del Leonardo que había demostrado en un principio un tanto de sutilidad y carisma. –Nunca se dijo que estuvieses en posición de exigir nada.– Le miró fijamente a los ojos sin importarle menos que el aire estuviese faltando enteramente a sus pulmones, y aunque sus intenciones parecían en aquel sombrío semblante dispuestas a acabarla de un golpe, se complacería en lo que estaba a punto de hacer. –Si algo tienes que ver con él, entonces supongo que podrás resistir esto…– Le miro, y de boca salió una sola palabra.–Dolor.– Al invocar aquella extraña y cruel habilidad desarrollada y perfeccionada a través de los milenios, sabría que cada parte y centímetro de su piel, sería testigo de un dolor insoportable que le haría retorcerse hasta los tuétanos, y solo acabaría hasta que él lo quisiese o hasta que muriese, cosa que, dado el aumento abismal del dolor, no se haría esperar que pronto quedase inconsciente, cosa que, sin embargo, no estaba en sus planes aún.
Leonardo Saveedra- Vampiro Clase Alta
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Re: Último epitafio [Privado]
No podía negar que para ser un estirado y pajizo vampiro era bastante ingenioso al elaborar sus respuestas, pensé con una sonrisa de medio lado tras su contestación. Claro que con todo el tiempo que llevaba paseándose por la faz de la tierra sin otro ánimo de lucro que morder cuellos y sesgar vidas, que menos podía esperar de él que hubiese sido capaz de cultivar un poco su locuacidad.- Lamento si se ha confundido con mis palabras; en ningún momento le estaba pidiendo permiso u opinión. Solo le estaba advirtiendo de lo que haré antes de que se aproxime el alba.- sentencié con un ligero mohín burlesco. Mi padre trató enseñarme que no debía provocar a los vampiros con mi lengua viperina, pero ese aire de superioridad que les rodeaba a todos era superior a mi limitada paciencia, razón por la cual asumía que moriría joven.
Traté de zafarme de nuevo, esta vez con un ligero tirón de la muñeca que tenía presa por su garra, y que comenzaba a adormecerse por la falta de riego sanguíneo. Además de que me gustaría conservarla para posteriores cacerías, me empezaba a resultar molesta la posición de tener durante tiempo el brazo en alto. A lo que debía añadirle que, con cada zarandeo que daba para soltarme, el movimiento de mi otra mano que iba directa hacia otra de las estacas pasaba más desapercibida.- No es su fortaleza lo que me incomoda, sino que no acostumbro a ir de la mano con seres como vos por el camposanto. Como comprenderá una servidora tiene una reputación que mantener o luego no seré capaz de encontrar marido.- sonreí ligeramente, no solo por mi inverosímil respuesta, sino porque estaba rozando con la yema de los dedos la empuñadura de la estaca. Obviamente lo de que no iba de la mano con vampiros era cierto, pero ni por todo el oro del mundo estaría dispuesta a contraer matrimonio. Eso lo dejaba para las mujeres que no deseasen conocer mundo.
Pero mi felicidad duró menos que un suspiro, puesto que como si el inmortal pudiese leer mis pensamientos, hecho que podría ser posible aunque esperaba sinceramente que no, su gesto cambió por completo y en menos de un segundo mostró la clase de monstruo que era. Sus corteses y esa escalofriante aunque provocadora sonrisa desaparecieron de súbito para dar paso a unos ojos negros como la misma noche y unos colmillos de lo más afilados. La mano que tenía libre se abalanzó sobre mi cuello que apresó con la fuerza de mil demonios, impidiéndome apenas respirar. La estaca que todavía sostenía en mi mano cayó irremediablemente al suelo cuando concebí que la única forma de poder seguir respirando era abrir su mano con las mías, al menos unos milímetros para que dejase de presionarme con esa ferocidad la tráquea. Si salía de ésta, hecho del que tenía mis dudas, llevaría la marca de sus dedos tatuada en la piel durante semanas. Opté finalmente por levantar la cabeza mientras utilizaba mis manos tratar de abrir la suya, intentado obtener un poco más de aire.
- ¿Le han dicho alguna vez que tiene un grave trastorno de personalidad? Esos cambios tan bruscos no son normales.- susurré con apenas un hilo de voz, puesto que me era casi imposible respirar al tiempo que hablaba.- ¿Él? ¿Quién es él? No podría ser un poquito más específi…- murmuré apenas antes de que un intenso dolor atravesase por completo mi alma y el poco aire que quedaba en mis pulmones se exhalase a modo de grito desgarrador. Dejé de forcejear, soltando mis manos y dejándolas apoyadas sobre la suyas. Las lágrimas rodaban por mis mejillas conocedoras de que había llegado mi final. Podía sentir como un intenso dolor recorría cada molécula de mi cuerpo, como mi interior parecía resquebrajarse por solo una palabra. Y fue cuando ese infierno se concentró en mi mente, cuando sentí como mis ojos comenzaban a entrecerrarse, incapaz de soportar un segundo más ese sometimiento tan atroz.
Traté de zafarme de nuevo, esta vez con un ligero tirón de la muñeca que tenía presa por su garra, y que comenzaba a adormecerse por la falta de riego sanguíneo. Además de que me gustaría conservarla para posteriores cacerías, me empezaba a resultar molesta la posición de tener durante tiempo el brazo en alto. A lo que debía añadirle que, con cada zarandeo que daba para soltarme, el movimiento de mi otra mano que iba directa hacia otra de las estacas pasaba más desapercibida.- No es su fortaleza lo que me incomoda, sino que no acostumbro a ir de la mano con seres como vos por el camposanto. Como comprenderá una servidora tiene una reputación que mantener o luego no seré capaz de encontrar marido.- sonreí ligeramente, no solo por mi inverosímil respuesta, sino porque estaba rozando con la yema de los dedos la empuñadura de la estaca. Obviamente lo de que no iba de la mano con vampiros era cierto, pero ni por todo el oro del mundo estaría dispuesta a contraer matrimonio. Eso lo dejaba para las mujeres que no deseasen conocer mundo.
Pero mi felicidad duró menos que un suspiro, puesto que como si el inmortal pudiese leer mis pensamientos, hecho que podría ser posible aunque esperaba sinceramente que no, su gesto cambió por completo y en menos de un segundo mostró la clase de monstruo que era. Sus corteses y esa escalofriante aunque provocadora sonrisa desaparecieron de súbito para dar paso a unos ojos negros como la misma noche y unos colmillos de lo más afilados. La mano que tenía libre se abalanzó sobre mi cuello que apresó con la fuerza de mil demonios, impidiéndome apenas respirar. La estaca que todavía sostenía en mi mano cayó irremediablemente al suelo cuando concebí que la única forma de poder seguir respirando era abrir su mano con las mías, al menos unos milímetros para que dejase de presionarme con esa ferocidad la tráquea. Si salía de ésta, hecho del que tenía mis dudas, llevaría la marca de sus dedos tatuada en la piel durante semanas. Opté finalmente por levantar la cabeza mientras utilizaba mis manos tratar de abrir la suya, intentado obtener un poco más de aire.
- ¿Le han dicho alguna vez que tiene un grave trastorno de personalidad? Esos cambios tan bruscos no son normales.- susurré con apenas un hilo de voz, puesto que me era casi imposible respirar al tiempo que hablaba.- ¿Él? ¿Quién es él? No podría ser un poquito más específi…- murmuré apenas antes de que un intenso dolor atravesase por completo mi alma y el poco aire que quedaba en mis pulmones se exhalase a modo de grito desgarrador. Dejé de forcejear, soltando mis manos y dejándolas apoyadas sobre la suyas. Las lágrimas rodaban por mis mejillas conocedoras de que había llegado mi final. Podía sentir como un intenso dolor recorría cada molécula de mi cuerpo, como mi interior parecía resquebrajarse por solo una palabra. Y fue cuando ese infierno se concentró en mi mente, cuando sentí como mis ojos comenzaban a entrecerrarse, incapaz de soportar un segundo más ese sometimiento tan atroz.
Maggie Craig- Cazador Clase Media
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